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“La fuerza de los rituales (II)”, por José Mª Castillo, teólogo

Martes, 18 de agosto de 2015
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el-rostro-de-dios1De su blog Teología sin Censura:

Lo primero, lo más elemental, en el problema planteado a propósito de los rituales religiosos, es tener muy claro que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es el fin último que podemos buscar o anhelar los mortales. La religión es el medio por el que (y con el que) intentamos acercarnos a Dios o relacionarnos con él. Por tanto, Dios no es un elemento más, un componente más (entre otros) de la religión.

Por otra parte – si intentamos llegar al fondo del problema -, Dios y la religión no se pueden situar en el mismo plano. Ni pertenecen al mismo orden o ámbito de la realidad. Porque Dios es el Absoluto. Y el Absoluto es el Trascendente. Es decir, Dios se sitúa en el orden o ámbito de la “trascendencia”. Mientras que todo lo que no es Dios (incluida la religión) es siempre una realidad que se queda “aquí abajo, o sea en el ámbito de la “inmanencia”.

Todo esto quiere decir que “ser trascendente” significa “ser inabarcable” o “ser inconmensurable”. Es decir, Dios no está a nuestro alcance. Por tanto, Dios no es una realidad “cultural”. En tanto que la religión es siempre un producto de la cultura. Otra cosa es las “representaciones” que los humanos nos hacemos de Dios. Pero eso ya no es “Dios en Sí”, sino nuestra manera (culturalmente condicionada) de representarnos al Trascendente.

Hecha esta disquisición, que me parece indispensable, tocamos ya las cuestiones que nos interesan más directamente en esta reflexión. Ante todo, es importante saber que, en la larga historia y prehistoria de la religión, lo primero no fue el conocimiento y la experiencia de Dios, sino la práctica de rituales de sacrificio (así, por lo menos, desde E. O. Wilson, incluso ya antes Karl Meuli). De forma que abundan los paleontólogos que defienden que, desde el paleolítico superior, hay huellas claras de este tipo de prácticas rituales (W. Burkert, H. Kühn, P. W. Scmidt, A. Vorbichler).

Si bien hay quienes piensan que los rituales religiosos relacionados con la muerte se inician a partir del mesolítico (Ina Wunn). En todo caso, se acepta la convicción que ya propuso G. Van der Leeuw: “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (K. Lorenz, W. Burkert). Lo que es comprensible, si tenemos en cuenta que Dios nos trasciende y no está a nuestro alcance, como lo están los rituales religiosos.

Así las cosas, es un hecho que los rituales religiosos, en sus más variadas formas, están más presentes en cada ser humano, ya desde la infancia, que la claridad y la profundidad en la relación con Dios. Dicho más claramente, creo que no es ninguna exageración afirmar que, tanto en los individuos como en la sociedad, están más presentes los rituales y sus observancias que Dios y sus exigencias.

O sea, en la vida de muchos (muchísimos) creyentes, están muy presentes los rituales religiosos y la observancia de los mismos. Mientras que la firmeza, la cercanía y la fiel escucha de Dios es un asunto que son también muchos (muchísimos) los creyentes que no tienen eso resuelto debidamente. Lo que lleva consigo, entre otras cosas, una consecuencia de enorme importancia. Una consecuencia que consiste en que, con demasiada frecuencia, en la conducta de muchas personas se divorcian la observancia de los ritos sagrados, por una parte, y la fidelidad a la honestidad, la honradez y la bondad ética, por otra parte.

Y entonces, nos encontramos con un hecho que lamentamos muchas veces. Me refiero al hecho de tantas personas que son fielmente observantes y religiosas, pero al mismo tiempo son personas que dejan mucho que desear en su conducta ética.

¿Cómo se explica esto? El comportamiento religioso consiste en la fidelidad a la observancia de los rituales sagrados. Pero ocurre que los ritos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, se constituyen en un fin en sí (G. Theissen, B. Lang, W. Turner). Y, entonces, lo que ocurre es que el fiel observante del ritual se tranquiliza en su conciencia, se siente en paz consigo mismo, se libera de posibles sentimientos de culpa o de miedos que adentran sus raíces en el inconsciente, al tiempo que la conducta ética, con sus incómodas exigencias queda desplazada.

Y el sujeto se siente en paz con su conciencia, con sus semejantes y con Dios. En lo que he intentado explicar aquí, radica (según creo) la clave para comprender el conflicto de Jesús con los hombres más religiosos y observantes de su tiempo. Es notable que, por lo que narran los relatos evangélicos, Jesús no tuvo enfrentamientos ni con los romanos, ni con los pecadores, los samaritanos, los extranjeros, etc. Los conflictos de Jesús se produjeron precisamente con los más fieles cumplidores de la religión: sumos sacerdotes, maestros de la Ley y fariseos.

¿Por qué precisamente con estas personas y no con los alejados de la religión y sus rituales? Jesús fue un hombre profundamente religioso. Pero Jesús vio el peligro que entraña la fiel observancia de los ritos de la religión. ¿Qué quiere decir esto? Jesús no rechazó el culto religioso. Lo que Jesús hizo fue desplazar el centro de la religión. Ese centro no está ni en el templo y sus ceremonias, ni en lo sagrado y sus rituales.

