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Cómo convertirse en un árbol que dé buenos frutos en tiempos difíciles

Lunes, 3 de marzo de 2025

IMG_0223La reflexión de hoy es de la colaboradora de  de Bondings 2.0, Phoebe Carstens.

Las lecturas litúrgicas de hoy del Octavo Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto.
-Lucas 6:43-44

¿Qué significa ser conocido por nuestro fruto?

En las últimas semanas, he pasado algún tiempo escuchando las historias personales de padres cristianos de niños LGBTQ+. Muchos hablan de ira, desesperanza, frustración y miedo abrumador cuando consideran las muchas y crecientes barreras y obstáculos que impiden a sus hijos, amigos y otros familiares queer vivir vidas plenas y seguras en Estados Unidos. Asimismo, he escuchado y me siento identificado con el miedo y el dolor de las personas LGBTQ+ que parecen encontrarse con nuevas políticas, propuestas y declaraciones que buscan negar nuestra identidad, existencia, dignidad y seguridad todos los días.

Recuerdo una preocupación particular que he escuchado cada vez con más frecuencia últimamente de los padres y aliados con los que he hablado: ¿es seguro seguir siendo abiertamente un aliado? Si soy demasiado expresivo en mi defensa de las personas LGBTQ+, ¿eso podría ponerme a mí y a quienes me importan en peligro? Quiero ser una persona segura para las personas LGBTQ+, pero ¿es seguro publicitarme como tal? ¿Es seguro que me conozcan por mis frutos?

Todas estas son preocupaciones válidas. Así como cada individuo LGBTQ+ debe sopesar regularmente los riesgos y beneficios de la divulgación con la seguridad personal, también nuestros aliados enfrentan ahora preguntas similares. Los signos tangibles y concretos de solidaridad, como los pins del Orgullo, las banderas del arco iris y poner los pronombres en la firma de correo electrónico, ahora son, en algunos casos, delitos punibles. Publicitar una reunión pública de un grupo de apoyo para personas LGBTQ+ y aliados puede generar odio y protestas. Ser franco en las redes sociales puede provocar amenazas. ¿Son estos los buenos frutos del amor y la solidaridad?

No hay respuestas absolutas a estas preguntas de seguridad y riesgo, ocultamiento y franqueza, así como no hay una única manera absoluta de ser un discípulo, ninguna única manera de seguir fielmente a Cristo. Cada persona debe decidir, mediante un discernimiento en oración, cómo la llama Dios a vivir su llamado bautismal hacia el amor, la justicia y la misericordia. Cada persona, mediante un cuidadoso discernimiento, debe determinar cómo la llama Dios a acompañar y apoyar a la comunidad LGBTQ+ o vivir auténticamente como una persona LGBTQ+. Los frutos de nuestro discipulado pueden parecer muy diferentes, pero como escuchamos en la lectura de hoy del Evangelio de Lucas, a pesar de la diversidad de nuestras respuestas, una cosa es cierta: “…cada árbol se conoce por su propio fruto”.

Esta lección no siempre es fácil de aceptar, y en algunos casos puede ser bastante intimidante. El evangelista nos recuerda: “El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien”, y sabemos que el tesoro de bondad que hay dentro de nosotros ha sido plantado y nutrido por la Bondad suprema que es Dios. Sabemos que la voz apacible y delicada de Dios dentro de nosotros nos atrae hacia esa bondad. Pero también sabemos que elegir aprovechar esa bondad puede ser difícil, producir frutos de misericordia y justicia puede ser un desafío, y ver nuestros frutos cuestionados, descartados y rechazados puede ser profundamente doloroso. Escucho ecos de estas dificultades en las preocupaciones de los padres con quienes trabajo. Siento un profundo deseo de solidarizarme con la comunidad LGBTQ+, de sacar estos buenos frutos a la luz del día, pero también un creciente miedo y tentación de distanciarse del apoyo público.

Las lecturas de hoy incitan a la reflexión sobre la valentía que se necesita para hacerse conocer por los frutos de uno en un entorno que aparentemente busca aplastar esa abundancia. El profeta Sirácida nos recuerda en la primera lectura: “Así como la prueba del alfarero es en el horno, así en la tribulación es la prueba del justo”. En estos tiempos de prueba como estos días, nuestras convicciones se ponen a prueba. Aunque nuestros frutos de amor, misericordia y justicia no sean recibidos por otros, de hecho, ellos nos conocerán.

Para muchos católicos LGBTQ+ y nuestros aliados, nuestros esfuerzos de defensa surgen de una profunda convicción de que Dios nos ha llamado a esta labor. Anhelamos ser reconocidos y conocidos por nuestros frutos, porque creemos que Dios ha preparado el terreno, plantado las semillas, nutrido nuestro crecimiento y hecho brotar el fruto. Sin embargo, las acciones de Dios no eliminan los peligros que podemos enfrentar ni el miedo que podemos experimentar. Sin embargo, estas acciones nos fundamentan en algo mayor. Como nos recuerda Pablo en la primera carta a los Corintios, la segunda lectura de hoy: “Por tanto, mis amados hermanos y hermanas, estad firmes, constantes, dedicados siempre por completo a la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.

Ser conocidos por nuestros frutos, proclamar que hacemos lo que hacemos y quiénes somos por amor a Dios, puede ser aterrador y arriesgado. Sin embargo, sabemos que, como Dios está en el centro de nuestro trabajo y de nuestras identidades, no lo hacemos en vano. Mi esperanza es que todos aquellos que tienen miedo y se preguntan si deben seguir siendo defensores abiertos de sus seres queridos LGBTQ+ puedan inspirarse en las palabras de Pablo y puedan ser firmes, constantes y devotos, sin miedo a producir frutos de justicia y amor y sin miedo a ser conocidos por ellos.

— Phoebe Carstens, New Ways Ministry, 02 de marzo de 2025

Fuente New Ways Ministry

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“La falta de verdad”. 8 Tiempo ordinario – C (Lc 6,39-45)

Domingo, 2 de marzo de 2025

IMG_0122La veracidad ha sido siempre una preocupación importante en la educación. Lo hemos conocido desde niños. Nuestros padres y educadores podían «entender» todas nuestras travesuras, pero nos pedían ser sinceros. Nos querían hacer ver que «decir la verdad» es muy importante.

Tenían razón. La verdad es uno de los pilares sobre los que se asienta la conciencia moral y la convivencia. Sin verdad no es posible vivir con dignidad. Sin verdad no es posible una convivencia justa. El ser humano se siente traicionado en una de sus exigencias más hondas.

Hoy se condena con fuerza toda clase de atropellos y abusos, pero no siempre se denuncia con la misma energía la mentira con que se intenta enmascararlos. Y, sin embargo, las injusticias se alimentan siempre a sí mismas con la mentira. Solo falseando la realidad fue posible hace unos años llevar a cabo una guerra tan injusta como fue la agresión a Iraq.

Sucede muchas veces. Los grupos de poder ponen en marcha múltiples mecanismos para dirigir la opinión pública y llevar a la sociedad hacia una determinada posición. Pero con frecuencia lo hacen ocultando la verdad y desfigurando los datos, de manera que las gentes llegan a vivir con una visión falseada de la realidad.

Las consecuencias son graves. Cuando se oculta la verdad existe el riesgo de que vayan desapareciendo los contornos del «bien» y del «mal». Ya no se puede distinguir con claridad lo «justo» de lo «injusto». La mentira no deja ver los abusos. Somos como «ciegos» que tratan de guiar a otros «ciegos».

Frente a tantos falseamientos interesados siempre hay personas que tienen la mirada limpia y ven la realidad tal como es. Son los que están atentos al sufrimiento de los inocentes. Ellos ponen verdad en medio de tanta mentira. Ponen luz en medio de tanta oscuridad.

José Antonio Pagola

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“Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca”. Domingo 27 de febrero de 2019. 8º Ordinario

Domingo, 2 de marzo de 2025

ordinario16c8De Koinonia:

Eclesiástico 27, 4-7: No alabes a nadie antes de que razone.
Salmo responsorial: 91: Es bueno darte gracias, Señor.
1Corintios 15, 54-58: Nos da la victoria por Jesucristo.
Lucas 6, 39-45: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.

La separación entre la teoría y la práctica, entre el decir y el hacer, entre el conocer y el ser, es un problema filosófico digno de toda atención. La filosofía, y luego, el espíritu imperial de Roma, constituyen el ambiente espiritual en el que el cristianismo nació, y por el que quedó profundamente marcado. Así, el cristianismo institucional, históricamente, ha estado mucho más preocupado por la ortodoxia (la «opinión correcta», la ausencia de herejía, la verdad, la fe) que por la ortopraxis (la «práctica correcta», el amor, la caridad): no ha perseguido tanto a quien no vive o no practica el amor, cuanto a quien ha expresado (o incluso sólo pensado) una opinión teórica discrepante de los dogmas oficiales. Las persecuciones que la Inquisición montó en los siglos oscuros de la historia de la Iglesia de Occidente son un ejemplo de la hipertrofia de esta primacía dada a lo teórico o dogmático, sobre lo práctico.

El pensamiento moderno cambió esta situación en la cultura occidental, asumiendo una fuerte valoración e incluso una clara preferencia por la praxis frente a la teoría. El “primado de la acción”, la primacía de la praxis… marcan característicamente a la modernidad: la acción es más importante que la teoría, el hacer más que el decir, la transformación de la realidad más que su simple interpretación.

Al cristianismo esta preferencia moderna por la praxis no nos sorprende fuera de juego: la mejor tradición bíblica coincide plenamente con ella. La Palabra de Dios –dabar, palabra en hebreo- no es un sonido (flatus vocis, un mero ruido de la voz), ni un simple concepto mental, sino un hecho, una actuación: Dios no se revela en afirmaciones doctrinales… sino en acontecimientos, en intervenciones salvadoras en la historia.

Los profetas de Yavé no cesan de reconvenir al Pueblo de Dios cuando éste se desvía hacia un culto quizá fervoroso pero que, sin el respaldo de la vida, se convierte en idolátrico. Los dioses son nada; el Dios de Israel es vida, amor, historia. «Conocer a Yavé es practicar la justicia», repetirán los profetas con una insistencia casi obsesiva (Mq 6,6-8), con una paradoja digna de ser subrayada ante nuestra cultura occidental: “conocer es practicar…”. La praxis del amor y de la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de todo culto o sacrificio (Is 1,10-18; 58,1-12; 66,1-3; Am 4,4-5; 5,21-25; Jer 7,21-26), o de cualquier otra seguridad moral (Jer 7,1-15; 9,24) o de toda ortodoxia doctrinal; así como la referencia fundante de la fe religiosa de Israel y de su misma constitución como Pueblo es la praxis liberadora de Dios en el Exodo (Ex 20,1).

Jesús, «profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19), que primero comenzó “haciendo” para enseñar (cfr Hch 1,1), que provocaba el asombro de unas muchedumbres «que oían “lo que hacía”» (Mc 3, 8) tanto o más que lo que decía, recogerá esta veta profética e insistirá -con fuerza mayor y una coherencia total hasta su propia muerte- en que «no todo el que “dice”… sino el que “hace” la voluntad del Padre entrará en el Reino» (Mt 7,21-23); que «los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23), y que si lo amamos a Él «practicaremos sus mandatos» (Jn 14,24).

La palabra de Jesús alcanza en este punto su claridad máxima cuando propone la práctica del amor, especialmente «con estos mis hermanos más pequeños», como el «criterio escatológico de salvación», conforme al cual se realizará el «juicio de las naciones» (Mt 25,31-46). La parábola del «buen samaritano» (Lc 10,25-37) subrayará esta primacía de la práctica del amor por encima de las fronteras de credo, culto o religión. El evangelio de Juan recalcará hasta la saciedad que la práctica concreta, las obras, son las que dan testimonio creíble (Jn 5,36; 6,30; 7,3; 9,3; 10,25; 10,37-38; 14,11; 15,24).

“Por sus obras los conocerán”, dice Jesús. La prueba de la persona está en su hablar (segunda lectura de hoy). “Obras son amores, y no buenas razones”, dice un refrán castellano. “Una cosa es predicar y otra dar trigo”, dice otro. “Del dicho al hecho hay un buen trecho”, añade un tercero. “Operari sequitur esse“, el obrar sigue al ser, decía por su parte un principio aristotélico: los frutos buenos sólo pueden venir del árbol bueno, y por eso, los frutos prácticos, los hechos, son el mejor criterio de discernimiento moral. En el fondo, Jesús nos está enseñando algo de sentido común, del buen y profundo sentido común.

Jesús no simplemente “predicó” esta primacía de la práctica, sino que la vivió. Pasó por este mundo «haciendo el bien» (Hch 10,37), y «todo lo hizo bien» (Mc 7,37)… De ahí que Jesús recomiende a sus seguidores que comiencen por practicar lo que confiesan con la boca, lo que creen con la fe. Importa mucho que el seguidor de Jesús presente antes de nada las credenciales de su autenticidad. Su vida ha de ser el modelo de lo que predica. No es posible creer a quien contradice con los hechos lo que dice con sus palabras. Por eso, Jesús nos inculca la necesidad de vivir coherentemente con lo que creemos, como condición previa a todo “apostolado”. No es posible pretender corregir o mejorar a los demás cuando nuestra vida no muestra aquello que predicamos; eso sería ser ciegos y querer guiar a los demás. La mejor invitación a los otros, en este sentido, es el propio ejemplo: “el ejemplo arrastra”, dice el refrán. Es necesaria pues la humildad de comenzar por luchar contra los propios defectos, en vez de querer corregir a los demás. “Quita la viga de tu ojo, y entonces podrás quitar la brizna del ojo de tu hermano”. Lo contrario es incoherencia y probablemente hipocresía. Jesús, en su propia persona, fue ejemplo de esa misma veracidad y autenticidad. Leer más…

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Dom 8 TO. 2.3.2025 Salmo 91. En su vejez seguirá lozano y frondoso. Oración por el Papa

Domingo, 2 de marzo de 2025

IMG_0232Del blog de Xabier Pikaza;

El papa está anciano y enfermo. La iglesia católica  canta este domingo como salmo responsorial el Salmo 91 (92) Propongo cantarlo con él y por él, en oración agradecida, gozosa, en comunión creyente. 

Sal 92 (91) El justo florecerá como palmera

             Éste salmo sapiencial de alabanza, de origen tardío (época del Segundo Templo, siglo V-IV a.C.), está centrado en el conocimiento de las obras de Dios, que el sabio agradece en el templo, que así aparece como institución de conocimiento superior y de alabanza, más que de reparación sacrificial. Es un salmo importante para los levitas y cantores del templo, representantes de la más alta experiencia de la vida, centrada en Yahvé, cuyo nombre se repite siete veces, marcando quizá el ritmo semanal de la alabanza.

             Este salmo que lleva el título de “para el día del sábado”  ha sido tomado por los judíos como salmo sabático por excelencia, y se cantaba durante la ofrenda de las bebidas dedicadas a Dios, en el contexto del cordero Tamid, sacrificado templo cada mañana. También se cantaba con la Minjá u ofrenda de la tarde, con otros himnos como Ex 15,1-19 y Num 21,17-20.

            Entre Rabinos y Padres de la Iglesia se ha discutido sobre el sentido del sábado: Algunos opinan que se refiere al sábado de la primera creación (Gen 2, 1-4), otros al sábado final de la nueva creación o fin de la historia. Sea como fuere, este salmo es una alabanza a Dios, creador y gobernante del mundo, cuyo reinado es fidelidad (hesed) y verdad (emeth).

 2 Es bueno dar gracias a Yahvé | y tocar para tu nombre, oh Altísimo;3 proclamar por la mañana tu misericordia | y de noche tu fidelidad,

4 con arpas de diez cuerdas y laúdes, | sobre arpegios de cítaras.

5 Tus acciones, Yahvé, son mi alegría, | y mi júbilo, las obras de tus manos.6 ¡Qué magníficas son tus obras, Yahvé, | qué profundos tus designios!

