Comentarios desactivados en La estrella y el camino de la verdad.
Fiesta de Epifanía.
Mt 2, 1-12
Parece claro que el presente texto es una construcción del evangelista, que le sirve para mostrar la dimensión universal del nacimiento de Jesús, como apertura o “epifanía” (manifestación) a todos los humanos, personificados en los “magos de Oriente”.
Con ello prepara el próximo relato –debido a la persecución de Herodes, los padres del niño huirán con él a Egipto–, en el que se hace presente la intención de Mateo de presentar a Jesús como el “nuevo Moisés” que vendrá de Egipto para liberar a su pueblo.
Más allá de la intencionalidad del evangelista, el texto encierra un profundo simbolismo, cargado de sabiduría.
Todo empieza con una “estrella”. Es la luz interior (intuición, insight) la que desencadena el proceso de búsqueda y nos pone en camino. Puede aparecer de manera inesperada en cualquier momento y, con frecuencia, suele surgir en una situación de crisis que, al remover nuestros hábitos, hace que nos abramos a una dimensión más profunda.
En cualquier caso, se trata siempre de la voz del anhelo que nos habita, y que no es otra cosa que expresión de nuestra verdadera identidad que nos llama para “volver a casa”.
La estrella no tiene otra finalidad que la de conducirnos a “casa”. Pero apenas iniciamos el camino aparecen las dificultades: los apegos que no estamos dispuestos a soltar, las formas de funcionar que se nos han hecho habituales, el miedo a la incomodidad que supone todo cambio, el susto ante lo desconocido… y, en último término, la ignorancia básica que nos hace tomarnos por lo que no somos y nos mantiene en esa noria de insatisfacción que empieza y acaba en el yo.
El relato dice que los magos llevaron oro, incienso y mirra. La meta a la que apunta la voz del anhelo requiere desapego y desprendimiento de nuestros “tesoros”. Y eso solo es posible cuando comprendemos que aquello a lo que nos habíamos aferrado palidece ante la verdad de lo que somos.
En efecto, el camino en el que nos introduce el anhelo es el camino de la verdad: la estrella siempre conduce a la verdad. Y sabemos o intuimos que la verdad nos va a desnudar de todo aquello que habíamos absolutizado. Por ese motivo es importante que nos preguntemos si realmente buscamos la verdad… o nos conformamos con cualquier sucedáneo.
Puede ser que afirmemos alegremente que deseamos la verdad y, sin embargo, nos embarquemos en el llamado “camino espiritual” buscando sencillamente bienestar, tranquilidad o seguridad, es decir, una situación que podamos controlar. Si es así, no será extraño que nos veamos zarandeados por la Vida y, antes o después, confrontados con la motivación real que mueve nuestra búsqueda.
¿Busco la verdad por encima de cualquier otra cosa o busco que se puedan realizar mis expectativas?
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- ¿Dónde está el Rey de los judíos? ¿Adán, dónde estás?
Tras el mal uso de la libertad del ser humano (pecado), lo primero que Dios le pregunta a Adán es ¿Adán dónde estás? (Gn 3,9).
No se trata de una pregunta “geográfica”: ¿estás en el parque Cristina enea o en Alderdi eder?
¿Dónde estamos personalmente? A veces hemos de pararnos, como los magos, en la vida, pensar y preguntarnos: ¿dónde estoy? ¿En qué momento de la vida me encuentro? Cada cual con nuestras situaciones, problemas y desorientaciones en la vida.
02.- Magos de oriente. búsqueda de los magos / Universalismo
Este relato de los Magos (extranjeros) pertenece a la tradición de San Mateo, escrita para cristianos de origen judío. Es una “catequesis” universalista. La luz, la estrella es para todos, no solo para los judíos
Los Magos, gente pagana y extranjera, han visto salir la estrella en oriente
¿Y quién no es extranjero y medio pagano en esta vida? es la Iglesia!
Las palabras tienen significados que pueden quedar olvidados o gastados. En castellano decimos: “orientar”, a veces: “estoy desorientado”, etc.
Los Magos están en una espesa noche, como todos y como casi siempre. Si ven la estrella es porque están de noche y siempre que es media noche, comienza un nuevo día. Vienen de Oriente. Los Magos vienen del sol naciente y caminan hacia la luz. [1] Están orientados. Oriente es donde nace el sol, la luz. Los Magos siguen la luz, siguen la estela de la estrella. Aman y, por ello, buscan la verdad.
La vida nos puede ser favorable o menos, podemos atravesar por noches oscuras y valles de tinieblas, pero como antiguamente Abraham y los Magos, si miramos las estrellas, la estrella, estamos orientados, quizás sufrientes, pero orientados.
03.- ¿Dónde está el rey de los judíos? ¿dónde está dios?
v 2. Preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos? Hemos vistos salir su estrella y venimos a adorarle.
