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La Conquista de México por Hernán Cortés 1521 y el acontecimiento guadalupano 1531

Sábado, 5 de junio de 2021
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Virgen de Guadalupe 58La canonización de Juan Diego y el despertar de la conciencia indígena 

Toribio de Benavente (Motolinía), franciscano de la misión de México en la Conquista, no veía ninguna posibilidad humana de evangelización ante el dramático enfrentamiento entre españoles y aztecas, a menos que Dios obrara un milagro

Y el milagro se produjo del 9 al 12 de diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac, al norte de México-Tenochtitlán, donde los aztecas adoraban a la diosa Tonantzin Cihuacóatl (Nuestra Venerada Madre-Serpiente)

Juan Diego, indio bautizado, fue a ver al obispo enviado por una Virgen de piel oscura, para que le construyera un santuario. Reptió la visita tres veces, y la última se produjo el milagro de la impresión de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en su tilma: nació así el “acontecimiento guadalupano”

Que la Conferencia Episcopal Mexicana y Roma hayan promovido con tanto ahínco la canonización de Juan Diego tiene que ver, sin duda, con el despertar de la conciencia indígena a la sombra del Quinto Centenario 1992

El acontecimiento como “puente” entre la cultura azteca, la cristiandad ibérica y la cultura mestiza de México aparece como modelo digno de imitar para la Nueva Evangelización del México moderno del tercer milenio ante la expansión de una “Cancel-Culture

“Sólo flores de luto y lamentaciones hay aquí en México, en Tlatelolco, sí, aquí es donde se palpa la pena”. Así reza uno de los “Cantares Mexicanos” inmediatamente después de la Conquista de México por Hernán Cortés en 1521.

Los coloquios religiosos de 1524 entre los doce primeros franciscanos de la Misión de México y los sacerdotes y nobles aztecas también están marcados por el amargo lamento de los nativos. Ante la disyuntiva de aceptar la derrota y el cristianismo o seguir sucumbiendo, pues sus Dioses los habían abandonado y el Dios de los cristianos se había mostrado como más fuerte, respondieron a los franciscanos con resignación y entereza: “¡pues bien, muramos, pues bien, perezcamos! Los dioses también han muerto”.

Toribio de Benavente (Motolinía), uno de estos franciscanos, no veía ninguna posibilidad humana de evangelización ante el dramático enfrentamiento entre españoles y aztecas, a menos que Dios obrara un milagro.

El milagro

En el cerro del Tepeyac, al norte de México-Tenochtitlán, donde los aztecas adoraban a la diosa Tonantzin Cihuacóatl (Nuestra Venerada Madre-Serpiente), se produjo el ansiado milagro del 9 al 12 de diciembre de 1531: Una Virgen de piel oscura se le apareció cuatro veces a Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Águila parlante), un indio bautizado, con el deseo de que fuera a ver al obispo (al franciscano Juan de Zumárraga) y le dijera que se le construyera un santuario consagrado a ella, la sempiterna Virgen María, en el cerro del Tepeyac; que no tuviera miedo al hacerlo, pues era su madre bienamada. Cuando Juan Diego fue a ver al obispo por tercera vez, se produjo el milagro de la impresión de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en su tilma: nació así el “acontecimiento guadalupano”, que sólo tiene el nombre en común con la tradición guadalupana de la Extremadura española (de donde venían varios franciscanos).

Aunque los franciscanos se mostraron escépticos, sospechando que los indios, en última instancia, no hacían más que rendir culto a su antigua diosa Tonantzin bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, el acontecimiento guadalupano ha quedado profundamente grabado en la memoria colectiva de los mexicanos. La fiesta de la Virgen Guadalupe el 12 de diciembre es “la fecha decisiva en el calendario emocional del pueblo mexicano” (Octavio Paz). A través de todas las crisis de la historia de México, resonó ese día el mensaje consolador de la Virgen en el Tepeyac: “No temas, ¿no estoy aquí yo, tu querida madre?”

