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“La Sala Espejos”, por Susi Pérez-Bustos Leal.

Sábado, 10 de septiembre de 2022
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 25A04C77-514D-4EF9-A43D-8BEEE9C7A6DDEstremecedor relato de una realidad, la de la trata de personas, con la que hemos de acabar.
Me vendieron como cabeza de ganado, haciéndome creer que “era buena con los hombres”.

Cada día, me descubro en un ritual disfrazándome de otra que no soy yo. Ajusto las botas de tacón de aguja en mis piernas como palillos chinos. Envuelvo mi cintura con una minifalda, balanceando mis pechos sintiendo el canalillo perfumado. En silencio, voy contando uno a uno los lunares que juegan a desafiarme en un cuerpo que no me pertenece. Maquillo despacio mi rostro, dándole un toque aterciopelado. A ellos, los puteros, les gusto “a la plancha”. Dicen que “La Doradita” es la que mejor come la pescadilla y ellos mueven la cola.

Cuando pinto los labios de carmín, siento que voy con mis amigas a una fiesta de fin de año a la “Sala Espejos”, como hacíamos en el pueblo al lado del estado de Jalisco. ¡Qué será de ellas! Cierro los ojos, ¡sintiendo! que seguimos jugando a ser peluqueras debajo del puente que unía un estado con otro. Zoe Guadalupe y yo, ¡queríamos salir de México, ganar dinero y enviarlo a nuestras familias! Debajo del viaducto, construimos una cabaña. Allí vivimos nuestro tiempo adolescente: Aprendimos a fumar, beber tequila, escuchar música, y ¡soñar! Éramos tres mujeres que vivíamos y nos divertíamos con la vida. Queríamos tener nuestra peluquería, y hacer peinados a domicilio. Desde nuestro cobertizo, contemplábamos el horizonte, que nos pedía a gritos ¡¡salid, que nada os detenga!! Este sentimiento nos mantenía unidas.

Todas las noches, aparecía un cartel luminoso y desaparecía al amanecer. Teníamos curiosidad. Zoe Guadalupe y yo, nos pusimos nuestros mejores vestidos y caminamos hasta llegar a aquellos destellos de luz. Al llegar al aparcamiento, descubrimos música, coches, gritos y risas de chicas, que se divertían como nosotras. Corrimos a toda velocidad para mezclarnos entre la gente. Zoe, sintió miedo… agarré fuerte su brazo y nos metimos en la “Sala Espejos”.

Entre la nube de humo, calor, y olor a rancio, desapareció. Alguien me cogió de la mano, ofreciéndome pesos y los guardó en mi bolso. Jamás había visto tanto dinero junto. Mis pupilas, como dólares petrificados, no daban crédito a lo que estaba viendo. Caí redonda en un escenario, parecido una pista de baile. Me desperté en una habitación rosa, como rosas eran las sábanas y las luces del tocador. Él estaba allí, esperando a que abriese los ojos. Levanté despacio los párpados; con el rímel corrido, no pude aclarar quién era aquel globo aerostático sentado en una esquina, como tampoco sabía qué hacía mi cuerpo en una casa que no era la mía. La mirada del hombre estaba clavada en mis pezones erguidos, asustados, llenos de miedo. Pedí agua y ¡me dio tequila! Tiré el vaso e intenté levantarme recibiendo el primer golpe de mi vida. Grité tan fuerte que me ahogué en silencio. Nadie escuchó nada. El globo desinflado por la ira, se echó encima, sin poder moverme. Tapó mi boca, sujetó mis caderas y noté su respiración entre mi camisa. Imaginé que estaba en la cabaña con Guadalupe y Zoe, hablando de nuestras cosas, de nuestra amistad y de la vida. Mientras ¡¡¡él!!! frotaba una y otra vez sus piernas contra las mías. ¡No pude escapar! De una habitación salté a ¡¡¡otra, otra y otra!!! Me daba tiempo a ducharme, cambiarme de ropa interior y comer un sándwich que la madame dejaba en la puerta de cada una de los apartamentos.

No era la misma. Mi cuerpo estaba habitado por otros que venían del pueblo de al lado: “el carnicero, el frutero, ¡el hijo del mecánico! y ¡¡¡ el marido de mi vecina!!!”