7 El ignorante no los entiende | ni el necio se da cuenta.8 Aunque germinen como hierba los malvados | y florezcan los malhechores ,serán destruidos para siempre. |

9 Tú, en cambio, Yahvé, eres excelso por los siglos. 10 Porque tus enemigos, Yahvé, perecerán, | los malhechores serán dispersados;11 pero a mí me das la fuerza de un búfalo | y me unges con aceite nuevo.12 Mis ojos despreciarán a mis enemigos;

y de los malvados que se levantan contra mí, | mis oídos escucharán desventuras.13 El justo crecerá como una palmera, | se alzará como un cedro del Líbano:14 plantado en la casa Yahvé, | crecerá en los atrios de nuestro Dios;15 en la vejez seguirá dando fruto | y estará lozano y frondoso,

16 para proclamar que Yahvé es justo, | mi Roca, en quien no existe la maldad.

   Es un canto elevado al Dios que bueno y que ha hecho buenas todas las cosas, pero los malvados se oponen a su creación, de manera que serán destruidos (se destruirán a sí mismos) para que al fin queden sólo Dios y los justos, esto es, los hombres transformados, en un tipo de más alto paraíso, con de cedros y palmeras, que son signo de vida. En esa línea, éste es un salmo judío, como indica el nombre Yahvé, veces repetido. Pero es, al mismo tiempo, un salmo abierto al conjunto de la creación, que es templo de alabanza divina, como supone el relato de la creación de Gen 1. Se divide en tres partes,

Canto sabático (92, 2-4). Fiesta de Yahvé.El mundo entero es un templo de “cosas buenas” (Gen 1), de forma que la humanidad entera ha de elevar su alabanza (tAdïhol. bAjª) a Yahvé, es decir, a la divinidad creadora, que es buena en sí, haciendo que todo sea bueno. Por eso, los hombres responden diciendo es “bueno” alabar a Dios, reconociendo que su obra.

            Todos los hombres pueden reconocer el valor físico y material de la creación, esto es, del mundo. Pero sólo los fieles a un Dios de amor (creyentes en él) reconocen que el mundo es obra de amor, descubriendo en ella la misericordia y la fidelidad de ese Dios (^ªt.n”Wm)a/w<÷ ^D<+s.(x;), a quien tratan de “tú”, como amigo y colaborador. Para ellos, la “religión” (religación) no es objeto de obligación, de imposición moral o sometimiento, sino un canto de alegría, que se expresa en forma de música jubilosa.

            Nosotros, occidentales modernos, más racionalistas, influidos actualmente por un tipo de vaciamiento metal y quietud, tendemos a expresar nuestra oración en forma de superación de los pensamientos y deseos. Para el salmista, en cambio, la oración se expresa no sólo con la mente, sino con el cuerpo en movimiento, como búsqueda de vida en se expande en forma de música y comunicación grupal, en compañía, tanto por la mañana (como saludo al día) y por la tarde (como despedida jubilosa por la noche.

Acciones de Yahvé (92, 5-9). Qué magnificas son tus obras. No es una oración de vacío ante Dios, sino de afirmación gozosa, jubiloso, de las “obras” de Yahvé en el mundo y en la historia; una plegaria de re-conocimiento, de aceptación del mundo y de la vida, en clave gozosa de alabanza, que se expresa por la música y el canto, con deseo de vivir en plenitud, en apertura al mundo, con una comprensión más alta de la realidad.

            Esta comprensión se expresa en forma de alabanza, con un conocimiento de las grande obras de Dios (Wlåd>G”-hm;), con una aceptación de sus profundos designios o pensamientos (^yt,(bov.x.m; Wqïm.[‘ daoªm.÷). De esa manera, el orante penetra en el pensamiento de Dios, vive inmersos en sus acciones. El salmo no dice cómo han logrado los creyentes ese “conocimiento superior”, cómo se han introducido en el despliegue de las obras de Dios; pero sabe que lo han conseguido o, mejor dicho, que lo han recibido como don de mismo Dios y por eso se gozan.

Frente a los hombres que conocen (saben y cantan) a Dios están los ignorantes necios  ,calificados de malvados/impíos, obradores de mal  Su desconocimiento no es teórico, sino más bien moral. El salmista no tiene por qué decir ni dice cómo han surgido estos necios/malvados, pero sabe que están ahí y que se oponen de hecho a la creación de Dios, al oponerse a la verdad y vida de otros hombres [1].

            Éste es el punto de partida y el contenido básico, de la proclamación de los creyentes que cantan a Dios según el salmo. Ellos identifican su fe en Dios con la vida (con el Dios Yahvé de la vida), e interpretan (condenan) la maldad como muerte, en contra de las apariencias externas… (aunque florezcan como hierba). De esa manera afirman que el conocimiento es inmortal (como Dios, que es excelso), mientras que la ignorancia-maldad lleva en sí la muerte.

Juicio de Dios (92, 10-16). Tus enemigos perecerán. El justo florecerá como palmera.Esta sección retoma el motivo principal de la anterior, oponiendo las dos “suertes” de los hombres: Por un lado, está el salmista y los que “cantan” a Dios, llenos de vida; por otro lado, están los malvados, enemigos de Dios, que perecerán. Éste es un motivo de intenso gozo para los creyentes; pero puede convertirse en fuente de injusticia, a no ser que se entienda desde una perspectiva de apertura universal a las fuentes de la vida, en una línea que, según los cristianos, ha desembocado en Jesucristo.

Ooooooooooo

             En un sentido puede ser bueno que los “enemigos de Yahvé” perezcan, esto es, que no triunfen (92, 9). Pero, al mismo tiempo, parece menos acorde con el cristianismo el hecho de que el salmista parezca interpretar a sus enemigos como enemigos de Yahvé, despreciándoles sin más y pareciendo alegrarse de sus desventuras. No se puede pensar que los enemigos propios son enemigos de Dios, sin un discernimiento, un diálogo previo, un intento de ayuda a todos los necesitados.

            Es bueno que los justos se alcen como palmeras, como cedros del Líbano¸ pero es necesario precisar lo que implica su justicia y no entenderla como principio de poder, de triunfo y de dominio sobre otros, no sea que en el fondo de ese juicio exista un tipo de resentimiento. Ciertamente, en principio, este salmo puede y debe interpretarse como “escuela de oración” y signo de moralidad. Pero, inmediatamente, al lado de eso, debe precisarse el sentido de su división entre justos y pecadores. Conforme al mensaje de Jesús, justos son los que dan la vida por los otros, los que se entregan e incluso mueren a favor de ellos, orando por los “enemigos”, buscando el bien de aquellos que les persigan, como ratifica el Sermón de la Montaña.

ooooooo

 [1] Esta diferencia entre los sabios/justos (que conocen a Dios y viven en armonía con los demás) y los necios/malvados (que no conocen a Dios ni están en armonía con otros seres humanos) se encuentra vinculada con la muerte. Éste es un principio y “postulado” sapiencial, que está en el fondo del relato de la creación (Gen 2-3), donde se dice que “el día en que comas del fruto prohibido morirás”. Ésta no es una “experiencia inmediata” (que pueda probarse sin más por la observación del mundo), sino un postulado de fe, que puede y debe proclamarse incluso en contra de la apariencia de los hechos, pues “aunque los malvados germinen como hierba ellos serán destruidos para siempre”.

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Cuatro errores que debes evitar

Domingo, 2 de marzo de 2025

Ciego guiando a otro ciegoDel blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre:

¿Puede un ciego guiar a otro ciego?

La última parte del “Discurso de la llanura” desconcierta por la variedad de personajes que aparecen: dos ciegos, un discípulo y su maestro, dos miembros de la comunidad, un hombre bueno y otro malo; uno inteligente, que construye su casa sobre roca, otro insensato, que la edifica sobre arena. Y también son muy diversas las imágenes: un hoyo, la mota y la viga en el ojo, el árbol sano y el árbol podrido; higos y zarzas, uvas y espinos.

Evidentemente, se trata de frases de Jesús pronunciadas en diversos momentos y circunstancias. Sin embargo, pueden relacionarse con el tema que preocupa a Lucas, leído el domingo pasado: “no juzguéis, no condenéis”.

Cuatro errores que debes evitar

  1. Si te consideras con buena vista para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. Estás ciego. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el hoyo.

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

  1. Si te consideras muy listo y bien preparado para juzgar y condenar a los demás, te equivocas. No eres un catedrático, sino un alumno de 1º. A lo más que puedes aspirar, después de mucho esfuerzo, es a ser como el catedrático.

Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

  1. Si te consideras digno de juzgar y condenar a los demás, te equivocas y eres un hipócrita. Tus fallos son mucho mayores. La viga de tu ojo es mucho más grande que la mota en el ojo de tu hermano y te impide ver bien.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo“, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

  1. Si piensas que cuando juzgas y criticas a los demás lo único que haces es disfrutar o hacerles daño, te equivocas. Te haces daño a ti mismo, porque las palabras que salen de tu boca dejan al descubierto la maldad de tu corazón. [En esta última comparación del árbol bueno y el malo, cada uno con sus frutos, la clave está en las palabras finales: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Del hombre bueno nunca saldrán críticas, juicios malévolos ni murmuraciones; solo saldrá perdón y generosidad. En cambio, quien critica, juzga, murmura, revela que tiene el corazón podrido.]

No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

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1ª lectura: ¿Quieres saber cómo es una persona? (Eclesiástico 27,5-8)

            Este breve texto, desconcertante a primera vista, resulta claro cuando lo relacionamos con las palabras del evangelio: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. ¿Quieres saber cómo es una persona? Fíjate en lo que hace la gente de tu entorno (estamos en el siglo II a.C.).

Cuando quiere separar el trigo de la paja, criba.

Cuando quiere probar una vasija de barro, la mete en el horno del alfarero.

Cuando quiere saber si un árbol es bueno, mira sus frutos.

Cuando tú quieras conocer a fondo a una persona fíjate en cómo razona y en lo que dice. “De lo que rebosa el corazón habla la boca”.

Se agita la criba y queda el desecho,
así el desperdicio del hombre cuando es examinado.

El horno prueba la vasija del alfarero,
el hombre se prueba en su razonar.

El fruto muestra el cultivo de un árbol,
la palabra, la mentalidad del hombre.

No alabes a nadie antes de que razone,
porque esa es la prueba del hombre.

Reflexión

El “Discurso de la llanura”, aunque no tenga la fama del “Sermón del monte” de Mateo, es un resumen muy bueno de la actitud que debemos tener ante enemigos y hermanos. Generalmente se recuerda el amor a los enemigos. Pero es frecuente olvidar el amor a los otros miembros de la iglesia, la obligación de no juzgar ni condenar a quienes piensan o actúan de forma distinta.

El carácter tan radical de algunas afirmaciones requiere explicación. Quien lo desee puede consultar mi comentario El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús (Verbo Divino, 2021), pp. 187-203.

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02 de marzo. Domingo VIII. Tiempo Ordinario

Domingo, 2 de marzo de 2025

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“¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llegas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.”

(Lc 6, 39-45)

¡Qué bien nos conoces, Maestro! Cómo se nota que te has hecho uno de nosotros, que te has mezclado con todo lo nuestro.

Y sí, tenemos esa tendencia generalizada y muy extendida de querer solucionar problemas ajenos.¡ Ah!, y no solo los pequeños problemas de nuestro vecino más próximo, también estamos convencidos de que si el mundo estuviera en nuestras manos todo andaría mucho mejor.

Por eso no es difícil escuchar una conversación acerca de cómo mejorar la política de Estados Unidos, o de cómo acabar con el hambre en el mundo. También nos atrevemos con la violencia de genero o los casos de corrupción en política. Es todo tan sencillo que en una conversación de media hora lo hemos solucionado.

Después nos volvemos a nuestras vidas, con nuestros grandes problemas. Porque quizá tenemos muy claro cómo solucionar el problema de la inmigración mundial pero no somos capaces de entendernos con nuestro hijo.

Y también le hemos encontrado solución a la violencia machista pero luego nuestro jefe nos da pánico y no nos queda más remedio que aguantar para cobrar a fin de mes.

Tenemos necesidad de solucionar aquello que no depende de nosotras para no tener que enfrentarnos a lo nuestro. ¡Qué miedo nos da lo nuestro! Además, parece que si no le prestamos atención es menos real. Pasa más desapercibido.

Por eso necesitamos que Jesús nos repita más de una vez esa palabra que nos sacude y nos despierta: ¡Hipócrita! No nos gusta oírla pero nos viene muy bien.

Además, solo ante Jesús nos quedamos sin poder rebatir. No podemos contestarle nada. Sencillamente tiene razón. “Nos ha pillado”, como al niño travieso, con la mano dentro del bote de galletas.

Tienes razón Jesús, somos hipócritas. Nos resulta más sencillo preocuparnos de las motas ajenas que ocuparnos de nuestras vigas.

Oración

Haznos ver, Trinidad Santa, nuestra propia oscuridad, esa viga que tratamos de ocultarnos a nosotras mismas. Y ayúdanos a sacárnosla. Nosotras no podemos.

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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Antes de corregir a los demás, debemos palparnos bien la ropa.

Domingo, 2 de marzo de 2025

image_0931903_20220126_ob_f86658_aveuglesDOMINGO 8º (C)

Lc 6,39-45

 

El sermón del llano en Lucas termina con una retahíla de proverbios ancestrales, que tratan de explicar el contenido del mensaje. Recordemos que Mateo lo coloca en lo alto del monte mientras que Lucas nos dice que lo pronunció en un rellano (Jesús bajó del monte y se paró en un rellano). En la mitología de la época el monte era el lugar de la divinidad (de ahí que todas las teofanías se dieran en los montes. El valle era el lugar del hombre. Para Mateo Jesús habla desde el ámbito de lo divino, para Lucas habla desde una situación intermedia. Quiere hacer ver que Jesús hace de puente entre lo divino y lo humano.

Las frases que acabamos de leer y las que leíamos el domingo pasado son refranes que eran patrimonio de todas las culturas del entorno, no son inventadas por Jesús sino un destilado de la sabiduría popular que durante miles de años se había ido condensando en frases rotundas fáciles de recordar. Tengamos en cuenta que durante la mayor parte de la prehistoria humana no hubo escritura y durante la mayor parte del tiempo en que ya se había inventado, la inmensa mayoría de la gente no sabía ni leer ni escribir. Era muy importante facilitar la retención de ideas centrales, que eran claves en la vida de cada día.

Aun en nuestros días estamos acostumbrados a aplicar frases famosas a personajes concretos sabiendo que no las pronunciaron ellos, pero son muy útiles para hacer ver la sabiduría de aquellos a los que se les atribuye o resaltar la importancia de la frase, atribuyéndola a una persona de gran prestigio. En el AT hay un libro que se llama “Proverbios” y que el mismo texto atribuye a Salomón, cuando hoy sabemos que está escrito cuatro siglos después. En el caso de Jesús, está claro que esos proverbios pueden servir para destacar la sabiduría que estaba manifestando en todo momento. Se utilizan como resúmenes de su mensaje. “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”.

Como el evangelio aborda temas tan diversos, hoy nos vamos a fijar en la mota y la viga en el ojo. Lo primero que tenemos que advertir es la importancia que en la vida espiritual ha tenido la luz y la visión como metáfora de las posibilidades de acceder a un ámbito especial de existencia que me abre a otro mundo. En ningún caso se trata del ojo físico. Es un símbolo de las posibilidades que todo ser humano tiene de ver otra realidad que le coloca en situación privilegiada para afrontar la vida entera desde otra perspectiva.

Con esta metáfora nos está advirtiendo de lo complicado de la psicología humana. Los dichos, que se atribuyen a Jesús, muestran un conocimiento de las profundidades del ser humano. En los evangelios nos muestran un Jesús con un increíble conocimiento de la psicología humana. Más que con valores espirituales, la imagen de la mota en el ojo nos habla de la necesidad de conocer nuestro inconsciente y saber orientarnos en esa relación con los demás que nos puede hacer más humanos. Dar importancia en los demás a los fallos que nosotros mismos tenemos es la mejor manera de hacer patente nuestra falsedad. Nos desahogamos criticando en los demás lo que no aguantamos en nosotros mismos.