¿Dónde está el rey de los judíos?
Herodes es rey de Judea. Extrañamente ante el rey de Judea, los magos buscan al rey de los judíos. Únicamente se postran ante la Luz, la Verdad.
Los magos están hablando con el rey Herodes, pero ni le buscan a él, ni se postran ante él y le preguntan dónde está el rey, porque “tú no lo eres”. [2]
Cristo es el rey de los judíos (de los seres humanos).
El “dónde”, el lugar del hombre es Dios, y “Dios con nosotros” se llama Jesús, Enmanuel.
También nuestro recorrido personal puede ser como el de los Magos, con las incertidumbres de las noches, con las dudas, esperanzas y desesperanza, siguiendo los parpadeos de las estrellas que aparecen y desaparecen.
La fe es luz, no una demostración.
12 Otra vez el sueño: los magos se vuelven a su casa por otro camino.
Los magos, como José, son sensibles y “reciben el mensaje de Dios en sueños”. Le oyen, le escuchan.
Los Magos se vuelven a su casa por otro camino. Los Magos no siguen los caminos de Herodes (los caminos del G20, del capitalismo, de Putin, de Netanyahu): quien ha visto y encontrado a Cristo se vuelve a casa por el camino de Señor.
Tras haber visto la luz de la estrella, volvamos también nosotros a casa por otro camino.
[1] En toda la historia del cristianismo las iglesias (templos) se han construido en la simbólica dirección este-oeste: hacia la luz del sol naciente.
[2] La comunidad cristiana únicamente reconoce como rey -Xto rey- al Señor. El cp 18 y parte del 19 de San Juan narran el prendimiento de Jesús y el diálogo entre Jesús y Pilato. ¿Tú eres rey? … Sí, yo soy rey.
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Diácono Ray Dever
La publicación de hoy para la Fiesta de la Sagrada Familia es del diácono Ray Dever, padre de una mujer transgénero adulta, diácono católico retirado con casi 50 años de experiencia parroquial y pastoral diversa. El diácono Ray ha sido invitado a abordar cuestiones LGBTQ por varias publicaciones nacionales y organizaciones católicas, incluida la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU., y con frecuencia brinda asesoramiento pastoral a familias católicas con niños transgénero de todo Estados Unidos. Tiene tres títulos de posgrado, incluida una maestría en teología.
En 2014, en la Fiesta de la Sagrada Familia, que la iglesia celebra cada año el domingo después de Navidad, ofrecí algunas ideas a los lectores de Bondings 2.0 sobre las familias católicas con hijos LGBTQ, incluida la mía. En ese momento, mi familia todavía estaba en las primeras etapas de adaptación y aceptación de la realidad de que nuestra hija mayor se declarara transgénero.
Me encontré con una publicación de Bondings 2.0 de una joven profesional, abogada si no recuerdo mal, que provenía de una familia católica conservadora y que tenía una relación entre personas del mismo sexo. Ella contó conmovedoramente que lo que más deseaba era poder volver a casa para pasar Navidad con su amado compañero, algo que sus padres no le permitirían por temor a violar las enseñanzas de la iglesia. Su historia me conmovió profundamente, tanto como padre como diácono, y comenté en línea sobre su situación desde la perspectiva de una familia muy católica que había llegado a una conclusión completamente diferente a la de sus padres. Eso llevó a una invitación del Ministerio New Ways para contar nuestra historia y ofrecer esa publicación inicial en el blog.
Mucho ha cambiado para las familias con niños LGBTQ durante la última década, para bien o para mal. Comenzando con las ahora famosas palabras “¿Quién soy yo para juzgar?” Desde el Papa Francisco en 2013 y continuando con su alcance pastoral a la comunidad LGBTQ, ha habido crecientes señales de esperanza de que la iglesia pueda avanzar, aunque lentamente, hacia una mayor comprensión y aceptación de las personas LGBTQ y sus familias que las apoyan.
Recientemente, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó dos documentos positivos: una carta de octubre de 2023 que permite el bautismo de personas transgénero y una declaración de diciembre de 2023 que permite la bendición de uniones entre personas del mismo sexo. Aunque ambos documentos están llenos de limitaciones y lagunas, en general han sido recibidos con euforia por parte de la comunidad católica LGBTQ. Y en las reuniones recientemente terminadas en Roma del sínodo universal de la iglesia, las cuestiones LGBTQ estuvieron muy sobre la mesa de discusión, aunque aún está por ver cómo se desarrollará el último año del sínodo con respecto a esas cuestiones.
