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“Orar sin creer en un dios teísta”, por José Arregi.

Sábado, 23 de marzo de 2024
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De su blog Umbrales de Luz:

12/02/2024/en Reflexiones /

Teísmo” es tan ambiguo como theos (dios en griego) del que se deriva, pero hoy se entiende en general como la creencia en un dios-ente metafísico supremo, creador omnipotente y extrínseco al mundo, que interviene en él cuando y como quiere. Un dios en el que una mayoría creciente de nuestra sociedad ya no puede creer, al que ya no puede rezar. Yo tampoco creo en ese dios ni le oro rezando plegarias [1].

Pero ¿qué es orar? ¿Qué es rezar? ¿Qué es plegaria? Los tres términos no carecen de relación, aunque distan mucho de ser sinónimos. El término plegaria (prière en francés) proviene del latino precari (rogar, suplicar, pedir) y éste se remonta a la raíz indoeuropea prek (rogar). De esta raíz se deriva igualmente precario, que en Derecho se utiliza para referirse a una facultad que solo se ejerce gracias a una autorización revocable y en el lenguaje ordinario es sinónimo de inestable, efímero, pasajero. El lenguaje no engaña. Somos y nos sentimos radicalmente precarios: inestables, pasajeros, necesitados de otro. Por eso pedimos, rogamos, rezamos preces o plegarias. Por eso oramos en sentido amplio (pero la oración en su sentido profundo excluye más que incluye la plegaria de ruego o de petición).

Todos los seres son precarios, contingentes, dependientes. Y los humanos tenemos una aguda conciencia de serlo. Dependemos del aire que respiramos, del agua que bebemos, del fuego que nos calienta, de la tierra que nos sustenta, de la mano que nos sostiene, de la mirada que nos afirma y consuela. Dependemos del universo entero, y todo en el universo depende de todo, desde la onda o partícula de lo infinitamente pequeño hasta las estrellas incontables de incontables galaxias en expansión del universo o multiverso. El universo es una fecunda red sin fin de mutua dependencia creadora. Cada ser es gracias a otro, pero ese mismo otro también es en alguna medida gracias a quien lo hace ser. Los hijos son gracias a los padres, pero también los padres son gracias a los hijos. En realidad, todos somos gracias a todo lo que es. La precariedad es un aspecto de la comunión universal de la gracia de ser.

Esta conciencia (en sentido amplio, universal, no exclusivamente humano) de precariedad dependiente se traduce en oración de súplica y gratitud, de reconocimiento y queja, de celebración y pesar. La oración es la múltiple expresión de la infinita red relacional de interdependencia que nos constituye. Cada ser se expresa en su propio lenguaje. Recuérdese que el término latino orare se deriva de la raíz or-, y su primer significado, sin connotación religiosa alguna, es hablar, decir, perorar… Orar es decir a fondo nuestra precariedad y nuestra relacionalidad universal constitutiva. La existencia se vuelve una cadena de oración universal.

Cuanto existe ora – o reza, o recita o dice, se podría también decir –, expresa la gracia de ser gracias a todos los seres y la necesidad de todos los seres para ser uno mismo. Ora el silencio del desierto y el susurro del viento en el bosque. Oran el sol de día y la luna de noche y todas las estrellas y planetas del universo. Oran la fuente que mana y el río que discurre en el valle. Oran los pájaros y todos los animales de la Tierra y de otros planetas habitados. Oran los hijos de Haití y las madres de Gaza. Oran las palabras, los gestos corporales, el silencio profundo. Y toda oración brota del silencio y a él conduce y en su hondura nos escuchamos y respondemos.

¿Oramos o rezamos a Dios? Depende de lo que entendamos por Dios. No oramos ni rezamos plegarias a un dios ente supremo para que suceda algo que de otro modo no sucederá o para que deje de suceder algo que de otro modo sucederá. Esa oración contradice nuestro ser profundo en comunión. Pero innumerables creyentes han rezado y siguen rezando a dios, y lo hacen pidiendo por causas opuestas: uno le pide que luzca el sol y otro a su lado que llueva, uno le ruega por la victoria de su ejército y otro por su derrota, uno le da gracias por haberle curado de una enfermedad por la que su prójimo acaba muriendo (¿abandonado por dios?). Así sin fin. Tal oración/plegaria no tiene sentido para quien no crea en un dios “teísta”, un dios omnipotente exterior de voluntad cambiante que a veces interviene y otras veces no. Muchas personas de oración profunda, aun compartiendo un imaginario cultural teísta, se sintieron empujadas a superar dicha oración o plegaria teísta. Por ejemplo, Jesús dijo: “Al orar, no os perdáis en palabras… Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis” (Mt 6,7-8). Y el Maestro Eckhart (hacia  1262-1328) enseñó: “Cuando no rezo por nadie y no pido nada, es cuando rezo del modo más verdadero”. El silencio pleno es la experiencia más profunda y su expresión más plena.

Con palabras o sin ellas, lo sepamos o no, todo nuestro ser ora o reza a todo. Pero no solo eso. Todo cuanto es, lo sepa o no, es pura expresión de su ser relacional con todo. Todo ora a todo. Ser, en el fondo, es oración. Todos los seres nos están rezando: agradeciendo, suplicando, confiando, invocando, llamando. La comunidad viviente de la Tierra y el cosmos por entero es una interminable plegaria en todas sus formas. La Realidad ilimitada es, en el fondo, una liturgia cósmica que se extiende desde el corazón del átomo hasta el universo/multiverso sin fin. El universo entero es una oración, una eterna comunión intercesora universal. Nuestra oración profunda, más allá de todo rezo y plegaria estrecha de petición, consiste en unir nuestro ser precario y orante al ser precario y orante de la realidad universal. El universo, se podría decir también, es una plegaria poética o un poema litúrgico creador (poiein en griego significa “crear”), como el poema de la creación de Gn 1: “Dijo Dios: ‘Hágase’ Y se hizo”.

