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Sábado Santo, Santo entierro: No quiso tumba, sino vivir en los hombres

Sábado, 30 de marzo de 2024
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Del Blog de Xabier Pikaza:

“Jesus no quiso un buen entierro, sino que llegara el Reino”

La tumba de los santos y fundadores de religiones suele ser un lugar sagrado. Pero ni Moisés ni Jesús tienen tumba.

Jesús nunca hubiera querido tener una tumba de honor, mientras los demás no la tenían. No quiso un buen entierro, sino que llegara el Reino. Por eso, los cristianos no pueden ser ni han sido veneradores de tumbas.

Jesús no es un cuerpo para monumento, una momia incorrupta o unos huesos santos, sobre los que pueden edificarse grandes pirámides o basílicas, para enterrar así la llama de su vida.

Jesús es un muerto sin sepulcro, un Muerto Vivo, pues ha empezado a resucitar no sólo en Dios que resucita a los muertos (cf. Rom 4, 23), sino en la fe de sus discípulos, en la vida de los hombres y mujeres que le aceptan, con todos los que han muerto y han sido sepultados como él en la fosa común de la historia.

Por eso, los cristianos no van a Jerusalén a ver la tumba de Jesús, sino a descubrir que Jesús no tiene tumba, pudiendo confesar así mejor su resurrección.

Tumba vacía, un muerto sin sepultura.

Muchas religiones han sido (y son) formas de sacralizar a los muertos (para pedir que ellos asciendan a lo divino o para impedir que retornen a este mundo). Solemos echar sobre ellos una capa de tierra o una losa, les encerramos bien o los quemamos, para que no salgan, de manera que podamos seguir viviendo nosotros, como si nada hubiera pasado, hasta que al final nos entierren también o nos quemen en un horno, para que todo siga (y así continúe la historia de violencia sobre el mundo).

Pero Jesús y los que han muerto con él no han terminado de esa forma: no pudieron arrojarles a una tumba bien cerrada, sin salida, sino que han salido y viven (hacen vivir), como indicaré evocando algunos rasgos sorprendentes y gozosos de la primera tradición cristiana.

Un Mesías sin tumba. Para sus primeros seguidores, Jesús fue un muerto sin tumba; su memoria no estuvo vinculada a un monumento donde se guardaron y se siguieron venerando por siglos sus huesos, como sucede con muchos sepulcros que llenan el duro valle de Josafat, junto a Jerusalén. Los cristianos comienzan su andadura histórica con un «menos» (no tienen ni siquiera el consuelo de la tumba). Pero ese menos se ha trasformado en un «más»: no poseen una tumba porque «tienen a Jesús todo entero», animándoles a retomar el camino del Reino.

Desde ese fondo han de entenderse algunos textos centrales de los evangelios en los que Jesús había condenado la religión de los sepultureros aprovechados: «Deja que los muertos entierren a los muertos…» (Lc 9, 59-60; cf. Mt 8, 21-22). «Ay de vosotros que edificáis los sepulcros de los profetas…» (Lc 11, 47-48; cf. Mt 23, 29-32). Jesús, que protestaba contra los constructores violentos de tumbas, no había comprado en Jerusalén una parcela donde pudieran enterrarle, ni quiso que le edificaran una tumba. No murió para dejar un monumento glorioso, sino para seguir viviendo en los pobres que mueren y esperan el Reino de Dios.

Sepulcros de adorno mentiroso. Jesús criticó una religión de «sepulcros blanqueados» (Mt 23, 27), propia de aquellos que elevan tumbas hermosas para los mismos muertos a quienes ellos o sus padres han asesinado (religión de muerte) para así seguir asesinando (religión que mata). Los que edifican sepulcros suponen que están honrando la memoria de los muertos, pero hacen algo diferente: quieren enterrar mejor a los asesinados, aprovechando su memoria para continuar imponiendo su violencia (es decir, para matar a los profetas del presente). El evangelio de Mateo ha insistido en el tema, aplicándolo a los escribas y fariseos (judíos de diversas tendencias, incluso judeo/cristianos): «Con esto dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres!» (Mt 23, 31-32).

