“No soy de piedra”, por José Luis Pinilla
Abril de 2014, la policía recibe la llamada telefónica de una mujer preocupada porque creía haber visto a una persona sin techo, de carne y hueso, durmiendo en un banco fuera de la pequeña iglesia episcopaliana de St’Alban, en Davidson, Carolina del Norte. Descubren que se trata “solamente” de una estatua en bronce.
Unos meses antes, en noviembre de 2013, el escultor y autor de la estatua, el canadiense Timothy P. Schmalz, durante una audiencia general en la Plaza San Pedro, tuvo la oportunidad de presentarle al Papa una miniatura del hombre «sin techo». Cuando el Pontífice vio el modelo —contó en esa ocasión el escultor a algunos medios de comunicación estadounidenses—, no le vio el rostro (nadie se lo puede ver) porque solo quedaban expuestos los pies, en los que podían verse sin lugar a dudas las marcas de una crucifixión. El papa le tocó las rodillas y los pies… y rezó. Es la nueva estatua de bronce que el Papa bendijo durante el Jubileo de la Misericordia. Se quedará en el Vaticano.
No se le ve el rostro, repito. Mejor así. Podría ser uno más entre tantos que vagan por las calles sin un techo donde pasar la noche. Sin embargo, lo delatan los agujeros de sus pies, restos de las miles de crucifixiones a las que se han visto sometidos.
Domingo 29 de mayo de 2016, antes de la solemne celebración de la Misa del Corpus –excelente día para hacerlo– monseñor Carlos Osoro, ha bendecido una estatua similar instalada recientemente en el lateral de la plaza de San Juan Pablo II, entrando por la calle Bailén. Dios desamparado. La escuela de Teología de los jesuitas de Toronto, el Regis College acoge la escultura original. No está mal dicha ubicación para recordar cual es el verdadero objeto de toda teología. Y a los pies de la catedral de Madrid viene también muy bien para “verificar la autenticidad de nuestro culto en la práctica de la justicia y de la compasión”
Precisamente paseé la noche anterior por las calles cercanas. Comprobé imágenes similares. Pero esta vez de carne y hueso. Anónimas y fantasmagóricas sombras identificadas con el cartón o la noche que les envuelve. En algunos cajeros de banco, metáfora sangrante de la gran ciudad y expresión interpeladora de la pobreza extrema y de la crisis “varios sin hogar y sin techo” (1) se acogían al calor de las cajas bancarias que les permitían encerrarse y pasar la noche con un mínimo de seguridad y sin excesivo susto. Varios cartones de colchón y una manta que sirve de abrigo con el que algunos se tapan el cuerpo. Incluso un jersey de protección en el rostro ante las luces “insultantes” a sus ojos. “¡Que apaguen la luz!”, gritaba uno, con dolorosa y chispeante ironía porque no podía soportar la intensidad de la iluminación de la noche.
Según la Fundación Arrels, en la Unión Europea hay 30 millones de ciudadanos que no disponen de un alojamiento digno, de los cuales 410.000 no tienen hogar. Y en España, por cada 100.000 habitantes hay, como mínimo, 71 personas sin hogar. Si tomamos de referencia la clasificación europea ETHOS, que entiende que estar sin hogar incluye más situaciones que la de dormir al raso, en el Estado español hay más de 1,5 millones de personas sin hogar, según datos de la Fundación Foessa.
Mujeres y hombres que carecen de hogar. Y que carecen de la posibilidad de acceder siquiera a los derechos humanos de los que son titulares y sobre los que los Gobiernos tendrían que estar trabajando constantemente y sin desmayo para garantizarlos. No acudirán a los mítines de estos días. Quizás hasta hablarán desde las tribunas “de” ellos. Pero no los colocarán en el centro de su discurso. Personas que “viven” en la calle, que están tan al límite, tan al borde de la exclusión social, que la mayoría de las veces, ni siquiera existen, son invisibles para el resto del mundo. Solo se hacen visibles por noticias en la prensa de muertes por frío, incendios, agresiones, suplantaciones de personalidad para operaciones de corrupción tan de moda, etc. Sin embargo, dice la Fundacion Rais, dedicada a ellos, que es importante caer en la cuenta de que son personas como tú y como yo. Que tiene sus sueños.
Porque “a pesar de su cercanía física, la realidad de las personas sin hogar sigue siendo una de las más desconocidas por la ciudadanía y los agentes sociales (medios de comunicación, empresas, otras ONG, etc.), lo que facilita que se perpetúe el estigma, los falsos mitos y los prejuicios que han acompañado la imagen que en ocasiones tenemos de estas personas”.
Las razones para vivir en la calle y, en la gran mayoría de los casos, nada tiene que ver con decisiones libres, meditadas y personales. Son respuestas a situaciones personales, procesos personales, caminos de idas y venidas, y salidas, y rupturas, y reconstrucciones, y desapariciones… y de vuelta a empezar, mil veces… y de no encontrar sentido, otras mil. Son miles de razones, porque son miles las vidas que intentan sobrevivir con el “peso de sus mochilas vitales”, donde se agolpan desordenadamente momentos, fracasos, las bajadas de tobogán, los dolores… las ausencias… los llantos.
Todos nosotros en la mochila de la vida vamos guardando, unas veces con cariño, otras llenos de rencor, de dolor… de rabia… nuestra vida. A unos les pesa poco, es liviana y fácil de llevar… A otras personas, la vida les ha ido marcando a fuego mucho dolor, soledad, miedo… y no pueden más con el peso de lo que han metido dentro o se les ha ido metiendo” (escribió una vez Sonia Olea, experta de Cáritas en este tema). Pesa más, como es natural, lo que más daño ha hecho… o más duro ha sido… o lo sigue siendo, porque nunca termina de irse. En esa mochila está el barrio donde has nacido, la familia que te ha criado, las vivencias en la niñez y en la adolescencia…la posibilidad o imposibilidad de tener educación, salud, ocio, cariño, vacaciones… Unos tienen muchas herramientas y modernas…¡¡Otros muchos no!!
Al ver las dos realidades. Unas de carne y hueso y otras de piedra recordé aquella fenomenal campaña de Cáritas de 2004 que mostraba la fotografía de un rostro de piedra de una fuente y otra de la de un sin hogar. El lema decía: “Los dos viven en la calle, pero sólo uno es de piedra”.
Esta noche cambio el verbo: Los dos duermen en la calle. Pero sólo uno es de piedra. El que colocó Osoro a los pies de la catedral. Para verlo, tocarlo, besarlo…De noche y de día.
José Luis Pinilla
Fuente Fe Adulta
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