Comentarios desactivados en “Isabel, con firmeza, dijo, ¡NO!, por Magdalena Benassar
Isabel dijo no, pero antes, hacía unos meses, había creído y había dicho sí a lo imposible. Su vida cambió la historia, la suya y la nuestra, para siempre.
Llevo días dialogando con ese texto y sus personajes, y es tanta la fuerza que tienen, que me da temor empezar a escribir, porque no es fácil sacar a la luz interpretaciones que normalmente no se hacen. Puede ocurrir que, si las haces, te miren con sospecha en nuestra Iglesia tradicional.
Luego siento que por dentro me dicen: “Más sospecha que la que vivieron ellas, Isabel y María… imposible”. Qué fácil es y qué peligroso engrandecer y rezar a las personas que nos acompañan en nuestra travesía, pero menos fácil es desentrañar las verdades cronificadas que se interpretan desde un contexto histórico hoy ya anacrónico. Es urgente que a esas verdades las despojemos del polvo patriarcal para verlas a la luz de la Ruah y de los signos de hoy.
De construir para reconstruir. Esta es la historia de Isabel.
A Isabel, por aceptar el anuncio del ángel hecho a su esposo, el sacerdote Zacarías, se le considera bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ella, aunque no nos lo cuenten así, es una de las mujeres bastante invisibilizadas que hace posible la encarnación de Jesús, porque su aceptación del plan de Dios es paralela a la de María de Nazaret.
Ambas mujeres, llenas de vida, contra todo pronóstico, encabezan el Evangelio. Ellas son mujeres judías practicantes, y por su apertura al Espíritu del Dios vivo, posibilitan con sus vidas que una tradición en aquella época, que se estaba quedando mortecina, pueda evolucionar hacia un nuevo paso, que tendrá que alejarse de lo de antes para poder surgir. Y así nos lo cuentan, con pasión, los evangelistas.
La esterilidad de Zacarías e Isabel significa la esterilidad de la institución judía, expresada en su incredulidad al no dar el paso de la lógica a la fe: Zacarías replicó al ángel: “¿Qué garantías me das de eso? Porque yo soy ya viejo y mi mujer de edad avanzada”.
El ángel le repuso: “Yo soy Gabriel (que significa la fuerza de Dios), que estoy a las órdenes inmediatas de Dios, y me ha enviado para darte de palabra esta buena noticia. Pues mira, te quedarás mudo por no haber dado fe a mis palabras…” (Lucas 1, 18-21).
Esa mudez significa que el judaísmo representado en la figura del sacerdote Zacarías dejó de alimentar su fe; significa que su relación con Dios es más de cumplimiento de sus leyes y múltiples prescripciones. La mudez también significa que ya no surgen profetas, porque su palabra dejó de encender la chispa de la fe en los corazones.
A partir de ahí, en el relato bíblico, es Isabel quien tiene la palabra, porque ella sí creyó y, por ello, quedó llena del Espíritu de Dios, que a través de su vida sencilla y abierta a la Ruah hace de su palabra profecía.
Por los textos sabemos que hay una historia preciosa, intercalada, que es el anuncio del ángel a María de Nazaret. El diálogo es absolutamente fascinante. La joven María, desde su transparente humildad, le hace preguntas al representante de Dios (Lucas 1, 34); a diferencia del representante de la institución sacerdotal, Zacarías, su actitud es abierta y disponible. No pide garantías, acoge el misterio, se fía y se lanza a una experiencia que cambia la historia y nos abre un camino de vida, de gestación, de dolor aceptado para dar a luz el proyecto de Dios.
María acompaña a Isabel; sus embarazos son para ellas un gozo y un misterio. La mayor con la joven, la joven con la anciana; como en nuestras comunidades, todas gestando vida, unidas por el mismo sentir.
Como decía, es Isabel quien toma la palabra cuando nace el pequeño. Según la tradición del judaísmo, sería el padre quien pondría el nombre a la criatura en esa cultura patriarcal… y además se pondría el mismo nombre que el padre.
“Pero la madre (Isabel) intervino diciendo: ‘¡No! Se va a llamar Juan’” (Lucas 1, 60).
Isabel, con su sincero compromiso con el Dios de su vida, toma fuerza y recibe la palabra que escuchará toda la historia. Con esa autoridad interior, dobla y arquea la institución y al patriarcado, y será el mismo Zacarías quien, al acatar el plan de Dios a través de ella, recuperará la palabra, ahora más dócilmente, desde la casa donde vivían, no desde el templo donde tenía el trabajo de sacerdote, rezando en nombre del pueblo.
Y aquí estamos, queridas hermanas, en esa coyuntura histórica. Tal vez muchas nos sintamos estériles porque la institución tal o cual…
Yo, apoyada por esa palabra, por esa mujer, por Isabel, deseo compartir que este tiempo que nos toca vivir es tiempo de escucha atenta para irnos haciendo más y más servidoras de la Palabra de Dios, que tiene la fuerza de derribar las férreas torres institucionales para otorgar la palabra a las personas que la institución invisibiliza.
Nuestro llamado al profetismo, que recibimos en el bautismo, a ser sacerdotes, profetas y pastoras, que luego ratificamos de un modo muy potente al realizar nuestros votos o promesas de consagración, nos indica un camino de renovación, de evolución.
A veces serán las voces de las hermanas mayores las que dirán, como Isabel: “¡No! Por ahí no; no vayamos a perpetuar tradiciones obviando el Evangelio, el cual —con su desnudez, desinstalación y dinamismo interno— nos conduce a lo desconocido que, si es de Dios, será bueno”.
Otras veces, las menos mayores, tendremos que proponer con la vida y la palabra proyectos de autentificación y actualización de nuestras propuestas y ministerios.
De construir para construir: así es la historia de las mujeres bíblicas y la nuestra. La evolución vendrá si asumimos el ministerio de “ser bisagras”, de decir no a lo viejo, de empujar esa puerta que se abre aparentemente al vacío, pero es que ese es el camino de la fe y el del futuro inminente de la vida consagrada, de la vida en el Espíritu.
Jesús tuvo que separarse de la institución porque le impedía ser él mismo. La institución llegó a quitarle de en medio, pero su Espíritu es el que impregna nuestras vidas; es el que posibilita la gestación que el momento histórico necesita. Para ello respondimos a su llamado.
Decir no puede parecer negativo, pero puede posibilitar cerrar sótanos para abrirnos a la luz. Ya desde la casa, su casa, lugar donde el Espíritu habita, los dos dan vida a Juan Bautista, que nos mostrará el camino que conduce a Jesús.
Y hoy nosotras damos vida a estas historias que están ahí para ser reencarnadas en los diferentes lenguajes de hoy.
Decimos no para poder decir sí y dejar que la vida siga su evolución.
ECLESALIA, 15/11/24.- ¿Estaba también flirteando con una periodista rubia, se lio con su último «smartphone» y no atinó a avisarnos…? ¿Cómo no frenó lo imparable? ¿Cómo el Dios del amor pudo permitir esos torrentes que arrasaron con todo…? ¿Dónde estaba Dios cuando el barro desbordado…?, se preguntan en algunos de los foros cristianos en los que estoy suscrito.
El camino espiritual comienza cuando dejamos de eludir responsabilidades y asumimos, tanto personal como colectivamente, nuestro destino, las consecuencias de nuestras acciones. ¿Y si Dios cuando el barro hasta arriba estaba invitándonos a repensar la civilización que hemos creado? ¿Y si nos estaba sugiriendo que por ahí no, que debíamos esbozar un mundo más en comunión con la Tierra nuestra Madre, más fraterno con cuanto palpita…?
La violenta riada desemboque en el lago calmo de la reflexión profunda, ineludible. Nos sobra quizás tanta rebeldía como estruendo de motosierras que arrasan con los hermanos erguidos, como cemento encajonando los ríos, como asfalto inundándolo todo… Hacemos y deshacemos a nuestro antojo, violando a menudo las Leyes superiores y después queremos a Dios en primera línea comandando los ejércitos de salvación. No se trataba de que el Eterno calzara katiuskas y agarrara la más grande de las escobas. Quizás era más cuestión de detenernos a meditar en medio del océano de destrucción y barro. Quizás era la oportunidad que necesitábamos parar reorientar nuestra brújula compartida.
Las pandemias, las danas, las crisis climáticas… nos van acercando interrogantes cada vez más mayúsculos e inquietantes. Quizás haya llegado el momento de atenderlos, de considerar que podría ser de otra forma, con supremo y sagrado respeto por todos los Reinos, por la entera Madre Naturaleza, por el bendito templo físico que a cada uno nos ha otorgado.
Gustavo Gutiérrez, marcado por la realidad del continente latinoamericano y lo que en su momento se definió como la opción preferencial por los pobres, planteó dos interrogantes para desarrollar su propuesta conceptual desde la teología:
“¿Existen dos órdenes paralelos, es decir, un fin autónomo y secular del ser humano y una revelación sobrenatural, de tal modo que el hombre se moverá en dos ámbitos del saber y de la vida, completamente separados e independientes uno del otro? y luego la que constituye una grave cuestión ¿cómo decirle al pobre que Dios lo ama?”
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Y es urgente responderla ya que, “la pobreza no es una fatalidad, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia. Es resultado de estructuras sociales y de categorías mentales y culturales, está ligada al modo como se ha construido la sociedad, en sus diversas manifestaciones”.
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Y algo tan cristiano tenía que poner de los nervios a los poderosos, por eso, ante los críticos vaticanos… En 2015, Gustavo Gutiérrez hablando sobre su obra publicada y traducida a 20 idiomas en 1971 con el título ”Una teología de la liberación: historia, política, salvación” afirmaba que esta propuesta teológica no podia asociarse con el marxismo porque:
“La teologia de la liberación, desde la primera hasta la ultima linea del libro, está en contra del marxismo porque para Marx el cristianismo era opresión y el trabajo de mi vida está comprometido con la idea de que el cristianismo es liberación”
Comentarios desactivados en “El que no recoge conmigo, desparrama”, por Carmiña Navia.
Esta frase, atribuida a Jesús de Nazaret, me lleva a pensar en otra de igual contundencia y realidad: el que no avanza, retrocede. Y me pregunto una vez más ¿qué pasa con la Iglesia Católica que se niega a avanzar como se lo exige su imprescindible necesidad de diálogo con la sociedad en que se mueve? La Iglesia padece esclerosis, definitivamente. Hay muchos síntomas de que esto es así. ¿Qué podemos hacer quienes creemos que vivir según la propuesta de Jesús, exige hacerlo desde una comunidad que no sólo apoye sino que confronte?
Veamos algunos ejes de esta parálisis eclesial:
Recién realizado el Vaticano II, aún en medio de confrontaciones y fuerzas contrarias, la mayoría de las parroquias vivieron un renacimiento en muchos ámbitos que animó los sueños de mujeres y hombres eclesiales. Las mujeres participaron como acólitas, lectoras, ministros de la comunión de los enfermos, tomaron parte en la predicación de la palabra… Mujeres y hombres laicos administraron los bienes parroquiales e hicieron parte de sus juntas de orientación y de gobierno. Se esperaron transformaciones más radicales de un lado, mientras se negaban de otro.
Pasadas unas décadas este entusiasmo se mermó y lo más grave: Nuevas generaciones de seminaristas que no vivieron los aires del Concilio, se formaron en paradigmas más tradicionales y apegados a fórmulas antiguas. Hoy, muchas de esas parroquias, han retomado prácticas conservadoras y los nuevos creyentes se manejan como si nunca hubiera habido búsquedas diferentes, definitivamente volvemos hacia atrás: comunión de rodillas, mujeres lo más lejos posible del altar en funciones significativas, nada que ver en los destinos reales de las parroquias…
Por otro lado se convoca el Sínodo de la sinodalidad… del que muchos esperaban un cambio rezagado por siglos. Pero el cambio no llega y el Sínodo no alcanza siquiera a maquillar la ceguera de siglos. La realidad realmente es muy dura.
Un hombre como Francisco, el Papa, capaz de vislumbrar muchas de las necesidades del mundo y de escribir encíclicas sobre las urgencias que nos exige la naturaleza o los reclamos de fraternidad, de corazón y amor que nuestras sociedades necesitan… parece no escuchar muchos clamores al interior de su propia comunidad eclesial y no se toma en serio la urgencia de transformación como condición imprescindible para no perder vigencia en un diálogo que el mundo de hoy no tolera sino desde igualdades reales y profundas. Este Papa, al que admiro por muchas de sus palabras y actitudes… no lo alcanzo a entender cuando se trata del tema femenino… ¿qué le pasa? ¿qué le pasa a la iglesia?
Ya antes de iniciarse la reunión sobre la sinodalidad, Francisco mismo veta cualquier acercamiento a lograr en la iglesia dignidad para la mujer: el tema del diaconado femenino no está maduro para debatirse… ¿Qué significa estar maduro y quién lo determina? No basta que lo pidan iglesias nacionales enteras (la de Alemania por ejemplo), no importa que lo pidan los órganos que coordinan las comunidades religiosas femeninas, no importa que lo pidan teólogos y teólogas o comisiones… No está maduro todavía… ¿Y sí madurará en medio del silencio y la omisión?