Al construir los monumentos de los profetas asesinados, diciendo así que quieren distanciarse de sus padres asesinos, los hijos siguen aprobando la violencia de esos padres y viviendo de ella. Necesitamos destruir para afirmarnos, matar para justificarnos, de manera que nuestra misma estructura social tiende a mostrarse como culto a la destrucción. Primero matamos y después (al mismo tiempo) divinizamos o sacralizamos a los muertos, para justificarnos mejor. Jesús descubrió y denunció ese mecanismo de muerte (vinculado al sistema religioso/social de Jerusalén) y por eso, entre otras cosas, le mataron.

No hubo «santo» entierro, ni Jesús tuvo sepultura honrada. La tradición más antigua es muy sobria y sólo dice que «fue enterrado» (1 Cor 15, 4), afirmando así que murió del todo y no pudo revivir en este mundo viejo (en contra de los que dicen que despertó en la tumba y salió para marchar hasta Cachemira). Algunos cristianos posteriores quisieron saber dónde se hallaba su tumba, suponiendo que debía ser «honorable», como aquellas que se hacían construir algunos ricos de Jerusalén. Pero, en contra de esa posibilidad (¡una tumba distinguida de Jesús!) se viene elevando desde antiguo un argumento muy sólido: los romanos solían dejar que los ajusticiados públicos quedaran sobre el patíbulo, para escarmiento general, o los arrojaban a una fosa común donde se consumían, sin cultos funerarios, también para escarmiento de otros posibles malhechores.

Cómo fue el entierro de Jesús.

 Muchos afirman que Jesús no fue enterrado con honor, sino arrojado por los mismos verdugos romanos a una fosa o pudridero para condenados, donde ningún hombre puro podía acercarse, pues su contacto manchaba. Pero otros piensan que, conforme a la tradición de los evangelios, resulta más probable que le enterraran “los judíos”, es decir, los delegados del Sanedrín o las autoridades israelitas de Jerusalén, que pidieron a Pilato los cuerpos de los ajusticiados, pues, quedándose al raso a lo largo de la noche, habrían manchado la tierra y corrompido la ciudad, sobre todo en una fiesta como Pascua (Jn 19, 31-37; cf. Dt 21, 22-23).

 Parece que Hech 13, 29 nos sitúa en esa misma línea, cuando afirma que «los judíos bajaron a Jesús de la cruz y lo enterraron». Sea como fuere, no hubo un “santo entierro” en el sentido piadoso del término: le bajaron de la cruz y le pusieron bajo tierra los representantes de los asesinos, para que todo pudiera seguir su curso, como si nada hubiera sucedido. Críticamente, leyendo en el fondo de los textos, se pueden trazar tres posibilidades, y las tres encuentran defensores entre los historiadores actuales, cristianos o no cristianos.

Le enterraron soldados romanos. Los judíos podrían haber pedido a Pilatos que bajara de la cruz a los tres ajusticiados, pero fueron los mismos soldados romanos quienes les enterraron, en una fosa común o sumidero para condenados, allá cerca, en algún hueco de la cantera abandonada de la crucifixión (bien analizada por los arqueólogos), llamada Gólgota o Calvario, Lugar de Calavera (cf. Mc 15, 22; Lc 23, 33). Había allí huecos abundantes para muertos.

Delegados del sanedrín. Otros investigadores piensan que los delegados del Sanedrín judío pidieron los cadáveres y ellos mismos los enterraron con prisa, antes de que llegara el sábado pascual, sin unción ni ceremonia funerarias, en una fosa común de ajusticiados e impuros, no en el Gólgota, sino al otro lado de la colina, quizá en el valle de la Gehenna (lugar asociado a la muerte). En este caso, lo mismo que en el anterior, los discípulos (mujeres) podrían haber mirado de lejos el “entierro apresurado de Jesús”, pero sin participar en él, ni poder separar después el cadáver de Jesús de los otros cadáveres, de manera que se quedaron sin su cuerpo.