La naturaleza del ojo es ver. Sin no hay impedimento alguno y el ojo está sano, la visión es la cosa más natural del mundo. Por eso el ejemplo no habla del ojo en sí sino de lo que puede impedir desarrollar la función que le es propia. En los evangelios se utiliza con profusión la imagen de la luz y la visión. El mismo Jesús dijo: yo soy la luz del mundo, el que viene a mí no camina en tinieblas. Y a sus discípulos les dijo: vosotros sois la luz del mundo. Está claro que el que llega a “ver” con claridad, se convierte en luz para los demás.

Esta metáfora del ojo y de la luz es universal y la podemos encontrar en cualquier religión a lo largo del tiempo y el espacio. En las religiones orientales ha tenido incluso mucho más impacto que en occidente. La imagen del tercer ojo es un claro ejemplo de ello. Se habla con toda naturalidad de un ojo especial que permite a la persona descubrir lo que para la inmensa mayoría está oculto. No se trata de una realidad física, aunque a veces se han empeñado en identificarla con un órgano específico del cuerpo. El tercer ojo hace referencia a una sensibilidad especial para descubrir la realidad trascendente y dejarse guiar por ella.

En la religión egipcia el ojo de Horus es una de las claves de interpretación de la espiritualidad. Fue durante milenios el amuleto más potente de los usados. Se encuentra por todas partes en las inscripciones de templos y tumbas. Se creía en su poder de protección tanto para los vivos como para los muertos. Tal es la fuerza de atracción que posee que aun hoy es utilizado como amuleto o tatuaje por personas de todo el mundo.

El afán de corregir a los demás es una constante, sobre todo entre los que nos creemos religiosos. A pesar de que el evangelio nos aconseja la corrección fraterna, no hay nada más peligroso en la vida espiritual. No solo porque nunca podemos estar seguros de lo que es mejor para el otro, incluso cuando hayamos constatado que es bueno para nosotros mismos; sino porque tendemos a corregir al otro desde la superioridad moral que creemos tener. Si te sientas superior, sea moral o intelectualmente, estás incapacitado para ayudar.

La actitud de superioridad nace siempre de la superficialidad, está en estrecha relación con nuestro falso ser. El caparazón que nos envuelve es lo único que nos interesa. En materia del espíritu, creemos que es suficiente con lo aprendido de otros, creyendo que el simple conocimiento nos hace sabios. Jesús nos invita a la autenticidad, es decir, a bajar a lo hondo de nuestro ser y descubrir allí lo que está de acuerdo con lo que somos. Por eso está siempre criticando una acomodación externa a las normas. La única Ley definitiva es la que está escrita en nuestro propio ser y es ahí donde hay que descubrirla para que sea eficaz.

El creernos en posesión de la verdad y por tanto con el derecho de imponerla a otros, es la actitud más contraria al mensaje evangélico. Según el evangelio, debíamos estar siempre con los oídos muy abiertos para escuchar lo que nos pueden decir los demás y con la boca cerrada para no engañar a los demás con nuestros discursos interesados y simplistas. No hay nada más desagradable que un sabelotodo que está siempre queriendo decir la última palabra sobre lo que hay que hacer o evitar. El mundo no está necesitado de maestros sino de discípulos. Dice un proverbio: cuando el discípulo está preparado, el maestro surge.

La imagen del ciego guiando a otro ciego es muy esclarecedora. Parece absurda, pero es la postura que con más frecuencia adoptamos los humanos. Siempre nos creemos con derecho a enseñar porque confundimos nuestra verdad con la verdad. Decía Machado: “tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya quédatela”. Esto es verdad en todos los aspectos del conocimiento, pero en el aspecto religioso, se ha llevado al paroxismo. Cuando esta postura se institucionaliza se convierte en un verdadero sarcasmo. Solo nos queda un paso para afirmar con toda rotundidad: fuera de la Iglesia no hay salvación.

El Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La sabiduría de Dios.

Domingo, 2 de marzo de 2025

Parábola de la paja y la viga, por D. Fetti, 1619 Museo Metropolitano de N.Y.Lucas 6,41 Parábola de la viga y la mota en el ojo, por D. Fetti, año 1619 Museo Metropolitano de Nueva York

Lc 6, 39-45

¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?

En los hechos y los dichos de Jesús vemos los cristianos la sabiduría de Dios. La sabiduría humana suele expresarse en términos técnicos, al alcance de pocos, y en muchas ocasiones resulta estéril pues no nos enseña a vivir. No es el caso de Jesús, que pone la sabiduría de Dios al alcance de los más sencillos para que podamos vivir con sentido sin equivocar el camino.

Y así, hoy nos dice que no sigamos a los guías ciegos que nos salen al paso para no arriesgarnos a caer en el precipicio; que antes de juzgar a los demás nos miremos a nosotros mismos para no ser injustos en nuestros juicios; que no nos dejemos llevar por las apariencias; que a las personas sólo se las conoce por sus frutos. ¡Qué sencillo y qué profundo!

Pero hoy queremos centrarnos en la forma peculiar que tiene Jesús de decir las cosas. Nosotros somos hijos de los griegos y nos expresamos a través de conceptos fríos y precisos. Jesús es un semita, y se expresa por medio de imágenes y analogías que resultan mucho más ricas y rotundas para hablar de lo trascendente. Por ejemplo, cuando alguien dice que una persona es hospitalaria, todos entendemos lo que quiere decir, pero su expresión carece de la fuerza y la riqueza que en el fondo encierra el concepto. En cambio, un semita probablemente lo diría de esta forma: «La puerta de su casa está siempre abierta»… y esta expresión tiene una fuerza muy superior a la del concepto seco con que nosotros la expresamos.

Jesús es un orador genial que arrastra con su palabra a multitudes y es capaz de fascinar hasta a los alguaciles que van a prenderle: «¿Por qué no le habéis traído?» … «Jamás hombre alguno habló como éste». Lo más característico de su estilo son las parábolas, pero también son de resaltar sus exageraciones. Cuando quiere poner el énfasis en algo, inventa una gran exageración y ya nunca se olvida.

Y así, nos habla de la viga en el ojo o de colar el mosquito y tragarnos el camello… y nos sentimos interpelados porque nos vemos fielmente reflejados en ello. O del camello que pasa por el ojo de la aguja… y nos planteamos si es compatible nuestra mentalidad de ricos con el Reino. O de poner la otra mejilla… y entendemos mejor los planteamientos de vida propios de los seguidores de Jesús. O de sacarnos un ojo o cortarnos una mano… y comprendemos la radicalidad con la que Jesús nos anima a tomarnos la vida en serio y no echarla a perder por culpa de las pasiones…

Jesús es un extraordinario conocedor de la naturaleza humana, sabe que tenemos propensión a equivocarnos y se vale de estas exageraciones inverosímiles para señalarnos el camino. El problema es que las tomemos como norma de conducta y vivamos angustiados por no estar a la altura de una moral tan exigente.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Por el fruto se conoce al árbol, ¿Qué clase de fruto soy yo?

Domingo, 2 de marzo de 2025

IMG_0165DOMINGO 8º T.O. (C)

(Lc 6, 39-45)

La metáfora del árbol y sus frutos es el hilo conductor de las lecturas de este 8º domingo. La sabiduría popular iba recabando información de la realidad que se estaba viviendo a lo largo de los años, quedaba recogida en dichos, proverbios, patrimonio de todas las culturas antiguas y mediante la observación de los hechos y sus consecuencias se hizo su imagen del ser humano. Su libertad le resulta sorprendente; siempre está en evolución adaptándose a la realidad de lo que acontece tal como es; conserva así su misterio. El ser humano se va definiendo y se va explicando cuando decide y opta libremente; solo después se puede hacer un juicio de él, ver si se ha ajustado o no a la realidad que la vida le puso por delante.

El autor del libro del Eclesiástico (Eclo 27,5-8) y otros, como el de los Proverbios, recoge lo que se ha ido guardando en la memoria colectiva de las comunidades y expone la relación entre lo que uno/a es y lo que dice o hace empleando la imagen del grano, de la vasija y del árbol; la calidad de éstos se revela en la prueba; la del hombre en su decisión (Mt 7,16-20). Dios, que está en el interior, en lo íntimo, conoce todo el ser humano.

El salmista, con un rico lenguaje oriental, insiste en ello para mostrar que los frutos del justo, de la persona íntegra, serán espléndidos y duraderos. En todo caso, la libertad debe estar informada por la justicia y la verdad.

En el Evangelio, Lucas nos recuerda que una actitud crítica frente a los demás es muy sana y recomendable. Pero ha de ir precedida por una postura rigurosa y honestamente autocrítica. Jesús apunta hacia la interioridad como lugar donde se gestan las decisiones más profundas del ser humano y proclama tajante: “sólo quien tiene un corazón bueno puede ser el árbol bueno que da frutos buenos”. Tanto la bondad como la maldad son cualidades de la persona que deben ser desveladas en las circunstancias concretas de cada uno. Es enormemente difícil acceder al interior del ser humano y, por ende, emitir un juicio de valor absolutamente veraz. Ya nos lo advierte el mismo Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (Lc 6,37), pues no siempre podemos descubrir lo que de verdad se esconde en lo más profundo de la persona.

La filosofía oriental nos recuerda: “Toma un momento de silencio interno para considerar todo lo que se presenta y toma tu decisión después. Así desarrollarás la confianza en ti mismo/a y la sabiduría”.

Cristiano/a no es sólo el/a que cree en la esperanza del Reino sino, sobre todo, quien practica las obras de Jesús, no quien dice y no hace; ese sería el fariseo, el levita, los escribas principales adversarios de Jesús.

La fe entraña confianza, obediencia al estilo de Jesús, conocimiento y reconocimiento del Salvador, sin reservas. Las obras no son sólo una consecuencia y manifestación de la fe sino la confirmación de la misma. No hay fe si no se hace acción, trabajo, compromiso. Con todo, también las obras pueden ser una tapadera para maquillar un interés no tan inocente sin relación con las actitudes fundamentales de la persona. De la misma manera, un acto reprobable puede ser fruto de un momento de cólera, de indignación que tampoco refleja la actitud real de la persona.

El ser humano existe para transformar el mundo, humanizarlo y recrearlo constantemente. La fe pues, no es un añadido sino una dimensión esencial de transformación, de liberación. Un aspecto, por otra parte, humilde, auténtico, comprometido, eficaz.

Lo específico del/a seguidor/a de Jesús no es una doctrina ni un código de pureza o determinados preceptos, sino quien practica el amor de Jesús en su vida en la medida que ese amor cambia las relaciones sociales y transforma la persona. Es la savia que fluye incesante en cada Ser. Hemos sido llamados/as para anticipar, como él y en memoria suya, ese futuro que es interrupción[1] de este tiempo de incertidumbre y de amenazas terribles.

La persona creyente transforma su entorno personal y social para hacerlo más libre y humano; se reconoce creyente porque da su adhesión a Cristo, como realidad última y la confiesa a los demás. Si los/as cristianos/as nos desentendemos de las obras, no nos ajustamos a la praxis de Jesús. La calidad de la persona se revela en su decisión y en su actuación, “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16-20).

Lucas quiere que los cristianos de sus comunidades comprendan la palabra de Dios, pero sobre todo que la pongan en práctica. Así es como podrán formar parte de la familia de Jesús. El Dios que transparenta Jesús en su existencia, todo lo que dice, lo que hace, la novedad que anuncia o la denuncia que proclama arriesgándose a la confrontación, no es un universal sin rostro, sino “uno de los nuestros”. No podemos prescindir de las bienaventuranzas, de los/as crucificados/as de todos los tiempos, ni de las expectativas gozosas de los “tabores” visibles en el presente.

San Vicente de Paúl muestra la identificación de Jesús con los pobres, “a mí me lo hacéis” (Mt 25,31). Los pobres son el sacramento y la mediación indiscutible para relacionarse con Dios. La búsqueda de paz interior no puede olvidar la cruz o las bienaventuranzas. La relación con Dios pasa por la conversión a Quien así se identifica en los descartados. La persona que anhela unirse a Él tiene la posibilidad de experimentarlo compartiendo su vida con los necesitados, con los/as hermanos/as.

Retomando el texto, Jesús arremete contra el fariseísmo que se cuela sutilmente en nosotros, quedándonos en las formas, en lo externo, en mi ego y descuidando el fondo, el interior, la relación con Dios en lo más íntimo de mí mismo/a. Por eso la observación, la vigilancia o la escucha de nuestra mente y nuestro corazón es el mejor remedio para evitar la hipocresía y el autoengaño generalizado en nuestra sociedad, en nuestro mundo.

El que es bueno saca el bien de la bondad de su corazón, y el que es malo saca el mal de la maldad de su corazón; porque de la abundancia del corazón habla su boca”.

Podríamos preguntarnos, ¿qué clase de fruto soy yo?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] Categoría que utiliza Johann B. Metz. Dios viene a los campos de exterminio del mundo para salvar, pero su Presencia es eficaz en la medida en que hay hombres y mujeres que interrumpen ese sufrimiento. Cuadernos CJ, 239, F. Javier Vitoria, Dar razón de la esperanza en tiempos de incertidumbre.

Fuente Fe Adulta

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La mota y la viga.

Domingo, 2 de marzo de 2025

IMG_0084Comentario al evangelio del domingo 2 marzo 2025

Lc 6, 39-45

Dos mil años antes de que en las facultades de psicología se estudiara el tema de la “sombra”, Jesús lo resume en un aforismo profundamente sabio, que constituye, a la vez, una herramienta eficaz para vivirnos en verdad hacia nosotros mismos y en respeto incondicional hacia los demás.

El aforismo se concreta de este modo: todo aquello que veo como una “mota” en el otro -aquello que me altera o me crispa emocionalmente- no es sino el reflejo, como en un espejo, de alguna “viga” que hay en mí, de la que quizás ni siquiera era consciente. El otro me hace de espejo porque, aun de manera inadvertida, he proyectado en él aquello que en mí no acepto, no me gusta o rechazo.

El mecanismo de la proyección funciona de este modo: lo que en mí he reprimido, desde el comienzo de mi existencia, permanece oculto, pero nunca eliminado. Es energía psíquica que, al no poder existir en mí, la proyecto fuera, en personas que guardan algún “parecido” con el rasgo que en mí mismo había rechazado. Más en concreto: si el otro me hace de espejo, se debe solo a lo que, previamente, he proyectado en él.

Esto significa que cuantas más cosas me crispan en los otros, más elementos hay en mí que no termino de aceptar. Y, a la inversa, en la medida en que “hago las paces” conmigo mismo, en un ejercicio de lucidez y de humildad, más dejaré de proyectar en los demás, lo cual, a su vez, posibilitará vivir relaciones más constructivas.

No es difícil ver que la integración de la propia sombra constituye una condición imprescindible, tanto para crecer en unificación y armonía personal, como para sanar la vida relacional en todos sus aspectos.

La clave básica en toda esa tarea pasa por la aceptación cada vez más completa de toda nuestra verdad. Porque lo que nos hace daño no es la sombra, sino el hecho de ignorarla o rechazarla. La sombra aceptada nos pacifica interiormente, serena nuestras relaciones haciéndolas respetuosas y, más aún, nos humaniza. Porque solo abrazándola podemos vivirnos en verdad. Y solo la verdad sobre nosotros mismos desmonta la falsa imagen ideal donde buscaba encontrar asiento nuestro ego. El conocimiento y la aceptación de la propia sombra nos baja del pedestal sobre el que pretendía engrandecerse el ego y, de ese modo, nos hace humildes y humanos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Ningún viento es favorable para el que no sabe a dónde va. (Séneca)

Domingo, 2 de marzo de 2025

imagesDel blog de Tomás Muro La verdad es Libre:

El texto evangélico de hoy es un pequeño entramado de sentencias y consejos de Jesús para la vida, consejos casi de sentido común.

01.- Un ciego no puede guiar a otro ciego.

En el evangelio ciego es el que no ve ni vive desde la misericordia de Dios. Ciego es quien no ha experimentado la gracia de Dios.

La ceguera fundamental consiste en sentirse autosuficiente (fariseísmo) y no sentir la necesidad de la misericordia del Padre.

