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Leonardo Boff: El caos destructivo actual y el caos generativo como salida salvadora.

Viernes, 5 de julio de 2024
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IMG_5679Leído en su blog:

Leonardo Boff*

Es innegable que estamos viviendo una conjunción de crisis de todo orden. Son tantas que no necesitamos citarlas. En una palabra, estamos viviendo una situación de gran caos.

Hace ya muchos años, científicos provenientes de las ciencias de la vida y del universo comenzaron a trabajar con la categoría de caos. Este se presenta como destructivo de un orden dado y, escondido dentro del destructivo, como generativo de un nuevo orden que forcejea por nacer.

Sigamos esta trayectoria: inicialmente se pensaba que el universo era estático y regulado por leyes determinísticas. Hasta el propio Einstein comulgaba inicialmente con esta visión. Pero todo empezó a cambiar cuando un cosmólogo aficionado, Edwin Hubble, comprobó en 1924 que el universo no era estático sino que se encontraba en expansión y en ruta de fuga hacia una dirección indescifrable por nosotros. Más tarde, científicos percibieron una onda permanente y de bajísima intensidad que venía de todas partes. Sería el último eco del big bang ocurrido hace unos 13.700 millones de años. Aquí estaría el origen del universo.

En este contexto de la evolución que se muestra no lineal, pero que da saltos hacia arriba y hacia delante, el concepto de caos adquirió centralidad. El big bang habría producido un caos inconmensurable. La evolución habría surgido para poner orden en ese caos original, creando órdenes nuevos: la miríada de cuerpos celestes, las galaxias, las estrellas y los planetas.

El fenómeno del caos resultó de la observación de fenómenos aleatorios como la formación de las nubes y particularmente lo que se vino a llamar el efecto mariposa. Es decir: pequeñas modificaciones iniciales, como el batir de alas de una mariposa en Brasil, pueden provocar al final un efecto totalmente diferente, como una tempestad sobre Nueva York.

Esto es así porque todos los elementos están interligados, todo está relacionado con todo y puede complejizarse de forma sorprendente. Se ha constatado la creciente complejidad de todos los factores que están en la raíz de la emergencia de la vida y en órdenes de vida cada vez más altos (cf. J.Gleick Caos: criação de uma nova ciência,1989).

El sentido es este: dentro del caos se esconden virtualidades de otro tipo de orden. Y viceversa, detrás del orden se esconden dimensiones de caos. Ilya Prigrone (1917-1993), premio Nóbel de Química en 1977, estudió particularmente las condiciones que permiten la emergencia de la vida a partir del caos.

Según este gran científico, siempre que exista un sistema abierto, siempre que haya una situación de caos, por tanto, fuera de equilibrio y se constate la conectividad entre las partes, se genera un nuevo orden (cf. Order out of Chaos,1984). En este caso, el nuevo orden emergente sería la vida o una forma nueva de organizar la sociedad.

Todavía según Ilya Prigogine, en el seno de la vida existen estructuras disipativas, en un doble sentido: ellas demandan mucha energía y así disipan esta energía en forma de residuos; por otro lado estas estructuras disipan la entropía y hacen de los residuos base para otras formas de vida. Nada se pierde. Todo se recompone y genera la posibilidad de nuevas formas de vida y eventualmente de nuevas sociedades. Y eso indefinidamente, como proceso de la evolución.

Tratemos de aplicar esta comprensión al destructivo caos actual. Nadie puede decir qué orden, escondido dentro de ese caos, puede surgir. Solo sabemos que, dadas ciertas condiciones socio-históricas, puede irrumpir un orden diferente. ¿Quién podrá descifrarlo y superar así el caos destructivo?

Lo que podemos dar por cierto es que el actual orden caótico imperante en el mundo no ofrece ninguna ayuda para superar el caos. Al contrario, al llevarlo adelante, puede conducirnos a un camino sin retorno. El resultado final sería el abismo. Bien observaba Albert Einstein: “la idea que creó la crisis (diríamos el caos), no será la misma que nos sacará del ella; tenemos que cambiar”.

Cuando la humanidad se enfrenta a situaciones caóticas fundamentales que pueden amenazar su existencia –y creo que estamos dentro de ellas– no le queda más posibilidad que cambiar. Estimo que el camino mejor es consultar a nuestra propia naturaleza humana. Aunque contradictoria (sapiente y demente) ella se caracteriza por ser un proyecto infinito, cargado de potencialidades. Dentro de estas potencialidades se pueden identificar elementos de un orden diferente y mejor.

Este se fundará, necesariamente, en una nueva relación con la naturaleza, afectuosa y respetuosa, sintiéndonos parte de ella; en el amor que forma parte de nuestro ADN; en la solidaridad que permitió el salto de la animalidad a la humanidad; en la fraternidad universal, basada en el mismo código genético presente en todos los seres vivos; en el cultivo del mundo del espíritu que pertenece también a la esencia del ser humano. Este nos vuelve cooperativos y compasivos y nos revela que somos un nudo de relaciones en todas las direcciones incluso hacia Aquel Ser que hace ser a todos los seres. Así saldríamos del caos destructivo rumbo al caos generativo.

Estos, entre otros muchos no mencionados, serían algunos de los elementos que podrían fundar un nuevo orden y forma de habitar amigablemente el planeta Tierra, considerado como Casa Común, incluida la naturaleza. Y así estaríamos salvados, por haber superado el caos destructivo rumbo a un caos generativo con otro horizonte de vida y de futuro civilizatorio.

*Leonardo Boff es ecoteólogo y filósofo y ha escrito Cuidar de la Casa Común: pistas para posponer el fin del mundo, Vozes 2024.

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“Cómo surge Dios dentro de la nueva visión del universo”, por Leonardo Boff

Sábado, 17 de junio de 2023
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Silhouette People Against Start Field“Ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar”

“Esta cuestión surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio”

“Sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios”

“Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él? ¿Qué quiso expresar Dios con la creación?”

“Como dice Stephen Hawking, ‘si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios'”

Esta cuestión de Dios dentro de la moderna visión del mundo (cosmogénesis) surge cuando nos interrogamos: ¿qué había antes de antes y antes del big-bang? ¿Quién dio el impulso inicial para que apareciese aquel puntito, menor que la cabeza de un alfiler que después explotó? ¿Quién sustenta el universo como un todo para que siga existiendo y expandiéndose así  como cada uno de los seres que existen en él, ser humano incluido?

¿La nada? Pero de la nada nunca sale nada. Si a pesar de eso aparecieron seres es señal de que Alguien o Algo los llamó a la existencia y los sustenta permanentemente.

Lo que podemos decir sensatamente, antes de formular inmediatamente una respuesta teológica, es: antes del big bang existía lo Incognoscible y estaba en vigor el Misterio. Sobre el Misterio y lo Incognoscible, por definición, nada puede decirse literalmente. Por su naturaleza, el Misterio y lo Incognoscible son anteriores a las palabras, a la energía, a la materia, al espacio, al tiempo y al pensamiento.

Pues bien, sucede que el Misterio y lo Incognoscible son precisamente los nombres con los que las religiones, incluido el judeocristianismo, designan a Dios. Dios es siempre Misterio e Incognoscible. Ante Él, vale más el silencio que las palabras. Sin embargo, puede ser intuido por la razón reverente y sentido por el corazón inflamado. Siguiendo a Pascal, yo diría: creer en Dios no es pensar a Dios, sino sentirlo desde la totalidad de nuestro ser. Él emerge como una Presencia que llena el universo, se muestra como entusiasmo (en griego: tener un Dios dentro) dentro de nosotros y hace surgir en nosotros el sentimiento de grandeza, de majestad, de respeto y de veneración.

Esta percepción es típica de los seres humanos. Es innegable, poco importa que sea religioso o no.

Situados entre el cielo y la tierra, al mirar los millares de estrellas, contenemos la respiración y nos llenamos de reverencia. Y surgen naturalmente las preguntas:

¿Quién hizo todo esto? ¿Quién se esconde detrás de la Vía Láctea y dirige la expansión aún en curso del universo? En nuestros despachos refrigerados o entre las cuatro paredes blancas de un aula o en un círculo de conversación informal, podemos decir cualquier cosa y dudar de todo. Pero inmersos en la complejidad de la naturaleza e imbuidos de su belleza, no podemos permanecer callados. Es imposible despreciar el irrumpir de la aurora, permanecer indiferente ante el brotar de una flor o no contemplar con asombro a un recién nacido. Cada vez que nace un niño nos convence de que Dios sigue creyendo en la humanidad. Casi espontáneamente decimos: es Dios quien puso todo en movimiento y es Dios quien lo sostiene todo. Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres.

