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“La imposible uniformidad”, por Gabriel María Otalora

Sábado, 22 de octubre de 2022
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5E55DA14-B6DC-41E4-A4AC-136F3C1CC04E De su blog Punto de Encuentro:

  | Gabriel Mª Otalora

El pluralismo es la base de la naturaleza. Lo vemos en la enorme variedad botánica, en los millones de especies animales, en el despliegue impresionante de diversidad que aun no conocemos bien del todo. Ocurre igualmente con la pluralidad universal  de etnias, culturas e idiomas. Lo diferente es la norma, no la excepción, y de ahí surgen las diferentes maneras de crear, crecer y convivir, abocadas a la participación y la solidaridad para un mundo mejor, al menos para la mayoría. No estamos hechos para la uniformidad por más que nos tiente imponerla. Compartir y respetar es lo único que nos hace capaces de avanzar como sociedad al implicarnos desde la escucha, la reflexión y el consenso entre diferentes. Donde todos piensan igual, es que nadie está pensando mucho, que dijera el agudo periodista Walter Lippmann.

Es cierto que nuestra democracia es imperfecta, pero aceptamos -a regañadientes- el derecho de los oponentes a participar de tú a tú en las instituciones como la mejor manera de convivir. La dictadura, acordémonos, es el reino del pensamiento único. Pero la cabra tira al monte y la tentación de reducir la influencia del pensamiento plural, ha vuelto con maneras sibilinas muy peligrosas, de modo que a aquellos que se postulan diferentes, se exponen a que les respondamos con la vileza y el ninguneo. Ocurre en la calle, pasa en el Parlamento, en las redes sociales, cada vez menos respetuosas en la medida que, inexplicablemente, se permite el anonimato a la hora de insultar. El resultado de esta deriva irracional la capitalizan grupos como Vox que propugna abiertamente una sociedad excluyente en lo social, en lo económico y en lo político desde un catolicismo que recuerda las actitudes de las autoridades religiosas que crucificaron a Jesús. Italia hoy es otro ejemplo triste de esto.

El tiempo de las libertades, creativas por definición, parece tener menos encanto que el pensamiento único. Pero nuestra condición nos hace rebelarnos a favor del pluralismo inevitable; podemos arrinconarlo, perseguirlo, que  volverá como las hierbas que brotan de nuevo bajo el suelo construido, en cuanto nos descuidamos. Y ocurre así porque alguien habrá siempre que luche por las libertades y la concordia creativa, por la convivencia entre diferentes como la única llave para llegar a acuerdos generales de convivencia aprovechando la diversidad creativa. Cuando tenemos amigos de verdad, es porque aceptamos y valoramos que piensen diferente a nosotros; nos tienta “convertirles”, pero sabemos que sería el principio del fin de la mejor amistad.

¿Por qué enquistarnos en lo que nos separa, hasta el punto de fomentar la guerra entre naciones y entre personas, en lugar de valorar primero lo que nos une? La fuerza mantiene artificialmente el pensamiento único. Y cada vez que padecemos la uniformidad, estamos en retroceso político, social o religioso. Incluso decimos que Dios está de nuestra parte, los creyentes de todo siglo y condición; es capital que mi ideología triunfe para avanzar, decimos desde la política. La unidad no es uniformidad. El pluralismo y la unidad no tienen por qué ser excluyentes ni contradictorios.  La Torre de Babel quería ser un inmenso icono que simbolizara la uniformidad.

El dogma esencial de lo que surge todo lo demás es el amor, vivido a la manera de Jesús de Nazaret, decimos todos los cristianos. En ello está el Papa Francisco con su apuesta sinodal, a la manera de un Concilio encubierto, en forma de proceso de revisión sobre la forma de ser y actuar de los católicos viviendo su experiencia de fe desde la escucha respetuosa y el servicio con amor.

La globalización financiera es otro intento mendaz para laminar la diversidad en beneficio de un poder económico más centralizado. Afortunadamente, siempre vuelve la necesidad de unirnos y enriquecernos desde la diversidad, recuperar el respeto a la opinión diferente, la escucha activa, la colaboración sincera que propicia compartir lo esencial que nos une, como debiera ocurrir también en el universo fragmentado cristiano.

