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Quien reciba uno como este en mi nombre, a Mí me recibe

Lunes, 23 de septiembre de 2024
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IMG_7667La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0 Diácono Ray Dever.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Dos pasajes de los Evangelios muestran a Jesús interactuando con niños: la historia conocida en la que les dice a sus discípulos que dejen que los niños se acerquen a él, y la historia menos conocida pero probablemente más relevante que tenemos en la lectura de hoy del Evangelio de Marcos (Mc 9,30-37).

Como sucede con muchos relatos de los Evangelios, esta historia comienza con los discípulos discutiendo lo que han estado escuchando y experimentando con Jesús. En este caso, se trata de la discusión demasiado conocida sobre quién de ellos es el más grande, una tentación muy humana que probablemente surge en nuestras propias vidas de vez en cuando. Es en este contexto en el que Jesús se dirige a un niño para compartir una enseñanza poderosa.

Cuando se analizan las historias más conocidas de los Evangelios sobre dejar que los niños se acerquen a Jesús, el énfasis se pone a menudo en esas cualidades propias de los niños que pueden conducir a la fe: confianza, apertura, inocencia. Pero en este contexto, que Jesús se dirija a un niño tiene un significado muy diferente. En la sociedad de la época, un niño era alguien que carecía totalmente de derechos legales y de estatus social, una entidad virtualmente nula y de poco valor, dependiente de otros para su propia supervivencia. En una discusión sobre quién era el más grande entre ellos, un niño sería francamente la última persona en entrar en la conversación.

Pero Jesús da vuelta la conversación cuando dice que si alguien quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Yendo más allá, coloca a un niño en medio de ellos, un niño que estaba tan al margen de la religión y la sociedad como se puede estar, y declara que quien reciba a un niño como este en su nombre, lo recibe a él.

Hoy, por supuesto, el lugar de los niños en la sociedad y la religión es significativamente diferente de lo que era en la época de Jesús, pero ciertamente no faltan otros que son los “niños” de hoy, que son marginados y tratados como personas que de alguna manera son “menos que” en algún aspecto. Las personas LGBTQ de fe están muy familiarizadas con el espectro constante del prejuicio y las diversas formas de discriminación con las que deben lidiar mientras simplemente buscan encontrar una comunidad de fe acogedora y practicar su religión con la misma dignidad dada por Dios que cualquier otra persona.

Mientras escribo esto, mi familia se acerca al primer aniversario de la boda de nuestra hija del medio, la primera de nuestros tres hijos en casarse. No tenemos más que recuerdos maravillosos de ese bendito y hermoso día de otoño en la zona rural de Wisconsin. La fiesta de bodas de familiares y amigos, incluida nuestra hija transgénero, reflejó la maravillosa diversidad de la creación de Dios. Desafortunadamente, la perspectiva de que cualquier miembro de la fiesta de bodas se sintiera menos que bienvenido, incluso en una parroquia nominalmente amigable con los LGBTQ, fue suficiente para que la pareja decidiera casarse fuera de la iglesia, una decisión que entendí y apoyé.

Es difícil imaginar lo que Jesús, que trajo a ese niño en medio de los primeros discípulos, tendría que decir sobre la situación actual, en la que todavía se hace sentir a demasiadas personas como si estuvieran excluidas de nuestra comunidad de fe, como si fueran de alguna manera menos que aquellos que piensan que son los más grandes entre nosotros. O tal vez no sea tan difícil si podemos abrazar verdaderamente el significado de esas palabras misericordiosas y poderosas de Jesús en el Evangelio de hoy: el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe.

—Diácono Ray Dever, 22 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“¿De qué discutimos por el camino?”. 25 Tiempo Ordinario – B (Marcos 9,30-37)

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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46_25-TO-B_1708575Según el relato de Marcos, hasta por tres veces insiste Jesús, camino de Jerusalén, en el destino que le espera. Su entrega al proyecto de Dios no terminará en el éxito triunfal que imaginan sus discípulos. Al final habrá «resurrección», pero, aunque parezca increíble, Jesús «será crucificado». Sus seguidores lo deben saber.

Sin embargo, los discípulos no le entienden. Les da miedo hasta preguntarle. Ellos siguen pensando que Jesús les aportará gloria, poder y honor. No piensan en otra cosa. Al llegar a su casa de Cafarnaún, Jesús les hace una sola pregunta: «¿De qué discutíais por el camino?», ¿de qué han hablado a sus espaldas en esa conversación en la que Jesús ha estado ausente?

Los discípulos guardan silencio. Les da vergüenza decirle la verdad. Mientras Jesús les habla de entrega y fidelidad, ellos están pensando en quién será el más importante. No creen en la igualdad fraterna que busca Jesús. En realidad, lo que les mueve es la ambición y la vanidad: ser superiores a los demás.

De espaldas a Jesús y sin que su Espíritu esté presente, ¿no seguimos discutiendo de cosas parecidas?: ¿tiene que renunciar la Iglesia a privilegios multiseculares o ha de buscar «poder social»?, ¿a qué congregaciones y movimientos hay que dar importancia y cuáles hay que dejar de lado?, ¿qué teólogos merecen el honor de ser considerados «ortodoxos» y quiénes han de ser silenciados como marginales?

Ante el silencio de sus discípulos, Jesús se sienta y los llama. Tiene gran interés en ser escuchado. Lo que va a decir no ha de ser olvidado: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». En su movimiento no hay que mirar tanto a los que ocupan los primeros puestos y tienen renombre, títulos y honores. Importantes son los que, sin pensar mucho en su prestigio o reputación personal, se dedican sin ambiciones y con total libertad a servir, colaborar y contribuir al proyecto de Jesús. No lo hemos de olvidar: lo importante no es quedar bien, sino hacer el bien siguiendo a Jesús.

José Antonio Pagola

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“Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.” Domingo 22 de septiembre de 2024. Domingo 25º ordinario

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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52-OrdinarioB25 cerezoDe Koinonia:

Sabiduría 2, 12. 17-20: Lo condenaremos a muerte ignominiosa.
Salmo responsorial: 53: El Señor sostiene mi vida.
Santiago 3, 16-4, 3:  Los que procuran la paz están sembrando paz, y su fruto es la justicia.
Marcos 9, 30-37: El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.

El libro de la Sabiduría recoge la experiencia de los profetas de Israel y nos presenta a la persona «justa» como el modelo de sabiduría. El modelo de piedad no lo constituye la persona que hace sacrificios abundantes o que sigue con elegancia y delicadeza todos los pormenores de los ritos litúrgicos. La persona ideal es la que vive la justicia y muestra con sus obras que es posible realizar la voluntad de Dios en este mundo. Pero, aunque este es el camino auténtico y querido por Dios, no por ello, se puede realizar con simplicidad. La oposición no se hace esperar. Incluso, al interior de la familia o del círculo de amigos. El que tome el camino de la justicia, pronto se dará cuenta que hará el viaje en compañía de pocas personas.

La carta de Santiago nos da una explicación tan sencilla como eficaz de la causa de los conflictos en la comunidad cristiana: la ambición. En efecto, nadie roba, ni asesina ni arruina la vida ajena si no está movido por algún tipo de ambición. El deseo de ser más fuerte que los demás, de tener más capacidad económica, de asegurarse esta vida y la otra, no son sino manifestaciones de la ambición. El problema, es que las personas que piensan así, comienzan a ver al resto del mundo como un obstáculo a eliminar o como un puente sobre el cual pasar. Pero, el problema de tales conductas, animadas y patrocinadas por la sociedad, radica en que se constituyen en ideales de vida, incluso de personas que se proclaman como cristianos. La carta de Santiago nos invita a poner todas esas ideas a contraluz y a pasarlas por el inequívoco tamiz del evangelio. La codicia de dinero, prestigio y poder nos puede conducir por un camino sin regreso y nos puede alejar del cristianismo de manera irreversible, aunque nos sigamos considerando cristianos y vayamos a misa todos los días.

En el evangelio de Marcos, el «camino» representa el itinerario de formación de un buen discípulo. Jesús no quiere un grupo de fanáticos que le entonen vivas a su nombre, sino un grupo de personas responsables que sean capaces de asumir un proyecto. Por esta razón, sus esfuerzos se concentran en la enseñanza de sus seguidores. Pero, la instrucción parte de los desaciertos y de las respuestas erráticas que ellos van dando a lo largo del trayecto hacia Jerusalén.

Jesús debe superar el miedo cultural que invade a sus discípulos y que les impide dirigirse a su «Maestro» con toda confianza. Para esto utiliza una estrategia pedagógica muy ingeniosa. Retoma la discusión de los discípulos que estaban concentrados no en su enseñanza, sino en la repartición de los cargos burocráticos de un hipotético gobierno y reconduce la discusión mediante un ejemplo tomado de la vida diaria. El «niño» era una de las criaturas mas insignificantes de la cultura antigua. Por su estatura y edad no estaba en condiciones de participar en la guerra, ni en la política ni en la vida religiosa. Jesús coloca a uno de esos pequeños en medio de ellos y muestra cómo el presente y el futuro de la comunidad está en colocar en el centro no las propias ambiciones, sino las personas más postergadas y simples. Sólo así se revierte el sistema social de valores. Y sólo así, la comunidad es una alternativa ante el «mundo», que ya sabe poner en el centro a las personas adineradas. La novedad de Jesús consiste en hacer grande lo pequeño, lo doméstico e insignificante.

Eso que Jesús revelaba -con una paradoja- era muy serio: Jesús identificaba su propia suerte y la de Dios con la suerte de los niños, los que no tienen derechos ni quien mire por ellos, los últimos, los despreciados, los no tenidos en cuenta. Porque en realidad todo él se identificaba con ellos: se había puesto de su lado, había asumido su causa como propia. Por eso decía que todo servicio hecho a ellos se le hacía a él mismo y, en definitiva, al Padre. Nuevamente ponía la jerarquía de valores de la sociedad al revés o, mejor, al derecho. Una sociedad que mira sólo por los de arriba –o en la que las decisiones la toman los que están arriba o miran por los intereses de los de arriba- no garantiza ni el Reino ni la Vida; ésta sólo puede sobrevivir en un mundo que desde abajo mire por los de abajo, los que no tienen derechos. Leer más…

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Unos discípulos torpes, miedosos y ambiciosos. Domingo 25. Ciclo B

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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25-T.O.BDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La confesión de Pedro («Tú eres el Mesías»), que leímos el domingo pasado, marca el final de la primera parte del evangelio de Marcos. La segunda parte la estructura a partir de un triple anuncio de Jesús de su muerte y resurrección; a los tres anuncios siguen tres relatos que ponen de relieve la incomprensión de los discípulos. El domingo pasado leímos el primer anuncio y la reacción de Pedro, que rechaza la idea del sufrimiento y la muerte. Hoy leemos el segundo anuncio, seguido de la incomprensión de todos (Mc 9,30-37).

