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Trinidad (2), la primera teología cristiana (J. Ratzinger)

Viernes, 5 de junio de 2015
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9788430106714Del blog de Xabier Pikaza:

El estudio de la Trinidad ha sido y sigue siendo la primera “teología” cristiana, elaborada partiendo de la Biblia y de la experiencia de la Iglesia en los primeros siglos de nuestra era (del II al V d.C.).

He desarrollado con cierta extensión esa historia en mi Enquiridion Trinitatis (Salamanca 2005), libro que sigo ofreciendo a mis lectores, para que puedan disfrutar, como yo he disfrutado, pensando y viviendo en el Dios/Trinidad durante muchos años. He vuelto a sistematizar el tema en Trinidad, itinerario de Dios (Sígueme, Salamanca otoño 2015).

Pero en vez de exponer una vez más mi pensamiento he querido presentar el de J. Ratzinger en su primera gran obra, Introducción al Cristianismo (Sígueme, Salamana 1968). Ésta sigue siendo una de las obras teológicas más influyentes del siglo XX. Quiero recordar con ella al Teólogo-Papa Benedicto XVI por su luminoso pensamiento antiguo, tan actual en nuestro tiempo


(Trinidad, manifestación de Dios).

Dios es como se manifiesta. Dios no se manifiesta como no es. En esta expresión radica la relación cristiana con Dios; en ella está incluida la doctrina trinitaria, más aún, es esa misma doctrina. ¿Cómo se llegó a esa decisión? Fundamentalmente, por tres caminos.

(1) La inmediatez divina del hombre. Es decir, quien se encuentra con Cristo en la co-humanidad de Jesús, accesible a él como co-hombre, encuentra también a Dios mismo, no a una esencia bastarda que se metería de por medio.

(2) La inamovible permanencia en la decisión fuertemente monoteísta, en la profesión de que sólo existe un Dios.

(3) La preocupación por tomar en serio la historia de Dios con el hombre. Esto quiere decir que Dios, al presentarse como Hijo que dice «tú« al Padre, no representa ante los hombres una obra de teatro ni se pone una máscara para salir al escenario de la historia humana; todo esto es, por el contrario, expresión de la realidad.

(Contra monarquianismo y modalismo). Los monarquianos de la primitiva Iglesia dieron expresión a la idea de una representación teatral por parte de Dios, donde las tres Personas serían los tres papeles en los que Dios ha aparecido en el curso de la historia. Observemos que la palabra «persona» y su correspondiente griega prosopon están tomadas del lenguaje teatral; así se llamaba la máscara que se ponía el actor para encarnar su personaje. La palabra pasó pronto al lenguaje de la fe y así inició por sí misma una lucha tan dura que dio origen a la idea de persona, extraña a los antiguos. Pero otros, los modalistas, afirmaban que las tres figuras eran modi, modos en los que nuestra conciencia aprehende a Dios y se explica a sí misma. Leer más…

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“La porción femenina de Dios”, por Leonardo Boff, teólogo y escritor

Domingo, 8 de marzo de 2015
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mariaLeído en la página web de Redes Cristianas

Cierta madrugada, insomne, retomé mi trabajo habitual en el ordenador. De repente, me pareció haber oído, no sé si del mundo celestial o si de mi mente en estado alterado, una voz como un susurro, que me decía: “Hijo, voy a revelarte una verdad que ha estado siempre ahí, en mi evangelista Lucas, pero que los ojos de los hombres, cegados por siglos de patriarcalismo no podían ver. Se trata de la relación íntima e inefable entre María y el Espíritu Santo”. Y la voz seguía susurrando: “Aquel que es tercero en el orden de la Trinidad, el Espíritu Santo, es el primero en el orden de la creación. Él llegó antes al mundo; después vino el Hijo de Dios. Fue el Espíritu Santo, aquel que flotaba sobre el caos primitivo, y el que sacó de allí todos los órdenes de la creación. De ese Espíritu creador, se dice por mi evangelista Lucas: vendrá sobre ti, María, y armará su tienda sobre ti, por eso el Santo engendrado será llamado Hijo de Dios. Armar la tienda, como sabes, significa morar, habitar definitivamente. Si María, perpleja, no hubiese dicho su fiat, hágase según tu palabra, el Hijo no se habría encarnado y el Espíritu Santo no se habría feminizado.

Mira, hijo, lo que te estoy diciendo: El Espíritu vino a morar definitivamente en esta mujer, María. Se identificó con ella, se unió a ella de forma tan radical y misteriosa que en ella comenzó a plasmarse la santa humanidad de Jesús. El Espíritu de vida produjo la vida nueva, el hombre nuevo, Jesús. Para ti y para todos los fieles está claro que lo masculino a través del hombre Jesús de Nazaret fue divinizado. Ahora vete al evangelio de san Lucas y constatarás que también lo femenino a través de María de Nazaret fue divinizado por el Espíritu Santo. Él armó su tienda, es decir, vino a morar definitivamente en ella. Date cuenta que el evangelista Juan dice lo mismo del Hijo: Él armó su tienda en Jesús. No es el Espíritu, susurra la misma voz, que toma al profeta para una determinada misión y, cumplida esta, termina su presencia en él. Con María es diferente. Viene, se queda, y no se va jamás. Ella es elevada a la altura del Divino Espíritu Santo. De ahí que, lógicamente, el Santo engendrado será llamado Hijo de Dios. Es el caso de María. No sin razón es la bendita entre las mujeres.

Hijo, esta es la verdad que debes anunciar: por medio de María, Dios mostró que además de ser Dios-Padre es también Dios-Madre con las características de lo femenino: el amor, la ternura, el cuidado, la compasión y la misericordia. Estas virtudes están también en los hombres, pero encuentran una expresión más visible en las mujeres.