“Él es la Fuente originaria y el Abismo que todo alimenta, como dicen algunos cosmólogos. Yo diría: Él es el Ser que hace ser a todos los seres”

Al mismo tiempo surge otra pregunta importante: ¿por qué existe exactamente este universo y no otro y por qué nosotros hemos sido puestos en él?¿Qué quiso expresar Dios con la creación? Responder a esta pregunta no es sólo una preocupación de la conciencia religiosa, sino de la ciencia misma.

Como dice Stephen Hawking, uno de los más grandes físicos y matemáticos, en su conocido libro Breve historia del tiempo (1992): «Si encontramos la respuesta a por qué existimos nosotros y el universo, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana; porque entonces habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios» (p. 238). Pero hasta el día de hoy, científicos y sabios siguen todavía  preguntándose y buscando el designio oculto de Dios.

Las religiones y el judeocristianismo se han atrevido a dar una respuesta dando reverentemente un nombre al Misterio,  llamándolo con mil nombres, todos insuficientes: Yavé, Alá, Tao, Olorum y principalmente Dios.

El universo y toda la creación constituyen una especie de espejo en el que Dios se ve a sí mismo. Son  expansión de su amor, pues quiso  compañeros y compañeras a su lado. Él no es soledad, sino comunión de los Tres divinos –Padre, Hijo  y Espíritu Santo– y quiere incluir en esta comunión a toda la naturaleza y al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza.

Al decir esto, descansa nuestro preguntar cansado, pero ante el Misterio de Dios y de todas las cosas, continúa nuestro preguntar, siempre abierto a nuevas respuestas.

*Leonardo Boff ha escrito junto con el cosmólogo canadiense Mark Hathaway, El Tao de la liberación: explorando la ecología de la trasformación, Trotta 2012; La nueva visión del universo, Petrópolis 2022.

Fuente Religión Digital

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“Dios como creatividad del universo”, por José Arregi

Miércoles, 8 de febrero de 2023
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dios-universoDe su blog Umbrales de Luz:

¿Merece aún la pena hablar de “Dios”? Sinceramente no lo sé, pero, con todas las dudas, para mucha gente –y para mí mismo– sigue siendo una buena manera de decir el Misterio indecible más hondo y mejor del universo, y una fuente inspiradora de justicia y paz en un mundo que tanto lo necesita.

La palabra Dios (Deus, Dieu, Dio…), derivada de la raíz indoeuropea deiw (“luz”) es una metáfora: una expresión que, más allá de su significado, nos remite al Misterio último o a la Realidad primera inefable. Lo mismo sucede con la palabra God (o Gott…), derivada de la raíz indogermánica gheu(“invocar”), y así podríamos seguir, de metáfora en metáfora, con todas las palabras con que en las diversas lenguas se dice Dios. Sería una bella y humilde, reveladora teología metafórica de lo Inefable.

Creatividad” me parece una de las concreciones metafóricas más evocadoras del Misterio de los misterios, de lo Real de todas las realidades, de Dios. Así lo propuso hace más de una década Stuart Kauffman (1939-), prestigioso biólogo, laureado en 1987 con el premio MacArthur al “genio”, investigador de la teoría de la complejidad, “humanista secular” en sus propias palabras, pensador visionario en las fronteras de la ciencia. Declara rotundamente ser ateo del “Dios” teísta (Ente Supremo omnipotente, creador, personal distinto del mundo), y con la misma rotundidad, sin embargo, declara que hoy, cuando el siglo XXI avanza veloz, para salvar a la humanidad y a la comunidad de los vivientes, necesitamos redescubrir y reconocer la sacralidad del universo, y que la vieja palabra Dios puede aún sernos útil y necesaria para referirnos justamente a esa sacralidad y vivir de acuerdo a ella. Claro que para ello se requiere reinventar a Dios o lo sagrado (cf. su libro Reinventing the Sacred: A New View of Science, Reason and Religion, 2008). Recojo de manera libre algunas claves fundamentales del pensamiento del autor al respecto.

Es preciso, dice, “reinventar lo sagrado natural” o al “Dios natural”. Evidentemente, “lo sagrado” no es para él algo contrapuesto a “lo profano” ni “natural” significa algo subordinado a “sobrenatural”. “Natural” designa toda la naturaleza, el universo de cuanto existe, y “sagrado” es toda la naturaleza en cuanto suscita asombro, reverencia, respeto, responsabilidad. Repárese a cada uno de estos términos.

El reconocimiento de la creatividad inspira, funda, sostiene la ética. Contemplo la realidad transida, habitada, movida por la misteriosa energía o dinamismo creador, y me embarga el asombro. El asombro me lleva a la reverencia: ¡oh sagrada realidad en permanente movimiento, relación y transformación, tú que nos haces ser y que hacemos ser!, ¡oh círculo infinito con el centro en todo, sin circunferencia ni comienzo ni fin!, te adoro y te invoco en todo, más allá y más acá de todo. La reverencia me mueve al respeto absoluto de todos los seres, desde las partículas a las galaxias y al multiverso si existe: yo soy en relación con todo, nada me es ajeno, de todo recibo y a todo me debo. El respeto me inspira y me incita a la responsabilidad: todo me llama, me interpela, me invoca. Amarás al prójimo como a ti mismo, y así serás tú mismo.

La creatividad universal no es exterior al universo. No hay acción ni agente exterior, no hay un “Dios” que actúe desde fuera. La realidad universal es autocreativa, eterna o transtemporal. “Hágase”, dice Dios una y otra vez en el mito bíblico del Génesis. Que todo se haga a sí mismo dejándose hacer por todo y haciéndolo. Eso es Dios, “suficiente Dios”, dice Kauffman. Es más íntimo y más infinito que todo “Dios” imaginado como Ente Supremo personal, humano y “particular” en el fondo.

Creatividad significa que la realidad en su conjunto se autoconstituye a través de la emergencia, ese fenómeno fundamental por el que brotan nuevas formas o totalidades gracias a organizaciones más complejas de elementos más simples. Misteriosa creatividad por la que de menos sale más. Las partículas se reúnen y crean átomos, los átomos se reúnen y crean moléculas, las moléculas se reúnen y crean células ¡vivientes!, las células se reúnen y crean tejidos, órganos, organismos increíblemente complejos, hongos, plantas, peces, aves, mamíferos, primates hominoideos, homínidos, humanos… y lo que vendrá todavía, o lo que existe ya y no conocemos. Sin embargo, no podemos dejar de pensar que en aquello más simple existía la posibilidad de unirse en formas más complejas y de crear así formas aún inimaginables. ¿Qué es lo “más simple”? Es potencialidad.

La creatividad hace justamente que de elementos más simples emerjan nuevas formas más complejas cualitativamente distintas, irreductibles a los elementos de los que han emergido. Nuevas formas más complejas que se rigen por leyes distintas y están dotadas de propiedades distintas que no son explicables por las solas leyes que rigen en las formas más simples de las que han emergido. “Más complejo significa diferente” (P. W. Anderson, Premio Nobel de física). La biología no se explica sin leyes físicas y químicas ni solo con ellas. La espiritualidad no se explica sin leyes biológicas ni solo con ellas. La vida emerge de la física y de la química, pero no es reductible a ellas; la mente emerge de las células neuronales, pero no es reductible a ellas; la conciencia emerge del cerebro, pero no es reductible a él. Las moléculas no son reductibles a los átomos, ni la célula viviente a las simples moléculas, ni el chimpancé – ni el pájaro, ni el pez, ni la planta– a un mero conjunto de órganos. Ni la inteligencia y la conciencia de un ser transhumano que pudieran emerger serán reductibles a nuestra especie Sapiens. Y, sin embargo, más complejo no significa en ningún caso ni superior, ni más importante, ni más digno.

La creatividad significa también que no existe determinismo absoluto. El universo autocreativo es una realidad abierta. El futuro es impredecible, pues no podemos conocer todos los factores emergentes que lo configurarán o todas las nuevas leyes a las que obedecerá. Todo fenómeno –meteorológico, económico, político…– es efecto de una serie infinitamente larga y compleja de causas ligadas entre sí, y todo fenómeno, por insignificante que sea, es al mismo tiempo el inicio de otra serie incalculable de factores que podrían, al final, provocar inundaciones o seguías, cosechas o hambrunas, imperios y revoluciones, y alterar la historia. El resultado final es siempre un fruto imprevisible de la creatividad.

Sagrada creatividad que religa todo con todo en un cuerpo cósmico enteramente creado y creador. Un cuerpo en el que cada forma es un todo formado de partes, y es a la vez una parte de un todo mayor. Un cuerpo en el que toda parte es agente y toda acción es creadora, para bien o para mal (si es que podemos llamar “creación” a una acción que crea hambre y miseria, guerra y destrucción, tantas cosas que nos estremecen). Un cuerpo en el que todos los seres somos, en comunión, co-agentes de la Creación o de la Creatividad infinita y eterna.