Por otro lado, si uno preguntara a las familias católicas con niños LGBTQ cómo ven los cambios de la última década, creo que escucharían perspectivas significativamente menos optimistas. El Dr. Anthony Fauci, a quien la mayoría de nosotros llegamos a conocer durante la pandemia de Covid pero que fue uno de los líderes de la respuesta a la epidemia de SIDA en la década de 1980, advirtió recientemente que el sentimiento anti-LGBTQ en este país es el peor que jamás haya existido en 40 años. El número de acciones legislativas anti-LGBTQ introducidas a nivel del gobierno estatal se ha disparado en los últimos cinco años, y 2023 marcó un récord en ese sentido. En muchos estados, las vidas de las familias con niños transgénero están en crisis, ya que se ha prohibido la atención médica necesaria para sus hijos y se ha investigado a las familias por abuso infantil simplemente por hacer todo lo posible para cuidar a sus hijos transgénero.
Si me veo obligado a sopesar si los cambios de la última década han sido para bien o para mal, primero reflexionaría sobre cómo todo esto ha afectado a mi propia familia. En el lado positivo, nuestro viaje durante la última década ha visto a nuestra hija transgénero prosperar y ha acercado a nuestra familia. También ha ayudado a abrir nuestras mentes y corazones no sólo a las luchas de las personas LGBTQ, sino a las luchas de todos aquellos que se encuentran al margen de la sociedad y la iglesia.
En el lado negativo, nuestros tres hijos adultos abandonaron la iglesia, principalmente debido a la falta de aceptación de las personas LGBTQ. Nuestra hija mediana, que se casó en octubre y reunió a dos grandes familias católicas, lo hizo fuera de la iglesia principalmente porque no quería que las personas LGBTQ más cercanas a ella y a su esposo, incluida su hermana transgénero, se sintieran no bienvenidas en el día de su boda.
Y en la máxima ironía, nuestra hija transgénero ya no regresa a casa para Navidad, no porque no sea amada y bienvenida en nuestro hogar en Florida, donde hemos celebrado las Navidades familiares durante los últimos 30 años, sino porque no se siente segura viajando a un estado donde podría ser arrestada por usar un baño público. En cambio, ahora hacemos las maletas para nuestra celebración navideña familiar y viajamos hacia ella.
En este Domingo de la Sagrada Familia, mientras contemplamos esas escenas de comidas chispeantes en nuestros hogares e iglesias, debemos recordar que esta familia de hace 2.000 años también fue marginada de muchas maneras, incluso hasta el punto de tener que huir para salvar sus vidas con un bebé recién nacido. Para aquellas familias católicas con niños LGBTQ que se sienten marginadas y que están luchando con todo lo que sucede a su alrededor, sepan que su familia tiene el mismo valor y dignidad dados por Dios que cualquier otra familia en la iglesia. Mirad a la Sagrada Familia, al amor ilimitado de Dios por todos encarnado en la Encarnación. Miren la misericordia y el perdón ofrecidos a todos por la venida del niño Cristo. Y como el nuevo mandamiento nos llama a hacer, amaos unos a otros como Cristo nos amó y, sobre todo, continuad amando a vuestros hijos.
Comentarios desactivados en Santa María Madre de Dios. Lunes 01 de Enero de 2024
De Koinonia:
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Números 6,22-27
Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré
El Señor habló a Moisés:
“Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti
y te conceda la paz”.
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.”
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Salmo responsorial: 66
R. El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. R.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. R.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe. R.
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Gálatas 4,4-7
Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá! (Padre).” Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
*
Aleluya Heb 1, 1-2
R.Aleluya, aleluya, aleluya.’
V. En muchas ocasiones habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. R.
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Lucas 2,16-21
Encontraron a María y a José, y al niño.
A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Con el saludo bíblico que Dios mandaba cuando se dirigía a su pueblo, ya que los cristianos hoy somos el Israel espiritual de Dios, somos el pueblo de Dios, y para nosotros es este precioso augurio de Año Nuevo: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”, no podía hacerse un saludo más oportuno y espléndido para el año nuevo que estas palabras que la Biblia pone a nuestra consideración esta mañana, y al mismo tiempo unir a esta buena voluntad de Dios la presencia de María, la Virgen Madre.
Hay una fiesta oficial de la Iglesia en honor de María y es hoy, 1º de enero. Ocho días después de dar a luz al Redentor del mundo la Iglesia quiere llamar la atención de todos sus hijos para celebrar la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Así se inicia el año bajo la bendición directa de Dios y bajo este título que es toda una inspiración de confianza en el poder de la Virgen, por ser de Dios. Leer más…
Comentarios desactivados en “Nos ha nacido El Salvador”. Santa María, Madre de Dios – B (Lucas 2,16-21)
Poco a poco lo vamos consiguiendo. Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables sin conocer exactamente su razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso el evangelista Lucas hacia el año 80 después de Cristo.