Hijo, al decir Dios-Madre descubrirás la porción femenina de Dios con todas las virtudes de lo femenino. Jamás olvides que las mujeres nunca traicionaron a Jesús. Le fueron fieles hasta el pie de la cruz. Mientras sus discípulos, los hombres, huyeron, Judas lo traicionó y Pedro lo negó, ellas mostraron un amor fiel hasta el extremo. Ellas, mucho antes que los apóstoles, fueron las primeras en dar testimonio de la resurrección de Jesús, el hecho mayor de la historia de la salvación.

Lo femenino de Dios no se agota en su maternidad, sino que se revela en lo que hay de intimidad, de amorosidad, de gentileza y de sensibilidad, perceptibles en lo femenino. No permitas que nadie, por ninguna razón, discrimine a una mujer por ser mujer, aduce todas las razones para que sea respetada y amada, pues ella revela algo de Dios que solamente ella, junto con el hombre, puede hacer a mi imagen y semejanza. Refuerza sus luchas, recoge las contribuciones que ella aporta a la sociedad, a las Iglesias, al equilibrio entre hombre y mujeres. Ellas son un sacramento de Dios-Madre para todos, un camino que nos lleva a la ternura de Dios. Ojala las mujeres asuman su porción divina, presente en una compañera suya, María de Nazaret. Llegará el día en que caigan las escamas que cubren vuestros ojos y entonces hombres y mujeres os sentiréis también divinizados por el Hijo y por el Espíritu Santo”.

Al volver en mí, sentí en la claridad de mi mente cuanto de verdad me había sido comunicado. Y, conmovido, me llené de alabanzas y de acción de gracias.

*

Leonardo Boff escribió El rostro materno de Dios, Sal Terrae 1999.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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Isa ibn Maryam. María, la Navidad del Islam

Miércoles, 24 de diciembre de 2014
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isa_maryamDel blog de Xabier Pikaza:

A diferencia de la Pascua (que sigue siendo una fiesta “interior” de los cristianos), la Navidad se ha convertido o puede convertirse fiesta universal que de un modo o de otro pueden aceptar todos los hombres y mujeres que “creen” en el misterio de la vida, entendida como don de Dios y simbolizada en una madre y un niño.

Esto sucede de un modo especial en el Islam, que acepta y desarrolla los diversos “milagros de la Navidad” (virginidad biológica de María, prodigios de Jesús niño…), pero sin reconocer aquello que para los cristianos es el único “milagro” verdadero: La encarnación de Dios.

‒ Para muchos cristianos actuales, los aspectos milagrosos del nacimiento e infancia, en sentido literal (biológico), resultan menos importantes e incluso contraproducentes: no son base de la fe, ni tienen carácter salvador, sino que sirven para confesar simbólicamente el origen divino de Jesús, de un modo que, en algún sentido, puede aplicarse a todos los creyentes (cf. Jn 1, 13), en unión a Jesús.

El Islam, en cambio, acentúa los rasgos más físicos y “maravillosos” de la Navidad de Jesús: La virginidad biológica de su madre, los prodigios que acompañaron a su nacimiento (la palmera que baja, el niño recién nacido que habla etc.). De todas formas, en el fondo de esos “milagros”, el Corán ha visto la “providencia” de Dios que se revela (aunque sin encarnarse) por la concepción y parto milagroso de María.

El islam conoce a María a través de algunos apócrifos judeocristianos, que han recogido y ampliado los relatos de la infancia, especialmente los relacionados con la maternidad virginal de María. Ellos sirven al Corán para destacar el sometimiento de María como verdadera musulmana, resaltando, al mismo tiempo, la exigencia y valor de su virginidad, entendida básicamente como expresión de fidelidad a Dios, como Mujer, en paralelo a Muhammad/Mahoma, que recibe el Corán (Palabra) de Dios en forma tambien virginal.

El Corán nos sitúa ante la Navidad de los apócrifos (en la línea del Protoevangelio de Santiago, del Evangelio de la Infancia del Salvador o del Evangelio árabe de Mateo), que destacan la infancia y milagros de Jesús, partiendo de su nacimiento maravilloso… Pero deja a un lado (o rechaza) la Navidad del Nacimiento/encarnación de Dios

Virgin_Mary_and_Jesus_(old_Persian_miniature)Así lo quiero desarrollar en esta postal. Los lectores amigos pueden quedarse en la mitad del texto. La segunda parte o excurso, tomado de un texto ya clásico, podrá servir para aquellos que quieran profundizar en el tema. Buena preparación, musulmana y cristiana, para la Navidad.

LOS MILAGROS Y EL MILAGRO DE LA NAVIDAD

He dicho que el Islam destaca el aspecto “biológico” de la virginidad materna de María, en la Navidad de Jesús, pero en ese fondo ha de situarse también la providencia especial de María, que es paralela a la de Mahoma-Muhammad. Ambos han concebido y dado a luz de un modo virginal: María a Jesús, Muhammad al Corán.

‒ Revelación de Dios por María y por Muhammad. Dios ha revelado su poder por María, haciéndola madre virginal de Jesús, que era portador de su Espíritu y de su Palabra. De esa forma, Dios ha expresado por ella su más honda potencia creadora; por eso, su sometimiento a la acción del Espíritu de Dios y el hecho de que ella será madre virginal de Jesús (por un milagro físico-biológico, sin intervención de varón) son signos fuertes de providencia divina (Corán 3, 33-37), conforme a la palabra de Dios que le dice “Te ha escogido y purificado. Te ha escogido entre todas las mujeres del universo” (Corán 3, 42). Pues bien, de un modo semejante, Dios ha escogido a Muhammad para revelar por medio de él su Corán.

‒ María y Muhammad son receptores de la Palabra de Dios. María ha sido Virgen por milagro especial de Dios, mujer que concibe sin varón… Éste es el “milagro” más importante del Islam, que apenas conoce otros milagros, ni les da importancia (a no ser el de Muhammad que recibe por “milagro” el Corán de Dios. . María ha dado a luz a Jesús, como la tierra primera engendró a Adán. Su virginidad es testimonio privilegiado de la acción de Dios que ejerce su poder sobre la historia (por medio de Gabriel, gran ángel).

