“Por mi papá, por mi mamá, por mi ciudad, por el país que amo, por una sociedad más justa e igualitaria libre de violencias y discriminación por motivos de orientación sexual y de género, y por una ciudad más justa y equitativa para todas, todos y todes. Sí, juro”. Así juró Manuela González al asumir su banca en Gualeguaychú y convertirse en la primera concejala trans de la provincia de Entre Ríos.
Manu, como la llaman todes, ya se destacó en el municipio como directora de diversidad, cargo que ocupó desde el 2021 hasta el 8 de agosto de 2023, cuando comenzó su mandato en el Honorable Concejo Deliberante de Gualeguaychú. Y también había dejado su huella en las escuelas públicas como estudiante y profesora. Manu comparte escenas de transiciones permanentes: de estudiante a docente, de docente a militante.
Una escuela que no expulse
Manu González el día que asumió como concejala en Gualeguaychú, el 8 de agosto de 2023.
“Para ser militante de la causa no hace falta que seas LGBT+: solo tenés que ser una persona empática”, dice. Tiene 35 años y una familia que la aceptó siempre. Se recibió como maestra con 22, justo un año antes antes de la ley de identidad de género, aprobada en 2012.
Al frente de la Dirección municipal, Manu se dedicó a planificar formaciones y cursos: capacitaciones con la Ley Micaela, formación para policías, Poder Judicial, miembros de la unidad penal, médicos, profesores, cursos sobre infancias LGBT”. El curso formal de ESI, en coordinación con la departamental de educación de la provincia, tuvo que repetirse dos años seguidos porque fueron más de 800 los y las docentes inscriptes. “Necesitamos una escuela que no expulse”, resalta.
“Compartimos siempre con mis compañeras que la política necesita mucha pedagogía para poder transformar, y sobre todo a los espacios que tienen muchas barreras que se han fraguado desde lo que no se conoce”, dice. Y plantea: “La diversidad se aprende en la convivencia”. Advierte que es necesario reparar esa asociación que dejaba a la narrativa travesti del lado de lo ilegal, a través de una militancia con mirada pedagógica.
Identidad en familia
Manu cuenta que su mamá y su papá la tuvieron de grandes, que siempre la amaron y aceptaron, aún sin saber de qué se trataba, incluso sin poder ponerle nombre. Jacinto, su padre, la aplaudía cuando bailaba Thalía, recuerda. El sueño de Manu era ser diseñadora de modas. Pero no podían pagarle una carrera en Buenos Aires.
Su padre trabajaba como albañil y su mamá como ama de casa. A veces limpiaba en otras viviendas: “guerrera” del servicio doméstico que es la vida, dice ella. “Esa es la crueldad, una tiene sueños y el contexto económico te lo impide. Lo que si, nunca te define el poder adquisitivo”, subraya, con tono de docente que sabe los conceptos que busca fijar.
Se enamoró por primera vez a los 17, y a la vuelta de un baile le contó a su mamá, mujer “de campo” que la consoló restándole importancia al tema: “No es la muerte de nadie, hija”. Su papá se estaba levantando, y se preocupó por sus lágrimas:
—¡Qué te hicieron!— exclamó primero, pero al segundo intuyó que el drama venía por otro lado, y se sintió aliviado:
— Ay Manu. Estás enamorada de Fulano — le dijo, y acertó el nombre.
Ella quedó callada. Él agregó:
— Te amo como sos vos, como vos quieras ser, si querés ser nene o nena. Quiero que seas feliz — la abrazó, y Manu dice que en ese instante se le cayeron 50 kilos de encima.
“Viví todas mis etapas. Fui una mariquita. Siempre tuve el pelo largo, desde los 12 años, cuando terminé la primaria. Siempre fui una piba muy andrógina, no tengo pelos. Una vuelta tuve que ir al psicólogo porque la gente me miraba, buscando lo binario”, dice.
Patear el sistema educativo
Cuando estudiaba en el magisterio, a veces la obligaban a vestir como varón, con zapatos, pelo atado, ropa que nunca había tenido y que tuvo que conseguir, como si fuera a hacer una perfo. Aunque no sufrió agresiones directas, en el ámbito académico recuerda que siempre padeció “ese estigma que atraviesa lo LGBT, como casos de estudio, como buscando algo oculto”. Cursó todas las materias y las aprobó en el primer intento.