Más allá del asombro y la protesta me pregunto de fondo: ¿Qué defiende la iglesia con esta negación a moverse? ¿Qué es lo que cree que teme perder? Porque no pienso realmente que a estas alturas del desarrollo de los estudios bíblicos y de la conciencia crística se pueda defender que no se hace tal cosa porque Jesús no la hizo. Desde lo más hondo de mí tengo que pensar que lo único que pasa y que temen, es que los hombres pierdan el monopolio del poder.
Todas las organizaciones en Occidente y la mayoría de las iglesias cristianas ya han abierto sus puertas a las mujeres. ¡Hasta el ejército! Pero la iglesia católica, no… ni siquiera permite discutirlo. Yo creo que este asunto reviste gravedad. Me resulta difícil además resolverlo -en el caso de Francisco, no de la mayoría de los varones eclesiales- con la respuesta del poder. No creo por todo lo que muestra en el conjunto de su pontificado que Francisco tema perder poder… ¿De qué está preso entonces en el tema del diaconado y la ordenación femenina?
Todavía en la Iglesia Católica los hombres tienen temores al “oscuro universo de la mujer”, es la única conclusión que se me ocurre. Todavía tal vez de manera inconsciente piensan que su “impureza” contamina el ámbito sagrado… No creo poder hallar razones diferentes en estos momentos de la discusión y claridad teológico-bíblica. Y esto sin abordar en estas reflexiones el problema inmensísimo de la pedofilia y de los abusos sexuales por parte de los sacerdotes…
Percibo además, un miedo indiscriminado al futuro. Como si el porvenir sólo exigiera desviaciones y caminos errados. La vida en abundancia, que prometió el Maestro no se puede encontrar con los ojos cerrados al mañana. La vida no está atrás en el retrovisor… la vida está adelante.
El evangelio nos habla claramente:
“He venido para que tengan vida…
En esto conocerán que son mis discípulos…
Los que hagas a un pequeño de estos, me lo harás a mí…
Hay que perdonar al hermano setenta veces siente…
Poner la otra mejilla…
Sanar a los heridos y enfermos…”
No hay chance de perderse… entonces ¿por qué tantos temores de romper cadenas y ensayar pasos nuevos?
Ojalá la fuerza del Espíritu irrumpa, expulse los temores y haga abrir las ventanas. De lo contrario, un diálogo con mundos del mañana resultará imposible.
Comentarios desactivados en “Cosas disconformes”, por Dolores Aleixandre.
Capilla de la Ciudad Financiera (😱😳🙄)
De su blog Un grano de mostaza:
Es grave si lo “disconforme” no nos genera perplejidad
Es una expresión que oigo decir a veces a amigos gallegos y disconforme me parece un adjetivo excelente para describir hechos o dichos que nos generan perplejidad y desajuste. La he pronunciado para mis adentros este año al escuchar en la fiesta de la Exaltación de la Cruz el texto de las serpientes que picaban a los israelitas y el estandarte que hizo Moisés por orden divina. Cada año vuelven en la liturgia las dichosas serpientes y por más que intento levantar la mirada al estandarte y ver la cruz, me despisto y veo a Harrison Ford luchando con ellas en una escena de En busca del arca perdida.
A propósito de miradas, me viene a la memoria algo de verdad disconforme y que me resultó especialmente impactante en la retransmisión de la boda de Felipe VI, que ya son años. Se movía la cámara por aquel escenario deslumbrante de elegancia, oros, brocados, pamelas, colas y mitras cuando, de pronto, enfocó con un primer plano el enorme Cristo que estaba junto al altar. Aquella presencia resultaba absolutamente disconforme, tenía algo de inconveniente e inoportuno. Se me ocurrió pensar que menos mal que estaba ya allí antes de llegar los invitados porque, de lo contrario, un ujier en la puerta le hubiera impedido la entrada: lo mismo que en la parábola, no solo no llevaba traje de fiesta, sino que estaba casi desnudo.
Para respirar después de algo tan serio, otro primer plano más ligero con algunos titulares de prensa recientes: en el décimo aniversario de la muerte de un famoso banquero de apellidos doblemente dobles, leo en la esquela: “El Banco XX celebrará una misa (¿?) en la capilla de la Ciudad Financiera”. Como ese mismo día hubo otro homenaje paralelo con ceremonia religiosa y cena en el Hotel Ritz para cerca de 150 personas, el titular resultaba inevitable: “Duelo de misas en memoria del banqueroZZ”, así como el comentario: “En algunos círculos del banco no ha gustado demasiado que hubiera otros actos contraprogramando la misa oficial (¿?)”.
Si cosas como esta no nos resultan disconformes, algo grave nos está pasando.
Dios mío, estoy seguro de que eres veraz y que nunca mientes. Permíteme permanecer firme en la fe y no ceder a la duda. No porque mi oración sea buena, sino porque Tú eres la verdad. Padre mío, anima y fortalece al hombre débil que soy con tu santa Palabra. A menudo tengo dificultades para aceptar Tu voluntad para mí. Dame la fuerza para ser obediente para no sucumbir a la tristeza.
Enséñame, oh Padre, a no limitarme a mí mismo ni a mis hermosas empresas, sino a esperarlo todo de tu bondad incansable. Que la tristeza de vivir, muchas veces en desacuerdo con Tu voluntad, no me abrume, sino que Tu misericordia se extienda a toda mi vida y la fertilice.
*
Martín Lutero, Firme en la fe,
en: Michael Lonsdale, Y mi boca pronunciará vuestras alabanzas – Mis más hermosas oraciones (Philippe Rey, 2013)
Comentarios desactivados en Predica el evangelio en todo momento y cuando sea necesario usa palabras. San Francisco de Asís
Del blog de Alfonso J. Olaz, El Rincón del Peregrino:
Predicar el evangelio primero con los tuyos: mujer, hijos, padres, hermanos
Luego con el resto
Cuando amas estás bien
Todo está bien
No te preocupas a quién amar
Ni cómo, ni por qué
Solo te ocupas en lo que él quiere
Siempre en paz, siempre estar en paz No estar en guerra para predicar, no ser un mercenario del anti-evangelio
¡Haciendo siempre lo que él quiere y eso nunca falla!
Sí, amas
Tu ego está anulado
Si no tienes ego
Eres humilde, una bendición
Muchos cristianos en la Iglesia se afanan en predicar
En tener muchos adeptos a su causa, llenar comunidades
¡Que sepan que son muy buenos!
Esos ya recibieron su paga
Y se olvidan del evangelio del pobre de Nazaret.
Para hacer un Evangelio a su medida.
¿Y tú de quién eres?
Jesús no fue un guru del marketing, ni de las redes sociales
Ni un vendedor de humo.
Habló claro, para todo el mundo
Pero nadie le entendió.
Su revolución fue la del amor
Fue muy exigente, el amor es muy exigente para liberar al hombre del pecado
El hombre, hasta que no sea humilde y sencillo de corazón No será evangelio, ni podrá predicarlo
Y el ego, la vanidad y el orgullo no son evangelio, no son de los amigos de Jesús de Nazaret
Predica el evangelio con humildad; sin esto ya no será evangelio, será otra cosa
El que hace todo no eres tú.
Es Jesús.
No te afanes en hacer grandes planes para evangelizar Afánate en ser sencillo y humilde, siempre humilde Y él hará la obra que quiere de ti.
Todos los logros son de Él.
Tú no tienes ningún mérito.
El mérito es de Él, por amarte cada día, por aguantarte todos los días
Solo tú haces lo que tienes que hacer
Lo que él quiere
Que des testimonio de él
Que des testimonio de ser hijo de Dios
Porque eres su hijo
La letra, la literalidad, el legalismo frente a cualquier texto bíblico no refleja la voluntad de quienes lo escribieron, sino la dificultad que tiene mucha gente hoy para aceptar que viven en un mundo construido por fragmentos de historia, enunciados cercenados, relatos hechos pedazos, ritos recodificados y formas de autoridad teatralizadas. 1
Apropiarse y esconder con la Biblia los propios miedos e inseguridades ante la realidad que tantas veces nos desconcierta es una cobardía. Cuando tras la crucifixión los discípulos estaban escondidos por miedo a lo que pudiera ocurrirles, se les apareció Jesús y les dio el Espíritu (Jn 20,22), ese que como el viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido pero no sabes de dónde viene ni a dónde va (Jn 3,8). El Cuarto Evangelio no solo llama a una vida que nos hace libres, sino que su propia creación es un ejemplo de esa vida y de esa libertad, de la forma en la que el Espíritu actúa.
Hay gente que es divina, nosotras somos testigues de cómo diviniza la masculinidad, la heterosexualidad, la normalidad, la blancura de la piel, el alzacuellos, la riqueza, el binarismo, los cuerpos perfectos, o el apellido. Como es capaz de construir seres (in)humanos sólides, compactas, sin fisuras. Y quizás para esa gente divina la literalidad de la Biblia, como el mantenimiento de sus privilegios, es un bien y un regalo divino que están dispuestas por todos los medios a proteger.
Las persones queer no tenemos la suerte de poder leer así el Cuarto Evangelio porque, al igual que él, nos hemos construido a trozos. Además no todos nuestros trozos son hermosos, algunos de ellos contienen fragmentos de rechazo, de vergüenza, de odio, de fracaso, de errores cometidos y de otras cosas de las que no estamos orgulloses. Trozos que nos implantaron cirujanos divinos que no nos amaban, o que nos esculpimos nosotres con nuestras propias manos. Con todos esos pedazos –los buenos y lo no tan buenos– tratamos de construirnos, de crear una identidad frente a –y con– las demás, y no es fácil hacerlo porque se nos ven las costuras con las que tratamos de juntarlos, y las contradicciones son a menudo demasiado evidentes.
Pero como en el Cuarto Evangelio, estoy convencido de que las costuras y las contradicciones pueden llegar a decir más sobre nosotres que los trozos que unen, porque es en ellas donde se manifiesta nuestra determinación por seguir a Jesús, por dar sentido a nuestras vidas y a las de las personas que tenemos cerca. En ellas se vislumbra la esperanza queer, esa que no está dispuesta a rendirse nunca, y a reescribirse todas las veces que sea necesario para tener vida. Una vida auténtica que –como dijo el personaje de La Agrado en la película Todo sobre mi madre– nos permita parecernos lo más posible a eso que siempre hemos soñado de nosotras mismas. O incluso, que vaya más allá de nuestros sueños, para crear sueños compartidos de liberación.
Carlos Osma
Fragmento del libro El Discípulo Queer Jesús ∀maba
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Comentarios desactivados en “Profetas de ayer y de hoy”, por Miguel Ángel Mesa
De su blog Otro mundo es posible:
Profetas de ayer y de hoy
«¿En dónde están los profetas que en otro tiempo nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar, para andar…?»
(Ricardo Cantalapiedra).
Tal cómo nos presentan las cosas la radio, la televisión o los periódicos, no se ven muchas salidas a la crisis económica y sistémica de nuestro mundo actual.
Nos preguntamos dónde están los grandes hombres y mujeres que pueden transformar esta situación, cambiar las estructuras, defender a los más débiles y desesperanzados.
Creemos que ya no hay profetas, pues los que han dejado huella han muerto ya o son demasiado mayores para seguir enfrentándose a las nuevas realidades: Pedro Casaldáliga, Vicente Ferrer, Munzihirwa, Teresa de Calcuta, Simone Weil, Helder Cámara, Etty Hillesum…
Estos pensamientos solo nos pueden servir para echar balones fuera, sin abrir los ojos para vislumbrar los nuevos profetas de nuestros días, eludiendo nuestra responsabilidad y nuestro compromiso para cambiar y mejorar la realidad.
Porque sigue habiendo grandes profetas, personas que en nuestros días siguen luchando por la paz, la justicia y la libertad desde lo concreto del mundo de hoy: el Papa Francisco, Joan Chittister, Jon Sobrino, Ivone Gebara, Leonardo Boff… y otras muchas personas, hombres y mujeres, sin tanto renombre, que siguen trabajando cada día con enorme ilusión, sin caer en el desánimo, en nuestro barrio, ciudad o país.
Ellos y ellas siguen denunciando cualquier injusticia que se cometa contra cualquier ser humano, en cualquier lugar en que se encuentre. Pero no solo denuncian, sino que, sobre todo, anuncian con sus propias vidas, su esfuerzo y compromiso, que las situaciones, desde las más nimias y cotidianas hasta las que se mueven por las alturas estructurales, pueden ser transformables, humanizables. Así aportan su granito de esperanza, tan necesario para seguir viviendo.
Existen en nuestro mundo demasiados voceros de calamidades. Por eso, los profetas verdaderos se distinguen de los falsos, en que son portavoces de buenas noticias, de ilusión y buen vivir (que es muy distinto a vivir bien).
