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Gabriel Sepúlveda: cómo transicionar en tiempos de redes sociales

Sábado, 7 de enero de 2023
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Después de documentar su transición en las redes, Gabriel Sepúlveda –Youtuber, tiktoker y streamer–, publica su primer libro y desafía algunas ideas sobre el dead name: “De Gabriela a Gabriel”.

SANTIAGO DE CHILE, Chile. Gabriel Sepúlveda Arcay lo dice sin dudar: “Nada más poderoso que las historias”. Sumergirse en ellas, aprender, contarlas e inspirar a otres es algo que ha hecho una y otra vez. Conocer historias de personas trans, en particular de Skylar (un activista trans estadounidense) y de miembros de la Asociación Organizando Trans Diversidades (OTD) de Chile, le hicieron darse cuenta de que no estaba solo. Y lo inspiraron a contar su propia trayectoria.

Eso ha hecho desde 2015. Como Youtuber, tiktoker y streamer, ha utilizado sus distintas redes sociales (@planettas) para registrar su proceso de transición en Chile. Con el correr del tiempo, sus cientos de videos y publicaciones han adoptado la forma de un diario de vida y una bitácora de cada uno de los cambios que ha experimentado su cuerpo, su voz y su relación consigo mismo y el mundo. Así, sin quererlo, se convirtió en activista por los derechos y la visibilización de las comunidades y personas trans.

La aventura más desafiante de mi vida

Hace poco fue un paso más allá y decidió publicar su primer libro, “De Gabriela a Gabriel (Alfaguara, 2022). Reconocerme y que otros me reconozcan como Gabriel ha sido la aventura más desafiante de mi vida”, dice en las primeras páginas. En conversación con Presentes, sentado al otro lado de la pantalla, desde Los Angeles (sur de Chile), afirma que su historia le ha demostrado que es luchador, resiliente y, sobre todo, valiente.

Ser extranjero en un cuerpo trans

Nacido en Ponce, Puerto Rico, Gabriel llegó a Chile a los siete años. Desde entonces, ha tenido que vivir con su propia interseccionalidad: ser extranjero y ser trans. “Sentirse extranjero es sentirse cuestionado todo el tiempo por tu diferencia y por ser quien eres desde el origen. Ser trans es sentirse extranjero en su propio cuerpo, dice en uno de los capítulos del libro.

– ¿Qué reflexiones haces de tus interseccionalidades?

– Veo muchas similitudes. Por ejemplo: en mi caso, el cis passing, o el “pasar piola” como un hombre cis, socialmente hace con que a veces se te olvide que eres parte de las disidencia. Lo mismo me pasa con el ser extranjero. El haber estado desde tan chiquitito en Chile hace que se te olviden un poco tus raíces, porque uno intenta mimetizarse con la gente, con la cultura. Pero a la larga, soy una persona trans y, aunque me encanta Chile, tengo la residencia chilena, etc., y también recojo muchas cosas de Puerto Rico.

Gabriel también menciona varias dificultades que convergen en los dos grupos: la burocracia, las trabas, la segregación, el trato discriminatorio, los estereotipos. “Ser trans y migrante en Chile es complicado. Tienes que hacer muchas cosas para que el Estado, los gobiernos, la gente, la sociedad te acepte como quien eres”, dice.

Ser quien soy y quien fui

– En el libro comentas que no te gusta usar el término “persona muerta” para referirte a tu identidad de género anterior. Tampoco usas la expresión dead name para hablar del nombre que te pusieron al nacer…

– Sí, me gusta hablar de “identidad anterior”. No hablo de persona muerta, ni de dead name porque también fui yo. Durante mucho tiempo intenté reprimir esa parte y odiarme, pero no me hace sentido doblarme en dos y ser dos personas distintas. No me gusta, porque las cosas por las que pasó Gabriela también fueron cosas por las que tuve que pasar yo para ser quien soy. Gabriela me sostuvo e hizo con que yo, Gabriel, creciera. No existo sin ella y su recuerdo siempre vivirá en mí.

