Por Franco Torchia (Página 12)
La televisión ha quedado como uno de los últimos bastiones donde el clóset es ley. Se habla de todo supuestamente, pero ningún gay, lesbiana ni trans llega muy lejos ni logra zafarse del estereotipo asignado. Pensemos un poco: ¿qué lugares acotados tienen reservados los gays y lesbianas fuera del clóset? ¿Pueden conducir programas periodísticos? ¿Cuántes travestis y trans trabajan en televisión?
A Tamara Alves –ex modelo, esposa del jugador de Huracán Patricio Toranzo y actual representante de futbolistas– le preguntan en la pantalla de la tarde qué le recomendaría a Mauro Icardi o a cualquier otro jugador a quien “de repente le aparece una chica trans como amante”: “Le recomendaría que la oculte. No porque tenga algo malo, sino porque no estamos preparados y le puede jugar en contra” asegura. La expresión “No porque tenga algo malo” (tener sexo con una mujer trans) puede ser leída como una suerte de “triunfo” del activismo, eso que suele llamarse “avance social” y que en este caso es vivido como una obligación de quien declara. Alves no puede decir al aire que es malo acostarse, despertarse o enamorarse de una persona trans; sin embargo, sí puede aseverar que es una práctica que hay que ocultar. Siente el imperativo de decir que no hay nada abyecto en eso pero también el de que no tiene que ser contado. Y evalúa para qué estamos preparados o no “como sociedad”.
La corrección política como cortina de humo
Los cambios y avances en cuestión de derechos de las últimas décadas forjan guardianes del lenguaje pero no al menos analistas de los actos, de las segundas intenciones escondidas tras el “lenguaje bueno” y en este punto está la sociedad argentina. El “debate” en cuestión en el ciclo “Chismoses” (NetTV) venía a cuento de las revelaciones de la italiana Guendalina Rodríguez, una ex participante de un reality show que contó en Twitter que tuvo sexo con el marido de Wanda Nara y que ésta la amenazó a través de las redes. Por eso, con cierto miedo, Rodríguez borró el tuit en el que mostraba el cuarto en el que Icardi y ella habrían fifado y en el que decía además que ella no había sido ni la primera ni la última chica trans en la vida del delantero del Inter de Milán. La publicación de Guendalina coincidió con el comentadísimo álbum de fotos hot del matrimonio Wanda – Icardi en Instagram. Frente a una familia multimillonaria, “sólida” y con capital erótico intacto, una trava busca fama. En el estudio, Luli Salazar está de acuerdo con Tamara Alves (hay que esconder a las trans, no por monstruosas sino porque coartan la carrera del buen futbolista) y en la misma línea Guillermo Coppola por teléfono confía en que “la gente” cambió pero que la larguísima relación de Cris Miró –la travesti más importante de los años 90– y Diego Maradona fue sólo una amistad. Para Coppola, también corren otros aires pero si de “lavar” se trata, que Diego quede libre de culpa y cargo. Como si fuera poco, antes de cortar, Guillote articula la defensa que, con fuerza, gana cada vez más la escena pública: “en definitiva, es la vida privada”. Vida privada es el nuevo eufemismo del closet. ¿Qué vidas son privadas (de libertad) y qué vidas, en cambio, sólo juegan a favor y siguen ganando por goleada en el deporte, la política y la TV locales hoy? ¿Quién tiene vida privada en tiempos de extrema exhibición de familia, comida, bienes, plantas, partes del cuerpo, mascotas y sexo conyugal? ¿Privada Guendalina pero liberada Wanda? ¿Privados de margen de acción los gays que por imposición, conveniencia o miedo, no revelan su orientación sexual? Vida privada tuvieron siempre los dos grandes cómicos argentinos de las últimas décadas, por ejemplo, pero vida privada no necesitaron tener nunca ni Coppola ni Luciana Salazar. Y sólo si sos un argentino ganador de un Oscar podés mostrarte con tu novia trans.