Esto no quiere decir que sean unos ingenuos, al contrario, ellas y ellos abren sus ojos a la existencia concreta, para mostrar las causas y las consecuencias de las acciones sociales y políticas que atentan contra los más desfavorecidos del mundo. Son personas profundas, espirituales, con una gran mística de vida, que contemplan los signos de los tiempos, los reflexionan y los pasan por el filtro del corazón.
Es necesario que mostremos interés por conocer en profundidad a los profetas del pasado, que tanto nos han enseñado con su vida, su compromiso, su audacia, su simplicidad y apertura de mente a todo lo nuevo, pero también a los que nos siguen ofreciendo una nueva luz en nuestros días.
Reactualizando a unos y acompañando a los otros, tendremos que ir venciendo los recelos y obstáculos que encontremos en nuestro camino diario, para entregarnos de verdad a la misión que cada una/o nos sentimos ineludiblemente llamados.
No todos podemos llegar a las alturas humanas y espirituales de los grandes profetas de ayer y de hoy, pero sí que podemos vivir contemplativamente en el día a día, para comunicar esperanza, mediante la construcción junto a otras personas de otro mundo posible, más humano y digno, abierto a la trascendencia del ser humano, a los valores que nos lleven a crecer de día en día como hombres y mujeres nuevos.
«Felices quienes no se muestran como profetas, ni se lo creen, sino que sienten el deber de amar, denunciar y ofrecer esperanza a quienes se ven privados de ella».
Comentarios desactivados en “El Corazón de Jesús, según Arrupe”, por Pedro Miguel Lamet.
Leído en su blog:
Ante la “Dilexit nos”
El lector encontrará en esta y otras webs lúcidos análisis y comentarios sobre la Dilexit nos. Mi intención aquí es complementaria, ofrecer la óptica que el padre Pedro Arrupe aportó sobre esta devoción en un momento delicado de la Iglesia del siglo XX.
Tras la celebración del Concilio Vaticano II se produjo cierto rechazo, sobre todo a las formas un tanto decadentes con que esta devoción se había presentado, con imágenes kitsch y un tanto afeminadas.
Sin embargo, personalidades de la importancia de Teilhard de Chardin, Karl Rahner y Pedro Arrupe, desde una perspectiva mística, han ampliado y contextualizado este culto, que no es otro que poner el acento de la vida espiritual en el amor
Parecía, desde el principio de su trabajo de misionero, convencido de que la fuerza de sus acciones no dependía de él. Por eso, donde pasaba, dejaba siempre un poco de corazón y como no quería que fuera el suyo, dejaba el Corazón de Jesucristo
Después de muerto se encontró en su habitación una tarjeta postal con la imagen del del Sagrado Corazón, impresa monocroma en tono verdoso oscuro, en cuyo reverso tenía escrita la fórmula de su voto de perfección
Quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza”
Ante las reacciones emocionales y las alergias que se han manifestado hace algunos años, relativas a la expresión “Sagrado Corazón”, fenómeno que tiene en parte su origen en ciertas exageraciones y manifestaciones de la afectividad, me ha parecido que era necesario dejar pasar un tiempo
El amor personal hacia Jesucristo (hacia los miembros de la Compañía) es absolutamente necesario y base para la identificación con Él; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los míos
Para Teilhard, la hoguera que derrama su llama ha sido un poderoso símbolo para expresar una realidad ontológica, misteriosa pero no por ello menos real, el influjo del amor de Cristo que penetra, transfigura y consagra a todo el universo
“A Dios se le descubre por la dimensión del enorme vacío que esa ignorancia o esa negación ha dejado en nuestro corazón”. Con un consiguiente sentido comunitario: “Más que comunidad de fe -aunque también lo es- es la comunidad de amor que nace de la comunidad de fe”.
| Pedro Miguel Lamet
La reciente publicación de Dilexit nos, cuarta encíclica del papa Francisco, trae al primer plano de la actualidad el tema de la devoción al Corazón de Jesús. El documento aporta, además de una relectura muy suya, humana-divina-social, de esta manera de enfocar el amor de Cristo en nuestras vidas, una compilación teológica, histórica y espiritual casi enciclopédica, porque sintetiza cuanto supone esta centralidad del sentimiento en el conocimiento de la fe y del mundo de hoy, donde no debería estar ausente un plus necesario de intuición y poesía.
El lector encontrará en esta y otras webs lúcidos análisis y comentarios sobre este brillante texto. Mi intención aquí es complementaria, ofrecer la óptica que el padre Pedro Arrupe aportó sobre esta devoción en un momento delicado de la Iglesia del siglo XX.
El corazón es un símbolo, si se quiere algo tópico, usado hasta por los niños para dedicar un dibujo a su madre o por cualquiera para felicitar al ser querido el día de San Valentín, pero siempre expresivo y universal. Los especialistas dicen que sin duda nuestros sentimientos residen en el cerebro, como tantas facultades del ser humano. Pero a nadie se le ocurre decir: “te quiero con todo mi cerebro”. Quizás porque el amor aumenta la palpitación y el calor en nuestro pecho y ahí situamos el centro de todo nuestro ser.
Aunque, como señala el papa, la devoción al Corazón de Cristo está de alguna manera presente en los albores del cristianismo, desde la herida que el centurión infringió con su lanza en el pecho de Jesús tras su muerte, y en el interés de otros muchos santos, todos conocemos su florecimiento a través de las revelaciones concedidas a santa Margarita María Alacoque en 1675, y su vinculación con la Compañía de Jesús, gracias al munus suavissimum, el encargo especial a los jesuitas de difundir esta devoción, recomendada por los papas y muy extendida por todo el mundo.
El problema vino después. Tras la celebración del Concilio Vaticano II se produjo cierto rechazo, sobre todo a las formas un tanto decadentes con que esta devoción se había presentado, con imágenes kitsch y un tanto afeminadas. También porque a algunas sensibilidades les molestaba tomar la parte por el todo, o centrar a Jesucristo, se decía, solo en una “víscera”. Sin embargo, personalidades de la importancia de Teilhard de Chardin, Karl Rahner y Pedro Arrupe, desde una perspectiva mística, han ampliado y contextualizado este culto, que no es otro que poner el acento de la vida espiritual en el amor.
Pedro Arrupe en concreto experimentó en su vida una vivencia muy profunda de esta devoción. Tanta que contamos con todo un libro, que contiene todos sus textos sobre la misma, titulado En él solo la esperanza. Para entender ese amor apasionado hay que conocer sus raíces, los momentos de su vida que desembocaron en ese amor apasionado por Jesucristo desde niño hasta que se convirtió en superior general de la Compañía de Jesús.
De la orfandad al “Disco de Arrupe”
El primer encuentro con el Corazón de Jesús data de su infancia. Pedro Arrupe, que ya había perdido a su madre en 1916, estudiaba brillantemente Medicina en Madrid , cuando es llamado diez años después a su natal Bilbao. Miraba entre lágrimas una escena desoladora: sus hermanas, alrededor del lecho de don Marcelino, su padre, que se ahogaba debatiéndose entre la vida y la muerte. Por un momento, Pedro se asomó a la ventana. Como otros años, Bilbao preparaba la procesión del Sagrado Corazón. Justo enfrente de su casa se estaba montando un altar y una alfombra de flores. Se vio de niño con su cirio en la mano, siguiendo a su enorme padre por las calles de Bilbao, sin faltar un año. Las lágrimas volvieron a sus ojos.
“Me asomé un momento a la ventana —escribiría Pedro— y vi al padre Basterra, SJ, que penetraba en nuestro portal. Bajé precipitadamente a su encuentro.
—¿Cómo está don Marcelino? —me preguntó.
—¡Mal! Ha perdido ya el conocimiento.
—¡Pobre Perico! ¡Cómo te prueba el señor! Pero mira —dijo señalándome la estatua del Corazón de Jesús, que en aquel momento colocaban en el altar de la calle—, ahí tienes a tu verdadero padre, que murió por ti, pero vive siempre a tu lado. Jesús fue desde entonces mi verdadero padre”.
Se trata del primer paso hacia su vocación de jesuita que se reforzaría con el conocimiento de la pobreza del extrarradio de Madrid. Durante el noviciado en Loyola, donde se distinguió ya por su simpatía, su oración y la austeridad consigo mismo, un tema frecuente de las conversaciones de Arrupe con sus compañeros era la devoción al Corazón de Jesús, algo que a través de los tiempos conservaría siempre sin pretender imponerla. En este tiempo de su formación llegó a hacer famoso “El disco de Arrupe”. Se trataba de un pequeño fascículo, donde Arrupe había sintetizado algunas notas sobre el Corazón de Jesucristo y la forma de practicar esta devoción. “El disco de Arrupe” corría de mano en mano en copias hechas a máquina y en formato de octavilla.
El ejemplar de “El disco de Arrupe”, que me envió antes de morir el padre Germán Arzuza, compañero de Arrupe, conserva un raro sabor a reliquia. Las páginas de este pequeño cuaderno, encuadernado en una endeble cartulina gris ondulada, amarillean de viejas. Consta de cuatro partes: I. Origen de la cuestión. II. Enorme trascendencia del asunto. III Razones de las dificultades que se encuentran en la práctica de esta devoción. IV. Cómo conseguir el verdadero espíritu y sentirlo. Su contenido es un buen resumen de los libros y pláticas de la época sobre el Corazón de Jesús. Arrupe conservará siempre esta devoción, como veremos, aunque evolucionará en su dimensión mística y en la forma de aplicarla a los demás con el paso del tiempo.
Tras sus estudios de filosofía en Bélgica, en vísperas de su ordenación sacerdotal, un compañero, que había sido connovicio suyo, Jesús Iturrioz, cuenta cómo llegó este momento tan importante para Pedro Arrupe. Fue un tiempo en el que profundizó en los fundamentos teológicos de la devoción al Corazón de Jesús. Él pensaba que esta devoción era una estrategia para la obra de la redención: “No me resigno a que cuando yo muera siga el mundo como si no hubiera vivido”; y, pocos días después, añade: “¡Somos tan poco, podemos tan poco y la obra de la redención es tan grande!”.
En una nota manuscrita de ese tiempo escribe: “Mis ministerios y mis obras cotidianas, mi trabajo, el de hoy también, superarán en fruto (no en futuro, sino en presente), superan mis esperanzas… ¡Señor, ensancha mi corazón para que espere, como ensanchaste el tuyo para amarnos!». Días después entrega al padre Iturrioz una oración al Corazón de Cristo, que lleva por título Magister adest et vocat te (“El Maestro está aquí y te llama”: Jn. 11,28)) , y que había compuesto en agosto de aquel año, un texto muy revelador de la entrega incondicional de Pedro Arrupe. Cito la versión que siete años después reelabora en Japón, quizás superando algo del estilo pietista de aquellos años. Esta es pues su formulación definitiva:
Jesús, mi Dios, mi Redentor, mi Amigo, mi íntimo Amigo, mi corazón, mi cariño.
Aquí vengo, Señor, para decirte desde lo más profundo de mi corazón y con la mayor sinceridad y cariño de que soy capaz, que no hay nada en el mundo que me atraiga, sino Tú sólo, Jesús mío.
No quiero las cosas del mundo.
No quiero consolarme con las criaturas.
Sólo quiero vaciarme de todo y de mí mismo, para amarte sólo a Ti.
Para Ti, Señor, todo mi corazón, todos sus afectos, todos sus cariños, todas sus delicadezas…
Oh Señor!, no me canso de repetirte: nada quiero sino tu amor y tu confianza.
Te prometo, te juro, Señor; escuchar siempre tus inspiraciones, vivir tu misma vida.
Háblame muy frecuentemente en el fondo del alma y exígeme mucho, que te juro por tu Corazón hacer siempre lo que Tú deseas, por mínimo o costoso que sea.
¿Cómo voy a poder negarte algo, si el único consuelo de mi Corazón es esperar que Caiga una palabra de tus labios, para satisfacer tus gustos?
Señor; mira mi miseria, mi dureza, mi debilidad…
Mátame antes de que te niegue algo que Tú quieras de mí.
¿Señor, por tu Madre! iSeñor, por tus almas!, dame esa gracia…
En una de las estampas añade a su amigo: “Concede a este otro Jesús, a quien tanto amas. que llegue a ser un gran santo y un apóstol de tu S. Corazón. Para mí no te pido sino que: fiat mihi secundum verbum tuum. Para Ti: Adveniat Regnum tuum fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra”.