‒ Dos milagros, una Navidad… Éstos son los dos “milagros” del Islam: El de María que concibe sin varón, porque recibe en su seno de mujer la “palabra” de Dios; el de Muhammad que recibe la revelación-Palabra de Dios (Corán) sin intervención de cultura humana. En esa línea, María acoge sumisa la palabra de Dios, como verdadera musulmana. De un modo semejante actuará Muhammad, recibiendo de un modo virginal el Corán a través de la revelación del Gabriel.

MARÍA Y LA NAVIDAD DE JESÚS, UN ELEMENTO IMPORTANTE DEL ISLAM

La concepción y nacimiento virginal de Jesús por medio de María son para el Islam una parte del misterio de la acción divina, y deberían haber suscitado la fe de los judíos, pero ellos no creyeron (3, 42-48; 19, 16-26). De igual manera, la revelación del Corán a Muhammad debe servir de signo para los creyentes.

‒ Jesús-niño defendió milagrosamente (hablando tras haber nacido) la virginidad de su madre, proclamando la grandeza de Dios, y actuó después como su enviado, realizando milagros y anunciando el evangelio para los judíos. Resulta significativa la importancia que el Corán ha dado al Jesús niño, a quien presenta como portador de un mensaje de Dios: conoce las cosas sin necesidad de haber aprendido, hace milagros antes de haber crecido. Así confirma el poder de Dios, que actúa por él, pidiendo sumisión a los judíos (3, 49-53; 19, 27-36).

‒ Jesús-adulto realizó milagros y fue profeta para los judíos: curó a ciegos y leprosos, resucitó muertos, ofreció pan a los hambrientos. Dios quería convertir a los judíos a través de sus milagros (cf. 5, 110-111). Pero estos se han negado, queriendo matar a Jesús. Pues bien, este Jesús rechazado es paradigma o ejemplo para Mahoma, también rechazado por los judíos de Medina. Pero hay una diferencia: Mahoma triunfó, revelando el Corán e instaurando la comunidad de sometidos; Jesús, en cambio, no pudo hacerlo, en el fondo ha fracasado.

De todas formas, ni María ni Muhammad (ni Jesús) valen por sí mismos (no son encarnación de Dios), sino que valen sólo como receptores de una Palabra de Dios, que expresa plenamente en el Corán. Al fin sólo importa Dios y su Corán. Ciertamente, Jesús ha sido un profeta y, enviado de Dios (cf. 4, 171; 19, 30), de tal manera que Muhammad ha podido presentarle como Espíritu y Palabra (Rûh y Kalima) que vienen de Dios (cf. 3, 45; 5, 171).

Jesús nace del Espíritu de Dios (es decir, de Gabriel) por medio de María (cf. 2, 87.252; 5, 110; 16, 2.102 etc.); lo mismo que el Corán ha nacido (ha sido revelado) por Gabriel, a través de Muhammad. Pero ni Jesús vale en sí mismo, ni María, ni Muhammad. Es único grande es Dios. María se ha limitado a escuchar la Palabra de Dios, obedeciendo de un modo sumiso, de forma que por sí misma nada puede.

Pero en su sentido más profundo, Jesús es sólo una función de Dios (no encarnación de Dios). Por eso, cuanto más se acentúe su grandeza (es Palabra o Espíritu divino), más desaparece su persona, más se niega su aportación humana; el único que importa es Dios, no Jesús, que es sólo un hombre en quien actúa la Palabra y Espíritu de Dios, que realiza de esa forma sus milagros. Lo mismo sucede con Muhammad, que tampoco tiene importancia por sí mismo, sino sólo como transmisor de la Palabra de Dios que es el Corán. Leer más…

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“Trinidad Indecente”, por Carlos Osma

Miércoles, 12 de noviembre de 2014
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TrinityUn texto, seguro que provocador y que busca despertar conciencias, que hemos leído en el blog Homoprotestantes:

En el principio era el Dios Macho, y todas las demás no éramos nada, nuestra insignificante existencia sólo fue posible gracias a su potente voz masculina que lo ordenó todo. Nada éramos antes que Él y nada fuimos después, y si en algún momento pudimos llegar a ser, lo hicimos por Él y para Él.

 El Dios Macho increado e inengendrado no necesitó jamás justificación, Él siempre fue así, y su poder que lo impregnaba todo era incuestionable. Fue un Dios pringoso, invisible y fantasmagórico que siempre nos vigilaba, y que decía estar escondido en los templos, pero también en nuestras casas, nuestras habitaciones y nuestras camas. Amarle no era una opción, sino el mandamiento primero, y debíamos hacerlo sobre todas las cosas, incluso sobre nosotras mismas. Algunas alucinadas se lo imaginaron con barba y túnica blanca, pero lo predicaron como un padre bigotudo y barrigudo al que la cerveza, y su voluntad de ocuparlo todo, hicieron saltar por los aires los botones de su usada y sucia camisa a cuadros.

Ese Dios peludo, moreno y con callos en las manos, se reveló como un juez con muy mala leche que necesitaba siempre culpables para los sacrificios sangrientos que sus seguidoras más fieles no dejaron nunca de realizarle. Sus sacerdotisas integristas y fundamentalistas se tatuaron su Ley en la lengua, y lamieron con ella hasta los rincones más íntimos de nuestros cuerpos. Explican que entonces, el Dios Macho, sintió una gran satisfacción.

 Jamás mantuvo contacto alguno con la feminidad, con lo último, excepto para embarazar a una adolescente sumisa con una simple mirada. Más tarde la abandonó con su bebé esperando que algún padre putativo se hiciese cargo de la criatura. La realidad, la cotidianidad, lo concreto jamás fueron relevantes para Él. Se sintió siempre más libre en un mundo espiritual que nadie más que Él podía tocar.

 Quizás fue el contacto con una maternidad y una paternidad de carne y hueso la que hizo que aquel hijo engendrado, que no creado por el Dios Macho, se convirtiera en una divinidad gay mucho más humana. El Dios Gay abandonó pronto sus raíces orientales y se convirtió en un occidental rubio y depilado, con una gran formación intelectual y acostumbrada a ir todos los sábados al gimnasio-sinagoga para sacar músculo ante los regordetes adoradores del Dios Macho.