El burdel se quedó pequeño de chicas como yo. De madrugada, me llevaron en coche hasta la frontera del país, y desde el asiento trasero, escuché mi precio en dólares americanos. Me vendieron como cabeza de ganado, haciéndome creer que “era buena con los hombres”. El dueño de la “Sala Espejos” vendió mi cuerpo al mercado para continuar hasta Europa. Despegué en avión sentada en primera, con maletas de marca, y ropa interior, donde venía etiquetada la dirección de mi nuevo destino. Para el próximo comprador tenía cuatro años menos, y no tenía que darse cuenta de mi madurez en México.

Atrás… dejé a Zoe, Guadalupe, nuestro refugio, donde mirábamos el amanecer, soñando que algún día “seríamos libres construyendo nuestros sueños”.

Desde que bajé en Barajas-Adolfo Suárez, mi vida fue una noria; cambiando de “una Sala Espejos” a otra por toda España, hasta que cumplí treinta y cinco años. No era máquina de hacer dinero para mis proxenetas. Expulsada del burdel, me abandonaron en una carretera con mis pocas pertenencias. Paró la policía, llevándome a la comisaría más cercana. Pensé en mis amigas, nuestros sueños, y nuestra cabaña. ¡¡¡Denuncié!!! Era la primera vez que me llamaban por mi nombre, olvidándome del apodo “La Doradita”.

Con el tiempo, escapé de las botas tacón de aguja, camisas transparentes y mini faldas. Me corté el pelo y lo teñí morado, tal y como teníamos pintada la cabaña mis dos amigas y yo. La vida iba por un lado, y yo por otro. Me ayudaron a salir, tuve suerte. Formé parte de un grupo de mujeres que convivían en un piso; lo llamé “Mi refugio”. Aprendí a saber que debajo de la piel estaba yo. Seguí contando mis lunares y puse nombre a cada uno de ellos en recuerdo de todas las compañeras que se habían quedado en el camino. La vida me había dado la mejor oportunidad. Sé que los sueños se cumplen con la fuerza del corazón y con la ayuda de otras personas, he conseguido montar una peluquería. Se llama “La cabaña de Zoe y Guadalupe” dedicada a ellas, y a tantas otras mujeres que como yo, hemos sido prostituidas y explotadas. Siempre dejo la puerta abierta para que entren en libertad, se tiñan de morado y salgan con fuerza, a ser las mujeres que siempre han querido ser, con tacones o sin ellos.

Susi Pérez-Bustos Leal

Fuente Religión Digital

 

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Trata de sueños

Martes, 8 de noviembre de 2016
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tratahumanaIñigo García Blanco, Hermano Marista,
Madrid.

ECLESALIA, 24/10/16.-Tras acompañar en aquellos días de septiembre algunas de las acciones emprendidas de sensibilización y capacitación de la ‘Red de Enfrentamiento al tráfico de personas en la Triple Frontera (Brasil-Colombia-Perú)’, estoy un tanto des-soñado (inquieto en la hora de los sueños). Los relatos que hay tras “la trata” me desvelan.

Esta realidad ha sido un nuevo aldabonazo en mí para mirar de otra forma los movimientos migratorios, los sueños negociados y ocultos que se mueven transnacionalmente, los dramas silenciados que pueden ser juzgados por la alienación de los derechos, principalmente el de la dignidad y la autonomía. El 23 de septiembre se celebraba el Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños que fue instaurado por la Conferencia Mundial de la Coalición contra la Trata de Personas en coordinación con la Conferencia de Mujeres que tuvo lugar en Dhaka, Bangladesh, en enero de 1999.

La trata de personas es un delito que despoja a los seres humanos de sus derechos, echa por tierra sus sueños y les priva de su dignidad. Es un delito que nos avergüenza en nuestra historia cada vez más anémica de humanidad. La trata de personas es un problema mundial, al que ningún país es inmune. Millones de víctimas se encuentran atrapadas y son explotadas cada año por esta forma moderna de esclavitud.

El Protocolo de Palermo define la trata de personas en su art. 3 como: “la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esta explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos.”

Existen en el mundo 200 millones de personas migrantes, 60 millones de desplazados, 20 millones de ellos refugiados y 40 desplazados internos, y 4 millones de víctimas de trata.