– Además, eso te permitió hacer a tu mamá partícipe de tu proceso de transición…

– Sí, yo quería que ella fuera parte desde la base. Nunca dudé que mi nombre fuera Gabriel. Jamás fantaseé con otro.

– Pese a eso y a todos los registros que hay en línea sobre tu transición, en el libro cuentas que no sueles revisar fotos, videos, ni nada del pasado. ¿Cómo fue reencontrarte con eso en el proceso de escritura?

– Fue un proceso bien bonito y duro. De alguna forma estaba empezando a borrar esos recuerdos, como en la película “Intensamente”, cuando Raily empieza a botar las islas. Yo me sentí un poco así botando mis recuerdos de Gabriela. En el proceso del libro verme a mí mismo con el pelo largo o vestido de otra forma, acompañado por gente que no veo hoy día, ir hacia atrás fue un proceso bien sanador. Me hubiese gustado incluso no haber borrado la cantidad de fotos que borré siendo Gabriela. Me arrepiento un poquito, pero no tanto, porque en ese momento estaba viviendo al 100% mi transición.

Escuchar a otres

878B4577-4869-4821-A638-0D3217472742En su repaso personal, Gabriel recuerda -aunque opta por no centrar el libro en eso- el bullying y el abuso que sufrió. En ese proceso, comenta sobre las similitudes con otras personas trans.

De acuerdo con la Encuesta T, el primer estudio que se hizo en Chile sobre la población trans, publicado en 2017 por OTD, el 41% de las personas trans en el país dijo que se identificó y comenzó a manifestar su condición antes de los cinco años. Asimismo,76% dijo haber sufrido discriminación. Al interior de las familias, 97% sufrió cuestionamientos a su identidad, 42% fueron ignoradas y 36% sufrieron agresión verbal.

– Cuando iniciaste tu transición, en 2015, todavía no se había realizado esa encuesta. ¿Cómo fue para ti ver esos resultados?

– Fue como hacer check, check, check mental con los resultados. Es triste, por un lado, pero por el otro es muy bueno saber que hoy están esos y otros datos disponibles.

– Algo similar, entonces, a lo que te pasó cuando llegaste a OTD…

-Saber que había personas que estaban en una organización, que había fundaciones, que había más gente trans en Chile en ese momento cuando estaba recién llegando a Santiago a estudiar, fue una luz. Se me abrió el mundo ahí y creo que lo más bonito es hacer comunidad, porque las historias ayudan a otras historias, ayudan a otras personas.

– En tus redes sociales y tras la publicación de tu libro han hecho comentarios sobre eso.

– Con el libro me han escrito muchas personas buscando datos, pidiendo consejos, diciendo que les ha gustado la historia. Pero hay algo que me ha sorprendido y es que me han escrito muchas madres, tíos, papás, abuelos y muchos otros familiares de personas que tienen trans cercanes y ha sido muy lindo verlos buscando ayuda, tratando de informarse. Eso es muy valorable.

– En el libro ahondas en la importancia de construir el cambio en comunidad, enseñando a las personas sobre cuáles son los pronombres correctos, y facilitas una guía con términos y explicaciones, como “identidad de género”, “intersexual”, “no binarie”.

– Mira, durante la pandemia, hicimos con mi polola (Daniela Ortiz, psicóloga), un cuadernillo que se llamaba “Mi trans-vida”, porque sabíamos que en cuarentena había mucha gente ansiosa, mucho niñe trans y quizás su casa no era un lugar seguro. Creo que es importante ser didáctico y por eso hice esa guía en mi libro. Cada uno puede aportar. Tenemos la obligación moral, ética y como persona humana de entender e informarnos para no dañar al otro, siento y quiero creer que hay bondad en todos. Cuando las personas me gritan cosas feas, trato de verlo de esa forma. Esto me ha ayudado a entender que tenemos un rol como personas trans de ayudar al resto a informarse.