Jesús se refiere y se dirige a los guías ciegos del pueblo (a los fariseos de su tiempo): a aquellos que no ven y pretenden hablar y enseñar como si fuesen “portavoces” de Dios.

Decía Séneca allá por el siglo I que ningún viento es favorable para el que no sabe a dónde va.

Nietzsche nos condenó a vivir errantes sin criterios, sin valores, sin horizonte, sin Dios. Dios ha muerto… Por eso

¿No vamos errantes a través de una nada infinita? ¿No nos absorbe el espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene la noche para siempre jamás más y más noche? ¿No olemos todavía la nada de la corrupción divina? [1]

Y esta es quizás la luz -la ceguera- que ilumina hoy en día la cultura de nuestra sociedad occidental.

Sin embargo, gracias a Dios, también hoy muchos hombres y mujeres de buena voluntad que tratan de iluminar el camino de la vida.

  • En la vida, en la sociedad hay muchos “guías” que orientan los caminos de las personas.
  • padres que educan a sus hijos.
  • maestros que orientan a sus alumnos.
  • También hay políticos trazan los caminos y rutas del pueblo.
  • Los médicos sanan y educan a sus pacientes.
  • Hay obispos, sacerdotes, catequistas que tratan de guiar al pueblo.
  • Algunos medios de comunicación, periodistas iluminan al pueblo.

El viento de Jesús nos encamina hacia el amor de Dios

02.- La “mota” ajena y la “viga” propia:

No haría falta el Evangelio para entender la segunda actitud del texto de hoy. Es de sentido común.

Fácil y frecuentemente nos permitimos criticar el defecto ajeno y no somos capaces de ver nuestras grandes limitaciones.

Estamos siempre dispuestos a ver los fallos de los demás y no vemos los nuestros

El texto de hoy queda subrayado por otras dos palabras de Jesús:

  • El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, (Jn 8, 7-8). Es lo que les dice Jesús a la clase dirigente y al pueblo ante aquella mujer sorprendida en adulterio a la que iban a apedrear…

Y el relato continúa diciendo que se marcharon todos empezando por los más viejos…

¿Quién no tiene defectos, limitaciones y pecado en la vida?

Mejor haríamos en callarnos y –como el publicano- quedarnos debajo del “coro de nuestra casa” pidiendo perdón por nuestros propios fallos.

  • El segundo pasaje evangélico que viene a colación con el tema de hoy es el de aquellos dos servidores del señor de la finca. Uno debía 10.000 talentos y otro debía apenas 100 denarios. (Mt 18,23).

El dueño de la finca perdona bondadosamente al que le debía 10.000 talentos. Pero éste no es capaz de perdonar al que debía 100 denarios, lo maltrata y lo mete en la cárcel…

Fácilmente nosotros condenamos a los demás, pero no somos capaces de darnos cuenta de todo lo que se nos ha perdonado a nosotros en la vida.

Además usamos dos medidas al interpretar las propias acciones y las del prójimo: una es la medida que usamos para nosotros mismos y otra muy distinta es la vara de medir a los demás.

Por otra parte ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? ¿Qué sabemos nosotros de las personas, de sus recorridos, de su historia, de sus dificultades, de sus fracasos, de sus sufrimientos? Solamente Dios es juez y sabemos desde Jesucristo, que cuando Dios actúa su justicia activa su misericordia.

Mejor haríamos, viene a decir, el Señor en mirar nuestras propias debilidades, pecado y miseria, que seguramente tendremos bastante tarea con ello. Seamos  conscientes y humildes en nuestro propio pecado, en nuestros defectos y limitaciones.

La luz y el juicio del Dios de Jesús son la misericordia

[1] NIETZSCHE, F. La Gaya ciencia , Obras III, 125 (74.141).

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“Ser personas auténticas para dar buenos frutos”, por Consuelo Vélez

Domingo, 2 de marzo de 2025

IMG_0136De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del VIII domingo del TO (2-03-2025)

Jesús sigue dirigiéndose a sus discípulos para mostrarles, con tres breves parábolas, las actitudes que han de vivir

La comprensión y misericordia hacia los demás, son actitudes que surgen cuando hay humildad suficiente para saberse limitado y con necesidad de mejorar, como todos los demás

La comparación con el árbol que da buenos frutos, llama a reconocer que estos frutos solo pueden provenir de un árbol sano, de un corazón auténtico

Y añadió una comparación:

+ ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro.

¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la pelusa de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano.

No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Cada árbol se reconoce por sus frutos. No se cosechan higos de los cardos ni se vendimian uvas de los espinos. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.

(Lc 6, 39-45)

Los domingos anteriores, el evangelio de Lucas presentó a Jesús explicándole a sus discípulos en qué consiste el programa del reino de Dios. En el evangelio de hoy, Jesús sigue dirigiéndose a sus discípulos para mostrarles, con tres breves parábolas, las actitudes que han de vivir. La intencionalidad de Lucas es que este mensaje llegue a las comunidades y, especialmente, a los dirigentes. Estas mismas parábolas están también en el evangelio de Mateo, pero con el objetivo de rebatir a los fariseos.

Las parábolas son bastante claras y no suponen demasiada explicación. La primera se refiere a los discípulos que han de aprender de su maestro y solo, cuando estén instruidos, podrán hablar con autoridad. Parece que algunos se atrevían a actuar como maestros sin tener la suficiente preparación, de ahí que Jesús les pregunte si “un ciego puede guiar a otro ciego”. En realidad, esto sucede también en nuestro presente, cuando algunos, sin la preparación suficiente o sin la actualización que exigen los signos de los tiempos, siguen apegados a tradicionalismos o fundamentalismos que no dicen nada a los jóvenes de hoy y no permiten mostrar una fe más significativa para nuestro presente.

La segunda parábola se refiere a aquellos que ven todas las carencias en los demás y no se dan cuenta de sus propias limitaciones e, incluso, de sus propios pecados. La parábola los compara con quienes ven en los demás “vigas” y en sí mismo solo ve “pelusas”, cuando en realidad, puede ser todo lo contrario. Es una llamada a la comprensión y misericordia hacia los demás, actitudes que surgen cuando hay humildad suficiente para saberse limitado y con necesidad de mejorar, como todos los demás.

La tercera parábola, valiéndose de la comparación con el árbol que da buenos frutos, llama a reconocer que estos frutos solo pueden provenir de un árbol sano. Así es el corazón humano. Da los frutos de lo que hay en él. Si tiene amor, dará amor, si tiene odio, dará odio. De ahí la importancia de la propia autenticidad para que nuestra vida de los frutos propios de quienes viven el bien y la bondad.

El evangelio de hoy, por tanto, es interpelante para las comunidades cristianas, las cuales han de ser espacios de crecimiento mutuo, con humildad y consideración, buscando ser personas buenas y verdaderas para dar los frutos propios de quienes viven el programa del reino de Dios anunciado por Jesús.

 (Foto tomada de: https://www.gastrolabweb.com/tips/2024/10/1/cuales-son-los-nutrientes-que-necesita-el-arbol-de-ciruelas-aqui-te-lo-contamos-52260.html)

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Cómo amar a un particular tipo de enemigo

Lunes, 24 de febrero de 2025

Las lecturas litúrgicas del domingo de la VII semana del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

IMG_0077Estoy sentado en una sala vacía envuelto en un pesado manto de oscuridad. El contorno más tenue de una pantalla y el asiento de terciopelo suave delatan que estoy en una sala de cine. La pantalla está vacía, todavía no hay imágenes proyectadas en ella. Al final del pasillo, una puerta se abre con un chirrido. Pasos. Alguien se desliza a mi lado, pasando por encima de los cientos de asientos vacíos. Ninguno de los dos hace contacto visual, pero sé quién está sentado conmigo: Jesús. Sin previo aviso, el zumbido del proyector corta el silencio. Jesús me da una palmadita en el brazo y susurra: “Y ahora, la presentación“. Escenas de mi vida inundan la pantalla. Recuerdos de alegría y tristeza. Momentos de esperanza y desesperación. ¿Estoy muriendo?, me pregunto. “Estás muy vivo, en más formas de las que crees“, responde Jesús, percibiendo mi ansiedad. Risas, tristeza, odio y amor. Personas que me han hecho daño. Personas a las que he hecho daño. Imagen tras imagen, recuerdo las veces que no he sabido amar a los demás. “Lo siento”, le digo temblando a Jesús. “Debería ser más amable”. Jesús se ríe entre dientes. “Todos tenemos nuestros momentos”. De repente, la película se congela. Estoy viendo una versión más joven de mí. Michael, de 14 años. La edad en la que me di cuenta de que soy transgénero. Mi cabello aún no está cortado. Una sonrisa tonta intenta ocultar la tristeza en mis ojos. “Los recuerdo”, digo con ganas de apartar la mirada. El odio a uno mismo no es exactamente un éxito de taquilla. Jesús espera. “Cuando era esa persona, los odiaba”, digo. “Ahora los amo con todo mi corazón”. Una nueva diapositiva aparece en la pantalla. “¿Los amas?”, pregunta Jesús en voz baja. Me concentro en la imagen, yo soplando las velas de una tarta, tomada el día de mi 29 cumpleaños el pasado octubre. Dudo. Me muero por decir que sí, pero sé la verdad. Jesús sabe la verdad. “No tan plenamente como se merecen. No siempre con la amabilidad o la ternura que extiendo a mi familia y amigos”. Jesús me aprieta la mano. Antes de que pueda parpadear, Jesús se ha ido. Mi oración termina demasiado pronto.

Tengo que admitirlo: compartir la oración personal fuera de mi diario privado da miedo. Mi corazón y mi alma se sienten expuestos: el precio que pagamos por la solidaridad. La vulnerabilidad es un elemento fundamental para fomentar y mantener la comunidad. A través de mi oración, obtuve claridad sobre la gracia del amor propio y su valor para la vida comunitaria.

En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús no se anda con rodeos: debemos amarnos unos a otros. Eso es bastante fácil, ¿verdad? Sin embargo, nos enseña que el amor no solo incluye sino que se extiende especialmente a nuestros enemigos. Ah, el truco. Hacer el bien a nuestros adversarios no siempre es cómodo ni agradable, y eso está bien. Parte de nuestra responsabilidad como discípulos es seguir los pasos de Cristo a pesar de las circunstancias difíciles.

Sin embargo, el desafío de amar a un enemigo pesa más en el cuerpo, la mente y el alma cuando es él quien nos mira en el espejo.

La depresión, la ansiedad y el autodesprecio se apoderan de muchos en la comunidad LGBTQ+, y los católicos LGBTQ+ no son una excepción. No soy una excepción. He atravesado los altibajos de la salud mental durante mi infancia, mi adolescencia y ahora en la edad adulta. Las personas queer corren un mayor riesgo de tener una mala salud mental que nuestros pares cisgénero y heterosexuales. Los problemas de salud mental no son inherentes a nuestras identidades. Son el resultado del prejuicio, la opresión, el rechazo y el miedo que cargan las personas LGBTQ+. Múltiples estudios científicos han confirmado el daño que estas experiencias causan a los resultados de salud mental de las personas queer.

No es que me considere activamente mi propio enemigo. Realmente no lo soy. El autodesprecio que una vez plagaba mi mente se evaporó hace años. Sin embargo, subconscientemente, he conservado mensajes de transfobia a lo largo de los años. Como adulto, puedo reconocer que ninguno de esos mensajes era cierto. Sin embargo, esas versiones más jóvenes de mí todavía existen, heridas por la dureza. Durante los ataques de ansiedad, cuando no estoy pensando lógicamente, estos pensamientos pueden resurgir y arrastrarme a la tristeza.

Los ataques actuales y constantes contra la comunidad trans también han hecho resurgir estos pensamientos, especialmente dada la frecuencia. Todos. Los. Días. ¿Cómo se supone que debo sentirme valiente cuando hay una afluencia de odio a mi alcance todas las mañanas, tardes y noches? Desconectarme no es una opción. Me niego a ignorar los peligros que enfrenta mi comunidad y las comunidades de mis vecinos.

Comunidad. La comunidad es lo que he descubierto que es la respuesta.

A principios de este mes, tuve un ataque de pánico. Era tarde en la noche y sentí como si un fuego artificial hubiera explotado en mis pulmones, quemando todo el aire que necesitaba para respirar. Me comuniqué con un amigo, que es sacerdote, y le pregunté si existía la más mínima posibilidad de que Dios pudiera odiar a las personas trans. Me sentí tonto al hacer la pregunta: sé que Dios ama a todos. Pero ¿y si estaba equivocado? El sacerdote no me hizo sentir tonto: respondió con tranquilidad que Dios es amor. En el fondo, sabía cuál sería su respuesta. Creo que lo que realmente estaba buscando en ese momento no era la confirmación del amor de Dios, sino que alguien estuviera conmigo en mi miedo. Hace años, me habría guardado mis preocupaciones para mí, por miedo a ser una carga. Pero no soy una carga, así que le pedí ayuda y él apareció para mí. Porque lo valgo.

Muchas personas han aparecido para mí recientemente. Amigos, familiares e incluso conocidos me han llamado o enviado mensajes de texto, sin que se los pidiera, para recordarme que se preocupan. Estoy especialmente agradecida por los ancianos lesbianas, trans y gays que se han acercado. Admiro profundamente su vida de perseverancia a través de Stonewall y la crisis del SIDA. Ahora aquí están una vez más, amando a su comunidad a través de la crisis y ayudando a sus hermanos LGBTQ+ a amarse a sí mismos.

El trabajo del amor propio no es fácil. Requiere desaprender las mentiras que nos han dicho sobre quiénes somos y apoyarnos en la verdad de que Dios se deleita en nosotros exactamente como somos. Esta verdad no se limita a los momentos en que nos sentimos fuertes, confiados o fieles. Más importante aún, es cierta en nuestra debilidad, nuestra duda e incluso en nuestro autodesprecio. El amor de Dios nunca flaquea y nos llama a amar de la misma manera, empezando por nosotros mismos.

—Michael Sennett (él), 23 de febrero de 2025

Fuente New Ways Ministry

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“Amor al enemigo”. 7 Tiempo ordinario – C (Lucas 6, 27-38)

Domingo, 23 de febrero de 2025
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IMG_0028«A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian». ¿Qué podemos hacer los creyentes ante estas palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del Evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?

No cambia mucho en las diferentes culturas la postura básica de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante alguien de quien solo podemos esperar algún daño. El ateniense Lisias (siglo V a. C.) expresa la concepción vigente en la antigua Grecia con una fórmula que sería bien acogida también hoy por bastantes: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos».

Por eso hemos de destacar todavía más la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo, considerado por los exegetas como el exponente más diáfano del mensaje cristiano.

Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él, pero sí en una actitud humana de interés positivo por su bien.

Jesús piensa que la persona es humana cuando el amor está en la base de toda su actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos ha de ser una excepción. Quien es humano hasta el final respeta la dignidad del enemigo, por muy desfigurada que se nos pueda presentar. No adopta ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud de bendición.

Y es precisamente este amor, que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos sin excepción, la aportación más humana que puede introducir en la sociedad el que se inspira en el Evangelio de Jesús.

Hay situaciones en las que este amor al enemigo parece imposible. Estamos demasiado heridos para poder perdonar. Necesitamos tiempo para recuperar la paz. Es el momento de recordar que también nosotros vivimos de la paciencia y el perdón de Dios.

José Antonio Pagola

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“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Domingo 23 de febrero de 2025. 7º Ordinario. Ciclo C

Domingo, 23 de febrero de 2025
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IMG_9908De Koinonia:

1Samuel 26, 2 7-9. 12-13. 22-23: El Señor te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra ti.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1Corintios 15, 45-49: Somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
Lucas 6, 27-38: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.