Segundo anuncio de la pasión y resurrección (9,30-31)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará».

La actividad de Jesús entra en una nueva etapa: sigue recorriendo Galilea, pero no se dedica a anunciar a la gente la buena nueva, se centra en la formación de los discípulos. Y la primera lección que les enseña no es materia nueva, sino repetición de algo ya dicho; de forma más breve, para que quede claro. En comparación con el primer anuncio, aquí no concreta quiénes serán los adversarios; en vez de sumos sacerdotes, escribas y senadores habla simplemente de «los hombres». Tampoco menciona las injurias y sufrimientos. Todo se centra en el binomio muerte-resurrec­ción. Para quienes estamos acostumbrados a relacionar la pasión y resurrección con la Semana Santa, es importante recordar que Jesús las tiene presentes durante toda su vida. Para Jesús, cada día es Viernes Santo y Domingo de Resurrección.

Segunda muestra de incomprensión (Mc 9,32)

Pero ellos no entendían lo que decía y les daba miedo preguntarle.

Al primer anuncio, Pedro reaccionó reprendiendo a Jesús, y se ganó una dura reprimenda. No es raro que ahora todos callen, aunque siguen sin entender a Jesús. Marcos es el evangelista que más subraya la incomprensión de los discípulos, lo cual no deja de ser un consuelo para cuando no entendemos las cosas que Jesús dice y hace, o los misterios que la vida nos depara. Quien presume de entender a Jesús demuestra que no es muy listo.

La prueba más clara de que los discípulos no han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm se dedican a discutir sobre quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido algo. Porque, cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se callan; les da vergüenza reconocer que el tema de su conversación está en contra de lo que Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección.

Una enseñanza breve y una acción simbólica nada romántica (Mc 9,33-37)

Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó:

-¿De qué discutíais por el camino?

Ellos callaban, pues en el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

-Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

-El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

Para comprender la discusión de los discípulos y el carácter revolucionario de la postura de Jesús es interesante recordar la práctica de Qumrán. En aquella comunidad se prescribe lo siguien­te: «Los sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su llamada. Después de ellos seguirán los levitas y el pueblo entero marchará en tercer lugar (…) Que todo israelita conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios, conforme al plan eterno. Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se eleve sobre el puesto que le corresponde» (Regla de la Congrega­ciónII, 19-23).

Este carácter jerarquizado de Qumrán se advierte en otro pasaje a propósito de las reunio­nes: «Estando ya todos en su sitio, que se sienten primero los sacerdotes; en segundo lugar, los ancianos; en tercer lugar, el resto del pueblo. Cada uno en su sitio» (VI, 8-9).

La discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio al menos importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos, de forma solemne. No les habla, sin más. Se sienta, llama a los Doce, y les dice algo revolucionario en comparación con la doctrina de Qumrán: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». (El evangelio de Juan lo visualizará poniendo como ejemplo a Jesús en el lavatorio de los pies).

A continuación, realiza un gesto simbólico, al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño y lo estrecha entre sus brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto romántico, pero las palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta: «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí…». Jesús no anima a ser cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre la grandeza y servicio.

El grupo religioso más estimado en Israel, que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no admitían a los niños. Filón de Alejandría, en su Apología de los hebreos, dice que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni jóvenes, porque el carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las novedades a causa de su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres maduros, cercanos ya a la vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni arrastrados por las pasiones, más bien en plena posesión de la verdadera y única libertad».

El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran estima de los niños: «El sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla con los niños y el demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al hombre del mundo» (Abot, 3,14).

En cambio, Jesús dice que quien los acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través de él, al Padre. No se puede decir algo más grande de los niños. En ningún otro sitio del evangelio dice Jesús que quien acoge a una persona importante lo acoge a él. Es posible que este episodio, además de servir de ejemplo a los discípulos, intentase justificar la presencia de los niños en las asambleas cristianas (aunque a veces se comporten de forma algo insoportable).

[El tema de Jesús y los niños vuelve a salir más adelante en el evangelio de Marcos, cuando los bendice y los propone como modelos para entrar en el reino de Dios. Ese pasaje, por desgracia, no se lee en la liturgia dominical.]

¿Por qué algunos quieren matar a Jesús? (Sabiduría 2,12.17-20)

El libro de la Sabiduría es casi contemporáneo del Nuevo Testamento (entre el siglo I a.C. y el I d.C.). Al estar escrito en griego, los judíos no lo consideraron inspirado, y tampoco Lutero y las iglesias que sólo admiten el canon breve. El capítulo 2 refleja la lucha de los judíos apóstatas contra los que desean ser fieles a Dios. De ese magnífico texto se han elegido unos pocos versículos para relacionarlos con el anuncio que hace Jesús de su pasión y resurrección. Es una pena que del v.12 se salte al v.17, suprimiendo 13-16; los tengo en cuenta en el comentario siguiente.

En el evangelio Jesús anuncia que «el Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres». ¿Por qué? No lo dice. Este texto del libro de la Sabiduría ayuda a comprenderlo. Pone en boca de los malvados lo que les molesta de él y lo que piensan hacer con él. «Nos molesta porque se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende, nos considera de mala ley; nos molesta que presuma de conocer a Dios, que se dé el nombre de hijo del Señor y que se gloríe de tener por padre a Dios». En consecuencia, ¿qué piensan hacer con él? «Lo someteremos a la afrenta y la tortura, lo condenaremos a una muerte ignominiosa. Él está convencido de que Dios lo ayudará, nosotros sabemos que no será así». Se equivocan. «Después de muerto, al tercer día resucitará».

Se decían los impíos: Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida. Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia. Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo salvará.

Envidias, peleas, luchas y conflictos (Carta de Santiago 3,16-4,3)

Esta lectura puede ponerse en relación con la segunda parte del evangelio. En este caso no se trata de discutir quien es el mayor o el más importante, sino de las peleas que surgen dentro de la comunidad cristiana, que el autor de la carta atribuye al deseo de placer, la codicia y la ambición. Cuando no se consigue lo que se desea, la insatisfacción lleva a toda clase de conflictos.

Hermanos: donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabaja por la paz. ¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis, asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.

«El Señor sostiene mi vida» (Salmo 53)

El Salmo se aplica tan bien al justo del que habla la primera lectura como a Jesús. En ambos casos, «insolentes se alzan contra mí y hombres violentos me persiguen a muerte». Pero ambos están convencidos de que «Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida». El Salmo nos invita a acompañar a Jesús cuando piensa en su muerte y resurrección y a acompañar a quienes sufren, no a discutir sobre quién es el más importante.

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Domingo XXV del Tiempo Ordinario. 22 de septiembre de 2024

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.”

(Mc 9, 30-37)

Este evangelio de hoy da para mucho, aunque solo son siete versículos. Pero nos vamos a quedar con lo que más duele, porque nos mete el dedo en el orgullo.

Todas las personas nacemos con una “inflamación” del “yo” que podemos llamar “importantitis”. Todas. Sí, tú también. Tú que estás pensando que nunca te has sentido importante. Todas.

Ciertamente a unas personas se les nota más que a otras, pero todas tenemos ese poco, o mucho, de orgullo que en algún momento nos hace sentirnos mejores que las demás. Y a veces incluso necesitamos verificarlo.

En esas andaban los discípulos cuando Jesús les pregunta. Jesús les había estado hablando de lo que iba a pasar: el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán…” Ellos, sin embargo, aquejados de “importantitis” no había sabido escucharle y andaban el camino contrario de su maestro.

¿El más importante?

Les pasó a aquellos primeros discípulos, y a todas las discípulas y discípulos de después nos pasa lo mismo. Queremos ser importantes y si no podemos ser de “los importantes” del mundo, al menos ser más importantes que alguien.

Dios vino a regalarnos unas relaciones horizontales para que pudiéramos mirarnos a los ojos como hermanas y hermanos. Pero nuestro orgullo se incomoda, necesita algún privilegio.

Claro que decimos que todos somos iguales y que todos tenemos los mismos derechos. Eso nos lo ha grabado a fuego nuestra civilización de los “Derechos Humanos”.

Lo decimos, sobre todo, para recordarle al resto del mundo que respete nuestro derechos. Pero cuando lo que está en juego son los derechos de otras personas, y esos derechos podrían estropearnos nuestro “bien estar”… ¡cuidado! Aquí entramos en terreno peligroso.

Aquí salen miles de ejemplos y razones que ponen de manifiesto la “importantitis” que padecemos. Especialmente en los países “enriquecidos”. Por eso nos pasamos la vida, no discutiendo, sino aseverando lo importantes que somos nosotros… a la vez que negamos cualquier responsabilidad de cara a la pobreza de los “empobrecidos”.

Pero si nos vamos al terreno doméstico nos pasa lo mismo. Nos sentimos más importantes que nuestra hermana, o que nuestra pareja, o que nuestro compañero de trabajo. Siempre tenemos a alguien al que pisar para poder sobre salir un poco.

¿Cuando descubriremos que la importancia que necesitamos no nos la dará estar por encima de nadie sino al servicio de todos?

Oración

Humildad, derrama, Trinidad Santa, tu humildad sobre nosotras, que sea bálsamo que desinflame nuestra “importantitis”.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El servicio no es una imposición, sino la más profunda exiencia humana.

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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DOMINGO 25º (B)

Mc 9,29-37

El tema principal que leemos hoy es el mismo que leímos al final del domingo pasado y que no comentamos. Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén, donde le espera la Cruz. El evangelio nos dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque ahora está dedicado a la instrucción de sus discípulos. Esa nueva enseñanza tiene como centro la cruz. Trata de convencerles de que no ha venido a desplegar un mesianismo de poder sino de servicio a los demás, pero no lo consigue. Todos siguen pensando en su propia gloria.