La metáfora de la creatividad evoca un Misterio último, una Realidad primera, una Presencia eterna que trasciende toda contraposición entre materia-energía inanimada y espíritu inmaterial: la realidad originaria es a la vez, eternamente, “materia-energía espiritual” creándose y “espíritu material” creador. Es la transcendencia del universo inmanente y la inmanencia de la transcendencia universal. La creatividad no existe sino en las formas que se van creando, y las formas no existen sino en cuanto animadas de creatividad.

La metáfora de la creatividad nos remite, pues, más allá de un panteísmo burdo en que todos los seres serían partes de “Dios” y “Dios” sería la suma de todas las partes. La creatividad podría conciliarse con el panenteísmo (en griego “pan en Theó” = “todo en Dios”), en cuanto que todos los seres somos en Dios, pero sin imaginar que Dios sea Algo o Alguien en el que somos. La creatividad podría tal vez expresarse mejor en el término teoenpantismo (“Theós en panti” = “Dios en todo”) –neologismo que me permito proponer–, en cuanto que Dios no es sino en los seres, como el misterio de la creatividad o el poder ser-hacer que los anima.

La metáfora divina de la creatividad apunta así más allá tanto del teísmo como del ateísmo, “puede salvar la brecha –dice S. Kaufman– entre los que creen en alguna forma de Dios y los humanistas seculares como yo que no lo hacemos”. “Necesitamos algo más”, añade, “un nuevo tipo de espacio sagrado”. Creo que sí. En estos tiempos de profunda transición cultural, necesitamos ciertamente superar el viejo teísmo y los viejos credos religiosos que, en su literalidad, se han vuelto insostenibles, pero necesitamos igualmente superar, en palabras de Kauffman, “el páramo espiritual” en que nos hallamos.

En resumen, el biólogo filósofo norteamericano propone una nueva visión de la realidad, de la ciencia, y también de la religión, de lo sagrado o de Dios: “un nuevo Dios –dice–, no como trascendente, ni como agente, sino como la creatividad misma del universo”. Y a todos nos convoca a una mirada mística y ético-política más allá del positivismo científico y del dogmatismo religioso (que es otra forma de positivismo).

Pero ¿por qué seguir utilizando todavía el equívoco nombre Dios para referirse a lo sagrado de la realidad universal? S. Kauffman responde: “porque Dios es el ‘símbolo más poderoso que hemos creado’ ”. No sé si es razón suficiente, pero el hecho es que miles de millones de seres humanos designan todavía con la metáfora “Dios” (en todas sus versiones) lo más real, lo más sagrado e indecible de todo lo real: la creatividad que lo anima y nos interpela.

En cualquier caso, no se trata de utilizar una palabra u otra, de sustituir un nombre por otro. Tampoco se trata de creer o dejar de creer algo. Se trata de crear, de dejarnos crear y de que seamos agentes de la creatividad sagrada, a saber, de que hagamos que donde haya guerra pongamos paz, donde haya odio pongamos perdón, donde haya muerte pongamos vida, y donde haya destrucción pongamos creación.

Aizarna, 25 de enero de 2023

 

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Es así

Martes, 30 de agosto de 2022
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Del blog Nova Bella:

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¿Cómo sabes que el universo es así?

¡Mirando!

*
Lao Tse

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

Leandro Sequeiros: Repensando cómo Dios actúa en el mundo.

Viernes, 3 de septiembre de 2021
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dios-universoDios en el universo

“La pregunta permanece, por tanto, abierta: ¿en qué sentido existe el universo en Dios?”

“Uno de los problemas interdisciplinares más discutidos es explicar la presencia de Dios en el mundo
¿Hay alternativas entre el teísmo clásico y el panteísmo?”

“La idea de un Dios que impone su presencia en el mundo y que exige ser reconocido, de tal manera que no hacerlo supone contravenir las leyes del orden creado en el universo, fue propia de gran parte de la filosofía y teología teocéntrica cristiana, vigente en los últimos siglos”

“Hoy en día, sin embargo, comienza a abrirse camino una forma distinta de entender la presencia divina en el mundo. Dios no ha querido imponerse, sino que ha aceptado la kénosis de sí mismo en la Creación, creando un universo ambiguo en que el hombre deberá construir su vida libre y creativamente”

07.08.2021 | Leandro Sequeiros, Presidente de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA)

A lo largo de la historia del pensamiento filosófico y teológico es reiterativa la pregunta sobre las relaciones de lo que llaman “divinidad” y el mundo. Son numerosas las opiniones, los debates, los desencuentros y las descalificaciones sobre si existe algún tipo de relación entre el creador y la criatura.

Desde las posiciones extremas del ateísmo y del naturalismo radical (que niegan la posibilidad de una divinidad y por tanto, afirman la total autonomía y autocreación de la materia) hasta los panteísmos (que hoy resurgen con las espiritualidades de la no dualidad) existe una gama de gran riqueza de opiniones.

Isaac Newton se consideraba muy religioso pero era deísta: creía en un Dios creador que imprimió leyes al universo y este ya funciona con total autonomía como un mecanismo bien engrasado.

Los diversos teísmos afirman que Dios no es ajeno al mundo y a la materia y que aunque hay total separación entre creador y creatura, Dios providente interviene en el curso de la evolución cósmica y de la historia humana. Pero choca con la falta de explicación para la existencia del mal, del dolor, de la injusticia, de la muerte.

Aunque ya desde la antigüedad se habla de ello, la palabra panenteísmo (como superación del panteísmo) aparece en la filosofía alemana del siglo XIX. Desde entonces, filósofos, científicos y teólogos buscan acuerdos para explicar cómo Dios interviene en el mundo y cómo se puede explicar que entre Dios y las criaturas hay una continua interacción.

El Dios omnipotente que renuncia a su omnipotencia

La idea de un Dios que impone su presencia en el mundo y que exige ser reconocido, de tal manera que no hacerlo supone contravenir las leyes del orden creado en el universo, fue propia de gran parte de la filosofía y teología teocéntrica cristiana, vigente en los últimos siglos.

Hoy en día, sin embargo, comienza a abrirse camino una forma distinta de entender la presencia divina en el mundo. Dios no ha querido imponerse, sino que ha aceptado la kénosis de sí mismo en la Creación, creando un universo ambiguo en que el hombre deberá construir su vida libre y creativamente.

Se acepta el dogma cristiano de la omnipotencia de Dios, pero se postula que, por amor a la creación y para salvar la libertad humana, renuncia a su omnipotencia. El punto de partida de esta reflexión teológica es la aceptación de que el diseño del universo es de origen kenótico.

Este concepto no es nuevo. Aparece ya en la teología de Urs von Balthasar, pero en estos años se ha extendido y difundido en el mundo anglosajón. Esta expresión está empezando a formar parte de las elaboraciones teológicas modernas. ¿Qué quiere expresar? ¿Qué imagen de Dios refleja esta teología? ¿Qué consecuencias tiene para el diálogo con los científicos?

La teología kenótica

Este concepto ha surgido de su concepción cristológica, bíblicamente fundada en el himno prepaulino (Filipenses 2, 6-11), tradicionalmente aplicado a la encarnación, en el que se canta a Cristo que en su amor redentor, siendo de condición divina, “se despojó de sí mismo” (en griego heautón ekénosen: literalmente, “se autovació”, “se autoanonadó”) tomando condición de esclavo y haciéndose obediente hasta la muerte. Dios no ha “impuesto” su presencia ante la razón humana. Es decir, ha escogido en la creación la vía de su ocultamiento, del “vaciamiento” o “anonadamiento” de su presencia divina. La kénosis divina es, pues, epistemológica. En este concepto se fundamenta la nueva “teología de la ciencia”.

Las raíces de la Teología kenótica

Las raíces de una elaboración teológica de la kénosis se nutren de las concepciones trinitarias de Urs von Balthasar (1905-1988). Para von Balthasar, la kénosis del “dejar espacio al otro” es la condición básica de todo amor, y en especial del eterno amor interpersonal divino. Desde otra perspectiva, a partir de la obra sobre El Dios Crucificado (Jürgen Moltmann, 1972), se elaboró otra concepción de la kénosis del Creador Trinitario que, por amor a los seres personales creados, decide tolerar el pecado y admitir ciertas limitaciones en su omnipotencia, en su eternidad (haciéndose también temporal), y aun quizá en su omnisciencia y en su modo de actuar sobre la creación. Este último concepto de kénosis, que es el central de la obra, supone un cambio drástico en la idea misma de Dios, que admita su sufrimiento y, por tanto, su mutabilidad.

Las filosofías del proceso en la base de la teología kenótica

La aceptación de la kénosis (la renuncia a la omnipotencia divina) sostiene las filosofías del proceso y están presentes en el panenteísmo. Las reflexiones interdisciplinares (científicas, filosóficas y teológicas) sobre el panenteísmo surgen en el contexto de las llamadas “filosofías del proceso” y su correlato de “teología del proceso” (o “teísmo del proceso”) que un tipo de teología desarrollada a partir de la filosofía del proceso de Alfred North Whitehead (1861-1947).