Amigos de Jesús. Esta posibilidad es una ampliación de la anterior. No se puede negar la posibilidad de que Jesús hubiera tenido un amigo judío “influyente”, llamado José de Arimatea, un “aristócrata bueno”, que consiguió que le dieran el cuerpo y lo enterró de prisa, pero con cuidado, mientras las mujeres amigas miraban de lejos, sin poder acercarse a su tumba “noble y pura”, excavada en la roca. Los cristianos debieron reconocer que ellos no habían enterrado a Jesús: ¡No tenían autoridad para eso! Pero pudieron añadir que le enterró un buen judío, amigo de Jesús, y que las mujeres miraban de lejos. (Pues bien, en ese caso, si José era amigo ¿por qué no llamó a las mujeres o se acercaron ellas para acompañarle y ayudarle?). Sea como fuere, los cristianos podían decir que el sepulcro de Jesús fue limpio, propiedad de un rico (pues sólo los ricos podían tener un sepulcro así en Jerusalén)

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La piedra, la grieta y el espacio de la tumba

Sábado, 6 de mayo de 2023
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Resurrección2

ECLESALIA, 21/04/23.- Estos días me hicieron pensar mucho en las grietas y en el espacio que se abre cuando miramos una grieta. Aunque parezca loco se me presenta como algo similar al milagro. Ninguno se entiende de entrada. El milagro deslumbra y no nos podemos acercar, la grieta abisma y nos hace retroceder. De ambos somos testigos pero no los atravesamos… uno por luminoso, la otra por oscura y profunda.

¿Qué hay más allá de ambos? Se esconde el misterio… como un pozo insondable y rico de donde mana todo lo que queremos que mane… el agua viva, la vida nueva, la esperanza de algo que viene; es tocar la comprensión de lo incomprensible.

A raíz de la muerte de mi hijo querido, amado más aún en su ausencia, se me presentan las opciones del misterio como un abanico de esperanzas que me hablan de la vida más allá de la muerte en la tumba. La tumba cerrada no sirve, la grieta en la roca es oportunidad de vida.

Las mujeres estamos invitadas a alumbrar los rincones de muerte, a reconocer la vida que hay detrás de un agujero irrelevante para muchos. Pasar al otro lado de la grieta, del resplandor, del agujero, es Paso; Paso es Pascua.

*

Cristina Monsegur
Comunidad de Lourdes de Beccar,
Buenos Aires (Argentina).

***

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(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Sábado Santo, Santo entierro: No quiso tumba, sino vivir en los hombres

Sábado, 3 de abril de 2021
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Del Blog de Xabier Pikaza:

“Jesus no quiso un buen entierro, sino que llegara el Reino”

La tumba de los santos y fundadores de religiones suele ser un lugar sagrado. Pero ni Moisés ni Jesús tienen tumba.

Jesús nunca hubiera querido tener una tumba de honor, mientras los demás no la tenían. No quiso un buen entierro, sino que llegara el Reino. Por eso, los cristianos no pueden ser ni han sido veneradores de tumbas.

Jesús no es un cuerpo para monumento, una momia incorrupta o unos huesos santos, sobre los que pueden edificarse grandes pirámides o basílicas, para enterrar así la llama de su vida.

Jesús es un muerto sin sepulcro, un Muerto Vivo, pues ha empezado a resucitar no sólo en Dios que resucita a los muertos (cf. Rom 4, 23), sino en la fe de sus discípulos, en la vida de los hombres y mujeres que le aceptan, con todos los que han muerto y han sido sepultados como él en la fosa común de la historia.

Por eso, los cristianos no van a Jerusalén a ver la tumba de Jesús, sino a descubrir que Jesús no tiene tumba, pudiendo confesar así mejor su resurrección.