Si lo sabe
No contarlo, no contarlo demasiado, cómo contarlo y cuándo. Contar y quedar en qué posición; proyectar o no qué ascensos; donarse a qué configuraciones, aceptar qué caricaturas. Ser qué y poder ser con qué cuerpos; vestirse cómo y mostrar qué. ¿Cómo funciona hoy la homo, la lesbo, la bi y la transfobia en tres esferas altamente visibles como el fútbol, la TV y la política?
En la TV, las lesbianas blancas y vestidas de shopping pueden ocupar en la ficción el horario central, como ocurrió en 2017 con la tira “Las estrellas” (El Trece), donde lesbiana no se nace, se hace. Las historias sobre hombres con hombres arrancaron antes y las travestis y trans como signo de alternancia y mínima ruptura de la mismidad, también (Florencia de la V en una peluquería, Lizy Tagliani buscando el precio más barato y Zulma Lobato en situación de calle). Los efectos de la ficción industrial –industria que en la Argentina no existe, aunque se autoperciba como tal– no tienen correlato directo con aquello que está afuera de sus límites. En 2018, hubo llantos masivos por la transición del personaje de la actriz Maite Lanata en “100 días para enamorarse” (Telefé). Puntos de rating, repercusión imparable en redes sociales, aplausos ensordecedores y charlas en los colegios, impactos exactamente contrarios a los de la violación correctiva de la que fue víctima el joven trans Lucas Gargiulo, de 25 años, en San Miguel de Tucumán el 1° de mayo. En general, los personajes gays no superan la modalidad narrativa del romance y afuera de los sets, ni a Fernando Dente ni a Nicolás Scarpino, por citar dos ejemplos de actores fuera del clóset, sus vaivenes sexoafectivos les aumentarán sus cachets. No llegarán a ser galanes. Aquello que en Benjamín Vicuña y La China Suárez –sus idas, sus vueltas, sus hijos, sus “infidelidades”– conforma puro valor de vidriera y suba de honorarios, en hombres homosexuales es ruido y promiscuidad. Las conquistas, separaciones y nuevos romances de Pampita y Pico Mónaco pueden tener una única versión maricona: Guido Süller y Tomasito. Estafas, reconciliaciones y conflictos financieros en clave circense, nunca como historia “seria”.
El periodista Oscar González Oro salió del clóset en 2016, en coincidencia con el declive de su éxito radial “El oro y el moro” (Radio 10). Primero se mostró con Tato y ahora con Pancho. Inimaginable esto mismo en tiempos en los que “sus chuchis” (apelativo que usaba para designar a su numerosa audiencia femenina) morían por su voz y cantaban con él al unísono “Tengo la camisa negra”. Aunque sus romances lleguen a las revistas y a los portales, el estatuto de sus amores no reviste el mismo interés que el de las relaciones heterosexuales sostenidas por un tándem mujer – varón. Las historias que más pregnancia alcanzan son las heterosexuales.
El actor Federico Salles, integrante del elenco de “Argentina, tierra de amor y venganza” (El Trece) debutó hace días en la mesaza de Chiquita y ante las preguntas de Mirtha Le Petit “¿Y vos estás en pareja, cómo está tu corazoncito? ¿Cómo se llama ella?”, él respondió “Se llama Pablo, es fotógrafo. No lo cuento mucho”. Silencio. “Hace tan bien estar enamorado” continuó él. “Está bien, querido” cerró ella.
A más de cinco años del final de telenovelón que significó Ricardo Fort, sus novias y sus novios, Flavio Mendoza y afines, desde el elenco estable de “Showmatch” (El Trece) encuentran en la vociferación, la extroversión, las violencias verbales y la construcción de supuestos “escándalos”, la vía de supervivencia. Además bailan, esto es, entretienen. Hernán Piquín aparece con asepsia, marmóreo y virtuoso como el Colón, maricón por default como Julio Boca y como “los que saben” de moda. No sorprenden y no molestan. A Fernando Peña el rol del puto reventado le permitía extralimitarse y Juan Castro con sus consumos problemáticos generaba una empatía que hilvanaba “males” (homosexualidad, cocaína y falta de amor). Actores transformistas se transforman o nada, hacen chistes o mueren con la peluca puesta en la puerta de los canales; otros, tienen que decir “poronga” en radio para que todos rían. En los jurados de certámenes, las sillas (o los placares) de quienes evalúan están revestidas de “vida privada”.