Un corazón para Japón
Cuando finalmente se cumplió su sueño de ser destinado a la misión de Japón, al lanzarse más y más a su apostolado, con motivo de consagrar al Corazón de Jesús la capilla de unas religiosas, se le ocurrió la idea de repetir esta experiencia con las familias japonesas. Él cuenta cómo, a veces, esta oración hecha desde la autenticidad y la sencillez provocaba la unión en la plegaria de personas de la misma familia que pertenecían al budismo y al sintoísmo, y a veces, también algunas conversiones. El modo de actuar del padre Arrupe provocaba ya una reacción de curiosidad y convencimiento… A quien conoce Japón y sabe de las dificultades para conseguir una conversión al cristianismo allí, no pueden dejar de sorprenderle los primeros éxitos del padre Arrupe. Por ejemplo, aquella familia católica cuyo padre era hostil a la fe cristiana, aunque permitía que la practicaran su mujer y sus hijos. Ella quería que Arrupe consagrara su casa al Corazón de Jesús. Pero el día en que el jesuita se presentó en el hogar, el padre estaba en casa. Arrupe no se arredró. Realizó la ceremonia. De pronto se abrió una cortina y apareció el padre, quien directamente exclamó: “Quiero bautizarme”.
¿Cuál era el secreto de esta eficacia? El padre Arrupe lo recordaría más tarde en numerosas homilías, entendiendo el Corazón de Cristo como el centro de su persona, su «yo» profundo. Así escribiría con los años: «En resumen, aquí tenemos también lo más sencillo y lo más profundo de la verdadera devoción al Sagrado Corazón. Mirando a ese libro “escrito por dentro y por fuera”, podemos aprender a Cristo, en el cual están escondidos “los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,3). Mirando y leyendo en ese crucificado con el costado abierto, veremos en Él al Hijo de Dios “que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte de cruz” (Fil 2,8). Y, yendo a Él, creeremos con esa fe que, si es verdadera, nos impulsará a las obras. Obras de amor a Dios, sin duda, pero de un amor que se ha de manifestar en el amor a los hermanos.
“Si el amor de Dios es tan grande que nos dio a su Hijo unigénito, ‘Dios ha amado tanto al mundo que nos da a su Hijo unigénito’ (Jn 3,16), nuestra respuesta a ese amor ha de ser la entrega absoluta a Cristo y a los hermanos; ‘Haceos, pues, imitadores de Dios, como hijos queridísimos y caminad en la caridad, como el mismo Cristo os ha amado y se ha dado a sí mismo por nosotros, ofreciéndose a Dios en sacrificio adorante’ (Ef 5,1). Por eso ha podido escribir Pío XII que en el culto al Sagrado Corazón “se contiene el resumen de toda la religión y también la vida más perfecta’”.
Este estilo de vida era ya el secreto más profundo del joven padre Arrupe. Por los barracones del Settlement, en sus primeros contactos japoneses y mientras se le veía ir de aquí para allá con ese espíritu inquieto y alegre, tenía aires de enamorado, de un gran enamorado del “yo central” de Cristo. Parecía, desde el principio de su trabajo de misionero, convencido de que la fuerza de sus acciones no dependía de él. Por eso, donde pasaba, dejaba siempre un poco de corazón y como no quería que fuera el suyo, dejaba el Corazón de Jesucristo. Era el secreto de un espíritu universal que estallaría más tarde… Por eso, ya de provincial, consagraría el 25 de julio la provincia del Japón al Corazón de Jesús.
Cariño de padre
Elegido superior general de la Compañía de Jesús en 1965, nunca olvidará esta especial devoción. Se reitiró a Villa Cavalleti, cerca de Frascati, el 24 de julio para dedicar diez días a hacer Ejercicios Espirituales. En un cuaderno de apuntes espirituales aparece en ellos un corazón generoso al estilo ignaciano, abierto al “universo mundo”, a la Iglesia, al Papa; un auténtico misionero, y un hombre de intensa oración, unido con Dios no para sí mismo, sino en función de los demás y en particular de los jesuitas. Así, sin quererlo, autodefinirá lo que en realidad llegará a ser su generalato: “El general es el jefe, pero es cabeza y padre. Es gobernante y administrador; de ahí la amabilidad, cariño, llaneza de padre, la claridad, determinación, firmeza…, comprensión, amabilidad humanas, cariño y amor».
Siente que Dios le pide una gran abnegación, convertirse en un “servidor”, “un pequeño” según el estilo evangélico, lo que le comunica “una fortaleza extraordinaria”. Estos densos apuntes confirman además la tesis de que el padre Arrupe había hecho un “voto de perfección” a Dios, un compromiso voluntario de buscar su voluntad y cumplirla, eligiendo lo que más a ello conduce, durante los último años de formación. “Ahora tengo que observarlo con toda diligencia, pues en esa diligencia en observarlo estará también mi preparación para oír, ver y ser instrumento del Señor”, añade. Después de muerto se encontró en su habitación una tarjeta postal con la imagen del del Sagrado Corazón, impresa monocroma en tono verdoso oscuro, en cuyo reverso tenía escrita la fórmula de su voto de perfección. Se trata de una promesa ante Dios de elegir entre dos opciones la más espiritualmente perfecta.
En su menuda y veloz escritura reaparece su particular devoción al Corazón de Jesús y a la Eucaristía: “Presencia real de Cristo, de mi amigo, de mi gran jefe, pero al mismo tiempo mi íntimo confidente. La obra es de los dos: él me comunica sus planes, sus deseos; a mí me toca colaborar “externamente” en sus planes, que Él ha de realizar internamente con su gracia. Qué obra tan grandiosa la que Él pone en mis manos; eso exige una unión de corazones completa, una identificación absoluta, ¡Siempre con Él! Y Él nunca se apartará! Yo tengo que mostrarle confianza y fidelidad. Nunca separarme de Él. Pero la raíz está en ese amor de amicitia”(amor de amistad), en sentirse el alter ego de Jesucristo. Con una humildad profundísima, pero con una alegría y felicidad inmensas también. ¡¡Yo siempre con El!! Siempre colgado de sus labios y sus deseos. ¡Qué vida tan feliz! ¡Gracias Dios mío! ¡Aquí me tienes, Señor!”
Aprovechando la referencia a Dios, un periodista de la televisión italiana, RAI le preguntó durante una entrevista:
–A esta palabra, «Dios», se le han atribuido muchas imágenes a lo largo de la historia. Son imágenes de Dios especialmente para el uso y consumo de los poderosos, para evitar la sublevación de los esclavos. Pero, ¿quién es ese Dios para el padre Arrupe?
El realizador del programa televisivo selecciona un primer plano. El piloto rojo se ilumina sobre la cámara, que realiza un travelling de acercamiento sobre el General de la Compañía de Jesús. En la mirada de Arrupe hay entusiasmo.
—Para mí lo es todo, ¿no? Para mí lo es todo; por lo tanto, el rostro de Dios no sabría describirlo; no me lo imagino con un rostro, pero es algo que llena completamente mi vida y que aparece en la fisonomía de Jesucristo, en el Jesucristo oculto, naturalmente, en la Eucaristía, y después en mis hermanos, en los hombres, que son imagen de Dios; de modo que creo que esto, para mí, lo resume todo ¿Quién es Dios para usted? La respuesta, pues, es muy sencilla: Todo.
Más tarde, Arrupe completará esta respuesta. Jesucristo es el motor de la vida del padre Arrupe. “Fue mi ideal desde mi entrada en la Compañía, fue y continúa siendo mi camino, fue y es siempre mi fuerza. Creo que no hace falta explicar mucho lo que esto significa: quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza.”
Amor personal
Esta interioridad cristocéntrica la concreta Pedro Arrupe en la imagen del Corazón,que aprendió en su noviciado y conservará íntimamente hasta el fin. Y sin embargo, durante su generalato habla mucho de Jesucristo y no demasiado del Corazón de Jesús. “Hay una razón que podríamos calificar de pastoral –explica–, especialmente respecto a la Compañía. Ante las reacciones emocionales y las alergias que se han manifestado hace algunos años, relativas a la expresión “Sagrado Corazón”, fenómeno que tiene en parte su origen en ciertas exageraciones y manifestaciones de la afectividad, me ha parecido que era necesario dejar pasar un tiempo, durante el cual esta carga emocional, comprensible, pero en cierto modo poco racional, desapareciera.» Arrupe entiende el “corazón” como “centro”, “fuente” (Ur-Wort), palabra primigenia, llena de significado.
Por eso, en 1972 decide cambiar la fórmula existente de consagración de la Compañía al Corazón de Jesús, vigente desde tiempos del General padre Beckx (1872). Con este motivo, había encargado a los jesuitas Schwendimann y Solano que prepararan la nueva redacción. Ya se había realizado una edición de treinta mil ejemplares con este texto, cuando, haciendo sus Ejercicios espirituales, llamó al padre Luis González un día después de cenar y le contó que el padre Giuliani se había ofrecido a llevarle a La Storta –capilla a las afueras de Roma, donde Ignacio de Loyola, después de rogar a María que “le quisiese poner con su Hijo”, vio claramente que “Dios Padre le ponía con Cristo”, y donde Jesús le llegó a decir: Quiero que tú nos sirvas”–, y que mientras estaba orando en aquella capilla se le había ocurrido escribir allí mismo la nueva fórmula de consagración.
El texto, austero y profundo, viene a situar la entrega del jesuita actual como una prolongación de la gracia e iluminación recibida allí por Ignacio. Sobre este amor apasionado a Jesucristo ya hemos citado algunos párrafos de sus apuntes de Ejercicios apenas elegido general. He aquí otro revelador: “El amor personal hacia Jesucristo (hacia los miembros de la Compañía) es absolutamente necesario y base para la identificación con Él; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los míos y querer el mío… Llegar a esa identificación es el ideal y el secreto de la verdadera santificación y del verdadero desempeño de mi papel de general, ya que no soy sino instrumento racional de Él; no solamente un segundo subordinado (en el sentido humano), sino un verdadero instrumento que no debe actuar sino movido por la causa principal. ¡Qué alegría y felicidad poder llegar a esto!”.
En sus cartas personales Pedro Arrupe con frecuencia se refiere al Corazón de Jesús. Como testimonio de la delicadeza con que Arrupe trataba personalmente algunos casos de tribulación de algunos jesuitas veteranos, Facundo Jiménez, SJ, me facilitó esta carta que le impresionó vivamente, fechada el 30 de noviembre de 1967: “Querido padre Jiménez: Un poco más aligerado del trabajo de estas últimas semanas, deseo yo mismo agradecerle su sincera carta del día 5 del pasado mes de octubre en la que filialmente me abre su corazón apenado por las deficiencias que ve actualmente en la Compañía. Dios le ha de pagar mucho la vida de oración y sacrificio que ofrece por la renovación de nuestra Compañía. Siga haciéndolo así sin dejar de fomentar una ilimitada confianza en el Corazón de Jesús que sabe sacar bienes de los males que nos afligen y de nuestras mismas faltas y pecados. Ojalá los que se apenan por el estado de la Compañía le imitasen a usted...”
Más adelante, el 3 de diciembre, un sacerdote, Francis Peter Takezoe Tamotsu, herido por la bomba atómica y convertido a la fe cristiana por el padre Arrupe, le escribe desde el Japón cuando este se encontraba ya enfermo en Roma:
“Mi admirado y querido padre Arrupe:
Jamás olvidaré aquel histórico día, hace ya treinta y ocho años, en que se arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima. Actualmente estoy leyendo con enorme interés el relato que unos meses después publicó usted en el Catholic Digest. Y me hago perfecta cuenta de la necesidad de seguir orando por la verdadera paz, que hará posible que dicha tragedia no vuelva a producirse.
Hoy he recibido una carta del profesor Kanzawa en la que me refiere su encuentro con usted en Roma. Me ha emocionado profundamente. ¿Cómo se encuentra usted? Rezo siempre por usted, confiando en la providencia del amor del Corazón de Jesús.
Hace treinta y ocho años, el 6 de agosto, cayó la bomba atómica sobre Hiroshima.
Hace treinta y ocho años, el 9 de agosto, cayó la bomba atómica en Nagasaki.
Hace treinta y ocho años, el 15 de agosto, se produjo la rendición del Japón.
Estas sucesivas tragedias me llevaron al borde de la desesperación. Fue en abril de 1946, a mi regreso de Shanghai a Hiroshima, cuando, sin saber qué hacer ni adónde dirigirme, tuve la suerte de conocer al señor Matsuda, un católico, que me llevó un domingo al noviciado de Nagatsuka y me presentó a usted.
En aquel momento, mi desesperación se trocó en esperanza y mis tinieblas en luz; mi corazón se llenó de valor, esperanza y gozo. Mi encuentro con usted significó mi verdadero encuentro con el Señor Jesús.
Desde entonces mi corazón arde en amor con una plegaria. Cuando pienso en usted, me siento confortado por el amor del Corazón de Jesús”.
El fuego cósmico de Teilhard de Chardin
Quizás la síntesis más completa del del pensamiento teológico y existencial del padre Arrupe acerca del Corazón de Jesús se encuentre en su artículo “El Corazón de Cristo, centro del misterio cristiano y clave del Universo”, publicado en inglés en Estados Unidos con motivo del I Centenario de los Misioneros del Sagrado Corazón y presente en este libro, donde parte de su concepto del corazón como centro Urwort, palabra primigenia, que evoca más de lo que dice, como interpretativa de la historia de s la salvación del que quiso definirse como “manso y humilde corazón”, puesto que vive en el corazón del hombre y es manifestación y portador del amor del Padre; “pasó haciendo el bien”, predicó el amor al enemigo, al pecador y nos enseña a amar “como yo os he amado”, pues “Dios es amor, y todo el que ama, puesto que el amor es de Dios, ha nacido de Dios y conoce a Dios”. En este texto Pedro Arrupe se muestra contrario a la disociación entre el amor de Dios y el amor del hermano.