Este segundo anuncio de la pasión no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, aunque el domingo pasado nos decía que se lo explicaba “con toda claridad”. Si les daba miedo preguntar es porque intuían que no les iba a gustar. Esto nos muestra que más que no comprender, es que no querían entender, porque significaría el fin de sus pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán sin entender la parte más original y decisiva del mensaje.

¿De qué discutíais por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus íntimos sentimientos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de las personas se tomaba muy a pecho, y era la clave de todas las relaciones sociales.

Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos”. El mismo mensaje del domingo pasado y en el episodio de la madre de los Zebedeo. No nos pide Jesús que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser todos, no sólo “primeros”, sino “únicos”. En esa posibilidad estriba la grandeza del ser humano.

Jesús dice: ¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad. El mensaje quiere hacernos ver que el bien espiritual está por encima del material. Si me pongo en esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un interés egoísta a costa de los demás.

Acercando a un niño lo abrazó y dijo. No es fácil descubrir la conexión con lo que antecede. En tiempos de Jesús, los niños eran utilizados como pequeños esclavos. La palabra griega “paidion” es un diminutivo de “pais, que ya significa niño y también criado y esclavo. Sería, el pequeño esclavo. En el contexto de la narración, sería el chico de los recados que el grupo tenía a su disposición. Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño estaría en la escala más baja de los que se dedican a servir.

El que acoge a un niño, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil sino de identificarse con él. Al abrazarle, está manifestando que los dos forman una unidad, y que, si quieren estar cerca de él, tienen que identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Sería: el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús.

Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene Jesús, reflejando la actitud de Dios para con todos.

Llevamos dos mil años sin enterarnos. Y, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje del evangelio. Ya los primeros seguidores discutían por el poder, pero después de veinte siglos seguimos haciendo lo mismo. No tenemos clara la distinción que se hace en los evangelios entre poder y autoridad. Ningún poder puede venir de Dios porque es nadapoderoso.

En cuanto Constantino abrió la mano, la Iglesia no hizo otra cosa que acrecentar su poder. Si en los últimos siglos perdió gran parte de él, no fue por propia voluntad sino porque se lo arrebataron, con gran disgusto de muchos jerarcas. Todavía seguimos utilizando el término jerarquía que significa ‘poder sagrado’. La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar a los demás en beneficio propio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio. Esta sería la propuesta de Jesús que nos llevaría a la plenitud de humanidad.

Hay dos maneras de servir: una es la del que somete al poderoso para conseguir su favor y aprovecharse de su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de hacer más humana a una persona la envilece. Esta actitud es muy criticada por Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores que hacen posible el despotismo. La diaconía significaba “servir a la mesa”. En cristiano indicaba el servicio a los más necesitados, por los que no tenían obligación de hacerlo. Este servicio es el que humaniza.

Si es la esencia del mensaje ¿Por qué ha fracasado estrepitosamente? El domingo dijimos que no podía conocer a Jesús si no me conocía a mí mismo. Sin ese conocimiento, es imposible llegar a ser auténtico cristiano. Ahora bien, como llegar a conocerse a sí mismo es muy difícil, la iglesia trató de racionalizar el mensaje con propuestas externas: 1ª Es la voluntad de Dios. 2ª Si lo cumples, Dios te premiará, si no lo cumples, te castigará.

A la 1ª hay que decir: esa pretensión es tan etérea y difusa que con la mayor facilidad se puede tergiversar y deteriorar sin advertirlo. Por otra parte, ¿Quién me asegura que esas exigencias son la voluntad de Dios? La 2ª es aún más burda. Bastaría caer en la cuenta de que es la misma técnica que utilizamos los seres humanos para domesticar a los animales: palo o zanahoria. ¡Cómo podemos pensar que Dios nos trata como animales!

Haríamos bien en superar la idea de un Dios antropomórfico con motivaciones iguales a las nuestras. Ese Dios ha sido muy útil para justificar nuestra opresión a los débiles. Como no nos han conducido por el camino del conocimiento de nosotros mismos y el Dios que nos habían propuesto es absurdo, los cristianos nos hemos quedado en chasis. Ni somos capaces de descubrir las exigencias del evangelio en lo hondo de nuestro ser, ni encontramos razones externas que nos motiven. Hemos quedado en la inopia.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Amar y servir

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»

Los sinópticos muestran a Jesús como un líder carismático que arrastra tras de sí a las multitudes; un orador genial capaz de impresionar con su palabra hasta a los mismos guardias de Herodes: «Jamás hombre alguno habló como éste»; un hombre, a la par compasivo y valeroso que no dudó en llegar hasta el final; y un final en cruz… Diríamos que era un primero que poseía todos los talentos, pero, como decía Ruiz de Galarreta, «Jesús no es el primero por los talentos que había recibido, sino porque los puso al servicio de todos».

Es muy fácil ponerse al servicio de los poderosos, porque ellos suelen recompensar a los serviles; lo difícil es ponerse al servicio de los más necesitados sin esperar nada a cambio. Y Jesús se puso al servicio de los pobres, los marginados, los leprosos, los ciegos… y les dedicaba todo su tiempo, los sanaba, les enseñaba y les abría una puerta a la esperanza mostrándoles con su actitud que ellos eran los más importantes a los ojos de Dios… precisamente por ser los más necesitados.

Entre los necesitados incluyó a los pecadores, y comía con ellos demostrando que él no los despreciaba; que lo importante son las personas; que los tenidos por pecadores son en realidad los más necesitados. Y no dudó en jugarse el prestigio ofreciéndoles su amistad porque quería librarles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentaban en ellos los tenidos por buenos…

Al ver que su tiempo se le acababa, su principal urgencia fue remachar la idea de servicio en la mente de quienes debían continuar su obra. Así, Mateo nos dice que en su último discurso —síntesis y compendio de su predicación— Jesús puso todo el énfasis en la necesidad de servir a quienes nos necesitan; de dar de comer al hambriento y de beber al sediento, de vestir al desnudo y visitar al enfermo y al encarcelado… y las otras cosas a las que nosotros damos tanta importancia, ni siquiera merecieron una simple mención por su parte… Según versión de Juan, al ver discutir a sus discípulos sobre el puesto a ocupar en la última cena, tomo una jofaina y una toalla, y se puso de rodillas a lavarles los pies.

Esta imagen de Jesús lavando los pies nos señala como ninguna otra la actitud del cristiano. Hay quien decide emplear la vida entera en lavar los pies de los necesitados, pero a los demás, a los que no tenemos su coraje, se nos invita a ir atentos por la vida y no pasar de largo cuando nos encontramos con la pobreza, la tristeza, la soledad, la enfermedad, la vejez… El hereje samaritano de la parábola puede ser un excelente guía que nos marque el camino.

Ignacio de Loyola —empapado hasta los tuétanos del espíritu de Jesús— nos propone un lema genial para vivir a lo cristiano: «En todo, amar y servir»… Amar y servir como respuesta al amor del Padre… y porque así seremos mucho más felices: «El ciento por uno en esta vida…»

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Resignificando las expectativas de poder y de éxito.

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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683f7dcfdf4f9ab12dd2d71f4614d7c7Marcos 9, 30-37

Marcos en la segunda parte de su evangelio muestra con claridad el horizonte vital de Jesús y su inquebrantable decisión de mantenerse fiel al anuncio de la Buena Noticia de un Dios siempre misericordia y perdón.

Jesús había experimentado la confrontación e incomprensión de su propuesta por parte de muchos dirigentes religiosos. Poco a poco comprueba, también, la dificultad de sus discípulos para reorientar sus expectativas triunfalistas y entender que solo el servicio y la entrega gratuita pueden hacer posible los espacios liberadores y sanadores que Dios necesita para que su salvación se haga sitio en la historia humana.

El mal amenaza, pero no anula el camino de la Buena Noticia

Después de constatar las expectativas que mucha gente, y también sus discípulos, tenía en relación a su Misión (Mc 8, 27-38), Jesús replantea su estrategia e intensifica la formación de su comunidad de seguidor@s (Mc 9,30).

En su enseñanza Jesús les recuerda que el camino del reino no es fácil ni exitoso. Su propuesta desafía los intereses religiosos de muchos y el mal amenaza no solo su proyecto sino su vida (Mc 8, 31; 9, 30-31; 10, 32-34). El evangelista va señalando progresivamente la incapacidad de sus seguidores de entender y aceptar esa amenaza.  Desde su comprensión de Dios siguen pensando que él, no solo no va a permitir el fracaso del proyecto del Reino, sino que va a asegúrales un lugar preeminente en el sueño salvador de Dios (Mc 8, 31-33; 9, 30-35; 10, 35-45).

A pesar de la claridad con que Jesús plantea el posible fracaso humano de su misión es difícil para sus seguidores, especialmente para los varones que lideraban el grupo, entender que ese fracaso, que ponía en el horizonte la muerte de Jesús, era en realidad el modo más fiel de cumplir la voluntad de Dios.

Dios no quería la muerte de Jesús, sino todo lo contrario, que lo escuchasen y acogiesen su oferta salvadora. Sin embargo, el mal parecía imponerse y Dios no dejó de acompañar y fortalecer a Jesús en su difícil subida a Jerusalén, afrontando con él la cruz como una la única manera de demostrar su amor incondicional a todo ser humano y su persistente voluntad salvadora. Una voluntad que ningún mal podía quebrar.

Jesús comprendió y aceptó también este modo nuevo de anuncio de la Buena Noticia del Reino que lo llevaba a afrontar el sufrimiento y la cruz. Una experiencia que él vivió, a pesar de los momentos de oscuridad, desde la esperanza y la certeza del amor con el que su Abba lo sostenía y acompañaba. Lo difícil en ese momento era transmitírselo a sus disicipul@s e invitarl@s a vivirse de esa manera.

En la comunidad del Reino lo más honorable es el servicio no el poder

En el mundo antiguo el honor y el estatus eran claves para entender el lugar y los roles a los que un individuo podía aspirar. Los discípulos de Jesús, especialmente los varones- hijos de aquel tiempo- necesitaban, para reconocerse dentro del grupo, definir el lugar que les correspondía a cada uno. Este contexto explica la discusión que, según el relato, habían tenido a lo largo del viaje hasta Cafarnaúm (Mc 9, 33-34).