Primera lectura En 1Sam 24 leemos que David perdona la vida de Saúl. Muy cerca, en 1Sam 26 nos encontramos una versión del mismo relato, que, aunque distinto en la forma, en el fondo sigue siendo el mismo. El texto pretende mostrar cómo en la vida de David la misericordia está unida a su valentía. Después entrar de David en el ejército de Saúl, sus brillantes actuaciones despertaron en Saúl envidia y deseos de darle muerte. David tiene que huir, viviendo un tiempo como fugitivo. Los Zifitas le avisan a Saúl que David está escondido en el desierto. De inmediato “Saúl se levantó y bajó al desierto de Zif, acompañado de tres mil hombres escogidos de todo Israel, para buscar allí a David” (1 Sam 26,2). Dándose cuenta David que Saúl había armado su campamento y que todos dormían, se acercó junto con su ayudante Abisay, encontrando efectivamente dormido a Saúl y todo su ejército. Dios les había mandado un sueño profundo. Todas las condiciones estaban dadas para que David diera de baja a quien quería darle muerte sin razón. Abisay le pide a David que le permita clavar a Saúl en tierra con su lanza. David se niega porque no puede ser clavado en tierra aquel cuya vida depende del que está en el cielo, pues ha sido ungido por el mismo Dios. David muestra su misericordia respetándole la vida a Saúl, y su fidelidad a Dios, reconociéndolo como su ungido. David termina la escena dejando todo en manos de Dios: “Yahvé devolverá a cada uno según sus méritos y fidelidad, pues te había entregado en mi poder, pero no he querido levantar mi mano contra ti por ser el ungido de Yahvé” (1 Sam 26,23).

Segunda lectura

Pablo sigue empeñado en su reflexión sobre la resurrección de los muertos. 1Cor 15,35-58 trae algunos argumentos sobre el modo de nuestra resurrección corporal. En el texto de hoy, Pablo recoge algunas interpretaciones judías que identifican al Adán del primer capítulo del Génesis como el creado a imagen de Dios y por tanto como ser celestial; en cambio, el del capítulo 2 corresponde al Adán sacado del barro y por tanto, un ser terreno y mortal. Jesucristo es el Adán espiritual a quien deben asemejarse los creyentes. Hay que anotar que los judíos no entendían lo espiritual como lo inmaterial, sino como lo que es dinámico, activo, que anima y da vida. Los cristianos en cambio conocemos las dos facetas, en cuanto que nacemos como el Adán terrestre, pecador y corruptible, pero estamos llamados a ser semejantes al Adán espiritual, que es Cristo, que nos anima y nos da vida en abundancia.

Evangelio

Seguimos con el “sermón del llano”. Después de una primera parte de bienaventuranzas y “Ayes”, Jesús inicia la segunda parte invitando a todos los que lo escuchan a cultivar un amor misericordioso y universal para llegar a ser como el Padre que está en los cielos. Si a los pobres los había llamado bienaventurados sin exigirles ningún comportamiento ético previo, ahora, si quieren seguir siéndolo deben llenarse del modo de ser cristiano. Para esto, se necesita según Jesús, algunos principios fundamentales.

En primer lugar, el amor a los enemigos. El AT ve en el odio a los enemigos algo natural (Sal 35), Jesús en cambio une el amor a los enemigos con el amor al prójimo. Los padres de la Iglesia, vieron en el perdón a los enemigos, la gran novedad de la ética cristiana. El filósofo judío del siglo XX P. Lapide (citado por Francois Bovon) escribió: “alegrarse de la desgracia del otro, odiar a los enemigos, devolver mal por mal, son actos prohibidos, mientras que se exige la magnanimidad y el socorro ofrecido al enemigo necesitado. Pero el judaísmo ignora el amor a los enemigos como principio moral.

Este imperativo es el único en los tres capítulos del sermón de la montaña, que no tiene ni un paralelismo claro ni una analogía con la literatura rabínica. Constituye, en términos teológicos, una propiedad jesuánica”. La novedad de Jesús supera por tanto la ley del talión “ojo por ojo y diente por diente”, que rigió por siglos la justicia de Israel. También supera la fórmula veterotestamentaria y neotestamentaria de “amarás al prójimo como a ti mismo” pues ya incluye a los enemigos. Esto no significa que estamos exentos de tener enemigos, menos aún, los que al estilo de Jesús luchamos contra la injusticia, la intolerancia, la corrupción, la violencia, etc. De lo que se trata es de no asumir actitudes condenatorias, sino de abrir los espacios y posibilidades para que los “enemigos” encuentren el camino de la conversión y reconciliación. Que vean en nosotros el amor del Padre y el testimonio vivo de lo agradable que es vivir como hermanos.

Un segundo principio es “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no se lo reclames” (vv. 29-30). Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, el conformismo o la resignación (se trata de ser mansos, pero no “mensos”, tontos). ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigía sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto para resolver las diferencias y los conflictos, también, renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darla a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento…” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida.

En 6,31 encontramos lo que suele llamarse la regla de oro de la convivencia humana. Esta regla era ya conocida en el mundo judío. La novedad de Jesús es cambiar su sentido de reciprocidad por la búsqueda sincera e inagotable de “tratar bien al otro, como quisiéramos que nos trataran a nosotros. La prueba mayor de “tratar bien” es hacerlo con los enemigos, que significa el amor por todos aquellos que con sus obras hacen del mundo un caos, la tolerancia por lo que piensan diferente, la comprensión por los que escogen caminos diferentes, etc. Esto hay que concretizarlo religiosamente rezando por los que nos persiguen y bendiciendo a los que nos maldicen. Amar, bendecir, orar por los “enemigos” no significa perder el sentido de la crítica, de la denuncia o de la reprensión. Lo que pide Jesús es que la iniciativa del amor, del perdón, de la bendición la llevemos los cristianos. Es el testimonio lo que más rápida y eficazmente puede cambiar a los que odian, hacen el mal y maldicen. Bien dice Mt 5,16: “hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos”. El v. 35 es un precioso resumen de todo lo dicho hasta el momento. En el v. 36 encontramos un tercer principio para vivir al modo cristiano: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre de ustedes”. Mientras Lucas habla de misericordia Mateo de perfección. La misericordia se presenta como un elemento constitutivo del ser cristiano, por que lo es también de Dios.

¿Nos hemos preguntando alguna vez cuán misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia o la compasión con la lástima y eso no es cristiano, por que el que tiene lástima inconscientemente se presenta como superior al otro, en cambio el que tiene misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos el camino del Señor.

En cuarto lugar, tenemos tres exhortaciones que concretan la actitud misericordiosa de todo cristiano. La primera “No juzguen y no serán juzgados” (v. 37). Esto no significa perder la capacidad de opinar sobre lo bueno o lo malo, sino destruir al hermano a través de la crítica, el chisme y la calumnia. Si esta primera exhortación se dice en negativo, la segunda será en positivo: “perdonen y serán perdonados. La misericordia no se entiende sin la capacidad de perdonar, por que es en este momento cuando las comunidades llegan a vivir realmente como hermanos. La última exhortación, también en positivo es “Den y se les dará”. La misericordia encuentra su punto más alto en el dar y darse. El testimonio de Jesús fue de entrega total por la causa de Dios. Dios lo entregó todo, hasta su propio Hijo. ¿Y nosotros? Entregamos lo que nos sobra o solo lo menos importante. Dar hasta la propia vida por el hermano es la manera más auténtica de vivir el cristianismo. Leer más…

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Dom 7 TO. El riesgo de un perdón/amor impuesto por los prepotentes (Lc 6, 27-38)

Domingo, 23 de febrero de 2025
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Del blog de Xabier Pikaza:

Estamos en un tiempo en que los prepotentes (señores del mundo) quieren imponer su pretendido “perdón” (=su paz), para seguir dominando sobre el mundo, reuniéndose para ello en Múnich o en Arabia  En contra de eso, el verdadero perdón y paz (amor)   sólo puede ofrecerse/darse en gratuidad y sólo puede extenderse desde las víctimas.

Principios

(1) Novedad del evangelio. Actualidad del perdón. Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia bíblica del perdón, no sólo ofreciéndolo en nombre de Dios, sino pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí. Por otra parte, la experiencia pascual es una experiencia de perdón radical y de nuevo nacimiento. Frente a la ley del sistema, donde sigue rigiendo el talión (¡a cada uno según su merecido!), el evangelio sitúa a los hombres ante el don y tarea del perdón, que supera el legalismo, haciéndonos capaces de desactivar la bomba de violencia que amenaza con destruir la vida de la humanidad. Así lo ha destacado la antropóloga judía H. Arendt:

  El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular (La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 255-262).

El primer requisito para alcanzar la paz, en las condiciones actuales de la humanidad, dividida por la imposición de unos, el deseo de revancha de otros y el odio de todos, es el perdón, que viene a revelarse como el único poder que rompe el círculo del eterno retorno del pasado (con su ley de acción y reacción) que encierra a los hombres en su destino de violencia. El perdón rompe la lógica de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente); de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que sólo se transforma. Sólo el perdón nos sitúa en un nivel de gratuidad creadora. El perdón es gracia; de esa forma supera el pasado y abre un comienzo de vida allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder.

(2) Perdón gratuito, no expiación ni castigo), ni política de imposición de los derrotados, de las víctimas. Jesús ha introducido su libertad de amor en el mundo sacral de escribas y sacerdotes. Pues bien, invirtiendo el camino de Jesús, parte de la iglesia posterior ha interpretado a veces el perdón en forma sacral, como expresión de los méritos de la muerte expiatoria del mismo Jesús, en una línea cercana a los sacrificios del templo.

IMG_0062Expiar es pagar por una culpa, sometiéndose al juicio de Dios. Sin duda, el Nuevo Testamento asume a veces un lenguaje expiatorio, como se esperaba en un contexto marcado por el templo, pero lo hace de un modo marginal. Para el conjunto del Nuevo Testamento la muerte de Jesús no ha sido un sacrificio expiatorio (¡ciertamente, mejor que los anteriores!), sino el despliegue de la gracia salvadora de un Dios que no necesita que le expíen o aplaquen, porque él mismo es perdón, él mismo expía (si vale ese lenguaje) a favor de los hombres (cf. Rom 3, 24-25). El evangelio invierte así la experiencia y tema de las religiones sacrificiales y entre ellas la de cierto judaísmo: Dios no exige expiación o sometimiento, para afianzar de esa manera su poder, sino que ofrece gratuitamente su perdón, porque él es gracia y así se manifiesta en Cristo.

Según eso, el perdón nace del amor mesiánico y pascual, no de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a pecadores, sentándose a la mesa con ellos, invitándoles a compartir su camino (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1). De esa forma ha ofrecido el reino de Dios a los excluidos: no sólo a los simples de mente (am ha aretz), incapaces de cumplir la ley por falta de conocimiento, y a los pobres (plano económico) o ritualmente manchados (por lepra y flujos de semen o sangre), sin acceso al culto, sino también a los pecadores estrictamente dichos, según la perspectiva israelita, es decir, a separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas): Precisamente a ellos ha ofrecido solidaridad y perdón supra-legal.

Lucas 6, 37-42 par. Amad a los enemigos, perdonar.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “A los que me escucháis os digo:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

-Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.”

La palabra que nos ocupa (perdonad y seréis perdonados, amad a vuestros enemigos) constituye una expansión y aplicación de la palabra primera: No juzguéis y no seréis condenados. Mateo no siente la necesidad de introducirla, pues al decir no juzguéis (en negativo) se está diciendo ya en positivo perdonad. El perdón es la forma concreta de superar el nivel del “juicio” en el que los hombres viven según la ley del talión.

            El talión es el buen juicio, un juicio equilibrado, donde la condena responde a la falta. Pues bien, al superar el talión, superando así el nivel del juicio, los seguidores de Jesús se encuentran llamados a ofrecer y conceder el perdón, superando así al “castigo”, entendido como reacción ante la culpa. Esta afirmación (perdonad y seréis perdonados), inserta en la palabra clave de “no juzguéis” ha de entenderse desde los siguientes presupuestos:

Amar-perdonar no es una forma de dominación política, sino un regalo gratuita de vida, desde los más pobres, desde las víctimas   (Lc 6, 37 ss).

Hay un amor  interesado, una “ayuda” con “altísimos intereses”, para arruinar a los ayudados…… para seguir dominando a los “pobres”

Hay un perdón que esclaviza a los perdonados

Gran parte del judaísmo sacral del tiempo de Jesús se había establecido como una “máquina de perdón”, para mantener de esa forma el dominio sobre los “perdonados”… centrada en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Ésta ha sido la nota distintiva del judaísmo del “segundo templo” (del 525 a. C. al 70 d. C.), que estaba culminando precisamente entonces: los judíos aparecían así básicamente como “pecadores” que pueden y deben ser perdonados y que tienen, para ello, un medio concedido por el mismo Dios: los sacrificios del templo.

Hay una iglesia que ha mantenido el monopolio del perdón… para mantener el poder sobre las conciencias de los hombres…  Ha podido hacer mucho bien, en línea de moralidad…, pero ha corrido el riesgo de tener a hombres y mujeres esclavizados bajo máquinas de inquisición…

Pues bien, Jesús descubre que ese modo de perdonar (a través de los sacrificios del templo, para seguir dominando a los perdonados) resulta no sólo insuficiente (como lo había sabido ya Juan Bautista), sino que es en el fondo contrario a la “verdad” de Dios,

 -El perdón tiene que ser gratuito, sin imponer cargas a los perdonados… sin establecer métodos de vigilancia y dominio de conciencia….

– El perdón tiene que nacer desde los ofendidos…que perdona a través del perdón de los hombres (empezando por los pobres) y no a través de unas instituciones de dominio religioso, controladas por personas que en el fondo están aliadas con los que destruyen a los pobres (la economía del templo es inseparable de la economía de los que destruyen a los pobres en Galilea). Desde ese fondo podemos distinguir algunos tipos de perdón:

Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de unos dictadores o autócratas, que muestran su “magnanimidad” indultando a quienes quieren, de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones), y castigando también a quienes quieren (sin dar razones de ellos), para exaltación del propio poder. Así castigan a unos (para mostrar su soberanía y aterrorizar a los posibles rebeldes o contrarios) y perdonan a otros (para manifestarse magnánimos y aparecer como benefactores). De esa forma ofrecen un perdón arbitrario, que se encuentra muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano, del que aquí hablamos).

En contra de ese “perdón” interesado de los autócratas, que es sólo una forma de imposición de la barbarie, en la línea de la fortuna (de la suerte que le toque a cada uno) y del capricho de los pre-potentes, ofrece y promueve Jesús el perdón de la gracia creadora, que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es el perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas, los ofendidos y humillados, sin que puedan hacerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores

Puede haber un perdón políticamente racional y provechoso… pero para bien de los plutarcas que perdonan, no para bien de los pobres Casi todos los estados que conozco han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús, que tenían como lema el “perdonar a los sometidos”. Son amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o estados que las proclaman, al servicio de un tipo de pacificación que de otra forma sería difícil de lograr.

No todos suelen estar de acuerdo con ellas, ni en plano legal, ni en plano personal, pero se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo allí donde el poder resulta suficientemente sólido como para permitir ciertas “excepciones” en el cumplimiento de la ley, sobre todo, en circunstancias de fuerte cambio social o político, que se interpretan como principio de un nuevo régimen social.

Éste es un perdón políticamente racional y quizá provechoso, pero que, a no ser que sea asumido por las víctimas reales, corre el riesgo de situar la oportunidad política (con su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal. Puede discutirse la conveniencia y legalidad de  una amnistía de ese tipo, pero ella se sitúa en el plano de la justicia política, con sus cálculos de estabilidad, no en el nivel del perdón de Jesús, que parte siempre de los pobres y ofendidos, es decir, de las víctimas [1].

Puede haber un perdón sacral, como el que existía en tiempos de Jesús, en el judaísmo, pero tendía a estar controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del sistema, para mantener el orden establecido.  Este era un perdón al servicio del poder político-social de los prepotentes religiosos. En contra de eso, Jesús ha perdonado de un modo gratuito, sobre la ley y el sistema, pidiendo a los mismos ofendidos que perdonen (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!) para crear de esa manera un camino de Reino. El perdón sagrado del templo se expresa y expande a través de sacrificios rituales, celebrados por los sacerdotes, regulados según ley por los escribas. De esa manera, con su sistema social y religioso, ellos monopolizaba la expiación por los pecados, como «máquina de perdón», que les hacía funcionarios sacrales y les situaba sobre el resto del pueblo.

