La profesora de 2º de Infantil estaba explicando a la clase que las personas se dividen en dos sexos, masculino y femenino, cuando Guille levantó el dedo y lanzó una pregunta para la Historia:
– Seño, ¿y dónde está el otro?
La mujer fue presa de sus propias cejas sorprendidas, se recuperó con una sonrisa que iba a ser condescendiente y, cuando estaba a punto de responder al pequeñajo desde el orden aprendido, se acordó de que Guille, con sus cuatro añitos sin intoxicar, tiene una hermana transexual.
No hay cuerpos erróneos. Los genitales son una cosa y el sexo sentido otra, niñas con pene y niños con vulva intentando explicarle al mundo que la Naturaleza no se confunde, que igual el error lo ponemos nosotros cuando les vemos por fuera sin oírles por dentro. Y unas leyes que no les cambian el nombre ni el sexo que les escribimos al nacer, que no les dejan hormonarse si quieren, que les patologizan la vida que sienten y que deciden por ellos qué ser.
Hay un aire doble en este camping de la provincia de Madrid donde 36 familias con hijos transexuales desde los dos años de edad hasta los 17 vivieron el fin de semana pasado dos días de tolerancia y resurrección ante los ojos de EL MUNDO. El oxígeno de los juegos, las comidas, el fútbol, la piscina y el bosque traen aroma de fiesta y escondite, pero del bueno, del de contar hasta 20. Pero el viento de las mesas redondas y los talleres huele a protesta y a lágrimas tristes de antes y felices de ahora.
«A mi hija, que nació como niño y siempre se ponía en la fila de las niñas o se apuntaba a papeles de niña en el teatro del cole, le daban collejas, capones, tortazos, le apretaban el cuello y la insultaban. Era el maricón de la clase, ya sabes. Pero desde hace un año, cuando hicimos el tránsito y todos lo entendieron, es una cría feliz. El primer día que se vistió de niña íbamos de la mano hacia el colegio y me dijo: ‘Mamá, me mira todo el mundo’. Y yo le contesté. ‘Claro, hija, porque eres preciosa’».
A Michele y a Francis se les cae la emoción por las mejillas cuando se acuerdan. Les habían dicho que su caso era único y resulta que no, que hay miles de críos y de crías en este país creciendo en un sexo distinto al de sus genitales pero igual al de sus sentimientos, «sabiendo que no están en cuerpos equivocados, orgullosos de lo peculiares que son», como dice la sexóloga Almudena Herranz.
‘Se ha hecho cortes en el pene. Nos dice que cuándo se le va a caer. Ahora se lo mete para adentro y se hace daño…’
Y, sin embargo, ahí los tienen, pasando examen en las Unidades de Trastorno de Identidad de Género. «El trastorno lo tiene el tipo que piensa que la Naturaleza tiene un trastorno», dice entre las risas de las familias el catedrático de Filosofía y profesor de Antropología en la UNED Juan Gavilán.
Acaba de sentarse Juan ante un puñado de madres y padres recién aprendidos, gente que ha sufrido el sufrimiento de sus hijos y que ahora ya lo comprende todo. «No hay un curso normal de la diferenciación sexual; un niño de dos años puede entender más de dos sexos. Vuestros hijos no viven en cuerpos equivocados. Yo he oído a mujeres adultas decir: ‘Yo soy una mujer con pene y soy feliz’. El pene de una mujer transexual no es el pene de un hombre, sino el de una mujer. Las nuevas generaciones de transexuales van a cambiar la Historia, no caerán en la disforia de género y en el sufrimiento, no les pasará como a esos chavales a los que han echado de sus casas y están viviendo en la calle».
Pero el futuro queda muy lejos cuando tienes cuatro años. Como la hija de Malena, que lleva dos renegando de su pene. «Ya se ha hecho cortes tres veces. Llora mucho, nos dice que ella es una niña, que no quiere tener eso que le cuelga y nos pregunta que cuándo se le va a caer. Últimamente se lo mete hacia adentro y se hace daño».
Malena lo cuenta en un corrillo empañando sus gafas. Alguien le coge las manos y aprieta. Malena anda con pena de ver a su niña vista como niño por sus amigos, su barrio, su colegio. Y sus papeles.
Porque aquí, en este aquelarre de abrazos, experiencias y esperanza que ha organizado la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, la ley está saliendo mal parada. «Las personas tienen derecho a vivir la infancia con arreglo a su identidad sexual y no tienen por qué exponer su situación ante nadie. Pero el Estado decide qué se hace con el niño. O sea, una injerencia. No le permite el cambio de nombre, ni de género, ni la hormonación. No le permite nada porque es un menor. No hay una ley integral que permita rectificar el error registral cuando nació o que acoja su derecho a recibir tratamiento hormonal antes de que empiece su desarrollo. En el Derecho no está prevista la existencia de menores transexuales». Habla Javier Maldonado, experto en Derecho y miembro de la directiva de Chrysallis. Y hay aplausos como de empatía. «La ley de 2007 sólo cambia el género a los adultos si se les ha diagnosticado disforia y han seguido un tratamiento de dos años. Es una ofensa a los menores, porque les excluye. Es una ignominia», continúa Javier entre cabezas que asienten.
Les hablan de ‘trastorno’, les ven médicos de adultos, les impiden cambiar de género y les niegan las hormonas
Por eso Chrysallis va a pedir que el Gobierno incluya una disposición en la futura Ley de Protección de la Infancia que reconozca específicamente el derecho de los menores transexuales a desarrollarse conforme a su identidad sexual, un pellizco dado ya por el Consejo Económico y Social, que ha sugerido que la ley incluya el concepto de identidad sexual al desarrollar qué debe entenderse por interés superior del menor.
Interés superior del menor… Debe ser que en España a los niños transexuales no los atiendan los pediatras, sino los endocrinólogos y los psiquiatras de adultos, como denuncia Natalia Aventin, presidenta de Chrsyallis, o que los padres tengan que oír a un sociólogo decirle a María, de 7 años: «Tú tienes un problema, diga lo que diga tu madre».
Interés superior del menor es hoy el partido que están echando los chicos y algunas chicas, fútbol sin género con todos los géneros. Y la piscina, donde los chavales hablan en pandilla y los más pequeños juegan a aguantar bajo el agua. O sea, como fuera.
Aquí nadie se diferencia. Hay hermanos trans y hermanos no trans, amigos nuevos venidos de media España que no se preguntan cómo nacieron, sino a qué van a jugar antes de la cena. Aquí, en la vida sentida, la transexualidad ni siquiera es un sustantivo. Es como si no existiera.
Los tres mayores del grupo, dos chicos y una chica con 17 años nuevos, han decidido contar cómo es la vida con los bloqueadores hormonales, eso que el pediatra endocrinólogo Julio Guerrero ha explicado a los padres ilusionados: «Evitan los caracteres sexuales no deseados y estimulan los deseados».
Los adolescentes hablan a los padres y a otros niños. Nosotros les regalamos la intimidad. Y al salir, los chicos parecen por fuera lo que son por dentro y se pasan el domingo acicalados por la alegría, esa ropa de estreno que se pusieron hace un año y que ya no soltarán jamás.
Como la hermana de Guille…
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