Después de que Jesús, por segunda vez, les explique que su misión está amenazada pero que han de seguir confiando en que Dios la hará posible, aunque de una forma diferente (Mc 9, 31). L@s dicipul@s sentían miedo e incertidumbre.

Curiosamente, la respuesta a su miedo no la buscaron en la confianza en el Dios que el maestro les anunciaba sino en el poder y el honor. Su preocupación se centraba en determinar quién era el más importante en el grupo, quien podía liderar la respuesta ante las posibles amenazas. Jesús pacientemente les invita reimaginar el futuro de otra manera.

Jesús reúne a los líderes varones del grupo y les recuerda que la fuerza de la comunidad no estaba en el reconocimiento humano ni en su capacidad de influencia. La comunidad se definía por el servicio y la gratuidad de sus relaciones y de sus acciones. Jesús les invitaba así a reconfigurar sus vínculos internos y sus expectativas frente a la misión pues, su auténtica fortaleza frente a cualquier amenaza, por grande que fuese, solo podía sostenerse en la gratuidad y el servicio como él estaba decidido a hacer. Esto los discípulos tardaron en entenderlo. Tuvieron que vivir la experiencia de la Pascua para descubrir cómo seguir y anunciar la Buena Noticia del Reino.

No sabemos cómo vivieron este momento las mujeres que formaban parte de la comunidad de Jesús porque los Evangelios no hicieron memoria de ello. Probablemente se hicieron preguntas parecidas, vivieron el mismo miedo e incertidumbre, pero es fácil pensar que ellas no tuvieron la misma preocupación por el honor y el estatus que visibilizan sus compañeros varones. Ellas por la cultura en la que habían nacido y el lugar que su sociedad les asignaba estaban más familiarizadas con las experiencias de servicio y gratuidad y quizá vivieron con menos resistencia lo que proponía Jesús, aunque fueron conscientes, también, de lo contracultural que era entender el honor y el prestigio desde el servicio y la gratuidad. Por otro lado, priorizar esos valores las colocaba en un lugar diferente dentro de la comunidad y ponía en el centro experiencias habituales en su vida cotidiana.

Las mujeres estaban acostumbradas a no ser sujetos de poder, especialmente en los espacios públicos, pero no eran ajenas a las expectativas de poder y prestigio. Así lo visibiliza el relato de Mateo cuando la madre de los zebedeos pide a Jesús poder para sus hijos (Mt 20 20-28). Ella no está queriendo algo para ella sino para sus hijos, que son quienes socialmente pueden reclamarlo, pero al hacerlo se identifica con los valores y expectativas de su tiempo.  En el texto de Marcos quienes hacen la petición, sin embargo,  son directamente Santiago y Juan y no su madre (Mc 10, 35-45) lo que subraya más las expectativas de los varones y su estatus en el grupo.

Del servicio como estatus al estatus como servicio

La propuesta de Jesús, clave en la configuración y el estilo de la comunidad del Reino, va reinterpretándose, e incluso a veces ignorándose, en la medida en que las comunidades cristianas van insertándose y adquiriendo protagonismo social en los siglos siguientes.  La configuración de las estructuras de la iglesia, a partir del modelo del Imperio Romano, hizo que se distanciara de la propuesta que había hecho Jesús. El cambio supuso dejar de poner el servicio como clave del honor y del estatus identificándose con el lugar social de los niños a considerar el estatus como un servicio que otorgaba un lugar social preferencial en la comunidad y en la sociedad.

Hoy frente al desafío que suponen los abusos de todo tipo dentro de la iglesia no está de más recordar la invitación de Jesús y preguntarnos que lejos o cerca estamos de ella y que necesitamos cambiar para que sea de verdad visible que la Iglesia se funda en Jesús y su mensaje y no en otros criterios que la alejan de él.

Carme Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Una sociedad que priorice a “los últimos”.

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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Ninos-640x360Domingo XXV del Tiempo Ordinario

22 septiembre 2024

Mc 9, 30-37

Jesús fue crucificado por la misma razón por la que tantos hombres y mujeres han sido perseguidos de mil maneras a lo largo de la historia humana, porque su mensaje molestaba al poder, que buscó, prácticamente desde el principio de la actividad del Maestro de Galilea, eliminarlo. Aunque para ello hubiera tenido que producirse un pacto contra natura entre el poder teocrático judío (saduceos), los escribas o doctores y el mismo poder imperial del invasor romano.

Todos se sentían molestos con Jesús: el poder judío no podía tolerar ser cuestionado de manera radical en sus planteamientos religiosos; el romano castigaba con la crucifixión a todo provocador político, y así es como les fue presentado Jesús por las autoridades judías.

Si bien el procurador romano pudo errar en su apreciación de Jesús como peligro directo para el imperio, la autoridad judía no se equivocaba al verlo como un hombre subversivo, tanto en su enseñanza como en su práctica. Basta leer el evangelio de Marcos para captar los rasgos fundamentales de la novedad jesuánica.

En el texto que leemos hoy, Jesús da la vuelta al modo como se entiende y vive el poder, colocando a un niño justo “en medio”, en el centro mismo de todas las preocupaciones. En el arco mediterráneo del siglo I, la figura del niño no evocaba en absoluto lo que hoy nos resulta habitual. Representaba, más bien, a los últimos de la sociedad, a los que no cuentan en absoluto, a los que son marginados e incluso invisibilizados por sistema.

Pues bien, ante esa situación, Jesús se planta de manera tajante, haciendo una doble afirmación: el único poder legítimo es el que sirve y debe estar siempre al servicio de los últimos.

¿Cómo sonarían tales afirmaciones en los oídos de los judíos bienpensantes que ostentaban el poder de manera autoritaria y se consideraban a sí mismos como los únicos intérpretes de la voluntad divina? ¿Cómo tolerar a quien ponía en juego su propio estatus y, en último término, su misma seguridad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El poder levanta la cruz, el carisma es crucificado en ella.

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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crucifijo-san-damiano-estampa-sobre-maderaDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01.- Una vez en casa…

      Tras  repetirles a los discípulos que el Mesías iba a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, Jesús y los suyos vuelven a casa…

      La casa en el Evangelio de San Marcos es la comunidad cristiana, la iglesia.

      Una vez en casa, en la Iglesia, Jesús les pregunta a sus discípulos: ¿De qué  veníais hablando por el camino?

      Si a nosotros nos preguntaran¿De qué vamos hablando por la vida? Seguramente que también nos callaríamos como los discípulos, pues también nuestro interés es quién es el primero, quién es el más importante, con quién importante trato y me codeo en la vida…

        ¿La mayor parte de nuestros temas y de nuestras actitudes son acerca del poder? Poder económico, político, religioso, prestigio social, religioso, etc. Hasta en el ámbito familiar las pequeñas cuestiones de poder juegan un papel  importante…

      También en la Iglesia -por desgracia- el poder tiene una gran vigencia. Muchas de las cuestiones aparentemente dogmáticas, litúrgicas, se sostienen por el humus de poder en el que se apoyan: ¿Quién puede -poder- presidir la Eucaristía? ¿Quién y cómo puede absolver de los pecados? ¿Quién puede -poder- nombrar obispos?, ¿Quién manda en una diócesis, parroquia, etc.?

      Por otra parte -y al mismo tiempo- está el “carrerismo” en la Iglesia. El papa Francisco (creo que con poco éxito) ha tratado y trata de paliar esta ansia de poder de muchos clérigos y jerarcas.

      El poder, el mando tiene un atractivo enorme. Hoy lo mismo que en tiempo de Jesús.

      Es nuestra mentalidad de poder. Estamos en un año olímpico (Paris). El “lema” de las olimpiadas es citius, altius, fortius: Es la manía de verlo todo desde “el más”: el más rápido, más alto, más fuerte,  el mejor, etc…

      La “casa”, la Iglesia es la comunidad de los más débiles, de los más sencillos.

02.- El poder / el carisma

El poder sirve para algunas cosas. Pero no sirve para que los hombres se vuelvan buenos.

El poder no sirve para liberar o sanar la libertad humana, sino sólo para suprimirla. La gracia, en cambio, hace buenos a los hombres y libera la libertad humana. El poder obliga, la gracia ayuda. El poder crea cuarteles o campos de concentración; el carisma edifica comunidad. El poder crea bancos de dinero, el carisma multiplica los panes. El poder impone silencio, el carisma habla hasta con su silencio. El poder sólo es capaz de preservar, el carisma es capaz de transmitir. El poder sospecha siempre, desconfía siempre; el carisma alienta siempre, apuesta siempre.

El poder da la seguridad de la instalación, el carisma se mantiene vivo en la inseguridad de Abrahán. El poder se ama sólo a sí mismo, la gracia ama a los seres humanos. El poder se atribuye carismas, el carisma no se atribuye poderes. El poder suplanta al Espíritu, el carisma transparenta al Espíritu. Y por eso, el poder acaba por levantar la cruz y el carisma acaba por morir en ella. En una palabra: el poder es de este mundo como todos los sanedrines: el carisma es del cielo como Jesús.

03.- El poder sagrado en la Iglesia es el servicio.

        Jesús llama a un niño (que bien podemos traducir por un criado). El niño es símbolo de debilidad, de dependencia. Jesús les dice a los discípulos: el que acoge a uno de estos pobres y sencillos, a mí me acoge.

        El camino para ser grande en la Iglesia no es el nombramiento  que pueda venir de Roma, la vestimenta de colorín, colorado, sino que el camino para vivir en “casa”, en la Iglesia, es la acogida de los más humildes, el servicio sobre todo a los débiles a coger a quien no tiene ni poder ni defensa. El poder en la Iglesia es el servicio.

        Una Iglesia que viva en una búsqueda y dialéctica del poder, no es, está muy lejos de ser la Iglesia de Jesús.

