“¿Para qué queremos la religión, para tranquilizar algunas conciencias?”, por José Mª Castillo
De su blog Teología sin censura:
“Algunos sólo quieren mantener el poder y los privilegios que les han llevado a los cargos importantes que ocupan”
Lo digo con toda sinceridad: los que se empeñan en mantener intocable una tradición, que no es dogma de fe, ¿qué es lo que quieren mantener a toda costa? ¿le fe íntegra de la Iglesia y sus fieles? ¿o lo que quieren defender, en todo caso, es el poder y los privilegios que les han llevado a los cargos importantes que ocupan?
No cabe duda que, en la sociedad y en los numerosos componentes que la configuran, se están produciendo cambios tan rápidos y tan importantes, que nos tienen a todos profundamente desconcertados. Nuestra forma de vivir cambia a una velocidad que, hace sólo unas décadas, no podíamos imaginar. Todo cambia. Todo, menos alguna que otra institución, que es de esos colectivos que se empeñan en seguir siendo, no sólo lo que siempre fueron, sino además como siempre fueron.
Con lo cual estamos viviendo una situación en la que hay grupos o colectivos importantes, que están empeñados en defender y mantener que, si ellos cambian en determinados asuntos, son infieles a su razón de ser y a su destino en este mundo. Con lo que dejarían de cumplir su finalidad y su destino en el mundo y en la sociedad.
Esto justamente es lo que le pasa a la Iglesia. Y no sé si lo mismo les ocurre a otras religiones. Posiblemente. Es más, seguramente es así. Porque las religiones tienen y mantienen, con una intolerancia ejemplar, que si cambian en ciertas (no pocas) tradiciones, normas, formas de conducta, etc., con tales hipotéticos cambios serían infieles a sus dioses y a su destino en este mundo.
¿Qué consiguen con esto las religiones? Consiguen ser fieles a “sus dioses”. O eso es lo que se imaginan los dirigentes religiosos. Pero, con su fidelidad a “los dioses”, ¿son fieles igualmente a los destinatarios de la religión, que somos los “seres humanos”? Más aún, ¿puede ser aceptable y se puede tolerar una religión, que es fiel a “lo divino”, pero es infiel a “lo humano”? Entonces – y si es que todo este tinglado tiene que ser así – ¿para qué queremos la religión y de qué nos sirve ese solemne y soberano tinglado? Servirá quizá para tranquilizar algunas conciencias. Pero, ¿para eso queremos la religión y con eso acaba su razón de ser en este mundo?
Viniendo a cosas más concretas, cuando los cristianos entramos en una iglesia y vamos a misa, a una boda, a un bautizo…, ¿qué vemos?; ¿qué nos dicen?; ¿qué impresión nos causa lo que se hace y se dice en una ceremonia religiosa? Lo que yo veo y oigo, en esas liturgias clericales, es (con pocas y ligeras variantes) casi lo mismo que yo veía y oía cuando era un niño, hace ya bastantes años. El mundo de ahora es tan distinto del de entonces. La vida, las ideas, las costumbres…, casi todo ha cambiado. Todo, menos la religión, que sigue casi igual.
Pero, entonces, ¿nos puede extrañar que la gente vaya cada día menos a misa o que a muchas personas les interese cada día menos lo que piensan y dicen los curas?
Una misma religión y dos formas de vivirla
Por lo pronto, quienes nos interesamos por el problema, que estoy planteando, lo primero que deberíamos tener muy claro es que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es trascendente. Es decir, Dios no es de este mundo, ni en este mundo se puede comprender. Si es “trascendente”, es “incomunicable”, o sea no es “objetivable” en ideas y conceptos. Dios, por eso mismo, está más allá del horizonte último de nuestra capacidad de conocimiento.
Pues bien, si Dios es trascendente, la religión es siempre algo inmanente, o sea es una realidad cultural, que los seres humanos vivimos y practicamos, mediante la cual buscamos a Dios y hacemos lo que está a nuestro alcance para relacionarnos con Dios.
Los cristianos sabemos, por el Evangelio, que Jesús es el Hijo de Dios y, por eso mismo, es la “revelación de Dios”. En Jesús, y por Jesús, nos relacionamos con Dios. Ahora bien, Jesús escogió, como apóstoles, a hombres casados. ¿Qué dificultad podemos encontrar en que actualmente haya hombres casados – y también mujeres – que presidan comunidades y celebraciones de la eucaristía? Por mantener estas costumbres, ¿vamos a privar a tantas y tantas comunidades de creyentes de poder celebrar la eucaristía?
Lo digo con toda sinceridad: los que se empeñan en mantener intocable una tradición, que no es dogma de fe, ¿qué es lo que quieren mantener a toda costa? ¿le fe íntegra de la Iglesia y sus fieles? ¿o lo que quieren defender, en todo caso, es el poder y los privilegios que les han llevado a los cargos importantes que ocupan?
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