Tumba vacía, un muerto sin sepultura.

Muchas religiones han sido (y son) formas de sacralizar a los muertos (para pedir que ellos asciendan a lo divino o para impedir que retornen a este mundo). Solemos echar sobre ellos una capa de tierra o una losa, les encerramos bien o los quemamos, para que no salgan, de manera que podamos seguir viviendo nosotros, como si nada hubiera pasado, hasta que al final nos entierren también o nos quemen en un horno, para que todo siga (y así continúe la historia de violencia sobre el mundo).

Pero Jesús y los que han muerto con él no han terminado de esa forma: no pudieron arrojarles a una tumba bien cerrada, sin salida, sino que han salido y viven (hacen vivir), como indicaré evocando algunos rasgos sorprendentes y gozosos de la primera tradición cristiana.

Un Mesías sin tumba. Para sus primeros seguidores, Jesús fue un muerto sin tumba; su memoria no estuvo vinculada a un monumento donde se guardaron y se siguieron venerando por siglos sus huesos, como sucede con muchos sepulcros que llenan el duro valle de Josafat, junto a Jerusalén. Los cristianos comienzan su andadura histórica con un «menos» (no tienen ni siquiera el consuelo de la tumba). Pero ese menos se ha trasformado en un «más»: no poseen una tumba porque «tienen a Jesús todo entero», animándoles a retomar el camino del Reino.

Desde ese fondo han de entenderse algunos textos centrales de los evangelios en los que Jesús había condenado la religión de los sepultureros aprovechados: «Deja que los muertos entierren a los muertos…» (Lc 9, 59-60; cf. Mt 8, 21-22). «Ay de vosotros que edificáis los sepulcros de los profetas…» (Lc 11, 47-48; cf. Mt 23, 29-32). Jesús, que protestaba contra los constructores violentos de tumbas, no había comprado en Jerusalén una parcela donde pudieran enterrarle, ni quiso que le edificaran una tumba. No murió para dejar un monumento glorioso, sino para seguir viviendo en los pobres que mueren y esperan el Reino de Dios.

Sepulcros de adorno mentiroso. Jesús criticó una religión de «sepulcros blanqueados» (Mt 23, 27), propia de aquellos que elevan tumbas hermosas para los mismos muertos a quienes ellos o sus padres han asesinado (religión de muerte) para así seguir asesinando (religión que mata). Los que edifican sepulcros suponen que están honrando la memoria de los muertos, pero hacen algo diferente: quieren enterrar mejor a los asesinados, aprovechando su memoria para continuar imponiendo su violencia (es decir, para matar a los profetas del presente). El evangelio de Mateo ha insistido en el tema, aplicándolo a los escribas y fariseos (judíos de diversas tendencias, incluso judeo/cristianos): «Con esto dais testimonio contra vosotros mismos de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros, pues, colmad la medida de vuestros padres!» (Mt 23, 31-32).

Al construir los monumentos de los profetas asesinados, diciendo así que quieren distanciarse de sus padres asesinos, los hijos siguen aprobando la violencia de esos padres y viviendo de ella. Necesitamos destruir para afirmarnos, matar para justificarnos, de manera que nuestra misma estructura social tiende a mostrarse como culto a la destrucción. Primero matamos y después (al mismo tiempo) divinizamos o sacralizamos a los muertos, para justificarnos mejor. Jesús descubrió y denunció ese mecanismo de muerte (vinculado al sistema religioso/social de Jerusalén) y por eso, entre otras cosas, le mataron.

