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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Sábado, 2 de noviembre de 2024
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6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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Procura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

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Viernes 01 de Noviembre de 2024. Todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Leído en Koinonia:

58-TodoslossantosA

PRIMERA LECTURA

Apocalipsis 7,2-4.9-14

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: “No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.” Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.

Después esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: “¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo: “Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.”

Y uno de los ancianos me dijo: “Ésos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Yo le respondí: “Señor mío, tú lo sabrás.” Él me respondió: “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.”

***

Salmo responsorial: 23, 1-2. 3-4ab. 5-6

Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.

***

SEGUNDA LECTURA

1Juan 3,1-3

Veremos a Dios tal cual es

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, como él es puro.

***

EVANGELIO

Mateo 5,1-12a

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

***

Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

1 de Noviembre de 1977
El Paisnal

Yo he querido venir con mucha devoción, con mucho cariño, a esta celebración que se está realizando en la Iglesia de El Paisnal. Fue una invitación, una invitación, una iniciativa, de las queridas religiosas oblatas al Sagrado Corazón que, en colaboración convalientes catequistas y asesoradas por la pastoral de la Arquidiócesis, están manteniendo esta llama de la fe, en este difícil ambiente de Aguilares, de El Paisnal y de todos los cantones.Mi presencia aquí, quiere ser entonces, un apoyo a esta pastoral, a esta hora heroica, de quienes no se avergüenzan de la Iglesia en estas horas de prueba, como acaba de decir al Apocalipsis, “la gran tribulación”.

PALABRA DE ÁNIMO

Quiero ser mi presencia de pastor, junto a las religiosas y a ustedes, queridos catequistas, casi como la presencia del Padre Grande aquí muerto entre dos campesinos: Manuel y Nelson Rutilio. Aunque el Padre Grande, don Manuel y Nelson ya terminaron su faena, y ahora se unen a esa turba de los santos en el cielo, para que nosotros contemplemos -pastor y fieles miremos a través de estas tumbas, no sólo el Día de Difuntos, que se celebrará mañana, sino a los santos del cielo, la gran muchedumbre venida de la gran tribulación por los caminos de las Bienaventuranzas, que se acaban de proclamar en el evangelio. Para decirles, también, no sólo a las hermanas y a los catequistas, sino a los fieles, sobre todo aquellos que se encuentran un poco acobardados, miedosos, huyendo: que no tengan miedo, que vale la pena seguir estos caminos que no terminan en una tumba sino que se abren al horizonte del cielo.

Y vengo, queridos hermanos, para decirles en este ambiente donde la persecución, el atropello, la grosería de unos hombres contra otros hombres ha marcado de sangre y de humillación, a decirles el lenguaje claro de la Iglesia. Que no se confunda este lenguaje, este mensaje de esperanza y de fe de la Iglesia, con el lenguaje subversivo, con el lenguaje político de la mala ley, de los que pelean por el poder, de los que disputan las riquezas de la tierra, de los que hablan de liberaciones únicamente a ras de tierra, olvidando las esperanzas del cielo, de los que han puesto sus ilusiones en sus haciendas, en sus haberes, en sus capitales, en su poder; para decirles a todos, hermanos, que el lenguaje de la Iglesia no hay que confundirlo con esas idolatrías; y que los idólatras y los que le sirven a los idólatras no tienen por qué temer este lenguaje nítido, limpio de corazón, claro que la Iglesia predica. Leer más…

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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IMG_1139En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Viernes 01de noviembre de 2024. Todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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58-TodoslossantosALeído en Koinonía:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor. 1Juan 3,1-3Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).

Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.

Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…

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01.11 24. Todos los Santos: Todos en Cristo son santos (Tragóforo de Santa Priscila)

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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IMG_8388Del blog de Xabier Pikaza:

Según la tradición romana, Cristo ha redimido a todos los hombres, llevándolos sobre sus hombros del infierno al cielo, como muestra el Tragóforo  de la Catacumba de Santa Priscila, en la línea del “símbolo romano” o de los apóstoles.

Tragos es el “macho cabrío”, representado por mitos y fiestas, condenas desde la India al País Vasco. En Israel están los machos cabríos del Yom Kippur de los que hablé con el otro día en RD y FB, interpretando la guerra judía. En el Pais Vasco está el Akarra danzante de los aquelarres  (Akerra dantzan,astoa tamboliñe joten…). En Grecia está el Tragos de la tragedia, y pensamiento de occidente. En  Roma destaca el Cristo Tragóforo (portador de cabras, salvador universal ) de  la Catacumba de Priscilla.

Ésta es la mejor representación que conozco de la fiesta de Todos los Santos, representados por la cabra que Cristo lleva en hombros . Feliz fiesta a todos

Este Cristo Tragóforo

de un lóculo del Arenario, de la Catacumba de Priscila (Roma, siglo III dC) ofrece el testimonio más hondo de salvación universal que conozco: Cristo no salva a la oveja para condenar a las cabras   sino que acoge a ovejas y cabras, llevando a la “cabra” a cuestas, es decir, a toda la humanidad.

Cristo lleva en sus hombros a la “cabra perdida” (no a la oveja, cf. Lc 15, 4-7; cf. Mt 18, 12-14), esto es, a todos los seres humanos. Esta imagen transforma (en línea de salvación/religión universal) la sentencia de salvación/condena de Mt 25, 31-46.

Según esta imagen (que recoge la primera gran teología romana)  todos los hombres se salvan (=son vivificados en Cristo: 1 Cor 15, 22.28),  abriendo un camino de esperanza universal de cielo parala humanidad reconciliada. Esta imagen de tipo “gnóstico-ortodoxo” interpreta a la “cabra-caída” (perdida) como humanidad que Jesús ha tomado en sus hombros,  para resucitar con ella, como afirma la liturgia cristiana de Pascua, de forma que en vez de un Cristo con la cruz a cuestas tenemos a un Cristo de amor y perdón con la cabra a cuestas

Introducción

Este Tragóforo, que lleva en sus hombros y salva a la oveja/cabra perdida,en el centro del conjunto ornamental más importante del Arenario de Priscila, ofrece un testimonio clave para entender el cristianismo.

— no sacrifica al animal que lleva en sus hombros (como el moscóforo griego, que lleva a la oveja al templo para sacrificarla al dios de turno),

— no sacrifica ni expulsa y condena al chivo expiatorio ni emisario del judaísmo de Lev 16), — sino que vive (y muere) al servicio de la cabra-oveja,– abriendo así un espacio de salvación para todos, ovejas y cabras.

– Ese Tragóforo,  con su zurrón pastoril, tiene a su lado a las ovejas y  cabras de Mt 25, 31-46, todas buenas, a la derecha e izquierda: — Ovejas y cabras se inscriben en el círculo sagrado de la Vida (paraíso), con los árboles crecidos de mostaza (Reino de Dios), donde anidan las aves del cielo (Espíritu Santo),en signo de salvación universal.