De ahí surgen las reflexiones, sobre todo de Charles Hartshorne (1897-2000), de John B. Cobb (n. 1925) y de Eugene H. Peters (1929- 1983). La teología del proceso y la filosofía del proceso se denominan colectivamente “pensamiento del proceso”. Tanto para Whitehead como para Hartshorne, es un atributo esencial de Dios afectar y ser afectado por los procesos temporales, contrariamente a las formas del teísmo que sostienen que Dios es en todos los aspectos intemporal (eterno), inmutable ( inmutable ) y no afectado por el mundo ( impasible ).

La teología del proceso no niega que Dios es en algunos aspectos eterno (nunca morirá), inmutable (en el sentido de que Dios es inmutablemente bueno) e impasible (en el sentido de que el aspecto eterno de Dios no se ve afectado por la actualidad), pero contradice la visión clásica al insistir en que Dios es en algunos aspectos temporal, mutable y pasible. Según Cobb, “la teología del proceso puede referirse a todas las formas de teología que enfatizan el evento, la ocurrencia o el devenir sobre la sustancia.

Teologías del proceso y panenteísmos

En este sentido, la teología influenciada por Hegel es la teología del proceso tanto como la influenciada por Whitehead. Este uso del término llama atención a las afinidades entre estas tradiciones por lo demás bastante diferentes”.

También se puede incluir a Pierre Teilhard de Chardin entre los teólogos del proceso, incluso si en general se entiende que se refieren a la escuela de Whitehead y de Hartshorne, donde continúan los debates en curso dentro del campo sobre la naturaleza de Dios, la relación de Dios y el mundo y la inmortalidad.
Un libro reciente de la Colección Ciencia y Religión de Sal Terrae incide con profundidad sobre este asunto.

Philip Clayton y Arthur Peacocke (editores) En él vivimos, nos movemos y existimos. Reflexiones panenteístas sobre la presencia de Dios en el mundo tal como lo describe la ciencia. Sal Terrae, Santander, 2021, Universidad P Comillas Colección Ciencia y Religión, número 27, 332 páginas. ISBN: 978-84-293-3033-5. (Traducción del original en inglés de 2004 por José Manuel Lozano-Gotor), 332 páginas. ISBN: 978-84-293-3033-5.

Historia de una construcción interdisciplinar

Entre los días 6 y 8 de diciembre del año 2001 se reunieron en el recinto del castillo de Windsor un nutrido grupo interdisciplinar de expertos para celebrar un simposio auspiciado por la Fundación John Templeton cómo explicar la acción de Dios en el mundo. El presente volumen traducido del inglés, se organiza en 19 capítulos correspondientes a las intervenciones de todos los participantes en el simposio, así como por el doctor en Teología Michael W. Brierley, que realizó su tesis doctoral sobre el panenteísmo a quien se encomendó que aportara una visión de conjunto.

La filosofía, la ciencia y la teología panenteístas no están demasiado extendidas entre nosotros. Y con frecuencia, mucha gente confunde panteísmo y panenteísmo. De un modo muy simple se puede decir que para el panteísmo, TODAS las cosas son Dios; mientras que el panenteísmo sostiene que Dios ESTÁ en todas las cosas, pero estas no son Dios. Entre nosotros, el panenteísmo se ha divulgado en ciertos ambientes gracias a las obras de Pierre Teilhard de Chardin que en esto prolonga la espiritualidad de la Contemplación para Alcanzar Amor de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

Para los lectores de “Religión Digital” puede resultar de interés este comentario del libro centrado en el primer capítulo. Su autor es el doctor Michael William Brierley y lo titula “Nombrar una revolución silenciosa. El giro panenteísta de la teología moderna”. Este capítulo es un extracto de la tesis doctoral que estoy redactando (en 2001) en la Universidad de Birmingham.

Michael W. Brierley (nacido en 1973), graduado en Teología e Historia en Oxford y Cambrige, se doctoró en Teología en la Universidad de Birmingham en 2001 con una tesis sobre el auge del panenteísmo en la teología británica del siglo XX. En la actualidad es canónigo y maestro de ceremonias en la catedral de Worcester. Autor del artículo “The Potential of Panentheism for Dialogue Between Science and Religion” en la Oxford Handbook of Religion and Science (2009)

“El giro panenteísta” según Philip Clayton

Para valorar la dimensión filosófica de este volumen, hemos de citar al filósofo, científico y teólogo Philip Clayton que habla del “giro panenteísta” en la teología del siglo XX, [Ph. Clayton. “The Panentheistic Turn in Christian Theology”. Dialog, 38 (1999), 289-293; Cfr. J. Macquarrie, Stubborn Theological Questions, SCM Press, Londres, 2003] pero también sabe que el término mismo, si se quiere que sea considerado una parte seria de la futura agenda teológica mundial, necesita ser mejor conocido, mejor definido, mejor comprendido.
Ya en la década de 1970, Donald Neil, defendió una tesis doctoral sobre el panenteísmo en la que se percató de que “ha llegado el momento de llevar a cabo un detallado estudio histórico y analítico de la doctrina del panenteísmo”. La versión publicada de su tesis, God in Everything 1984 [Dios en todas las cosas], es el primer libro dedicado a esta palabra. [J. D. Neil. Panentheism: a Gospel for To-Day? Tesis doctoral, Universidad de Exeter, 1973].

La palabra “panenteísmo” es menos conocida que la palabra “panteísmo”. Esta fue propuesta por vez primera a principios del siglo XVIII [Para los tratamientos modernos del panteísmo, cf. M. P. Levine, Pantheism: A Non-Theistic Concept of Deity. Routhledge, London/New York, 1994] y luego adoptada por los tradicionalistas como insulto para toda insinuación de alejamiento del teísmo clásico, en especial cuando la inmanencia divina pasó a primer plano de la teología, desde finales del siglo XIX hasta la conclusión de la Primera Guerra Mundial.

El Dios omnipotente pero finito de Arthur Peacocke

Un ejemplo de esta tendencia es la doctrina del “Dios finito”, expresión que fue adoptada, entre otros, por H. G. Wells en la Primera Guerra Mundial durante su breve fase teísta. Arthur R. Peacocke, God and the New Biology, J. M. Dent and Sons. London, 1986, 84-85, observa que la “tradición autóctona” de Teología inmanentista en Gran Bretaña puede ayudar a explicar por qué las ideas de Teilhard de Chardin y de Whitehead tuvieron mayor repercusión en Estados Unidos.

La palabra “panenteísmo”, como atestiguan todos los artículos estándar de los diccionarios especializados [Ch. Harstshorne, “Pantheism and Panentheism”, en Encyclopedia of Religion, Macmillan, New York, 1987, 165-171] fue acuñada en 1829 por Karl Christian Friederich Krause (1781-1832), filósofo idealista alemán y coetáneo de Hegel.

El filósofo y teólogo Philip Clayton [Ph. Clayton. The Problem of God in Modern Thought, Cambridge 2000, 150-151] sugiere que los teólogos idealistas de inicios del siglo XIX, como Krause, desarrollaron una serie básica de intuiciones heredadas del siglo XVIII, y que tales intuiciones derivaban de la idea de Nicolás de Cusa de que la creación acontecía “en” Dios, así como de la sustitución por Descartes de la noción escolástica de infinitud por otra más participativa.

La palabra alcanzó amplia difusión en Estados Unidos a través de Charles Harsthorne, “el más destacado defensor del panenteísmo en EEUU”, en especial a través de su compilación de textos sobre Dios, Philosophers Speak of God de 1953. Charles Hartshorne (nacido en Pensilvania, el 5 de junio de 1897 – falleció en Roma, el 9 de octubre de 2000) fue un prominente filósofo estadounidense que se dedicó principalmente a la filosofía de la religión y a la metafísica. Desarrolló la idea neoclásica de Dios y produjo una prueba de la existencia de Dios desde la lógica modal a partir del argumento ontológico de San Anselmo. Hartshorne es también conocido por aplicar la filosofía del proceso de Alfred North Whitehead a una teología del proceso.

Y este concepto fue reintroducido en Gran Bretaña por John Robinson, cuyo libro Exploración en el interior de Dios (original de 1967) desarrolla las sugerencias doctrinales de su controvertido superventas Honest to God, Sincero para con Dios (original de 1963). Y el principal exponente del panenteísmo en ese país, aunque el término no le gusta, es John Macquarrie [John Macquarrie, In Search of Deity: An Essay in Dialectical Theism.