¿Y Dios? Dios en cuanto Fondo fontal, Aliento vital, Relación creativa o Creatividad relacional es la oración profunda de cuanto existe a todo cuanto existe. Dios nos ora en todo. En el fondo, nuestra oración consiste en unirnos a la voz y al silencio poético, creador, de la oración de Dios. Y así nuestra oración se vuelve creadora del Dios que nos crea.

Aizarna, 25 de enero de 2024

www.josearregi.com

(Publicado en francés en Témoignage Chrétien, n° 4045, 8 de febrero de 2024, p. 7)

[1] Este texto fue publicado originariamente en francés con el título “Prier Dieu sans croire à sa ‘toute-puissance’ ”. La traducción al español ha requerido una mínima adaptación de la derivación del término francés prier (suplicar, rogar, rezar, pero también orar) a partir de la raíz latina precari (rogar, suplicar) e indoeuropea prek (suplicar). Las líneas que siguen se atienen a la sinonimia parcial de los términos españoles orar, rezar, plegaria.

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“Claves para una cristología transteísta”, por José Arregi

Sábado, 13 de enero de 2024
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IMG_1880De su blog Umbrales de Luz:

No es fácil ofrecer hoy una presentación de Jesús de Nazaret breve, sustanciosa y sencilla, y además interesante y novedosa. Annamaria Corallo lo ha logrado en este libro, y la felicito con el mismo placer con que he leído estas páginas. Páginas que instruyen a la mente y hablan al corazón. En cada una de ellas se funden el rigor intelectual y la sensibilidad entrañable, el análisis crítico de textos antiguos y el aliento del Espíritu universal, siempre presente, libre y nuevo.

La autora despliega sin ostentación un amplio conocimiento de las investigaciones más recientes sobre Jesús, pero no es su primer propósito informarnos sobre lo que él enseñó e hizo por los caminos y aldeas rurales y en las humildes casas de Galilea hace 2000 años. Quiere acercarnos a las fuentes vitales que inspiraron al profeta galileo y que nos pueden aún inspirar en un mundo, el nuestro, tan distinto del suyo. De la letra de ayer brota un Evangelio nuevo, una buena noticia para nuestros días, más necesaria que nunca. Y nace este libro lleno de frescura, un buen esbozo abierto de cristología coherente e inspiradora para este siglo XXI que avanza tan rápido, un siglo en el que la aceleración de lo que llamamos progreso asfixia la vida.

Quiero destacar en particular el subtítulo, que encuentro muy relevante, y no exento de atrevimiento: Gesù di Nazaret in chiave transteista (Jesús de Nazaret en clave transteísta). La expresión es novedosa, y es posible que en más de uno provoque extrañeza, reticencia, o incluso una abierta protesta. Me parece, sin embargo, que define una clave fundamental para la profunda renovación de la cristología que nuestra época requiere.

Contextualicemos el término transteísta. Fueron Paul Tillich (teólogo y pastor luterano) y Heinrich Zimmer (indólogo) quienes, en los años 50 del siglo XX, acuñaron el concepto (transtheistic), el primero para referirse a la filosofía religiosa griega (presocrática y estoica en particular), el segundo para designar la filosofía-teología hindú. En sus escritos teológicos y en sus sermones como pastor, Tillich invitaba a la irrenunciable tarea espiritual de transcender el concepto tradicional “teísta” de Dios, a saber: un Ente supremo diverso de los entes que forman el mundo, o una Persona divina separada de las personas humanas. “Tal vez –decía a sus oyentes en uno de sus sermones– tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios”. Lo mismo predicaba el Maestro Eckhart a finales del s. XIII y comienzos del XIV. Lo mismo afirmaba Dietrich Bonhoeffer cuando en sus escritos de prisión, poco antes de ser ahorcado por los nazis en abril de 1945, confesaba al “Cristo de los no-religiosos” y apelaba a un “cristianismo no-religioso” y llamaba a vivir “ante Dios sin Dios”. En las últimas décadas del siglo XX y en las primeras del s. XXI, el obispo episcopaliano John Shelby Spong es quien más y mejor ha desarrollado una teología sistemática no-teísta.

Siguiendo esa estela, Annamaria Corallo presenta a Jesús en clave transteísta, y éste me parece uno de sus aciertos más decisivos, y el más atrevido. Ciertamente, no se puede hablar de Jesús sin hablar de Dios –con este nombre o sin él–, pues su presencia le envolvía y habitaba, sostenía su confianza vital, su esperanza mesiánica, su misión profética arriesgada. Pero, hoy y aquí, tampoco se puede hablar bien sobre Jesús, es decir, de manera comprensible e inspiradora, sin hablar bien sobre Dios, a saber, de manera razonable, coherente con la cultura común después de Kant, Darwin y Nietzsche, después de Einstein y del telescopio James Web. El Dios Ente supremo, extrínseco al mundo, justo y clemente, creador y legislador universal soberano, que rige el mundo, que interviene en él cuando quiere, se revela u oculta, habla o calla, atiende o desatiende las plegarias, perdona o castiga, salva o condena… no tiene cabida en la cosmovisión científica y en el pensamiento moderno de los hombres y mujeres de hoy. El “Dios teísta” ya no es creíble para la inmensa mayoría, desde los niños hasta los ancianos. Es una mayoría creciente que, según todos los datos, no dejará de seguir extendiéndose más allá de las fronteras del llamado “Occidente”.

