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Irene López Alonso: “El consejo de Virginia Woolf, incluso 90 años después, sigue sin entenderse del todo”

Viernes, 20 de marzo de 2020
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m9jy3d“En estos días en los que inevitablemente pasamos más tiempo en casa y pensamos más en nuestra casa, quizá muchas de nosotras nos hemos dado cuenta de que no tenemos un cuarto propio”

En estos días de confinamiento y cuarentena, muchas se acordarán de Virginia Woolf. Aquella escritora que, en 1929, les dijo a las mujeres jóvenes de Inglaterra que para poder escribir novelas hacía falta “un cuarto propio”.

Más de 90 años después, y especialmente en estos días en los que estamos recluidos en casa por responsabilidad, seguramente muchos de nosotros estamos siendo más conscientes de la importancia de la vivienda. De la importancia de contar con un espacio agradable y acogedor, donde estar a gusto, donde sentirnos bien.

Las viviendas no debían ser lugares para dormir sino para vivir alegremente, escribió Eva Perón en su autobiografía, explicando su empeño para que las casas que ponía a disposición de los pobres, en la Argentina de finales de los años 40, tuvieran flores, cortinas, vajilla de plata. “El rico, cuando piensa para el pobre, piensa en pobre”, se quejaba. No es lo mismo pasar la cuarentena en el Palacio de la Zarzuela que en un piso de 30 metros cuadrados.

Por eso en estos días, en los que los propietarios de balcones o terrazas son unos privilegiados frente a quienes viven en un bajo o en piso con ventanas al patio interior; en estos días en los que inevitablemente pasamos más tiempo en casa y pensamos más en nuestra casa, quizá muchas de nosotras nos hemos dado cuenta de que no tenemos un cuarto propio.

Vanessa Monfort, en su novela Mujeres que compran flores, recreaba una conversación entre un grupo de amigas:¿Cuántas de vosotras cuando habéis vivido en pareja tuvisteis una habitación propia?. Las respuestas afirmativas eran claramente minoritarias. Y la conclusión, colectiva: “Todas preocupadísimas por conquistar nuestro lugar en los despachos y donde aún no nos hemos hecho un hueco es en casa”.

Por eso el consejo de Virginia Woolf, incluso 90 años después, sigue sin entenderse del todo. Porque las mujeres llevamos siglos luchando por la conquista del espacio público, por ocupar cargos de representación, por llegar a puestos directivos, por romper el techo de cristal en la empresa, en la política, en las artes, en la universidad.

En esa misma conferencia, luego convertida en libro, Woolf cuenta cómo en un solo paseo le prohíben entrar a una biblioteca y a una iglesia, e incluso pisar el césped del campus universitario. En aquel entonces no estaba permitido a las mujeres. Y precisamente por eso, porque Woolf vivió en un tiempo en el que los espacios públicos vedados a las mujeres eran tantos, llama la atención que en cambio se preocupara especialmente por el espacio doméstico. “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”, repite como leitmotiv en Un cuarto propio.

Seguramente sea en estos días de reclusión en los que acabemos de entender que la habitación propia es un espacio simbólico, un lugar-tiempo de intimidad, un jardín privado que toda mujer debe reservarse a sí misma; pero al mismo tiempo es un cuarto propio en el sentido más prosaico de la palabra: un cuarto para ti, donde no te molesten, donde poder realizar una labor intelectual con la concentración necesaria, donde refugiarte si tienes la desgracia de convivir con la persona no deseada, y donde “disponer de al menos media hora que pueda llamar mía”, como escribió Woolf.

Y es que la habitación propia es para las mujeres “un espacio de su propiedad en el que poder hacer lo que quieran sin miedo, sin rendirle pleitesía a nadie”, como explica Mª Milagros Rivera en el prólogo de una de las ediciones en español de A Room of One’s Own; pero también un lugar donde no ser “constantemente interrumpidas”.

Y esto lo saben especialmente las mujeres que son madres: “En casa, por muy directiva que seas, mamá es molestable y papá no. El tiempo de papá es suyo y el de mamá es de todos”, pone Vanessa Monfort en boca de una de las mujeres de su novela.

Quizá tenga que ver, entre otras cosas, con que ellos suelen ser los propietarios de esa “habitación de sobra” en una vivienda familiar. Ellos sí suelen tener un despacho o un estudio, en mayor medida que nosotras. Ellos llevan más generaciones con cuarto propio. Nosotras, más tiempo en el espacio común.

Por eso las interrupciones son un tema de estudio feminista, y por eso Virginia Woolf hablaba también de las “amenidades”. Del ocio, del recreo, de todo aquello que nos realiza y nos cultiva, de las actividades de las que disfrutamos.

Les dije suavemente que bebieran vino y que tuvieran una habitación propia. ¿Por qué todo el esplendor y el lujo de la vida ha de ser derrochado en los Julian y los Francis y nada en las Phare y las Thomas?”, escribió en su diario cuando regresó a su casa después de haber dictado su conferencia.

Porque queremos el pan, pero también las rosas. Queremos vivienda digna para todos y todas, pero también bebernos un vino, brindar, gozar, tomar el sol, escuchar buena música, elegir nuestra compañía o decidir estar solas, divertirnos, reírnos, decorar nuestros entornos, rodearnos de belleza.

“De modo que cuando os pido que ganéis dinero y tengáis una habitación propia, os pido que viváis en presencia de la realidad, que llevéis una vida estimulante”, explica Virginia. Sin duda es un buen momento para leerla. Ojalá desde una habitación —o al menos un rincón—, donde podamos estar contentas ?

Fuente La Marea

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