Isa y Mohamed, los dos refugiados sirios gays agredidos en Turquía llegan a España
Un reportaje de El Mundo motivó una ola de solidaridad para ayudarlos
La historia de amor y dolor de dos refugiados sirios gays en Turquía
Por Lluís Miquel Hurtado
Jalid y Firas, realmente, Isa y Mohamed ahora que la lejanía del peligro permite revelar sus verdaderos nombres, han dejado atrás su pesadilla. Los dos refugiados sirios, víctimas del rechazo familiar, de la persecución de la homosexualidad en Siria, del exilio por la guerra, de una traumática agresión en suelo turco y, finalmente, de un largo periplo burocrático, han aterrizado en Madrid el pasado sábado a las 18 horas. Los artífices del final feliz de esta historia los han recibido en Barajas.
Hace un año, la noticia de su situación gracias a un reportaje de El Mundo, desató una ola de solidaridad de la ciudadanía española que ha acabado cambiando las de ambos jóvenes. Así lo han reconocido, entre sorbos del último café con hielo en el aeropuerto estambulita de Atatürk, antes de volar a España. “Mis sensaciones son indescriptibles”, reconoce Isa, de 28 años. “Nuestra vida recomienza ahora“.
Tras recibir su solicitud, la Universidad de Jaén decidió conceder a Mohamed e Isa -en castellano Jesús- dos de las tres becas de un proyecto, pionero en el país, destinado a formar a refugiados. La institución sufragará sus gastos corrientes y educativos durante el primer año, en el que estudiarán castellano, y los siguientes, cuando Isa se incorpore a un grado de Derecho y Mohamed a uno de Historia del Arte.
“Gracias a la primera fase de estudio del español, podremos conocer a gente, lo que nos permitirá, a su vez, mejorar con el lenguaje. Cuidaremos nuestros estudios y nuestra universidad”, añade Mohamed, descendiente de refugiados palestinos, recordando que la beca exige asistencia y resultados académicos para renovarse. “En el futuro quiero lograr subsistir por mis propios medios, ya que eso me satisfará a mí y a todos los que nos han ayudado a llegar a España”.
“Ajustamos la convocatoria a casos extremos”, explica el vicerrector de Internacionalización de la Universidad jienense, Sebastián Bruque, “estudiantes universitarios que, además de refugiados, pertenezcan algún sector de la población en alto riesgo, bien a una minoría religiosa, étnica, de tipo social o de orientación sexual”. Para entrar en España, Isa y Mohamed han obtenido un visado de estudiante; Acnur, mediadora en los procesos de solicitud y concesión de asilo, no tramitó los suyos.
“Quiero graduarme en derecho internacional para ayudar a mi país. Siria se merece lo mejor”, dice Isa, oriundo de la ciudad de Tabqa, ocupada por el Estado Islámico (IS) y sometida a la ofensiva kurdoárabe contra los yihadistas. “Mis padres siguen ahí. Hay treinta mil civiles están atrapados sin electricidad, comida ni agua“, alerta. Su preocupación contrasta con el rechazo de sus progenitores por su condición sexual. De hecho, por ello, ni él ni su novio han podido llamar a sus padres para celebrar su dicha.
“Creo que mi familia lo acabará entendiendo. Intentaré comunicarme con ellos en el futuro”, explica Isa, cuya hermana, residente en Beirut, es la única pariente con quien habla desde que huyó de Siria, en el verano de 2015. “Mis padres están en Damasco y temo por su vida. Intentaré contactar con ellos, aunque temo que mi padre vuelva a rechazarme. A diferencia de él, estoy seguro de que mi madre me quiere. Ojalá pueda contarle pronto lo que nos pasó, para que se pueda alegrar”, confiesa Mohamed.
La persecución de la población homosexual en Siria – policías sirios detuvieron y torturaron a Mohamed en el pasado -y un amor imposible en medio de la guerra forzaron su llegada a Turquía. El nuevo país, que acoge a más de tres millones de refugiados sirios, no fue su refugio seguro: al poco de llegar, engañándolos con una falsa promesa de empleo, unos individuos los secuestraron en Estambul, los llevaron a un descampado, les dieron una paliza y les robaron sus pertenencias, incluido el pasaporte.
El Mundo recibió su llamada de socorro desde la ciudad sureña turca de Mersin, donde se escondieron después de una segunda experiencia traumática que los dejó sin empleo por ser homosexuales. Vivían en un cuchitril a medio construir, en condiciones paupérrimas. Cuando su historia apareció en este diario ocurrió algo muy poco habitual: numerosos españoles, a título individual, contactaron con este periodista interesándose por ellos, ayudándolos incluso con dinero de su bolsillo.
“El reportaje nos llegó al alma. Al leerlo, mi marido y yo nos pusimos a llorar. Lo primero que nos vino a la cabeza es ‘tenemos que hacer algo'”, recuerdan Ángel Grande y Ricardo Naranjo, una pareja de activistas por los derechos de las migrantes y LGTBI que tomó la iniciativa. “El trabajo previo que habíamos hecho con refugiados en Madrid, el haber sido conocido lo que pasan, sufren y viven, y lo duro de ponerte en sus pantalones y pensar en lo duro que lo pasaron fue lo que nos motivó”, añaden.
A través del colectivo Avanzamos Ganando Igualdad, impulsado por ambos, reuniendo a todo tipo de personas que, creían, podían contribuir a la causa. “Vivían en condiciones extremas. No podían pagar el alquiler, y el propietario los amenazaba con agredirles y llamar a la Policía. Estaban aterrados”, dice Ricardo. “Lo primero que hicimos fue enviarles dinero para el alquiler. Pudimos confirmar lo que decía el reportaje: nos decían que o se suicidaban o volvían a Siria para que los mataran”.
Al intenso seguimiento por parte de Sebastián Bruque y Ángel Grande del lento proceso de obtención de luz verde para viajar a España, se han sumado otros grupos: la organización para la Ayuda a Personas Refugiadas Sirias de Elche, Bienvenidos a España, la Federación de Entidades LGTBI y una larga lista de ciudadanos anónimos. “El principal escollo fue la falta de documentación, que exigió trámites muy largos”, señala Bruque, quien agradece a las autoridades españolas, turcas y palestina su cooperación.
“Hemos pasado mucho tiempo tensos y preocupados. Pero Sebastián y el resto de amigos, estando a nuestro lado, nos han hecho sentir seguros”, celebra Mohamed, agarrando fuerte el pasaje de avión. “Ha sido un camino largo y lleno de desventuras… nos sentimos como en un sueño”, reconoce Isa. Un sueño que, a diferencia del de los centenares de miles de refugiados todavía atrapados en limbos legales y territoriales, privados de una oportunidad para prosperar, se ha cumplido hoy.
Fuente El Mundo
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