Nunca, que yo sepa, había presentado la iconografía  una imagen más honda de salvación universal, una experiencia y tarea de liberación dirigida a todos; una tarea que deben   asumir  y realizar  todos los cristianos. Por eso, los seguidores de Jesús   han de ser igualmente “tragóforos”, portadores de la cabra, creando un espacio en el que puedan convivir (transformadas) ovejas y cabras, haciendo que este mundo sea un paraíso, es decir, un camino de transformación salvadora universal…

Éste es un signo cristiano, pero puede y debe presentarse, al mismo tiempo, como signo religioso universal (pues no tiene nada confesionalmente cristiano en sentido exclusivista, como mostré en mi tesis sobre los Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-46 (Sígueme, Salamanca 1985). 1. Jesús moskóforo y crióforo

Esta imagen del Cristo tragóforo  es una imitación y transformación del moskóforo griego que acude al templo de Atenea o de otro dios, llevando en sus hombros el novillo para el sacrificio (moskos). Ese signo se ha universalizado en la forma de crióforo, portador de una oveja (o de una cabra) para el mismo sacrificio.

Así aparece desde tiempo muy antiguo, en Mesopotamia y en otras culturas de oriente, para desembocar en Grecia y Roma: Un devoto del Dios lleva en sus hombres una oveja, para ofrecerla en sacrificio. El  animal (novillo, oveja)  tiene que morir, para que los beneficios de Dios (de la Vida) se concedan en el templo al oferente.

Parece un animal feliz, pero le llevan al matadero religioso, para derramar y ofrecer su sangre al Dios, para que los devotos coman de su carne y así reciban su fuerza. Esa una imagen del devoto que lleva en hombros a la víctima para el sacrificio se encuentra en el fondo de muchas representaciones antiguas, donde el animal recibe un carácter sagrado, para ser sacrificado. Es una imagen piadosa, pero de piedad sacrificial y de violencia.

Pues bien, en contra de la visión pagana, el Cristo de las catacumbas no lleva novillo o al cordero para la muerte, sino todo lo contrario: Paro salvarlo de la muerte, para introducirlo en la gloria de Dios, es decir, en la Vida.

2. Cristo Orfeo

Del chivo emisario/expiatorio de la guerra judía (Lev 16) hablé el otro. Del aquelarre vasco o pirineo de Goya hablaré quizá otro. Aquí puedo aludir al chivo sacrificial de  griegos o romanos, hasta la actualidad

 En contra de lo que he dicho (matar animales para Dios) en la religiosidad del helenismo tardío, y de un modo especial a partir de los bucólicos (como Teócrito), el oferente no lleva al animal para matarlo en sacrificio, sino para salvarlo. Estamos ante el signo del hombre que ayuda a los animales (recordemos el motivo de Orfeo que toca la lira reuniendo en torno a sí a todos los animales).

En nuestro caso cristiano, el Cristo tragóforo de Santa Priscia aparece   como Buen Orfeo, que no utiliza a los animales, no los mata para Dios (para sí mismo), sino que les libera de su mala animalidad, para integrarlos en la armonía cósmica de la Vida. Éste es el Cristo pastor bueno (de Jn 10) que da la vida por sus ovejas, que las lleva consigo, en sus hombros, a los pastos buenos, conforme al poderoso salmo del buen pastor (Sal 23 o 22).

3. Ni moskóforo, ni crióforo:

Jesús Tragóforo (bucóforo)lleva en sus hombros al macho cabrío La novedad de la Catacumba de Santa Priscila está en que Jesús, buen Pastor, vestido de patricio romano, no lleva en sus hombres un novillo (no es moscóforo), ni una oveja (no es crióforo), sino una cabra o, quizá mejor, un macho cabrío, de manera que podemos llamarle “bucóforo” o, quizá mejor, “tragóforo”, conforme a la imagen poderosa de Lev 16.

Lev 16 ha popularizado en el judaísmo y en la cultura moderna la imagen universal de los dos “chivos”. Uno es el “chivo expiatorio” al que el “buen” sacerdote debe matar, para limpiar con su sangre los pecados de todos los hombres y mujeres del pueblo. El otro es el “chivo emisario”, sobre cuya cabeza ha de cargar el sacerdote todos los pecados del pueblo, mandándolo al desierto de Azazel, en las “tinieblas exteriores”, condenándolo de así al exilio y a la muerte.

Pues bien, este Jesús de Santa Priscila no ha venido a matar a un chivo, ni a expulsar al otro, sino a cargar con todos los chivos (bucos, machos cabríos) del mundo, llevándolos en sus hombros, para salvarlos, porque su Dios es Dios de salvación, de transformación universal, de vida.

 Parábola del Buen Pastor (Lc 15, 4-7; cf. Jn 10)

Desde ese fondo se entiende la parábola del Buen Pastor de Lc 15, 4-7 (que aparece también en Mt 18, 12-14, desarrollada por Jn 10). Ésta es una primera “lectura” de la imagen de la Catacumba de Santa Priscila. El mismo Jesús, Noble Romano (de la buena Roma), representante de Dios, ha venido a mundo para tomar en sus hombros y salvar a la oveja perdida. Pero la imagen dice más. Este Jesús tragóforo no ha tomado y puesto en su  espalda  a una oveja cualquiera (un cordero), sino que ha venido a buscar a la “cabra perdida”, identificándose de algún modo con ella. Ésta es la imagen suprema del “Dios que desciende” (o sube), introduciéndose en el centro de una realidad (humanidad) que corre el riesgo de perderse, no simplemente por ignorancia, sino incluso por maldad.

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Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios. Fiesta de todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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US Kellie Wells (C), Jamaica's Shermaine Williams (R) and Colombia's Lina Florez compete in the women's 100m hurdles heats at the athletics event of the London 2012 Olympic Games on August 6, 2012 in London. AFP PHOTO / GABRIEL BOUYS Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventuranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

            A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirlo, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

            Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

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Evitar dos errores

            En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

            No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

            No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

            Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

            Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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01 Noviembre. Fiesta de Todos los Santos

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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«Felices…»

(Mt 5, 1-12)

 

La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…

Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.

No llores si me amas

No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.

Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.

Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
*
(San Agustín)

*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Todos somos santos, aunque no me haya enterado todavía.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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7229TODOS SANTOS (B)

Mt 5, 1-12

Esta fiesta puede tener un profundo sentido si la entendemos como invitación a la unidad de todos en Dios. No recordamos a cada uno de los humanos como individuos. Celebramos la Santidad (Dios), que se da en cada uno. No se trata de segregar a buenos de malos, sino de tomar conciencia de lo que hay de Dios en todos. El hombre perfecto no solo no existe, sino que no puede existir. El concepto de santo que arrastramos desde hace siglos tiene que ser superado. No refleja el mensaje de Jesús sobre lo que es Dios y soy yo mismo.