The Glifford Lectures 1983-1984. A Macquarrie se le considera el “patriarca” del panenteísmo británico]
El panenteísmo de Macquarrie deriva de la posición “existencia-ontológica” de la primera edición de sus Principles of Christian Theology, 1966, que a su vez es un desarrollo de su crítica ontológica a los existencialistas Heidegger y Bultmann.

Una nueva perspectiva para acercarse a conocimiento de Dios

Teísmo clásico, panenteísmo y panteísmo son reconocidos como los patrones básicos con cuya ayuda analizar la doctrina sobre Dios.

En la actualidad, toda una pléyade de teólogos se caracteriza a sí mismo como panenteísta. Algunos suscriben el “teísmo del proceso”, un subconjunto del panenteísmo: Hartshorne, Norman Pittenger, Charles Birch, Schubert Ogden, John Cobb, James Will, Jim Garrison, David Pailin, Joseph Bracken, David Griffin, Jay McDaniel, Daniel Dombrowski y Anna Case-Winters.

Otros que se identifican a sí mismos como panenteístas son: Alan Anderson, Leonardo Boff, Marcus Borg, Philip Clayton, Scott Cowdell, Denis Edwards, Paul Fiddes, Matthew Fox, Donald Gelpi, Peter Hodgson, Christopher Knight, John Macquarrie (aunque no le gusta el nombre), Paul Matthews, Sallie McFague, Jürgen Moltmann, Hugh Montefiore, Helen Oppenheimer, Arthur Peacocke, Piet Schoonemberg, Claude Stewart y Kallistos Ware.

Sugerir que hoy “todos somos – de alguna manera- panenteístas” sería ir demasiado lejos. Esto no es sostenible a la vista del neotomismo, del crédito que en la actualidad se da al barthanismo que proponen, por ejemplo, Colin Gunton y John Webster, y de la posmoderna ortodoxia radical. Pero se considera que el panenteísmo es una buena ayuda para el diálogo ciencia y religión. Para algunos es una “revolución” en el planteamiento de la teología. Ha sido una revolución tranquila porque ha sido defendida con otros nombres: “teísmo dialéctico” (Macquarrie), “teísmo neoclásico” (Hartshorne), “teísmo naturalista” (Griffin) o “teísmo del proceso”.

Redescubrir el panenteísmo

Bajo el título de “panenteísmo” se engloban muchas descripciones de la relación entre Dios y el cosmos. Están, por ejemplo, el “panenteísmo patrístico” de Ware, el “panenteísmo basado en la idea de campo” que propone el jesuita Blacken, y la singularización de la conjungación de finitud e infinitud como lo distintivo del panenteísmo que realiza Philip Clayton. Charles Hartshorne concibe a Dios como “conciencia eterno-temporal que conoce e incluye el mundo” (lo que resume en el acrónimo ETCKW, Eternal-Temporal Conciousness, Knowing and Including the World). Y Daniel Nikkel ha calificado a Paul Tillich de panenteísta, por el distintivo lenguaje de “ser” que emplea el teólogo germano-norteamericano.

Los teólogos del panenteísmo moderno

Pero a pesar de la aparente dispersión de concepciones, es posible establecer un terreno común compartido por los diversos panenteísmos, especialmente estudiado el vocabulario que utilizan un pequeño grupo de teólogos (“panenteístas clave”) que se ocupan de esto. Entre los más sobresalientes están Philip Clayton (nacido en 1956), que es un filósofo estadounidense contemporáneo de la religión y filósofo de la ciencia. Su trabajo se centra en la intersección de la ciencia, la ética y la sociedad. Actualmente ocupa la Cátedra Ingraham en la Escuela de Teología de Claremont y se desempeña como miembro de la facultad afiliada en la Universidad de Graduados de Claremont. Clayton se especializa en filosofía de la ciencia, filosofía de la biología y filosofía de la religión, así como en teología comparada.

Otros reconocidos teólogos del panenteísmo son David Ray Griffin, Charles Hartshorne, John Macquarrie, Jay B. McDaniel, David A. Pailin y Arthur Peacocke.

Charles Hartshorne (Kittanning, Pensilvania, 5 de junio de 1897 – Roma, Italia 9 de octubre de 2000) fue un prominente filósofo estadounidense que se dedicó principalmente a la filosofía de la religión y a la metafísica. Desarrolló la idea neoclásica de Dios y produjo una prueba de la existencia de Dios desde la lógica modal a partir del argumento ontológico de San Anselmo. Hartshorne es también conocido por aplicar la filosofía del proceso de Alfred North Whitehead a una teología del proceso.

John Macquarrie TD FBA (1919-2007) fue un teólogo, filósofo y sacerdote anglicano nacido en Escocia. Fue autor de Principios de teología cristiana (1966) y Jesucristo en el pensamiento moderno (1991).

Arthur Robert Peacocke (1924-2006) fue bioquímico y Decano del Clare College en la Universidad de Cambridge. Fue un pionero en la investigación de los principios de la química física del ADN. En 1971, fue ordenado sacerdote en la Iglesia de Inglaterra y en 1986 fundó la Society of Ordained Scientists (SOSc) para hacer avanzar el desarrollo en el ámbito de la ciencia y la religión. Ediciones en español: Peacocke, A. R. (2008). Los caminos de la ciencia hacia Dios: el final de toda nuestra exploración. Editorial Sal Terrae. ISBN 978-84-293-1750-3.

Para los estudiosos de la filosofía, los autores parten de la definición clásica de “panenteísmo”, que es la que ofrece el Oxford Dictionary of the Christian Church: “La creencia (convicción) de que el ser de Dios engloba e impregna la totalidad del universo, de suerte que todas las partes de este existen en él” F. L. Cross y E. A, Livingstone (editors) The Oxford Dictionary of the Christian Church. Oxford University Press, 1997, 1213; la definición prosigue caracterizando la diferencia entre el panenteísmo y el panteísmo como la imposibilidad de que el Dios panenteísta se “agote” en el universo]

El experto, Michael W. Brierley, considera que esta es una definición “débil” porque apenas va más allá de la definición literal de la palabra. La afirmación de que Dios “engloba” el universo se limita a afirmar el significado literal, “todo en Dios”, con Dios como sujeto, dejando la “impregnación” como la única glosa de lo que de hecho podría significar la “inclusión” del universo o su existencia “en” Dios.

El universo en Dios y Dios en el universo

La pregunta permanece, por tanto, abierta: ¿en qué sentido existe el universo en Dios? Es posible que esta imprecisión en el significado del sintagma: según Polkinghorne (2008) “todo en Dios”, sea responsable de parte de las “tentadoras ambigüedades” que “parecen lastrar el debate panenteísta” [Ver J.C. Polkinghorne, Faith, Science and Understanding. 2008, SPCK, Londres, pág. 91]

Ciertamente, la ambigüedad del “en” ha llevado a algunos teólogos a distinguir entre diferentes tipos de panenteísmo. Así, por ejemplo, McDaniel distingue entre el panenteísmo “emanatista” y el panenteísmo “relacional”. En el primero, el cosmos es manifestación directa del ser mismo de Dios, de suerte que la acción creadora del universo es a la vez acción creadora de Dios. En cambio, el panenteísmo “relacional”, para McDaniel, permite al cosmos independencia creadora respecto a Dios, de modo que la humanidad posee su propio poder creador.

Análogamente, Gregory R. Peterson (Universidad del Estado de Dakota) habla de panenteísmo “débil” y panenteísmo “fuerte”. La versión “débil” se refiere (solo) a la presencia de Dios en el universo, mientras que la versión “fuerte” implica cierta identidad entre ambos.

Pero estas opciones resultan ser, sin embargo, elecciones superficiales a la luz de las ocho facetas del lenguaje panenteísta que son (en gran medida) comunes a los autores panenteístas más importantes y explicitan realmente el “en”. Estas facetas son: 1. El cosmos como cuerpo de Dios: ¿se puede decir que Dios “tiene cuerpo”?; 2. Lenguaje de “en y a través de” ¿qué valor tienen estas partículas para explicar “en Dios” y “a través de Dios?; 3. El cosmos como sacramento ¿es el mundo un signo de la visibilidad de Dios?; 4. Lenguaje de entrelazamiento inextricable ¿hay entre Dios y el cosmos no una identidad (panteísmo) per sí una vinculación que no se puede desatar?; 5. Dependencia de Dios respecto del cosmos ¿hasta qué punto se puede decir que Dios depende del cosmos?; 6. Valor intrínseco y positivo del cosmos ¿qué valor teológico tiene por si mismo el orden natural?; 7. Pasibilidad divina ¿puede Dios padecer cuando padece el mundo?; y 8. La Cristología gradual ¿hasta qué punto Cristo era Dios desde el principio de su vida?. Estos rasgos son aplicables a modo de “test” a los teólogos para ver si es posible calificarlos como panenteístas.