¿Ser gay es político?
El puto no puede pensar. El gay no está habilitado para el análisis y la reflexión sobre política y economía. Quizás sí sobre sociedad, pero un poco, porque si no tiende a victimizarse demasiado dirán quienes deciden. En el periodismo mayúsculo, el de la primera y la segunda mañana de las principales radios; el de los primeros nombres de quienes observan “la realidad”; el de los periodistas de los horarios centrales y la investigación a fondo; el de los conductores de las señales de noticias y de los noticieros; el de los analistas, los especialistas, los entrevistadores destacados y los etcéteras semejantes, no hay gays, ni lesbianas, ni trans. Es un universo ultracis y ultrahetero en el que caben Alfredo Leuco, Jorge Lanata, Horacio Verbitsky, Luis Novaresio, Nelson Castro y Rodolfo Barilli. Ellos son –creen quienes programan– representación de “las mayorías” sin excepción. Para ser mayoría, el consenso alrededor del respeto a sus “vidas privadas” es tal que las corporaciones mantienen secretos so pretexto de que se trata de los portavoces de la importancia y sobre todo, los custodios de la tanda comercial y los aportes directos o indirectos del funcionariado político. Aportes a la discreción y la sobriedad, dos “valores” que un gay, imaginan los gerentes, quebraría de inmediato.
En una señal de noticias concreta, los homosexuales están tácitamente prohibidos (salvo que sean personajes al aire muy, muy menores, capaces de no hacer de su cotidianeidad una manifestación integral del buen modus vivendi, como sí pueden hacerla Guillermo Andino y Mónica Gutiérrez) y en una de las FM más escuchadas según la medidora Ibope, la homofobia declarada de uno de sus ejecutivos mantuvo (¿o áun mantiene?) encerrados a algunos (algunos que nunca serán, igual, privilegiados a la hora del reparto). Resta actuar de uno mismo, o contar una y mil veces qué le pasa al cuerpo y a la identidad. Dedicarte al chimento o reírte de “tu problema”. No hay escapatoria, no hay traspasos, no hay otros cuentos. Y no hay mujeres lesbianas. No están. No se ven.
Venciendo la marca
La semana pasada Diego Hypólito, uno de los gimnastas más reconocidos de Brasil y del mundo, escribió en el sitio UOL Esporte, “Soy gay”: “Nadie necesita pasar por lo que pasé para ser campeón. No hay victoria a cualquier precio. Sé que habrá gente a la que dejaré de gustarle después de conocer mi historia. Nadie está obligado a entender nada, pero sí a respetar. Nunca más voy a dejar de vivir lo que soy”. Ese “Nunca más” alude a estrategias previas frente a las que, para conseguir una medalla olímpica (es decir, para que las marcas lo acompañen, porque una cosa parecía depender necesariamente de la otra) Hypólito ocultó su orientación sexual. Pero ya no. Y ya no con Jair Bolsonaro en el poder, poder destructor que mató antes de asumir a la concejala negra, favelada, feminista y bisexual Marielle Franco; poder destructor que expulsó al exilio al diputado gay Jean Willys; sistema de gobierno que eliminó todas las políticas de género y diversidad, que apela a una división nuevamente rosa y celeste del mundo y que asesina a diario a, por lo menos, una persona LGBTTIQ+; con ese poder de fondo, de costado, arriba y abajo, el gesto de Hypólito es un llamado urgente a que todos los deportistas de la región avancen. Puedan. Rompan hasta disolver sus armarios y combatan el neofascimo de urnas.
