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Predicar sobre el orgullo puede ser una situación problemática para las personas LGBTQ+, pero no tiene por qué serlo.

Jueves, 3 de octubre de 2024
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IMG_3188Una homilía sobre el orgullo puede ser una experiencia tensa para las personas LGBTQ+, dada la frecuencia con la que el orgullo se enmarca como un pecado y se esgrime contra la comunidad. Pero los análisis más positivos del orgullo pueden ser fructíferos, como escribió una católica queer en U.S. Catholic.

Yunuen Trujillo, autora de LGBTQ Catholics: A Guide to Inclusive Ministry, narró su experiencia de una misa durante el Mes del Orgullo en junio pasado. Invitada por un amigo, la inquietud de Trujillo sobre las nuevas iglesias la llevó a investigar la parroquia con anticipación para ver si era amigable con los LGBTQ. Todo parecía ir bien hasta que un diácono comenzó a predicar sobre el “pecado más grande“, es decir, el orgullo, que, según explicó, había llevado a la Caída en el Edén.

Trujillo, que también es colaboradora de Bondings 2.0, dijo que el diácono predicó extensamente sobre el orgullo y el pecado durante más de 15 minutos. Ella se preocupó:

“No pude evitar preguntarme a dónde iba con la homilía. Temí que su insistencia en hablar sobre el orgullo fuera intencional y estuviera relacionada con las festividades de junio. Temí que su sermón terminara en una condena a la comunidad LGBTQ+. Mi corazón latió con fuerza durante 15 minutos y mi cuerpo activó una respuesta involuntaria de estrés de lucha o huida: “¿Debería levantarme y marcharme? Realmente no necesito esto hoy“.

Afortunadamente, el diácono cambió de tema. Trujillo señala: “Todavía no sé a dónde quería llegar con la primera parte de su homilía“. Pero, en la última, la mitad del diácono habló de que el orgullo tiene un lado virtuoso que podría ser beneficioso. Trujillo explicó:

“El orgullo virtuoso existe cuando hay conciencia de la propia dignidad. Es una victoria sobre las fuerzas sociales y culturales que buscan hacer creer a algunas personas que no son dignas del amor de Dios por pertenecer a una comunidad marginada. El orgullo piadoso es la celebración de un cambio de paradigma: ‘Ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha exaltado a los humildes; “A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías” (Lucas 1:52-53)”.

Si bien el diácono nunca mencionó a las personas LGBTQ+, Trujillo trazó paralelismos entre sus palabras y la aceptación del orgullo virtuoso por parte de la comunidad, y concluyó:

“De manera similar, cuando la comunidad LGBTQ+ celebra el Orgullo, celebra el triunfo del amor virtuoso y el reconocimiento de nuestra propia dignidad dada por Dios, un triunfo sobre la vergüenza que se nos ha dicho que aceptemos. Celebramos los pequeños pasos hacia adelante que permiten que nuestra dignidad se refleje y se aprecie en las estructuras sociales y que se respeten nuestros derechos humanos.

“Hace años, un obispo me dijo: ‘No hay necesidad de tener grupos LGBTQ+. Jesús vino para todos; todos lo sabemos’. La cuestión es que no todos lo sabemos. Los esfuerzos por excluir a los católicos LGBTQ+ han sido muy específicos durante muchos años, por lo que los esfuerzos por incluirlos tendrán que ser igualmente específicos, o más…

“La inclusión es sagrada y está bien sentirse orgulloso”.

—Robert Shine (él), New Ways Ministry, 12 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“¿Qué podemos hacer en pandemia? “, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 22 de enero de 2021
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Inmersos en la realidad de la covid-19, en plena fragilidad sanitaria y económica, vivimos en estado de shock. No estamos acostumbrados a estar en vilo después de tantos meses, contagios y muertos. El estupor es evidente en las autoridades y en las sociedades de todo el mundo, aprisionadas en un endiablado tablero con dos fichas imposibles de casar: si cierro la mano para reducir la incidencia de los contagios se destroza el tejido productivo. Si abro la mano, el coronavirus amenaza con convertir la pandemia en una sistemia que afecta de manera generalizada a todas las estructuras del sistema socio-productivo.