¿Cómo hemos llegado a ese concepto? El cristianismo se tropezó con la cultura griega y los ‘Santos Padres’ emprendieron la tarea de inculturación que trastocó el mensaje de Jesús. La razón griega trituró el mensaje que era vitalista. El Logos griego engulló el mito judío. Hoy conocemos el ideal de perfección griega. Los cristianos asumieron ese ideal. La ‘arete’ griega pasó al latín como ‘virtus’, que significa fortaleza, valor, perfección. El hombre perfecto era el ‘vir’ que se guiaba por la razón y no se dejaba llevar nunca por la pasión.

La propuesta del evangelio se convirtió en perfección griega que se vendió como propuesta evangélica. Pero la perfección griega es fruto de la razón y el evangelio no tiene nada que ver con la racionalidad. Desde entonces el santo era aquel ser humano que obraba siempre desde una fuerza de voluntad (vir-tuoso). Este sutil cambio tuvo consecuencias nefastas para la religiosidad posterior. El santo será para siempre el que actúa desde la racionalidad, que quiere decir desde el falso yo. Todo lo que haga o deje de hacer estará encaminado a potenciar su individualidad. Será una pura programación para conseguir un fin personal.

Digo todo esto porque la idea que hemos manejado de santo corresponde a esta influencia griega. Queda así explicada, no justificada, la racionalización del concepto de santo. Las dos consecuencias nefastas de esa postura las seguimos padeciendo hoy. Por un lado, sentirse superior y en la medida que alcanzo ese ideal de perfección, mirar a los demás por encima del hombro, considerándoles inferiores. Nada más alejado del mensaje evangélico. Por otro lado, en la medida que no consigo ese objetivo que me he propuesto, la necesidad de simular para que los demás me crean perfecto, cayendo en un fariseísmo deshumanizador.

Esta distorsión se culminó con la incorporación al cristianismo de la juridicidad romana. Durante muchos siglos quien canonizaba a los santos era la comunidad (pueblo de Dios), con criterios de humanidad. Después canonizó la Iglesia con criterios racionales: un proceso con abogados que defienden la perfección del candidato y la aportación de los preceptivos milagros bien justificados y el veredicto final de unos jueces. Así se explica que haya en los altares tantas personas que han llevado una vida programada perfecta. Muy cumplidores de todas las normas externas, pero con ninguna empatía con los demás seres humanos.

Es verdad que los evangelios ponen en boca de Jesús: Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto. Pero ¿cómo es perfecto Dios? Cuando Dios dice: “sed santos porque yo soy santo”, no hace alusión a la condición moral. La perfección de Dios no se debe a sus cualidades. Dios es solo esencia, no hay nada que pueda no tener. Nosotros somos perfectos en nuestro verdadero ser, en lo que hay de Dios en nosotros. No hablamos de nuestras cualidades sino de Dios nuestra esencia, tesoro que llevamos en vasija de barro.

Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es un error garrafal el creer que podemos alcanzar la perfección evangélica con el esfuerzo personal. “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el Reino de Dios”. Jesús decía eso precisamente a los ‘perfectos’, a los que cumplían la Ley hasta la última tilde. Esta frase de Jesús es un aldabonazo contra la idea de perfección que seguimos manejando. Dios no valora el cumplimiento de una programación sino un corazón sincero, humilde y agradecido. Todo lo que somos lo hemos recibido de Dios.

Después de estas sencillas explicaciones, ¿qué sentido tiene hablar de “comunión de los santos”? Si pensamos que se trata de unas gracias que ellos han ‘merecido’ y que nos ceden a nosotros, estamos ridiculizando a Dios y al ser humano. Los dones de Dios no se pueden merecer ni almacenar. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito, nunca se puede merecer. Si tomamos conciencia de que en Dios todos somos uno, veremos con claridad que lo que cada uno puede vivir de Dios, lo viven todos y beneficia a todos.

Por la misma razón tenemos que aquilatar la expresión “intercesores”, aplicada a los santos. Si lo entendemos pensando en un Dios que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad: Dios no nos ama porque somos buenos, menos por recomendación, sino porque Él es amor y se da a cada uno de nosotros.

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden facilitarnos ese mismo descubrimiento, y, por lo tanto, acercamiento a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus miserias, nos tiene que animar a confiar más nosotros mismos. Y no solo valdría para los que convivieron con ellos, sino para todos los que después de haber muerto, tuvieran noticia de su “vida y milagros”. Visto así, allanarían el camino para que creciera el número de los conscientes.

No os dejéis llamar maestro. No llaméis a nadie padre. Jesús dijo al joven rico: ¿por qué me llamas bueno? ¿Cómo habría respondido si le hubiera llamado santo? Pues nosotros no sólo santo, sino que nos atrevemos a llamar a un ser humano, santísimo. ¡Cuándo tomaremos en serio el evangelio! No somos santos cuando somos perfectos, sino cuando vivimos lo más valioso que hay en nosotros como don absoluto. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa. Todos somos santos, aunque muy pocos lo descubren y viven.

Las bienaventuranzas quieren decir que es preferible ser pobre, que ser rico opresor; es preferible llorar que hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre porque les hemos negado el sustento. Dichosos, no por ser pobres, sino por no ser egoístas. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no oprimir.

Para mí, tiene un profundo significado teológico que la fiesta de los difuntos esté ligada a la de todos los santos. Litúrgicamente ‘los difuntos’ se celebra el día 2, pero para el pueblo sencillo, el día de todos los santos es el día de difuntos, sin más. Con lo que hemos dicho tenemos datos para una interpretación en profundidad de esta fiesta. Si todo ser humano tiene un fondo impoluto, Dios tiene que amarnos precisamente por eso que ve en nosotros de sí mismo. No hay miedo a equivocarse. Todos nuestros queridos difuntos son santos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Llamados/as a ser felices, bienaventurados, santos.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Mt 5, 1-12

::Comencé el evangelio de Mateo (Mt 5, 1-12): “En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y abriendo su boca, les enseñaba diciendo: ’Bienaventurados…’. ¡Ah sí, las bienaventuranzas!, este evangelio tan conocido, tantas veces escuchado: los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz…

Algo por dentro me frenó en seco. Volví a leer: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Leí y releí estas últimas siete palabras. Respiré a fondo y seguí leyendo el texto…  los perseguidos, los insultados y los calumniados.

Vivimos tiempos oscuros, tiempos violentos, como en otras épocas. Siempre lo mismo desde el principio de la humanidad. El ser humano ha sido y sigue siendo violento.

Lo que pasa es que ahora tenemos a nuestro alcance mucha más capacidad de violencia y, en cierto modo, se ha atravesado una línea roja peligrosa: la preocupante normalización de la violencia en todos los ámbitos.

Así lo dejo porque lo que realmente quiero es hablar de Paz.

Adentrémonos en la bienaventuranza que nos reta a ser incansables trabajadores por la paz y veamos qué se requiere para ser vehículos de paz en cada paso que demos en nuestro caminar por la vida.