Según el relato es noche cerrada. De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen miedo a las tinieblas, sino a la luz. Por eso el anuncio empieza con estas palabras: «No temáis». No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas. Nos da miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días más luz y verdad en su vida no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar, satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso es «para todo el pueblo» y ha de llegar sobre todo a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena noticia»; si su Evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que solo nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es esta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José. No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad definitiva. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza no hay Navidad. Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno. Todavía no es Navidad.
Comentarios desactivados en Bienaventuranzas 2024: Felices los que alaban a Dios y bendicen a los otros
Del blog de Xabier Pikaza:
Estas son las dos bienaventuranzas/
felicidades de los ángeles de la Navidad (Lc 2, 14) que el Papa Francisco ha destacado a finales del 2023, como deseos/programas de vida para la iglesia y la humanidad.
(a) La primera (Alabad a Dios) es del 4.10.23 (Exhortación “Laudate Deum” sobre el cuidado de la naturaleza, en el contexto del COP 28, Dubai). Alabar a Dios es acoger y cuidar su mundo, con la creaturas más amenazadas: hombres, mujeres y niños en situación de violencia, opresión y muerte.
(b) La segunda (bendecíd a los otros) es el tema de Declaración “Fiducia Supplicans” (confianza suplicante, 18.12.23) dirigida a todos, en especial a parejas o personas que mantienen relaciones de tipo homo-genérico (homo-sexual), como dice San Pablo “bendecid, no maldigáis” (Rom 12, 14).
| Xabier Pikaza
Estas dos bienaventuranzas navideñas, extendidas a todo el 2024 se vinculan entre sí, conforme al primero y más importante de los principios teológicos de la iglesia: Gloria Dei / Vivens Homo (La gloria/alabanza de Dios se expresa en la vida/bendición de los hombres vivan en bendición).
Las primera bienaventuranzas (Laudate Deum, alabad a Dios cuidando la tierra) ha encontrado fuertes resistencias en círculos cerrados de cristianismo “legal”, que no quieren una ecología fraterna (un Dios hermano, para para todos), sino sólo para sus intereses corporativos de tipo clasista (económico/político/militar), tal como se expresan en ciertos estamentos del capitalismo salvaje USA/China y de sus países satélites.
La segunda bienaventuranza (Fiducia Supplicans, confianza suplicante) está siendo considerada como herética por circulitos de cardenales y obispos/clérigos, que no son cardo/quicio de evangelio, sino que quieren cerrar su puerta propia de bendición sacramental (matrimonio) a ciertas parejas/bien. El tema es complejo, y por complejo importante. No ponemos sólo en riesgo el futuro de la Iglesia, sino el de la misma humanidad. En sentido bíblico, negar la bendición es negar la vida (=mandar al infierno) a las personas que nos parecen de otro tipo (no personas, no seres humanos).
Las dos bienaventuranzas 2024 (alabad a Dios en el mundo y bendecíos mutuamente) están vinculadas y deben tratarse en unidad. Pero en este momento, al principio del 2024, me fijo especialmente en la primera. De la segunda, que parece por ahora más sangrante (con grandes protestas de purpurados y epíscopos contra el Papa) quiero tratar con más extensión otro día.
Un mundo enfermo de muerte: No alaban a Dios los que destruyen su mundo
Por vez primera en la historia, la humanidad ha logrado unificar de una forma racional y técnica el planeta (una aldea global) y ha querido conquistar un espacio fuera de ella. Pero, al mismo tiempo, corremos el riesgo de perdernos como humanos y, como sabe el evangelio, ¿de qué nos vale ganar el mundo entero, conquistando incluso otros planetas, si es que nos destruimos a nosotros mismos?
Hemos alcanzado altas cotas de producción y vida técnica, de administración social y de mercado que nos hacen inmensamente poderosos, capaces incluso de construir unas máquinas que parecen creadoras (AI, robots que pueden realizar muchos trabajos). Pero este mundo que hemos conquistado y esa sociedad que hemos creado tienen pies de barro, como sabe un libro de la Biblia (Dan 2), de manera que corremos el riesgo de y rompernos, demoliendo nuestro propio ser humano, a través de una apocalíptica de terrores técnicos y destrucciones biológicas, de cansancios y depresiones sin fin, que queremos curar con nuevas tensiones enfermizas de dinero y dominio que, en vez de curarnos nos destruyen
En esa línea de muerte, la palabra clave que planea sobre el mundo es destrucción,con riesgo de ruptura y quiebra final que se expresa en la violencia hecha sistema, lucha sin fin, dominio de unos sobre otros, depresión y cansancio de todos, con riesgo de muerte ecológica de la tierra. En otro tiempo, solamente unos pocos poetas y profetas hablaban de las convulsiones apocalípticas; ahora lo hacen los medios de comunicación de masas, de manera que son muchos los que ponen ya una fecha de caducidad a la vida humana sobre este planeta Tierra ¿podremos seguir viviendo el año 2024?. Hemos construido un mundo inmenso y poderoso de organizaciones y técnicas, de manera que podemos llamarnos animales fabricantes industriales. Pero mientras más se eleva nuestro edificio técnico de Babel (Gen 11) más aumenta el riesgo de nuestra destrucción, de manera que nuestra cultura puede estallar como una bomba, en enfermedad sin remedio [1].