Sobre el sentido cósmico de este amor Arrupe cita a Teilhard de Chardin. Para comprender su importancia he de acudir a una experiencia personal. Cuando le visité en Roma ya muy enfermo por la trombosis con el fin de recabar datos para mi biografía tuve experiencias muy impactantes sobre su aceptación, su marginación y desautorización en aquel momento, y la gran fe y confianza con que vivía aquel martirio incruento. Pues bien, como apenas podía leer entonces, a causa de su enfermedad, tenía en las manos un libro de gran formato en imágenes sobre Teilhard de Chardin, el gran científico, filósofo y teólogo que no pudo ver publicadas sus obras en vida. y que Arrupe defendió en su primera rueda de prensa como general. En su libro La oración del P. Teilhard de Chardin Henri de Lubac, SJ nos cuenta que éste tenía siempre una imagen del Sagrado Corazón en su breviario . Tenía la costumbre de decir la misa del Sagrado Corazón los primeros viernes de mes y de recitar las letanías del Sagrado Corazón, hacia las que sentía la mayor admiración. “El Corazón de Cristo es algo más que el Corazón roto por nuestros pecados. El Corazón de Cristo es el centro de todos los corazones, de cuya plenitud todos hemos recibido, el manantial de toda santidad, la fuente de toda gracia, el horno ardiente que envía sus rayos de amor a través de todo el universo” Para Teilhard, la hoguera que derrama su llama ha sido un poderoso símbolo para expresar una realidad ontológica, misteriosa pero no por ello menos real, el influjo del amor de Cristo que penetra, transfigura y consagra a todo el universo. (P. Wenisch, SJ, Teilhard De Chardin y la Devoción al Sagrado Corazón, Dehoniana 1975/7, 1-12)
Arrupe lo cita porque “hizo compatible la más honesta investigación científica con una increíble ternura y penetración espiritual. Teilhard profesó una apasionada adhesión al corazón de Cristo”. El Sagrado Corazón era su punto omega del universo. El mundo tiene un corazón y ese es el Corazón de Cristo, hacia el que todo converge. Arrupe concluye que dicho amor es trinitario y que en un mundo caracterizado por la increencia, “ a Dios se le descubre por la dimensión del enorme vacío que esa ignorancia o esa negación ha dejado en nuestro corazón”. Con un consiguiente sentido comunitario: “Más que comunidad de fe -aunque también lo es- es la comunidad de amor que nace de la comunidad de fe”.
Pedro Arrupe fue un hombre que se adelantó a su tiempo en temas que hoy están reconocidos como prioridades indiscutibles: la inculturación, el diálogo con los increyentes, la promoción de la justicia como consecuencia de la fe, la solidaridad universal, la importancia de las migraciones, el grave problema de los refugiados, el racismo, la situación de la mujer en la Iglesia y el capitalismo salvaje o pensamiento único. Todos ellos los afrontó el padre Arrupe ya desde el siglo XX, siempre con espíritu de fe y optimismo. “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”, decía. Tanto que sus últimas palabras antes de morir fueron “Para el presente amén, para el futuro aleluya”.
Creía necesario recordar con este artículo que un hombre, tan de hoy, con el futuro en la médula profesó en vida esta singular devoción. Sin duda la fuente de toda la energía y la fuerza que le acompañó siempre y sobre todo en sus nueve años de calvario residían en un corazón de hombre que él expandió hasta fundirse místicamente con el fuego infinito del Corazón de Jesús.
Comentarios desactivados en Camino, verdad y vida.
Ahora que no hay novedad en nuestras vidas
ni en los caminos de la historia,
ni en nuestra memoria personal y colectiva…
es tiempo de reflexionar y ahondar
en todo lo que llevamos a cuestas,
y en las zonas yermas del mundo
y de las entrañas nuestras.
Ahora que tu palabra rompe nuestros planes
y el horizonte se nos nubla y cierra,
y en los caminos se mezclan tantas huellas…
es tiempo de hacer silencio,
de olvidar los tristes sentimientos,
de acoger tu insólita propuesta
y dar testimonio de la verdad.
Llegará un día en que la libertad no sea un sueño,
en que las fronteras desaparezcan
y los seres humanos seamos respetados
y encontremos en el otro a un hermano;
un día en que no haya clasificación de personas
por su color, dinero o raza,
ni por su poder, religión o condición social…
Llegará un nuevo día en que la verdad
resplandezca y alumbre a todas las personas
y no necesite protección ni ser explicada;
un día en que este mundo sea distinto,
se llene de verdades, sueños y proyectos
y se parezca ya al reino definitivo
que estamos llamados a crear juntos.
¡Pronto llegará un nuevo día, tu día, Señor,
pues Tú eres el camino, la verdad y la vida
aunque los nuevos Pilatos sean escépticos!
Comentarios desactivados en El viaje hacia la inclusión es un viaje hacia el sueño que Dios tiene para nosotros
Paraíso, de Giusto de’ Menabuoi (c. 1320–1391)de cúpula con frescos del Baptisterio de Padua, detalle (1375-1378)
La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0. Mark Guevarra,
Las lecturas litúrgicas de hoy para la Solemnidad de Cristo, Rey del Universo, trigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
El reino de Dios consiste en SER en plena unión: en comunión. El reino consiste en estar en común: en unión con los más grandes y los más pequeños, desde las células de nuestro cuerpo hasta las galaxias a millones de años luz de distancia, desde los multimillonarios hasta los más pobres entre los pobres. Y para entrar en plena comunión, empezamos por recorrer el camino de la misericordia y la gracia para nosotros mismos. Esto por sí solo es un viaje arduo y valiente. Y mientras recorremos ese camino, también lo hacemos con otros y, con la ayuda de Dios, les extendemos misericordia y gracia, incluso a nuestros enemigos, como manda Jesús. Y también extendemos misericordia y gracia a todos los seres vivos no humanos de la Tierra. Todo eso es el sueño que Dios tiene para nosotros y que Cristo proclamó con su nacimiento, vida, alegrías, sufrimiento, muerte y resurrección.
Después de que el Sínodo sobre la Sinodalidad terminara a fines de octubre, muchos católicos, incluido yo mismo, nos sentimos frustrados y decepcionados de que las personas LGBTQ+ no obtuvieran la inclusión total que nosotros y tantos en la iglesia hemos clamado por años. Para mí, el camino hacia la inclusión es también un camino hacia el sueño que Dios tiene para nosotros: la comunión. Sin embargo, lamentablemente, el miedo, la ignorancia voluntaria y la arrogancia son lo que impidió que este sueño se convirtiera en realidad.
Y, sin embargo, todavía podemos encontrar esperanza, que es obra de Cristo Rey, en la bienvenida del Papa Francisco a las personas LGBTQ+ y sus historias, y en las enseñanzas del documento final del Sínodo que el miembro principal del Ministerio New Ways, Brian Flanagan, ve como “semillas para el crecimiento y el cambio futuros en nuestra iglesia que, con la guía del Espíritu Santo y nuestro propio trabajo continuo por la justicia, podrían conducir a una aceptación más amplia de los católicos LGBTQ+“. Después de las elecciones en los Estados Unidos, muchas personas, no solo estadounidenses, sino canadienses como yo y otras personas en todo el mundo, estamos decepcionados. Se eligió a un líder que divide y demoniza, un líder que hace la vista gorda ante las experiencias vividas por las personas trans, un líder que alimenta el odio y la codicia. Estas cosas no son del reino de Cristo. Y, sin embargo, mientras navegaba por las redes sociales en busca de señales de esperanza, encontré una determinación más profunda de continuar la lucha por una sociedad inclusiva, compasiva, justa y equitativa.
Hoy, nuestra iglesia celebra el reino de Cristo: la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Es un día para renovar nuestra confianza en que Cristo reina en todas partes, especialmente en nuestros corazones. Es un día para renovar nuestra confianza en que Cristo ha formado el camino hacia la comunión y nos guía continuamente a todos por él. Esta renovación de la fe es lo que nos permite trabajar hacia la comunión plena incluso con aquellos que pueden no querer la comunión plena con nosotros: nuestros hermanos en la iglesia que continúan marginando y silenciando a las personas LGBTQ+ y conciudadanos que votaron por alguien que lidera con codicia y división.
La buena noticia es que es el reino de Cristo, no el nuestro. Estamos llamados a participar en la obra divina de la comunión y en la lucha divina de la inclusión, pero no somos los arquitectos de ella: Dios lo es. Confiar en esa verdad no es fácil, pero sí renueva nuestra esperanza y determinación.
En el programa Late Show con Stephen Colbert, poco después de las elecciones, Colbert compartió cómo le explicaría las elecciones a un joven de 14 años. Dijo, sin ironía, que tenemos que “comenzar con la suposición virtuosa de que las personas votan de la manera que creen que será mejor para ellas y sus familias”. Esta es, en efecto, una buena suposición, que se puede inferir de la enseñanza del Catecismo de que tenemos que dar a los demás el beneficio de la duda.
El invitado de Colbert esa noche, el analista político de CBS John Dickerson, católico de toda la vida, fue más allá y dijo que no debemos alinearnos con aquellos que quieren más riquezas, control y poder para sí mismos, sino con aquellos que también quieren brindar oportunidades a los demás, incluidos aquellos que no se sienten vistos y están perdidos, incluso los que están del otro lado. Esta noción habla del sueño que Dios tiene para nosotros y que estamos llamados a convertir en realidad. Debemos comenzar con la premisa de la buena intención y debemos luchar, como Cristo lo hace continuamente, para hacer realidad el reino de comunión, justicia y paz eterna de Dios.
En este Domingo del Reino de Cristo, renovemos nuestra confianza en Cristo Rey para gobernar nuestros corazones y mentes, y darnos poder para realizar la obra divina de hacer realidad el reino de Dios.
Comentarios desactivados en “Jesús ha cambiado todo y definitivamente para las mujeres…”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Jesús ha cambiado todo y definitivamente para las mujeres.
Con motivo de que el día 25 de noviembre es la Jornada de la Violencia contra las Mujeres
El historiador Tom Holland dejó de creer en la Biblia cuando era niño. Se sentía mucho más atraído por los dioses de la mitología griega y romana que por el héroe crucificado de la fe cristiana. Sin embargo, después de años de investigación, Tom Holland concluyó en su libro “Dominio. Una nueva historia del cristianismo” que incluso los occidentales seculares están profundamente influenciados por el cristianismo. En particular, sostiene que todos los lados de las discusiones actuales sobre género y sexualidad se basan en conceptos cristianos: “Que todo ser humano posee la misma dignidad no era una verdad ni remotamente obvia. Un romano se habría reído de ello. Sin embargo, hacer campaña contra la discriminación por motivos de género o sexualidad requiere un gran número de personas que compartan una suposición común: que cada persona tiene un valor intrínseco. Los orígenes de este principio no se encuentran en la Revolución Francesa, ni en la Declaración de Independencia, ni en la Ilustración, sino en la Biblia”.
En el pensamiento grecorromano los hombres eran superiores a las mujeres y el sexo era una forma de demostrarlo. “Lo que las ciudades conquistadas eran para las espadas de las legiones, así eran los cuerpos de las personas explotadas sexualmente para el hombre romano”, escribió Tom Holland. “Ser penetrado, ya sea hombre o mujer, significaba ser tildado de inferior”.
En Roma, “los hombres no dudaban en utilizar esclavos y prostitutas para dar rienda suelta a sus necesidades sexuales, como tampoco dudaban en utilizar el borde de la carretera como retrete”. La sola idea de que toda mujer tuviera derecho a elegir qué hacer con su cuerpo era ridícula.
El cristianismo rechazó este modelo. En lugar de ser consideradas inferiores a los hombres, las mujeres fueron creadas igualmente a imagen de Dios. En lugar de ser libres de utilizar esclavos y prostitutas (de ambos sexos), se esperaba que los hombres fueran fieles a una sola esposa o vivieran castamente y célibes.
El escenario descrito en El cuento de la criada, en el que un hombre se acuesta con una esclava, es precisamente una de las cosas que el cristianismo prohibió. El marido cristiano debía amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia (Efesios 5, 25). La relativa debilidad de su cuerpo no era una licencia para dominarla, sino una razón para honrarla como coheredera de la gracia de la vida (1 Pedro 3, 7).
Mientras que las familias romanas solían casar a sus hijas preadolescentes, las mujeres cristianas podían casarse más tarde. Una mujer cuyo marido había muerto podía permanecer soltera, pero también era libre de casarse con el hombre que quisiera, siempre que fuera en el Señor (1 Corintios 7, 39-40).