No hubo «santo» entierro, ni Jesús tuvo sepultura honrada. La tradición más antigua es muy sobria y sólo dice que «fue enterrado» (1 Cor 15, 4), afirmando así que murió del todo y no pudo revivir en este mundo viejo (en contra de los que dicen que despertó en la tumba y salió para marchar hasta Cachemira). Algunos cristianos posteriores quisieron saber dónde se hallaba su tumba, suponiendo que debía ser «honorable», como aquellas que se hacían construir algunos ricos de Jerusalén. Pero, en contra de esa posibilidad (¡una tumba distinguida de Jesús!) se viene elevando desde antiguo un argumento muy sólido: los romanos solían dejar que los ajusticiados públicos quedaran sobre el patíbulo, para escarmiento general, o los arrojaban a una fosa común donde se consumían, sin cultos funerarios, también para escarmiento de otros posibles malhechores.

Cómo fue el entierro de Jesús.

 Muchos afirman que Jesús no fue enterrado con honor, sino arrojado por los mismos verdugos romanos a una fosa o pudridero para condenados, donde ningún hombre puro podía acercarse, pues su contacto manchaba. Pero otros piensan que, conforme a la tradición de los evangelios, resulta más probable que le enterraran “los judíos”, es decir, los delegados del Sanedrín o las autoridades israelitas de Jerusalén, que pidieron a Pilato los cuerpos de los ajusticiados, pues, quedándose al raso a lo largo de la noche, habrían manchado la tierra y corrompido la ciudad, sobre todo en una fiesta como Pascua (Jn 19, 31-37; cf. Dt 21, 22-23).

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El epitafio de Don Pedro Casaldàliga: “Para descansar, una cruz de palo, con lluvia y sol”. Descansa en el cementerio de los olvidados.

Viernes, 14 de agosto de 2020
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Tumba de Pedro Casaldáliga – Foto Rômulo

A sus 92 años y aquejado de Parkinson, el obispo-poeta preparó su “marcha”

Quiso que se excavase su tumba en el cementerio de los excluidos, frente al río Araguaia

Era el cementerio de los sin tierra, de los que casi no tenían sitio para enterrarse. En aquella época en la que morían los niños por decenas y sus padres los enterraban en cajas de zapatos

El grito por la tierra y por la libertad recorre las estrofas de su poema-epitafio: “Para descansar / eu quero só / esta cruz de pau / com chuvia e sol / estes sete palmos / e a Ressurreiçao”

“Se hizo solidario con los que Dios se solidarizó, los abandonados, los excluidos, los esclavos”

Luis Miguel Modino: Pedro descansa donde siempre soñó, a la orilla del Araguaia, entre un peón y una prostituta

Foro ‘Curas de Madrid y Más’: “Dom Pedro dio forma a una manera nueva de sentirse Iglesia y de estar en la Iglesia”

Padre Ángel: “Casaldáliga me contó que le tuvieron que dejar una sotana para verse con Juan Pablo II”

Pedro Casaldáliga y su amor a María

“Casaldàliga vivía pobremente y vibraba con el evangelio

Pedro Pierre: “Casaldáliga, el último profeta de la Iglesia de los Pobres en América Latina”

“Para descansar / eu quero só / esta cruz de pau / com chuvia e sol / estes sete palmos / e a Ressurreiçao”. Éste es el epitafio que Don Pedro Casaldàliga quiso que se colocase sobre su tumba, en el cementerio de los excluidos de Sao Felix, mirando a la belleza sin par del río Araguaia.

El epitafio es la estrofa de un poema escrito por el propio Don Pedro, que me mostró con temor y temblor su ex vicario general, el agustino Félix Valenzuela. Escrito a máquina, en un folio, que su amigo y estrecho colaborador desde hace tanto tiempo conservaba doblado en su cartera. Como una reliquia, como un tesoro, cromo un deber doloroso, pero necesario.

Lúcido, pero con un Parkinson que ha avanzado sin cesar y ya apenas le permitía hablar, hace años que Casaldàliga, plenamente consciente de su situación, tenía todo previsto. No quería dejar problemas a sus amigos agustinos. Sólo su amor entregado a jirones, su memoria agradecida y sus recuerdos sembrados por toda la casa.