Se recibió muy joven y comenzó a dudar sobre cómo ejercer el oficio de enseñar. “Era patear el sistema educativo”, remarca.
Antes de presentarse al acto público en el que obtuvo sus primeras horas como maestra, tuvo miedo, no quería ir. Su papá la convenció: “Andá y probá. Yo veo cómo te quiere la gente en la calle”. Su tío Guille la llevó en moto hasta la escuela número 4 Gervasio Méndez, con más de 500 alumnos, una escuela pública de élite, donde por orden de mérito, le habían asignado la suplencia de sexto grado.
“Era un lugar que nunca había transitado una travesti, o una identidad tan femenina como yo, que no tenía pechos en ese momento, pero no era un gay, era una mariquita, muy femenina”, recuerda. En el hall volvieron a invadirla los nervios. Se estaba por ir y se encontró con Rosita, otra maestra con quien había hecho la residencia el año anterior.
—¡Manu! ¿Qué hacés acá? ¿Conseguiste trabajo?
—Si, pero no me animo, esto no es para mi.
— ¿Cómo no te vas a animar? ¡Si vos sos excelente! Vení conmigo— le dijo y la llevó hasta la dirección de la mano, le presentó a las compañeras, y cuando sonó el timbre no le quedó otra que ir al aula de sexto grado.
A fin de año estuvo a cargo de la fiesta de graduación y recibió un ramo de flores enorme por parte de las familias de sus alumnes. Recién entonces se sintió aliviada: “Entendí que ese era mi lugar, y que lo que yo era no resultaba ningún impedimento para trabajar con estos gurises. Y esta también es la escuela pública”, remarca.
El privilegio de una maestra travesti
Ella misma dice que su transición “fue en el aula”. “En ese momento no tenía DNI (con cambio de género) porque no me interesaba, sentía que no me definía. Siempre fui Manu. Pero un día me tuve que operar, y cuando fui al sanatorio me llamaban en masculino. Me incomodaba. Me hice la lolas y después el DNI. Un día tuve que charlar con mis alumnos, quería que se enteraran de mi boca. Y fue de una normalidad absoluta”.
—No todo el mundo tiene el privilegio de una maestra travesti— les dijo.
Cuando se hizo viral la historia de Quimey Ramos, a partir de su transición en el aula, se pusieron en contacto. Quimey invitó a Manu a un encuentro de docentes trans, en el Bachillerato Mocha Celis. Se encontró con militantes históricas. “Unos cerebros que estaban ahí, y yo quería aprender, herramientas discursivas, pensar en lo colectivo”, dice.
Carnaval y poder travesti
El Carnaval de Gualeguaychú es una de las fiestas populares más importantes del país. Y es también una de las principales actividades económicas, que organiza la vida de una parte importante de la comunidad. “El carnaval es el primer espacio de trabajo que conseguimos las travestis en Gualeguaychú. Y eso hace que la ciudad haya convivido siempre con la diversidad sexual”, señala.
— ¿Qué lugar ocupa el carnaval en tu historia?
—De por sí las mariconas somos muy ávidas para el arte. Imaginate: es la magia viva: brillos, tela, la posibilidad de dibujar, decorar, crear carrozas, música, contar una historia, llevarla a cabo, materializarla. Disfrutamos de ese espacio. Mi último trabajo ahí fue en 2011, antes de recibirme, en la Comparsa Kamarr. Yo empapelaba la carroza de doce metros de largo y siete de alto, con esculturas talladas en telgopor, un trabajo absolutamente artesanal. Gualeguaychú tiene a los mejores talladores porque lo que se hace acá es talento puro. Nadie puede enseñarte a tallar un demonio de siete metros de alto: es talento, y la superación de su propio trabajo.
— ¿Siempre bailaste en el carnaval?
— Desde 2005. Transicioné en el Carnaval, en la Comparsa O Bahía. También fui empleada del carnaval. Antes de recibirme de maestra en 2011, trabajaba en el carnaval—. Pero la transición no se da de una vez y para siempre en la vida de nadie.
