La Navidad de los niños violados
“La Iglesia ha de ser un hogar de acogida para niños violados, abandonados, enfermos, descartados”
No digo violados “por” algún tipo de clero, ni tampoco enla Iglesia, sino violados sin más, por quien quiera que fuere.
La iglesia o “casa” de Jesús ha de ser siempre, y especialmente en Navidad, un hogar de acogida para niños violados, abandonados, enfermos, descartados, víctimas de algún tipo de tráfico o trata laboral o sexual, afectiva, sanitaria o económica.
Digo esto cuando acaba de anunciarse una investigación sobre delitos de pederastia en la iglesia española, no sólo en el clero, aunque el clero ha podido tener una responsabilidad significativa. Más que la iglesia y el clero me importan hoy los niños violados, ante la Navidad, que es precisamente la fiesta en que ellos nacen (han de nacer) en manos de un “Dios” (=una sociedad, una familia), que quiera ofrecerles una garantía de crecimiento y maduración respetuosa, gozosa, llena de vida, en un mundo que nace nuevamente con ellos.
“Las víctimas necesitan que se las escuche”
NO ES SUFICIENTE: La Conferencia Episcopal reacciona y envía información del informe sobre abusos a las diócesis y las congregaciones religiosas
Ante la Navidad
Ayer presente en este blog una nota sobre las condiciones necesarias para una buena celebración de la Navidad: Que haya una madre y un padre (María, José), con un entorno social que acoja al niño en la vida, que le quiera, que le cuide, que eduque, en un pueblo, aunque conforme a la narración Lc 2, 1-4, el pueblo no quiso recibirle (no le ofreció lugar en la posada, de manera que tuvo que nacer entre animales, en un mundo donde, conforme a Mt 2, los políticos de turno como Herodes no quisieron recibirle, porque les parecía peligroso que nazca un niño nuevo, hijo de emigrantes y de indeseados.
Sigue diciendo la “historia” de Mt 2 que aquel rey organizó una gran matanza o “violación” directa o indirecta de niños, aunque no logró matar a Jesús, porque José y María fueron más hábiles y lograron llevarle como refugiado a Egipto. Pues bien, de los niños violados o en riesgo de “muerte” afectiva quiero tratar hoy, cuando los periódicos de España anuncian, de modos diversos, que la Iglesia quiere promover una investigación de los casos de abusos “clericales” (yo diría eclesiales, sociales) de pederastia en España, pues sólo así celebrar mejor la Navidad, con la esperanza de que Dios guarde a todo “españolito que va a nacer”, a fin de que ninguna de los dos o quince Españas vaya a helarle el corazón (A. Machado, Proverbios y Cantares).
Una pederastia que hiela el corazón. Tres casos
Tengo ochenta años y medio, algo he vivido a muchos he escuchado, y he sentido muy cerca el riesgo de una pederastia que hiela el corazón.
El primer caso es de la hija de un amigo íntimo, hace unos 45 años. Vivía ese amigo en una ciudad de Castilla, y su hija adolescente me tenía gran cariño. Me llamó el padre un día y me dijo “vente; si no tiene coche te pago un taxi, ahora, sin esperar”. No pregunté más, cogí el coche. Me esperaban llorando el padre y la madre: Ha tomado una caja de pastillas, acaban de traerla del hospital y parece que está bien, pero no quiere decirnos absolutamente nada, aunque tenemos la impresión de que quiere hablar contigo.
Quedé con ella y me habló. Un cura de la parroquia había querido violarla. No había pasado nada grave-grave, pero el mundo había terminado para ella. Logré tranquilizarla un poco y le dije: “Vamos, se lo contamos a tus padres”. Ella me hizo prometer que no diría nada: “Mi padre le mata, le mata con la escopeta”. No contamos nada, ni a su madre. Logré que la tratara una médico-psiquiatra en Salamanca. Salió adelante, se casó (¡no ha pisado nunca más una iglesia!). Su marido me quiere mucho más de lo que yo merezco, sus nietos me llaman abuelo. Un buen fin… con ruptura de iglesia para siempre.
El segundo caso es una profesora de lengua, la más linda, la mejor de una ciudad de Castilla. Había estudiado en Salamanca, nos conocíamos entonces. Venía con cierta frecuencia y tomábamos un café, ella envuelta siempre en su tristeza, en los años 80 del siglo pasado. Cuando era niña de primera comunión la había “manoseado” un tío (tío de familia, no cura); no se lo había contado a nadie, no había logrado superar el shock, era como si la estuvieran violando cada día. Era profesora genial, alegre en clase, guapa, llena de pretendientes, pero ninguno logró encender su corazón helado, ni médicos, ni pastillas…sólo los alumnos adolescentes le daban cierta alegría. A diferencia de la chica anterior, se refugió en la religión, llena de misas, pero sin paz en el corazón, llorando sin fin los pecados de su tío. Y así murió hace unos años, aun relativamente joven, sin que nadie ni nada lograra caldear su corazón. Una de las razones por las que creo en la resurrección es porque si hay Dios (¡y lo hay) debe resucitar como Jesús a mujeres inocentes como ésta, a quien un tío cínico, impotente y malo heló el corazón para siempre, en este mundo.