Ante el diferente, ¿optamos por la imposición o por la convivencia abierta y respetuosa, incluso hasta dejarnos sorprender para salir enriquecidos mutuamente? El resultado de la elección salta a la vista, ya en la vida cotidiana.

Espiritualidad ,

Uniformidad o pluralidad

Sábado, 1 de agosto de 2020
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unnamedPedro Zabala
Logroño.

ECLESALIA, 24/07/20.- Uno de los miedos más comunes es a lo que consideramos diferente. ¿Cuál es el patrón común que sirve para definir lo normal? ¿Existe? ¿Quién o quiénes se irrogan el derecho para señalar cuál sea?

¿No es más cierto que todos somos únicos? Hay aspectos de nuestra ser, de nuestra conducta, que coinciden con los de los demás. Y otros que nos diferencian. ¿Habremos de renunciar a estos últimos para aceptar la uniformidad del rebaño? Y si yo no lo toleraría, ¿con qué razón puedo tratar de exigirlo a los otros?

Si todos somos en algunos aspectos diferentes, ¿no es más lógico que quienes lo sean en más o menos, minoría o mayoría, no tienen que gozar de la misma consideración que el resto de la sociedad?

A esto suele llamarse tolerancia. ¿Pero tolerar no entraña de algún modo como una condescendencia desde una posición de superioridad? ¿No debe hablarse, más bien de respeto, derivado de la común dignidad sagrada que poseemos todas las personas?

¿Cómo comportarnos con los intolerantes? ¿Tratarlos como ellos tratan a los demás? ¿No debemos respetar sus Derechos Fundamentales a la par que impedir que vulneren los de los demás con su intolerancia? ¿No debe estar en el Código Penal tanto los actos directos de intolerancia como la incitación a la misma?

La tentación de todo poder es implantar la uniformidad y ahogar cualquier posible disidencia. De ahí, la necesidad de unos límites claros al ejercicio del poder. Los Derechos Fundamentales consagrados en la Constitución son el marco adecuado y un poder judicial independiente que asegure el cumplimiento de los mismos frente a las abusos tanto del poder ejecutivo y del legislativo.

Pero esa tendencia hacia la uniformidad se da también en cada uno de nosotros.  Nos negamos a admitir que en nuestro interior se dan diferencias significativas. Somos seres complejos, no simples. Esta diversidad no reconocida, ¿no nace de nuestra ego-estima? El ego, esa visión ilusa de nuestra personalidad que nos hemos forjado, es incompatible tanto con el humor como con el amor. Vive soñándonos en una  escala superior a nuestros semejantes. Tendemos a creernos mejores que los otros. A sentirnos monopolizadores de la verdad frente al error en los que se asientan los otros.

No debemos ignorar que la ego-estima se da también a nivel grupal. Nuestro grupo -étnico, lingüístico, ideológico cultural, religioso, de identidad u orientación sexual, económico…- se cree el mejor, el superior, el llamado a dirigir la sociedad, a imponer sus valores, aunque pueda ser condescendiente con los desgraciados de los peldaños inferiores.

La autoestima, el amor auténtico a uno mismo o al grupo en que se vive, es bien distinto. Es capaz de reírse de sí mismo, de hacer autocrítica, de convivir con sus contradicciones e imperfecciones, aunque trate de superarlas. Se sabe complejo, busca la verdad, tanteando a través de sus dudas. Se niega a juzgar a los otros a los que mira con la ternura que no se niega a sí mismo.

La persona auténtica intenta conjugar la lealtad a sus convicciones con el diálogo sincero. No intenta con-vencer, sino avanzar en la verdad, aprendiendo de la parte de verdad que contienen los asertos de quienes discrepan de su postura.

En los Evangelios se relata una parábola en la que Jesús habla de un  campo donde junto a semilla buena que sembró el dueño, brotó cizaña que había introducido su enemigo. Los criados le pidieron permiso para arrancarla. Pero él lo aplazó hasta el momento de la siega.

¿Cuántas veces no somos impacientes y queremos erradicar ya lo que consideramos nocivo? ¿No hemos aprendido las lecciones de tantas veces que posturas y doctrinas que se consideraban dañinas, resultaron beneficiosas? ¿Por qué hemos de pretender ser jueces apresurados?

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

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