Futuros compartidos
Además de ser famosa por el Carnaval, la ciudad de Gualeguaychú tiene un fuerte activismo ambiental. En 2006 alcanzó su pico máximo la lucha contra la instalación de dos empresas productoras de pasta base de celulosa (para hacer papel) del lado uruguayo, en Fray Bentos. Grandes manifestaciones interrumpieron el tránsito sobre el puente internacional, impulsando un conflicto entre países. “Toda la ciudad se organizó para ir a cortar el puente con la Asamblea medioambiental. Hasta el día de hoy está el puesto”, recuerda la concejala.
Gualeguaychú es una de las primeras localidades argentinas en tener una ordenanza en contra de los agrotóxicos, y su actual intendente, Esteban Martín Piaggio, se propuso desde su primer mandato (que arrancó en 2015), prohibir el glifosato, veneno asociado a la producción de soja transgénica.
Años antes de aceptar integrar la lista de concejales, Manu había tenido una larga charla con el intendente Esteban Martín Piaggio. Él la había llamado después de que se hiciera conocida su historia en la ciudad con un reportaje en un medio local, a mediados de 2016. “La maestra travesti” empezaba así su activismo, una vida pública por los derechos de todes, empezando por sus amigas.
Si bien consideraba que el ámbito del Partido Justicialista era machista, como ciudadana evaluaba positivamente la gestión de Piaggio, que en 2019 fue reelecto. Construir en este espacio podía ser una oportunidad para ayudar a la población trans, pensaba. Fantaseaba con proyectos que hay son realidad, como el cupo laboral trans o una “Casa de la Diversidad”. Se trata de una institución específica para gestionar las problemáticas de las personas LGBT+ y sus familias en el caso de Niñez, Adolescencia y Juventud, que está por inaugurarse.
En las elecciones de 2021 le ofrecieron un espacio en la lista, el número 10. Pero ingresaron 9 concejales. Ella siguió trabajando como docente. Después el ejecutivo local la convocó para la Dirección de Diversidad.
Orgullo para pelear por más derechos
— ¿Te imaginabas como funcionaria municipal?
— La campaña había estado muy bien. El termómetro te lo marcan los peronistas viejos, esos que están en el fondo, viendo si te dan el ok o no, y tuve un recibimiento hermoso. Era diciembre de 2019, y tomé un cargo docente, pero al tiempo me propusieron asumir la dirección en conjunto con María Belén Miré, del feminismo local, con temas ligados a violencia de género y cuidados; y yo con la reparación: para un sector que nunca había sido considerado, construyendo desde cero, con el desafío de imprimir a la política del municipio la perspectiva de diversidad. Por el cupo ya entraron una compañera en Deportes, otro en Economía social, una compañera sobreviviente en la secretaría de Producción de Desarrollo Económico, y Gabriela que recibe en la mesa de entradas del municipio. Y estamos por inaugurar la Casa de la Diversidad.
—En este escenario electoral, ¿cuál es tu mirada sobre el futuro?
—Es un momento para convocar a toda la comunidad LGBT a militar. Hay personas que desde un lugar de privilegio celebran el avance de la derecha. Nos tenemos que organizar. El 12 de octubre es la marcha del orgullo en Gualeguaychú, la tercera. Tiene un tinte no tan festivo y estamos asustades. Puede que no sea para celebrar el orgullo, sino para reivindicarlo, pelear por nuestros derechos y por la democracia. Para mí libertad es más derechos, no menos. Sobre todo para defender las victorias históricas de este colectivo. Las nuevas generaciones ya crecieron con marcos normativos y urge contextualizar. Lohana, Diana, Marlene (Wayar), Alba (Rueda), compañeras maravillosas, sobrevivientes como Carol, Dulce… cuentan historias terroríficas: cuando eran pendejas no les querían dar un mate, les tiraban baldes de agua fría en invierno. ¿Cuántas vidas se llevó la lucha? Es un momento para pensarse colectivamente: ¿Cuál es la sociedad, la ciudad y el país que queremos? Hay que hacer murales que digan Libertad es más derechos.
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