25.1.24. Vocación de Pablo, unidad cristiana (Gal 2, 19-21)
Del blog de Xabier Pikaza:
Es unidad horizontal, de diálogo y comunión entre las iglesias que son católicas (universales), ortodoxas (de recta fe), evangélicas (de buena nueva), protestantes (de rebelión contra todo poder opresor), carismáticas (de gracia y vida en el Espíritu santo), petrinas (de Pedro y los Doce), paulinas (de Pablo y los apóstoles), juaninas (del discípulo amado), siendo cristianas (es decir, de Cristo-Mesías).
Es unión en profundidad, buscando aquello que nos vincula y enriquece en lo más hondo, no en detalles superficiales, aprendiendo unos de otros, alegrándonos por todo lo que es bueno en los demás. Lo más hondo no es un mínimo común denominador, sino máximo común misterio, de gratuidad y perdón, llamada de Dios, tarea de gracia… No tenemos vocación, somos vocación (llamada a la vida), no tenemos misión (somos misión/testimonio de gracia al modo de Pablo, en humanidad mesiánica).
| Xabier Pikaza
Morir a la ley, vivir en gracia
Esta es en concreto una fiesta “paulina”, vinculada a la memoria y transformación de Pablo de “Saul/Saulo”, que quiso ser como su antepasado rey triunfador, de la tribu de Benjamín (Flp 3, 4-5)… pero que, al convertirse a Cristo quiso llamarse y se llamó Paulus/Pablo (=el pequeño).
Es la fiesta del cristianismo como llamada/vocación a la vida como don, regalo de amor, no tarea de ley. No vivimos por obligación (ley biológica) como los animales, sino por vocación, porque nos han llamado y queremos responder (de lo contrario no vivimos o mejor que nos matemos) Éste es el tema clave de Gal 1-2, el relato de conversión-vocación más importante de la Escritura judeo-cristiana. Así lo condensamos comentando las palabras centrales de Gal 2, 19-21.
2,19 Por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo. 20Ya no vivo yo, Cristo vive en mí. En cuanto a la vida actual en la carne la vivo por fe en el Hijo de Dios que me ha amado y se ha entregado por mí. 21 No rechazo la gracia de Dios, pues, si la justificación viniera por la ley, Cristo hubiera muerto en vano.
Pablo vive en Cristo crucificado, en aquel que ha muerto por los otros, en manos de Dios. Esta es la experiencia de su resurrección. Vivía antes sometido a una ley que le obligaba a cumplir y cumplir siempre mas obras para ser él mismo, ganando así su identidad, haciéndose así mismo.
En un momento dado (vocación/conversión) descubre que no vive por sí mismo; que su vida se la ha dado (regalado) Dios en Cristo. Es como si él no fuera, no tuviera que ser, que hacerse a sí mismo, porque Dios le ha regalado su existencia. Dios le ha liberado de todas sus obligaciones. No tiene que hacer nada, sino acoger en fe/confianza plena la vida de Dios que le dice “vive, yo vivo en ti”.
Es como si nosotras hubiéramos desaparecido, ya no fuéramos, de forma que estamos identificados con Cristo, aquel que muriendo (superando toda ley) habita en nosotras. Esta es la experiencia más honda que uno puede tener, que es la vivir en otro. Ya no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí, no para borrar y destruir mi identidad, sino para alcanzar la identidad más honda.
Culmina así, de un modo sorprendente el discurso sobre la justificación: No tengo que justificarme de nada. Nada tengo que demostrar. No tengo que subir a ninguna montaña inalcanzable (como Sísifo), ni dar vueltas ni mas vueltas por el mundo (como Ulises), ni ganar mil batallas (como Titán), ni robar fuego a Dios (como Prometeo), ni conquistar Jerusalén (como David…). No tengo que hacer nada, sino ser: dejarme amar, amar de esa manera a otros.
Pero yo, por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios (2, 19).
Este “yo” de Pablo es el yo de un cristiano que viene de la ley, más aún, que ha vivido apasionadamente vinculado a la ley, como alguien que esperaba que ella pudiera salvarle, dándole seguridad y certeza en el mundo: hacer-hacer-ganar, sobresalir de esa manera sobre el mundo, como un conquistador. Pero después, de pronto, ha descubierto que la esa ley de ser haciendo cosas le ha llevado a luchar contra otros y a matarse a sí mismo. Esa ley a matado a Cristo, como inútil.