Para una inmensa mayoría en aumento de nuestra sociedad del conocimiento y del cambio demasiado acelerado tampoco es creíble un Jesús entendido clave teísta, una imagen que aún perdura en los textos litúrgicos, en la doctrina oficial, y en el fondo del imaginario tanto de “creyentes” como “no creyentes”: Jesús como Logos o hijo preexistente de Dios, encarnado en un Sapiens judío y varón, única revelación y encarnación plena de dios en la Tierra y en el universo, único salvador universal, hombre perfecto… En un gesto de lucidez cultural, de coraje teológico y de responsabilidad eclesial, Annamaria Corallo esboza una cristología en paradigma transteísta, que es inseparablemente liberadora, feminista y ecológica. Así habla bien sobre Jesús y sobre Dios. Y hablando así, lo digo con profunda convicción y gratitud, ofrece un soplo de aliento transformador para una humanidad global que tiene ante sí los retos más urgentes y las amenazas más graves de toda su historia, tales como la emergencia climática, la crisis ecológica, la inteligencia artificial y la guerra universal de la economía financiera y de las armas.

A este nuevo paradigma cultural y por consiguiente teológico, muchos lo llaman, sin embargo, posteísta en lugar de transteísta. No creo que merezca la pena enzarzarse en esta discusión, pero me inclino por el término escogido por la autora. El prefijo trans- me resulta más sugerente y abierto que post-. Éste parece establecer una especie de línea divisoria clara: antes del teísmo, después del teísmo. Entiendo que quien dice trans-, por el contrario, no define doctrinas ni erige fronteras, más bien las abre: más allá. La vida es incesante movimiento y dinamismo transformador. Ciertamente, el espíritu –que late en la partícula y el átomo, en el agua y la piedra, en la planta y el animal, en el universo entero– nunca ha existido ni se manifestó en Jesús sin forma, pero no se encerró en ninguna de las formas en que en él se manifestó y operó (en su imagen de Dios, en sus creencias religiosas, en sus prácticas rituales, en su pertenencia sinagogal…). Jesús fue teísta, sin duda, pero su aliento profundo le empujaba y nos empuja más allá de su imagen de Dios, de sus creencias, del templo y de toda institución. El espíritu es libre, y atraviesa y transciende las formas en las que se manifiesta y obra. Somos libres de utilizar unas formas u otras –teístas o no-teístas o ateas–, pero en cuanto simples lugares provisionales de encuentro y de relación, de paso a la Vida hecha de energía, relación y ternura. “Misericordia quiero, y no sacrificios(Evangelio de Mateo 9,13). La compasión subversiva, pacífica y sanadora es lo que cuenta en el fondo, más allá de todas las formas.

La inspiración profunda de Jesús, el Jesús viviente, libre e inspirador, más allá de la historicidad fáctica y del constructo dogmático, en comunión con todas las personas históricas y con todas las figuras literarias, es lo decisivo en una cristología profunda y fecunda. Así es en este libro. Cada página expresa la convicción –que comparto enteramente– de que la figura viviente de Jesús que emerge de los relatos evangélicos libremente leídos –se corresponda o no dicha figura con la estricta historicidad o con los dogmas tradicionales– es de plena actualidad. En sus Bienaventuranzas subversivas, en su empatía incondicional con los últimos, en su projimidad sanadora, en su comensalía abierta y feliz, en su libertad arriesgada frente a la “ley divina”, frente al poder religioso, político y económico, en su anuncio de Jubileo universal, en su mirada contemplativa de la naturaleza como sacramento de la Realidad fontal que llamaba y llamamos “Dios”, en su crítica del patriarcalismo, en su práctica de la fraternidad-sororidad universal sin jerarquías, en su grupo de vida itinerante de hombres y de mujeres por igual… podemos seguir hallando inspiración y estímulo para responder a los enormes retos de supervivencia global que afrontamos hoy los seres humanos, hijos e hijas de la Tierra, hermanos y hermanas de todos los vivientes.

José Arregi

(Publicado como prólogo a la obra de Annamaria Corallo, l’uomo che narró Dio. Gesù di Nazaret in chiave transteista, Gabrielli, 2023, pp. 11-14)

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“Dios como creatividad del universo”, por José Arregi

Miércoles, 8 de febrero de 2023
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dios-universoDe su blog Umbrales de Luz:

¿Merece aún la pena hablar de “Dios”? Sinceramente no lo sé, pero, con todas las dudas, para mucha gente –y para mí mismo– sigue siendo una buena manera de decir el Misterio indecible más hondo y mejor del universo, y una fuente inspiradora de justicia y paz en un mundo que tanto lo necesita.

La palabra Dios (Deus, Dieu, Dio…), derivada de la raíz indoeuropea deiw (“luz”) es una metáfora: una expresión que, más allá de su significado, nos remite al Misterio último o a la Realidad primera inefable. Lo mismo sucede con la palabra God (o Gott…), derivada de la raíz indogermánica gheu(“invocar”), y así podríamos seguir, de metáfora en metáfora, con todas las palabras con que en las diversas lenguas se dice Dios. Sería una bella y humilde, reveladora teología metafórica de lo Inefable.