Sus últimas voluntades son sencillas, como su vida entera. Sicut vita, finis ita (morimos como vivimos). Un epitafio en forma de poema. Lo lógico en un poeta del fuste de Casaldàliga. Y una simple tumba, sin ostentación alguna, en un cementerio abandonado.

En el poema dedicado a su epitafio y titulado ‘Cementerio de sertao’ enumera los elementos esenciales de su descanso eterno

En el estribillo del poema dedicado a su epitafio y titulado ‘Cementerio de sertao’ enumera los elementos esenciales de su descanso eterno: la cruz de palo, la lluvia y el sol, los siete palmos de tierra preceptivos para enterrar en Brasil, y la Resurrección.

Pedro_descansa_a_la_orilla_del_AraguaiaPara morir solo los siete palmos, no quería ni necesitaba más. Pero, para vivir, la parte justa de tierra. Por eso, el grito por la tierra recorre de principio a fin el poema de su epitafio. A luchar por ella dedicó su vida y quiere entregar también su muerte, como ofrenda última. Por ese derecho sagrado a la tierra que no es de los latifundistas, doctores Nadie, sino de Dios.

En la segunda estrofa sigue resonando el grito de la tierra para los sin tierra en un país de enormes latifundios. El derecho a la tierra por encima de la ley de los hombres y siguiendo la ley de la propia Tierra, a la que tienen derecho también los pobres “sin voz y sin vez” y sus hijos. Porque los hijos de la gente son gente también. Personas humanas con su sacrosanta dignidad.

El grito de la tierra sigue presente en la tercera estrofa. Ese grito por el que se jugó la vida en varias ocasiones y que le costó la muerte a su compañero sacerdote Joao Bosco, asesinado por una bala que iba destinada al obispo.

Por eso proclama que ese derecho a la tierra no se podrá detener ni con dinero ni con alambradas, porque los pobres también tienen facas. Las armas de la no violencia activa, con la que defienden sus derechos. La no violencia activa que son los brazos de los pobres que rodean cielo y tierra.

Y en la última estrofa añade al grito de la tierra el de la libertad. No basta tener tierra. Los pobres exigen tierra y libertad. No hay una sin las otra ni otra sin la una. Dos derechos que se exigen. No como si se pidiese limosna ni como si los pobres tuviesen que comprar lo que les pertenece. Porque en el reino del diablo-dinero, los pobres no se venden y los ricos, por muy  podridos que estén de dinero, nunca podrán comprar a Dios.

Ese epitafio-grito por el derecho a la tierra quiso Casaldáliga que aparezca en su tumba situada en un cementerio abandonado a las afueras de la ciudad de Sao Felix. Era el cementerio de los sin tierra, de los que casi no tenían sitio para enterrarse. En aquella época en la que morían los niños por decenas y sus padres los enterraban en cajas de zapatos.

En este cementerio de los excluidos sólo quedan unas cuantas cruces y tumbas sin nombre. Muertos desconocidos, condenados en vida a la esclavitud de la falta de tierra propia y, en la muerte, al olvido. Nadie los recuerda. Nadie les lleva flores. Nadie los llora.

En la actualidad, el cementerio está totalmente abandonado y cubierto de zarzas y matojos. En el centro del otrora camposanto, todavía campea una gran cruz sobre unos cuantos peldaños de cemento. Al lado, un mango enorme. Y, delante, el río Araguaia, ancho, bello y caudaloso, que discurre casi lamiendo las paredes del cementerio de los olvidados.

Ahí, en el cementerio de los suyos, de aquellos por los que entregó su vida, quiso ser enterrado. El obispo de los excluidos, descansando eternamente con los abandonados. Y seguro que, tras su muerte, el cementerio no va a tardar en convertirse en un lugar de peregrinación. Por la carretera y por el río, que tantas veces surcó en canoa de remos, seguirán llegando los lamentos de los sin tierra, el llanto de los negros, las lágrimas de los campesinos y los sonidos de la danza de la paz de los indios karajás, que siguen habitando enfrente, en la isla fluvial más grande del mundo. Al santuario de San Pedro Casaldáliga. Ruega por nosotros.

