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Despertad, cítara y arpa…

Viernes, 24 de enero de 2025
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En la fiesta del místico Francisco de Sales:

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En aquel tiempo, dijo Jesús:

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; no como el asalariado, que ni es verdadero pastor ni propietario de las ovejas. Éste, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye. Y el lobo hace presa en ellas y las dispersa.

El asalariado se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no tiene interés por las ovejas.

Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, lo mismo que mi Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él; y yo doy mi vida por las ovejas.

Pero tengo otras ovejas que no están en este redil; también a éstas tengo que atraerlas, para que escuchen mi voz. Entonces se formará un rebańo único, bajo la guía de un solo pastor.

El Padre me ama porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo.

Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad. Yo tengo poder para darla y para recuperarla de nuevo. Ésta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.

*

Juan 10,11-18

***

Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora».

*

Francisco de Sales,
Tratado del amor de Dios, IX, 9

***

      Francisco nació en Thorans, un pueblecito de Saboya, en 1567, en el castillo de los seńores de Sales. Educado en las virtudes cristianas por su madre, estudió, primero, con los jesuitas de París y, después, en Padua, donde se licenció en Derecho.

    Contrariamente a las expectativas de su padre, que soñaba con que fuera abogado y senador, abrazó el estado eclesiástico y se dedicó, con éxito, a la difícil evangelización de la región de Chablais. Tras ser nombrado obispo de Ginebra, vivió en Annecy, donde, además de una iluminada acción pastoral y de la dirección espiritual de muchas almas, escribió, entre otras, la muy afortunada obra Filotea y también el Teotimo o tratado sobre el amor de Dios, convirtiéndose en uno de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana tanto para los laicos como para las personas consagradas. Junto con santa Juana de Chantal, fundó la Visitación. Murió en 1622 y fue proclamado doctor de la Iglesia en 1877.

***

ORACIÓN

        Seńor, pastor de los pastores, forma y modelo de la caridad pastoral para todos los tiempos, deseamos contemplar la belleza de tu entrega de la vida con plena y absoluta gratuidad, sin ningún interés, a no ser el de la salvación de todos. Todos hemos pasado por la experiencia de lo fácil que es ir a menos en nuestras responsabilidades pastorales hasta caer en el cierre mercenario por la fragilidad de nuestras personas y por los miedos que nos asaltan. Sin embargo, la contemplación de la belleza de tu vida entregada y sacrificada, oh Cristo, nos implica en el don, sin perezas ni acaparamientos personales, sin volvernos atrás y sin huir. Que tu Espíritu Santo nos abra los ojos sobre las raíces mercenarias que llevamos dentro y nos llene de valor y nos guíe, como hizo con el dulcísimo y al mismo tiempo firmísimo pastor Francisco de Sales, a quien hoy recordamos.

        Como él, te pedimos el don de la paciencia, para aceptar las largas demoras de la respuesta del corazón rebelde y complicado del hombre de hoy; el don de la humildad, para ser suficientemente realistas y no ceder a ninguna presunción o ambición en la misión evangelizadora que tú nos confías; el don del amor verdadero, constante y desinteresado, ese amor puro que tanto fascinaba al obispo de Ginebra. Haz que dejemos en el mundo la huella profunda de pastores generosos según tu corazón. Nos confiamos a la intercesión de san Francisco de Sales. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

***

Imagen: Vicke Lindstrand – Florero con Harfespieler/Arpista, Arte modernista en vidrio – Suecia

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Despertad, cítara y arpa…

Lunes, 24 de enero de 2022
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En la fiesta del místico Francisco de Sales:

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Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora».

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Francisco de Sales,
Tratado del amor de Dios, IX, 9

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      Francisco nació en Thorans, un pueblecito de Saboya, en 1567, en el castillo de los seńores de Sales. Educado en las virtudes cristianas por su madre, estudió, primero, con los jesuitas de París y, después, en Padua, donde se licenció en Derecho.

    Contrariamente a las expectativas de su padre, que sońaba con que fuera abogado y senador, abrazó el estado eclesiástico y se dedicó, con éxito, a la difícil evangelización de la región de Chablais. Tras ser nombrado obispo de Ginebra, vivió en Annecy, donde, además de una iluminada acción pastoral y de la dirección espiritual de muchas almas, escribió, entre otras, la muy afortunada obra Filotea y también el Teotimo o tratado sobre el amor de Dios, convirtiéndose en uno de los grandes maestros de la espiritualidad cristiana tanto para los laicos como para las personas consagradas. Junto con santa Juana de Chantal, fundó la Visitación. Murió en 1622 y fue proclamado doctor de la Iglesia en 1877.

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Despertad, cítara y arpa…

Sábado, 6 de junio de 2020
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Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora».

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Tratado del amor de Dios, IX, 9

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Miércoles, 29 de mayo de 2019
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Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía señales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su señor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: «Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora».

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Francisco de Sales,
Tratado del amor de Dios, IX, 9

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