Templo y culto daban a los sacerdotes el poder de perdón, la autoridad expiatoria, situándoles por encima del pueblo. Jesús, en cambio, ofrece su perdón de un modo mesiánico, superando el sistema del templo, acogiendo de manera gratuita a los expulsados y excluidos de la comunidad sagrada de Israel y convirtiéndoles en verdaderos portadores del perdón, los auténticos sacerdotes. Actuando de esa manera, él ha sido el más judío de todos los judíos: el heredero de las tradiciones israelitas más profundas del Dios de la misericordia. Pero, al mismo tiempo, al desvincular su perdón del orden sagrado del templo, ha corrido el riesgo de romper la identidad nacional del judaísmo.

Jesús ofrece (y promueve) un perdón mesiánico, gratuito, desde los más pobres, para bien de todos. Quizá en su origen su gesto tiene algo que ver con las “amnistías” sociales  que el judaísmo quería que se proclamaran cada siete y cada cuarenta y nueve años (año sabático, con la liberación de los encarcelados y el perdón de las deudas, y  año jubilar, con el reparto de tierras y bienes debían repartirse de nuevo entre todos los buenos judíos); pero ese perdón se hallaba estructurado también de un modo “legal”, al servicio de los buenos “propietarios”. Por otra parte, los profetas de Israel han hablado del perdón como atributo supremo de Dios,  vinculándolo a los pobres, pero no habían llevado esa experiencia hasta el final. El perdón de Jesús será más y menos que eso.

Por un lado, el perdón de Jesús que el año sabático o jubilar, porque no se puede cumplir ni exigir por ley (aunque parece que no todos los  judíos cumplían de manera regular, según ley, las exigencias del año sabático y jubilar). Por otro lado, es más que el perdón sabático o jubilar, porque busca un tipo de redención (comunión) y reconciliación, personal y social para todos (no sólo para “buenos” propietarios que han perdido sus tierra anteriores), empezando por los más pobres (por los excluidos del sistema). Son precisamente ellos, los excluidos y prescindibles, los ofendidos y humillados los que pueden ofrecer y ofrecen perdón, ocupando así el lugar que en otros esquemas han usurpado los gobernantes o sacerdotes sagrados.

 Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia bíblica del perdón, no sólo ofreciéndolo en nombre de Dios, sino pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí, a partir de los ofendidos (que son los que pueden perdonar de verdad). Frente a la ley del sistema, donde sigue rigiendo el talión (¡a cada uno según su merecido!), Jesús sitúa a los hombres (¡precisamente a los oprimidos y expulsados!) ante el don y tarea del perdón, de manera que ellos pueden superar la Ley y desactivar la bomba de violencia que amenaza con destruir el conjunto de la sociedad.

El perdón de Jesús ¿Quiénes pueden perdonar?

 El perdón rompe la lógica de la venganza (del talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera a los hombres del automatismo (de la repetición incesante) de la violencia y permite que su vida trascienda el nivel de la ley, donde nada se crea ni destruye, sino que todo se transforma, permaneciendo idéntico en el fondo. Sólo el perdón nos permite amar de manera creadora. La ley mantiene lo que existe; el perdón, en cambio, lo trasforma, permitiéndonos superar la esclavitud (fatalidad) del pasado, abriendo un comienzo de vida allí donde la vida se cerraba en sus contradicciones y luchas de poder.

El Dios de Jesús no exige expiación o sometimiento, para afianzar su poder, sino que regala gratuitamente su perdón, porque es gracia  creadora y así lo manifiesta su mensaje de Reino. Según eso, el perdón nace del amor mesiánico, no de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto ha de entenderse la actitud de Jesús, que ha perdonado a “pecadores”, sentándose a la mesa con ellos, invitándoles a compartir su camino, es decir, a compartir el perdón (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1). De esa forma ha compartido el Reino con los marginados legales (am ha aretz), incapaces de cumplir la ley por falta de “conocimiento”, con los pobres y mendigos (plano económico), con los ritualmente manchados (por lepra y flujos de semen o sangre) y con los que se consideraba pecadores estrictamente dichos, pues parecían separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas) [2].

Pero Jesús no sólo ofrece perdón, sino que pide a los hombres que perdonen, de una forma que sigue resultando paradójica e incluso escandalosa, pues aquellos que parecen pecadores (pequeños, hambrientos, rechazados, víctimas) son precisamente los que tienen que perdonar a los “grandes” y limpios de la sociedad. Los sacerdotes oficiales perdonaban a los convertidos, que volvían a cumplir la Ley, como mandaban los ritos y las buenas tradiciones. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a la alianza. La misma ley que condenaba al pecador le ofrecía, al mismo tiempo, un camino de perdón, si se convertía y volvía al pacto. Pero Jesús inicia un camino distinto:

No exige a los “pecadores” que se conviertan primero, sino que empieza ofreciéndoles perdón y solidaridad del Reino. En esa línea ha entrado en conflicto con la Ley sagrada del templo ha recibido en su mesa y comunión a leprosos y hemorroisas, publicanos y prostitutas (pecadores), lo mismo que a los pobres de la tierra (poco cumplidores). De esa forma devalúa la ley de purezas y pecados y el conjunto del ritual del templo, pues lo considera innecesario y, en el fondo, opresor para los pobres. No mantiene discusiones sobre leyes o ritos en concreto: no quiere reemplazar una sacralidad por otra, sino que ha suscitado, desde el centro de Israel, una comunión escatológica y mesiánica donde los mismos ofendidos son los que perdonan, renunciando a la venganza e iniciando un camino de solidaridad donde caben todos.

Jesús pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que puede parecer de sometimiento (¡deben humillarse y perdonar a quienes les oprimen!) pero que, en el fondo, expresa la mayor de las “autoridades”. Ellos, los oprimidos, son “sacerdotes” y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia universal y creadora, desde abajo, desde los marginados y ofendidos. Son precisamente ellos los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen su lugar como autoridad que persona (sin poder político ni religioso ninguno).

  1. Padrenuestro: como nosotros perdonamos

Los textos de Jesús sobre el perdón nos sitúan en el centro del Sermón de la Montaña y no pueden separarse de la palabra anterior, sobre el no-juzgar, ni tampoco de la palabra que después veremos sobre el amor a los enemigos. Sólo se puede perdonar allí donde, superando la ley del talión (es decir, la dinámica del juicio), los hombres y mujeres son capaces de amar de un modo activo, ofreciendo así futuro de vida a los posibles “enemigos”. Desde ese contexto se entienden algunas palabras clave sobre el amor, vinculada a la oración de Jesús:

 – El Padrenuestro (perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores: Mt 6, 12) nos sitúa en el centro de mensaje del Reino, traducido en forma de oración. Orar implica perdonar no sólo las “ofensas”, sino también las deudas. En este contexto de Galilea, Jesús no pide a los ricos que perdonen a los pobres, sino que se dirige a los pobres y dice que son ellos los que tienen que perdonar a los ricos (el perdón de los ricos sería simplemente justicia). Además, no pide sólo el perdón de los “pecados”, sino el de las “deudas”.

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23.2.25. Dom 7 TO Del perdón a la paz. Jesús, una tabla de perdones

Domingo, 23 de febrero de 2025
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IMG_0060Del blog de Xabier Pikaza:

El próximo domingo (Dom 7 TO) celebra la Iglesia el día del amor al enemigo y del perdón, conforme al sermón de la llanura” de Lc 6, como ayer puse de relieve en RD y en FB.

El mismo domingo 23 pronunciaré en Congreso de la CONFER de Madrid (Justicia y misión, Los nombres de la esperanza) la ponencia final, dedicada al perdón y a la paz como principio de misión cristiana.

Presentaré mañana un esquema y compendio de mi intervención.  Aquí ofrezco una sencilla introducción al tema. Buen día.

20.02.2025

A diferencia de otros fundadores y profetas, tras haber descubierto que Dios ama y le llama (cf. Mc 1, 10-11), Jesús no mostró conciencia de pecado (no se arrepintió, no pidió perdón), sino que comenzó a manifestarse en Galilea, de un modo consecuente, como testigo del amor de Dios sobre la violencia y el odio de los hombres.

Juan Bautista empezaba por la penitencia y anunciaba el juicio (prometiendo el perdón a los arrepentidos), siguiendo así en la línea de los sacerdotes, aunque con otros medios (bautismo en el Jordán en vez de sacrificios de templo). Jesús, en cambio, proclama y ofrece el perdón como punto de partida, gracia previa, antes de toda conversión (que vendrá después, cf. Mc 1, 14-15), porque Dios es el primero y él perdona (es decir, crea) por amor, no para dominar mejor a los sometidos (como el Imperio Romano).

Al ofrecer el perdón, Jesús se independiza no sólo de los sacerdotes, sino de Juan Bautista (a quien seguirá considerando el mayor de los nacidos de mujer, aunque aún fuera del Reino: cf. Mt 11, 11). Por eso rompe no sólo con la institución sagrada (templo) y la política imperial (Roma), sino con el mismo proyecto de conversión y bautismo de Juan, para implantar ya el Reino de Dios desde los pobres y marginados de Galilea. Desde ese fondo se entiende su estrategia, es decir, su alternativa: Sabe que Dios no “juzga”, sino que ama, haciendo que los hombres puedan amar a sus enemigos, abriendo desde los ofendidos que perdonan y aman un camino de vida liberada; por eso no instaura una religión de pecado y perdón (como el templo de Jerusalén), sino de liberación (curación) y perdón universal, como muestra esta pequeña “tabla de perdones”:

1.Estrategias del perdón

1 Perdón, comer juntos.  Jesús come con “pecadores” (cf. Mc 2, 13-17; cf. Lc 15, 1-2), anticipando así el perdón (banquete) del Reino que Juan prometía sólo a los convertidos tras el Juicio (no a los que seguían siendo pecadores). En contra de un judaísmo previo, y de gran parte de la Iglesia posterior Esas comidas son un dato esencial de su historia, y nos sitúan en la línea de todo su mensaje. Por ellas ofrece Jesús un perdón que “sacramental” y escandaloso, que se expresa en la comida (banquete de Reino) con los pecadores oficiales, sin exigirles primero conversión, sino ofreciéndoles la conversión a través del perdón y la misma comida [1].

2. Perdonar es sanar, Jesús; Perdona, cura al paralítico(Mc 2, 1-10). Este “milagro” de hondo simbolismo tiene un fondo histórico y recoge el recuerdo de un paralítico famoso, a quien descolgaron por el techo de una casa para así ponerle ante el Maestro galileo. Las palabras que Jesús le dice (¡Hijo, tus perdonados te son tus pecados!), para después curarle, tras haber relacionado perdón y sanación (Mc 2, 5-10), han sido creadas probablemente por la iglesia posterior, pero ellas evocan, sin duda, un recuerdo histórico. Las curaciones de Jesús son el signo de un perdón que transforma la vida de los hombres (capacitándoles para “caminar”).

3 Perdonar es acoger, el hijo pródigo(Lc 15, 11-32). A juicio de algunos, el perdón del padre parabólico, con el que Jesús defiende su conducta (él perdona a los pecadores) se opone a la justicia de Dios, que exige penitencia y transformación de los pecadores, según los principios de la justicia conmutativa. Pero, como he dicho en cap. 11, Jesús ha superado esa dinámica, porque Dios ama de un modo antecedente (antes que el pecador se arrepienta), perdonando y curando (es decir, pidiendo que amemos) a enemigos y pecadores [2].

Estos y otros rasgos semejantes definen la estrategia (y exigencia) de un perdón, que desborda la justicia conmutativa (talión) y supera el orden religioso de una sociedad centrada en un templo expiatorio, con sus sacrificios por el pecado. De esa forma, perdonando de un modo gratuito y retornando al principio de la creación (Gen 1), antes de que hubiera templo, Jesús instaura un camino universal de Reino, de tal manera que los perdonados (amados, liberados, acogidos), sin estar obligados por ley, pueden iniciar una forma de vida marcada por el amor mutuo y por la comunión, como muestra por contraste la parábola del “siervo perdonado” que se niega a perdonar (cf. Mt 18, 21-35).

Situándose de esa forma en una línea que asumirán después dos “seguidores” suyo, Esteban y Pablo (cf. Hch 7, 35-53 y Gal 3), con otros movimientos judíos de su tiempo, Jesús fundamenta su mensaje y proyecto en el principio de la historia israelita (creación, patriarcas, éxodo…), antes de que hubiera institución sacrificial estable, antes de la separación oficial del pueblo judía, abriendo un mensaje y camino de paz universal. De esa forma eleva su apuesta consecuente a favor del perdón ofrecido y compartido entre todos: Ha descubierto que aquellos que entienden la vida como juicio (talión) la acaban destruyendo, y se destruyen a sí mismos, pues la justicia no puede imponerse por violencia, ni el Reino de Dios por Ley y sacrificios, sino por perdón y amor mutuo, empezando desde los pobres y expulsados de la sociedad.

2.Perdónanos, como nosotros perdonamos

Esa estrategia del perdón se expresa en el documento fundacional de Jesús, que es su oración (Padrenuestro: Lc 11, 2-4; Mt 6, 9-13), donde se vincula la invocación de Dios Padre y el perdón.

Mt 6, 12: Y perdónanos (kai aphes hêmin) nuestras deudas (opheilêmata) ‒ como nosotros (ôs kai autoi) hemos perdonado (aphêkamen). a nuestros deudores (tois opheiletais hêmôn)

Lc 11, 4:  Y perdónanos (kai aphes hêmin) nuestros pecados (hamartías) ‒ pues también nosotros (kai gar autoi) perdonamos (aphiomen) a todo deudor nuestro (panti opheiloti hêmin)

Perdón de Dios, perdón humano. Éste es el tema de fondo no sólo de esta oración de Jesús, sino de todo su evangelio, como muestran las variantes del texto: «Perdónanos como nosotros hemos perdonado» (Mt); «Perdónanos, pues también nosotros perdonamos…» (Lc). Lucas destaca la simultaneidad entre el perdón de Dios y el humano, de manera que el uno ha de verse a la luz del otro. Mateo supone que hay una anterioridad del perdón humano, poniéndonos ante una comunidad que ha perdonado ya, pero que espera todavía (para el futuro) el pleno “perdón” de Dios (el Reino). A la luz del mensaje de Jesús, ambas fórmulas suponen que el perdón de Dios es lo primero, pero lo relacionan íntimamente con el perdón interhumano, que así aparece como consecuencia y signo del perdón de Dios y elemento básico de la dinámica del Reino. Conforme a esa dinámica (a todo el mensaje de Jesús), lo primero es Dios, de forma que el perdón humano es su signo y consecuencia. No es que los hombres empiecen perdonando, para pedir luego a Dios que les perdone, sino que Dios lo hace primero, de un modo gratuito, de tal forma que les mueve también a perdonarse unos a otros, empezando por los pobres y expulsados, en la misma vida, no en un templo especial.

En ese contexto se entiende esta oración que Jesús ha enseñado a unos pobres de Galilea, que acaban de pedir a Dios que les conceda el pan “nuestro” (compartido), diciéndoles ahora que se perdonen las deudas (todo lo que se deban entre sí), como signo y presencia del perdón de Dios, en la misma vida social, no en el templo: Perdónanos como nosotros “hemos perdonado ya” (Mt); “pues también nosotros perdonamos” (Lc). De esa forma se expresa la audacia increíble de esta oración de Jesús y de sus seguidores, que no se presentan ante Dios como “pobrecitos” (incapaces de asumir el Reino), sino como portadores de la más alta dignidad, es decir, capaces de perdonar como Dios perdona, de manera que ellos, pobres y excluidos con verdaderos sacerdotes de Dios [3]. Jesús está convencido de que el Reino de Dios se expresa y llega a través del amor y el perdón interhumano, iniciando así, desde Galilea, un movimiento fuerte de transformación social.