Para ello fue decisiva la nueva visión que los cuatro “evangelistas guadalupanos” (los criollos Miguel Sánchez, Lasso de la Vega, Luis Becerra Tanco, Francisco de Florencia SJ) difundieron en el siglo XVII. En el acontecimiento de Guadalupe no vieron sobre todo sincretismo, sino más bien la expresión de una predilección mariana muy especial de los “mexicanos“.

Esta interpretación experimentó un apogeo nacional-mesiánicoel 12 de diciembre de 1794, cuando el dominico Servando Teresa de Mier en un sermón en la Basílica de Guadalupe contrapuso el acontecimiento guadalupano con el relato de la predilección mariana de los españoles.

Así como la Virgen María se le apareció al Apóstol Santiago en la ribera del Ebro, en Zaragoza, para confortarlo ante la resistencia de los antiguos españoles a la conversión, y se posó en un pilar, así también se le apareció al Apóstol Tomás/Quetzalcóatl durante la evangelización del viejo México y le dejó su imagen en una tilma.

Los indios, que después se habían alejado del cristianismo, profanaron la imagen, aunque no pudieron borrarla. Los discípulos de Santo Tomás escondieron entonces la tilma. Diez años después de la Conquista, la Reina del Cielo se le apareció a Juan Diego, le pidió la construcción de un templo y le dio de nuevo la tilma con su imagen para que se la llevara al obispo.

Los mexicanos, según el sermón del dominico, no habrían recibido el cristianismo gracias a los españoles, sino por obra del Apóstol Santo Tomás,aunque luego hubieran vuelto a caer en la idolatría. E incluso Santo Tomás anduvo por el antiguo México antes que Santiago por la Hispania romana, lo que Teresa de Mier demuestra apoyándose en la gran “Piedra del Sol” del calendario azteca, descubierta pocos años antes entre las ruinas del templo mayor y conservada ahora en el Museo Nacional de Antroplogía.

La independencia política fue precedida así por la emancipación en el nivel de la teología de la historia, pues esta tesis desmontaba el principal argumento de los españoles para justificar su dominio desde la Conquista: el haber sido los primeros en llevar el Evangelio a los pueblos mexicanos, y el haberlo hecho por mandato explícito del Vicario de Cristo.

Interpretaciones actuales

Hoy la Iglesia trata de relativizar la interpretación nacional-mesiánica y enfatizar la teológico-catequética. Hay dos tendencias: Para algunos, el acontecimiento guadalupano es el paradigma de una evangelización que con la ayuda de la Virgen después de la obra de los primeros misioneros dio al cristianismo un rostro autóctono, inculturado; sólo así fue posible la conformación de la sociedad mestiza mexicana de impronta católica en el barroco. Para otros, es una evangelización desde abajo, la expresión de la opción de Dios por los pobres y pequeños de la historia, como dice la Teología de la Liberación.

El proceso de canonización de Juan Diego, que culminó el 31 de julio de 2002 (es el primer indio al que se le concedió la gloria de los altares), caldeó en México los ánimos de los “aparicionistas” y de los “antiaparicionistas“, de los partidarios como de los detractores de la opinión de que el acontecimiento guadalupano haya tenido lugar históricamente “así” como dice el relato en náhuatl, el “Nican mopohua“.

Que la Conferencia Episcopal Mexicana y Roma hayan promovido con tanto ahínco su canonización tiene que ver, sin duda, con el despertar de la conciencia indígena a la sombra del Quinto Centenario 1992, con el auge del paradigma poscolonial así como con la pretendida Nueva Evangelización.

El acontecimiento guadalupano como “puente entre la cultura azteca evangelizada por los franciscanos con opción por los indios sencillos, la cristiandad ibérica y la cultura mestiza de México aparece como modelo digno de imitar para la Nueva Evangelización del México moderno del tercer milenio ante la expansión de una “Cancel-Culture”, que en lo que respecta a la amalgama de la misión desde 1492 con la europeización del mundo y con el colonialismo corre el riesgo de tirar el grano con la paja.

Fuente Religión Digital

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