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“O todos o ninguno “, por José I. González Faus

Lunes, 13 de diciembre de 2021
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Meister_des_Codex_Aureus_Epternacensis_001 El rico Epulón y el pobre Lázaro. 1040. Maestro del Codex Aureus. Iluminación sobre pergamino. Medidas: 30 cm x 22 cm. Museo Nacional Germánico. Nuremberg

De su blog Miradas cristianas:

Otro aviso de la pandemia

Cuando creíamos estar saliendo ya del oscuro túnel pandémico, es de temer que estemos otra vez como al principio. Los humanos solo podemos salvarnos a partir de una igualdad fundamental.

A la pandemia vírica le acompaña otra pandemia psíquica. Porque los países que nos creemos “desarrollados”, seremos más ricos pero no somos más fuertes.

Hay una palabra que siendo totalmente “laica” es, a la vez, profundamente teológica. Y es la palabra igualdad.

Dicho una vez más: primero y tercer mundo encarnan hoy la parábola jesuánica de Epulón y Lázaro

La última lección, inesperada aunque muy obvia, que nos está trayendo la covid con su variante ómicron es que los humanos solo podemos salvarnos a partir de una igualdad fundamental. La reacción de “nosotros primero”, que pudimos ver en Israel comprando las vacunas a precio más caro, o en los EEUU saqueando aviones que llevaban material sanitario a otro país y hacían escala en algún aeropuerto norteamericano, pareció muy eficaz de momento. Pero, a más largo plazo, ha resultado inútil: anteayer nos dijeron que esa variante había aparecido solo en Sudáfrica y hoy nos cuentan que ya se ha detectado en varios países europeos.

Añadamos que, mientras en Europa hay varios países que han cubierto el 70% de su vacunación, en África ningún país pasa del 7%. Desde este dato se entiende todo; y nace la sospecha de que nuestra cacareada “aldea global” pueda convertirse en un enorme recinto, donde cada país viene a ser como la celda de una prisión. Éramos aldea global a la hora de sacar provecho del otro; pero a la hora de ayudarlos a que tuvieran una seguridad como la nuestra, volvimos a ser un planeta dividido, donde hay países de primera, o de segunda o de tercera categoría.

Y el bichito nos avisa de que nuevas huidas hacia adelante acabarán trayéndonos nuevos desastres: o nos salvamos todos o seguiremos amenazados todos. Con las consecuencias psicológicas que estamos viendo que tiene esa amenaza para aquellos que no han sido víctimas de la covid19: que, a la pandemia vírica le acompaña otra pandemia psíquica. Porque los países que nos creemos “desarrollados”, seremos más ricos pero no somos más fuertes.

Estos datos confirman una verdad radicalmente cristiana: he dicho otras veces que hay una palabra que siendo totalmente “laica” es, a la vez, profundamente teológica. Y es la palabra igualdad. Los humanos somos todos hijos de un mismo Padre y, como hijos, somos todos hermanos en Cristo, e iguales en dignidad y derechos. Por eso los racismos han sido siempre gravemente pecaminosos: tanto si era el racismo de la etnia, o el de la nación o, como sucede ahora, “el racismo del dinero”.

La necesidad de una igualdad ante la pandemia (¡en beneficio propio!) nos lleva a la necesidad de una igualdad global, como la que proclaman inútilmente todas las Declaraciones de derechos. Nos hemos querido defender de ese incumplimiento con la excusa de una meritocracia sin matices: los que están arriba lo están gracias a sus méritos, y los que están abajo están ahí por su culpa.

