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El tiempo, tribunal de la Historia

Sábado, 3 de marzo de 2018
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9788498797299Del blog de José Mª Castillo Teología sin censura:

El libro más reciente de Reyes Mate
José M. Castillo

Editado con el garantizado nivel y distinción, que le caracteriza, Edit. Trotta ha publicado el excelente estudio del profesor de investigación emérito del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Manuel Reyes Mate, El Tiempo, Tribunal de la Historia.

Un libro que da que pensar. Y que obliga a pensar. Cuando la Informática nos está maleducando a casi todos, a “copiar” y “pegar”, liberándonos así de la incómoda tarea de “pensar” y “producir”, desde la propia originalidad y creatividad, Reyes Mate nos enfrenta, una vez más, al problema de la víctimas, al que no podemos ni mirar desde lejos, si es que nos empeñamos en mantenernos impasibles, firmes siempre en la más segura ortodoxia dogmática, que lleva derechamente a “la teología fascinada por la intemporalidad” (Johann B. Metz). Sin darnos cuenta nunca que así podemos quedar anclados en la verdad más incuestionable. Pero una verdad que, a fin de cuentas, no cambia nada, ni a nadie, en este mundo tan desbocado como canalla.

Tan no ha cambiado nada y tan intocable verdad dogmática se mantiene tan inamovible, que una clase magistral de teología o un sencillo sermón de aldea pueden ser, en su contenido, exactamente iguales si se enseñaron o predicaron en el siglo XIX que si se enseñan o predican en el siglo XXI. La ortodoxia se mantiene tan intacta, como ausente se mantiene el interés de los oyentes por poner en práctica lo que pacientemente están escuchando. Lo que importa es la verdad, el dogma, la norma. Lo que le haya pasado a la gente o lo estén soportando los más desgraciados de este mundo, eso no afecta a la ortodoxia o al dogma. Lo que fue verdad en el concilio de Nicea, sigue siendo verdad (la misma verdad) en este momento. Lo demás, pasa a un segundo plano. El “Tribunal de la Historia” no tiene nada que decir. Podemos estar tranquilos.

Con razón, Reyes Mate nos hace caer en la cuenta de que hemos conseguido institucionalizar la memoria del Holocausto, hay museos que lo conservan, monumentos que lo eternizan, películas y obras de teatro que lo tematizan. Y hasta la Asamblea General de las Naciones Unidas tiene fijado un día, el 27 de enero de cada año, para conmemorar a las víctimas del Holocausto. Está en el calendario y en los libros de historia, pero no ha conformado nuestro tiempo. Seguimos viviendo como si nada hubiera ocurrido porque no se nos pasa por la imaginación que aquello sea una línea divisoria, ni que haya un antes y un después. A nadie se le ocurre decir que habría que leer hoy a Aristóteles o Kant de una manera diferente a como se les leía antes. Es verdad que algo de eso dijeron en el campo de muerte algunos, como Tadeusz Borowski o Etty Hillesum, pero eran exageraciones debido a lo excepcional de su experiencia. Para que eso hubiera sido posible, tendríamos que haber tomado en serio el nuevo imperativo categórico, a saber, pensar de otra forma todo lo que nos constituye como sujetos y como comunidad; pensar de otra manera la política, la ética, el derecho, la religión, el arte… ¿Es eso posible? Siendo los mismos ¿podemos pensar diferente?”

El tiempo que ha ido transcurriendo, desde los primeros escritos del apóstol Pablo, en los años 40 del siglo primero, hasta los documentos y predicaciones del actual papa Francisco, ya en pleno siglo XXI, han transcurrido casi dos mil años. Demasiados años, marcados por demasiadas crueldades inhumanas. Después de tantos sufrimientos y de tantas víctimas, en gran medida y efectivamente seguimos “siendo los mismos”. Pero, siendo los mismos, “¿podemos pensar diferente?”. Que es tanto como preguntarse ¿podemos ser distintos?