Que no nos conformemos

– En un momento del libro, comentas que cuando eras niño te quedabas hasta tarde con tu hermano y, cuando te preguntaban “¿Qué te gustaría ser cuando grande?”, tu respuesta era “ser un hombre”. Ahora que realizaste ese sueño al menos socialmente, ¿qué queda pendiente?

– Jamás pensé que podría ser lo que estaba soñando, tener esta barba, esta voz, el pelo. A veces aún me siento con disforia. Me falta un poquito, pero estoy muy contento de todo lo que he logrado y también de lo que aún quiero lograr.

– ¿Qué sería eso?

-Más allá de mí, quiero que en Los Angeles se abra un policlínico trans. Quiero que en Chile no nos conformemos solamente con el cambio de nombre en el carnet (permitido gracias a la Ley de Identidad de Género). Quiero mejor acceso a la salud física y mental, a la educación por sobre todas las cosas. Quiero que nos dejen de matar, que haya seguridad para ser trans aquí. Yo no me conformo. Me siento feliz y orgullosísimo de ser una persona trans, por supuesto, pero también sé que falta demasiado todavía. No pierdo la esperanza. Recién estamos saliendo del capullo, socialmente hablando. Recién se está hablando de nosotros… Falta, pero ya estamos saliendo a volar.

Volar, como la mariposa que Gabriel lleva tatuada en el cuello.

29 de diciembre de 2022
Amanda Marton
Edición:
María Eugenia Ludueña

Fuente Agencia Presentes

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Imaginarios trans en los ritos de paso: simbolismo y potencia

Jueves, 4 de marzo de 2021
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Utilizamos el verbo ‘transicionar’ para referirnos a la experiencia concreta transgénero, pero lo cierto es que todos los seres humanos sin distinción transicionamos a lo largo de nuestra vida. Valorar y proteger a la gente que tiende puentes, derriba fronteras, cose desgarros y sana grietas es algo que deberíamos aprender de otras culturas.

Utilizamos el verbo ‘transicionar’ para referirnos a la experiencia concreta transgénero, pero lo cierto es que todos los seres humanos sin distinción transicionamos a lo largo de nuestra vida. Pasamos por cambios endocrinos brutales que difícilmente nos hacen parecer la persona que dejamos atrás. Algunos ejemplos de ello podrían ser la pubertad, el embarazo, el envejecimiento, la menopausia. Dichos ritos de paso vitales no están exentos de artificio. En su transcurso, nos inscribimos voluntariamente en hormonaciones químicas, prótesis, cirugías, depilaciones láser, injertos, incisiones, extirpaciones. En la mayoría de los casos, desconectamos emocionalmente de esos cambios o los vivimos con una buena dosis de autoodio. La sociedad, mientras, los ignora, invisibiliza o juzga.  Si esos cambios se relacionan con la sexualidad, generan más terror. Así, pasamos de puntillas por la posibilidad de experienciar e irradiar la transformación social, tomar la parte por el todo convirtiendo nuestra capacidad de cambio físico en una potencia social. No existe sociedad sin imaginario simbólico y, por eso, urge empezar a incorporar en nuestra formación como individuos modelos poderosos de evolución personal. Qué mejor que la experiencia transgénero para ello. La capacidad de llenar ese espacio vacío entre fronteras, de atravesarlo, de ir “entre” algo está reflejada en el prefijo latino trans-. Valorar y proteger a la gente que tiende puentes, derriba fronteras, cose desgarros y sana grietas es algo que deberíamos aprender de otras culturas. Hay que reconocer por su valía a la gente que dedica su vida a poner el prefijo trans– delante de cada verbo fundamental en las acciones de la vida: transmutar, transgredir, transplantar, transicionar.

Muchas comunidades, más allá del monolítico paradigma occidental moderno, han respetado el poder del cambio personal. En ocasiones, se han mantenido ceremonias que protegen y honran los más distintos tipos de metamorfosis, así como sus ritos de paso, entendidos como un momento vital significativo que, idealmente, se acompaña con el cuidado intergeneracional y el reconocimiento público del avance en el camino de la vida.

