Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía (el villancico de San Juan de la Cruz)
Éste es quizá el más hermoso y profundo de los villancicos o cantos al Dios recién nacido:
— Es el villancico del Dios que ha querido aprender a llorar, para saber así lo que es ser hombre, para saber de verdad lo que es ser Dios…
— Éste es el Dios que llora, para compartir la suerte de los hombres que lloran, pero no para quedarse en eso, sino para que ellos puedan reir y gozar.
— Es el villancico del Dios en el pesebre vacío de la historia, un pesebre de animales, en forma de cuna/sepulcro (comos sabe la tradición oriental). Llora donde unos hombres hacen llorar a otros hombres…
Este villancico forma la conclusión del Romance de la Trinidad y de la Encarnación, un gran poema en el que San Juan de la Cruz (SJC) canta la historia de amor de Dios en sí, de Dios con los hombres.
Con su estilo habitual, SJC expone en este Romance (RomTrin) el amor de Dios como matrimonio (es decir, como intimidad de amor) de sí mismo y de los hombres… Es como un canto de ciego en la noche que ilumina la vida de la humanidad, en la que Dios mismo llora y gime entre animales.
Este romance consta de nueve canciones, la última es la del Nacimiento, que hoy quiero presentar y recordar. Viene al final de un largo recorrido, que empieza en Dios como principio de amor, sigue con la creación y la historia de los hombres, para desembocar en el nacimiento del mismo Hijo de Dios, entendido como matrimonio eterno de Dios con los hombres, dice así (versos 289-310)
Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado / de su tálamo salía
abrazado con su esposa,/ que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre / en un pesebre ponía,
entre unos animales / que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares, / los ángeles melodía,
festejando el desposorio / que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre / allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa / al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios, /y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro / tan ajeno ser solía
Éste es el tema, éstos son algunos de sus rasgos:
— El Esposo es Jesús, que nace desposándose con la humanidad, es decir, haciéndose humanidad sufriente, en amor a todos.
— La Madre es evidentemente María, que le acoge en pasmo, en experienia mística suprema. Vivir es nacer en Dios, nacer Dios con los hombres…
— Jesús nace entre animales, rechazado por la Gran Humanidad de los poderoso… Ésta es la ecología suprema, la encarnación de Dios en todos los seres…
— Éste es el “trueque” de Dios…que allí lloraba y gemía, este es el gran “comercio”, que consiste en ponerse en el lugar del otro, Dios en el hombre, el hombre en Dios.
Sería bueno comentar todo el Romance, sus 310 versos, quizá la obra de teología más excelsa de los nuevos tiempos. Yo me limito aquí a presentar los romances finales de la encarnación, con los últimos versos que acabo de citar, presentando la Encarnación y el Nacimiento como una historia de amor.
Éste es el misterio del llanto de Dios en los hombres, que ha puesto de relieve, de un modo especial, la iconografía y liturgia orienntal. Buen tiempo de Navidad a todos.
Encarnación, una historia de amor (Romance de la Trinidad 221-310)
Ésta es la última parte Romance, y se divide en dos partes. En la primera trata del abajamiento de Dios (es decir, de su kénosis profunda, para comunicarse de esa forma con los hombres) y en la segunda de su “matrimonio” con ellos. La Trinidad de Dios se expande y expresa de esta forma en la historia de la humanidad a través de la encarnación del Hijo Jesucristo.
La lógica de fondo es la misma que hemos venido evocando en las partes anteriores: El amor como entrega de sí, para que surja el otro (estableciendo así con él la comunión). Pero esa lógica, que es siempre la misma, se expresa ahora un modo distinto, en otro plano: Dios como Trinidad sale de sí y se realiza plenamente, como ser divino, en la historia de los hombres.
a. Abajamiento de Dios
Hemos hablado hasta aquí de la bajeza de la esposa humanidad, viniendo a inter¬pretarla no como pecado, sino como signo de su mayor perfección, de esperanza más honda y de su abandono más perfecto en brazos del esposo. Conforme a una visión también paulina (Gal 3-4), distinta de la que aparece en el texto del pecado “original” de Adán, los hombres fueron al principio como niños, pero Dios los fue “educando” poco a poco con su Ley (el yugo de Moisés, RTrin 225-226), para que así fueran madurando hasta el tiempo del “rescate” de la esposa (RTrin 223), un rescate que se expresa y define no como sacrificio para satisfacer a Dios por algún pecado, sino como expresión de amor intenso, de plena encarnación.