Uno de los grupos de alta vulnerabilidad en esta “situación de trata” es el de las niñas y niños. Encontramos aquí factores comunes que propician dicha vulnerabilidad: la pobreza, que lleva a las familias a abandonar a los menores en manos de traficantes en la creencia de que lograrán un futuro mejor; en crisis humanitarias, donde los verdugos aprovechan las situaciones de caos para raptar a sus víctimas; en conflictos armados, donde los niños suelen ser empleados como soldados por lo fácil que resulta manipularlos… De acuerdo con datos ofrecidos por UNICEF, cada día 4.000 niños y niñas son víctimas de trata. En general, el fin de la trata de menores es que éstos sean explotados sexualmente (importante en este punto mencionar el auge de la pornografía infantil, así como a chicas adolescentes obligadas a prostituirse), forzados a matrimonios pre-pactados, o para trabajos forzosos en fábricas o como personal de servicio doméstico.

En expresión del Papa Francisco, cada una de estas personas son consideradas “población sobrante”, producto de la “cultura del descarte”, que nos vuelve incapaces para compadecernos ante los clamores de los otros. Son los nadie-sin-sueños, nadie-sin-futuro, nadie-sin-derechos. Seguramente por eso que pasan desapercibidos sus rostros ante nosotros; se vuelven invisibles para nuestra acomodada medida de justicia y distribución de oportunidades. Las cifras no muestran la realidad que ocultan.

Sigo desvelado, la sola definición de este fenómeno, de esta acción violenta me irrita y me hace temblar al tratar de poner rostro a sus víctimas, niños, niñas, adolescentes, mujeres. Sueños truncados por una trata de intereses deshumanizados.

Me viene a la mente la imagen del atrapasueños tan corriente por estas tierras. La antigua leyenda de los indios ojibwa sobre los atrapasueños habla de que los sueños pasan por la red filtrando y deslizando los buenos sueños a través de suaves plumas hasta que llegan a nosotros. Los malos sueños, sin embargo, son atrapados en el tejido y mueren con el primer haz de luz del día.

Ojalá seamos capaces de proteger los buenos y deseables sueños, mientras que aquellos que amenazan nuestras historias y nuestros derechos no lleguen a nosotros. Llamados a ser protectores de sueños de los más pequeños, de aquellos que nos contagian la ilusión por la vida en cada una de sus expresiones y colores. No podemos seguir permitiéndonos que “la trata” siga siendo impune, que siga ocurriendo a costa de los más pequeños y pequeñas de nuestras comunidades… precisamos desenmascarar esta práctica indigna y aberrante contra el valor más profundo de la vida. Al menos gritar que no permitiremos más trata de sueños (que no son los de nuestros pequeños).

Queremos trabajar en red pues sabemos de su fuerza transformadora que estrecha lazos y el compromiso por la vida y la defensa a ultranza de los derechos humanos, en especial de los niños y jóvenes de nuestras comunidades locales. Precisamos construir juntos un mundo mejor, cuidar entre todos ésta nuestra Casa Común de Todos.

Quisiera saber sumarme

en la lucha contra la ideología y el sistema económico

que provoca la exclusión de millones de personas,

en la denuncia de la sistemática transgresión de los derechos humanos

de las “personas en movimiento” por parte de los Gobiernos,

al trabajo por otro mundo posible hospitalario,

al discipulado y a la práctica solidaria de Jesús de Nazaret, “el flaco”,

a hacer una nueva teología de la emigración,

a pasar de la exclusión a la hospitalidad.

Nadie tiene derecho a robar tus sueños,

ni a perturbar tu creativa imaginación.

Nadie tiene derecho a traficar contigo,

pues no eres mercancía ni objeto de intercambio.

Nadie tiene derecho a robar tu vida,

mucho menos vulnerarla ni encerrarla.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de trata.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de violencia.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de la pobreza.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de la prostitución.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima del silencio.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de la exclusión.

Una red se teje, atravesando fronteras, a lo largo y ancho del mundo,

reclamando el fin de la trata de personas y su esclavitud…

reclamando justicia y rescatando la dignidad…

reclamando la libertad y la autonomía para ser sueño vivo…

reclamando los sueños arrebatados y empoderándolos con color…

reclamando el espíritu que llevamos dentro…

reclamando un tiempo nuevo para desplegar la hospitalidad.

El mundo tendrá que escuchar su voz.

Del Libro del Eclesiastés, 4,1:

“Pensé además en todos los abusos que se cometen bajo el sol. Vi las lágrimas de las personas oprimidas, y no hay nadie que las consuele; sufren la violencia de sus opresores, y no hay nadie que venga en su ayuda”

Un cálido abrazo

Íñigo García Blanco

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“La dignidad compartida”, por Gema Juan OCD

Martes, 17 de febrero de 2015
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16459854845_0f0a9ecb16_mDe su blog Juntos Andemos:

En la primera Jornada Internacional de oración y reflexión contra la trata de personas.