Pablo se sitúa, nos sitúa, ante una Ley que, por sí misma, cumplida de un modo radical “ha fracasado”, pues desemboca en la muerte de los demás (por ley tenemos que matar a Cristo, que no es legal como nosotros queremos). Por ley fracaso siempre, como sujeto agente de sí mismo, pues no soy lo que yo hago, sino lo que Dios hace y vive en mí.
En su período anterior, Pablo quería ser lo que él era (lo que hacía y merecía por ley); pero ahora descubre que él no e sujeto agente de sí mismo, de manera que no está sujeto a su yo, a sus acciones, sino que ha sido liberado por Jesús de su mismo o anterior, egoísta. mismo hace en él por Cristo.
La experiencia de la vocación o llamada de Dios (de su vida más profunda), que Pablo ha narrado en Gal 1, 15‒17, le ha hecho ver, en contra de todo lo que antes había querido y creído, que precisamente aquel “condenado por la ley” es el Hijo de Dios. El rechazado, el crucificado, el “inútil” es presencia de Dios. En esa línea, una vez que ha creído en Jesús crucificado por la ley, Pablo sabe que él también “ha muerto a la ley” (a una ley que lleva a la muerte).
De esa forma descubre que no tiene nada que lograr ni asegurar medio de sus obras en este mundo). Pues bien, allí donde él ha muerto en un plano de “carne” (de obras humanas), allí donde, según ley, no tiene nada que conseguir por sus obras el puede vivir para Dios o, mejor dicho puede dejar que Dios viva en él.
Estoy (he sido) crucificado en/con Cristo (2, 19).
Esto significa que, en cuanto cristiano, Pablo comparte la muerte de Cristo, no como simple muerte natural, sino como “crucifixión”, como experiencia del fracaso de la ley que, llevada al extremo, cumplida con radicalidad mata al mismo Cristo; esto significa que la ley nos mata, para que así podamos ser nosotros mismos, en él y por él, no por nuestras obras.
Dios ha creado a los hombres en libertad, para que puedan ser ellos por sí mismos. Pero los hombres han convertido esa libertad en principio de envidia y de lucha, de manera que para mantenerse a sí mismos y triunfar ellos han terminado enfrentándose entre sí y matándose unos a otros.
Lógicamente, para mantenerse a sí mismos, en ese contexto de violencia y de imposición sobre los otros, en una estructura legal de poder como el imperio romano o la ley del templo de Jerusalén, los hombres han tenido que matar al “Cristo” de Dios. Por eso, si quiere “ser en Dios”, vivir desde y en Cristo, Pablo tiene que morir a los “poderes” (obras) de este mundo, pero descubriendo que esa muerte es para él un principio de resurrección.
Un mesías que hubiera triunfado por su fuerza mayor (según ley), imponiendo su dominio sobre los demás y sobre el mundo no sería “mesías ¡verdadero”, sino signo y representante de los poderes de destrucción del mundo pecador. Esa ha sido la experiencia (iluminación) mística, que ha cambiado totalmente la existencia de Pablo, que empieza a vivir desde ahora inmerso en ese “fracaso” mesiánico (mundano), que viene a presentarse así como éxito verdadero del Cristo de Dios, esto es, del mismo Dios, y así vive crucificado con él.
‒ Ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí (2, 20).
Pablo no presenta aquí a Jesús como Kyrios/Señor (no hay sí Señor), ni siquiera como Hijo de Dios (aunque podría haberlo hecho desde su más honda experiencia), sino como Cristo, es decir, en la línea mesiánica, israelita en la que él ha vivido inmerso hasta que Dios le ha llamado para vivir en el Cristo que ha muerto por él (Gal 1, 16). Lo que Pablo empieza ahora a decir es una concreción (consecuencia) de la llamada de Cristo: Él está descubriendo y expresando en su vida el sentido de la Cruz, en la que se despliega y realiza la Vida del Cristo, que le integra en su amor, dejándole en plena y total libertad, como Mesías de la vida salvadora entendida como don, como regalo, hasta la muerte por los demás.