 Como buen hijo, siempre se sintió atraído por las personas que su Padre detestaba, se sentó con ellas y decidió vivir y amar junto a ellas. Explican que le encantaban los imposibles, que se apuntaba a todas las causas y ONG’s que valiesen la pena, y que jamás se perdía una manifestación o un buen escrache. Fue lo que se dice un Dios comprometido, cercano, aunque excesivamente emocional. Atrás dejó la Ley para entregarse en los brazos del amor, la libertad y la justicia.

 Quizás también por contradecir a su Padre, le gustaron las mujeres, pero no quiso con ellas nada físico. Eran para Él algo etéreo, como almas sin cuerpo y sin sexo, que revoloteaban sin nombre ni derechos a su alrededor. Esa excesiva complicidad con el sexo contrarío fue mal vista por sus discípulas no mujeres que pensaban que todo eso podría dar lugar a malentendidos. Sin embargo el Dios Gay dejó bien claro que Él era un Dios masculino alternativo y sensible, pero no una Diosa. Se afanó en mostrar que amar a otros hombres, que dejarse abrazar o dormir junto a ellos, no le convertían en un Dios mujer, en una Diosa.

 Se equivocó claramente con tanta justificación, el ser un Dios tan poco macho, se podía admitir en Galilea, lejos de Jerusalén. Allí en realidad su presencia sólo fue una anécdota, una curiosidad que sorprendía, agradaba y divertía a sus conciudadanas bastante hartas de la ortodoxia y necesitadas de cotilleos y parábolas entretenidas. Pero en Galilea en el fondo, el Dios Gay no cambió nada ni cuestionó la esencia de la religiosidad del Dios Macho. Sólo cuando se atrevió a ir a Jerusalén se dio cuenta de que los dioses maricas no son bien recibidos. Sólo cuando se atrevió a gritar en el Templo del Dios Macho que quería acabar con tanta farsa y que estaba dispuesto a destruirlo todo, se dio cuenta de que su pluma, su amaneramiento y su desviación, por muy divinas que fueran, no eran admisibles.

 Por eso lo clavaron en una cruz, porque era un Dios maricón, un Dios indecente. Y quienes pensaron alguna vez que con un Dios Gay habría suficiente, que sería el último paso hacia la libertad, se equivocaron. Un Dios Gay no es suficiente, los dioses gay son siempre abandonados en una cruz por el Dios Macho que jamás se da por vencido. Pero tras la resurrección y la marcha del Dios Gay, conocimos una Diosa Pansexual y Pangénero.

 La Diosa Pansexual y Pangénero procede tanto del Dios Macho como del Dios Gay, y aunque no nos habíamos percatado antes, su Espíritu se movía desde el principio sobre la faz de las aguas. Es un Espíritu capaz de todo que no se deja encasillar en conceptos opresivos; una Diosa nacida para abarcarlo todo y ser toda en todos. Una Diosa que puede abrazar cualquier realidad, y cualquier modificación de esa realidad; porque para nuestra Diosa el cambio constante no es un problema sino el lugar donde se mueve con más naturalidad. Por eso en ocasiones se revela como una Diosa lesbiana que se enamora de un hombre bisexual, y en otra como un trans hetero al que le encantan las madres maricas. En el fondo a la Diosa Pangénero y Pansexual le sobrarían tantas etiquetas, o necesitaría muchas y más dinámicas, para reflejar infinidad de realidades no nombradas.

 Se manifiesta claramente en el acompañamiento, en el ir con todas y llevarlas hacia todos, no hacia ellas mismas. La Diosa Pansexual y Pangénero que no niega lo concreto y que se abre al conocimiento de las diversas realidades tal y como son, llama al reconocimiento de formar parte de una misma humanidad, de una misma creación múltiple y diversa. Su centro de gravedad no es la institución, ni los ritos, ni los cuerpos, ni los sexos, ni los géneros; ya que eso la llevaría a marginar a quienes viven y practican todo eso de una forma distinta. Su esencia es sin lugar a dudas la experiencia desde la fe que relativiza cualquier tipo de absoluto y sitúa al sujeto como verdadero centro de todo. Pero no al sujeto yo, sino al sujeto otro, que es donde se nos revela a todas esta Diosa de la vida abundante.

 Su mayor pecado es que a menudo en su intento de mostrar diversas realidades, parece negarlas todas. Y en su voluntad de vivir junto a todas las realidades, parece no vivir en ninguna. Por eso en vez de pringarse con lo concreto, como las seguidoras del Dios Gay, se eleva y evapora en la nada.  Y sus adoradoras se quedan con ellas mismas, y sin nadie más, deseando ser penetradas por la revelación de una Diosa tan lejana. Vemos a algunas de ellas en sus modernos burdeles-templos del siglo XXI, levantando las manos para mostrar que están receptivas para revolcarse en el suelo de gozo cuando su amada invisible entre dentro de ellas. Otras, se encierran en la soledad de sus habitaciones con la Diosa sabiduría, y buscan en libros prohibidos razonamientos y teorías que les hagan sentir placeres indescriptibles. Orgías del Espíritu en la que el sexo se tiene con una misma; una verdadera autosatisfacción divina.

 Pero la Diosa Pansexual y Pangénero se resiste a ser manipulada, encerrada o etiquetada y se revuelve ante tanto interés travestido de divinidad amorosa. Decidida está a reventar los muros en los que las buenas cristianas viven escondidas. Si lo consigue, si logra tener éxito, promete llevarlas a ellas y el resto de amigas y enemigas, a la consumación final. Lo que todavía parece desconocer, es que en esa consumación, Ella, junto al Dios Macho y el Dios Gay, será también purificada ante quien es La Eternamente Otro.

 Carlos Osma

 

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Credo

Domingo, 12 de octubre de 2014
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je-crois

Creo

Creo en el hombre creador del hombre.