En definitiva: las personas de nivel intelectual universitario y mentalidad interdisciplinar encontrarán en este volumen un arsenal intelectual poderoso que puede reelaborar muchos de los paradigmas heredados de otras filosofías. Un capítulo extenso con las notas y un índice biográfico de los autores, completan el estudio.

Resaltemos la cuidadosa y actualizada (para los trabajos en español) del traductor, José Manuel Lozano-Gotor.

Fuente Fe Adulta

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Javier Sampedro: La ecuación que escribió Dios

Martes, 15 de junio de 2021
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renoir-bal-du-moulin-de-la-galette-1-1 Bal du moulin de la Galette de Renoir (1876).

Comparto con Renoir la fascinación por la luz filtrada entre los árboles, y admiro el talento y esfuerzo que dedicó a capturarla en su célebre Bal du moulin de la Galette, un fiestón celebrado en 1876 en un merendero de Montmartre que ahora nos daría envidia a todas las generaciones pandémicas. Como en La balançoire, otro cuadro de ese mismo año, la luz aparece proyectada sobre la gente y sobre el suelo como una salpicadura de círculos de claridad sobre un fondo de sombra ambigua. Cada uno de esos círculos es el Sol. Tuve la suerte de percibirlo durante la primera fase de un eclipse, cuando cada circulito de luz mostraba un mordisco en su flanco derecho, la sombra de la luna que se iba interponiendo entre nosotros y nuestra estrella. Siempre da gusto que las cosas encajen, pero ¿en qué sentido eso ayuda a entenderlas?

Dejemos pasar el eclipse, sentémonos debajo del árbol y miremos a su copa. Grandes ramas que se bifurcan en ramas menores que se dividen en ramitas, todas con la misma geometría, de modo que te da igual mirar al árbol entero que al último de sus brotes, porque siempre tiene la misma forma. Ese tipo de estructuras autosemejantes, o fractales, son comunes en la biología, porque se generan mediante un algoritmo repetitivo de crecimiento y generación de patrones que es inmensamente económico en información. Con repetir lo mismo 40 veces has hecho un árbol con cuatro genes. Parece la obra de un ingeniero muy hábil, y lo es, así que ¿da eso sentido a nuestra vida? No, porque el ingeniero se llama evolución, y genera diseños sin necesidad de un diseñador. Por más que avance, la biología es una improbable fuente de trascendencia. Para la evolución biológica, un ser humano no tiene más propósito que un árbol o que un virus. Creced y multiplicaos.

Pero la madre de todas las ciencias, la física, tiene aspiraciones más ambiciosas, casi teológicas. Es curioso, porque es esta ciencia la que, desde tiempos de Copérnico, nos ha expulsado del paraíso con saña y perseverancia. Ni la Tierra es el centro del Sistema Solar, ni el Sistema Solar es todo cuanto existe, ni la Vía Láctea tiene nada de especial en este cosmos abrumadoramente grande y preñado de galaxias como la nuestra. En el último siglo y medio, mientras los creacionistas se empeñaban en refutar a Darwin, la física les estaba lanzando los verdaderos torpedos en la línea de flotación. Si el mundo no ha sido creado para nosotros, las religiones se diluyen en este cosmos inabarcable donde pierde fuelle el negocio de la malversación de almas y el tráfico de vidas eternas.

Entre los físicos actuales, los más platónicos son seguramente los teóricos de cuerdas.

Pero el caso es que los físicos teóricos han vuelto a la arena teológica. Es lógico, puesto que su área de conocimiento está invadiendo el territorio tradicional de la clerigalla. ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué el universo es comprensible? ¿Tenía Dios alguna opción al crear el mundo? Las dos últimas preguntas, por cierto, son de Einstein, que no creía en el Dios de los teólogos, pero sí en el de Spinoza: el que se revela en la armonía de todo lo que existe. Esta es la única religión de los científicos, la que sostiene que el mundo alberga regularidades ocultas, pautas simples y elegantes bajo su apariencia incognoscible. Los científicos estudian la naturaleza porque están convencidos de que hay algo que entender ahí abajo, en su lógica profunda. Una idea que podría suscribir Platón.

Entre los físicos actuales, los más platónicos son seguramente los teóricos de cuerdas. Proponen que los componentes básicos de la materia no son puntos, sino cuerdas que pueden vibrar a distintas frecuencias. Cada forma de vibración es una partícula elemental, como un quark o un electrón. Uno de los teóricos de cuerdas más destacados, Michio Kaku, lo describe con una metáfora: “Las leyes de la física se reducen a las armonías de esas cuerdas; la química son las melodías que se pueden tocar sobre ellas; el universo es una sinfonía, y la mente de Dios es música cósmica que resuena por el espaciotiempo”. Ese vuelve a ser el Dios de Einstein y Spinoza, el que se revela en la armonía de todas las cosas. El Dios de los científicos.

La teoría de cuerdas tiene críticas serias dentro de la ciencia. Todo el mundo admite que es una arquitectura matemática asombrosa y autoconsistente, pero ahora mismo no se puede someter a prueba, y por tanto es más una filosofía que una ciencia. Pero dos generaciones de físicos brillantes le han dedicado su vida, y están seguros de que les puede conducir a la unificación final que abarque toda la física, la ecuación que escribió el Dios de Spinoza para crear el mundo. Es toda la teología que nos queda.

Javier Sampedro

El pais, 16 MAY 2021 – 05:30 CEST

Vía Fe Adulta

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Eduardo Martínez: El universo podría ser consciente.

Sábado, 12 de junio de 2021
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Universo.1Científicos alemanes se han apoyado en las matemáticas avanzadas para sugerir que todo tipo de materia inanimada podría ser consciente, tal vez incluso el universo.

Las matemáticas podrían confirmar que una antigua sospecha científica puede ser cierta: el universo alberga algún tipo de consciencia.

La idea no es nueva: desde 2004, una hipótesis científica, conocida como Teoría de la información integrada (IIT), se ha propuesto explicar la naturaleza básica de la consciencia.

Pretende identificar si los objetos del universo y sus interacciones expresan “un punto de vista subjetivo”.

En el supuesto de que así sea, esta teoría se propone descubrir si esos procesos sutiles pueden describirse matemáticamente.

Este modelo matemático considera que la consciencia podría ser como una nueva ley de la física que explicaría por qué se agrupan los componentes elementales del Universo.

Nueva perspectiva

Esta hipótesis, tan documentada como cuestionada por la comunidad científica, ha resurgido ahora porque un equipo de matemáticos y físicos alemanes ha profundizado en la citada teoría y llegado a una conclusión sorprendente.

Tal como informa al respecto New Scientist, lo que están descubriendo estos científicos alemanes parece sugerir que, si queremos lograr una descripción precisa de la consciencia, tendremos que abandonar nuestras intuiciones y aceptar que todo tipo de materia inanimada podría ser consciente, tal vez incluso el universo en su conjunto.

Para llegar a esta conclusión, estos científicos han profundizado en la IIT y desarrollado un modelo matemático que podría cuantificar y medir la consciencia.

Usando las matemáticas, aseguran poder predecir cuán consciente es un sistema dado, lo que, según uno de los autores de esta aproximación, Johannes Kleiner, del Centro de Filosofía Matemática de Múnich, sería “el comienzo de una revolución científica.”

Valor phi

IIT se basa en un valor llamado phi que representa la interconectividad de un nodo, ya sea una región del cerebro, circuitos biológicos o un átomo.

Ese valor representa el nivel de conciencia del nodo. La corteza cerebral, por ejemplo, tiene un alto valor phi porque contiene un grupo denso de neuronas ampliamente interconectadas.

Sin embargo, hasta ahora ha resultado imposible calcular el valor phi de un cerebro humano porque averiguarlo llevaría un tiempo equivalente a la edad del universo.

Los matemáticos alemanes habrían conseguido simplificar este proceso de forma significativa, tal como explican en un artículo publicado en el repositorio de prepublicaciones científicas ArXiv.

Los laberintos de la consciencia

Esta investigación representa un paso relevante en la vieja aspiración de las neurociencias por conocer mejor la naturaleza y los mecanismos de la consciencia.

Detrás de esta aspiración está comprender los trastornos mentales, las enfermedades neurodegenerativas, las lesiones cerebrales y las funciones cognitivas.

Hasta ahora, todo lo que sabemos sobre el cerebro indica que la consciencia surge de los sistemas físicos y que es un fenómeno tan objetivo como la gravedad, ya que podemos observarla a través de los procesos cerebrales.

Información y matemáticas

La IIT añade que la consciencia puede definirse como una medida de la cantidad de información que procesa un sistema.

Eso no significa que un sistema que procesa mucha información necesariamente sea consciente.

Para que emerja la consciencia, es necesario algo más: que los componentes de ese sistema procesen información entre ellos.

Es un proceso biológico complejo: cualquier sistema que posea alguna cantidad de información integrada experimenta algo.