En estas sociedades, algunos de sus miembros eligen encarnar la fuerza latente de la transformación por su intensidad y valentía. Se les conoce por distintos nombres. Aquí y ahora los llamamos trans y los atacamos sin pensar que quien logra romper la oscura tradición del género binario y se erige por encima de esa cárcel social está representando para todas el poder de emerger como ningún otro agente social. Cuando una persona trans decide dar el paso de visibilizarse como tal está encarnando una potencia extraordinaria: la confianza en el poder del cambio. Como sociedad que tiene un horizonte de justicia al que aspirar, la presencia de esa potencia debería ser un lugar en el que mirarnos, una política transgresora que crea conocimiento desde el cuerpo. Y así lo entienden otras comunidades con un esquema de pensamiento menos pobre y, por tanto, mucho más interesante que el nuestro. Aquí ofrezco solamente tres ejemplos de ello, pero hay muchos: los Fa’afafine en Samoa, los Omeguid de los Kuna de Panamá o los Buguis en las Islas Célebes, entre otros.

Los occidentales aún estamos lejos de sentir el respeto debido a la potencia trans que exhiben algunos pueblos americanos. Para la nación Mojave los llamados “dos espíritus” encarnan el equilibrio sagrado, el motor de la creación y la cuna de su cosmogonía. Por eso, cuentan con rituales específicos para transicionar, como la menstruación performativa. En 1990, se actualizó esta tradición acuñando el término en inglés two-spirit, en el marco de la Tercera Convención Anual de Gays y Lesbianas Nativoamericanos/Primeras Naciones, en Cánada. El objetivo de la cumbre consistió en proteger la tradición de respeto por aquellos que son a la vez hombres y mujeres, y reivindicar la resistencia a la colonización, que incluye la lucha contra la transfobia impuesta por Europa. Por tanto, se hizo hincapié en el binarismo de género como una violencia cultural más del imperialismo. Para continuar con el modo en que los indígenas de Norte América entendían el género, es muy recomendable el libro de Serena Nanda, Gender Diversity: Crosscultural Variations (1999), donde además se incide en la violencia que las dañinas etiquetas europeas de lo “normal”, lo “natural” y lo “moral” han provocado alrededor del mundo. Los two spirit abrazan en lo simbólico la unidad dual y, por tanto, el equilibrio en la contradicción.

En la India, quizá el país más rico en tradiciones trans, encontramos a las hijra. Algunas de ellas se identifican como mujeres u hombres, mientras que otras permanecen como identidades no-binarias. Las hijra, aunque no está claro qué nivel de aceptación tienen en sus comunidades, cuentan con parteras expertas en sus ritos de paso: las dai ma, que ofrecen cuidados especializados a las castraciones y las orquiectomías sagradas; incluyendo alimentación, oración y reposo. La deidad a la que se consagran las hijra es Bahuchara Mata, quien está íntimamente ligada a la fertilidad, ya que se entiende que aquellos que transicionan a hijra ofrecen a la diosa su capacidad de reproducirse y ésta se la trasmuta por aumento de poder. Las familias de aquellos que una vez llamados no transicionan son castigadas con la impotencia por generaciones. Las hijra representan dos caras interesantes de la creación: transmutar la fertilidad de la procreación humana en poder creativo personal.

Quizá más conocidas en el hispanismo sean las muxhes, el tercer sexo zapoteca. Los infantes que transicionan a muxhes no conocen la discriminación, sus vecinos no lxs violentan, sino que acompañan, haciendo de su rito de paso un momento de apoyo colectivo. El problema aparece cuando deben salir de su comunidad para estudiar o trabajar. Ahí es donde se les exige adherir su género al sexo de nacimiento, se lxs discrimina y agrede. En diciembre de 2019, la revista Vogue dedicó su portada en México y Reino Unido a las muxhes y, de alguna manera, realizó un ejercicio único de transculturalidad entre británicos, sorprendidos por la vitalidad de la inclusión trans zapoteca, y la ancestralidad de la hipersensualidad muxhe. Una muxhe puede ser pensada como un puente que conecta nuevas luchas con una raíz cultural mucho más profunda y antigua que la europea moderna.