Esta explicación, que puede valer para un mínimo tanto por cien de casos, la hemos hecho universal y única, olvidando que la gran mayoría de los que están arriba lo están por algún privilegio gratuito o por alguna injusticia patente o latente: ya san Juan Crisóstomo repetía que “quien es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón”; y eso tiene más vigencia hoy que entonces. Bastaría con repasar todas las relaciones del Europa con África: desde la esclavitud (en el siglo XVIII) al colonialismo (en el XIX y XX) hasta ese mecanismo actual por el que, si en un país entra una ayuda al desarrollo de 40, sale de él un reembolso de deuda de 60. Los méritos pueden justificar unas desigualdades como de uno a cinco; pero no de uno a mil, como las que soporta nuestro mundo

Dicho una vez más: primero y tercer mundo encarnan hoy la parábola jesuánica de Epulón y Lázaro, en la que destaca el detalle de que se prescinde de si el rico lo era por sus méritos y el hambriento lo era por su culpa. Lo único que se nos dice es que uno banqueteaba y el otro sufría de hambre y heridas: inspirando a los perros una compasión que no llegaba hasta el Comilón (traducción literal de la palabra epulón).

Total: cuando creíamos estar saliendo ya del oscuro túnel pandémico, es de temer que estemos otra vez como al principio y que esa sea “la antigua normalidad” a la que queríamos regresar. Todo por los egoísmos y desigualdades en la salida. Como en aquella vieja parábola del teatro incendiado en el que, por querer salir todos el primero, acabaron pisoteándose unos a otros y no pudo salir casi nadie.

¿Aprenderemos la lección?

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Clamamos por un mundo más justo

Martes, 6 de julio de 2021
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VacunaComunidades Cristianas Populares
ESPAÑA.

ECLESALIA, 21/06/21.- Ya sabemos que el capitalismo lleva en su ADN la desigualdad y la injusticia, porque se basa en acaparar riqueza (unas pocas personas) a costa del empobrecimiento de otras muchas. Los paraísos de los países ricos se han construido sobre los infiernos de los países pobres.

Pero el actual neoliberalismo globalizado, financiero y especulativo, ha llevado la desigualdad a extremos insoportables: el 1% más rico acapara el 99% de la riqueza mundial: oligopolios de las grandes corporaciones aumentan exponencialmente sus beneficios y dejan en la cuneta a millones de ser humanos condenados a una vida y una muerte inhumanas.

La crisis de la actual pandemia del COVID-19 ha agravado aún más esa desigualdad: algunos millonarios se han hecho más ricos, y especialmente las grandes corporaciones farmacéuticas y los fondos de inversión que están detrás, se han beneficiado descaradamente con miles de millones… a costa de la salud de la población y con la complicidad de los países ricos (Europa y USA, especialmente) con el tema de las vacunas, acaparando el 75% y sobre todo no permitiendo la liberación de las patentes que haría posible que las vacunas llegasen a todo el mundo.

Las Comunidades Cristianas Populares del Estado español (CCP)  denunciamos este sistema injusto que prioriza la economía sobre la vida y las personas. “Un sistema que mata” como dice el Papa Francisco. Un sistema incompatible con la vida (un “necro-poder”), incompatible también con el cuidado del Planeta como Casa Común y con los Derechos Humanos de toda la humanidad, en primer lugar el derecho a la vida, pero también a la salud, la tierra, a migrar…

Exigimos la liberación de las patentes de las vacunas del COVID-19, para que puedan ser fabricadas a precio de costo y distribuidas gratuitamente a toda la población mundial. O toda la población está a salvo o nadie estaremos a salvo. No solo por egoísmo sino por solidaridad y humanidad.

No nos olvidamos de las otras pandemias que azotan el mundo. Especialmente el hambre y la vida infrahumana de millones de personas. La violencia, especialmente en las guerras y los 72 conflictos armados activos actualmente. La violencia contra las mujeres, las violaciones y feminicidios y la discriminación de género.

Ante tanta desigualdad e injusticia, clamamos por un mundo más justo, humano y solidario. El mensaje papal de hermandad universal nos parece una exigencia ética más allá de connotaciones religiosas. Sólo soñando la utopía de otro mundo posible podemos transformar este.

Y ya se están dando realidades pequeñas pero esperanzadoras de cuidado del Planeta, de cuidados de la vida, de defensa de los Derechos Humanos… La igualdad se abre paso con el feminismo, con la solidaridad y el trabajo por un mundo más justo.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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