Hemos de dejarnos hacer por el Espíritu como pobres, débiles y necesitados que somos aunque no nos lo acabamos de creer.

¿Qué quiere decir ser mansos? ¡Esta palabra ya ni se usa! y sin embargo necesitamos del sosiego, de la tranquilidad interior, de una actitud pausada; necesitamos silencio, soledad, oración que nos ayude a conservar la calma, la paciencia, la escucha…

El trabajo por la paz es duro, es peligroso, antes o después tocará llorar por las decepciones, por el sentimiento de no poder hacer más, por el rechazo, por la incomprensión de los otros. Sí, habrá abundancia de lágrimas.

El hambre y la sed de justicia forman parte de las características de quienes trabajen por la paz esa paz que no es individual, es una paz comunitaria, universal.

Quienes quieran trabajan por la paz habrán de tener entrañas de misericordia, se conocerán a sí mismo y por tanto serán misericordiosos con los demás: todos del mismo barro.

Serán limpios de corazón, sin telarañas que les perturben la visión del otro.

Se darán cuenta desde el minuto cero que habrá persecución por causa de la justicia, ya que su trabajo por la paz no gusta a los poderes del mundo.

Cuando lleguen los insultos, las persecuciones y las calumnias nada impedirá andar con la cabeza bien alta porque quienes se pongan en marcha por la paz saben a Quien siguen.

También Lucas (Lc 12, 35-38) habla de bienaventurados: “Bienaventurados aquellos criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos”.

Jesús sigue estando a nuestro lado y nos pone cerca a algunos que  ya son bienaventurados. Se implicaron y trabajaron por la paz dejándonos su testimonio a través de sus vidas y sus palabras.

Traigo aquí a algunos que se tomaron muy en serio el trabajo por la paz:

El Papa Juan XXIII en su Carta Encíclica Paz en la Tierra (Pacem in terris) deja bien claro desde el principio los cuatro pilares donde se fundamenta la Paz para todos los pueblos: la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Gandhi, el profeta de la no-violencia, nos dejó un rotundo mensaje: “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”.

La sencillez de Teresa de Calcuta nos lo pone fácil: “La paz comienza con una sonrisa”. ¿Fácil? Parece que sí, pero hoy se vive cada vez de forma más individualista, abiertos más a las relaciones por pantallas que a las personales. A veces no hay tiempo ni humor para una sencilla sonrisa.

También en el siglo pasado, Etty Hilesum*, una judía que acabó sus días en Aushwitz, dejó esto escrito sobre la paz: “Nuestra única obligación moral es la de cultivar en nosotros vastos espacios de paz e ir ampliándolos progresivamente, hasta que esa paz irradie a los demás. Y, cuanta más paz exista entre las personas, más habrá en este mundo en ebullición”. (*)Une vie bouleversée. Journal (1941-43) ed. Du Seuil, 1985, p.227).

Bienaventurados los que empezaron aquí el camino del reino, gozan ya de su recompensa en el cielo, donde han sido recibidos como hijos de Dios y, alegres y regocijados, ven a Dios.

Mari Paz López Santos

FEADULTA – 1 noviembre 2024

Día de Todos los Santos

Fuente Fe Adulta

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Un mundo al revés

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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1 noviembre 2024

Mt 5, 1-12a

Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad.

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Viviremos en la “amable memoria” de Dios. Todos los Santos.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. Todos los santos: todos los difuntos.

Estos dos primeros días de noviembre celebramos la fiesta de todos los Santos y el día de Difuntos, que probablemente son como dos caras de la misma moneda. Son días en que recordamos a todos los seres humanos que nos han precedido en la historia, que han construido la historia y gozan ya de la bienaventuranza, son bienaventurados en  Dios.

02.- ¿Cómo entender estas cosas?

¿Qué pensar y creer  acerca de todo esto?

Respecto del “más allá” conviene que apaguemos nuestra curiosidad. Saber del “más allá” en el sentido de ciencia, no sabemos nada, aunque esperamos mucho, lo esperamos todo.

Siguiendo a San Pablo, tal vez nos baste con saber que nuestro lugar es Cristo. Viviremos, seremos en Cristo. Acerca de cómo habrán de ser estas cosas, dónde serán, no sabemos nada. No podemos pretender hacer una descripción del futuro. La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro.

La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro. Acerca del final nadie sabe nada, sino solamente Dios. (Mc 13, 32).

Pensemos y descansemos en que el final es Cristo. La Escatología es la conclusión de la Cristología. Esta es la afirmación fundamental de nuestra fe y de nuestra esperanza: Cristo resucitado.

Viviremos en Cristo, seremos en Cristo.

03.- Fiesta es de esperanza:

Todos los Santos” es una fiesta que alienta nuestra esperanza tanto por los que se han ido, como para los que también nos iremos.

El final -la finalización- de la existencia humana y de la historia está en Dios, que es un Dios de vivos y no de muerte.

Teilhard de Chardin decía que caminamos hacia el punto “omega”, hacia la cristofinalización.

04.- ¿Qué pensar y qué podemos creer y, sobre todo, que podemos esperar de la vida y de la muerte?

¿Cómo son estas cosas acerca de la muerte, del después de la muerte?

Vaya por adelantado que vivimos en una docta ignorantia.

Podemos pensar que todo el don escatológico, toda la salvación acontece en el tránsito de la muerte a la Vida.

No vemos nada, nunca en estas cosas se ve nada, pero tenemos la confianza del “hoy” estarás conmigo en el Paraíso. En la muerte nos encontramos -encuentro- con JesuCristo, con Dios. Al morir a este tiempo Dios Padre nos recoge; acoge nuestra vida, nuestra persona  y nos devuelve la vida de alguna manera que, siendo honestos, hay que decir que no sabemos absolutamente nada. Nuestro lugar definitivo es Dios.

05.- ¿Qué pensar del purgatorio?

No pertenecen a la fe cristiana las categorías de tiempo y espacio.

No hay porqué pensar que después de la muerte haya un “lugar”, un sitio y un tiempo lo más parecido a una depuradora o, peor, a un campo de concentración donde purgamos y pagamos las últimas facturas pendientes de la vida.

Esto es puro aparato conceptual -puras ideas- que en ningún momento estuvieron en la fe de Jesús. No hay un sólo texto en la Escritura que justifique el purgatorio como lugar.

Dios no es un contable que no deja pasar ni una. Dios no es un sanguinario que no perdona absolutamente nada. Cuando Dios perdona por su hijo Xto., perdona totalmente. Dios no hace como nosotros: perdona pero no olvida. Cuando Dios perdona, perdona y no nos espera para que paguemos las últimas letras en el más allá.

El purgatorio como plenitud

Los seres humanos morimos con algunas dosis de mal y, al mismo tiempo, morimos sin haber realizado, sin habernos realizado en muchas facetas de nuestra personalidad y de nuestra vida.