  • Una Iglesia que no escucha jamás a la mayor parte de sus miembros, es decir a los propios curas, a los laicos: catequistas, monitores, voluntarios, etc., es una iglesia totalitaria y está lejos, muy lejos de ser la Iglesia del lavatorio de los pies y se ha re-convertido en una “agencia de servicios religiosos”.
  • El clericalismo se pasa la vida discutiendo lo que puede o no puede (poder), se ha convertido en una clase dirigente, pero está muy lejos de la diaconía, el servicio de Jesús.

Como decía el papa Francisco bien estaría que la Iglesia se pareciese a un hospital de campaña donde se curan las heridas.

Termino con el texto eclesial programático de Jesús:

Los jefes de la tierra tiranizan y oprimen a los suyos … Entre vosotros no puede ser así.El que quiera ser el mayor, ha de ser vuestro servidor. (Mc 10)

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“Pidamos conversión de corazón para entender el camino de Jesús”, por Consuelo Vélez

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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IMG_7568De su blog Fe y Vida:

La persecución que Jesús les anuncia a sus discípulos es frutos de su fidelidad a la predicación que realiza

La predicación de Jesús no es aceptada porque los poderosos de nuestro mundo -de ayer y de hoy- no están dispuestos a renunciar a sus privilegios

Es vergonzoso pensar que mientras Jesús les comparte la dificultad que implica la misión, los discípulos están preocupados por quién será el mayor

En la comunidad no debe haber más que servidores, nade de jefes, padres o maestros

Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía:

+ El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.

Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:

+ ¿De qué discutían por el camino?

Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quien era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

+ Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.

Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo:

+ El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe y el que me reciba a mí, no me recibe a mis sino a Aquel que me ha enviado. (Mc 9, 30-37)

Continua el evangelio de Marcos, con los anuncios de la pasión, en este caso diciéndoles que el Hijo del hombre será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días. No quiere decir esto que la vida cristiana es una vida de sufrimiento, de dolor, de cruz, de aguante, como tantas veces se dice y se vive. El dolor por el dolor no es redentor, como tampoco lo es la pobreza por la pobreza. La persecución que Jesús les anuncia a sus discípulos es frutos de su fidelidad a la predicación que realiza. En un mundo de injusticia social, de muchas veces, opresión en nombre de la religión, de exclusiones y rechazo a los más necesitados, la predicación de Jesús no es aceptada porque los poderosos de nuestro mundo -de ayer y de hoy- no están dispuestos a renunciar a sus privilegios. De igual manera, porque el egoísmo del corazón humano no deja de hacerse presente y se necesita, la continua conversión, para transformarlo en amor y servicio a los demás.

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Ya en casa, que para Marcos es el lugar de la intimidad, de la enseñanza, de la catequesis, Jesús les pregunta sobre la discusión que los discípulos traían por el camino. Es vergonzoso pensar que mientras Jesús les comparte la dificultad que implica la misión, ellos están preocupados por quién será el mayor. Esta es una de las grandes tentaciones de las religiones. Todas ellas, llamadas al servicio, a la humildad, al desinterés, se ven convertidas, muchas veces, en lugares de ascenso social, de poder ejercido de muchas maneras, de privilegios, de riquezas y honores.

Conocemos toda la denuncia que el papa Francisco está haciendo en estos tiempos contra el clericalismo, contra los abusos no solo sexuales sino también de estructuras de poder que se gestan en los lugares eclesiales, produciendo tanto dolor y escándalo. Conocemos las riquezas que se van acumulando en obras de la Iglesia que dejan de ser de servicio y se convierten en empresas con los mismos criterios de la economía reinante. Sabemos de tantos títulos honoríficos que siguen utilizándose sin ningún pudor, como si no fuera fácil entender que en la Iglesia nada de eso debería existir.

La enseñanza de Jesús a sus discípulos no puede ser más sencilla y concreta: el que quiera ser el primero, sea el último y servidor de todos. Esta frase nos hace recordar el lavatorio de los pies relatado en el evangelio de Juan. En la comunidad no debe haber más que servidores, nade de jefes, padres o maestros. El hecho de que Jesús coloque a un niño entre ellos, no es por la inocencia de los niños sino por el poco valor que tenían en la sociedad judía hasta que no cumplieran la edad de 12 años para formar parte del pueblo de Dios. El reinado de Dios que Jesús anuncia tiene los valores contrarios a la sociedad de todos los tiempos -lo que no tiene valor, lo más insignificante, los últimos de cada tiempo, son los que han de estar en primer lugar, los que han de ocupar el centro, los que han de entrar primero a la mesa del banquete del reino.

Pidamos, entonces, conversión de corazón para entender el camino de Jesús de manera que nuestras obras den testimonio de ello.

(Foto tomada de: https://blogs.iadb.org/transporte/es/mujeres-inmoviles-y-cautivas-en-la-nueva-ruralidad/)

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En el sufrimiento nos pertenecemos unos a otros. En la solidaridad prevalecerá la paz.

Lunes, 16 de septiembre de 2024
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IMG_7536La reflexión de hoy es de Michael Sennett, colaborador de Bondings 2.0.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

La lucha y el sufrimiento son partes inevitables de la experiencia humana, y las lecturas litúrgicas de hoy nos confrontan con estas realidades de frente. Desde el desafío de Isaías ante la persecución hasta el reconocimiento tajante de Jesús de su propio sufrimiento y muerte, se nos recuerda que el camino de la fe no está exento de dificultades.

Reflexionar sobre estas lecturas me ha llevado a darme cuenta de un mensaje más profundo: en el sufrimiento, nos pertenecemos unos a otros. Estamos llamados a estar presentes unos para otros, a llevar las cargas de los demás y a trabajar juntos por la liberación y la justicia en todas las tierras. Caminar unos junto a otros es donde nos encontramos con Dios.

En ningún otro lugar veo este espíritu de solidaridad con más claridad que en el pueblo de Palestina. Su camino hacia la liberación es una gran lucha: niños que crecen bajo asedio, familias destrozadas por bombas y balas, comunidades enteras que enfrentan la amenaza constante de muerte y desplazamiento. En medio de la violencia y la opresión, los palestinos siguen aferrándose unos a otros. Un compromiso feroz con la comunidad trasciende divisiones y diferencias.

Una amistad que comenzó en la universidad me ayuda a entender la profundidad del llamado a la solidaridad. Pasé mis años de estudiante en una universidad católica en el Medio Oeste de los Estados Unidos, un entorno no siempre acogedor para un estudiante transgénero. Uno de mis amigos, que es palestino, me acompañó en la navegación por los desafíos de la transfobia. A menudo era el primero en defenderme a mí y a otros estudiantes, y nunca dudó en hablar en contra de la injusticia.

Antes de que me cambiaran el nombre legalmente, me acercaba a mis profesores antes de que comenzaran las clases cada semestre para explicarles mi situación y pedirles que me llamaran “Michael“. Un profesor se negó y usó repetidamente mi nombre de nacimiento dentro y fuera de la clase. Mi amigo me acompañó en todas las discusiones con los administradores, aunque informar sobre la terrible experiencia resultó inútil. Cuando a los directivos de la escuela no les importaba, a él sí. Apoyó a los estudiantes en sus batallas contra los prejuicios raciales, las actitudes sexistas, los ataques homofóbicos y los sentimientos xenófobos.

Mi amigo enaltecía a la comunidad que lo rodeaba, pero muy pocos estudiantes lo defendieron cuando lo reprendieron una y otra vez después de pedir la liberación de Palestina. Me desilusiona admitir que antes me daba miedo solidarizarme con él. Temía que hablar abiertamente sobre el antisionismo se confundiera con el antisemitismo. Sin embargo, el silencio siempre favorece la opresión. Solo sirve para reforzar el sistema de ocupación israelí sobre la tierra palestina.

A pesar de la traición constante de nuestros compañeros, mi amigo siguió estando presente para los demás. Una vez, cuando me pregunté por qué era tan fiel a todos, me dijo: “Es porque todos estamos conectados. Mi liberación depende de la tuya y la tuya de la mía”. El Papa Francisco también ha dicho que “todo está conectado”. Pensar en su respuesta fortalece mi espíritu y da forma a mi propio compromiso con la comunidad.

Durante el Mes del Orgullo, los organizadores llamaron nuestra atención sobre las luchas de los palestinos y estadounidenses LGBTQ+, y cómo su camino hacia la justicia se cruza con el camino hacia una Palestina libre de ocupación.

La segunda lectura de hoy nos dice que la fe sin obras está muerta. La fe debe ser más que palabras; debe ser acción. Caminar con otros en su sufrimiento y crecer en comunidad es un movimiento hacia la justicia. Si no estamos dispuestos a arremangarnos y a involucrarnos en el caos del sufrimiento humano, nuestra fe está muerta al llegar. Estamos llamados a estar presentes, a darnos a nosotros mismos, a reconocer que nuestra propia libertad está entrelazada con la libertad de los demás. Mi amigo y la gente que he conocido en espacios de activismo palestino me inspiran a darle vida a mi fe.

La cruz de la que habla Jesús en la lectura del Evangelio no es un llamado al sufrimiento pasivo, sino un llamado a la solidaridad activa con los oprimidos. Tomar nuestra cruz significa oponernos a las estructuras violentas de opresión como la transfobia, la homofobia, la colonización y tantas otras, incluso cuando nos cuestan nuestra comodidad o seguridad. Significa perder nuestras vidas, nuestros privilegios, nuestra complacencia, por el bien de los demás, sabiendo que al hacerlo, prevalecen la paz y la liberación.

—Michael Sennett (él), 15 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“¿Qué nos puede aportar Jesús?”. 24 Tiempo Ordinario – B (Marcos 8,27-35)

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7067¿Quién decís que soy yo?”. No sé exactamente cómo contestarán a esta pregunta de Jesús los cristianos de hoy, pero tal vez podemos intuir un poco lo que puede ser para nosotros en estos momentos si logramos encontrarnos con él con más hondura y verdad.

Jesús nos puede ayudar, antes que nada, a conocernos mejor. Su evangelio hace pensar y nos obliga a plantearnos las preguntas más importantes y decisivas de la vida. Su manera de sentir y de vivir la existencia, su modo de reaccionar ante el sufrimiento humano, su confianza indestructible en un Dios amigo de la vida es lo mejor que ha dado la historia humana.