No es de extrañar que el cristianismo fuera tan atractivo para las mujeres. Jesús había cambiado todo y definitivamente para las mujeres.
Si pudiéramos leer los Evangelios a través de los ojos de un lector del primer siglo, el trato que Jesús dio a las mujeres nos sorprendería por completo. Su conversación más larga con un individuo registrado en los Evangelios es con una mujer samaritana de mala reputación (Juan 4, 7-30), y este no fue un incidente aislado. Jesús acogió repetidamente a mujeres a quienes sus contemporáneos despreciaban.
Una vez estaba almorzando en casa de un fariseo cuando una “pecadora” se invitó. Lloró a los pies de Jesús, los secó con sus cabellos y los besó. El fariseo se horrorizó: “Este hombre, si fuera profeta, sabría qué mujer es la que lo está tocando; porque es pecadora” (Lucas 7, 39). Pero Jesús le dio la vuelta al dueño de la casa y declaró que esta mujer era un ejemplo de amor (Lucas 7, 36-50). Dio la bienvenida a las mujeres que eran despreciadas por ser consideradas inmodestas. También dio la bienvenida a las mujeres consideradas impuras.
Un día, Jesús iba camino a sanar a una niña de 12 años cuando una mujer que había sufrido de sangrado menstrual durante 12 años pensó que con solo tocar el borde de su manto sería sanada. Tenía razón. Pero Jesús no continuó su camino como si nada hubiera pasado. La sacó de entre la multitud y alabó su fe (Lucas 8, 43-48).
Cuando Jesús finalmente llegó a la niña enferma de doce años, ella estaba muerta. Pero no era demasiado tarde. Hablando en arameo, su lengua materna común, Jesús dijo: “¡Muchacha, te digo, levántate!” y ella se levantó (Marcos 5, 41). Ya fueran niñas o prostitutas, extranjeras despreciadas o mujeres impuras por la sangre menstrual, casadas o solteras, enfermas (Mateo 8, 14-16) o discapacitadas (Lucas 13, 10-16), Jesús hizo tiempo para las mujeres y las trató con cuidado y respeto.
En el Evangelio de Lucas, a menudo se compara a las mujeres con los hombres, y cuando hay un contraste, las mujeres salen ganando. En los cuatro evangelios, las mujeres son las primeras en presenciar la resurrección de Jesús, aunque en aquella época el testimonio de las mujeres no se habría considerado fiable.
Podemos vislumbrar íntimamente las relaciones de Jesús con las mujeres al observar su amistad con dos hermanas. Nos encontramos por primera vez con María y Marta en Lucas, cuando Jesús está en su casa. Marta está ocupada sirviendo. María sentada a los pies de Jesús, aprendiendo con los discípulos. Marta se queja y le pide a Jesús que le diga a María que ella también debe servir.
Sin embargo, Jesús le responde: “María ha escogido la parte buena que nunca le será quitada” (Lucas 10, 42). En una cultura donde se esperaba que las mujeres sirvieran, no aprendieran, Jesús aprobó que María aprendiera de Él. Pero lejos de rechazar a Marta, Juan relata otro incidente en el que Jesús tuvo una sorprendente conversación con ella después de la muerte de su hermano Lázaro.
De hecho, parece que Jesús también dejó morir a Lázaro para poder tener esta conversación con Marta, a quien amaba (Juan 11, 5), en la que pronunció estas palabras que cambiaron el mundo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11, 25-26). Marta creyó y muchas mujeres también lo han hecho desde entonces.
En las marchas feministas se escuchaban y se escuchan a menudo consignas que acusaban o acusan al cristianismo de haber relegado a las mujeres a un papel subordinado. Y, sin embargo, no la mejor tradición cristiana ni, por supuesto, Cristo, sino que otra Iglesia no ha entendido al Maestro. Si por feminismo entendemos la recuperación de la dignidad de la mujer, Jesús fue ciertamente un gran feminista. En el pensamiento cristiano emerge la figura femenina, sin duda distinta a la masculina, pero con la misma dignidad y valor.
“También había mujeres mirando desde lejos. Entre ellas estaban también María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que le seguía y le servía desde que estaba en Galilea, y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén” (Mt 15, 40 -41).
“Después recorría ciudades y aldeas predicando y anunciando la buena nueva del reino de Dios. Con él estaban los doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios; Juana, esposa de Cuza, administrador de Herodes; Susana y muchos otros que ayudaron a Jesús y a los doce con sus bienes” (Lc 8, 1-3).
“Pero el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro, trayendo los aromas que habían preparado. Y encontraron que la piedra había sido quitada del sepulcro. Pero cuando entraron no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban perplejos por este hecho, he aquí se les aparecieron dos hombres con vestiduras resplandecientes; todos asustados, inclinaron el rostro hasta el suelo; pero ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Él no está aquí, pero ha resucitado; acordaos de cómo os habló cuando aún estaba en Galilea, diciendo que el Hijo del Hombre debía ser entregado a hombres pecadores y ser crucificado, y resucitaría al tercer día. Recordaron sus palabras. Cuando regresaron del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los once y a todos los demás. Las que dijeron estas cosas a los apóstoles fueron: María Magdalena, Juana, María, madre de Santiago, y las demás mujeres que estaban con ellas. A ellos les pareció una tontería aquellas palabras, y no creyeron a las mujeres” (Lucas 24, 1-11).
Para hablar de la relación entre Jesús y la mujer sería necesario hacer algunas premisas: ¿qué idea de mujer surge de la Sagrada Escritura? En otras palabras, ¿cuál es el modelo de mujer que indica la Palabra de Dios? ¿Cuáles son las diferencias con el hombre y cuáles son las afinidades? Como en muchos otros casos, sería necesario remontarse a los orígenes, a los albores de la historia humana, tal como nos la presenta la Biblia.
En los tres textos citados al inicio encontramos elementos importantes para reflexionar. Creo que los autores, Mateo y Lucas, en su narración de los hechos reflejan el pensamiento de Jesús que no tenía la misma visión de la mujer que permeaba la sociedad de aquella época.
Dios determinó que las mujeres fueran las primeras en ver a Jesús resucitado y las primeras testigos de este extraordinario evento. Al mencionar también sus nombres, el autor pretende evaluar la importancia de su presencia.
Las numerosas mujeres mencionadas por Lucas que desempeñaron un servicio fundamental para Jesús y los discípulos pretenden resaltar la importancia de la labor realizada por el Reino de Dios.
La reacción de los discípulos, recordada por Lucas -“Aquellas palabras les parecieron delirantes y no creyeron a las mujeres“- es una prueba del espíritu chovinista de aquella época que era tan difícil de morir.
Una lectura atenta de los Evangelios muestra claramente que Jesús tenía en gran estima el mundo femenino y transmitía su pensamiento a sus discípulos.
Vuelvo al texto del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Un encuentro que asombra incluso a los discípulos. A esta mujer, que además de mujer -no olvidemos que para la mentalidad más bien misógina de la época, esto equivalía a una minusvalía-, también era samaritana y con graves problemas personales, Jesús le revela verdades importantes sobre la naturaleza de Dios y la relación que el ser humano debe tener con Él, en particular sobre lo que debe considerarse la máxima expresión de fe, la adoración. Este hecho revela que Jesús consideraba a las mujeres capaces de comprender cosas teológicas profundas, a diferencia de los rabinos de la época que afirmaban que era mejor quemar la Torá que ponerla en manos de una mujer. Si durante años la Iglesia ha considerado a la mujer un ser inferior, no solamente no ha hecho justicia al pensamiento y sentir de su Maestro sino que lo ha traicionado.
Comentarios desactivados en “El amor no es la ostia. Con motivo del día contra la violencia hacia las mujeres.“, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Con motivo del 25N, Día para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres
El día 25 de noviembre se celebra el día contra la violencia hacia las mujeres. A día de hoy hemos visto reportajes televisivos con muchas entrevistas a mujeres implicadas en la violencia de diversas formas y en distintas intensidades. Lo que es impresionante es también el aspecto epidémico del acoso, de los intentos de acercamiento astuto o violento a las mujeres. Y, al mismo tiempo, impresiona la afirmación que repiten en muchas ocasiones las mujeres, de un miedo generalizado y de actitudes defensivas necesarias para afrontar la situación.
Y un pensamiento, entre tantos, me viene espontáneamente. Qué extraña es nuestra sociedad. Tenemos infinitas posibilidades de relación. Naturalmente, me viene a la mente Internet. Pero también el teléfono que es, sí, el punto de llegada de Internet pero también esa “caja de bolsillo” que nos permite hablar con cualquier persona, en cualquier momento y en cualquier lugar. Somos el punto de convergencia de una red muy densa. Sin embargo, en esta red de relaciones, las que se discuten en esta jornada mundial de la violencia contra la mujeres, son las relaciones directas, las que están “en presencia” y no cualquier relación, sino las más ricas y complejas, las que se dan entre el hombre y la mujer. Y en este día somos invitados a pensar no en el encanto sagrado de esas relaciones, sino en la inmundicia de su “profanación”.
Y la conclusión a la que muchas mujeres han llegado al hablar del acoso del que han sido víctimas también nos hace pensar: no salgo, no salgo sola, no salgo por la noche. En otras palabras: reduzco mis relaciones. Dado que las personas equivocadas pueden infiltrarse en mis relaciones, las evito. Así, la jornada contra la violencia contra las mujeres nos hace reiterar lo que, por desgracia, ya sabíamos: tenemos fácil acceso a relaciones ligeras, las del teclado del ordenador y del teléfono móvil, tenemos difícil acceso a relaciones profundas. Nuestra tecnología expone nuestra sorprendente pobreza.
Y esa pobreza es denunciada, al fin y al cabo, por la propia institución de un “Día contra la violencia contra las mujeres“. Otro día para… otro día más… para otra jornada. Las Naciones Unidas celebran 140 cada año. Los hay nobles para batallas muy nobles -memoria de las víctimas del Holocausto, contra el cáncer, por la naturaleza, por las mujeres…-. Hay otros, digamos, un poco más particulares -día de las legumbres, día de las niñas en las tecnologías de la información, día del jazz, del atún, de las aves migratorias, del té, de la luna llena, de los asteroides, de los servicios higiénicos…-. Luego están los días proclamados por diferentes instituciones, incluida la Iglesia Católica.
Tal vez el día contra la violencia hacia las mujeres se pierde un poco en esta marea. Tenemos demasiadas cosas de qué preocuparnos e incluso cosas muy importantes terminan siendo menos importantes, por la sencilla razón de que son demasiadas.
Parecería que, después de todo, una serie de hechos similares a las molestias de cualquier violencia -de baja, de media, de alta intensidad- contra las mujeres es a la secuencia normal y diaria de acontecimientos diarios con los cuales estamos como llamados a convivir. Una novela puede inventar. La realidad, en cambio, no inventa sino que es cierta, dice cosas reales y verdaderas. La avalancha de noticias acoso, maltrato,…, de cualquier intensidad no es falta. La violencia no se trata sólo de matar a otros. Hay violencia cuando utilizamos una palabra denigrante, cuando hacemos gestos para despreciar a otra persona, cuando obedecemos porque hay miedo. La violencia es mucho más sutil, mucho más profunda. Es verdad que el mundo entero no es así. Pero es cierta realidad, porque muchas veces, casi todos los días, aquí y allá en el mundo, es así.
La violencia contra la mujer es comparable a un infierno porque socava los fundamentos de la vida: las relaciones con los demás que, en lugar de hacer crecer y enriquecer la existencia, la anulan, la destruyen, la suprimen. Las relaciones que dan vida, aquí llevan a la muerte, porque no solamente no existen sino que son violentas. No es difícil, si se me permite una pizca de moralismo, ver algo de advertencia en estas inquietantes violencias (y de otras). Es muy sencillo. O vives las relaciones con las mujeres decentemente, desde la dignidad y el respeto debidos, o corres el riesgo de hacer que ellas mal vivan, es decir, no vivan.
Es necesario tener el coraje de mirar estos fenómenos violentos que infestan cada día nuestra convivencia. Los datos, que muestran una tendencia creciente en el maltrato a mujeres (y también a menores), exigen una cuidadosa reflexión sobre los motivos de la violencia de género (y los débiles). Si bien la violencia generada por los conflictos internacionales es en gran medida comprensible y requiere que la combatamos, la violencia contra la mujer parece escapar a una explicación clara y permanece silenciosa e invisible.
Las desigualdades de género y la discriminación hacia los más débiles o aquellos que marcan la diversidad como los inmigrantes siguen representando un problema estructural para el desarrollo de nuestra sociedad. A pesar de los avances en términos de educación y carrera para las mujeres, la discriminación persiste, con un peso que se siente más en contextos sociales tradicionalmente dominados por hombres y la persistencia de una visión patriarcal latente que genera una especie de hegemonía social y cultural de los hombres… casi como ‘el derecho de pernada o el derecho de la primera noche’ (consúltese los manuales de historia o, en su defecto, Wikipedia al respecto).