Si realmente “el tiempo” es el “tribunal de la historia”, no cabe duda que los pensadores más cualificados de casi dos mil años han sido componentes determinantes de esta larga historia. Tiene razón Reyes Mate cuando nos informa de la importante aportación de pensadores decisivos, como han sido los testigos cualificados del más primitivo “tiempo apocalíptico”, pasando por las marcas, que dejaron en la historia de Occidente, quienes contagiaron nuestra cultura con las inconfundibles señales del “tiempo gnóstico”, esté o no esté presente en las cartas de Pablo (o quizá desde Marción). Con la marca decisiva que dejó san Agustín, en el libro de Reyes Mate llamada queda destacada la aportación que dejó a la modernidad, más que la Ilustración como tal, el pensamiento fuerte de algunos de los representantes más cualificados de la llamada escuela de Frankfurt, desde Walter Benjamin hasta Habermas.

Esto supuesto, cabe preguntarse ¿tenemos con lo dicho el veredicto del “tribunal de la historia” que el tiempo pasado nos ha dejado, para hacernos una idea de lo que está ocurriendo ahora mismo en el mundo? El libro que estoy presentando nos recuerda, al final, lo que el viejo revolucionario, Herbert Marcuse, en el lecho de muerte, le susurró al joven Habermas: “¿Sabes? Ya sé dónde se originan nuestros juicios de valor más básicos: en la compasión, en nuestro sentido del sufrimiento de los demás”. No le faltaba razón a Bonhoeffer “para quien solo viviendo a fondo esta vida, podemos asomarnos al más allá de la muerte”. El “tiempo”, el “tribunal de la historia”, “dixit”.

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El Capitalismo como religión

Domingo, 4 de septiembre de 2016
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dinero-3No había leído nunca una obra completa de Walter Benjamin. Y sin embargo de tanto en tanto me llegaban ecos de su pensamiento, fragmentos de sus obras, citas de sus escritos. Siempre me iluminan.

Hace poco he leído sobre uno de sus libros tempranos, El capitalismo como religión y algunas de las reflexiones que me han suscitado son las que siguen.

Al comienzo de la obra Benjamin afirma: “En el capitalismo se puede contemplar una religión, es decir, el capitalismo se utiliza esencialmente para sosegar las mismas preocupaciones, tormentos, inquietudes, a las que anteriormente dieron respuesta las llamadas religiones. La prueba de esta estructura religiosa del capitalismo no sólo, como pensó Weber, como una entidad condicionada por lo religioso sino como un fenómeno esencialmente religioso, llevaría hoy a la divagación de una masiva polémica universal”.

El filósofo alemán desarrolla tres rasgos de esa religión. Puesto que consiste en producir y consumir, es una religión estrictamente cultual. Carece de una teología o una dogmática, es esencialmente un culto y un culto permanente, en el que todos los días son festivos. Finalmente, es una religión que no reconcilia sino que culpabiliza.

Puesto que en la última frase nuestro autor juega con el doble sentido de la palabra Schuld (culpa y deuda) ya no es fácil seguirle en castellano, aunque se podría recordar el uso de la palabra deudas en la antigua traducción del padrenuestro. Hasta aquí Benjamin.

Al hilo de su propuesta quiero añadir ahora algunas reflexiones. Parece cierto que el papel tradicional de las religiones era dar cuenta de toda la realidad, desde la autoridad, legitimada por la gracia de Dios, hasta el hecho de engendrar hijos, todo ello enmarcado en una promesa de salvación. Pues bien, ciertamente el capitalismo ha heredado gran parte de esas funciones.

No es ya la gracia de Dios quien da legitimidad a la autoridad sino la anuencia del capitalismo. Si alguna de suficiente relieve quiere oponerse a él perderá la partida y presumiblemente también la vida. Y si antes había que tener los hijos que Dios quisiera, ahora sólo los que quiera la situación económica.

Pero sobre todo se trata de salvación. Quien desee salvarse debe participar en el culto capitalista porque, como antaño ocurría con la Iglesia, fuera del capitalismo no hay salvación. En él encontramos los templos de Zara o de H&M, los santos Armani o Lagerfeld, los ritos de vestir tal o tal marca o comer bajo una o varias estrellas Michelin.