Creo en la trinidad humana, Padre, Madre e hijo.

Creo en la virginidad de la paternidad

y de la maternidad auténticas.

Creo en la virginidad del amor.

Creo en la comunión de la luz

en la que las personas se engendran

y se reconocen recíprocamente.

Creo en el valor infinito del cuerpo humano y en su eternidad.

Creo que Dios es la Vida

y el secreto del cuerpo tal como él se revela en él.

Creo que Dios se hace cuerpo en tanto que se hace hombre.

Creo que el cuerpo no llega a ser él mismo

  más que desarrollando su dimensión mística que lo personifica

y que escapa a toda posesión,

Creo que el amor es un sacramento

que hay que recibir de rodillas.

Dios es ciertamente el dios de los cuerpos, tal como nuestros cuerpos son

llamados a  convertirse en el cuerpo de Dios para dar las lágrimas

en su dolor y más todavía hacernos sensible:

la sonrisa de su amor.

*

Maurice Zundel

***

 

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“¿Podemos todavía sonreír en medio del miedo y la consternación de nuestros días?”, por Leonardo Boff, teólogo y escritor

Domingo, 17 de agosto de 2014
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Nueva imagenLeído en la página web de Redes Cristianas

En mi ya larga trayectoria teológica, desde el principio, en los años 69 del siglo pasado, han sido siempre centrales dos temas que representan singularidades propias del cristianismo: la concepción societaria de Dios (Trinidad) y la idea de la resurrección en la muerte. Si dejásemos fuera estos dos temas, no cambiaría casi nada en el cristianismo tradicional. Éste predica fundamentalmente el monoteísmo (un solo Dios) como si fuésemos judíos o musulmanes. Y en lugar de la resurrección prefirió el tema platónico de la inmortalidad del alma. Es una pérdida lamentable, porque dejamos de profesar algo especial, diría casi exclusivo del cristianismo, cargado de jovialidad, de esperanza y de un sentido innovador del futuro.

Dios no es la soledad del uno, terror de los filósofos y de los teólogos. Es la comunión de tres Únicos, que por ser únicos no son números sino un movimiento dinámico de relaciones entre diversos igualmente eternos e infinitos, relaciones tan íntimas y entrelazadas que impide que haya tres dioses, sino un solo Dios-amor-comunión-inter-retro-comunicación. El nuestro es un monoteísmo trinitario y no atrinitario o pre-trinitario. En esto nos distinguimos de los judíos y de los musulmanes y de otras tradiciones monoteístas.

Decir que Dios es relación y comunión de amor infinito y que de Él se derivan todas las cosas es permitirnos entender lo que la física cuántica viene afirmando desde hace ya casi un siglo: todo en el universo es relación, entrelazamiento de todos con todos, formando una red intrincadísima de conexiones que forman el único y mismo universo. Él es, efectivamente, a imagen y semejanza del Creador, fuente de interrelaciones infinitas entre diversos, que vienen bajo la representación de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta concepción quita el fundamento a todo y cualquier centralismo, monarquismo, autoritarismo y patriarcalismo, que encontraba en un único Dios y único Señor su justificación, como algunos teólogos críticos ya observaron. El Dios societario, proporciona, sin embargo, el soporte metafísico a todo tipo de socialidad, de participación y de democracia.

Pero como los predicadores por lo general no se refieren a la Trinidad, sino solo a Dios (solitario y único) se pierde una fuente de crítica, de creatividad y de transformaciones sociales en la línea de la democracia y de la participación abierta y sin fin.

Algo semejante ocurre con el tema de la resurrección. Esta constituye el núcleo central del cristianismo, su point d’honneur. Lo que volvió a reunir a la comunidad de los apóstoles después de la ejecución de Jesús de Nazaret en la cruz (todos estaban regresando, desesperanzados, a sus casas) fue el testimonio de las mujeres diciendo: “ese Jesús que fue muerto y sepultado vive y ha resucitado”. La resurrección no es una especie de reanimación de un cadáver como el de Lázaro que luego acabó muriendo como todos, sino la revelación del novissimus Adam en la feliz expresión de Pablo: la irrupción del Adán definitivo, del ser humano nuevo, como si el fin bueno de todo el proceso de la antropogénesis y de la cosmogénesis se hubiese anticipado. Por lo tanto, una revolución en la evolución.

El cristianismo de los primeros tiempos vivía de esta fe en la resurrección resumida por san Pablo al decir: “Si Cristo no resucitó nuestra predicación es vacía y vana nuestra fe” (1Cor 15,14). En tal caso sería mejor pensar: “comamos y bebamos porque mañana moriremos” (15,22). Pero si Jesús resucitó, todo cambia. Nosotros también vamos a resucitar, pues él es el primero entre muchos hermanos y hermanas, “las primicias de los que murieron” (1Cor 15,20). En otras palabras, y esto vale contra todos los que nos dicen que somos seres-para-la-muerte, nosotros morimos, sí, pero morimos para resucitar, para dar un salto hacia el término de la evolución y anticiparla en el aquí y el ahora de nuestra temporalidad.

No conozco ningún mensaje más esperanzador que este. Los cristianos deberían anunciarlo y vivirlo en todas partes. Pero lo dejan de lado y se quedan con el anuncio platónico de la inmortalidad del alma. Otros, como ya observaba irónicamente Nietzsche, son tristes y taciturnos como si no hubiese redención ni resurrección. El Papa Francisco dice que son “cristianos de cuaresma sin resurrección”, con “cara de funeral”, tan tristes que parece que van a su propio entierro.

Cuando alguien muere, llega para esa persona el fin del mundo. En ese momento, en la muerte, es cuando sucede la resurrección: inaugura el tiempo sin tiempo, la eternidad bienaventurada.