Deudas más que pecados.El perdón de Juan Bautista funcionaba en un plano sacral: Vendrá tras la confesión de los pecados (hamartíais; cf. Mc 1, 6; Mt 1, 6) y se logrará en el juicio futuro de Dios, simbolizado por el bautismo. Por el contrario, Jesús ofrece el perdón de Dios y pide el perdón interhumano antes del juicio, y no lo relaciona con la confesión de las propias culpas (y con el bautismo), sino con el perdón de las deudas que ofrecen y comparten aquellos que le escuchan y le siguen (¡como nosotros hemos perdonados; pues también nosotros perdonamos).

Dicho eso, debemos añadir que los discípulos de Jesús no piden a Dios que perdone sus pecados (hamartíais, en clave religiosa), sino sus deudas (opheilêmata), como ha destacado expresamente Mt 6, 12: «¡Perdona nuestras deudas como hemos perdonado a nuestros deudores!». Jesús no se sitúa en el espacio religioso del pecado (terreno propio de sacerdotes), sino en el plano más social de las deudas, que incluyen no sólo los pecados, sino los “bienes” que unos hombres deben a los otros (y en otro plano a Dios).

El evangelio de Lucas ha sentido la dificultad de mantener en ambos casos ese lenguaje judío, propio de la tradición profética de Jesús, y cambia la primera expresión, para situarse en un nivel más sacro-sacerdotal (cercano a Pablo: cf. Rom 5-8), diciendo “perdona nuestros pecados” (hamartías, en vez de opheilêmata, deudas). Pero no ha tenido libertad para cambiar la terminología en el segundo caso, y así sigue diciendo “pues también nosotros perdonamos a quien nos debe algo” (panti opheilonti hêmin). Lucas supone así que la relación con Dios puede expresarse en forma de pecado, mientras que la relación con otros hombres se expresa como “deuda”, confirmando así la prioridad del lenguaje social (económico) sobre el religioso [4].

3 Pueblo sacerdotal, pueblo que perdona. .

 Juan Bautista se había opuesto a los sacerdotes del templo, que querían mantener su monopolio sobre el pecado, pero el perdón que él prometía se hallaba vinculado al bautismo (para perdón de los pecados), y Dios lo concedería sólo al final de este tiempo (en el juicio) y sólo a quienes se hubieran arrepentido… Pues bien, en contra de eso, el perdón que Jesús pide a Dios es en el punto de partida (es lo primero, es el don de Reino) y se vincula al perdón mutuo entre los hombres (¡como nosotros perdonamos!), no a un rito bautismal relacionado con la conversión y el juicio [5].

Al principio de la oración, los seguidores de Jesús han pedido a Dios que llegue el Reino (y el pan), pero inmediatamente se atreven a decirle que les perdone todas las deudas, como ellos se perdonan entre sí. Allí donde los hombres comparten el pan (y para compartirlo) deben perdonarse, superando en clave de gratuidad (¡más allá del talión!) un tipo de vida centrada en la obligación del pago de las deudas (¡ojo por ojo, diente por diente!). Siendo don de Dios (perdón), el Reino exige que los hombres se perdonen, y que los primeros en perdonar sean los más pobres. Estos orantes de Jesús no piden a otros que (les) perdonen, ni quieren imponerles algún tipo de filosofía religiosa superior, sino que empiezan perdonando, y así lo dicen (lo prometen) ante el Dios del Reino. Éste es un perdón que emerge desde los pobres, pues ellos oran con (como) Jesús, pidiendo a Dios que les perdone y perdonando a sus deudores [6].

Así queda trazada la estrategia de la comunidad que surge en torno a Jesús. Ella ha de fundarse en el perdón, en plano social y religioso, personal y económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos. En esa línea, los que perdonan las deudas a los otros vienen a presentarse como signo de Dios, portadores de su Reino, formando el grupo de Jesús y siendo transmisores de la Vida de Dios. ¿Qué perdonan? Externamente poco, pues no tienen capacidad legal de exigir a los ricos la devolución de aquello que les han tomado (robado). Pero, en sentido más profundo, lo perdonan todo, iniciando así un tipo de vida centrado en la gratuidad y el pan compartido [7].

4. Reino de Dios, camino de perdón.

 Jesús ha fundado con un grupo de pobres galileos, un movimiento de perdón gratuito. ¡No llevan a juicio a los ricos (que les han “robado”), sino que proclaman ante ellos (y en el fondo, a favor de ellos) un camino más alto de vida, es decir, de perdón! Los mensajeros de Jesús no actúan de un modo pasivo (no exigen, se dejan morir), sino muy activo, comprometido, expresando así un aspecto esencial del Reino como perdón. Llevado hasta el fin, este perdón iguala a judíos y gentiles, religiosos y no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo, empezando por los pobres: ¡Que se perdonen las deudas, iniciando una dinámica universal de comunión, abierta al conjunto de la vida!

Ésta es la religión de Jesús, éste su culto, sin más mandamiento ni rito que el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han utilizado (convirtiéndoles en pobres). En este contexto no se puede hablar todavía de sistemas e iglesias, con ceremonias o poderes especiales: El Dios de Jesús es Padre que ama y crea por el perdón interhumano (cf. Mc 11, 22-26). Así lo muestra la continuación de Mateo, que vincula perdón de Dios y perdón de los orantes (que son aquí los pobres ofendidos): «Si no perdonáis las ofensas de los hombres tampoco vuestro Padre celestial os perdonará…» (Mt 6, 14-15) [8].

 Marcos, que no ha recogido el Padrenuestro, ha situado ese motivo tras la purificación del templo (¡lugar del perdón oficial!), mostrando que Dios no se revela o perdona por ritos, sino por el perdón: «Todo lo que pidiereis orando, creed que ya lo habéis recibido y así será dado. Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone » (Mc 11, 24-25). El templo es inútil, pues Dios se revela y perdona donde los hombres se perdonan [9].

Jesús no necesita templos, su perdón no se logra con rituales, sino por el perdón interhumano, de manera que los pobres, que renuncian a vengarse y que perdonan a sus deudores (superando una justicia puramente legal), son sacerdotes de Dios, humanidad reconciliada. Ese perdón es gratuito, pero no indiferente; es superior, pero se encarna (ha de encarnarse) en el amor interhumano, creando un orden social que no nace del talión (doy para que me des), sino del perdón de los ofendidos [10].

5. Perdonad, y seréis perdonados

 En el contexto anterior han de entenderse tres sentencias, quizá posteriores, que Lucas introduce tras la palabra clave: «no juzguéis y no seréis juzgados»:   No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará (Lc 6, 37-38).

En el principio, el perdón. Apoyándose en el Dios que perdona y crea, Jesús pide a los hombres que respondan de igual forma: Que no condenen, que perdonen y den gratuitamente lo que tienen:

 − No condenéis y no seréis condenados. Esta aplicación parece innecesaria, pues si no se puede juzgar menos se puede condenar. Pero es posible que al formularla se quiera responder a la objeción de aquellos que protestan diciendo: ¡No podemos condenar, pero podemos y debemos juzgar! A esos parece decir nuestro pasaje: ¡Atreveos, si queréis, a juzgar pero sabiendo que nunca podréis condenar! Si el texto dice así es porque supone que Dios no condena, pues es creador, no destructor de vida (como dice Pablo, según la tradición israelita en Rom 4, 17).

Perdonad y seréis perdonados. Esta palabra, igual que la anterior, nos sitúa en el centro del mensaje de Jesús. Quien no juzga debe perdonar, con amor que se adelanta a las ofensas e injurias, introduciendo una experiencia del amor creador en el centro de la vida de los hombres, por encima de la espiral del odio y la pura justicia retributiva. No se trata de negar el mal que existe, ni de dejarlo impune (como si todo diera igual), sino de superarlo por medio del perdón, tanto en un plano de deudas como de ofensas y pecados.

Dad y se os dará, una medida buena, remecida… No es perdonar de un modo indiferente, como si no hubiera remedio y si las cosas estuvieran condenadas a ser siempre lo que son (sin cambio alguno), en una rueda eterna de fortuna (eterno retorno), sino de responder en un plano más alto, introduciendo amor donde imperaba el odio y gratuidad allí donde la vida se entendía como imposición o venganza. Esta respuesta supone que el bien supera al mal, y el perdón a la venganza, y que Dios se manifiesta de manera creadora y gratuita en la historia de los hombres.

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Gloria a Dios en lo Alto, Paz en la Tierra a los hombres (22-23.2. 2025 CONFER España: Justicia y Misión)

Domingo, 23 de febrero de 2025
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aDel blog de Xabier Pikaza:

Presento mañana, 23.2.25 la ponencia final de estas jornadas de justicia   y misión

El tema de fondo está tomado del libro El camino de la paz, Khaf, Madrid. Para los que quieran saber de qué se trata y no puedan estar o conectarse  electrónicamente presento aquí el esquema y desarrollo de la ponencia. Buen fin de semana a todos

Lc 2, 14: Canto de Navidad. Gloria in excelsis Deo et pax in terra hominibus 

  1. Bienaventurados los pobres de espíritu(Mt 5, 3).
  2. Bienaventurados los que sufren(Mt 5,4), los que saben renunciar
  3. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5, 5).
  4. Bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia (Mt 5, 6).
  5. Bienaventurados los misericordiosos (Mt 5, 7).
  6. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8).
  7. Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9).
  8. Bienaventurados los perseguidos por la justicia (Mt 5, 10,11).
  1. UN FUERTE CAMINO, OCHO ESTACIONES
  • 1ª estación. Paz y justicia económica. Una marcha universal de pobres
  • 2ª estación. Paz religiosa, una Palabra transparente. La verdad
  • 3ª estación. Comunicación universal, alianza de religiones
  • 4ª estación. Paz y ecología. Hermano sol, hermana luna
  • 5ª estación. Religiones, experiencia curativa: Los pobres curan a los ricos
  • 6ª estación. Educar en libertad, no para el triunfo
  • 7ª estación. Iglesia en justicia, una marcha de pacificadores
  • 8ª estación. Educar para la paz, para el nuevo corazón, para la ternura

 PONENCIA

Navidad. Lc 2, 14. La gloria de Dios es la Paz entre los hombres

Este es el canto (villancico) principal de Navidad, la teología y experiencia más honda de la Biblia. No hay primero Gloria de Dios y después, además, Paz entre los hombres, como si fueran cosas distintas (separables), sino que según el canto de los ángeles de Navidad (Lc 2,14), la gloria de Dios (Kabod, Doxa) se identifica con la paz entre los hombres (Shalom, Eirênê),

 Debemos empezar traduciendo bien el texto que dice Gloria a Dios en las alturas “y” paz en la tierra a los hombres que ama el Señor (=de la buena voluntad del Señor). La gloria de Dios y la paz entre (en) los hombres no son dos cosas, de manera que una se pueda sumar a la otra, sino que son lo mismo: La gloria de Dios es la paz entre los hombres, pues la partícula “y” tiene aquí un sentido de identificación, como en la frase central de la teología gloria dei / vivens homo, la gloria de Dios es el hombre viviente gloria dei / pax hominibus, es decir, la gloria de Dios en el cielo es la paz (=amor) en la tierra entre los hombres, no porque los hombres sean Dios y construyan por sí mismos la paz, sino porque en ellos se expresa y encarna, por Cristo la buena voluntad, la eudokía de Dios.

            Éste es el himno supremo de la Navidad, el himno/canto emocionado de los ángeles que identifica la gloria de Dios con la paz entre los hombres. Una palabra como esa está latente en todo el AT, pero sólo se revela y despliega, se canta y acoge plenamente en la encarnación cristiana.

            Dios no es obligación, imposición, ni miedo; no es amenaza ni castigo… sino gloria divina y principio de paz para cada familia, para todos los hombres y pueblos, que son familia de Dios sobre la tierra. La gloria/culto de Dios consiste en que los hombres se amen, es decir, reciban y desplieguen en su vida la paz de la vida de Dios.

No dijeron más los ángeles en la noche de Belén, ni más se necesitaba; pero tampoco dijeron menos. Sólo acogiendo, viviendo y comunicando la paz del Cristo de Belén podemos celebrar la vida, el verdadero nacimiento de hijos de Dios. Todo lo demás es consecuencias… Por eso, la palabra clave es Shalam aleikum, Eirêê hymin, Paz a vosotros, Pakea zuekin.

Texto

    Mi exposición se divide en dos partes complementarias, cada una en ocho secciones menores. (a) La primera presenta los ocho vagones del tren de la paz, en orden progresivo, del primero al último, según el modelo de las bienaventuranzas de Mt 5, 3-11, (b) La segunda expone las ocho estaciones del tren de la paz, que empieza en la opción por pobreza (y en la ayuda a los pobres) para desembocar en una visión del cristianismo como camino sinodal de la paz, en la línea del Papa Francisco [1].

 1. UN TREN DE OCHO VAGONES, OCHO BIENAVENTURANZAS

Las bienaventuranzas son proclamación y presencia de amor que pacifica:ellas expresan la certeza de que irrumpe el fin, de que ha llegado el Reino, como palabra de gracia. No exigen el cambio de los hombres, para así alcanzar a Dios, sino que empiezan hablando de Dios, para hacer así posible el cambio de los hombres

  1. Las bienaventuranzas son palabra per-formativa, re-formativa, creadora: realizan lo que dicen. Ellas expresan el sentido de la obra de Jesús: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia la buena noticia (Mc 11, 5-6).
  2. Las bienaventuranzas marcan un principio de pacificación divina y humana. Todo es don de Dios, regalo de su vida y amor sobre la historia fuerte de lo hombres en de la tierra. Pero ese don se vuelve exigencia: quien recibe la gracia de Dios ha de convertirse en gracia para los demás.
  3. Las bienaventuranzas son palabra comprometida.El Dios de Jesús no es un Dios neutral , sino un Dios parcial, se pone totalmente al servicio del amor que es fuente y esencia de paz. Como principio de amor, Dios se ha comprometido positivamente en favor de los hombres, ofreciendo vida a todos, abriendo un camino que ellos mismos pueden y deben recorrer: ¡El camino de la paz mesiánica!
  4. 5.Lo contrario a las bienaventuranzas no es la malaventuranza (malditos vosotros.., como podría decir mal entendido el texto de juicio Mt 25, 31-46, sino la lamentación, el dolor de Dios. Dios no puede imponer la paz, pues la paz impuesta sería guerra, opresión, infierno. Dios es paz regalada. Por eso, el llora, cando los hombres no la reciben, como lloró Jesús al acercarse a Jerusalén: Dominus Flevit: Ay de ti Jerusalén, cómo me dueles…(Lc 19, 41-42).

Bienaventurados los pobres de espíritu(Mt 5, 3).Mateo ha puesto “pobres de espíritu” donde Lc 6, 20 decía simplemente “pobres”, no para negar el sentido “material” de la pobreza (cf. Mt 18, 1-14), sino para entenderla desde la visión total del evangelio, ampliando su sentido. Pobres de espíritu no son simplemente aquellos que siendo ricos son “sencillos” de corazón, pero se desentienden de los pobres reales de su entorno, sino aquellos que acogen (eligen) y viven la pobreza como medio de trasformación mesiánica. No son pobres por necesidad, sino por opción, poniéndose al servicio del Reino (es decir, de los más necesitados). Éstos son los que “se hacen” pobres porque quieren vivir según el evangelio, para trasformar de esa manera el mundo desde la pobreza. Para conseguir la paz hay que empezar por la pobreza. Éste es el punto de partida: Sin conversión (meta-noia) económica, personal y social no puede haber paz. El primer enemigo de la paz es laa riqueza hecha mamona.