El cerebro es un claro ejemplo de sistema consciente: no solo procesa información, sino que todos sus componentes (las neuronas) también lo hacen intercambiando señales entre ellas.

Según los científicos alemanes, las matemáticas avanzadas pueden llegar a donde las neurociencias no han podido y desentrañar la proeza de la naturaleza que nos permite leer este artículo y darnos cuenta de ello.

Eduardo Martínez de la Fe

Tendencias 21

Boletín Semanal Enrique Martínez Lozano

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Vivir en presencia.

Martes, 5 de mayo de 2020
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featuredImage-21166-psicoterratica-el-trauma-que-nos-produce-estar-lejos-de-la-naturaleza-992x558@LaVanguardia-WebEl tiempo junto con el espacio es una de las coordenadas que condicionan nuestra vida y sin embargo nos damos cuenta de lo relativo que es. El tiempo, nos pasa volando o parece que no se “mueve” dependiendo de lo ocupados, distraídos atareados que estemos.

No es que no tengamos tiempo, como estamos acostumbrados a decir, sino más bien que vivimos abocados hacia afuera sin notar lo que se cuece por dentro y cuando hay poca actividad hacia afuera, empezamos a vislumbrar que cuanto más trabajamos nuestro interior lo que exteriorizamos es de mejor calidad, más auténtico.

Estamos en el tiempo de Pascua, un tiempo que en general no sabemos cómo vivirlo porque se nos escapa lo atemporal. Nos cuesta entender los relatos de la Resurrección de Jesús y sus apariciones porque como el resto de los pasajes evangélicos no se narran desde lo histórico sino desde la experiencia.

Esa experiencia no es un privilegio de unos pocos: nace del deseo de encontrar la Vida dentro de nosotros y de darle espacio para que se expanda. Y tiempo…tiempo al silencio, tiempo para conectar con nuestro propio centro y ahí nace la certeza, se siente la presencia, la unidad con todo y con todos, una emoción difícil de describir, diferente para cada persona porque todos somos distintos, como los seguidores de Jesús, mujeres y hombres de su tiempo.

Una experiencia que no se puede “probar” pero que es personal y comunitaria. Personal porque somos únicos y diferentes como lo es toda la creación; ese es precisamente uno de los principios del Universo: LA DIVERSIDAD. La inimaginable expansión de la creación hace que aunque nos parezcamos cada cual sea único y diferente. Por eso también cada persona experimenta ese “encuentro” de forma personal y va ganando en profundidad a medida que vamos evolucionando.

Yo también soy única en el universo, como cualquier otra forma de vida. ¿Por qué compararme con otras personas? ¿Por qué deseo lo que tienen otros si  a mí se me llama a aportar desde lo que se me ha regalado?

Es a la vez una experiencia comunitaria. Es precisamente en el compartir las experiencias donde nuestra fe se fortalece y se confirma. La comunidad es el lugar de la presencia de Jesús resucitado en la que experimentamos el amor, la aceptación y donde sentimos esa fuerza que se expande en el universo de comunión. Somos seres interdependientes y nuestra tendencia natural es hacia la común unión, hacia la UNIDAD (segundo principio del Universo)

La vida es una y todos provenimos de esa vida única. Somos seres interdependientes unos de otros y constantemente nos posibilitamos el vivir en esa cadena sin fin. Existimos porque existen todos los otros elementos, no hemos venido de fuera, surgimos de la Tierra.

¿Cómo trabajo esa unificación en mí y en todo lo que me rodea?

El tercer principio es el de la INTERIORIDAD. Hasta ahora habíamos creído que sólo los humanos sabíamos dar hondura a nuestras vivencias a través de  nuestra dimensión espiritual. El mundo natural podía ser admirado y entendido como reflejo de la Creación de Dios, pero no habíamos captado esa dimensión sagrada de cada átomo, cada célula cada ser en su complejidad. Nos situábamos como seres superiores observando, estudiando la creación, cosificándola…

Todo es sagrado. Lo aprendemos ahora de nuestros hermanos y hermanas indígenas que han estado durante siglos en contacto con la tierra, respetándola, amándola, cuidándola como ella hace con nosotros.

Es verdad que nosotros tenemos la consciencia y eso nos hace no superiores sino responsables de las decisiones que tomamos, de lo que priorizamos…

Ya no hay diferencia entre sagrado y profano. El Universo camina hacia una evolución que es espiritual más allá de lo religioso.

Nos pueden dividir las ideologías pero no la búsqueda de sentido, de nuevos estilos de vida más acorde con el respeto mutuo, el respeto a la Tierra, el Misterio que nos envuelve.

Tenemos un tiempo maravilloso, este tiempo de Pascua en el que se nos invita a soñar con una vida nueva, renovada, invadida por la presencia del Resucitado en medio de nosotros.

Carmen Notario, sfcc

Fuente Fe Adulta

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“En nosotros están todas las memorias del universo”, por Leonardo Boff, teólogo, escritor

Viernes, 29 de agosto de 2014
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camino de contradicciones o de esperanza y libertadLeído en la página web de Koinonia

El ser humano es el último ser de gran porte que ha entrado en el proceso de la evolución por nosotros conocido. Como no existe solamente materia y energía sino también información, ésta viene almacenada en forma de memoria en todos los seres y en nosotros a lo largo de todas las fases del proceso cosmogénico. En nuestra memoria resuenan las últimas reminiscencias del big bang que dio origen a nuestro cosmos. En los archivos de nuestra memoria se guardan las vibraciones energéticas oriundas de las inimaginables explosiones de las grandes estrellas rojas, de las cuales vinieron las supernovas y los conglomerados de galaxias, cada cual con sus miles de millones de estrellas y de planetas y asteroides.

En ella se encuentran también resonancias del calor generado por la destrucción de galaxias devorándose unas a otras, del fuego originario de las estrellas y de los planetas a su alrededor, de la incandescencia de la Tierra, del fragor de los líquidos que cayeron durante 100 millones de años sobre nuestro planeta hasta enfriarlo (era hadeana), de la exuberancia de las selvas ancestrales, reminiscencias de la voracidad de los dinosaurios que reinaron, soberanos, durante 135 millones de años, de la agresividad de nuestros antepasados en su afán por sobrevivir, del entusiasmo por el fuego que ilumina y cocina, de la alegría por el primer símbolo creado y por la primera palabra pronunciada, reminiscencias de la suavidad de las brisas leves, de las mañanas diáfanas, del precipicio de las montañas cubiertas de nieve, y por fin, recuerdos de las interdependencias entre todos los seres, creando la comunidad de los vivientes, del encuentro con el otro, capaz de ternura, entrega y amor y, finalmente, del éxtasis del descubrimiento del misterio del mundo que todos llaman por mil nombres y nosotros llamamos Dios. Todo eso está sepultado en algún rincón de nuestra psique y en el código genético de cada célula de nuestro cuerpo, porque somos tan antiguos como el universo.

No vivimos en este universo ni sobre nuestra Tierra como seres erráticos. Venimos del útero común de donde vienen todas las cosas, de la Energía de Fondo o Abismo Alimentador de todos los seres, del hadrón primordial, del top-quark, uno de los ladrillitos más ancestrales del edificio cósmico, hasta el computador actual. Y somos hijos e hijas de la Tierra. Más aún, somos aquella parte de la Tierra que anda y danza, que tiembla de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y venera el Misterio. Todas estas cosas estuvieron virtualmente en el universo, se condensaron en nuestro sistema solar y sólo después irrumpieron concretas en nuestra Tierra. Porque todo eso estaba virtualmente allí, ahora puede estar aquí en nuestras vidas.

El principio cosmogénico, es decir, aquellas energías directoras que comandan, llenas de propósito, todo el proceso evolutivo obedecen a la lógica siguiente, tan bien expuesta por E. Morin: orden, desorden, interacción, nuevo orden, nuevo desorden, nuevamente interacción y así siempre. Con esa lógica se crean siempre más complejidades y diferenciaciones; y en la misma proporción se van creando interioridad y subjetividad hasta su expresión lúcida y consciente que es la mente humana. Y simultáneamente y también en la misma proporción se va gestando la capacidad de reciprocidad de todos con todos, en todos los momentos y en todas las situaciones. Diferenciación /interioridad/ comunión: la trinidad cósmica que preside el organismo del universo.

Todo va sucediendo procesualmente y evolutivamente sometido al no-equilibrio dinámico (caos) que busca siempre un nuevo equilibrio, a través de adaptaciones e interdependencias.

La existencia humana no está fuera de esta dinámica. Tiene dentro de sí estas constantes cósmicas de caos y de cosmos, de no-equilibrio en busca de un nuevo equilibrio. Mientras estamos vivos nos encontramos siempre enredados en esta condición. Cuanto más próximos al equilibrio total más próximos a la muerte. La muerte es la fijación del equilibrio y del proceso cosmogénico. O su paso a un nivel que demanda otra forma de acceso y de conocimiento.