Terapia reparadora; la salud del hombre es el amor.
En este contexto podemos apelar a la terapia de Jesús, que no consiste en curar enfermedades concretas, sino en superar el mundo de las enfermedades, a través de un tipo reparación, esto es, de arreglo de la vida. Pero ¿podremos curarnos? ¿Habrá posible reparación para nosotros?
– Algunos afirman que no hay reparación, añadiendo que estamos científicamente condenados a la destrucción y se basan para ello en el ejemplo de especies vegetales o animales que antaño dominaron en la Tierra y que después desaparecieron (como los dinosaurios). Los hombres hemos enfermado sin remedio, de manera que nuestra vida hombres formaría un paréntesis en el largo y misterioso proceso de la vida cósmica. La misma ciencia firmaría nuestra condena.
– Muchos se limitan a vivir (sobrevivir) por un tiempo, a base de cuidados paliativos y en el fondo engañosas, sin más horizonte que mantenerse hasta que llegue inexorable la muerte, buscando quizá formas de evasión existencial, filosofías del consuelo o de la angustia heroica. En este contexto, algunos se entregan en manos de augures y magos que anuncian los momentos o condiciones de la desaparición del hombre sobre el mundo, apelando a posibles transmigraciones espirituales o metafísicas, que nos llevarían a sembrar la vida humana en otros planetas y/o galaxias.
– Otros se engañan a sí mismos mientras viven, buscando nuevas formas de violencia, de dominio y de consumo que se multiplican sin fin, como si estuvieran celebrando la última gran fiesta, como aquella que celebraba el rey Baltasar, mientras una mano oculta iba escribiendo en el muro de la sala del banquete las palabras fatídicas del juicio: Mane, tekel, ufarsin (pesado, condenado, destruido, Dan 5). Piensan así que no hay más solución que comer y beber hasta que miramos todos.
– Pero unos pocos, más lúcidos, amantes, poetas o simplemente “creyentes de la vida” quieren reparar los desperfectos de la historia y así buscan formas de futuro, es decir, aquello que Jesús llamó Reino de Dios y que se identifica, conforme a todo lo anterior, con la Salud de Dios que es la vida de los hombres, es decir, el amor enamorado, en gratuidad gozosa.
En esa línea de reparación o terapia de amor hemos querido situarnos, añadiendo que aquello que en un sentido parece vejez sin remedio (como la descripción final del Kohelet) puede presentarse en otro sentido como infancia, nuevo nacimiento. Éste es un camino poco recorrido. Apenas hemos explorado los caminos del amor que cura (que es curación), sus emociones, su capacidad reveladora; no hemos sacado todavía las consecuencias personales y sociales del gran Cántico espiritual.
Hacía el año 500 comenzó a celebrarse en las iglesias orientales una fiesta de Santa María, Madre de Dios. La iglesia católica romana la aceptó, y fijo su celebración el 11 de octubre; en 1970 la trasladó al 1 de enero, para relacionarla más estrictamente con la Navidad y comenzar el año poniéndolo bajo la protección de María. Pero el 1 de enero se cumplen los ocho días desde el nacimiento; por eso el evangelio termina haciendo referencia a la circuncisión de Jesús.
¡Feliz Año Nuevo! (Números 6,22-27)
A pesar de lo dicho sobre la Virgen, el saludo que más se repetirá el 1 de enero será: ¡Feliz Año Nuevo! ¿Qué nos deseamos? ¿Salud, dinero y amor, como dice la canción? ¿Quién nos va a garantizar algo de eso? ¿Y si ocurre algo muy distinto, incluso lo contrario? La primera lectura de hoy, tomada del libro de los Números (en hebreo tiene un título más bonito: “En el desierto”), ofrece unas pistas muy buenas:
El Señor habló a Moisés:
– “Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.”
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»
Ante todo, hay alguien que garantiza lo bueno que deseamos: el Señor. Dos veces se lo nombra, y los seis verbos de la bendición lo tienen como sujeto. Podemos agrupar las peticiones en dos bloques: 1) El Señor te bendiga, ilumine su rostro sobre ti, se fije en ti. 2) Te proteja, te conceda su favor, te conceda la paz.