  1. Bienaventurados los que sufren(Mt 5,4), los que saben renunciar,los que saben “perder”, para bien de los demás. No pueden ser “pacificadores” los que no saben sufrir, los que quieren vencer, triunfar y gozar a costa de todo. Así lo evoca el canto de Francisco de Asís cuando dice ¡felices los que sufren en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación! Nadie lo ha dicho mejor que yo sepa, nadie lo ha vivido como él. Sin capacidad de renuncia y sufrimiento (al servicio de la vida de todos) no podrá haber paz en la tierra.
  2. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5, 5).La paz no se consigue con más dinero o más ejército, con la toma de poder y el triunfo de algunos sobre otros, sino allí donde los hombres renuncian a la estrategia de la violencia armada y de la imposición económica, para así ofrecer y compartir la vida en humanidad. Jesús ha sido manso de esa forma y así ha podido decir: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde…» (Mt 11, 28-29). Este yugo de Jesús no es sólo de tipo espiritual, sino también económico y social: Es el yugo de los pobres que aceptan el Reino y son capaces de “curar” a los ricos que les acogen.
  3. Bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia (Mt 5, 6).Ciertamente, son bienaventurados los hambrientos sin más, como ponía el texto de Lc 6, 20-22. Pero Mateo sabe que hay “hambrientos” mesiánicos, hambrientos de otro tipo de pan, no sólo para ellos, sino para todos los .En el principio del camino activo de la paz están éstos hambrientos creativos, aquellos que habiendo descubierto la presencia de Dios en los necesitados se empeñan en ponerse a su servicio, buscando así la “justicia de Dios”, que es la redención y salvación de todos, como sabe el Antiguo Testamento, y como ha dicho de un modo ejemplar San Pablo, cuando habla de la “justificación” de los pecadores. No sólo de pan vive el hombre (cf. Mt 4, 4), sino de la palabra de Dios y del despliegue de su justicia liberadora.
  4. Bienaventurados los misericordiosos (Mt 5, 7).El hambre y sed de justicia se expresa en forma de “misericordia”, en la línea del Dios de Israel a quien la Escritura presenta como “clemente y misericordioso, lento a la ira…” (Ex 34, 6-7). En ese contexto, el camino de la paz se identifica con el despliegue de la misericordia, que va más allá de la violencia y la venganza, de la lucha, la opresión y la condena. En esa línea, el evangelio Mateo ha definido a Jesús como el Mesías misericordioso, Hijo de David que tiene piedad de los perdidos sobre el mundo (cf. Mt 9, 27; 20, 30-31; 25, 22. 31-46).Misericordia quiero y no sacrificio, dice Jesús, en nombre de Dios, definiendo así el sentido de su camino mesiánico de pacificación (Mt 9, 13; 12, 7; cf. Os 6, 6). Hay un tipo de “sacrificio” que se impone desde arriba, en forma de justicia impositiva (e incluso de castigo).
  5. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8).Frente a la pureza de una Ley puesta al servicio de los fuertes y “justos” según el mundo (piadosos y cumplidores, pero sin corazón), que la utilizan para dominar a los demás, Jesús ha destacado la limpieza del corazón, abierta en forma solidaria a todos, especialmente a los expulsados del “buen orden social”. Así ha querido superar el orden de purezas legles, centradas en la exclusión de los leprosos o en la observancia del sábado (cf. Mc 1, 4-0-45; 2, 23-3, 6), en los tabúes de sangre y de sexo (cf. Mc 5) o las reglas de separación y comida (cf. Mc 7). En contra de una pureza simplemente legal, el ha buscado la limpieza y transparencia mesiánica, hecha de cercanía de corazón y de apertura a los necesitados, desde los más pobres. Los limpios de corazón que “ven a Dios” son aquellos que saben “ver” el corazón de los demás, amándoles así como personas.
  6. Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9). Algunos grupos judíos podrían haber proclamado la bienaventuranza de los guerreros de Dios que conquistar el reino del mundo (celotas). Pues bien, para Jesús, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres, en la línea de todo lo anterior, son capaces de extender la paz del reino, regalando la vida por los otros en amor. Ésta es la bienaventuranza séptima, que es en un sentido la definitiva, y desde aquí se deben retomar todas las anteriores, recibiendo su sentido.  No es posible hablar de paz sin asumir un camino de pobreza, y sin optar de un modo intenso por la justicia del Reino (cf. Is 32, 17).En esa línea se sitúa el camino de Cristo, como ha visto la tradición cristiana (él es nuestra paz: Ef 2, 14-15). Jesús es pacificador porque ama sin imponerse, desde los más pobres; es pacificador porque no responde a la violencia con violencia, porque es manso y limpio de corazón….
  7. Bienaventurados los perseguidos por la justicia,bienaventurados seréis cuando os persigan, insulten y calumnien(Mt 5, 10,11).   Quien asume el camino de la paz ha de estar dispuesto que le persigan aquellos que quieren controlar el mundo con sus armas y dinero. Ciertamente, Jesús ofrece bienaventuranza (paz interior) y Reino de Dios (culminación amorosa de la historia), pero no triunfo externo, sino incluso persecución, porque este mundo (el de tiempos de Jesús y el de la actualidad, año 2025), sino estando dominado por principios de violencia establecida. Los violentos luchan entre sí por el control de los bienes de la tierra y de las personas, pero se unen todos en contra de aquellos que asumen un camino de pacificación no violenta, en amor, desde los pobres, como ha hecho Jesús.

 Entendidas así, las bienaventuranzas no son sentencia sobre aquello que se cumplirá al fin de los tiempos, sino anuncio de salvación presente. No piden un cambio del hombre, para llegar hasta Dios, sino que se apoyan en el don de Dios, para promover de esa manera el cambio de los hombres. Por eso, en su raíz se encuentra la certeza de que Dios está viniendo: «¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen! Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron» (Mt 13, 16-17). Sólo porque llega Dios, como principio de Reino, y porque algunos (Jesús y los suyos) lo instauran puede decirse: ¡Dichosos, vosotros, los pobres…!.

  1. UN FUERTE CAMINO, OCHO ESTACIONES

            Recojo ahora, en otra perspectiva, el camino de las ocho bienaventuranzas, que nos llevan de la pobreza a la paz, para desarrollarlas en una perspectiva más extensa, como en un tren de ocho estaciones, que lleva hacia Asís, la ciudad de la paz. El lector podrá relacionar fácilmente estas ocho estaciones con las ocho bienaventuranzas de Jesús.

 1ª estación. Paz y justicia económica. Una marcha universal de pobres

  Hay una sentencia latina que dice si vis pacem para bellum: Si quieres la paz prepárate para la guerra. Pues bien, en contra de ella, debemos elevar otra que dice si vis pacem para (=accipe, colle) paupertatemSi quieres la paz escoge y cultiva la pobreza (es decir, la renuncia a la posesión de bienes en contra de los otros). Leer más…

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Amad a vuestros enemigos. Domingo 7º. Ciclo C

Domingo, 23 de febrero de 2025
Comentarios desactivados en Amad a vuestros enemigos. Domingo 7º. Ciclo C

IMG_9514Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, en la primera parte del “Discurso en la llanura”, Jesús distinguía dos antagónicos: pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros recibirán en el cielo su recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí, en la tierra, ¿cómo deben relacionarse ambos grupos? ¿Deben comenzar los pobres una guerra contra los ricos? ¿Pueden contentarse, al menos, con maldecirlos y desearles toda clase de desgracias? A favor de esta postura se podrían citar numerosos salmos, textos proféticos, y la práctica contemporánea de la comunidad de Qumrán. Pero Lucas quiere inculcar una actitud muy distinta, basándose en la enseñanza de Jesús.

Comportamiento con los enemigos (6,27-36)

Al comienzo del evangelio de Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza que el descendiente de David vendrá “para que arrancados de las manos de los enemigos, le sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una falsa esperanza. La venida de Jesús no nos arranca de las manos de los enemigos. ¿Qué hacer con ellos?

Ante los sentimientos y palabras adversos

«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.

Jesús comienza dirigiéndose a “vosotros que escucháis”, sus discípulos. No puede ser más duro y exigente: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian”. Ya no se trata de dos grupos separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia vida. Hay un grupo enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades cristianas. Igual que hoy día se odia, insulta y critica a la Iglesia. ¿Cómo reaccionar ante ello? Es frecuente la autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso lo que quiere Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la maldición sean injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De las cuatro cosas que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier circunstancia: hacer el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en sentido afectivo (como el amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino en el sentido práctico dehacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo concreto sería el de Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.

Ante las acciones

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.

De repente, del “vosotros” se cambia al “”. Lo que hay que afrontar ahora no son sentimientos adversos (odio) o palabras hirientes (maldiciones, injurias), sino acciones concretas: “Al que te golpee en la mejilla… al que te quite el manto… al que te pide… al que te quite”. Estas frases le gustarían mucho a Gandhi. Pero a la mayoría le pueden resultar absurdas y prestarse al chiste: Al que te robe el móvil, dale también el reloj”; “al empresario que intenta robarte, no se lo reclames.

¿Hay que tomar estas exhortaciones al pie de la letra? En el NT se escuchan dos bofetadas: una a Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla. Jesús reacciona: Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23). Pablo, que se dirige al sumo sacerdote, es más duro:Dios te va a golpear a ti, pared encalada. Tú estas sentado para juzgarme según la Ley y me mandas golpear contra la Ley” (Hch 23,3).

En cambio, con respecto al no reclamar en caso de injusticia, hay una reflexión de Pablo muy parecida. Un miembro de la comunidad de Corinto tuvo un pleito con otro y acudió a los tribunales paganos. Pablo les escribe que eso debería resolverlo un experto dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea del evangelio que comentamos:Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos entre vosotros. ¿Por qué no os dejáis más bien perjudicar? ¿Por qué no os dejáis despojar? (1 Cor 6,1-11).

La regla de oro

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 

El discurso vuelve al “vosotros”: “Como queréis que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos. La formulación negativa de esta famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan”. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a cualquier persona. ¿Cómo te gusta que te trate la gente, hable de ti (por delante y por detrás), se comporte contigo? Ponte en la piel de la otra persona y actúa como te gustaría que ella se comportase contigo.

Motivos para actuar así

Lucas es consciente de que Jesús pide algo muy difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a actuar de ese modo.

1) El cristiano debe superar a los pecadores.

Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué merito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
 
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
 
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.

Lo repite tres veces, recogiendo dos verbos iniciales (amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo (prestar). Si el cristiano se limita a imitar al pecador, no tiene mérito alguno. Se queda sin premio.

2) El premio.

¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.

Ya al principio del discurso prometió Jesúsuna recompensa abundante en el cielo (6,23). Ahora vuelve a mencionar esa recompensa abundante (6,35). Pero no habrá que esperar a la otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo, seréis hijos de Dios, que es generoso con ingratos y malvados. Algunas personas han pagado grandes sumas por un título nobiliario. La realidad de hijo de Dios” no se compra, se consigue actuando de forma benévola con los enemigos.

3) Un buen hijo  debe imitar a su Padre, que es compasivo (v.36),

Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo

  La compasión de Dios la confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos, en la que el padre abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su fortuna con malas mujeres. Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a sí mismo.

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Jesús y sus enemigos: ataque, reproche, silencio, disculpa y perdón

Los preceptos anteriores resultan a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo no practicó alguno de ellos, ¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta se encuentra en el resto del evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de los enemigos es mucho más complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra enemigos muy distintos a lo largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos continuos, que critican y condenan todo lo que hace; las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén (sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se burlan de él cuando está en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que se burlan de él, lo golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.

La reacción de Jesús es muy distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no los bendice; los ataca de forma durísima, sin desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y dejarlos en ridículo. A las autoridades les reprocha en el huerto que vengan a apresarlo como si fuera un ladrón, luego guarda silencio. Con un reproche reacciona también ante Judas: “¿Con un beso entregas al hijo del hombre?”. Ante los soldados, por mucho que se burlen de él y lo hieran, no protesta ni maldice. Pero su actitud global la representan sus palabras en la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, que abarcan a todos los grupos. No solo perdona, también disculpa. Al morir por todos nosotros, estaba cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos odian.

La medida que uséis con los demás la usará Dios con vosotros (37-38)

El discurso cambia de tema. Deja de referirse a los enemigos para centrarse en la conducta con los otros miembros de la comunidad.

No juzguéis, y no seréis juzgados;
no condenéis, y no seréis condenados;
perdonad, y seréis perdonados;
dad, y se os dará:
os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con vosotros.

La primera parte comenzó con cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad). Ahora encontramos dos prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos (perdonad, dad).

Lo novedoso es que de nuestra conducta depende la que adopte Dios con nosotros. Si juzgamos, nos juzgará; si condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos perdonará; si damos, nos dará. Y aquí llega al colmo el tema de la recompensa abundante que ha salido ya dos veces en el discurso; ahora se dice que será una medida generosa, apretada, remecida, rebosante.

Estas cuatro normas parecen una receta excelente para corromper a Dios y forzarle a tratarnos bien y perdonarnos. Por desgracia, muchas veces preferimos arriesgar su condena por el breve placer de criticar o condenar a alguien.

El tema de no juzgar y no condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia ha reservado el resto del discurso para el domingo 8º.

La 1ª lectura (1 Samuel 26,2.7-9.12-13)

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David.
 
David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor. Entonces Abisay dijo a David:
 
—«Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe».
 
Pero David replicó:
 
«¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor».
 
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
 
David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó:
 
«Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor».

Ofrece un ejemplo concreto de perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David, perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo porque no se puede atentar impunemente contra el Ungido del Señor. ¿Y si no se tratara del rey? Cuando estaba al servicio de los filisteos devastaba los pueblos vecinos sin dejar vivo hombre ni mujer. David no es el modelo ideal para el modo de tratar al enemigo. Pero podemos aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a Saúl por ser el rey de Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de Dios.

Cuando los enemigos nos hacen un gran favor

En esta época en que se critica tanto a la Iglesia, conviene recordar que las críticas y persecuciones le hacen gran bien. Tertuliano escribía en el siglo III: La sangre de los mártires es semilla de cristianos.

En 1870, el estado italiano se apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte de los Estados Pontificios. Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX vivieron como una terrible ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición de Dios. Algunos incluso piensan que Italia debería haberse quedado con todo. San Pedro no tenía nada.

Un propósito muy evangélico

No enviar por las redes sociales ninguna noticia, chiste o comentario que fomente el odio o el desprecio, que insulte o se burle de cualquier persona de cualquier ideología.

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23 de Febrero. Domingo VII. Tiempo Ordinario

Domingo, 23 de febrero de 2025
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Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.”

(Lc 6, 27-38)

Con el evangelio de hoy no nos vale esa excusa tan socorrida del “no lo entiendo”. Algunas veces nos encontramos con pasajes de significado oscuro pero hoy todo queda meridianamente claro.

Sabemos exactamente lo que quieren decir las palabras de Jesús. No hay problemas de interpretación.

Por eso, hoy tampoco nos vale eso de “no sé lo que quiere Dios de mí”. Este texto es todo un programa de vida. Podríamos incluso llamarlo “La Regla de Vida de Jesús.” Vamos a ver cómo quedaría:

Regla de Vida de Jesús

  1. Amad a vuestros enemigos.
  2. Haced el bien a los que os maldicen
  3. Orad por los que os injurian.
  4. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra.
  5. Al que te quite la capa, déjale también la túnica.
  6. A quien pide, dale.
  7. Al que se lleva lo tuyo, no se lo reclames.
  8. Tratad a los demás como queráis que ellos os traten.
  9. Prestad sin esperar.
  10. Sed compasivos.
  11. No juzguéis.
  12. No condenéis.
  13. Perdonad.
  14. Dad.

La verdad es que queda bien, es un texto corto, fácil de aprender, no tan fácil de vivir. Creo que hoy comprendo un poco más a San Francisco cuando, ante la insistencia de sus hermanos en que escribiera una Regla, los remitía al evangelio. No sé si a aquellos primeros franciscanos les parecería poco, o quizá demasiado…

Lo cierto es que, hacer de la vida de Jesús, o de sus palabras nuestro criterio de vida, no es tarea fácil. Ni siquiera sería fácil tomar este pequeño fragmento de hoy y tratar de vivirlo. Tal vez por eso necesitamos las unas de las otras, por eso nos conviene que la Iglesia sea muy plural y rica en matices. Necesitamos distintos movimientos y familias religiosas que con su esfuerzo hagan vida una palabra, un gesto, un rasgo de la vida de Jesús y, así, entre todos y todas, iremsos formando ese hermoso Rostro de Dios del que somos imagen cuando nos unimos.

Oración

Haznos parte de esa imagen tuya. Ayúdanos, Trinidad Santa, a reflejar un pequeño destello de tu Luz.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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