Por muy abierta y acogedora que sea esta religión, quien no puede, no sabe o no quiere entrar en ella será condenado a las tinieblas exterioires, donde habrá llanto y crujir de dientes. Para el capitalismo los pobres no son hermanos desgraciados sino verdaderos culpables. Si el mercado y las oportunidades están abiertas a todos, quien no las aprovecha es el único responsable de su destino.

El rico, en cambio, merece todo elogio, mayor cuanto más rico sea. Lo expresaba diáfanamente Leon Bloy con su acostumbrada acidez: “Se quiere a toda costa que el evangelio hable de un mal rico, como si pudiera haberlos buenos. El texto es sin embargo es bien claro: homo dives, un rico, sin epíteto. Un mal rico, si se quiere relacionar esas dos palabras, es como un mal funcionario o un mal obrero, Un individuo que no sabe su oficio o es infiel a su función: un mal rico es el que da y, a fuerza de dar, se convierte en un pobre”.

Como en las antiguas religiones, oportet haereses esse, conviene que haya herejes. Su función es poner más de manifiesto la gloria del verdadero camino. Sin duda que en el capitalismo habrá herejes pero su marginalidad o su desaparición dejará bien a las claras dónde está la verdadera senda. Si los amys o los de la Christiania danesa fabrican su mermelada y cuecen su propio pan, se trata sólo de un fenómeno pintoresco, Ellos se pierden la gloria y el fasto del reino del consumo, no pueden llegar a la creatividad, la belleza y la diversidad que se ofrecen en los grandes almacenes. Eso en el caso de que logren sobrevivir porque, como en una frase antigua, “al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”.

Por todo esto, el autor de quien tomo la referencia de Bernjamin sostiene que el cristianismo debe dejar de ser una religión, un tema de alcance demasiado largo.

En vez de comenzar con él, se me ocurre traer una cita de Thomas Merton: “Voy a decir algo antes de que la lluvia sea un servicio público que ellos nos puedan planificar y distribuir por dinero. Con ´ellos` me refiero a los incapaces de entender que la lluvia es un festival, gente que no aprecia su gratuidad, pensando que lo que no tiene precio carece de valor y que lo que no puede venderse no es real, de tal modo que para que algo sea verdadero resulte preciso colocarlo en el mercado (Paz personal. Paz social)”. Son palabras de un monje contemplativo que, a mi modo de ver, aporta algunas claves desde las que empezar.

Carlos F. Barberá

Fuente: Atrio 

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“El dinero como Dios”, por Jose Ignacio González Faus sj.

Miércoles, 11 de febrero de 2015
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money_560x280Leído en su blog Miradas Cristianas:

“Todas las funciones que antaño desempeñaba Dios las desempeña hoy el dinero”

“El capitalismo es una religión sólo de culto: sin dogmas ni moral”

“Nuestro sistema es incapaz de crear empleo y reparte injustamente la riqueza y los ingresos”

“Según Lutero, la comunidad cristiana debería ser un ámbito donde no rigen las leyes de la economía monetaria”

Hace casi cien años, Walter Benjamin redactó una nota titulada “Capitalismo como religión”: el capitalismo funge religiosamente porque se presenta como “experiencia de la totalidad”. Pero es una religión sólo de culto: sin dogmas ni moral. Ese culto se lleva a cabo mediante el consumo, empalmando con la tesis marxiana de la mercancía convertida en fetiche mientras al trabajador se le convierte en mercancía. Es además una religión de culto continuo en la que todos los días son “de precepto”. Y de un culto culpabilizador (en alemán Schuld significa a la vez deuda y culpa: por eso, según Benjamin, vivir con una deuda equivale a vivir con una culpa. Curiosamente en el arameo de Jesús sucedía algo parecido: la palabra schabq significa a la vez el perdón de los pecados y la remisión de las deudas).