Pero para solucionar esto no hace falta inventarse una sala de torturas: el fuego no tiene ningún valor de realización de la persona. Por el hecho de quemarse -suponiendo que hubiera un fuego- nadie mejora.  El fuego no tiene ningún valor perdonador, ningún valor personal, ninguna realización.

En un sentido poético (místico) la llama de amor viva, que decía S Juan de la Cruz es la que nos llena la vida de calor y amor, pero no de castigo.

Podemos pensar que cuando una persona muere, cuando morimos nos encontramos con Cristo y con Dios y ese encuentro es suficientemente perdonador y realizador. De manera que el purgatorio no es un lugar, ni un tiempo, es un encuentro. Como el padre recibe al hijo pródigo: el purgatorio es eso: entrar en la casa del Padre, celebrar la fiesta, el banquete. Es de muy mal gusto y de peor corazón la imagen del purgatorio como si fuese un infierno en pequeño o un campo de concentración…

Así pues, podemos pensemos y esperemos que todo acontece en el momento de la muerte: cuando morimos, nos encontramos con Cristo y así somos  purificados (purgatorio) y plenificados, (divinizados) salvados.

06.- ¿Qué sentido tiene la oración por los difuntos?

La oración por los difuntos tiene pleno sentido y se entiende en el momento de la muerte y en la vida de la comunidad cristiana: la familia, la comunidad, el pueblo, la parroquia, los amigos, los compañeros de trabajo oran y presentan al que ha muerto a Dios para que lo acoja en su casa: “recíbelo, Padre, junto a Ti y concédele ya el descanso eterno y la vida plena”.

Lo que no tiene tanto sentido es perpetuar esa oración  por los difuntos. Muchas veces pensamos que cuantas más misas mejor, porque en el fondo es un desconfiar de Dios. Por eso muchas veces se ha vivido y hoy  tampoco estamos libres de una mercantilización de las misas, de las indulgencias: ¿quién puede pagar una oración y comprar la salvación? Las misas y los sacramentos no se venden, ni se compran: las misas no se pagan. El dinero hace daño siempre y también lo ha hecho en estas cosas.

No pensemos, pues, que los difuntos por quienes se ofrecen muchas misas, bien por riqueza, bien su status político o eclesiástico: no pensemos que esos difuntos tienen la salvación más segura o más rápida que muchas personas anónimas, muchos seres humanos que mueren en la más absoluta soledad y abandono y no tendrán nunca una oración. Nosotros podremos hacer acepción de personas, pero para Dios todos somos iguales y todos llegamos junto a él por igual.  Este estado de cosas entiende que la oración y las misas por los difuntos es como una cuenta corriente, cuanto “mayores cantidades”, mejor.  (¿)

En la muerte, es bueno que recordemos a nuestros difuntos, es sano evocar su memoria, oremos con o a nuestros difuntos, pero, a partir de la muerte, recordemos y oremos ya recordemos y oremos a y con nuestros difuntos.

07. – Comunión de los santos

Algo de esto es la comunión de los santos. Una solidaridad en el recuerdo, en la fe, en la esperanza. Ellos son los que  oran por nosotros.

¿Cómo la iglesia del cielo no va a orar por esta iglesia que peregrina por la vida? Nuestros padres, hermanos, amigos, compañeros oran por nosotros, nos recuerdan, nos animan a seguir hacia ti, morada santa.

08.- Esperanza.

Todo ser humano puede vivir y morir confiando y confiado en la bondad de Dios. Todos morimos en la misericordia de Dios. Dios nos salva a todos porque nos ama y porque para Dios no hay nada imposible. En esa vida de Cristo y con esa esperanza recordamos a esa muchedumbre inmensa de todo pueblo y nación, que han pasado por la gran tribulación de la vida y que han sido recibidos por Cristo en el que descansan y viven bienaventurados. Descansan en la paz del Señor.

Tengamos la esperanza de que viven junto a Dios celebrando ya la fiesta de la vida definitiva y en esa santa esperanza vivamos y, cuando nos llegue el momento, muramos en el Señor.

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“Sentados junto al camino”. 30 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,46-52)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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51-30_1480683En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como «el Camino» (Hechos de los Apóstoles 18,25-26). Más que entrar en una nueva religión, «hacerse cristiano» era encontrar el camino acertado de la vida, caminando tras las huellas de Jesús. Ser cristiano significa para ellos «seguir» a Cristo. Esto es lo fundamental, lo decisivo.

Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy importante y ha generado una liturgia y un culto muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como una religión.

Por eso no es extraño encontrarse con personas que se sienten cristianas sencillamente porque están bautizadas y cumplen sus deberes religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho, hoy bastante generalizado, hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos del cristianismo.

Hemos olvidado que ser cristianos es «seguir» a Jesucristo: movernos, dar pasos, caminar, construir nuestra vida siguiendo sus huellas. Nuestro cristianismo se queda a veces en una fe teórica e inoperante o en una práctica religiosa rutinaria. No transforma nuestra vida en seguimiento a Jesús.

Después de veinte siglos, la mayor contradicción de los cristianos es pretender serlo sin seguir a Jesús. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante «lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a Cristo.

Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato, Bartimeo «está sentado al borde del camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no solo recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues, desde aquel día, «le seguía por el camino». Es la curación que necesitamos.

José Antonio Pagola

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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 27 de octubre de 2024. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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27.10.24. 30º dom.TO. Hijo de David, ten compasión de mí (Mc 10, 46-5)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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IMG_8259Del blog de Xabier Pikaza:

Con un milagro de ciego había terminado la sección anterior del mensaje en Galilea (Mc 6, 6b-8, 26): Jesús había abierto los ojos de un hombre de Betsaida (quizá símbolo de Betsaida Pedro y de todos sus discípulos) a fin de que pudieran comprender el sentido de su Reino y seguirle en el camino (8, 22-26).

Ahora, al final de esta nueva sección (8, 27-10, 52), después de exponer los rasgos de entrega que supone el evangelio, ante la dificultad reiterada de sus discípulos, Marcos vuelve a presentar a otro ciego, curado esta vez en el camino (10, 4652).

Sin duda, ambas escenas (8, 22-26 y 10, 46-52) están entrelazadas. Los que quieran entender y seguir a Jesus han de pedir que cure sus ojos, como pidee Bartimeo a las afueras de Jericó donde Jesús ha entrado, para salir luego de modo inmediato, pasando a la vera del camino donde él se encuentra está pidiendo limosna

(a. Un ciego). 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

(b. Maestro, que vea)49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista.

(c. Curación y seguimiento). 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino [1].

 Ésta escena, rica de contenido, puede dividirse en tres partes. Es posible (muy probable) que en su fondo haya un recuerdo histórico, vinculado a la ciudad de Jericó y a un ciego llamado Bartimeo, a quien ayudó Jesús. Pero Marcos lo ha convertido en un “texto bisagra”, con el que termina esta sección de los anuncios del camino (8, 28-10, 50), para comenzar las dos nuevas secciones de la acción y pasión de Jesús en Jerusalén (Mac 11-13 y 14-15).