Creatividad” me parece una de las concreciones metafóricas más evocadoras del Misterio de los misterios, de lo Real de todas las realidades, de Dios. Así lo propuso hace más de una década Stuart Kauffman (1939-), prestigioso biólogo, laureado en 1987 con el premio MacArthur al “genio”, investigador de la teoría de la complejidad, “humanista secular” en sus propias palabras, pensador visionario en las fronteras de la ciencia. Declara rotundamente ser ateo del “Dios” teísta (Ente Supremo omnipotente, creador, personal distinto del mundo), y con la misma rotundidad, sin embargo, declara que hoy, cuando el siglo XXI avanza veloz, para salvar a la humanidad y a la comunidad de los vivientes, necesitamos redescubrir y reconocer la sacralidad del universo, y que la vieja palabra Dios puede aún sernos útil y necesaria para referirnos justamente a esa sacralidad y vivir de acuerdo a ella. Claro que para ello se requiere reinventar a Dios o lo sagrado (cf. su libro Reinventing the Sacred: A New View of Science, Reason and Religion, 2008). Recojo de manera libre algunas claves fundamentales del pensamiento del autor al respecto.

Es preciso, dice, “reinventar lo sagrado natural” o al “Dios natural”. Evidentemente, “lo sagrado” no es para él algo contrapuesto a “lo profano” ni “natural” significa algo subordinado a “sobrenatural”. “Natural” designa toda la naturaleza, el universo de cuanto existe, y “sagrado” es toda la naturaleza en cuanto suscita asombro, reverencia, respeto, responsabilidad. Repárese a cada uno de estos términos.

El reconocimiento de la creatividad inspira, funda, sostiene la ética. Contemplo la realidad transida, habitada, movida por la misteriosa energía o dinamismo creador, y me embarga el asombro. El asombro me lleva a la reverencia: ¡oh sagrada realidad en permanente movimiento, relación y transformación, tú que nos haces ser y que hacemos ser!, ¡oh círculo infinito con el centro en todo, sin circunferencia ni comienzo ni fin!, te adoro y te invoco en todo, más allá y más acá de todo. La reverencia me mueve al respeto absoluto de todos los seres, desde las partículas a las galaxias y al multiverso si existe: yo soy en relación con todo, nada me es ajeno, de todo recibo y a todo me debo. El respeto me inspira y me incita a la responsabilidad: todo me llama, me interpela, me invoca. Amarás al prójimo como a ti mismo, y así serás tú mismo.

La creatividad universal no es exterior al universo. No hay acción ni agente exterior, no hay un “Dios” que actúe desde fuera. La realidad universal es autocreativa, eterna o transtemporal. “Hágase”, dice Dios una y otra vez en el mito bíblico del Génesis. Que todo se haga a sí mismo dejándose hacer por todo y haciéndolo. Eso es Dios, “suficiente Dios”, dice Kauffman. Es más íntimo y más infinito que todo “Dios” imaginado como Ente Supremo personal, humano y “particular” en el fondo.

Creatividad significa que la realidad en su conjunto se autoconstituye a través de la emergencia, ese fenómeno fundamental por el que brotan nuevas formas o totalidades gracias a organizaciones más complejas de elementos más simples. Misteriosa creatividad por la que de menos sale más. Las partículas se reúnen y crean átomos, los átomos se reúnen y crean moléculas, las moléculas se reúnen y crean células ¡vivientes!, las células se reúnen y crean tejidos, órganos, organismos increíblemente complejos, hongos, plantas, peces, aves, mamíferos, primates hominoideos, homínidos, humanos… y lo que vendrá todavía, o lo que existe ya y no conocemos. Sin embargo, no podemos dejar de pensar que en aquello más simple existía la posibilidad de unirse en formas más complejas y de crear así formas aún inimaginables. ¿Qué es lo “más simple”? Es potencialidad.

La creatividad hace justamente que de elementos más simples emerjan nuevas formas más complejas cualitativamente distintas, irreductibles a los elementos de los que han emergido. Nuevas formas más complejas que se rigen por leyes distintas y están dotadas de propiedades distintas que no son explicables por las solas leyes que rigen en las formas más simples de las que han emergido. “Más complejo significa diferente” (P. W. Anderson, Premio Nobel de física). La biología no se explica sin leyes físicas y químicas ni solo con ellas. La espiritualidad no se explica sin leyes biológicas ni solo con ellas. La vida emerge de la física y de la química, pero no es reductible a ellas; la mente emerge de las células neuronales, pero no es reductible a ellas; la conciencia emerge del cerebro, pero no es reductible a él. Las moléculas no son reductibles a los átomos, ni la célula viviente a las simples moléculas, ni el chimpancé – ni el pájaro, ni el pez, ni la planta– a un mero conjunto de órganos. Ni la inteligencia y la conciencia de un ser transhumano que pudieran emerger serán reductibles a nuestra especie Sapiens. Y, sin embargo, más complejo no significa en ningún caso ni superior, ni más importante, ni más digno.

La creatividad significa también que no existe determinismo absoluto. El universo autocreativo es una realidad abierta. El futuro es impredecible, pues no podemos conocer todos los factores emergentes que lo configurarán o todas las nuevas leyes a las que obedecerá. Todo fenómeno –meteorológico, económico, político…– es efecto de una serie infinitamente larga y compleja de causas ligadas entre sí, y todo fenómeno, por insignificante que sea, es al mismo tiempo el inicio de otra serie incalculable de factores que podrían, al final, provocar inundaciones o seguías, cosechas o hambrunas, imperios y revoluciones, y alterar la historia. El resultado final es siempre un fruto imprevisible de la creatividad.