En una época como la nuestra, de desagregación general de las relaciones sociales y de amenazas de devastación de la vida en sus diferentes formas y hasta con peligro de desaparición de nuestra especie humana, vale la pena apostar por estas dos iluminaciones: Que Dios es comunión de tres que son relación de amor, y que la vida no está destinada a la muerte personal y colectiva sino a más vida todavía. Los cristianos apuntan hacia una anticipación de esta apuesta: el Crucificado que fue Transfigurado. Guarda las señales de su paso doloroso entre nosotros, las marcas de la tortura y de la crucifixión, pero, ahora transfigurado, las potencialidades de lo humano escondidas en él se realizaron plenamente. Por eso lo anunciamos como el ser nuevo entre nosotros.

La Pascua no quiere celebrar otra cosa que está feliz realidad que nos concede sonreír y mirar el futuro sin miedo ni pesimismo.

Leonardo Boff escribió Nuestra resurrección en la muerte, Sal Terrae 2005.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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Sexualidad de Comunión.

Miércoles, 18 de junio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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El hombre es sexuado porque Dios es Trinidad […]

Dios es amor.

No es solitario, egoísta, “soltero”. […]

En Dios, necesitaban ser varios para ser Dios.

El hombre es a semejanza de Dios.

Él mismo siempre necesita otro para ser.

*

Louis Évely, en “Atreverse a hablar ” (1982), p. 22

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Relación de Comunión

Domingo, 15 de junio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que  se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.

” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿ Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿ Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿ Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡ Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!

En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡ Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡ La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!

¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡ nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.

Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)

Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)

Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo,  es esto mismo lo único que es necesario. (…)

¡ Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡ Pero atención! ¡ Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente  la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!

Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”

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Maurice Zundel, “Le Problème que nous sommes“, Le Sarment, Fayard, 2000, pp 39-42

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Dom 15. 6. 14. Trinidad, un “dogma” que no es dogma.

Domingo, 15 de junio de 2014
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330px-Itur3Del blog de Xabier Pikaza:

La Trinidad en cuanto tal no es un dogma de fe, pues no aparece como tal en la Biblia ni en los credos (Símbolo de los Apóstoles o en el Nicea-Constantinopla).

No hay un “dogma” que diga: Yo creo (o creemos) en la Trinidad… Y, sin embargo, la fe cristiana se expresa en tres “artículos” que dicen:

(1) Creo en Dios Padre, creador…;
(2) Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació, predicó, murió, resucitó…;
(3) Y Creo en el Espíritu Santo.

Y eso es la Trinidad: No un “dogma aparte”, sino una condensación de la fe, del NT y de la Iglesia,fe en Dios Padre, en Jesucristo, su Hijo, y en el Espíritu santo.

Sólo se cree expresamente en ellos (Padre Dios, Jesús, Espíritu Santo…), de manera que no hay que añadir “yo creo en la Trinidad” Pero ha sido bueno reunir esa fe, que es triple y que es única, de manera que se pueda afirmar, implicitamente, “yo creo en la Trinidad”, aunque ella, en sí misma, como he dicho, no es un dogma de la Iglesia (y así algunos tendemos a evitar esa “palabra” en nuestra experiencia creyente).

20110322142532-capitalSea como fuere, este “fe en los tres que no son tres” (no se suman ni restan) constituye, con la Encarnación, el centro del misterio cristiano:

— por ella sentimos y sabemos que Dios es fuente inagotable y comunión creadora de amor que anima y sostiene la historia de los hombres (Padre), que Dios “es” hombre (Jesús) y que la fuerza-amor de nuestra vida (Espíritu).
— No es un concepto, ni es objeto de una posible especulación (tres son uno, uno es tres), sino el descubrimiento y misterio, único y siempre nuevo de la riqueza de Dios, que para los cristianos se revela por Jesús, a quien ellos han visto y confesado como Hijo de Dios (Hombre verdadero) y Dador del Espíritu, es decir, promotor de nueva Humanidad.

Este misterio no es una verdad que ha de añadirse a otras posibles verdades de fe igualmente obligatorias y enigmáticas, sino que es una especie de recopilación de la fe, como un compendio de la fe cristiana y del credo: En el Nombre del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu Santo

No es un dogma independiente, a nadie se le obliga en la iglesia a confesar “yo creo en la Trinidad”, pero a todos se le pide que descubran y digan, con amor gozoso: “yo creo y confío en Dios, creo en Jesús y le amo, recibo su Espíritu”. Así he querida presentar este misterio en mi Enquiridion Trinitatis (Secretariado Trinitario, Salamanca 2005)

Imagen 1: Trinidad de Iturgoyen, tres puertas, un ábside…en pleno monte (Navarra)

Imagen 2: Capitel pre-románico de Leire, tres caras que evocan… (Navarra)

Principio Trinitario

Enchiridion-Trinitatis-i1n302629De esa forma plantearemos de ahora en adelante el tema de la Trinidad, como expresión y compendio de la vida de Dios y del amor que es comunión abierta a todos los hombres y mujeres en la historia. Su verdad es ante todo un don, regalo de amor que reciben de manera inmerecida los creyentes; pero ella puede entenderse también como principio de todo saber racional, de todo amor y pensamiento, tesoro que los cristianos ofrecen gozosos a los hombres y mujeres de la tierra, sin imponer ni pedir nada: ¡gratis han recibido, gratis quieren darlo, como portadores del Dios de la Gracia! (cf. Mt 10, 8).

Dicho esto, podemos dejar en un segundo plano las prevenciones de lenguaje y hablaremos de “creer” en la Trinidad, sabiendo que nos referimos al misterio del amor del Padre, del Hijo-Jesús y del Espíritu-evangélico.

Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco argumentaron sobre ella los cristianos más antiguos (ni Pedro, ni Pablo, ni los evangelios, ni siquiera los llamados Padres apostólicos), pero todos hablaron sin cesar del Padre, del Hijo Jesús y del Espíritu. En ese sentido, la Trinidad como tal no es una doctrina del NT.

Sólo a finales del siglo II y a principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu, de manera que empezaron a emplearlo con cierta generosidad. Pero los grandes credos no lo utilizaron, ni el llamada símbolo apostólico, ni el de Nicea-Constantinopla, que siguen siendo oficiales en la iglesia; todos ellos hablan sólo del Padre-Dios, del Hijo-Jesús y del Espíritu Santo.