El primer bloque se refiere a la actitud de Dios con cada uno de nosotros. Cabrían tres posibilidades: que nos bendijera, que nos mostrase un rostro airado, que se desinteresase de nosotros. Se pide su bendición, su actitud benévola, su interés.
El segundo bloque indica los tres grandes regalos: no son salud, dinero y amor, sino protección, favor y paz. A alguno le resultará demasiado etéreo. Preferirá cosas más concretas. Pero, en la práctica, cuando el año nos enfrente a situaciones difíciles, no habrá nada mejor que la protección, el favor y la paz de Dios.
De esclavos a hijos (Gálatas 4,4-7)
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su hijo nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Cómo sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
El texto se ha elegido porque es el único de las cartas de Pablo que hace referencia a María («nacido de una mujer»). Pero se relaciona perfectamente con el anterior del libro de los Números. Pedía la bendición de Dios, su benevolencia, y el Señor responde enviando a su Hijo para liberarnos de la esclavitud y convertirnos en hijos suyos y herederos.
Tres actitudes para el nuevo año (Lucas 2,16-21)
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia. El primero, la visita de los pastores, es lo mismo que leímos el 25 de diciembre en la segunda misa, la del alba. En la escena se distinguen diversos personajes:
* Empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Los pastores simbolizan la “política incorrecta” de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos. Se comunica a unos pastores que, en la escala social de aquel tiempo, ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Sin embargo, esta gente tan poco digna socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: “Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla.”
* Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás gente de la posada, pero que probablemente nos representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.
* Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Pero, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite “proclama mi alma la grandeza del Señor”. Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.
Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Tres actitudes muy recomendables para el próximo año.
La segunda escena tiene lugar ocho días más tarde. Algo tan importante y querido para nosotros como el nombre de Jesús lo cuenta Lucas en poquísimas palabras. Su sobriedad nos invita a reflexionar y dar gracias por todo lo que ha supuesto Jesús en nuestra vida.
En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía
El comienzo de año es un momento ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. La liturgia abre el año ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege, de Jesús, que nos salva, de María, que medita en todo lo ocurrido.
Comentarios desactivados en 01 de Enero. Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Ciclo B
“Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón.”
Celebramos hoy la Solemnidad de María, Madre de Dios y con ella estrenamos este nuevo año, con toda la ilusión y con toda la resaca de ayer.
Si la noche de ayer estaba llena de propósitos y bueno deseos, el día de hoy es un reclamo para “ponernos en marcha”, para hacer realidad todas esas ilusiones.
María tiene en sus brazos al hijo que acaba de nacer; es la realidad de un bebé frágil y necesitado que depende en gran medida de ella. Recibe la visita de los pastores que hablan de ilusiones, de cosas que sucederán, de lo que llegará a ser ese niño… Y ella escucha.
Como buena israelita, escucha. Escucha con atención y medita en su corazón lo que oye y lo que vive. Une, con esfuerzo y empeño, la fragilidad del bebé que sostiene en sus brazos, con las ilusiones que despierta en los pastores. El presente con la promesa de futuro.
De nuevo confía y se compromete. Aunque sus ojos ven fragilidad (acaba de dar a luz en un establo fuera de la ciudad porque no había sitio para ellos…) confía en las promesas de Dios.
Sabe escuchar, en la voz de los pastores, el acento de la voz de Dios y también sabe ver más allá de las apariencias. Seguro que tampoco ella había imaginado que el Mesías esperando nacería en un establo.
Confía, piensa, espera y actúa. Tiene entre los brazos al Hijo de Dios, a su hijo. Y mientras espera a ver cómo se las arregla Dios para que ese bebé sea el Mesías Salvador, ella lo cuida.
Lo mira, lo contempla mientras resuenan en sus oídos las palabras de los pastores, mientras vuelven a su corazón las palabras del ángel: “-El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios.”
Y mira a Jesús dormido en su regazo. Será santo. Ahora solo es un bebé. Ahora es mi hijo pequeño que ha nacido en un establo y todo ha ido bien.
Oración
María, Madre de Dios y madre de un niño nacido en un establo, enséñanos a descubrir las promesas de Dios presentes en nuestra realidad. Pide para nosotras una visión larga y profunda como la tuya. ¡Amén!
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AÑO NUEVO (B)
Lc 2,16-21
El texto de Lucas que acabamos de leer, aunque es solo un relato, está en línea con lo que venimos diciendo estos días: total inserción de Jesús en este mundo y en las tradiciones judías. Al decirnos que María rumiaba todo esto, está haciéndonos ver la importancia de lo que estaba pasando dentro de ella y de los demás protagonistas. Importante el nombre: Jesús=Dios salva, lo dice todo. Queda desvelado el misterio.