Sagrada creatividad que religa todo con todo en un cuerpo cósmico enteramente creado y creador. Un cuerpo en el que cada forma es un todo formado de partes, y es a la vez una parte de un todo mayor. Un cuerpo en el que toda parte es agente y toda acción es creadora, para bien o para mal (si es que podemos llamar “creación” a una acción que crea hambre y miseria, guerra y destrucción, tantas cosas que nos estremecen). Un cuerpo en el que todos los seres somos, en comunión, co-agentes de la Creación o de la Creatividad infinita y eterna.

La metáfora de la creatividad evoca un Misterio último, una Realidad primera, una Presencia eterna que trasciende toda contraposición entre materia-energía inanimada y espíritu inmaterial: la realidad originaria es a la vez, eternamente, “materia-energía espiritual” creándose y “espíritu material” creador. Es la transcendencia del universo inmanente y la inmanencia de la transcendencia universal. La creatividad no existe sino en las formas que se van creando, y las formas no existen sino en cuanto animadas de creatividad.

La metáfora de la creatividad nos remite, pues, más allá de un panteísmo burdo en que todos los seres serían partes de “Dios” y “Dios” sería la suma de todas las partes. La creatividad podría conciliarse con el panenteísmo (en griego “pan en Theó” = “todo en Dios”), en cuanto que todos los seres somos en Dios, pero sin imaginar que Dios sea Algo o Alguien en el que somos. La creatividad podría tal vez expresarse mejor en el término teoenpantismo (“Theós en panti” = “Dios en todo”) –neologismo que me permito proponer–, en cuanto que Dios no es sino en los seres, como el misterio de la creatividad o el poder ser-hacer que los anima.

La metáfora divina de la creatividad apunta así más allá tanto del teísmo como del ateísmo, “puede salvar la brecha –dice S. Kaufman– entre los que creen en alguna forma de Dios y los humanistas seculares como yo que no lo hacemos”. “Necesitamos algo más”, añade, “un nuevo tipo de espacio sagrado”. Creo que sí. En estos tiempos de profunda transición cultural, necesitamos ciertamente superar el viejo teísmo y los viejos credos religiosos que, en su literalidad, se han vuelto insostenibles, pero necesitamos igualmente superar, en palabras de Kauffman, “el páramo espiritual” en que nos hallamos.

En resumen, el biólogo filósofo norteamericano propone una nueva visión de la realidad, de la ciencia, y también de la religión, de lo sagrado o de Dios: “un nuevo Dios –dice–, no como trascendente, ni como agente, sino como la creatividad misma del universo”. Y a todos nos convoca a una mirada mística y ético-política más allá del positivismo científico y del dogmatismo religioso (que es otra forma de positivismo).

Pero ¿por qué seguir utilizando todavía el equívoco nombre Dios para referirse a lo sagrado de la realidad universal? S. Kauffman responde: “porque Dios es el ‘símbolo más poderoso que hemos creado’ ”. No sé si es razón suficiente, pero el hecho es que miles de millones de seres humanos designan todavía con la metáfora “Dios” (en todas sus versiones) lo más real, lo más sagrado e indecible de todo lo real: la creatividad que lo anima y nos interpela.

En cualquier caso, no se trata de utilizar una palabra u otra, de sustituir un nombre por otro. Tampoco se trata de creer o dejar de creer algo. Se trata de crear, de dejarnos crear y de que seamos agentes de la creatividad sagrada, a saber, de que hagamos que donde haya guerra pongamos paz, donde haya odio pongamos perdón, donde haya muerte pongamos vida, y donde haya destrucción pongamos creación.

Aizarna, 25 de enero de 2023

 

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Despertar

Viernes, 23 de septiembre de 2022
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Del blog de José Arregi Umbrales de Luz:

El despertar o la Iluminación se considera tradicionalmente como la unidad entre el yo individual y la Realidad última (lo que los sufíes denominan Identidad Suprema), generando una Totalidad o No dualidad que, incluyendo toda la realidad, transmite al individuo una sensación de libertad última y de plenitud total. (…).

Una Realidad última que no solo es el ancla de toda manifestación, sino que, cuando se descubre, libera a los seres humanos del sufrimiento y les muestra su Verdadera Naturaleza y el Fundamento sin fundamento del ser (conocida con nombres tan diversos como naturaleza de Buda, Brahman, Divinidad, Ein Sof, Alá, Tao, Ati, Gran Perfección, Uno o Satchitananda, por nombrar solo unos pocos). (…).

Contamos con críticas al capitalismo, el consumismo, el sexismo, el racismo, el patriarcado, los negocios impulsados por la codicia, la energía derivada de los combustibles fósiles, la economía global, la explotación del medio ambiente, el calentamiento global, el militarismo, la pobreza mundial, la brecha entre ricos y pobres, el tráfico de seres humanos, la epidemia del uso y tráfico de drogas, el hambre, la sequía, las epidemias globales, la escasez de alimentos, etcétera. Casi todas estas críticas me parecen muy adecuadas, pero hay una que, aunque nunca se mencione, probablemente sea la más importante de todas: que la cultura occidental ha perdido el acceso a las fuentes del despertar. (…).

Un despertar a una Realidad última que, como Fundamento sin fundamento del Ser, ancle y dé sentido a todas nuestras tareas relativas. (…). El descubrimiento de esta Realidad última no es solo el Fundamento sin fundamento de todo ser «ahí», sino también «aquí», es decir, el descubrimiento de nuestro Yo más profundo y verdadero, la Talidad, la Realidad más fundamental de nuestro ser cuyo descubrimiento implica directamente el despertar, la iluminación y la metamorfosis.

