Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 2 Adviento. Lucas 3, 1-6 Un texto clave:Mensaje de Juan, un camino de esperanza a través de la crisis, sin más solución que empezar de nuevo en el desierto:
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.”
El evangelio de Juan ofrece la visión más positiva del mensaje de Bautista, en línea de esperanza. Pero esa esperanza exige que volvamos al desierto, para comenzar allí la nueva travesía. Quizá muchos no estamos dispuestos, apegados como estamos a las cosas que tenemos. Pero sin ese retorno al origen, sin un aprendizaje nuevo, puede suceder que nuestra cultura y vida actual se destruya (Imagen de G. Doré)
Juan, maestro de Jesús
Jesús buscó a Dios en la Escritura y en la historia de su pueblo, pero su iniciador y maestro directo fue Juan Bautista, el último en la línea de los sabios (cf. Mt 11, 1-19 par), un profeta que condenaba la violencia de los poderosos y el pecado de los sacerdotes, anunciando el juicio de Dios (cf. Mt 3, 7-12).
Sabía que este mundo tiene que acabar, porque está podrido, y, a pesar de ello, pedía a los hombres y mujeres que se convirtieran, ofreciéndoles un bautismo de perdón para la redención: “Ya está el hacha levantada sobre la raíz del árbol…” (Mt 3, 9-12; Lc 3, 1-9). De un modo especial recibía a los expulsados y excluidos de la sociedad sagrada de Israel y del Imperio. Su mensaje incluía tres notas principales.
(1) Este mundo está maduro ser destruido: por eso anunciaba Juan el Juicio que viene como Huracán y como Fuego que abrasa a los perversos, un juicio de condena que no procede de Dios, sino del pecado de los hombres, a quienes Dios ha confiado el mundo para que lo cuiden, pero ellos se han empeñado de destruirlo por un tipo de fuego (calentamiento, bomba).
(2) En ese contexto, Juan ofrecía una bautismo de esperanza, para escaparse «de la ira que se acerca» (cf. Mt 3, 7) y alcanzar así la salvación, en la tierra prometida, tras el río de las aguas divisorias. Era necesario un cambio urgente, rápido y completo, pues de lo contrario caería el hacha ya para destruir a los perversos…
(3) Una voz grita en el desierto: ¡Preparad…! Se trata, como he dicho, de volver al desierto, que es la austeridad, el contacto directo con la naturaleza y con la vida, ligeros de equipaje, sin más tarea que la de vivir, abriendo un espacio para todos… Sin esta vuelta al desierto, para comenzar de nuevo la experiencia humana, en fraternidad y justicia, corremos el riesgo de caer destruidos por nuestras propias contradicciones.
(4) El anuncio de Juan incluía la llegada de uno que es más fuerte, de alguien que viene en nombre de Dios (o Dios mismo) para realizar las promesas antiguas. Juan era sólo un mensajero, alguien que anuncia aquello que ha de llegar, si es que las cosas (los hombres) no cambian. Sabía que sin volver al desierto y recrear el camino de actual de la humanidad corremos el riesgo de ser destruídos.
En un sentido, Juan afirma que la historia de los hombres ha fracasado,
pero queda un resquicio de esperanza y en ese resquicio quiere mantenerse, para abrir la puerta a los que vengan, en el borde del desierto, ante el río que evoca el paso de la vida y el nuevo nacimiento en la tierra de Dios. Se han acabado las oportunidades de los poderosos del mundo, pero queda Dios y, en su nombre, Juan acoge y ofrece su promesa a los excluidos de la tierra, a los publicanos y las prostitutas… (cf. Mt 21. 32).
De esa forma se planta, como profeta de Dios para los pobres y para todos los que quieran convertirse, junto al río, vestido de piel de camello y comiendo alimentos silvestres (Mc 1, 6). Sólo así puede exigir la conversión y anunciar la salvación de Dios a los que han sido expulsados de las pretendidas salvaciones de la tierra.
Juan es un hombre del confín, en la frontera de los lugares y los tiempos, acusando a los culpables, pidiendo conversión a todos, desde el mismo desierto. Los que no quieran volver a ese principio, aquellos que se aferren a su vida muelle, a su egoísmo y su riqueza acabarán destruyéndose a sí mismos y destruyendo a los demás.
Vivió en un tiempo concreto
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
El mensaje de Juan marca el comienzo de nuevo tiempo de la salvación. En medio de la historia de los grandes de la tierra (emperadores, reyes y sacerdotes) se escucha su palabra, en un tiempo bien concreto, marcado por ese famoso sincronismo, que nos sitúa en torno al año 28/29 d.C., según los cálculos, pues Tiberio empezó a gobernar el año 14 d.C. (el cómputo de años puede hacerse con algunas variantes).
En ese tiempo concreto, perdido al parecer en la hoya del Jordán, Juan comenzó a proclamar la palabra definitiva del Adviento, mientras emperadores, tetrarcas y sacerdotes andaban a lo suyo… Juan anunciaba un momento de cambio para ellos, invitándolos a venir al desierto de Dios, es decir, al lugar donde comienzan los caminos de la nueva humanidad.