Siendo un “paradigma” (enseñanza de tipo universal), este pasaje recoge el recuerdo de un gesto muy concreto del fin del camino de Jesús, su último milagro (la resurrección de 16, 1-8 no será ya un milagro), en el que se condensan y culminan de algún modo todos los anteriores.

Este mendicante de Jericó representa a la humanidad entera, condenada a la ceguera, al borde de un camino de peregrinación que él nunca podrá recorrer subiendo a Jerusalén, pues no ve. Es la humanidad oscurecida, que vive de limosna al borde de una ruta santa que, para él, no lleva a ninguna parte.

Es un marginado, que vive (sobrevive) de pequeñas limosnas, pero está atento y se preocupa por saber quienes pasan, y de esa forma mantiene una esperanza. Quizá pudiera decirse que se encuentra a la espera del Mesías, que debe pasar por allí, como pasó Josué en otro tiempo (cf. Jos 6), para “conquistar la tierra”. Está en el fondo, a la espera de Jesús, que le “recupera” para el Reino.

10, 46-48 ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Pasar por Jericó (10, 46a). El comienzo del texto resulta, por lo menos, enigmático. Jesús y sus acompañantes llegan a Jericó donde no se dice si entran, ni el tiempo que permanecen, ni lo que hacen. El texto añade inmediatamente que, cuando salía de Jericó con sus discípulos, empezó a gritarle un ciego que se supone conocido (se le llama Bartimeo, el hijo de Timeo…), con el que sigue la escena del milagro (10, 46). Lógicamente podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué dice Marcos que Jesús entró en la ciudad? ¿Qué hizo allí? Se han dado dos respuestas básicas.

  (a) Algunos suponen que una redacción anterior del pasaje debía recoger lo que Jesús hizo en la ciudad. En este contexto se suele aducir el Evangelio Secreto de Marcos donde se afirma que Jesús había entrado en Jericó, añadiendo: “Y estaban allí la hermana del joven a quien amaba Jesús, y la madre de éste y Salomé; pero Jesús no las recibió”.

La tradición recordaría, según eso, una escena de la entrada de Jesús en la ciudad, que ha sido ignorada por el texto actual de Marcos. Pero, como he dicho en la introducción al Comentario de Marcos introducción, ese “evangelio secreto” parece posterior, lo mismo que la referencia a un encuentro de Jesús con la familia del pretendido discípulo amigo de Jesús, sería un añadido tardío, para encuadrar las “escenas” de ese evangelio secreto (cf. comentario a 14, 51-52).

(b) Resulta más verosímil pensar que Marcos recoge simplemente la tradición según la cual Jesús y sus acompañantes pasaron en Jericó el día de sábado, como hacían muchos peregrinos galileos, que descasaban allí el día santo, para ponerse en marcha el primero de la semana (el domingo actual), muy temprano, para cubrir así los casi treinta kilómetros de fuerte subida y llegar a Jerusalén al comienzo de la tarde (¡sería en nuestro computo actual el Domingo de Ramos).

Ese descanso del sábado en Jericó era un detalle bien conocido, de manera que no era necesario destacarlo. Allí descansó, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, pero a Marcos (preocupado de otra forma por el sábado, como hemos visto en 2, 23−3, 4) no le interesó conservar ese dato, por lo que se limita a decir que llegó a Jericó y que salió.

 Sea como fuere, el “milagro” del ciego está situado precisamente en ese momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias,  2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14). Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con la gente e inicia el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como pronto indicaremos.

Un ciego a la espera (10, 46b-47a). No es sin más un ciego, sino un ciego sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino.

Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).

En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando se dice que  los discípulos podrán  a Jesús de nuevo en Galilea, si van allí como les dicen las  mujeres de la pascua.

Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús. Pero entonces la escena quedaba truncada. Jesús mandaba al ciego que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y seguir con presteza a Jesús en el camino.

Evidentemente, este ciego no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores. A la salida de Jericó, a la vera del camino pascual, está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.

Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).

Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está confesando de algún modo como “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.

Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador.

Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial: PEDRO  llamaba a Jesús “Cristo”, pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros; Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. Marcos acepta aquí ese matiz del título “Hijo de David”, aplicándolo a Jesús; pero, después, en la gran controversia de 12, 25-37, lo rechaza, porque rechaza el mesianismo de poder, como veremos comentando con detalle ese pasaje [2].

Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), , sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén.

Este ciego pide ayuda, pero la gente que acompaña a Jesús quiere que calle, que no estorbe. Piensan que Jesús ha de ocuparse de otros temas y problemas más urgentes, como se suponía en el caso de los niños (10, 13); piensan que en esta última etapa de subida a Jerusalén nada ni nadie puede estorbar a Jesús. Por eso los acompañantes piden al ciego que calle: ¡no estorbes! [3]

 10, 49-52a. Tu fe te ha salvado

49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado.

Otros le piden o, mejor dicho, le exigen (emetimôn) que calle. ¿Por qué? Quizá porque les estorba y no quieren escuchar sus gritos.Pero es mucho más probable que le impidan gritar precisamente porque llama a Jesús abiertamente ¡Hijo de David!, en el sentido de pretendiente mesiánico. Jesús había mandado callar a Roca y a sus discípulos, cuando le dijeron que era el Cristo (8, 30). Es evidente que ahora esos discípulos tengan que impedir que este ciego grite de esa forma ante el paso de Jesús el Nazareno (ho Nadsarênos), nombre que puede tener connotaciones mesiánicas (como he puesto de relieve al estudiar Mc 6, 1-2 en mi comentario de Marcos).

Podemos suponer que le mandan callar precisamente porque invoca a Jesús como Hijo de David (nazareno), apelando de esa forma su “dignidad mesiánica”, en un momento de gran tensión (la última subida hacia Jerusalén). Pero es más probable que le manden callar porque piensan que su forma de invocar a Jesús no es la apropiada: ¡Jesús no debe ocuparse de un ciego, mendigo, impedido, en el camino! ¡Tiene otras cosas que hacer, otros problemas que resolver en esta última subida!

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El mendigo que no quería dinero. Domingo 30 ciclo B

Domingo, 27 de octubre de 2024
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jesus-y-el-ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

            En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.

            En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.

Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.

Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.

Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Esto último es lo que ocurrió.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

-“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

-“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

-“Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

-“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

-“¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

-“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

-“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

           Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

            Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.

            En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

 Otros detalles interesantes del relato

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura: Jeremías 31, 7 – 9

            El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

          La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén.

Así dice el Señor:

“Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

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“Ceguera”. Domingo XXX del Tiempo Ordinario. 27 de octubre de 2024

Domingo, 27 de octubre de 2024
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“Jesús le dijo: – ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó: – Maestro, que pueda ver.”

(Mc 10, 46-52)

El domingo pasado Jesús les hacía esta misma pregunta a dos de sus discípulos: Santiago y Juan.