Para hablar de los seres humanos, Teresa de Jesús utilizó las mejores palabras que encontró, las imágenes más preciosas y valiosas que tenía a mano. Decía que una persona es «como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas».

Un castillo: el ser humano es inmenso. De diamante: es fuerte y del material más preciado. De cristal: puede irradiar e iluminar y puede acoger la luz. Con muchos aposentos: es rico y plural en sí mismo, no es gris, su escala de colores es infinita y su profundidad es inmensa.

Y no contenta con eso, Teresa, como si se hubiera quedado corta, lo comparaba con el cielo. Y el cielo, para ella, era la suma absoluta de los bienes, el lugar de la buena eternidad. El cielo era la casa de Dios. De modo que veía al ser humano como el lugar donde Dios se encontraba.

Muy pronto, Teresa observó que se podía tratar de diferentes maneras a las personas y llamó poderosamente su atención cómo lo hacía su padre, Alonso de Cepeda. De él cuenta:

«Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos».

No fue capaz de tener esclavos, en una época en que no era raro tenerlos y en la que, sin embargo, no era frecuente tratarlos con humanidad y, menos aún, regalarlos y cuidarlos.

Bastaría recordar que cuando, pocos años después de la muerte de Teresa, se lleve a cabo la expulsión de los moriscos, se incluirá una salvedad en la ley: se podía retener a los que fueran esclavos. No eran seres humanos, eran propiedades.

A la mentalidad actual se le antoja una barbaridad y, sin embargo, la esclavitud existe en el siglo XXI y ha logrado tomar unas formas tan sutiles que, en ocasiones, termina por ser legal el tráfico humano. Cambiando el nombre, por supuesto, porque los eufemismos son un arma en este terreno.

Encontrar trabajo, salir de la pobreza, ayudar a la familia, prosperar… el comercio humano, la trata de personas no solo persiste sino que lo hace fuerte y refinadamente, que es el peor sello que puede llevar. Porque se desfigura la verdad de modo que llegue a no percibirse.

Teresa alzó la voz, intentando despertar a los padres que no eran capaces de ver que tenía más valor la vida sus hijos que la honra, es decir, el puesto en el mundo, el escalafón que podían ocupar. ¿Qué diría a quienes son incapaces de percibir el valor de la vida ajena, a quienes trafican con sus propios hijos o hermanos? «Abridles, Dios mío, los ojos; dadles a entender qué es el amor» —así seguiría levantando la voz Teresa.

Percibía, con dolor, la ceguera que puede arrastrar hacia la sinrazón: «No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos». No darse cuenta de que todo ser humano tiene en sí mismo valor es el principio para usarlo como si fuera un objeto.

Teresa era una mujer muy realista, con conciencia de que el ser humano es capaz de echar a rodar todo y estropearlo. Sabía la oscuridad en la que puede quedar el cristal humano: «Si sobre un cristal que está al sol se pusiese un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su claridad operación en el cristal». Y sabía que «no hay tinieblas más tenebrosas» que las de vivir negando la dignidad humana.

Ora y le «recuerda» a Dios que, a pesar de todo, somos imagen suya: «Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra». Y, a la vez, grita a sus hermanos: «¡Oh mortales, volved, volved en vosotros!… acábese ya tanta maldad… tornad en vosotros, abrid los ojos» y reconoced al mismo Dios en cada ser humano.

Y, con todo, la esperanza y el optimismo –palabra con mala prensa–, sostienen el pensamiento de Teresa y su convencimiento de que el ser humano puede cambiar. Por eso, cuando definió qué es ser cristiano, habló de amistad con Dios y dijo que orar es «tratar de amistad» con el Dios que ama siempre, pero añadiendo algo fundamental: «Para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones».

Y explicaba que a vueltas con el Amigo, la condición va cambiando. Que el amor puede transformar una vida, que la amistad auténtica devuelve la dignidad. Que la bondad es más fuerte que todo el mal que puede llevarse a cabo. Por eso, pedía a sus hermanas estar siempre «ocupadas en oración… ocupadas en cosa que sea provecho de algún alma». Ocupadas en todo lo que recupera la dignidad compartida.

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