La antigüedad de los ritos de paso trans se documenta desde la civilización sumeria, quienes ya practicaba la “la ceremonia de girar la cabeza”, donde el hombre se convirtió en mujer y la mujer en hombre, que hoy estudia Betty De Shong Meador como parte del culto a la diosa Innana. Quienes giraban la cabeza eran conocidos como la gente de la caña, ese el espacio intermedio entre el pantano y la tierra. Kurgarra y Galatur, mitos de la transexualidad, contaban con ubicaciones sagradas en el templo de Innana, ya que habían sido ellos quienes la habían rescatado del Inframundo como seres sagrados, capaces de habitar lo intermedio. La gente de la caña simboliza un cruce interesante entre la vida y la muerte, encarnan esa idea de lo trans como el espacio privilegiado de puente entre dos realidades.

Obviamente, la experiencia trans y las identidades LGBTTIQ no son monolíticas ni estandarizadas. Hay tantas formas de transicionar como personas y para muchas no hay espejo al que mirar ni tradición en la que apoyarse. Igualmente, aquellos que tienen la suerte de pertenecer a las muchas culturas transinclusivas pueden sentir lejano y ajeno el activismo occidental. Si se pudiera, en un ejercicio de síntesis, aprender una lección de las transiciones respetadas y acompañadas es que las necesitamos. Necesitamos esa potencia transgresora de confianza total en el cambio justo aquí y ahora, seas quien seas, porque, cuando vengan las transiciones de cualquier tipo, su simbología será una ayuda inestimable. Muchos pueden seguir pensando que lo trans les toca desde muy lejos o no lo hace en absoluto. Es más un hábito mental que una realidad, hábito que voy a desafiar con el siguiente ejemplo para finalizar.

Si aún resulta dudoso por qué o cómo transicionar nos habla directamente a todxs, pensemos en el siguiente rito de paso habitual en mujeres nacidas mujeres. Éste supone un cambio endocrino, se da un quirófano, conlleva una cirugía, tiene que ver con quitar un elemento interno (que no se odia pero que se desea retirar), suele provocar algún tipo de disforia (aunque no sea específicamente la de género) y es censurado; a veces, perseguido. Estoy describiendo una interrupción voluntaria del embarazo, escena que así descrita, enfocada en el momento de operar el cambio, guarda ciertas concomitancias con algunas transiciones. Si pudiéramos, como sociedad, dotar estos momentos de un simbolismo que abrazara la contradicción (two-spirits), la transmutación de fertilidad en poder personal (hijra), lo ancestral de la práctica (muxhes) y una relación equilibrada con los cruces vida/muerte (gente de la caña) transformaríamos el autoodio que Occidente imprime en estas transiciones vitales por un momento mucho más profundo, incluso en una comprensión integrada de la evolución personal. Es por eso que aquí y ahora necesitamos defender la experiencia trans, su mitología, tradiciones, rituales, fortaleza y valentía. Es por esto que nadie que viva bajo el injusto y miope esquema de pensamiento occidental contemporáneo puede permitirse prescindir del lenguaje, potencia y experiencia del movimiento trans en cualquiera de sus formas. No solo las personas transexuales necesitan una historia, tradición e imaginario simbólico de referencia, todxs podemos encontrar en el acto de transicionar un momento de gran fortaleza y belleza que incorporar a nuestro vocabulario por superviviencia personal y justicia social. Respetar el cambio transgénero es proteger todas las transiciones por las que pasamos y pasaremos, puesto que este es la más desafiante y valiente para una sociedad aterrorizada, pacata y limitante en afectos y celebraciones de la vida como la nuestra.

Fuente Pikara Magazine

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