*

Ken Wilber,
Introducción al libro La religión del futuro
(Kairós, 2018)

 

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¿Podemos aún llamar “Dios” a lo que inspiró a Jesús?

Viernes, 29 de julio de 2022
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jesus-hipsterDel blog de José Arregi Umbrales de luz:

Texto prolongado de mi intervención en la Consulta Internacional online Por un humanismo bioecocéntríco. ¿Qué podemos aportar los seguidores de Jesús? (5 de junio de 2022)

¿Qué podemos aportar los seguidores de Jesús al humanismo bioecocéntrico? No un plus de valores, ni un fundamento exclusivo, sino la inspiración de Jesús, la inspiración que lo movió y que emana de su figura humana, de sus actitudes y opciones vitales, de sus relaciones y prioridades, de sus palabras libres y de sus acciones liberadoras.

1. Como toda inspiración, como el aire que respiramos y espiramos, la inspiración de Jesús es universal y particular a la vez. Es universal, porque transciende toda forma física, psíquica, cultural; pero es también inevitablemente particular, parcial, y se expresa en una forma, en una vida, en una historia humana concreta, cuya memoria ha sido transmitida de manera libre, creativa, plural, no supeditada a la “verdad historiográfica”, en un rico lenguaje simbólico, complejo y coherente: mesianismo, liberación universal, sanación, fraternidad-sororidad, filiación divina, comensalía abierta, pan y vino, bienaventuranzas, justicia y paz universal, gracia, perdón, cielo nuevo y tierra nueva, encarnación, resurrección, cristificación, etc…

Ninguno de estos y otros motivos simbólicos por separado es exclusivo de la tradición de Jesús (casi todos provienen de la tradición judía), pero juntos forman un corpus lingüístico, narrativo, característico, e insisto: plural. Son palabras, figuras, relatos… que pueden reavivar una Presencia, infundir una inspiración, iluminar la conciencia e impulsar la acción. Pueden evocan y despertar la inspiración de Jesús, lo que le inspiró a él y lo que él nos inspira.

2. ¿Qué inspiró, pues, a Jesús? A Jesús le inspiró “ESO” mismo que anima al cosmos, la vida y también, por lo tanto, el compromiso en favor de un humanismo bioecocéntrico, un humanismo centrado en la vida de todos los vivientes y en la comunión de todos los seres. A ESO –el Espíritu que, según el mito del Génesis, vibraba o aleteaba sobre las aguas primordiales, es decir, el aliento profundo de la vida y de todo lo que es– Jesús lo llamaba “Dios” (Elohim) con diversos calificativos como Señor, Creador, Rey, Abbá… Y mi pregunta es: ¿podemos hoy todavía calificar a ESO con los mismos calificativos de Jesús? Es más: a ESO, a la hondura de la realidad, ¿podemos todavía llamarle también “Dios”?

Pero quede claro desde el principio: si la respuesta a la pregunta señalada fuese afirmativa, ello no significaría de ningún modo que el cosmos, la vida y el compromiso ético-político-ecológico carezcan de aliento profundo si negamos a “Dios” (una afirmación absurda que, sin embargo, sigue siendo muy frecuente en el discurso de muchos creyentes, teólogos y dirigentes eclesiásticos); significaría más bien lo contrario: que al aliento profundo o a lo más real de cuanto existe también se le podría llamar “Dios” (“Quien permanece en el amor permanece en Dios”: 1 Jn 4,16). Pero ¿es legítimo seguir todavía llamándolo así?

3. La palabra Dios es la más equívoca de todos los diccionarios. Es signo de contradicción no solo para quienes lo afirman como lo más real, sino también para quienes lo niegan como enteramente irreal. Quienes dicen “creer” en “Dios” creen en cosas muy distintas, incluso contradictorias; igualmente, quienes rechazan a “Dios” rechazan cosas muy diversas; y sucede a menudo que lo que afirman muchos llamados creyentes tiene poco que ver con lo que niegan muchos llamados ateos, y viceversa.

En estas condiciones de confusión, ¿merece la pena seguir hablando todavía de “Dios”? Es discutible, lo reconozco, pero personalmente –es una opción personal–, a pesar de todos los equívocos, pienso que sí. Y pienso que sí por tres razones fundamentales: en primer lugar, porque la palabra Dios, con todos sus equívocos, está ahí en todos nuestros diccionarios, y en nuestro lenguaje desde milenios antes que los diccionarios; en segundo lugar, porque, para lo mejor y también para lo peor, esa palabra forma parte inseparable de mi historia de la que no quiero renegar y que tampoco quiero canonizar; y, en tercer lugar, porque pienso que cualquier circunloquio con que quisiéramos reemplazar el término Dios no sería menos equívoco que éste.

4. En este tiempo de transición hacia un paradigma posteísta o transteísta, y a pesar de la certeza que albergo de que un día –seguramente más pronto que tarde– la imagen tradicional de Dios como Ente Supremo personal extrínseco al mundo y tal vez la misma palabra Dios desaparecerán, a pesar de ello, hoy todavía no descarto su uso. Dependiendo de cómo me siento o dónde o con quién me halle, no renuncio a decir “Dios” para referirme, no a ningún Ente Supremo omniexplicativo, sino al Misterio universal. No absolutizo ninguna palabra, menos aun la palabra Dios, porque el Misterio absoluto conlleva la radical desabsolutización de todo vocablo, de toda doctrina, de toda imagen.