En estos días, la señal TyC Sports entrevistó al jugador de Vélez Sarsfield Matías “Monito” Vargas: “Te referiste a la homosexualidad porque tenés una opinión al respecto” inquiere el periodista Germán Bellizi en el ciclo “De arco a arco”. La opinión, se sabe, puede surgir ante los putos porque a diferencia de la heterocompulsividad, putez y afines son todavía materia opinable. “¿Cuántos jugadores somos en Argentina? 30 por plantel, a 26 equipos en Primera División nada más, te da una suma alta de jugadores. ¿Vos decís que no va a haber uno que sea homosexual. Esa persona está sufriendo” responde el veinteañero, tras asumir que él también hace chistes de vestuario y multiplica sin querer el dolor del trolo eventual. A un año del delincuencial (y a posteriori premiado) spot publicitario de TyC en ocasión del mundial de fútbol en tierras del régimen de exterminio ruso, un “Indec” del gay por metro cuadrado buscar disculparse (como si con esa pieza hubiera habido ofensas personales y no un delito social). Ahora, los estadios se llenan y “rompen el culo” cuando ganan pero intentan suturarlo con amor cuando la cancha queda vacía. De eso se habló, precisamente, la semana pasada en la mesa debate “A estos putos les tenemos que ganar. No es folclore, es homofobia” en el Club Cultural Matienzo, organizado “Piratas del sur”, primer fan club latinoamericano de la institución alemana Fc. St. Pauli. El centenario St. Pauli, con sede en Hamburgo, es un club deportivo punk, rockero, diverso, que defiende a los refugiados, combate el antisemitismo y el racismo y tiene una larguísima tradición divergente, sostenida hoy por su presidente Corny Littman, único dirigente de alto rango en el deporte occidental abiertamente gay. Entre otros hitos, el club tuvo su propia línea especial de zapatillas Nike.
En la Argentina las marcas ni siquiera acompañan. Así, contribuyen a perpetuar un sistema ideológico capaz de prevenir hasta erradicar el sudor marika en el fútbol y en el resto de los deportes también. Todo indica que acá, a diferencia de Brasil (y más aún de Europa) el fútbol merece igual mucho más “cuidado” porque es por lejos el más esponsoreado. Lo que las firmas que acompañan al Tano Angelici y al Chiqui Tapia diagnostican es que el macho gambeteador no agoniza. Simultáneamente, no hay ni siquiera afán comercial alguno de “pintar de rosa” el rojo sangre o el negro varón. En contra de varios pronósticos, al país nunca llegó el denominado pinkwashing. No hay interés alguno –por ausencia de mercado, por desidia o por convicción– de enmascarar y hacer “como si”. Error: es el momento para, aún simulando, patrocinar deportistas LGBTTIQ+.
El silencio es muerte
En la política, la orientación sexual funcionó históricamente como un “carpetazo”: “Quedate en el molde si no cuento que te la comés”. Los radicales fueron expertos en tener esposas como pantalla; el menemismo exacerbó el modelo heterosexual insaciable; Cristina Fernández de Kirchner glorifica la familia tradicional en su libro y Mauricio Macri borra toda huella anterior y compone con Juliana Awada y con Antonia una foto eterna, como si nunca hubiera existido un antes. Alguna salida del closet excepcional y a su vez, la incorporación de mujeres trans en varias listas, sirven como “carta de presentación” guetificada. Mientras tanto, en los Estados Unidos, la revista Time pone en tapa al precandidato presidencial y alcalde de South Bend, Pete Buttigieg y a su esposo, Chasten Glezman. En el país, sigue siendo inolvidable aquel precandidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires que en 2015, en pocos meses, hizo tres notas en revista “Gente” con tres novias distintas como si ella fuera siempre la misma y él, siempre la misma también.
Las señas con las que conviven quienes en el deporte, el espectáculo y la política se sobreponen a los terrores y los horrores, son señas que detienen su expansión. Mejor recurrir calladito al modelo heteromonoparental con gestación por sustitución. El silencio es salud.
Cine/TV/Videos, Homofobia/ Transfobia.
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