Para abordar esta compleja situación de violencia de género, es fundamental cambiar el enfoque ante temas de esta naturaleza. Es fundamental problematizar el concepto de masculinidad, muchas veces pasado por alto en la narrativa dominante, que tiende a considerarlo como una categoría neutral. Es hora de reconocer que la violencia de género que sufren las mujeres es un fenómeno muchas veces causado y perpetuado por un modelo de conducta masculino.
El comportamiento violento, la violación individual, la violencia doméstica,…, no son hechos aislados, sino que se ubican en un contexto social que tiende a legitimar dicho comportamiento. La violencia, ya sea directa o simbólica, sea la que sea y se manifieste como se manifieste, es una herramienta mediante la cual se aprenden y refuerzan las normas de género. Ante una violencia brutal, la sociedad suele tender a crear “monstruos”, desviando la atención de que la responsabilidad de tales actos recae en cómo tendemos a configurar el ser hombre y mujer en su conjunto.
La transformación de un problema público en un problema privado, a menudo tratado con sanciones severas en lugar de una verdadera reflexión colectiva, no hace más que despolitizar la cuestión. Hoy en día resulta crucial cuestionar cómo se forman las identidades masculinas y cómo se espera que se comporten los hombres. Y esto es un tema, también, político porque se refiere a nuestra ‘polis’. Estamos en medio de un cambio de estatus que, al socavar un aspecto hegemónico, produce una crisis de masculinidad, y la violencia se utiliza a menudo como reacción a una percepción de pérdida de poder. Las reacciones conservadoras ante la expansión de la presencia femenina en ambientes históricamente masculinos y las de invasión y sustitución cultural que se hacen hacia los migrantes son signos de este malestar.
Ha llegado el momento de repensar el concepto de persona y cómo las nuevas dinámicas de género pueden contribuir a una nueva definición, pero para ello es necesario tomar conciencia de que la construcción de una nueva masculinidad debe convertirse en una cuestión pública. Sólo abordando esta cuestión de manera directa y honesta podemos esperar frenar y contrarrestar la violencia que afecta a una parte frágil de nuestra sociedad, contribuyendo a un diálogo necesario y urgente para un futuro mejor.
Nada puede transmitir ninguna idea de superioridad de género. Y, también en este sentido, debemos educar a los hombres. Ya no puede haber ni siquiera actitudes, bromas, palabras, gestos que transmitan la idea de superioridad de género, de poder de la fuerza o de derecho o de… Es necesario cambiar la mentalidad de la sociedad, que todavía tiende a subestimar y olvidar. Nos acostumbramos a la violencia y esto no es bueno para nuestra sociedad. Una sociedad insensible es una sociedad peligrosa. La violencia es un animal incontrolable que suele terminar atacando, antes o después, a su propio amo.
También a favor de los hombres, que están acostumbrados a dominar sólo en nombre de su privilegio de género y luego se ven incapaces de afrontar las dificultades de la vida si pierden parte o la totalidad de sus privilegios sociales.
Desde el mito de Platón del ser humano macho y hembra, tan felices que despertaron la envidia de los dioses que los separaron cortándolos por la mitad, hasta el Dios de la Biblia que «los creó hombre y mujer», dos versiones de la misma criatura para que pudieran tener la plenitud de la vida, el camino de la adultez de la sociedad ya está trazado. Hoy es hora, como lo fue antes y como, presumiblemente, lo seguirá siendo mañana, de volver a un camino de sensatez -consideración, dignidad, respeto…- o aún nos esperan mucho dolor callado y sufrimiento silenciado de las mujeres. La forma de sanar la sociedad de esta violencia (y de otras) es reemplazando la pirámide de la supuesta superioridad, y de su consiguiente dominación, con el círculo de la igualdad y el respeto. Y mostrar que la violencia es el último recurso del incompetente.
Comentarios desactivados en “Soy rey… para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”
¿ME DEJÁIS SOLO?
¿Me dejáis solo?
¿Con la verdad?
¿Por qué no me ayudáis
a examinar la piedra fascinante
que me ha atraído siempre a la frontera?
Los caminos trillados
son caminos de todos.
Nosotros, por lo menos,
debemos arriesgar estas veredas
donde brota la flor del Tiempo Nuevo,
donde las aves dicen la Palabra
con el vigor antiguo,
por donde otros arriesgados buscan
la humana libertad…
Si el corazón es limpio
no ha de atraparnos nunca
la noche intransitable.
El viento y las estrellas
nos dictarán los pasos.
¿Por qué me dejáis solo,
con o sin la verdad?
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la Espera, 1986
***
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús:
– “¿Eres tú el rey de los judíos?”
Jesús le contestó:
– “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”
Pilato replicó:
– “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”
Jesús le contestó:
– “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”
Pilato le dijo:
– “Conque, ¿tú eres rey?”
Jesús le contestó:
– “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”
*
Juan 18, 33b-37
***
Jesús, que está a punto de subir al patíbulo, sin que se intente un solo gesto, de la tierra o del cielo, para defenderle, este mismo Jesús afirma con una calma suprema: «Yo soy rey». Rey, es decir, no sólo libre (y está atado), sino también Señor (y están a punto de matarle).
Aquel instante exigía la fe más firme, porque era el de la oscuridad más profunda, era el momento en que daba la impresión de que del Dios-nombre ya no quedaba nada de Dios y, dentro de muy poco, tampoco quedaría nada del hombre. No era difícil creer en el poder de Jesús cuando mandaba sobre las enfermedades, sobre la tempestad, sobre la muerte. Ahora bien, para pensar como Rey y como Dios a uno que ha sido vencido, aplastado, reducido a nada, es preciso recurrir a una lógica que invierta cualquier pensamiento humano, es preciso dejar que se hunda nuestra propia inteligencia en las tinieblas más densas; en una palabra, renunciar a cualquier otra luz que no sea la de la confianza ciega, propia del amor […].
En aquel momento era menester el amor mismo de Dios para comprender que el despojo total podría constituir la ofrenda suprema del amor, para descubrir en la aniquilación de la cruz la manifestación más sublime de la omnipotencia de Dios.
Jesús manifiesta su propia realeza y su soberano señorío sirviéndose de la mala voluntad de los hombres para cumplir su voluntad de salvación, utilizando su odio para su obra de amor.
Le crucificaban para quitarle de en medio, y he aquí que lo vuelven a zambullir en la eternidad de donde había venido y que, con su retorno, volverá a abrirla a todos los hombres
*
I. Riviére, A chaqué jour suffit sa joie,
París 1949, pp. 171 ss.
Comentarios desactivados en “Con Verdad”. Jesucristo, Rey del universo – B (Juan 18,32-37)
Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.
Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?
Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.
Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?
Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.
Otros viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad, invitación respetuosa…
Lo primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
Comentarios desactivados en “Tú lo dices: soy rey.” Domingo 24 de noviembre de 2024. Domingo 34 del tiempo ordinario. Fiesta de Cristo Rey
Leído en Koinonia:
Daniel 7, 13-14: Su dominio es eterno y no pasa. Salmo responsorial: 92: El Señor reina, vestido de majestad. Apocalipsis 1, 5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios. Juan 18, 33b-37: Tú lo dices: soy rey.
Problemática pastoral concreta de la festividad de Cristo Rey
Vamos a comenzar removiendo obstáculos, porque hay problemas respecto a los posibles significados de esta fiesta. Veamos algunos:
a) El origen de esta fiesta y su contexto original. Esta fiesta fue establecida en un contexto anterior al Vaticano II, en 1925, por Pío XI, y con un espíritu muy cercano al de cristiandad, cuando el Vaticano expresaba claramente su deseo de que el cristianismo fuera la religión oficial, la religión de los Estados cristianos. Al confesar a Cristo como Rey universal se quería con ello vehicular el deseo de que también la Iglesia fuese testigo y participante ya aquí en la tierra de esa realeza: una realeza de Cristo reconocida, redundaba inevitablemente en una Iglesia respetada, favorecida por el Estado, con alto estatus en la sociedad, fuerte y organizada, que aunque no podía ya revestirse de poder político temporal, al menos podía participar de él por una relación estrecha y armoniosa con los poderes sociales. Durante mucho tiempo, el título de “Cristo Rey”, el “reinado social del Corazón de Jesús”… incluyeron esos aspectos de autoencumbramiento de la Iglesia, olvidando que la práctica de Jesús de Nazaret fue muy distinta, incluso totalmente contraria.
b) El concepto de Reino-monárquico. El Reino no es hoy día la forma más frecuente de organización sociopolítica. La mayor parte de los países son repúblicas, de diferentes rostros, y los reinos que persisten, ya no lo son en su forma clásica, sino en adaptaciones a la cultura política actual (por ejemplo las monarquías “parlamentarias”) que, al superarla, niegan en el fondo la esencia misma de lo que era un “reino”.
Aun siendo conscientes de la limitación inevitable que todo lenguaje teológico tiene por su misma naturaleza analógica, figurada, simbólica, apofática… cada vez más se viene insistiendo en que la palabra “reino” no sería la más adecuada para expresar la utopía bíblico-mesiánica del Reino de Dios, porque en esta altura de la historia la palabra «Reino» ya no expresa una forma de organización sociopolítica deseable para los humanos. Cada vez se evidencia más la dificultad de hablar de Dios (y de Cristo) como “rey”, y de su proyecto escatológico como un “reino”. ¿Estamos seguros de que un reino, una monarquía, podría ser una analogía del “Reino de Dios” realizado? La realización del reino de Dios, ¿no exigiría la superación de muchos aspectos de lo que es una monarquía, un “reino”? Acaso una comunidad, ¿puede ser comparada con un «reino», con una «monarquía»? ¿Y una familia?
Pablo Suess viene proponiendo la expresión “democracia participativa del RD” para corregir la evocación que el término clásico conlleva. Ya sabemos que no se puede simplemente sustituir una expresión por otra, pero es bueno aludir con frecuencia a esa insuficiencia de la expresión clásica, para hacer caer en la cuenta a los oyentes, y para liberar al contenido (el Reino mismo, el significado), de las limitaciones del significante (una palabra no completamente adecuada).
Para hablar del Reino puede ser mejor hablar del Proyecto, de la Utopía de Dios… que hacemos nuestra: queremos «construir la Democracia de Dios, cósmica, pluralista, inclusiva, y por eso, amorosa, encarnación viva del Dios de los mil rostros, colores, géneros, culturas, etnias, sentidos…».
c) Connotación de género en la palabra “Reino”.
Es útil saber que en el ámbito de la teología feminista angloparlante se rechaza también la expresión (God’s Kingdom), a causa de su machismo larvado (kingdom alude directamente a king, no a queen…). En castellano no tenemos ese problema en esta expresión, pero el saber que existe en otras lenguas invita a prevenirlo en su uso consciente.
Los grandes temas de la fiesta de hoy y de la semana
Hay varios grandes temas que podrían servir para orientar la reflexión de la homilía o la reflexión del círculo bíblico o la comunidad cristiana en torno a los textos de este domingo. Habrá que elegir entre ellos. Aquí sólo los apuntamos:
a) El Reino de Dios, como contenido del mensaje de Jesús. Jesús nunca se proclamó Rey: nada más lejos de Él. Lo que Jesús hizo fue ponerse al servicio total del Reino, de forma que éste fue el centro mismo de su predicación y de su vida, la Causa por la que dio la vida. Importa pues hacer honor a la identidad verdadera de Jesús: Él no fue rey, ni lo quiso ser nunca, por mucho que algunos cristianos crean que llamándolo así lo honran… La intención puede ser buena, pero el título que de hecho se le atribuye no podría ser de su agrado.
Jesús habló del Reino, fue su servidor y su mensajero, pero sus seguidores se olvidaron del Reino. y lo constituyeron a él como el Reino mismo, como el Rey… El mensaje fue sustituido por el mensajero. Jesús nos indicaba el Reino, como la Causa por la que estaba apasionado y por la que dio su vida, y un buen grupo de seguidores se olvidaron de esa causa, y se enamoraron de Jesús. Es preciso volver a Jesús, y su Causa…
Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de esta fiesta, que da una «descripción» muy plástica de su contenido. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia… es Paz… es Gracia… es amor, ¡venga a nosotros tu Reino, Señor». Bien glosada, y debidamente justificada esa perspectiva teológica, puede ser un buen guión para la homilía. Y no debería faltar ese canto en la celebración de hoy.
b) La relación entre cristocentrismo y reinocentrismo. Una cierta interpretación de esta fiesta –muy común por lo demás en el cristianismo en general– propicia un cristocentrismo exagerado, absoluto, que no hace justicia a la verdad de la revelación, al mensaje real de Jesús, a lo que Jesús realmente dijo, no a lo que después dijeron que había dicho. Importa pues pastoralmente discernir una «correcta jerarquía de valores», que la teología de la liberación fue la primera que dio en llamar “reinocentrismo”, con tal fuerza de persuasión, que no hay teología ni espiritualidad honesta que se puedan resistir.
c) El mesianismo de Jesús. La aclamación o la espera de Jesús como Rey se dio en el contexto del mesianismo: se esperaba un liberador. Hoy la postración es tal que ni siquiera se espera nada, pudiendo hacer de la aclamación de Jesús como Rey algo bien alejado de lo que el mesías supuso realmente para los que lo esperaron.
d) La dimensión escatológica: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el “juicio final”… El final del año litúrgico nos hace tematizar en nuestra reflexión el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Pero ya en un contexto mental diferente, en el que sabemos que nuestra aventura humana no es la razón del cosmos, que el mundo no acabará el día que Dios decida acabar el ciclo de la humanidad y pasar a la vida eterna, y que no se trata de que estemos aquí para una prueba que se verificará en el día del juicio final, tras lo cual iríamos al cielo o al infierno… Leer más…
Comentarios desactivados en 24.11.25. Cristo Rey. Ser testigo de la verdad
Del blog de Xabier Pikaza:
¿Eres Rey? Para eso he venido, para ser testigo de la verdad. No para ganar la guerra, ni para ser presidente del Gran Tribunal, sino para dar testimonio de la Verdad.