El tema de María Madre merecería más aclaración de la que permite este pequeño comentario. ¡Claro que la maternidad de María es un dogma! Pero no se discutió en el concilio como un tema mariológico, sino cristológico. Fue definido en Éfeso en el 431. Pronto fue mal entendido (hay que tener en cuenta que, en aquella ciudad, se veneraba a la “Magna Mater“, diosa virgen Artemisa o Diana) y tuvo que ser aclarado veinte años después por el concilio de Calcedonia (451) matizando lo formulado en Éfeso, concretando que María era madre de Dios “en cuanto a su humanidad“.
Debemos tener en cuenta el contexto en que fue formulado este dogma. Se definió como un intento de confirmar, contra la herejía nestoriana que afirmaba dos personas en Jesús, que el fruto del parto de María fue una única persona. No olvidemos que el concilio de Éfeso lo promovió Nestóreo para condenar a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo; y por lo tanto que María era con pleno sentido, madre de Dios. A Nestóreo le salió el tiro por la culata, pero faltó el canto de un duro para que se condenara como herejía lo que se definió como dogma.
En efecto, en una primera sesión, sin la asistencia de Nestóreo, que no quería que se celebrara antes de que llegara su amigo el patriarca de Antioquia, se definió el dogma condenando a Nestóreo. Cuando a los pocos días llegó su amigo Juan de Antioquia, se celebró una sesión paralela y definieron lo contrario, condenando a Cirilo. Visto lo cual, el Emperador Teodosio depone a los dos y los encarcela. Unos días más tarde, cuando llegan los delegados del Papa, convencen al emperador para que acepte lo definido en la primera sesión y libere a Cirilo. A Nestóreo le obligó a retirarse a un monasterio. Teodosio decidió qué era dogma y qué, herejía.
Este dogma es el mejor ejemplo de cómo conservando las palabras, tergiversamos el sentido. Cuando se definió el dogma, se tenía una idea completamente distinta de la maternidad. Se creía que la madre era el recipiente donde el varón depositaba la semilla del nuevo ser, en el que la madre no tenía mas misión que la de acogerle y alimentarle. De hecho, la traducción correcta del termino griego “theotokos“, sería “la que pare a Dios“. Solo desde esa concepción de la maternidad, se pudieron desarrollar las mitologías sobre seres humanos que se consideraron hijos de Dios.
Hoy celebramos que María hace presente a Dios alumbrando a Jesús. S. Agustín dice que María fue madre de Dios, no por su relación biológica, sino por haber aceptado el proyecto de Dios. El evangelio deja claro lo que es importante en María. Cuando le dicen a Jesús, que su Madre y sus hermanos están fuera, contesta: ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Seguimos tergiversando el evangelio.
Año Nuevo. Estoy en el tiempo para darme cuenta de lo que soy y descubrir que estoy ya en la eternidad. Mi ser no está en el chronos sino en el kairos. Mi ser lo constituye lo que de divino hay en mí. Soy plenitud y eterno. Mi individualidad es apariencia. No debo empeñarme en meter a Dios en el tiempo, sino en salir yo de él. Soy la ola que aún no ha descubierto que es océano. El océano aun no se ha reflejado en mí. Si descubro que soy océano, el océano me dirá que es ola. Cuando Jesús dice: “Yo y el padre somos uno“, no lo dice desde el falso yo, sino desde su verdadero ser. Es lo que hay en mí de Dios quien dice: Yo y Dios somos uno.
El tiempo en el que se desarrolla nuestra existencia tiene mucha importancia, pero solo como medio para conseguir esa toma de conciencia que me hará trascender. Nuestra reflexión tiene que estar encaminada a descubrir qué estoy haciendo yo con mi tiempo. Puedo estar malgastando lo que se me ha dado para que lo aproveche. Van pasando mis años y con ellos las oportunidades de dar verdadero sentido a mi vida. Esta tiene que ser mi preocupación cuando estamos pasando de un año a otro.
Día de la paz. Creo que merece la pena hacer una denuncia de las circunstancias en las que nos encontramos y poner un poco de luz en la maraña de informaciones e intereses que nos envuelven. En nombre de la libertad, no se puede defender todo. En nombre de la libertad religiosa no se puede propugnar ideas que vayan contra los más elementales derechos de las personas ni siquiera de una sola persona. En nombre de la libertad política no se pueden defender ideas que no respeten los derechos fundamentales de los demás. Tengo obligación de defender mis derechos; pero mis derechos terminan donde empiezan los derechos del otro.
Debemos desenmascarar el fariseísmo de nuestro mundo que se atreve a celebrar un día de la paz, mientras está sosteniendo, por acción o por omisión, situaciones de injusticia sangrantes. Nos hemos arrogado el derecho de decidir quién es el bueno y quién es el malo. Nos hemos colocado en estadios éticos anteriores a la ley del talión. En ella se decía que, si te rompen un diente, tienes derecho a romperle un diente al agresor, no toda la dentadura. Hoy estamos oyendo todos los días, que hay que romperle todos los dientes al otro, porque si no, el día de mañana me puede morder.