Jesús nos puede enseñar sobre todo un estilo nuevo de vida. Quien se acerca a él no se siente tanto atraído por una nueva doctrina como invitado a vivir de una manera diferente, más arraigado en la verdad y con un horizonte más digno y más esperanzado.

Jesús nos puede liberar también de formas poco sanas de vivir la religión: fanatismos ciegos, desviaciones legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo, introducir en nuestras vidas algo tan importante como la alegría de vivir, la mirada compasiva hacia las personas, la creatividad de quien vive amando.

Jesús nos puede redimir de imágenes enfermas de Dios que vamos arrastrando sin medir los efectos dañinos que tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivir a Dios como una presencia cercana y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarnos conducir por él nos llevará a encontrarnos con un Dios diferente, más grande y humano que todas nuestras teorías.

Eso sí. Para encontrarnos con Jesús en un nivel un poco auténtico hemos de atrevernos a salir de la inercia y del inmovilismo, recuperar la libertad interior y estar dispuestos a «nacer de nuevo», dejando atrás la observancia rutinaria y aburrida de una religión convencional.

Sé que Jesús puede ser el sanador y liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la indiferencia, distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión vacía o seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin vida.

José Antonio Pagola

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“Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”. 15 de septiembre de 2024. Domingo 24º de tiempo ordinario

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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51-ordinarioB24 cerezoDe Koinonia:

Isaías 50, 5-9a: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban.
Salmo responsorial: 114: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Santiago 2, 14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta.
Marcos 8, 27-35: Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Cuando los cristianos se propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el hambre, sólo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una búsqueda de satisfacciones inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.

El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una muerte ignominiosa. Esto puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta leer cualquier página del evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su camino.

El camino a Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus posibilidades, sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo sufriente» que anunció el profeta Isaías.

Este episodio marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y triunfalistas.

El anuncio que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», debe ser tomada siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado… Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros… Véase el amplio comentario que hacemos al respecto en este próximo día 14, fiesta de la «exaltación» de la Cruz. Leer más…

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14.9.(Santa Cruz); 15.9 (Dom 24.TO): Y como sabía vivir supo morir por los demás, llevando su cruz

Domingo, 15 de septiembre de 2024
Comentarios desactivados en 14.9.(Santa Cruz); 15.9 (Dom 24.TO): Y como sabía vivir supo morir por los demás, llevando su cruz

IMG_7527Del blog de Xabier Pikaza:

Marcos 8, 27-35: Y empezó a instruirlos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.” Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.”

Los animales no viven (=no saben que viven), ni saben que mueren… Por eso no pueden vivir para los demás, ni morir por ellos.  Los hombre, en cambio, saben que viven y pueden vivir por los demás, muriendo por ellos, como Jesús.

Pero muchos viven matando a los demás, y de esa forma se matan ellos mismos y mueren para siempre sin resucitar. Jesús, en cambio vive dando vida, tomando su cruz (la de los otros) para que ellos vivan, haciendo que resuciten y resucitando en ellos, como celebramos hoy (14.9: la Cruz de Septiembre)  y celebraremos mañana (15.9: Dm 24. TO), como dice el evangelio de Mc 8, el centro del Evangelio.

Introducción

Vegetales y animales ni nacen ni mueren, sino que forman parte de un continuo biológico, sin identidad personal. Sólo el hombre nace, sólo el hombre muere… Así lo pusieron de relieve los judíos, el pueblo de María.

Si no muriéramos no dejaríamos sitio en el mundo para los que vienen, no podríamos darles del todo aquello que hemos sido y somos. Si no muriéramos haríamos que fuera imposible la vida de nuestros sucesores. De esa forma morimos para que otros vivan, abriendo con nuestra vida y nuestra muerte un espacio (un cuerpo) en el que ellos puedan encarnarse y recorrer su camino en Dios en esta humanidad en la que habita Dios con los hombres.

La muerte nos da miedo, e incluso suscita en nosotros el terror supremo. Pero sólo sabiendo que hay muerte podemos gozar de verdad de la vida y regalarla a los demás, para que puedan vivir, y nosotros podamos per-vivir en ellos:

«Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo… Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal».

       Así comenzaba Rosenzweig su libro inquietante y luminoso de antropología judía (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44). En un sentido, ese saber sobre la muerte es maldición, como ha visto el relato del «pecado ejemplar» de Adán/Eva, en Gen 2-3: «El día en que comas morirás…». Pero, en otro sentido, la muerte puede y debe convertirse en bendición: Es el momento culminante del sí a la vida, en Dios y con los otros.

Sólo los hombres pueden morir sabiendo que mueren, regalando la vida a los demás (con ellos, para ellos); sólo los hombres pueden abrir su cuerpo (dar  su vida), para que otros vivan por ellos (como hizo Jesús en su Pascua, como muchos cristianos han visto también en María, su madre). Sólo por saber que morimos podemos regalar y transmitir de verdad lo que somos y queremos a los otros. Un hombre condenado a no morir, sería un monstruoso, un ser de pura angustia, una momia, como las terribles momias de Egipto o de algunos lugares de la América pre-colombina.

Morir es duro. Pero más dura sería esta vida sin muerte, condenados a ser como piedras de menhir plantadas en la tierra, dólmenes sagrados sin aliento. Una vida sin muerte sólo tiene sentido en otra “tierra” muy distinta, cuando cambien en Dios las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección. Sólo muriendo a este mundo (regalando a otros la vida que tenemos, como Jesús en la cruz, como su madre rodeada de “apóstoles”) podemos esperar una resurrección como entrada a la vida sin muerte.

      Así lo ha enseñado Jesús en su sermón central de Cesarea de Felipe, bajo el monte Hermón  conforme a leyendas antiguas (libros de Henoc) bajaron los ángeles viejos haciéndose demonios y enseñando a los hombres a matar y violar para vivir. Jesús, en cambio, nos enseña a dar la vida, para que vivan otros y nosotros resucitemos en ellos.

Sólo quien acepta la muerte puede vivir plenamente. 

Muchos filósofos y pensadores han querido engañar a los hombres con una mentira piadosa, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia.   Los hombres mueren, es su destino; mueren y no son felices… pero todavía serían más infelices si no pudieran morir.

       Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a otros, como ha hecho Jesús. En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás… y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura, dureza y enigma (¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad (de comunión de vida en todos y con todos).

  MORIR PARA DAR VIDA, dar vida muriendo

 Le mataron rápido, muy rápido, para que su cruz no estorbara el día de la fiesta. Le enterraron después de inmediato, por puro oficio, los sepultureros oficiales,judíos o romanos, con ganas de acabar muy pronto, antes de que llegara la noche, casi a escondidas, por puro oficio, para que el cadáver de Jesús no impidiera las celebraciones de pascua.

La vida histórica de Jesús acabó donde acaba la muerte de muchos condenados, descartados, asesinados, con juicio o sin juicio, para acabar encerrados o incinerados en la fosa común, de los que mueren y son expulsados, arrojados, aplastados, sin honor, en cualquier zanja de la humanidad triunfante.

Allí quisieron echarlo, allí lo echaron con los otros dos crucificados (quizá con la ayuda de un hombre bueno, llamado José de Arimatea), para que los otros (¡los judíos y romanos triunfadores, nosotros!) pudiéramos seguir celebrando la vida orgullosa de una Pascua dedicada al Dios de la victoria de los «buenos». Pues bien, de esa manera, Jesús bajó al infierno de la historia humana, a través de la fosa común, para dar vida a los muertos, según confiesa estremecida la tradición cristiana (el credo romano).

Lógicamente, las mujeres que fueron al “tercer día” (el sábado no se podía salir fuera de las murallas) no lograron encontrar su cuerpo. Quizá lo habían cambiado de fosa o sepultura. Quizá era imposible separar su cuerpo de los otros cuerpos de los ajusticiados. El evangelio de Marcos dice que las tres mujeres con aromas vieron el sepulcro “abierto”, pero no pudieron   encontrar su cuerpo, ni embalsamarlo con honor, ni llevarlo a casa, como quiso en locura de amor María Magdalena (Jn 20).

            No pudiera hacerlo simplemente porque era imposible en aquellas condiciones de persecución, de violencia, de miedo y de muerte. Pero pronto descubrieron que la razón era mucho más profunda, una razón de Dios, razón de Vida y Pascua: No podían encontrarle porque “no estaba allí”, porque se hallaba vivo, en la Vida del menaje que había proclamado, en la más intensa travesía del camino del Reino que él había iniciado y sembrado en la tierra:

¡Si el grano de trigo no muere…! (Jn 12, 24). Murió como el grano de trigo para que la espiga naciera, el ciento por uno, el millón por cada unos. Eso es vivir de verdad: morir dando vida por los demás, por todos,  sin buscar glorias ajenas, haciéndose semilla de vida, fermento de resurrección en la tierra.

            Por eso, no se le pudo enterrar en un glorioso sepulcro de mártir (como el de Mahoma en Medina, como el de los apóstoles en Roma, como el de Lenin en Moscú), pues su muerte se había trasformado en Vida para todos y en ellos (en nosotros) vivía y sigue viviendo. Y por eso el ángel de la pascua les dijo a las mujeres, en palabra de fe que nosotros seguimos escuchando:

«No está aquí, id a Galilea, es decir, al camino de su vida… Allí le encontraréis, con aquellos y en aquellos que aceptan su historia» (cf. Mc 16, 7-8).

Dios trasformó de esa manera la muerte del “maldito” Jesús (condenado a muerte y crucificado) en victoria de Vida. Desde ese fondo puede y debe leerse el relato simbólico de Mt 28, 1-4 que evoca la acción escatológica de Dios, que ha empezado a romper las tumbas de la vieja historia de muerte, para ofrecer una esperanza a los crucificados y muertos de la historia (cf. Mt 27, 51-53). Es muy difícil asegurar lo qué pasó físicamente con su cadáver, pero, según la tradición que hemos evocado, Jesús «bajó a los infiernos», entró hasta el fin en el reino de la podredumbre y muerte, para iniciar desde allí un camino de pascua (cf. 1 Pedro 3, 18-22).

SER TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

Desde el trasfondo se entienden los bellísimos relatos de los evangelios sobre la tumba vacía, que la Iglesia ha transmitido no como prueba histórica de la resurrección, sino como signo de la fe pascual, que ella confiesa, porque los cristianos “han visto a Jesús resucitado”.