Sea como fuere, ese nombre (Trinidad), sin ser en cuanto tal dogma de fe, ha entrado en el lenguaje de la iglesia y así lo emplearemos como signo unitario y “complejo”, que nos permite penetrar de alguna forma en el misterio impenetrable de la unidad riquísima de Dios (cosa que otras religiones monoteístas, judaísmo e Islam, no se atreven a hacer). Entendida así, como expresión de la unidad viva de Dios, la Trinidad constituye el corazón y compendio de la experiencia cristiana: es el fundamento (dogma), siendo fuente de toda reflexión y todo amor, un camino abierto hacia el cumplimiento de toda la esperanza.

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Una trinidad múltiple

Siendo lo más específicamente cristiano, la Trinidad puede y debe presentarse como expresión y signo de una revelación y una búsqueda racional que está presente en casi todas las culturas y religiones.

1). Dentro de un politeísmo naturalista, donde la hierofanía o revelación básica de lo divino es el despliegue sagrado de la vida, ha surgido en muy diversos lugares una especie de Trinidad o tríada familiar, formada por el Dios Padre del cielo, la Diosa Madre de la tierra y el Dios Hijo, que nace de los dos y expresa en general la victoria de la vida sobre la muerte. Quizá donde más fuerza ha tomado este modelo es el oriente mediterráneo, con la tríada cananea (Ilu-Alla, Ashera, Baal) y la egipcia (Osiris, Isis, Horus), que tanto influjo ha tenido en las formulaciones filosóficas de platonismo y de la misma teología cristiana. Es evidente que estos dioses no son de verdad trascendentes ni son personas, en el sentido estricto del término, pero pueden ayudarnos a situar el tema trinitario.

2. Podemos aludir también a un triadismo funcional intradivino, representado de manera ejemplar por la Trimurti de algunas tradiciones hindúes. Así suele hablarse de Brahma, entendido como espíritu universal o fondo divino de toda realidad, especialmente de aquello que define la existencia humana (el Atmán), al que se añaden dos grandes signos divino o dioses, que reciben ya una forma más personalizada: Vishnú es la fuerza del amor y de la vida creadora; Shiva es el misterio de la muerte donde todo se disuelve para renacer de nuevo. Esos tres (Brahma, Visnú y Shiva) son formas del ser divino, pero estrictamente hablando no se pueden llamar personas, ni sumarse unos a otros, pues se interpenetran. Tampoco estos modelos pueden tomarse sin más como expresión de la Trinidad, pero nos ayudan a entenderla.

3. Suele hablarse igualmente de la Trinidad revelatoria, formada por los varios momentos de la manifestación de lo divino.

(1) Hay un Dios revelador, principio y fuente de todo lo que existe; ley divina en que se fundan todas las posibles realidades del cielo y de la tierra.

(2) Hay una Revelación divina, entendido como proceso de despliegue del mismo Dios que se vuelve luz (en ciertas formas de budismo) o palabra (en el judeocristianismo y el islam). Leer más…

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Pentecostés 4. Espíritu Santo y Trinidad

Domingo, 15 de junio de 2014
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booksDel blog de Xabier Pikaza:

He reflexionado por tres días sobre el Espíritu Santo, culminando en una reflexión teológica de cierta dificultad. Retomo ese motivo, para preparar la celebración de la fiesta de la Santísima Trinidad, del próximo domingo.

El tema de fondo es la personalidad del Espíritu Santo, que es quizá el más difícil y más hondo (y a la vez el más sencillo y luminoso) de la teología cristiana. Así lo expongo, retomando algunos rasgos de un libro dedicado hace algún tiempo a este problema.

1) El estudio del Espíritu se encuentra ligado al constitutivo esencial de las personas. Así lo ha visto una línea que comienza en Agustín, se explicita en Anselmo y por medio de Tomás de Aquino llega a nuestros Dios. En esta línea el Espíritu Santo no es persona sino un modo de culminación personal del ser que conociéndose se ama, culminando así su proceso de realización individual.

2) El Espíritu ha podido verse como amor dual. En una línea en la que avanza también san Agustín y que ha influido mucho en nuestro tiempo se concibe et espíritu a manera de amor de comunión o encuentro mutuo que liga a las personas. Sistematizando esta perspectiva algunos le definen como el nosotros personal que liga al Padre con el Hijo en el misterio divino.

3) Dando un paso más, algunos han interpretado el Espíritu a manera de “tercero”, como fruto que surge del amor dual del Padre y del Hijo, en el misterio trinitario.

4) Finalmente, partiendo de las líneas anteriores, muchos piensan que el Espíritu se debe interpretar como misterio escatológico, la fuerza de Dios que nos conduce, en una opción de libertad, hacia el futuro de la nueva sociedad reconciliada, como en otro tiempo decía el abad Joaquín de Fiore.

Constitutivo personal del Espíritu Santo.

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Esos son los modelos que quiero desarrollar en lo que sigue. He comenzado presentándolos juntos para que se vea la unidad del tema y también por otra causa: algunos, cuando escuchan que se habla del Espíritu como ámbito de amor piensan que estamos destruyendo su sentido más profundo, el valor de su persona. Pues bien, en contra de eso, debemos indicar que la persona o personalidad del Espíritu se encuentra velada en el misterio: podemos esbozar un poco su verdad, pero nunca llegaremos a entender totalmente su hondura. Tampoco debemos olvidar que, como dice la tradición, las personas de la trinidad no son unívocas: cada una es persona de una forma, como ingénito (Padre), como engendrado (Hijo), como procedido (Espíritu). Pues bien, sobre el sentido y presupuestos de esa procesión pneumatológica hablaremos brevemente en lo que sigue.

1) La primera perspectiva entiende la persona del Espíritu en la línea de la realización del ser que culmina su proceso amándose a sí mismo.