El tercer caso es más reciente, y es otra vez de un cura, de los cientos que he conocido como profesor de la facultad de teología de Salamanca, a la que venían casi todos los seminaristas de Castilla y León. Veladamente le acusaron en cierta prensa, sin prueba ninguna, de una posible pederastia en su etapa antigua. Aludí a ello en cierto boletín digital, cosa que quizá no debía haber hecho, sin citar el nombre, diciendo que para ciertos pederastas podía ser bueno reconocer su responsabilidad (sin confesiones generales, sin bombo y platillo), asumiendo su posible “culpa” y renunciando a su ministerio, reconciliándose, si fuera posible, con las víctimas, iniciando en la iglesia un camino distinto, con nueva humanidad, con trasparencia, sinceridad y amor, sin lograr nada. Quise ir a verle, para hablar con él, pero no fue posible, pero murió, joven aún, antes de vernos, tras una vida apostólica intensa, impecable, madura. Fue al final un gran cura, aunque le habían acusado de ciertas inclinaciones pederastas.
Veritatam facientes in charitate. Haciendo la verdad en el amor
Estos tres ejemplos me permiten situar mejor el anuncio de que la iglesia de España, a consecuencia de ciertos informes de prensa (entre ellos los de mi alumno I. Domínguez de El País), con presiones del papa Francisco. quiere investigar los casos de pederastia clerical. Quiero que esa investigación se haga, con gran caridad, para bien de todos, para verdad de la Iglesia. Quiero que ella dé ejemplo, que demos ejemplo todos, sin miedo, para que ella y toda la sociedad pueda celebrar la Navidad como fiesta de niños que nacen no nacen para ser “violados”, sino para ser queridos, cuidados, protegidos, educados, para que alcancen madurez y amor personal con libertad, ilusión creadora y amor a la vida.
Algunos me han dicho “que se haga la investigación, caiga quien caiga, aunque sea obispo mitrado o sacristán de pueblo”. Les he respondido: “hágase la investigación, con amor, en verdad, para que todos podamos resucitar (nacer a la vida, en perdón, trasparencia y amor nuevo), desde el sacristán hasta el posible archi-diácono. Que se haga la investigación, pero no solo de la iglesia, sino de otras instituciones donde el riesgo de pederastia ha sido y sigue siendo mayor.
Quiero que la Iglesia realice esa investigación, pero no porque se lo manda otro tipo de autoridad social, no porque existan en ella más casos de pederastia, sino porque quiere ser ejemplo de sinceridad y transparencia, en la línea de Jesús que, respondiendo a Pilato que le preguntaba si era “rey” respondía que lo era, porque su tarea consistía en dar testimonio de la verdad.
En esa línea quiero recordar que la tarea principal de la iglesia consiste en “dar testimonio de la verdad”, veritatem facientes in charitate, esto es, “haciendo la verdad con amor” (Ef 4, 15). Según eso, la verdad no es algo que está hecho, fuera de nosotros, sino que somos nosotros los que tenemos que hacer (realizar) la verdad, en amor, en trasparencia.
Conforme a una visión extendida desde antiguo, se dice que hay una verdad ya hecha (que se identifica quizá con Dios o con ciertos “dogmas” o principio sociales y políticos) y que los hombres debemos someternos a ella. Pues bien, en contra de eso, conforme a la Biblia y al cristianismo (desde el Éxodo hasta el Apocalipsis), la verdad no es algo ya hecho de antemano, sino algo que nosotros debemos realizar.
Así dice San Pablo: “Debéis hacer la verdad con amor”. Hacer la verdad significa ser verdaderos, ser verdaderos, auténticos, fiables. Por eso, ella (la verdad, que se identifica en el fondo con la vida) es algo que debemos “ir haciendo”, siendo nosotros “verdaderos” (creadores de verdad). Esta visión bíblica y cristiana de la verdad (entendida como emeth, emuna) debe distinguirse de la verdad filosófica de Grecia y de la verdad “judicial” de Roma.
Para los griegos, la verdad es aletheia, quitar el velo que oculta el interior de las cosas. Según eso, la verdad se “prueba” pensando, en un tipo de “ciencia superior” o contemplación.
Para los romanos, la verdad es veritas, aquello que se prueba y define a través de un juicio, en un sentido “forense”; en nombre de una ley, los jueces deciden aquello que es verdadero o falso.
Por el contrario, para los judíos de la Biblia y para los cristianos, la verdad, emeth-emuna-amén, es aquello que los hombres van “creando” con amor. En ese sentido me importa que la iglesia “muestre” su verdad, poniéndose al servicio de la vida, en gratuidad, superando todo tipo de pederastia. Por eso nos decía san Pablo: Que hagamos la verdad (lo que es verdadero, fiable…) con amor.
Una “escuela” de verdad, más que un tribunal de pederastia
Más que un tribunal de pederastia (que en este momento me parece necesario, por la sospecha generalizada que hay en torno a un tipo de iglesia), quiero que ella sea una “escuela de verdad”. Leer más…
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