Lógicamente, esos textos poseen más valor antropológico integral que puramente físico. Por eso, en un plano de historia materialista (saber lo que externamente pasó) y de biología (saber cómo se descompuso o desmaterializó el cadáver de Jesús) debemos tener mucha sobriedad, pues resulta difícil alcanzar conclusiones «científicas».

  Parece que Jesús no tuvo un entierro honorable y su tumba (propiedad de un rico y famoso judío) se encontró después vacía, sin que humanamente se pudiera saber lo que pasó. Le enterraron como a un ajusticiado peligroso, para que ninguno de sus discípulos pudiera llegar hasta su tumba para robar su cadáver y proclamar la venganza por su muerte. Sus discípulos varones no hallaron su tumba, pero después afirmaron que él había “bajo al infierno” de la muerte para liberar de allí a los condenados.

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Encuesta, examen teórico, suspenso, y ejercicio práctico. Domingo XXIV Ciclo B

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7459Cesarea de Felipe y monte Hermón

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La encuesta

Cesarea de Felipe, junto a las fuentes del Jordán, es uno de los lugares más hermosos de Israel. El peregrino actual, que parte generalmente de Nazaret, tarda poco más de una hora en un cómodo autobús con aire acondicionado. Jesús y los discípulos tuvieron que hacer el camino a pie, salvando un desnivel de unos 800 ms: desde los 200 bajo el nivel del mar (Lago de Galilea) hasta los 500-600 sobre él (pie del monte Hermón). No es un paseo cualquiera. Hay tiempo para callar y tiempo para hablar. En esos momentos de comunicación, Jesús pregunta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Hasta este momento, el evangelio de Mc ha ido planteando el enigma de quién es Jesús. Un personaje desconcertante, que enseña con autoridad y tiene poder sobre los espíritus inmundos (1,27), perdona pecados como si fuera Dios (2,7), escandaliza comiendo con publicanos y pecadores (2,16) y se considera con derecho a contravenir el sábado (2,27; 3,4). Los fariseos y los herodianos deciden muy pronto que debe morir (3,6), sus familiares piensan que está mal de la cabeza (3,21), los escribas que está endemoniado (3,22), y los de Nazaret no creen en él, lo siguen considerando el carpintero del pueblo (6,1-6). Mientras, los discípulos se preguntan desconcertados: «¿Quién es este que hasta el viento y el lago le obedecen?» (4,41). Ahora, cuando llegamos al centro del evangelio de Mc, Jesús aborda la cuestión capital: ¿quién es él?

En aquel tiempo salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó:

+ «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Ellos le dijeron:

-«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas».

Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más «teológica» y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra». En cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas. En ello pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto.

Si la pregunta la hubiera formulado Jesús en nuestros días, la encuesta habría resultado más variada y desconcertante que entonces: Hijo de Dios, profeta, marido de la Magdalena, precursor de la dinastía merovingia…

Examen teórico

Él les dijo:

+ «Y vosotros, ¿quién decís que soy?».

Pedro tomó la palabra y dijo:

– «Tú eres el Mesías».

Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta. Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta; habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras «Tú eres el Mesías».

¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Sin embargo, la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más maravillosas.

Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud, y su dominio se extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».

Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura.

Lo que piensa Jesús de sí mismo

Y Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Desde entonces comenzó a declararles que el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día. Esto lo decía con toda claridad.

En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: «Hijo del Hombre», que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama «Hijo de Adán») y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, morir y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53).

Suspenso de Pedro

Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, riñó a Pedro diciéndole:

+ «¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 

Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento. Se lleva a Jesús aparte y lo increpa, sin que Mc concrete las palabras que dijo.

Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de violencia.

Ejercicio práctico

Llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:

+ «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará». 

De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que Jesús deberían desconcertarnos y provocar un rechazo. ¿Se imagina alguien a un político diciendo: «El que quiera votarme, que esté dispuesto a perder las elecciones e ir a la cárcel»? Pero el punto de vista de Jesús no es el de los políticos. No pretende ganar las elecciones en este mundo, sino en el futuro. Para Jesús, el mundo futuro es como un hotel de cinco estrellas; el mundo presente, una chabola asquerosa situada en el entorno más degradado imaginable. Todos podemos salir de la chabola y alojarnos en el hotel. Pero el camino es duro, empinado, difícil. Jesús se ofrece a ir delante, y deja en nuestras manos la decisión: el que se aferre a la chabola, en ella morirá; el que la abandone y lo siga, tendrá un durísimo camino, pero disfrutará del hotel.

Y tú, ¿quién dices que es Jesús?

            El evangelio de hoy no puede leerse como simple recuerdo de algo el pasado. La pregunta de Jesús se sigue dirigiendo a cada uno de nosotros, y debemos pensar detenidamente la respuesta. No basta recurrir al catecismo («Segunda persona de la Santísima Trinidad») ni al Credo («Dios de Dios, luz de luz…»). Tiene que ser una respuesta personal, sentida. En la línea del evangelio de Juan: «El camino, la verdad y la vida». Pero, sea cual sea la respuesta, es más importante aún la decisión de seguir a Jesús con todas las consecuencias.

La aceptación del sufrimiento y la certeza del triunfo (1ª lectura: Isaías 50,5-10)

 

El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no he resistido, no me he echado atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me mesaban la barba; no he hurtado mi rostro a la afrenta y a los salivazos. El Señor Dios viene en mi ayuda; por eso soporto la ignominia, por eso he hecho mi rostro como pedernal y sé que no quedaré defraudado. Próximo está el que me hace justicia, ¿quién puede litigar conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Preséntese ante mí! Si el Señor Dios me ayuda, ¿quién puede condenarme? Todos se gastarán como un vestido, la polilla los consumirá.

 

Jesús ha dicho en el evangelio que «el Hijo del hombre tiene que padecer y ser despreciado». Este breve poema anticipa esas ofensas: golpes, burlas, insultos, salivazos, antes de un juicio que se supone injusto. En este breve poema destacan dos detalles: la acción de Dios y la reacción del Siervo.

            La acción de Dios consiste en revelar a su servidor lo mucho que va a sufrir («me ha abierto el oído»), pero asegurándole que se mantendrá junto a él: «Mi Señor me ayudaba», «Tengo cerca a mi abogado», «El Señor me ayuda». Esto supone una gran novedad, porque en la teología habitual del Antiguo Oriente (y entre muchas personas de hoy día), el sufrimiento se interpreta como un castigo de Dios. En cambio, el Siervo está convencido de que no es así: el sufrimiento puede entrar en el plan de Dios, como un paso previo al triunfo, y en ningún momento deja Él de estar presente y ayudarle.

            Por eso, la reacción del Siervo es de entrega total: no se rebela, no se echa atrás, ofrece la espalda y la mejilla a los golpes, no oculta el rostro a bofetadas y salivazos.

            Si Pedro hubiera conocido y comprendido este texto de Isaías, no se habría indignado con las palabras de Jesús, que representan el punto de vista de Dios, mientras que él se deja llevar por sentimientos puramente humanos. Pero debemos reconocer que nuestro modo de pensar se parece mucho más al de Pedro que al de Jesús.

Una polémica muy antigua: la fe y las obras (2ª lectura: Santiago 2,14-18)

            «Genio y figura, hasta la sepultura». Eso le pasó a san Pablo. Radical antes de convertirse, lo siguió siendo en algunas cuestiones después de la conversión. Y su forma de expresarse se prestaba a ser mal interpretado. En su lucha con los cristianos judaizantes, partidarios de observar estrictamente la ley de Moisés, como si fuera ella quien nos salva, defiende que la salvación viene por la fe en Cristo. Él no excluye que el cristiano deba comportarse dignamente, todo lo contrario. Pero insiste tanto en la fe y en la libertad del cristiano que sus adversarios le acusaban de negar la necesidad de las buenas obras.

            En esta polémica se inserta el texto de la carta de Santiago, atacando la postura del que presume de tener fe, pero no hace nada bueno. El ejemplo que utiliza, la respuesta egoísta del que presume de tener fe a un hermano que pasa hambre, es esclarecedor y sigue inquietándonos actualmente.

Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta el alimento cotidiano, y uno de vosotros les dice:

«Id en paz, calentaos y alimentaos», sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve esto? Lo mismo es la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma. Por el contrario, alguien dirá:

Tú tienes la fe, y yo las obras. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Si el autor de la carta y Pablo se hubieran reunido a charlar, habrían estado plenamente de acuerdo. Pablo podría haberle leído un fragmento de su carta a los Gálatas, en la que viene a decir lo mismo: «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad, pero no vayáis a tomar la libertad como estímulo del instinto; antes bien, servíos mutuamente por amor» (Gal 5,13). Nos salva Jesús y la fe en él, pero esa fe debe impulsarnos a una vida que no se deja arrastrar por los bajos instintos (fornicación, indecencia, desenfreno, reyertas, envidias, borracheras, comilonas, etc.), sino que está guiada por los frutos del Espíritu de Dios (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad…,) (Gal 5,19-25).

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 15 de septiembre de 2024

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Se lo explicaba con toda claridad.”

(Mc 8, 27-35)

“…, por el camino preguntó a sus discípulos…” Por el camino, de manera informal. Porque así son las cosas de nuestro Dios. No suele ceñirse a horarios ni lugares.

Nosotros construimos iglesias, pero luego Dios se hace el encontradizo en el silencio de la montaña o en el bullicio del mercado. Nosotros nos marcamos un tiempo para la oración o para las celebraciones. Pero luego va y resulta que el ENCUENTRO (con mayúsculas) es en una mirada o en una conversación.

Las cosas importantes de Dios pueden acontecer en cualquier lugar y a cualquier hora. Ah! Pero esta no es excusa para no dedicarle un tiempo y un espacio. Toda relación necesita de tiempos y espacios. La relación con Dios también. Pero le gusta “asaltarnos” cuando menos lo esperamos.

Y sé de más de una persona que en medio de sus idas y venidas tiene el rato de volver a casa en autobús como un momento “sagrado” en el que conversa tranquilamente con Dios. Hablan de como le ha ido el día, de lo que la inquieta… Y quizá en alguna ocasión Dios le pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?