dios-dinero2.- Toda religión tiene un dios. Hacia 1936, Keynes, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, habló del dinero como dios: todas las funciones que antaño desempeñaba Dios las desempeña hoy el dinero. Keynes subraya que no habla simplemente de la riqueza sino del dinero contante y sonante (la liquidez), que permite la disponibilidad inmediata y la especulación. Ese dinero: a) da seguridad y garantiza el futuro: valen de él aquellas palabras del salmista: “te amo, Señor, tú eres mi roca, mi fortaleza”. b) Da seguridad porque es todopoderoso y omnipresente: no hay nada que no pueda conseguirse sin él Finalmente c) el dinero es fecundo: en el capitalismo financiero el dinero ya no se usa como medio para crear riqueza sino que él mismo produce más dinero: “especular resulta entonces más lucrativo que invertir” (por eso los Bancos ya no dan créditos). A todo ello podríamos añadir d) que hoy que el dinero también es invisible, como Dios, a pesar de su poder y su omnipresencia. Resumiendo: si el dinero es el último punto de referencia, bien se puede hablar de él como “el ser necesario” (clásico término metafísico para designar a Dios).

Walter BenjaminWalter Benjamin

3.- Todo eso pone de relieve la no-neutralidad del dinero que ya no es un mero instrumento práctico de intercambio, como pretenden los teóricos neoliberales. Plantea además una pregunta muy seria sobre la legitimidad del préstamo a interés, cuya historia tiene tres etapas: a) Tanto en la Biblia como en el mundo grecolatino era considerado inmoral: Aristóteles calificaba la usura como el más bajo de los vicios, comparándola al proxenetismo que aprovecha la necesidad del otro para el enriquecimiento propio. Si pido prestado un kilo de patatas no es lícito que me obliguen a devolver kilo y medio. ¿Por qué habría de ser lícito si pido dinero en vez de patatas?

b) En los albores del capitalismo, el dinero se convierte en una ocasión para crear riqueza: si te presto un dinero evito comprarme con él un campo que podría cultivar, o montar una pequeña industria. En ese sentido el préstamo me priva de un beneficio y parece legítimo que, al devolverlo, se me dé alguna compensación por esa ganancia perdida.

John-Maynard-Keynes-007John Maynard Keynes

c) Con la economía especulativa financiera, la cosa vuelve a cambiar: el dinero ya no es una oportunidad para que yo cree riqueza, sino que él mismo es fecundo: con menos riesgos y con porcentajes de ganancia más altos. Eso será una gran mentira, pero “funciona” hasta que estalle la crisis. Pues bien: así como, en los comienzos del primer capitalismo no se vio que el préstamo a interés cambiaba de significado y siguieron prohibiendo, así ahora tampoco se ve que, en el capitalismo financiero, el interés vuelve a cambiar de significado, y se lo sigue permitiendo. Según la tesis de Benjamin del capitalismo como religión de culpa, ahora el interés viene a ser respecto del préstamo lo que es la penitencia respecto de la culpa.

Dejemos ese problema para el futuro y volvamos a Keynes. De lo antedicho deduce él que nuestro sistema tiene dos grandes defectos: es incapaz de crear empleo y reparte injustamente la riqueza y los ingresos. ¿Dos defectos o dos desautorizaciones totales?.

3.Lucas Granach. Retrato de Martin Lutero.10cmLucas Granach. Retrato de Martin Lutero.

4.- Todo lo antedicho nadie lo percibió con tanta claridad como Lutero, cuando ya iba amaneciendo el capitalismo. Creer en Dios es confiar en Él, pero nosotros hemos sustituido la confianza por el culto: confiamos nuestro futuro al dinero, y a Dios le hacemos procesiones y templos que “no llegan hasta el cielo”. Por eso, en su Gran Catecismo, Lutero trata del dinero al comentar no el séptimo mandamiento sino el primero: porque el dinero es “el ídolo más común en la tierra”. Según Lutero, la comunidad cristiana debería ser un ámbito donde no rigen las leyes de la economía monetaria. Los cristianos deberían manifestar al Dios verdadero con su conducta en cuestiones económicas. Por eso añade: “siempre he dicho que los cristianos somos gente rara en la tierra”. Pero esa rareza permite comprender que la frase de Jesús (“no podéis servir a Dios y al dinero”) tiene una traducción laica bien clara: no podéis servir al hombre y al dinero.

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