El centro de la experiencia religiosa, para Jesús, está en hacer lo que hizo el mismo Dios, que se “encarnó” en Jesús. Es decir, Dios se humanizó en Jesús. Dios está presente en cada ser humano, sea quien sea, piense como piense, viva como viva. Sólo reconociendo esta realidad sorprendente y viviéndola, como la vivió el propio Jesús, sólo así estaremos en el camino que nos lleva al centro mismo de la religiosidad que vivió y enseñó Jesús.

¿En qué consiste, entonces, el culto a Dios? La carta a los hebreos lo dice con tanta claridad como firmeza: “No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios” (Heb 13, 16). Que no es sino la fórmula tajante que plantea el autor de la carta de Santiago: “Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo (Heb 1, 27).

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“La religión exige respeto”, por José Mª Castillo

Domingo, 25 de enero de 2015
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charlie_hebdo_fingerUn texto a reflexionar detenidamente desde nuestra absoluta condena del terrorismo y de los atentados de París y que hemos leído en su blog Teología sin Censura:

El Papa dice que “no se puede provocar” ni “ofender” a la religión

Cameron replica al Papa que en las sociedades libres se puede ofender a las religiones

Los sangrientos incidentes, que se han provocado en París con motivo de los asesinatos causados por el fanatismo religioso islamista contra los periodistas de Charlie Hebdo, han desencadenado la indignación y el miedo por casi toda Europa. Y la lógica del discurso, como es normal, se orienta mayoritariamente a condenar la violencia irracional de los terroristas. Sin embargo, si la cosa se piensa a fondo, me temo que se cargue la mano sobre algo que es muy verdadero: la violencia criminal de los intolerantes de la religión. Pero, tan cierto como lo que acabo de decir, es que el empeño legítimo por defender la libertad de opinar en una sociedad democrática, puede ocultar otro aspecto fundamental de la cuestión, a saber: que la religión es un asunto extremadamente serio. Porque la religión toca las fibras más profundas en las convicciones que dan sentido a la vida de millones de seres humanos. Y con esto – si es que tomamos la vida muy en serio – hay que tener mucho cuidado.

No pretendo en modo alguno justificar el terror y la violencia de los terroristas que, en nombre de “lo divino”, se atreven a violentar e incluso asesinar “lo humano”. Sólo pretendo recordar que la religión es un asunto muy serio. Es más, como se ha dicho con toda razón, “la religión puede ser mortalmente seria”. Es la “seriedad absoluta, que deriva del trato con superiores invisibles…, prerrogativa de lo sagrado que caracteriza a la religión” (W. Burkert, P. Hassler, D. D. Hughes). Más aún, como es bien sabido, la intuición genial de Rodolph Otto nos advirtió sabiamente que la experiencia del hecho religioso es en realidad el encuentro con el “mysterium tremendum”, un misterio “que hace temblar” a no pocas personas y grupos humanos.

Insisto: si es importante respetar la libertad de expresión, y en esta libertad hay que educar a la ciudadanía; pero también es importante que todos nos eduquemos en el respeto a las creencias y convicciones de los demás, con tal que tales creencias no lleven a la violencia en ninguna de sus formas.

Por supuesto que no es equiparable la violencia de un arma de fuego con la violencia de un lápiz. Pero tan cierto como eso es que no debe ser bueno para nadie lo que atinadamente ha dicho un artista francés bien conocido: “Mofarse de todo el mundo es una tradición muy arraigada en Francia desde Voltaire” (Christian Boltanski). Y que nadie me venga con las sutiles precisiones lingüísticas que ha hecho Alberto Manguel. Por supuesto, que “la razón tiene derecho a reírse de la locura”. Como no es lo mismo la “sátira” que el “insulto”.

Estamos de acuerdo con todas las precisiones que los pensadores y lingüistas nos quieran y nos deban hacer sobre lo que han hecho los ingeniosos periodistas del humor de Charlie Hebdo. Pero, ¡por favor!, no olvidemos que las palabras, las ideas y las sutiles distinciones de los sabios, nunca pueden abarcar la totalidad de lo real. Y la realidad – triste y dura realidad – es que, con demasiada frecuencia, el que se dedica al oficio de mofarse de los demás, por muy artista que sea, posiblemente sin darse cuenta de lo que hace, en realidad a lo que se puede dedicar muchas veces es a despreciar a quienes discrepan de sus ideas, por más respetables que sean. Pasar de la sátira al desprecio es más fácil de lo que sospechamos. Pero, es claro, que quien se ve o se siente despreciado, una y otra vez, llegará el día en que se ponga como un loco a violentar y matar al que le ofende.

¿Que hay que vigilar a los terroristas? Por supuesto. Pero que quede claro que no es menos urgente vigilar también a quienes se dedican a la desagradable tarea de la burla y la mofa como oficio.

Espiritualidad, General , , , , , , , , ,

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