Intuimos que las estructuras con las que funcionamos no están siendo eficaces, más allá del esfuerzo sanitario operativo e investigador. Tampoco estamos satisfechos con la respuesta social, inmadura e infantil por parte de demasiadas personas que aceptan la más mínima molestia por el bien común. La tecnología, la logística, el dinero, los avances de todo tipo, no logran evitar la mezcla de desconcierto, estupor, miedo, desánimo y mucho dolor contenido en torno a la covid-19. Y cuando algunos negacionistas han alardeado de que no hay que hacerle mucho caso e “esto”, las consecuencias han sido severas; ahí está Brasil, Estados Unidos y Gran Bretaña. Todo esto junto es demasiado como para no preguntarnos los cristianos -en este caso- ¿qué podemos hacer cuando este virus desafía la fe cristiana?

 El nivel de solución que puede aportar la mayoría es casi testimonial en apariencia. Veamos algunas posibilidades de crecimiento interior y con el prójimo desde el dolor compartido para vivir este tiempo con otra mirada menos utilitarista y desesperanzada.

En primer lugar, podemos crecer en humildad. Es la principal actitud cristiana y está muy abandonada. La primera lección es comprender que no tenemos el control de toda la existencia. Esta pandemia pone al descubierto la limitación y la vulnerabilidad del ser humano. Somos seres necesitados de otros, no importa si las tecnologías nos cambian la vida. Todo se globaliza y se interrelaciona, se comunica y se conecta, de manera que un problema de reparto de las vacunas en África, puede repercutir en las sociedades que han podido ser vacunadas pronto. De nada sirve con este virus protegerse una parte del Planeta cuando estamos tan interconectados. Esto nos da la oportunidad para reflexionar sobre mi actitud y la soberbia insolidaria que amenaza una solución global.

En segundo lugar, esta reflexión nos debe llevar a orar mejor, a abrirnos a la escucha humilde. Dios no deja de comunicarse nunca, mucho menos en estas situaciones tan difíciles. Pedirle luz y fuerza para acertar en nuestra actitud con los que nos rodean y sobrellevar nuestra propia desazón confiadamente. “Sin mí, no podéis hacer nada”, recuerda Juan en su primera Carta.  Reflexionar con humildad delante de Dios cómo tantos dones tecnológicos (la inteligencia artificial, el mapeo del genoma, la ingeniería genética, las computadoras cuánticas…) no pueden controlar un virus microscópico. Estamos asustados y poco esperanzados, y eso no es muy cristiano.

Es un buen momento para reflexionar desde la fe sobre nuestro concepto de progreso, que no coincide con el de desarrollo; ¿de donde salen las materias primas y a qué coste humano para millones de personas? Nos hemos emborrachado de consumismo sin pensar en las consecuencias para una gran parte de la humanidad. El Papa no deja de advertir la injusticia de este sistema insolidario con una gran parte de la humanidad que además pone en peligro la sostenibilidad del Planeta. Dios nos habla también a través de la pandemia.

Priorizar la escala de valores es otra cosa que podemos hacer. Se nos pide que dejemos de lado nuestras libertades personales y nuestros deseos sociales por el bien de los demás. Si socializamos existe un riesgo real para nosotros y sobre todo sabemos del peligro de contagio  para la gente más anciana y vulnerable. Esto nos lleva a cuidar las relaciones con quienes puedan sentirse más solos y deprimidos; para eso tenemos las redes sociales, para que nadie se sienta en la cuneta. El aislamiento puede enseñarnos a actuar de positiva y constructiva en nuestras interacciones sociales en lugar de hacerlo de forma negativa y destructiva.

La siguiente lección es la aceptación como virtud, es decir, vivir esta realidad como lo contrario de la resignación. Aquello que no podemos cambiar, tengamos una actitud positiva, adecuada, para no hacernos daño con sentimientos negativos que acaban proyectándose en los demás.

Por último, es una oportunidad de oro para valorar lo que tenemos y lo que nos falta siendo conscientes de la gratuidad de Dios en todo. Tampoco somos especialmente agradecidos con lo que nos parece “normal”: tres comidas diarias, vivienda, vestido, familia, trabajo, salud, relaciones sociales, cultura, haber nacido en esta parte del mundo en lugar de en pleno Tercer Mundo… que cada cual haga su lista y vuelva a la actitud humilde y agradecida viviendo las cosas buenas del presente. Esto nos llevaría, en fin, a fomentar nuestra actitud y espíritu de servicio a los demás. Las crisis provocan una multiplicación en cadena de actos de solidaridad entre seres humanos y pueblos que fortalece lazos y destinos. Este necesario espíritu de servicio implica ofrecerse como un instrumento de ayuda de los demás, abiertos a cualquier necesidad cercana de escucha, de consuelo, de tiempo y de lo que haga falta da igual quien lo necesite.

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