La verdadera cruz essuperar la cruz del deber impositivo, la de tener que conquistar el mundo, conquistarse uno a sí mismo. La verdadera cruz es superar todas las cruces en Cristo
Pablo se encuentra así “habitado” por el Cristo de la Cruz, por el mesías que vive dando vida, ofreciendo su experiencia y camino mesiánico a todos los hombres, judíos y gentiles.
Ésta es la mística de la Cruz. No es la mística un Dios absoluto, en general, en quien viven los hombres, ni la mística de Ley como expresión del orden eterno de la realidad, sino la del don o regalo de la vida del Cristo de Dios, que ha muerto por él (por los hombres). Este “fracaso de la ley” queda compensado o, mejor dicho, justificado y superado por la experiencia del crucificado en quien vivimos y somos.
‒ En cuanto a la vida actual en la carne la vivo en la fe en el Hijo de Dios que me ha amado y se ha entregado por mí (2, 20).
Conforme a lo que voy diciendo, la palabra clave es “cristo”, mesías de Israel, crucificado (condenado por la misma ley), para así descubrir, por encima de ella, la experiencia superior de la gracia que se expresa y despliega en la muerte. Frente a un tipo de judaísmo, que guarda silencio ante Dios (quedando sólo ante su Ley en Israel), Pablo se sitúa ante Jesús crucificado (mesías fracasado según ley), descubriendo que ese Jesús crucificado es el Hijo de Dios, que le ama y se ha entregado por él.
Jesús, “Mesías fracasado de Israel” (Hijo de David según la carne: Rom 1, 3‒4), es el Hijo del amor de Dios que vive muriendo por los otros. No ha muerto Dios (como dirá Nietzsche), ha muerto el Cristo de la ley (1 Cor 15, 3-4); le ha matado la ley, él ha muerto en gracia, por amor, sobre toda ley.
Ha muerto el Dios de la superioridad, del poder y obligación, de la ley y el sacrificio… Vive en Cristo el Dios de la gracia y libertad. Dios no se puede “dar” (entregarse) a los hombres en superioridad (desde arriba), pues de hacerlo no sólo les negaría y destruiría, sino que actuaría como poder diabólico de posesión. Conforme a la expresión de 2 Cor 13, 13, Dios se define como amor (agape), que se expresa y despliega por la gracia del Señor Jesucristo, en la comunión del Espíritu Santo.
Según eso, la Cruz/muerte no es sólo el fracaso mesiánico de Israel (Jesús ha sido crucificado por la ley), sino que, siéndolo (muriendo según ley), Cristo es revelación y presencia de amor, Hijo de Dios. Ésta es la certeza suprema de Pablo: Me ha amado y se ha entregado por mí. La experiencia básica del hombre no es la de tener que cumplir una ley, viviendo el dominio o vigilancia de Dios, sino la ser amado y amar . El que cumple una ley puede triunfar a partir de ella, pero es un triunfo que se expresa en el fondo a modo de de dominio; el que triunfa por ley sobre los hombres puede de esa forma dominarles; pero Cristo no ha triunfado sobre los hombres, sino que ha muerto por ellos, para darles gratuitamente vida.
No rechazo la gracia de Dios, pues si la justificación viniera por la ley, entonces Cristo hubiera muerto en vano, pues según ley tendría que haber triunfado (2, 21).
Pablo se sitúa según eso en un plano de pura y total “gratuidad”, ante el Dios que se manifiesta por Cristo, como puro amor gratuito. Si Dios es amor gratuito (cf. 1, 3), la vida entera del hombre ha de entenderse como expresión de plena y total gratuidad: Acoger la voz de Dios, confiar en ella, dejarse hacer y ser como don, puro regalo, eso es ser de y en Dios, dejar que Cristo viva en mí.
Si el hombre tuviera que salvarse por sus obras, es decir, por lo que hace o debe hacer, la muerte de Jesús carecería de sentido, pues ella no es obra de ley, sino todo lo contrario, es el fracaso de todas las obras de ley de los hombres. Jesús no ha muerto como un héroe militar, triunfando de hecho al morir en la batalla, sino al contrario: Ha muerto como un fracasado de amor. Ha querido abrir un camino de gratuidad, pero le han matado. Pues bien, conforme a la experiencia pascual, ese fracaso ha sido el triunfo de Dios, experiencia clave de resurrección.
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