Jesús no viene para rescatar a la esposa de algún tipo de pecado y la condena, como en las teologías del pecado original y de la muerte redentora de Jesús, sino para cumplir su esperanza, según la promesa de Dios, como él mismo se lo comunica al Hijo:
Ya ves, Hijo, que a tu esposa / a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece / contigo bien convenía;
pero difiere en la carne, / que en su simple ser no había.
En los amores perfectos / esta ley se requería,
que se haga semejante / el amante a quien quería
(RTrin 229-238).
Estos versos nos sitúan ante el tema radical cristiano, que ahora interpretamos como “abajamiento”, es decir, como “encarnación” de Dios. El hombre es imagen de Dios y por eso está empeñado en encontrarle, para vincularse a él en plenitud. Pero la imagen debe hacerse semejanza, es decir, identidad natural para que ambos puedan mirarse y darse vida, cara a cara, en pleno matrimonio, y para eso es necesario que Dios “baja”, se haga carne. De esa forma, Dios mismo se introduce en nuestro mundo, asumiendo nuestra bajeza, nuestra nada. Sólo así la nada (ser del hombre) puede convertirse en todo: ser abierto plenamente a lo divino, porque Dios mismo se ha hecho carne, se ha hecho nada.
Recordemos que el misterio (Dios, creación…) tiene en Juan de la Cruz una forma esponsal. Había creado Dios una esposa para el Hijo; pero el Hijo no aca¬baba de tomarla: no ha venido a su vera, no se ha hecho asemejado a ella. Pues bien, ahora ha llegado el tiempo: el Hijo asume la voluntad del Padre y se encarna por María (“de cuyo consentimiento / el misterio se hacia”,RTrin 271-272). Así viene a contarse:
Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había,
así como desposado, / de su tálamo salía,
abrazado con su esposa, /que en sus brazos la traía
(RTrin 287-291).
El Hijo de Dios sale del tálamo nupcial, del secreto de Dios, que se realiza en el seno de María. Sale como esposo eterno e infinito, abrazado ya a su esposa tan pequeña, reflejada y condensada en la propia humanidad de Cristo. Esta es la escena triunfal que el romance había preparado largamente en su relato: el Hijo de Dios tomaría en sus brazos a la esposa humani¬dad, para abrazarla y elevarla con él hacia la altura de los cielos, para introducirla ya en su propio misterio trinitario. Así lo prometían varios tex¬tos primordiales:
Reclinarla he yo en mi brazo, /y en tu amor se abrasaría (RTrin 95-96).
A la cual (esposa) él tomaría / en sus brazos tiernamente
y allí su amor la daría; / que así juntos en uno
al Padre la llevaría (RTrin 174-158).
Éste es el misterio de la fe, es la confesión fundante del credo que SJC ha ido trazando en su Romance. La unión de las dos naturalezas de Cristo (Dios y hombre) se interpreta en categorías de unidad nupcial.
El Nacimiento aparece ya en el fondo como Pascua y pleni¬tud final de bodas, como aquel encuentro victorioso de Dios y de los hom¬bres que el Apocalipsis de Juan ha prometido como meta de los tiempos. Estamos ante una condensación genial y nueva del misterio cristiano. El Padre ha creado una esposa para su Hijo, pero ella se encontraba alejada, separada, sumida en su bajeza y desconsuelo. Para superar esa distancia y realizar el matrimonio, el Hijo se ha encarnado, entrando así en el propio espacio de la esposa.
Dios se hace hombre en Cristo… para desposarse de esa forma con los hombres, con todos los hombres, en amor de matrimonio. El mismo nacimiento humano de Cristo se entiende por tanto como Bodas de Dios con los hombres. Al presentar el misterio de la encarnación como desposorio de Dios con (en) los hombres, SJC ha superado el riesgo de los docetas y de los nestorianos (tal como normalmente suelen ser entendidos…).
Cristo es totalmente Dios haciéndose un hombre, en gesto de kénosis radical, entendida como salida y entrega de sí mismo, en gesto que amplía y despliega el misterio trinitario. Hemos visto ya que el Hijo sólo existe sí saliendo de sí mismo y viviendo así en el Padre. Pues bien, de un modo semejante, Jesús, Hijo encarnado, tiene que salir también de sí mismo, dando a los hombres todo lo que es y lo que tiene, para compartir la vida y el amor con ellos, en gesto de amor total, de matrimonio originario. Leer más…
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