“Gustavo Gutiérrez: Hacia un magisterio de las víctimas“, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
De su blog “Beste joan zen Jesus”,
“¿Existe un “magisterio de las víctimas” como ejercicio del ‘sensus fidei’ y cómo éste puede ser reconocido y valorado por la teología?”
“Con humildad estamos llamados a reconocer que cada persona herida tiene algo muy importante que enseñarnos”
“Nadie puede transmitir el significado del drama del dolor y del sufrimiento del abuso como quien ha sufrido abuso”
Puede ser hasta evidente que la expresión “magisterio de las víctimas“ es tan inapropiada como las expresiones “magisterio de pastores, teólogos y médicos“, utilizada por la Comisión Teológica Internacional o, por poner otro ejemplo, “magisterio de la fragilidad“, utilizado por el propio Papa Francisco en la audiencia general del 1 de junio de 2022 y en el discurso con motivo del Día Internacional de la Discapacidad el 3 de diciembre de 2022. Junto a estas expresiones, sería necesario recordar lo que el Papa Benedicto XVI afirmó en la audiencia general del 7 de julio de 2010:
“El Pueblo de Dios precede a los teólogos, y todo ello gracias a ese sensus fidei sobrenatural, es decir, a esa capacidad infundida por el Espíritu Santo, que permite abrazar la realidad de la fe con humildad de corazón y de mente. En este sentido, el Pueblo de Dios es el «magisterio que precede», y que luego debe ser profundizado y acogido intelectualmente por la teología. ¡Que los teólogos escuchen siempre esta fuente de la fe y conserven la humildad y la sencillez de los pequeños!”
Frente a esta brecha, y en el caso específico del “magisterio de las víctimas“, quizá pudiera ser necesario adoptar una posición metodológica correcta, que evitara descartar arbitrariamente estos usos como errores o aceptarlos acríticamente. Se podría sugerir, de hecho, no utilizar categorías conceptuales como “bien/mal“, sino reconocer una “novedad“, que merece ser investigada, conocida y, finalmente, valorada.
¿Existe un “magisterio de las víctimas” como ejercicio del ‘sensus fidei’ y cómo éste puede ser reconocido y valorado por la teología? Para hablar de ello podríamos acudir a múltiples y diferentes pasajes, tomados del Antiguo o del Nuevo Testamento, más relevantes para el tema del magisterio de las víctimas. Ciertamente el paragón cristiano de las víctimas es, por excelencia, la crucifixión de Jesús de Nazaret.
Sí, se trata del magisterio de las víctimas de la historia que son los pobres. Así lo fue, por ejemplo, para el religioso dominico y presbítero Gustavo Gutiérrez-Merino Díaz (q.e.p.d.).
Pero también puede ser, por qué no, el magisterio de las personas víctimas de abusos.
Con humildad estamos llamados a reconocer que cada persona herida tiene algo muy importante que enseñarnos. Su testimonio es una palabra que indiscutiblemente tiene una autoridad capaz de ayudarnos a distinguir el bien del mal; la víctima del culpable; los débiles de los poderosos; el deseo de vida a partir de las acciones de la muerte. Estamos llamados a escuchar para aprender. Esa es una parte de su magisterio. La fuerza de un “magisterio de las víctimas“, también se podría llamar, por ejemplo, “cátedra del sufrimiento“, se basa en el carácter sagrado de la herida y exige ser acogido con fe y desde la fe.
Tal vez haya a quien le parezca expresión excesiva, fuera de lugar. Nadie puede transmitir el significado del drama del dolor y del sufrimiento del abuso como quien ha sufrido abuso, y no sólo en lo que respecta a su experiencia personal, sino también en lo que respecta al abuso en sí, a la personalidad del abusador, a la dinámica del abuso, a sus dramáticas consecuencias. Esta enseñanza no puede faltar en la Iglesia.
Por eso es importante y más oportuno que nunca involucrar, escuchar y poder abrir un diálogo en la Iglesia con las personas que han sobrevivido al abuso, que lo han procesado e integrado suficientemente, o que no lo han hecho así. Este encuentro/escucha, que requiere delicadeza y respeto, y antes que voluntad de aprender del otro -especialmente de quien habla desde la “cátedra del sufrimiento“-, es necesario para comprender cuántas y qué heridas causa el abuso y cuáles huellas deja en los corazones y cuerpos de las personas.
Incluso el de una lucha profunda y dolorosa con Dios y con la Iglesia, ante la cual todos los que trabajan en la misma Iglesia deben dejarse humildemente interpelar. Si el ministerio ordenado y religioso se ha convertido dramáticamente en el lugar y el instrumento del abuso que abrió esa herida, el mismo ministerio ordenado y religioso puede convertirse en el lugar y el instrumento para sanar esa herida. Escuchar a las víctimas es encontrarse con “las llagas de Cristo“. Su centralidad, por tanto, es ante todo teológica.
Frente a una fe creyente cuestionada en la “escucha” de las personas víctimas en general y de las abusadas en particular, la pregunta sigue siendo evidente: ¿Qué valor y significado puede tener para la fe creyente en general y, por ejemplo, para la teología este “magisterio de las víctimas“?
El término ‘magisterio’ proviene del latín ‘magister’ y pertenece al campo semántico de la enseñanza, común también a los términos griegos ‘didaskalos’ y ‘didaskalia’, muy difundidos en el Nuevo Testamento. Se ha utilizado en el contexto eclesial, indicando una tarea docente genérica, ejercida ya sea en función de algunos carismas o en función de una autoridad, derivada de los propios carismas. En el latín clásico, sin embargo, la expresión no estaba muy extendida y ha conservado un aura de autoridad, hasta el punto de que el magister no designaba sólo al maestro, al guía o al ejemplo, sino a un liderazgo, ejercido con autoridad.
Parafraseando al poeta Blas de Otero a las víctimas les queda la palabra (En el principio). A las víctimas les debemos, pues, el ejercicio de la voz y hacerlo con la autoridad del que ha sido probado.
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