Ésta es la pregunta, éste es el tema: ¿Quién está dispuesto a volver al desierto, para aprender, para cambiar, para empezar…?
Anunció el gran cambio. El fracaso puede convertirse en camino de nuevo nacimiento, desde el desierto:
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías (cf. Is 40, 3-4):
Una voz grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.”
Vivimos en un mundo de imposiciones, de caminos torcidos,
de montes y quebradas que impiden que Dios se manifieste en nuestra vida. Por eso retoma Juan el lenguaje del 2º Isaías y anuncia la llegada de un cambio cósmico: “elévense los valles, allánense los montes…”, que el mundo entero se vuelva así camino de Dios.
Contemplar el mundo como espacio de revelación de Dios, ésta es la tarea del profeta, que mira y anuncia: ¡Está llegando!
Preparar el camino del Dios que viene implica:
1. Volver al desierto… Lo he dicho ya, debo repetirlo, éste es el mensaje clave de este día. No se trata de hacer ayuno por ayuno, sino de aprender a simplificar, centrándose en lo esencial (¡sólo con lo esencial se puede vivir en el desierto!), sin adornos falsos, sin complejos de superioridad, simplemente “a cuerpo”, reyes y mendigos, todos…
Éste es el mayor favor que puede hacernos Dios a muchos: Llevarnos de nuevo al desierto, para simplificar, para dialogar, para compartir… Si no volvemos al desierto nosotros, los de países ricos, moriremos todos.
2. Elevar lo que está hundido (cuidad a los pobres, los aplastados, los humillados…, hacer que haya espacio para los expulsados), Éste motivo de la elevación de los que están aplastados y humillados forma parte de la experiencia original de los judíos, desde el canto de Ana (en 1 Sam 2) hasta el de María, la madre de Jesús (en Lc 1).
Si no elevamos a los pobres y excluidos moriremos todos… Les mataremos a ellos, nos destruiremos nosotros mismos.
3. Abajar lo que está exaltado (que nadie se imponga desde arriba…); que nadie puede destruir a los pequeños… Que bajen los de arriba, no por espíritu de venganza o resentimiento, sino sólo porque abajo (desde abajo) se pueden ver las cosas, empezando en el desierto, con todos, para todos…
Ésto es abajar: Volver al desierto, renunciar a un tipo de comodidades falsas, para ser nosotros mismos, abajarnos, para así vivir sencillamente como humanos…
El mensaje de Juan es el mismo de María en el Magnificat:
Derriba del tronos a los poderosos
Eleva a los oprimidos
4. Enderezar lo torcido: que no exista engaño sobre el mundo, que no nos ocultemos ni mintamos, que podamos vivir en transparencia… Que este mundo sea un espacio de diálogo y transparencia… Ese es el mensaje del Adviento de Juan.
¿Qué es lo torcido en mi vida, en nuestra vida? ¿Cómo podemos caminar el claridad, en una tierra que se abre para todos, abriendo así un camino para Dios en nuestra misma humanidad?
Dios viene porque es Dios… Pero nosotros somos su camino y debemos prepararnos para su venida. Dios viene porque quiere que los hombres y mujeres sean la señal más honda de su gracia… Viene porque quiere, digo… Pero nosotros podemos y debemos preparar su llegada.
A Juan le mataron por lo que decía y hacía:
Juan fue suave hasta el extremo con los pobres, pero fue implacable con el reyezuelo Herodes Antipas, que se valía de su autoridad para cambiar las leyes a su antojo, aunque contara con la bendición de juristas a sueldo. El rey le mandó matar, porque, como sabe F. Josefo (Ant XVIII, 116-119), era miedoso y no podía permitir que nadie le hablara de esa forma (cf. Mc 6, 16-19).
Antipas le mató, pero Jesús vino a buscarle y le escuchó, uniéndose así con los publicanos y las prostitutas, que buscaban a Dios en las riberas del Jordán.
El mismo Jesús, Hijo de Dios, necesitaba una escuela y la encontró, poniéndose a la escucha de Dios, con los pecadores que buscaban al Bautista. El Hijo de Dios necesitaba un maestro y fue a buscarlo, junto al río, porque a Dios se le escucha y encuentra a través de los auténticos maestros de la tierra. De esa forma le llegó el momento de la iluminación. Juan le había enseñado la más honda lección de la vida, la lección de Dios que está con los pecadores. Y, aprendida esa lección, mientras entraba en el río con esos pecadores, sus amigos, Dios mismo le habló en el corazón, mientras Juan le bautizaba: “Tú eres mi Hijo…”.
El mismo Dios de Juan, el Señor del Juicio, se le mostró y le dijo su palabra más profunda, la primera y más honda de todas las palabras: “Tú eres mi Hijo predilecto, yo te quiero” (cf. Mc 1, 11). Fueron palabras de Dios para él y para todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta es la verdad definitiva. Todo el resto del evangelio brota de aquí, llevando así la marca de Juan el Bautista, a quien Jesús buscó junto al río, a la vera del desierto, para iniciar después su mensaje en Galilea.
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