Jesús se muestra disponible: “¿Qué quieres que haga por ti?” Nos invita a expresarle nuestras necesidades, porque al expresarlas pueden empezar a sanar.

Bartimeo era ciego y era evidente. Pero también Santiago y Juan estaban ciegos. Incluso los otros diez andaban mal de la vista. Sin embargo solamente Bartimeo era consciente de su ceguera y por eso le pide a Jesús: “-Maestro, que pueda ver.”

Estamos acostumbradas a leer la Biblia a trocitos y está muy bien para unas cosas. Nos ayuda a meditar sobre un aspecto concreto, pero si nos conformamos con esa lectura perdemos la visión de conjunto.

Los evangelios que venimos leyendo los últimos domingos forman una unidad que está pensada para hacernos caer en la cuenta de nuestra propia ceguera.

Desde finales del capítulo 8, Marcos nos está mostrando el camino que tiene que recorrer el Mesías. Y es un camino que atraviesa el sufrimiento.

Jesús anuncia por tres veces su pasión mientras intenta hacerles comprender a sus discípulos lo que significa el seguimiento.

Al final de toda esta enseñanza y después de tres anuncios de la pasión queda clara una cosa: los discípulos no han entendido NADA. Dos de ellos le piden puestos de honor y los demás se enfadan.

Jesús se acerca a su pasión y sus discípulos están cada vez más lejos. Aquí aparece Bartimeo. Es un Icono de Esperanza. Un resquicio de Luz.

Alguien está empezando a comprender… Bartimeo se da cuenta de su ceguera. Oye hablar de Jesús pero todavía no puede ver al Mesías.

Bartimeo es el modelo de discípulo porque quiere ver y cuando recobra la vista sigue a Jesús por el camino.

Y nosotras, ¿somos conscientes de nuestra ceguera? ¿Dónde tenemos puesta nuestra mirada? ¿En nuestro propio ombligo como Santiago y Juan? ¿En lo que hacen los demás como los otros diez? ¿O queremos ponerla en Jesús como Bartimeo?

Oremos

Maestro, que recobre la vista.

El evangelio de hoy quiere ayudarnos a descubrir nuestra ceguera, ¿le dejamos?


*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

***

 

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Tú puedes ver, lo único que tienes que hacer es abrir los ojos.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ciego

DOMINGO 30º (B)

Mc 10,46-52

Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos, pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí. No es una crónica de algo que pasó. Es teología narrativa. Todo son símbolos mesiánicos.

Este relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; no rechaza el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los evangelios todo son símbolos, incluida la ciudad de Jericó.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. La sociedad había asignado al ciego su papel, pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría por la fuerza, pero a Jesús ya no le importa, no le manda callar, sino que se implica vitalmente para sacarle de la situación.

Le regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como si le dijeran: en la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar. Aguanta y calla. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen hoy a Jesús, pero no descubren la necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

¡Llamadlo! En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el salto, aunque no ve. El manto que había sido hasta el momento su única protección, se convierte en estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro que se realiza antes del milagro.

¿Qué quieres que haga por ti? La pregunta no tiene ningún sentido, pero pretende que el ciego tome conciencia de su situación. ¿Qué va a querer un ciego? La pregunta que le hace Jesús es la misma que el domingo pasado hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella?

¡Que pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado lo que Jesús les viene proponiendo una y otra vez. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús, le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran, una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue sin pensarlo dos veces.

Ya en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir, a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. Ignorar la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso.  Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero la cruda realidad es que nos preceden en el Reino. ¡Qué difícil es para nuestra racionalidad aceptar esta verdad!

La escala de valores que nos propone el evangelio, no sólo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Disfrutar al estilo de Jesús.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ob_4ae4c9_jesus-guerit-bartimeeMc 10, 46-52

«Muchos le increpaban para que callara, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”…»

El fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible y nos ayudan a conocerle mejor.

La primera se produce a su llegada. Al parecer, la fama de Jesús ha llegado hasta Judea, y muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibirle. Podemos imaginar a los notables del pueblo compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta de Galilea, y podemos imaginar, también, su estupor al ver que él los ignora y se invita a la casa del jefe de los publicanos, Zaqueo; el hombre más rico y más odiado de la ciudad.

No le conocen y quedan escandalizados. No saben que los más importantes para él no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados; necesitados de salud, de dinero o de estima. Tampoco saben que no tiene reparo alguno en que le vean en compañía de personas despreciadas por la sociedad si con ello consigue liberarles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentan en ellos los tenidos por buenos. «Yo no los desprecio –parece decir a todos– porque lo importante son las personas».

La segunda escena que nos brinda el texto de hoy es su salida hacia Jerusalén. Podemos volver a imaginar a los importantes apretujándole y agobiándole a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras… pero en la puerta del Oeste se produce un suceso que da al traste con su pretensión.

Y sucede que Bartimeo, mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comienza a gritar con todas sus fuerzas: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». Algunos de la comitiva le reprenden porque está atrayendo la atención de la gente y desluciendo el fasto, pero cuanto más le riñen, más grita él. Aprietan el paso para evitarle, pero Jesús le escucha, se detiene y da una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobra la vista y le sigue loco de alegría por el camino de Jerusalén.

El primer día de su paso por Jericó es un pecador público el que capta su interés por encima de todos los personajes notables, y ahora es un empecatado ciego que a nadie le importa… excepto a Jesús. Ése es su estilo; un estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se le acerca, extiende la mano y le toca para sanarlo; o el de la viuda pobre que deposita su monedita en el arca del Templo y es la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida por salvarla…y la pierde… Y tantos pasajes más.

Suele gustarnos hacer una lectura del evangelio muy erudita, y eso estimula la mente, pero no mueve el corazón. A veces es conveniente pararse a contemplar la escena en lugar de analizarla o interpretarla; limitarse a saborearla, a disfrutar del estilo de Jesús… pues sólo de esta forma, tal vez, su lectura afecte a nuestra vida.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Estamos dispuestos/as a gritar, a saltar y arrojar lejos lo que nos mantiene al borde del camino y nos impide seguir a Jesús?

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Marcos 10,46-52

“Esta historia es tu historia” es una de las frases que en relación a los textos bíblicos suele repetir Dolores Aleixandre y que estoy convencida es una clave valiosa para ponerse delante del evangelio.  Esto, que es verdad siempre, lo es quizá más o al menos más fácil con el evangelio que hoy se nos presenta.

Estamos ante un texto vivo, conciso, esquemático, claro y sumamente simbólico en el que cada palabra, cada detalle es sugerente y con el que podemos identificarnos fácilmente. Un texto cargado de detalles que requiere poca explicación. Por eso os propongo simplemente escuchar el evangelio, la historia de Bartimeo como “mi propia historia” y plantearnos, ¿Qué dice de mí y qué me dice de mi seguimiento de Jesús?