Tampoco pretendo que todo el mundo atribuya a la palabra Dios el mismo significado, pues el significado cambia sin cesar, y Dios está más allá de todos los significados de los diccionarios y de los credos. Dígalo, pues, cada cual con los términos y las figuras que más sugerentes y razonables sean para él, de la manera que le resulte más coherente con su visión, su lenguaje, su gramática del mundo. Y aun cuando hablemos lenguajes distintos y tracemos significados diversos, en la medida en que el espíritu o el alma de la vida nos inspiren, todos respiraremos el mismo Aliento, todos nos entenderemos en lo Incomprensible más allá de la palabra.

Hoy, domingo 5 de junio de 2022, la liturgia católica celebra Pentecostés(“quincuagésimo” en griego), heredera de la fiesta judía de Shavuot, la fiesta primaveral de las “primicias” o de las primeras gavillas de la cosecha, 50 días después de la Pascua, la fiesta en que también celebraban la entrega por Dios a Moisés de las tablas de la Ley de la libertad. Pentecostés significa que la vida renace como el grano que se convierte en tallo, espiga y grano, en gavilla y en pan. La vida conlleva transformación, libertad y comunión, mientras que la fijación de una forma significa parálisis y conduce a la muerte, a la disgregación del organismo viviente. Pentecostés es, por lo demás, lo contrario de Babel: en Babel, la imposición de una única lengua, la lengua imperial, conduce a la confusión universal; en Pentecostés, cada uno habla su lengua, pero todos se encuentran en lo Indecible, en la lengua de fuego que habita y transciende toda lengua hecha de palabras.

5. Toda palabra es histórica. También, y sobre todo la palabra por antonomasia, Dios, que viene del latín Deus, que viene del griego Theos, que viene del sánscrito Deva, que viene de la raíz deiv, que significa “resplandor”… y ¿de dónde viene el resplandor? El resplandor es el origen de todas las imágenes, pero no está sujeto a ninguna imagen, a ningún “dogma” (que significa opinión y apariencia). Como todos los términos que se refieren a Dios, también todas sus imágenes tienen su origen en una época, una cultura, una forma de vida.

Digamos, pues, lo Inefable con libertad de pensamiento, de imaginación y de palabra. Y no nos precipitemos en censurar y condenar a nadie como “hereje” porque utilice otras palabras e imágenes para decir lo que no sabemos ni podemos aprehender. No hay ortodoxia que no haya sido antes una “herejía”, que significa “elección”. No hay lenguaje sin herejía, sin elección (siempre condicionada) de una manera de pensar y de hablar.

Jesús fue hereje, hizo opciones libres y arriesgadas, antes de que su movimiento herético se convirtiera en una religión, con su inevitable división de fieles e infieles (se llama “fieles” a los “nuestros”, a quienes optan por hablar o actuar como nosotros, e “infieles”  a los “otros”, los de fuera). Pablo fue hereje antes de que él mismo condenara a quienes no pensaban como él. Tomás de Aquino fue sospechoso de herejía, como el Maestro Eckhart, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila o Ignacio de Loyola. Lutero fue condenado y recondenado como hereje maldito, pero en el Instituto Católico de París, en los años 80 del siglo pasado, aprendí de Daniel Olivier, sacerdote católico y máxima autoridad mundial en la historia, la obra y el pensamiento del gran reformador, que éste ha sido el mejor teólogo de todos los tiempos.

7. ¿Qué lograron las autoridades eclesiásticas que condenaron a la hoguera a Margarita Porete, Giordano Bruno o Miguel Servet? ¿Qué lograron las autoridades judías de Ámsterdam que expulsaron a Spinoza y las autoridades católicas que le acusaron de panteísta e introdujeron sus obras en el Índice de los libros prohibidos, y los papas que silenciaron a Teilhard de Chardin, Edward Schillebeeckx, Bernard Häring y Hans Küng, porque hablaron de Dios, del mundo y de la vida de una forma nueva? ¿Qué lograron las iglesias protestantes que, ofuscadas por el prestigio teológico de K. Barth, relegaron a Bonhöffer, Tillich, Robinson o Spong, que tomaron en serio la “muerte de Dios” del teísmo tradicional?

Lograron que la inmensa –y creciente– mayoría de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo hayan identificado a Dios con un Ente Supremo omnipotente, arbitrario y alienante, y que, en consecuencia hayan desterrado –expulsado de su tierra, hecha de paraísos y de infiernos– no solamente la palabra Dios, lo que no tendría importancia, sino también todo aquello que asocian a “Dios”, como, por ejemplo, el riquísimo legado espiritual, simbólico, literario, ritual, ético, vital de las tradiciones religiosas teístas. Y ese destierro podría ser una pérdida para vivir y encarnar “poética” o creadoramente, inspiradora y liberadoramente, la Hondura de lo real.

8. Yo también me reconozco ateo del “Dios” que niegan los ateos de ayer o de hoy, pero pienso que la palabra Dios no designa ni sugiere únicamente lo que la religión dogmática y el ateísmo dogmático niegan.

Cuando digo “Dios”, distingo el significado del término –que puede ser diferente para cada uno– y el referente –que transciende todas los conceptos y sus significados–. Cuando digo “Dios”, me refiero a la Realidad primera o última; no a una determinada realidad junto a otras realidades, no a un Ente o a una Forma, no a Algo ni a Alguien, a un objeto distinto de otros objetos, sino a Aquella/Aquel/Aquello –más allá de todo género y número– que hace que todo lo real sea, vaya siendo, se vaya haciendo; al Fondo de todo lo real, que es en todo, que no es nada de nada, sino la Nada que es Todo en todo.