El autobús, el coche, mientras esperan la cola del supermercado, al acostarse o levantándose un poco antes. Hay un montón de gente conversando con Dios. Llenando el mundo de oración.

Luego también hay monjas y curas, religiosas y obispos, que también oran dentro y fuera de las iglesias, dentro y fuera de las celebraciones.

Y es que Dios es un gran conversador y tiene mucho que decirnos a cada uno de nosotros. Sabe que necesitamos escucharle y que son sus preguntas las que nos sacuden la pereza. Por eso insiste hasta hacernos comprender.

Por eso nos lo explica “con toda claridad” y nos ayuda a colocarnos en el lugar que nos corresponde. Como hizo un día con Pedro, pero ya lo había hecho con Adán y Eva, y con muchos otros.

Originales, originales no somos. Caemos todos en el mismo supino error. ¡Queremos quitarle el sitio a Dios! Y Él, con su infinita paciencia nos tiene que recordar que nuestro sitio está a SU LADO. Junto a Él.

Oración

Pregúntanos, incrépanos, pero no te vayas de nuestro lado. Somos torpes, ya nos conoces. Después de reconocerte nos volveremos a equivocar de lugar. Pero TÚ sabes que somos TUYAS.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nunca descubriré quién es Jesús, si no vivo lo que él vivió.

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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DOMINGO 24º(B)

Mc 8,27-35

Responder a la pregunta de ¿quién es Jesús? es una tarea desorbitada. Desde el día de Pascua, los seguidores de Jesús no han hecho otra cosa que intentar responderla. Durante los tres últimos siglos, pero sobre todo en el pasado y lo que va de este, se ha dado un vuelco en la manera de entender los evangelios. Hasta ese momento nadie cuestionó que lo evangelios eran historia y había que entenderlos literalmente.

Hoy sabemos que son una interpretación de la figura de Jesús, condicionada por sus circunstancias de todo tipo. Nos transmitieron lo que ellos recordaban, pero no lo que fue en realidad Jesús. No podemos aceptar hoy su interpretación con la idea que hoy tenemos de ‘historia’. Hoy estamos en mejores condiciones para hacer una nueva interpretación de Jesús y no podemos desaprovechar la ocasión. Tenemos la obligación de intentar traducir su figura a un lenguaje más adecuado a la realidad.

Todo recuerdo es interpretación de lo que entra por los sentidos. Solo somos conscientes de una mínima parte de lo que vemos y oímos. De esa pequeña parte solo recordamos lo que tiene algún interés para nuestra vida. Si no fuera así, nos volveríamos todos locos. Los primeros seguidores de Jesús, todos judíos, no tenían otra herramienta que el AT para explicar lo que vieron y oyeron en él. Por eso la respuesta de Pedro no puede coincidir con el verdadero mesianismo de Jesús.

La obligación de un cristiano será siempre tratar de conocer a Jesús. Solo en la medida que le conozcamos mejor podremos vivir lo que él vivió. La idea que hoy tenemos de Dios del mundo y del hombre nos tiene que llevar a una comprensión más profunda del mensaje evangélico. Jesús fue un ser humano fuera de serie que nos empuja a una nueva comprensión de lo que significa ser plenamente humanos.

La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo estaba lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. Apenas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.

El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. Hijo de hombre significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre es el único título que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante toda su vida.

Jesús proclama, con toda claridad, cuál es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo lo contrario, dejarse matar, antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer Jesús como itinerario de salvación.

Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana (demasiado humana) que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios.

Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negarse, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone.

El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: No puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma, porque los judíos no tenían el concepto de alma. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la Vida en su totalidad. El que solo se preocupa de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que, superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a su vida y alcanzará su plenitud.

La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada. Ni el instinto ni los sentidos ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea deshacerse. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.

¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento. No servirán de nada ni filosofías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser humano. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien.

Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero debemos dejar muy claro que no se puede responder a la pregunta si no nos preguntamos ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con mi propia vida.

La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de la satisfacción sensorial. Si la razón no cede a las exigencias del ego, y pretende imponerse un bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién es ese hombre?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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¿Quién dicen los hombres que soy yo? … ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios

Retrocedamos un poco en la historia y vayamos al momento en que Jesús decide dedicar su vida a la misión. Acompañado de cuatro pescadores de Cafarnaún, va el sábado a la sinagoga y allí se suscita por primera vez la incógnita que nos sigue desafiando veinte siglos después: «¿Qué es esto?… ¿Una doctrina nueva y revestida de autoridad, que manda a los espíritus impuros y le obedecen?»… A partir de ese momento, tras cada hecho extraordinario o cada alocución genial de Jesús, la gente se pregunta lo mismo que hoy nos preguntamos nosotros: «¿Quién es ese hombre…?»

Para sus seguidores, Jesús es un profeta o el mesías esperado, y para sus enemigos, un impostor peligroso al que había que eliminar. Desde el momento de su muerte, se desarrollan sobre Jesús cristologías que tratan de poner de manifiesto su condición divina; desde la más primitiva, de carácter ascendente y formulada por Pedro: «Dios estaba con él», hasta la que terminó prevaleciendo (de carácter descendente) que Juan formula en los siguientes términos: «El verdadero Dios se hizo hombre para salvarnos». Siguiendo la estela de Juan, los concilios de Nicea y Constantinopla lo declaran “Segunda Persona de la Santísima Trinidad”… y en ello estamos.

Fuera del ámbito cristiano, los filósofos de la ilustración francesa reducen la figura de Jesús a su dimensión antropológica, pero toman buena parte de su enseñanza para formular su código ético basada en la razón. Hegel llega a escribir una “vida de Jesús”, pues afirma que su praxis es la única capaz de integrar a las personas en un “nosotros” que constituye el Espíritu Universal. Nietzsche se muestra tan entusiasmado con él en un periodo de su vida, que llega a calificarlo de precursor de su “superhombre”… Gandhi se declara gran admirador de Jesús, y no se recata en decir que su movimiento de la no violencia estuvo inspirado en el capítulo sexto de Mateo… Y así muchos más.

Pero ¿quién es ese hombre…?

Podemos concebir a Jesús como maestro de sabiduría, como un hombre lleno del espíritu de Dios o como Dios mismo hecho hombre, pero lo más importante para un cristiano es entenderlo como visibilidad de Dios, porque así se convierte en su mejor referencia de vida y le ayuda a vivir. El prólogo solemne del evangelio de Juan termina así: «A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer» … En el capítulo 14, Juan añade: «¿Tanto tiempo que he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? … El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre».

Como decía Ruiz de Galarreta: «El quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Creemos que en un ser humano, tan humano como nosotros, podemos ver a Dios».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Quién decís que soy yo?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end. Mc 8,27-33

El Evangelio de este domingo ocupa un lugar central en la narración de Marcos y nos recuerda una vez más que la Buena noticia de Jesús, su estilo de vida y propuesta es liberadora y felicitante, pero tiene consecuencias que hemos de afrontar. El Evangelio no es un tranquilizante, sino más bien un despertador de conciencias, como leemos también en la primera lectura de este domingo: El Señor me abrió el oído; y no resistí ni me eché atrás (Is 50, 5-9ª). Un aguijón que nos empuja a salir de nuestras zonas de confort hasta hacer del mundo un banquete sin primeros ni últimos.

Por eso el episodio de Cesarea puede resultarnos sumamente familiar. Jesús y sus discípulos atraviesan este lugar caracterizado en aquel tiempo por su gran diversidad cultural y religiosa, al igual que muchos de nuestros barrios y ciudades hoy. Por eso un primer aprendizaje que podemos sacar del texto es constatar como a Jesús transitar estos no le resultan amenazantes, sino una oportunidad desde donde compartir la Buena Noticia de la universalidad del Amor, la fraternidad y la sororidad humana. Es desde este lugar concreto, en esa realidad diversa y plural donde conviven distintos cultos y ofertas de sentido donde Jesús se interroga sobre sí mismo y su proyecto: ¿Quién dice la gente que soy yo?, o dicho de otra manera: ¿Qué sentido tiene para la gente la propuesta de vida que comparto? ¿En qué y cómo conecta con sus búsquedas y anhelos más hondos, sus esperanzas y sus interrogantes más profundos?

Jesús, al hacer esta pregunta, nos recuerda implícitamente que la fe ha de dialogar siempre con las culturas y tomarse en serio a sus interlocutores e interlocutoras. Los otros y otras no son meros destinarios u objetos de evangelización, sino sujetos y por tanto también portadores del Misterio,  donde el espíritu y el misterio de Dios también habitan, con capacidad de ser oyentes de la Palabra (Rahner). Retomar estas preguntas como comunidades cristianas y dejarnos afectar por las respuestas para hacer cambios pertinentes, en nuestros lenguajes, formas, y modo de acercamiento a la realidad y a las personas, sigue siendo uno de nuestros mayores desafíos como iglesia.

Pero la pregunta de Jesús se hace aún más incisiva cuando se dirige directamente a sus más íntimos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Como le sucedió a los discípulos, el modo de responder a ella no es una mera formulación teórica sino una posición existencial, una forma de situarnos en la vida y ante los demás al modo de Jesús. Confesarle como Cristo significa narrar en gestos y palabras su buena Noticia de liberación en nuestros ambientes, desde la vulnerabilidad asumida pero también, desde la confianza que nos recuerda la primera lectura: “El Señor Dios me ayuda” (Is) y hacerlo asumiendo todas sus consecuencias.

Porque el mesianismo de Jesús no es triunfalista, sino compasivo y kenòtico y conlleva siempre una dimensión conflictiva. Algo que a nosotras y nosotros, como a sus discípulos, nos cuesta reconocer, resistiéndonos a ella. Pero para Jesús, negarla como hace Pedro no es solo una ingenuidad, sino edulcorar la profecía del Evangelio y tentar a Dios. Hacer de la memoria peligrosa de Jesús, una memoria domesticada. Esta es quizá una de las principales paradojas del Evangelio, que es a la vez Bienaventuranza, Buena Noticia pero también signo de contradicción. ¿Quién es para nosotros y nosotras Jesús hoy y qué aspectos de su mesianismo compasivo y kenótico se nos hacen más cuesta arriba en este momento de nuestra vida?

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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