El primer muerto en la guerra es la verdad, el primero fue Jesús. No le mataron por un tema militar, económico o político (aunque eso está en el fondo), sino para ofrecer el testimonio de la verdad la verdad, como sabe Ap 13-17, con el texto de Juan, este día de la Fiesta del Testigo
Casi cualquiera puede ser rey, presidente o caudillo con suerte y en general con violencia y engaño. En tiempos de Jesús había más reyes/emperadores/caudillos impresentables que presentables, más sangrientos que pacíficos, más mentirosos que verdaderos. En ese “juego” de reyes, por no ser como otros, mataron en un contexto de riesgos militares y guerras que culminaron en el 67-70 d.C.
Pasado un tiempo, hacia el 90/100 d.C. el evangelio de Juan reinterpretó esa historia en una página admirable , diciendo que el tema de fondo no era militar, ni siquiera político, en sentido estricto, ni económico. El tema era la verdad, como en USA en las elecciones, en Palestina/Israel en la guerra mesiánica sin fin, y lo mismo en la Iglesia, y en la política actual de España, con el resto de Europa, Asia y América. El primer muerto en toda guerra es la verdad.
| X. Pikaza
Domingo de Cristo rey. Jn 18, 33-37. Poncio Pilato, Representante del Rey/Emperador de Roma, le pregunta: ¿Tú eres Rey? Y Jesús contesta: Lo soy. Por eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37).
Significativamente, este pasaje (para eso he venido, para dar testimonio de la verdad) es el primer texto conservado del NT, en un papiro llamado Rylands 52, como seguiré contando. Puede ser casualidad o providencia, pero es cierto. Estamos en riesgo de que muera totalmente la verdad. Son, puede ser, los últimos tiempos.
El reino de Jesús es la verdad
Jesús identifica así el Reino de Dios con la Verdad, en sentido pleno: Personal y social, material y espiritual, económico, político y religioso. Que cesen y acaben las mentiras y ocultamientos, de personas y pueblos, de iglesias y personas… de forma que cada uno se abra de un modo transparente ante los otros.
En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…,no de una verdad metafísica o teológica separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos, de la misma vida como verdad.
Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartida, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…Ésta es la fiesta de la Iglesia, la fiesta de la Verdad.
No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira estructural organizada… Se trata, simplemente, de vivir en verdad:-– Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismos de ningún tipo… Se trata de ser lo que somos, de no tener miedo, de vivir en trasparencia, en salud expansiva, pues la verdad cura (en el tema de la pederastia, en el tema del dinero, en el tema del poder…).
La primera palabra de Jesús. Ésta es, significativamente, la primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52. Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) y se debió escribir hacia el año 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:
En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…, pero no de una verdad separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos. Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartido, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…
Ésta es la fiesta de Cristo Rey, la fiesta de la Verdad. No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira jerárquica organizada, sino de vivir en verdad Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismo y engaño
Ésta es como he dicho a primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52.
Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) hacia 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:
“Soy Rey. Para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”
Así dice el primer papiro conservado del NT:
ΒΑΣΙΛΕΥΣ ΕΙΜΙ ΕΓΩ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΓΕΓΕΝΝΗΜΑΙ ΚΑΙ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΕΛΗΛΥΘΑ ΕΙΣ ΤΟΝ ΚΟΣΜΟΝ ΙΝΑ ΜΑΡΤΥΡΗΣΩ ΤΗ ΑΛΗΘΕΙΑ
En un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.
Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino de Dios, presentándose implícitamente como servidor y testigo de ese Reino, esto es, de Dios como Rey pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida.
Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo a los enfermos, marginados y pobres la Palabra, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres. Jesús no sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea.
No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.
Así inició su marcha de Reino entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.
. Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como relámpago que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios. El reino viene con la Verdad, el Reino de Dios es la verdad del ser humano
Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni fue promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más profundo y duradero:
Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de verdad , siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres. No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía seguir manteniéndose en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… . Así respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (= no provenía) de las fuerzas de este mundo dominado por la mentira estructural de la política y la economía dominante.
Jesús aparece y actúa como testigo de la verdad, frente a Pilatos y frente a los sacerdotes de Jerusalén, que le acusan ante Pilato, porque también ellos tienen que apelar a la mentira para mantenerse en el poder. Jesús sólo quiere el Reino de la vida del Hombre y su Verdad, de los hombres y mujeres en verdad de amor y vida.
Por eso no pudo triunfar externamente en un mundo de mentira y violencia, dominado por políticos y militares… por sacerdotes de la mentira organizada Pero de esa forma él ha podido quedar y queda como testigo y portador de la verdad entre los hombres, como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.
Juan Bautista había sido profeta de juicio y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después otro distinto, para un “resto”, un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par). Jesús no quiso anunciar el juicio, ni ofrecer la salvación sólo a unos pocos (un resto de salvados), sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).
La respuesta de Juan era más fácil: Dios había fracasado con el mundo y debía destruirlo, para crear después uno distinto (con los limpios, ya purificados). Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar la presencia y acción creadora de Dios en ese mismo mundo que parecía condenado, para crear de esa manera un Reino distinto, fundado en la verdad, desde los pobres y excluidos.
Jesús, en cambio, vino simplemente a decir la verdad, la verdad de cura, que transforma, que sana. Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino, pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.
No sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea. No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.
Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.
Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más significativo: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dio, siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.
No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía mantenerse ya en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… Por eso, sabiendo que Dios es mayor que el pecado de los hombres y que había decidido cumplir sus promesas, proclamó y preparó la llegada y triunfo de su Verdad, que es el Reino.
Jesús no quiso hacerse rey militar, pues la violencia pertenece al nivel de los poderes de un mundo donde la verdad se encuentra pervertida por la mentira de los poderosos. Jesús quiso ser Rey, pero de forma que todos fueran reyes, testigos de la verdad. Asi respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (=no provenía) de las fuerzas de este mundo». Pilato sólo conoce un Reino que se funda en la espada y la mentira oficial del imperio (cf. Rom 13, 1-7; Ap 13) que se apoya y defiende con las armas, de manera que la verdad como tal resulta secundaria, preguntando a Jesús ¿qué es la verdad? para marcharse sin esperar una respuesta(cf. Jn 18, 38a).
Jesús, en cambio, no quería más Reino que la vida del Hombre en la Verdad. Por eso, en el caso de que él hubiera triunfado externamente (¡por un milagro de Dios!) Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término; no habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político, sino que se presentaría como testigo y portador de la verdad de Dios entre los hombres, presentándose como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.
Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Pero el evangelio de Juan ha trazado el perfil fundamental de su reinado, diciendo que Jesús ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería como la de aquellos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como se dice en la República), sino una verdad de amor compartido, desde los más pobres.
No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI. Para comprender por qué lo hizo hay que recordar la fecha de la institución: 1925. La Primera Guerra Mundial ha terminado hace siete años. Alemania, Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia en 1917; la aparición del Fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales es terrible.
Ante esta situación, Pío XI no hace un simple análisis socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que instituye la fiesta.
La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente? Los cien años que han pasado desde entonces demuestran que no.
Por eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.
Ahora, la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.
Las lecturas
La primera lectura, de Daniel, anuncia el triunfo del Hijo del Hombre, que recibe el poder y la gloria.
Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.
La segunda, del Apocalipsis, llama a Jesús “Príncipe de los reyes de la tierra”. Pero no se considera por encima de nosotros ni lejos de nosotros. “Nos ama y nos ha lavado con su sangre”, y nos hace compartir su dignidad convirtiéndonos en un “reino de sacerdotes”. Tras la desaparición de la monarquía judía, esta expresión significaba que el pueblo estaría regido por sacerdotes. El Apocalipsis lo enfoca de manera distinta: no exalta el poder de los sacerdotes, sino el carácter sacerdotal del pueblo de Dios.
Y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos. Amén. Mirad, que viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso.
La tercera, del evangelio de Juan, ofrece una visión más crítica de la realeza. Es un auténtico interrogatorio, en el que Pilato formula cuatro preguntas; pero Jesús no es un acusado que se limita a responder. A la primera pregunta responde con otra pregunta casi insultante para un prefecto romano. A la segunda, “¿Qué has hecho?”, tampoco responde. Se remonta a la pregunta inicial de Pilato sobre si es el rey de los judíos, y se expresa de forma tan desconcertante, hablando de “un reino que no es de aquí”, que a Pilato no le quedan las ideas claras. Su pregunta final no es “¿Eres tú el rey de los judíos?”, sino “¿Luego tú eres rey?”. La dimensión nacionalista desaparece; lo importante es la realeza misma de Jesús. Después de lo anterior, lo lógico sería que Jesús se limitase a responder: “Sí, soy rey”. En cambio, añade algo absolutamente nuevo: no ha venido a gobernar, ni a recibir honor y gloria, sino a dar testimonio de la verdad. Si recordamos que él es “el camino, la verdad y la vida”, Jesús ha venido a dar testimonio de sí mismo, a darse a conocer, a demostrar a la gente que “tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo unigénito”. Un testimonio por el que lo acusarán de blasfemo y que, entre otros motivos, le costará la vida.
Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: – “¿Eres tú el Rey de los judíos?”
Respondió Jesús: + “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?”
Pilato respondió: -“¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”
Respondió Jesús: +“Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.”
Entonces Pilato le dijo: – “¿Luego tú eres Rey?”
Respondió Jesús + “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”
Reflexión personal
Generalmente esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser mejores, a vivir de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Y esto es esencial si tenemos en cuenta las últimas palabras del evangelio: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero la fiesta de Cristo Rey nos invita también a felicitar, dar la enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros.
Al mismo tiempo, el sentido primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que vivimos hoy de problemas sociales, políticos y económicos. No podemos ser ingenuos en las soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si el mundo viviese de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.
Comentarios desactivados en Jesucristo Rey del Universo. Último Domingo del Tiempo Ordinario. 24 de Noviembre de 2024
“Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”
Jesús es Rey. Hoy celebramos precisamente eso: Jesucristo Rey del Universo. Pero hay que reconocer que después de tantos reyes (¡y de tantos tiranos!) la imagen de rey no nos cae simpática. Tampoco los gobernantes nos ofrecen una imagen en la que apoyarnos.
Vivimos un cambio de época en el que las instituciones y los organismos de poder se encuentran en crisis, algo que sucede en la historia con una rítmica periodicidad.
El poder tiende a convertir a todos en lo mismo. Da exactamente igual si uno llega al poder por heredar un apellido o por aclamación popular, una vez en el poder se sucumbe al propio bienestar y al de los más cercanos. Pasa con los grandes poderes y pasa con los pequeños.
Tal vez por eso Jesús se apartó siempre del poder. Cuando las multitudes quieren proclamarlo rey él se aparta. Él había venido para servir. Parece que el único antídoto contra la tiranía es precisamente el servicio al estilo de Jesús.
Pero no nos engañemos, el servicio es desagradable. Ponerse a los pies de los demás facilita el ser pisoteado. Y también se corre el peligro de caer en el servilismo que denigra.
El camino que recorre Jesús es estrecho y poco claro. Caminar tras sus huellas es decidirse a dejarse confrontar continuamente.
El mismo Jesús se pasa medio evangelio “retirándose a orar”. Jesús se hizo ser humano y pasó por las mismas dudas y las mismas tentaciones que pasamos todas las personas.
Su reinado estaba al servicio de la verdad. Y la verdad suele ser siempre más amplia. Nuestros puntos de vista, nuestra claridad meridiana suelen palidecer cuando se descubre la verdad. La verdad no se deja poseer por una sola persona. Al contrario, se reparte. Todas tenemos algo de verdad. El problema es creer que esa pequeña verdad que tenemos es la verdad completa. Ese es el principio de la tiranía y del fanatismo.
Oración
¡Que venga tu reino, Trinidad Santa! Ábrenos la mente para que podamos reconocer que Tu Verdad es siempre más amplia de lo que alcanzamos a ver.
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