Cuando digo “Dios”, no me refiero a “una Persona Absoluta” distinta de otras personas, de modo que “Dios” y yo seríamos dos, sino a la Interioridad sin exterioridad, a la Alteridad sin división, al Tú que es cada yo para sí, al Yo que encontramos en cada tú –en una persona, en un perro, en una hoja, en una gota de agua–, a Esa/Ese/Eso que no es “personal” ni “impersonal”, sino más que personal, “suprapersonal” o “transpersonal” (como enseñaron Tillich, Schillebeeckx, Küng…).

Cuando digo “Dios”, me refiero a la Relación universal que nos funda y sostiene a todos los seres, que hace que todas las cosas estén unidas y que cada cosa sea también Todo. Al Misterio de Relación que puedo invocar como el Tú originario, el Tú más profundo, el Tú suprapersonal que admiro, venero e invoco en todo tú: en el rostro humano y en todo animal, en el árbol, la fuente, la montaña y el firmamento sin fin.

Cuando digo “Dios”, me refiero al Misterio inefable, a la Realidad fontal, a la posibilidad creadora que emana de cada partícula y de cada átomo, de las galaxias en formación y del universo en expansión. Cuando digo “Dios”, me refiero a la creatividad ilimitada y perenne, a la energía originaria eterna e inagotable, al campo electromagnético eterno y ubicuo de cuya chispa se produjo el Big.Bang (incontables Big-Bangs tal vez) y brotó la luz y se creó este universo o incontables universos que siguen creándose.

Cuando digo “Dios”, me refiero al Espíritu o Aliento o Alma de la vida que “anima” el mundo, a la Bondad creativa o al Amor más fuerte que el ego y la muerte, a la Conciencia cósmica eterna en la que todo es y que todos los seres encarnan, mejor, que podemos ir encarnando, dándole forma y cuerpo, o haciéndolo ser más plenamente en una evolución sin comienzo ni término temporal.

9. Vivir humanamente, con hondura, es dejar que nuestra vida en general (sentimiento y conocimiento, palabra y praxis inseparablemente), y el humanismo bioecocéntrico que nos proponemos en particular, sea animado, alentado, inspirado. La experiencia de Dios, con este u otro nombre o sin nombre alguno, consiste en el aliento vital profundo que inspira o mueve nuestro deseo y nuestra opción hacia la bondad creativa, que nos impulsa al silencio profundo, a la contemplación admirativa, al respeto de cuanto es, a la compasión personal y política para con todos los heridos.

Esa es la experiencia profunda que movió a Jesús de Nazaret, de acuerdo a los relatos evangélicos, canónicos o apócrifos, en los que las primeras comunidades del movimiento cristiano plasmaron su recuerdo de Jesús de manera libre, creativa y plural. En un mundo en el que todo se vuelve epifanía o símbolo revelador del Todo, miro a Jesús como figura y símbolo de la encarnación del Fuego, del Eros, del Ágape que puede conducir el mundo a una mayor libertad y a una mayor comunión.

No necesito, sin embargo, afirmar a Jesús como la única ni como la perfecta ni siquiera como la más perfecta encarnación del fuego divino creador. Pero es para mí la figura más cercana y familiar que me inspira y me anima a encarnar el Aliento universal que le inspiró a él, que le animó a querer vivir la libertad solidaria y a encontrar ahí su bienaventuranza.

Tampoco necesito seguir imaginando a Dios como Jesús lo imaginaba, porque su imagen de Dios –junto toda su cultura– fue histórica, relativa, inacabada, abierta, como la nuestra. Quiero más bien dejarme llevar por el mismo Espíritu que le impulso a él a vivir como vivió: acompañando a los marginados, compartiendo la mesa, levantando a los caídos, sanando a los heridos, siendo hermano de todos empezando por los últimos.

10. Y no me siento sujeto ni a la historia particular de Jesús, ni a la letra de sus enseñanzas, pues él fue innovador de lo recibido y liberador de cadenas. Y decía: “Levántate y camina”.

Por eso, los “seguidores de Jesús” no tienen por qué expresar la inspiración que emana de Jesús con el mismo lenguaje en todos los lugares y tiempos. No tienen por qué sentirse sujetos a las creencias y a los dogmas referidos a Jesús, pues no hay creencias ni dogmas inamovibles, sino lenguajes abiertos, plurales, siempre en camino y en diálogo. Las primeras comunidades cristianas son el mejor ejemplo de libertad creativa y plural en la manera en que entendieron y transmitieron la memoria de Jesús. Nunca confesaron la “divinidad” de Jesús como esencia o naturaleza divina singular, una divinidad distinta de la humanidad, sino como la hondura humana y, por lo tanto, vocación universal de todos los seres humanos. Y lo dijeron de maneras muy distintas e incluso contradictorias, y nunca convirtieron su confesión de la divinidad en dogma inamovible. En definitiva, todos los dogmas y doctrinas cristológicas a lo largo de los siglos (divinidad, preexistencia, concepción virginal, muerte sacrificial, resurrección, ascensión, presencia eucarística “real” en oposición a “simbólica”…) se resumen en aquello que los Hechos de los Apóstoles ponen en boca de Pedro, pescador de Galilea: “Pasó la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos” (Hch 10,38). Todo lo demás son añadiduras.

Aizarna, 5 de junio de 2022

 

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