¿Cómo se da esta estructura concretamente en nosotros? En primer lugar por la cotidianeidad. Cada cual vive su cotidiano que comienza con el aseo personal, la manera como vive, lo que come, el trabajo, las relaciones familiares, los amigos, el amor. Lo cotidiano es prosaico y frecuentemente cargado de desencanto. La mayoría de la humanidad vive restringida a lo cotidiano con el anonimato que él implica. Es una parte del orden universal que emerge en la vida de las personas.

Pero los seres humanos también estamos habitados por la imaginación. Esta rompe las barreras de lo cotidiano y busca lo nuevo. La imaginación es, por esencia, fecunda; es el reino de lo poético, de las probabilidades de sí infinitas (de naturaleza cuántica). Imaginamos nueva vida, nueva casa, nuevo trabajo, nuevos placeres, nuevas relaciones, nuevo amor. La imaginación produce la crisis existencial y el caos en el orden cotidiano.

Pertenece a la sabiduría de cada uno articular lo cotidiano con lo imaginario, lo prosaico con lo poético y retrabajar el desorden y el orden. Si alguien se entrega sólo a lo imaginario, puede estar haciendo un viaje, vuela por las nubes olvidado de la Tierra y puede acabar en una clínica psiquiátrica. Puede también negar la fuerza seductora del imaginario, sacralizar lo cotidiano y sepultarse vivo dentro de él. Entonces se muestra pesado, poco interesante y frustrado. Rompe con la lógica del movimiento universal.

Sin embargo, cuando una persona asume su cotidiano y lo vivifica con inyecciones de creación, entonces comienza a irradiar una rara energía percibida por quienes conviven con ella.

Leonardo Boff escribió El despertar del águila: lo sim-bólico y lo dia-bólico como construcción de la realidad, 2002.

Traducción de MJ Gavito Milano

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Tú – Yo.

Viernes, 1 de agosto de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

toi-moi1

“Dios no es una Persona pero Dios puede establecer sus relaciones con el hombre de una manera personal como lo hizo con Abraham, Isaac o Jacob. De una una parte, Dios no puede ser una persona porque de lo contrario se convierte en un ser colocado al lado de otro ser, que está marcado por el finitud, lo que contradice la misma noción de Dios. Porque es Infinito, Dios es suprapersonal. Pero, por otra parte, el hombre es una persona y es por eso que, cuando va al encuentro del hombre, Dios puede manifestarse en un plano personal. Se convierte en un Tú al que mi Yo puede amar. Y es por eso que en toda tradición religiosa, tenemos oraciones que expresan relaciones de amor entre un Tú y un Yo. Pero paralelamente, en toda religión superior, hay una proximidad de Dios que trasciende la relación Tú-Yo. Esta es la actitud contemplativa que conduce a un encuentro místico con Dios, fundamento del Universo. “

*

Paul Tillich,

última entrevista antes de su muerte, Chicago, 1965

Paul Tillich.775778.jpg.775779© Fabian Bachrach

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , , , , , , , , , , ,

“Cada cual tiene su tiempo y después entra en silencio”, por Leonardo Boff, teólogo y escritor.

Viernes, 20 de junio de 2014
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relojLeído en la página web de Redes Cristianas

Hay un libro curioso del Primer Testamento, el Eclesiastés (en hebreo Cohélet), que no menciona la elección del pueblo de Dios, ni la alianza divina, ni siquiera la relación personal con Dios. Representa la fe judía inculturada en la visión griega de la vida. Posee una mirada aguda sobre la realidad tal como se presenta y alimenta la reverencia hacia todos los seres. Tiene un pasaje muy conocido que habla del tiempo: hay “un tiempo de nacer y un tiempo de morir; tiempo de arrancar y tiempo de plantar, tiempo de reír y tiempo de llorar, tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz” (Ecl 3,2-8).

Hay muchas formas de tiempo. Tenemos que liberarnos del tipo de tiempo dominante de los relojes. Todos somos rehenes de este tipo de tiempo mecánico. Se conocen distintos relojes. El primero fue el reloj de sol, hace ya 16 siglos. Se supone que fueron los asiáticos quienes inventaron por primera vez el reloj. En el año 725 de nuestra era, un monje budista inventó un reloj mecánico que a base de baldes de agua hacía una rotación completa en 24 horas. En Occidente se atribuye a otro monje, un benedictino, después Papa Silvestre II (950-1003), la invención del reloj mecánico actual.

Hoy nadie anda sin algún tipo de reloj mecánico que mide el tiempo a partir de las rotaciones de la Tierra alrededor del Sol. Pero esa visión mecánica del tiempo del reloj ha estrechado nuestra percepción de los muchos tiempos que existen, como refiere el Eclesiastés. Los cosmólogos modernos nos han despertado a los distintos tiempos. Todo en el proceso de la evolución posee su timing. Si no se respeta cierto timing, todo cambia y ni nosotros mismos estaríamos aquí para hablar del tiempo.

Así, por ejemplo, inmediatamente después de la primera singularidad, el big bang, la explosión inmensa aunque silenciosa pues había todavía no había espacio para acoger el estruendo, ocurrió la primera expresión del tiempo. Si la fuerza gravitacional, la que hace expandir y al mismo tiempo sujeta las energías y las partículas originarias (la más importante de las cuatro existentes) hubiese sido durante millonésimas de segundo más fuerte de lo fue, habría retraído todo hacia sí causando explosiones sobre explosiones y el universo habría sido imposible. Si hubiese sido, durante millonésimas de segundo, un poco más débil, los gases se habrían expandido de tal forma que no se habría producido su condensación y no habrían surgido las estrellas, ni todos los elementos que forman el universo, no existiría el Sol, ni la Tierra ni nuestra existencia humana.

Pero existió el tiempo necesario para el equilibrio entre la expansión y la contención que acabó abriendo un tiempo para todo lo que vino posteriormente. Hubo un tiempo exacto en el que se formaron las grandes estrellas rojas, dentro de las cuales se forjaron los ladrillitos que componen a todos los seres. Si ese tiempo exacto hubiera sido desperdiciado, nada más habría sucedido.

Hubo un tiempo exactísimo, un momento dado en el que debían surgir las galaxias. Si hubiese faltado aquel tiempo, no habrían surgido los cien mil millones de galaxias, los miles y miles de millones de estrellas, y luego los planetas como la Tierra. En un exactísimo momento de alta complejidad de su evolución, irrumpió la vida. Perdido ese tiempo, la vida no estaría aquí irradiando. Todo apuntaba hacia la irrupción de la vida más adelante. El célebre físico Freeman Dyson dice: «cuanto más examino el universo y estudio los detalles de su arquitectura, más evidencia encuentro de que el universo de alguna forma presentía que nosotros estábamos en camino».

Hay pues tiempos y tiempos, no solo el tiempo esclavizante y mecánico del reloj. La Iglesia guardó el sentido de la diversidad de los tiempos. Cada tiempo del año, Navidad, Cuaresma o Pascua tiene su color específico.

Generalmente vivimos los tiempos de las cuatro estaciones a través de las trasformaciones que ocurren en la naturaleza. En nuestra infancia, en tierras del interior, los tiempos estaban bien definidos: de enero a abril, tiempo de las uvas, de los higos, las sandías y los melones. Mayo, tiempo de plantar el trigo, y octubre-noviembre de su cosecha.

Nosotros los niños esperábamos con ansiedad dos tiempos sociales, en los cuales todo el pueblo se reunía para una gran confraternización: la fiesta de la “polenta e osei” (polenta y pajaritos). Como los bosques eran vírgenes abundaban todo tipo de pájaros que se cazaban especialmente para la fiesta. La otra era la “buchada”, comida con pan y vino en largas mesas, seguida de bizcocho y jalea de frutas.

Estos y otros tiempos conferían distintos sentidos a la vida. Había la espera del tiempo, su vivencia y su recuerdo.

Todo el universo tiene su tiempo que se concreta en dos movimientos que se dan también en nosotros: nuestros pulmones y nuestros corazones se expanden y se contraen. Lo mismo hace el universo mediante la gravedad: al mismo tiempo que se dilata se sujeta, manteniendo un equilibrio sutil que hace que todo funcione armoniosamente. Cuando pierde ese equilibrio es señal de que prepara un salto hacia delante y hacia arriba en dirección a un nuevo orden que también se expande y se contrae.

Cada uno de nosotros tiene su tiempo biológico, determinado no por el reloj mecánico, sino por el equilibrio de nuestras energías. Cuando llegan a su clímax, que puede ser a los 10, 15, 50, 90 años, se cierra nuestro ciclo y entramos en el silencio del misterio. Dicen que es ahí donde habita Dios que nos espera con los brazos abiertos, como un Padre y una Madre lleno de saudades.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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