Entierro_de_Pedro_-_Foto_Romulo

 

Cemiterio de sertao

Para descansar
eu quero só
esta cruz de pau
com chuva e sol,
este sete palmos
e a Resurreiçao!
Mas para viver
eu já quero ter
a parte que me cabe
no latifundio seu:
que a terra nao é sua,
seu doutor Ninguém!
A terra é de todos
porque é de Deus!

Para descansar…

Mas para viver,
terra eu quero ter.
Com Incra ou sem Incra,
comn lei ou sem lei.
Que outra Lei mais alta
já a Terra nos deu
a todos os probes
sem voz e sem vez;
que os filhos da gente
sao gente também!

Para descansar…

Mas para viver,
terra exijo ter.
Dinheiro e arame
nao nos vao deter.
Mil facoes zangados
cortam para valer.
Dois mil braços juntos
cercam terra e ceu.

Para descansar…

Mas para viver,
terra e liberdade
eu preciso ter.
E nao peço esmola
nem compro o que é meu.
A Sudam e o diabo
podem se vender:
gente nao se vende,
nem se compra Deus!

Para descansar…

Rodeado_de_sus_amigos_-_Foto_Romulo

Fuente Religión Digital

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An arounded tomb (Una tumba rodeada)

Miércoles, 4 de julio de 2018
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Del blog Nova Bella:

a_02*

Lo que sobrevivirá de nosotros es el amor

*

Philip Larkin

***

Time has transfigures them into
Untruth. The stone fidelity
They hardly meant has come to be
Their final blazon, and to prove
Our almost-instinct almost true:
What will survive of us is love.

*

El tiempo los ha transfigurado
en la falsedad. La fidelidad
de piedra que apenas significan ha llegado
a ser su blasón final, y para demostrar
que nuestro casi instinto es casi verdadero:
lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.

larkinh

***

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“La tumba de Jesús: Mensajes y enigmas”, por José Luis Ferrando Lada

Sábado, 3 de diciembre de 2016
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mideast-jerusalem-jes_cavaHace unos días, por primera vez en cientos de años, la piedra de mármol sobre la tumba de Jesucristo en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén fue levantada como parte de las renovaciones que están realizándose en el lugar santo. La renovación de la estructura empezó hace varios meses después de que se alcanzó un acuerdo histórico entre las tres iglesias principales –la ortodoxa griega, la católica y la armenia– que comparten un acuerdo de “statu quo” en Jerusalén.

Los funcionarios de antigüedades advirtieron sobre el estado de la estructura. A raíz de esto, los representantes de las tres iglesias que participan en el funcionamiento del sitio comenzaron a celebrar negociaciones y, finalmente llegaron a un acuerdo. Según este, la renovación estaría dirigida por la Universidad Técnica Nacional de Atenas bajo la supervisión del Patriarcado Ortodoxo Griego y la Custodia de Tierra Santa de los Franciscanos.

La renovación es sustancial e incluye el desmantelamiento de los cables metálicos puestos por los británicos, en 1947, y poner grandes barras de metal en el interior de las columnas y la inyección de materiales similares al cemento dentro de las grietas y hendiduras en las piedras para reforzarlas.

Parte de la estructura en sí también se puede desmontar para ser restaurada de forma independiente antes de que se vuelva a colocar en el lugar sagrado. Una renovación a fondo para preservar este lugar sagrado. El hecho de levantar la losa ha suscitado en Jerusalén y en todo el mundo no sólo grandes emociones y expectativas, sino también leyendas urbanas, alimentadas por la imaginación y la creatividad. El cine y la literatura están llamando a la puerta… Tiempo al tiempo.