Más que persona (en el sentido moderno) el Espíritu es modo final de la personalización de un sujeto que, conociéndose, s¿ ama, es decir, descansa en sí mismo, ratificando y fijando así su propia realidad. En ese aspecto puede llamarse culminación de Dios: su proceso personal queda completado y clausurado, de manera que Dios es como aquel que se ha hecho plenamente, en proceso de conocimiento y amor.

Dios no es una línea siempre abierta que jamás llega al descanso, no es un círculo que vuelve sin cesar sobre sí mismo. Dios es línea o círculo cumplido y su descanso, esto es, la plena realización de su proceso es el Espíritu Santo. Por eso se le llama amor, porque en amor culmina el encuentro del ser (de Dios) consigo mismo. En esta perspectiva se pone de relieve el movimiento de la naturaleza divina que se sabe, dualizándose en Padre e Hijo, y se ama, trinitarizándose en Padre-Hijo (que aman) y Espíritu que es fuerza y realidad del mismo amor cumplido.
Los comentaristas suelen discutir sobre la forma en que Tomás de Aquino ha concebido este proceso final de espiración de amor en el que surge el Espíritu Santo. Pero la opción dominante es la de aquellos que suponen que este amor no es el amor duql de Padre e Hijo que se encuentran sino el mismo amor de esencia de la naturaleza divina que, sabiéndose (siendo Padre-Hijo) se ama a sí misma:

La virtud espirativa significa la esencia divina afectada por la relación de espiración activa en cuanto se encuentra en el Padre y el Hijo… De donde se sigue que el Padre y el Hijo son un sólo principio virtual del Espíritu Santo, en cuanto que una misma es la virtud espirativa y el acto de espiración de los dos… De donde podemos decir que son dos los que espiran y uno solo el espirador (cf. M. Cuervo, en Introducción a Santo Tomas, S.T II, BAC, Madrid 1953, 236).

Padre e Hijo, que se distinguen entre sí al conocer, ya no se distinguen al amar. Por eso aman los dos como uno solo, con el amor de la esencia divina que vuelve hacia sí misma y en ella descansa. De esta forma se completa el proceso personal del Dios que es divino, persona, siendo dueño de sí mismo, conociéndose y amándose. Situados ante esta solución, los autores ortodoxos han protestado enérgicamente.

Ellos suponen que esta unión de Padre e Hijo en el origen del Espíritu supone una vuelta hacia el dominio de la esencia: no son ya las personas que actúan como tales sino la misma esencia de Dios que al amarse suscita (espira) el amor pleno y final del Espíritu Santo (cf. V. Lossky, o. c. 56). Pero el problema resulta, a mi entender, aún más complejo: no se trata de ver si hay primacía en la esencia o las personas; se trata de entender y de fijar el modelo de persona que ha yen el fondo del esquema.

Pues bien, en este esquema, que sigue la línea de la teología de occidente tal como viene a culminar en Barth y Rahner (cf. temas 13, 16), a Dios se le concibe como persona única, absoluta, que se despliega y se realiza en tres momentos o personas relativas. Por eso, en este plano relativo era mejor no hablar más de personas: al encontrarse consigo mismo, en conocimiento-amor, Dios es divino; pertenecen a su propio despliegue personal el conocerse-amarse, que en términos simbólicos se llaman Padre-Hijo y Espíritu, pero es mejor no atribuirles el nombre de personas. De esta forma se resalta la unidad ternaria de Dios, la unicidad de su persona que puede interpretarse de una forma neomodalista.

2) La segunda perspectiva entiende la persona del Espíritu partiendo de la unión dual del Pudre e Hijo como personas distintas que se aman.

Recordemos las bases tradicionales, agustinianas de este esquema, que después Ricardo de san Víctor ha desarrollado de forma sistemática. Ahora queremos recordar que muchos investigadores piensan que el mismo Tomás de Aquino, defensor de esta postura en sus primeras obras (De Potentia; Super Sent.),la ha seguido defendiendo hasta el final de su vida. Entre ellos quiero destacar a F. Bourassa, autor de los análisis más hondos sobre el sentido y consecuencias del amor común (de comunión) en el misterio trinitario. Padre e Hijo ya no aman como esencia que se vuelve hacia sí misma, para completar su realización; se aman entre sí como personas diferentes que sólo manteniendo su propia diferencia pueden encontrarse y unirse una a la otra.

Este no es amor de esencia sino amor de personas que, ratificando su propia distinción, la sellan en gesto doble de entrega mutua. Los amantes son por tanto dos y su amor es recíproco y sólo puede mantenerse en la medida en que los dos son diferentes. Hay un doble acto de amor, pero el amor con que se aman es el mismo, porque uno y otro se entregan de manera total, sin reservarse nada. Por eso, en esta línea, el Espíritu santo se puede interpretar como el amor de comunión hecho persona: no es amor de uno o de otro, es de los dos y de esa forma es medio que les une; pero, al mismo tiempo es un amor, como persona comparativa que les vincula y unifica.

Hasta aquí la reflexión de los diversos autores parece concordante. Las dificultades comienzan cuando se pretende precisar lo que supone esa Persona-Amor qrre es el Espíritu Santo. Aquí empiezan a cruzarse y distanciarse los caminos, en una búsqueda eficaz pero difícil de eso que podíamos llamar constitutivo propio del Espíritu. Dos son a mi entender las tendencias principales, una de tipo ambital, otra más dual (de nostreidad divina):

La tendencia ambital es quizá la más común. Son muchos los que piensan que al Padre hay que entenderle como sujeto personal, porque engendra desde el fondo de sí mismo al Hijo Jesucristo. Tambíén el Hijo es persona, porque así le vemos en Jesús, como sujeto que actúa, acoge la llamada de Dios Padre y le responde. EL Espíritu, en cambio, aparece como persona ambital, campo de amor en que se encuentran Dios y Cristo: es la fuerza de Dios de la que Cristo nace (y resucita); es el amor que Cristo ofrece al Padre para que nosotros podamos realizamos. Leer más…

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