Recordamos el texto y nos fijamos en algunos detalles

– Donde sitúa Marcos los hechos: En el camino que lleva de Jericó a Jerusalén, etapa final de esta “subida de Jesús” y por lo tanto al final de su vida, el último signo antes de su muerte narrado por Marcos. Interesante encuadre en el que nos plantea las características del seguimiento de Jesús.

– Quienes, que personas intervienen: Jesús que va culminando su camino rodeado de gente y al escuchar los gritos del ciego se detiene para escucharle. El ciego que no es una persona anónima, sino identificada con su nombre y su origen, su padre. Los que siguen a Jesús nombrados de dos formas, unos son discípulos y el resto “otra gente” o la multitud. De todos se dice sin distinción que oyen los gritos del ciego y le mandan callar, son gritos molestos, rompen el buen ambiente.

– Lo que pasa, lo que le pasa a Bartimeo.

Bartimeo, la persona ciega, pobre, marginada, que está sentado al borde del camino, alejado de los demás, oye “que pasa Jesús” e intenta llamar su atención gritando: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi”. Un grito claro y comprometido. Atribuye a Jesús  un título mesiánico, Hijo de David, que manifiesta su reconocimiento y su fe en Él. Y le pide que tenga compasión de él, nada concreto, algo así como “date cuenta de que estoy aquí” de que quiero encontrarme contigo.

Resiste a los que intentan hacerle callar y sigue gritando, hasta que escucha entusiasmado la gran noticia: ¡Animo, te llama! Y reacciona a lo grande: Salta, tira el manto y se acerca a Jesús.

Se encuentra cara a cara con Jesús. Bartimeo le vuelva a llamar Maestro y contesta a su pregunta de forma clara y contundente: ¡Que vea! ¡Que pueda ver!

Y al ser consciente de que se produce en él un cambio, que empieza a ver y escucha el reconocimiento de Jesús: Es tu fe la que te ha devuelto la vista… Toma una gran decisión “seguir a Jesús”, se convierte en su discípulo.

Ahora nos preguntamos, ¿quién de nosotros no es o no se parece a Bartimeo? ¿No están presentes en nuestra historia personal algunos, o muchos, de estos momentos o situaciones?

1. Estar al borde del camino. ¿Cuándo nos sentimos así? ¿De qué camino estamos al borde? ¿Por decisión propia o porque las circunstancias nos han llevado ahí? ¿No estamos a veces viendo pasar a la gente desde fuera, viendo lo que pasa, incapaces de entrar en el camino?

2. Gritar a quien intuimos o creemos que puede salvarnos, ayudarnos… ¿A quién gritamos cuando parece que no podemos más? ¿Descubrimos que Jesús pasa de muchas formas a nuestro lado? ¿Cómo aprovechamos la oportunidad de encontrarnos con Él? ¿Con la lucidez y confianza de Bartimeo que llama a Jesús, Mesías y Señor? ¿No nos hemos sentido muchas veces silenciados, por las costumbres, por la barrera de la gente, por lo que “se lleva”, se ve bien, o simplemente porque molesta lo que vivimos o decimos?

3. Saltar y tirar el manto, aquello que nos ata o esclaviza, que nos pesa y no nos deja avanzar. Saltar es más que levantarnos o dejarnos levantar, es el impulso decidido a no seguir postrados, a cambiar. ¿Cuándo ha sido la última vez que nos hemos decidido a saltar y a desprendernos de los pesos muertos? ¿Cuántas veces hemos pensado que debemos hacerlo y no nos decidimos?

4. Encontrarnos con Jesús hablar con él mirarle de cerca y dejarnos mirar, escuchar su pregunta y responderle desde lo más profundo de nuestro corazón y en verdad, qué deseamos, qué queremos ver… Y desde esta experiencia única empezar a seguirle.

¿Qué le pido yo a Jesús? ¿Estoy siguiendo a Jesús como decisión personal o soy “otra gente” que va por el camino simplemente porque lo he hecho siempre, sin mirar a los del borde, sin haberme encontrado con Él? ¿Le sigo con la decisión y alegría que despierta en mí la fe y la confianza en Él?

Este domingo el evangelio nos invita a gritar, a saltar, a arrojar lejos tantos antiguos mantos que nos aplastan. Nos invita a abrir nuestros oídos y escuchar el “murmullo” de que pasa Jesús desde el sitio en que estemos, aunque sea al borde del camino y su paso nos lleva a soñar con un nuevo sitio para nosotros siguiendo al Maestro, al Señor de nuestra vida. Y finalmente nos invita a repetir una y otra vez las mismas palabras que el ciego: Maestro, que pueda ver”. Que podamos ver la situación del mundo y esa mirada nos reavive la compasión cada día. Que podamos ver todo aquello que nos paraliza y escuchar cada mañana: levántate, te llama a  ponerte en camino. Que podamos ver nuestras pobrezas y, en lugar de hundirnos o replegarnos, percibir ese ánimo que se nos regala como don.

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Ver.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Domingo XXX del Tiempo Ordinario

27 octubre 2024

Mc 10, 46-52

La respuesta del ciego, en el texto evangélico, es acertada. Porque acertamos cuando el objetivo primero de nuestra existencia es querer “ver”. Todo lo demás nacerá de ahí.

Se trata de un ver que es sinónimo de comprensión profunda, de aquel conocer directo, inmediato, sentido, que aporta certeza a la vez que ilumina toda la realidad.

Hay dos modos de conocer. Uno es mental, opera a través de la razón, se mueve entre conceptos y razonamientos, utiliza el análisis y la reflexión y, como resultado, aumenta nuestra capacidad de entender todo lo que se refiere al mundo de los objetos.

Pero hay otro modo de conocer, previo a la razón. Se experimenta como un conocimiento “sentido” en toda la persona, se expresa a través de la intuición o “conocimiento interno”, con tal lucidez e intensidad, que la persona tiene la sensación de “ver”. A diferencia del anterior -que podríamos definir como conocimiento por medio del análisis y la reflexión-, este es un conocimiento por identidad: conocemos algo cuando -y porque- lo somos.

Es un modo de conocer que se nos puede regalar en el momento más inesperado, aunque dotado siempre de una sensación contundente de certeza, es decir, de “visión”. Quien lo experimenta -incluso aunque luego no pueda encontrar palabras o “mapas” para expresarlo adecuadamente- sabe que es verdad.

Pero, aun siendo regalo -no puede ser de otro modo, ya que es inalcanzable para la mente-, es posible favorecer su emergencia. Y si el conocimiento mental se estimula por medio del razonamiento, este otro modo de conocer (transmental o no-dual) requiere el silencio de la mente. En la práctica de ese silencio, al ejercitarnos en suspender el pensamiento, se están poniendo las condiciones para que la intuición pueda hablarnos. Todo lo demás nacerá de aquí. Por eso decía que el primer motor de nuestra existencia, como en el caso del ciego -una metáfora, por cierto, de nuestra condición habitual-, es querer ver.

***


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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