En cualquier caso, a mis profesores Virgilio Corbo y Bellarmino Bagatti, les hubiera gustado estar presentes en el momento del levantamiento de la losa. Corbo es de los últimos en realizar un amplio estudio del área del Sepulcro, publicado por el Estudio Bíblico de los Franciscanos de Jerusalén en cuatro volúmenes, pero siempre en las áreas cercanas, nunca en el interior del templete. Por eso, desde la arqueología será tan importante el estudio de todo el material existente debajo de la losa y alrededores.

Sin duda, el trabajo de mi compañero Eugenio Alliata, arqueólogo encargado por los Franciscanos del seguimiento de las obras y del estudio de esa área, será decisivo.

Es muy importante, sobre todo, autentificar el trabajo realizado por los arquitectos de la época constantiniana, siglo IV, al desmantelar la zona de la “Aelia Capitolina” del emperador Adriano (siglo II), que escondía debajo los monumentos sagrados del Calvario y del Santo Sepulcro. Esto es fundamentalmente el “quid” de la cuestión.

Ahora hay que dejar que la arqueología trabaje con tranquilidad y sosiego, al margen de los posibles sensacionalismos, siempre tendenciosos. El momento para realizar un re-estudio de la zona con las modernas tecnologías es desde luego óptimo, por eso antes de avanzar cualquier conclusión será importante una serena espera. El enigma más importante es corroborar todos los datos literarios y arqueológicos en torno al Santo Sepulcro, desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta nuestros días.

Algunas especulaciones teológicas en torno a la Resurrección que se han suscitado en estos días, desde ámbitos fundamentalistas, están bastante obsoletas. Estamos ante un sepulcro siempre vacío. Así ha sido y así será…como dice mi amigo, Jesús Bastante: “A la espera de más detalles, lo cierto es que el misterio sobre la muerte y Resurrección de Jesús continúa. Y también que, más allá de un cuerpo o no, la verdad de la fe se basa en el mismo relato de Lucas: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”.

Evidentemente, aún teniendo en cuenta el grave deterioro del monumento, el hecho de ponerse de acuerdo las tres grandes Iglesias en la restauración del mismo es un gran mensaje ecuménico. En un lugar, en el que cada milímetro cuadrado está en disputa, es un milagro esta posibilidad.

Sin duda, el ecumenismo práctico que propugna el Papa Francisco está contribuyendo a estas iniciativas. Esperemos que desde ahora desaparezcan esas escenas de violencia por los conflictos de uso y propiedad de los santos lugares. No me cabe la menor duda, que el anterior Custodio, y actualmente, Administrador Apostólico del Patriarcado de Jerusalén, Pizzaballa, habrá contribuido positivamente a esta iniciativa.

No estaría de más que cundiera el ejemplo en Jerusalén y en Tierra Santa para que algunos otros lugares, que están pendientes desde hace siglos, pudieran ser examinados de manera sistemática por los arqueólogos. Por ejemplo: la Tumba de los Patriarcas en Hebrón o el área de Templo de Jerusalén. Esto, hoy por hoy, es utópico. La ciencia y la fe todavía casan mal en esas tierras. Sin olvidar la situación política del conflicto palestino-israelí, en su vertiente de la disputa por la propiedad de los lugares santos, en permanente discusión en la UNESCO.

En cuanto a la restauración sería importante -aun manteniendo el misterio del sepulcro vacío- que desde las nuevas tecnologías constructivas se facilite la visibilidad de la tumba y del acceso a los millones de peregrinos que visitan este lugar sagrado. Un sistema de acristalamiento sólido, parecido al que se encuentra en el Calvario, y que permite ver la roca sería ideal. Eso eliminaría a muchos curiosos, que se conformarían con la visión del lugar, y dejaría más espacio para los peregrinos, que a veces en condiciones deplorables, tienen que esperar horas y horas para entrar. Aunque lo previsto, al parecer es, después de reforzar cada elemento deteriorado, mantener el templete actual, a pesar de que estéticamente no sea lo más deseable.

José Luis Ferrando

Fuente: Religión Digital

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