No es deseable la paz a cualquier precio. A nadie le interesa la paz de los cementerios. Tampoco debía interesarnos la paz sobre la que se fundaron todos los imperios, desde el egipcio hasta el que padecemos hoy. La paz que se basa en la fuerza no es verdadera paz. No se trata solo de la fuerza física; también la fuerza de una legalidad que hemos construido los poderosos basados en la ley del embudo. La norma debe ser la verdadera justicia. Hemos pasado milenios predicando la guerra justa. No he encontrado esa idea en ninguna parte del evangelio. Toda violencia es inhumana.
La paz no se puede conseguir directamente. Es un fruto y, como tal, si quiero recogerlo, tengo que plantar primero el árbol y cuidarlo. El mínimo indispensable para que surja la paz es la justicia. La paz, para el que tiene el poder, es que nadie se mueva. Para el que está sometido a la injusticia será algo muy distinto. Si nos interesa la paz, debemos luchar cada día por abandonar toda opresión (el pecado del mundo) y entrar en la dinámica del amor. Si de verdad queremos la paz, tendríamos que dar voz a los que sufren la violencia y nos indicarían como alcanzar la verdadera justicia.
«En el principio existía el Logos, y el Logos estaba con Dios…»
La vida humana se compone de vivencias, y las vivencias son manifestaciones de nuestra propia naturaleza; es decir, son el resultado de nuestra capacidad de amar, de odiar, de pensar, de comunicarnos, de crear, de destruir, de anhelar, de ambicionar, de renunciar, de oponer la razón a las apetencias, de dejarse arrastrar por ellas, de sentir compasión, emoción, alegría, tristeza, euforia, miedo… Pero hay dos formas de concebir nuestra vida; una, como simple sucesión de vivencias, y otra, como proyecto que integra todas ellas y las dirige a un fin que les dé sentido. Dicho de otro modo, podemos pasar por la vida o vivir la vida con sentido.
Pero la pregunta por el sentido de la vida nos lleva a preguntarnos por nuestra esencia, por nuestra naturaleza, pues nuestra vida tendrá uno u otro sentido según la concepción que tengamos de nosotros mismos. El problema está en que la pregunta por nuestra identidad no tiene una única respuesta y eso complica las cosas. La respuesta científica es sustancialmente insuficiente; ninguna de las respuestas que nos ofrece la filosofía es definitiva, y la concepción religiosa del hombre depende de la fe de cada persona. Pero la multiplicidad de respuestas no significa que la pregunta por “nosotros” sea estéril, sino que cada uno debe buscar la suya propia.
Para Heidegger, somos unos seres arrojados a este mundo sin referencias (“dasein”) cuya vida carece de sentido al tratarse de un simple paréntesis (un “entre”) que va de la nada de antes a la nada del después. A pesar de ello, en su obra “El ser para la muerte” nos invita a no evadirnos de la realidad y vivir la vida con autenticidad, tomando como naturales el sufrimiento y la muerte. En una línea similar, Sartre asegura que el mundo es absurdo, que no existe la Naturaleza humana y que, por tanto, no existe un sentido general de la vida, pero añade que cada uno debe dar sentido a su vida construyéndose a sí mismo. En sentido opuesto se manifiestan, por ejemplo, Spinoza o Hegel, quienes afirman que somos nada menos que existencia de Dios.
Y todas las interpretaciones que hagamos de nuestro verdadero ser están muy bien, y todas aportan algo nuevo, pero, siendo rigurosos, debemos admitir que ignoramos por completo las respuestas que atañen más íntimamente a nuestras vidas. No sabemos quiénes somos, ni cuál es nuestro papel en esta vida, o si estamos aquí para algo, o si hay más vida tras la muerte, o si todo es obra de un Dios que lo ha creado con un propósito determinado, o si Dios se ha desentendido del mundo tras crearlo y estamos abandonados a nuestra suerte, o si está dentro de nosotros como un principio vital que anima nuestras vidas, o si estamos en un mundo absurdo fruto del azar…
Demasiadas preguntas y demasiado importantes para digerirlas sin esfuerzo, lo que provoca que nuestra reacción habitual sea tratar de soslayarlas, es decir, tratar de evadirnos de nuestra Realidad más profunda refugiándonos, en unos casos, en un más allá fruto de nuestros deseos, y en otros (cada vez con mayor frecuencia) en el trabajo compulsivo o el ocio compulsivo.
Pero hay personas que no se conforman con pasar por la vida sin zambullirse de lleno en ella y deciden afrontarlas con seriedad. Estas personas tienen al menos tres caminos distintos para para plantear su búsqueda; tres caminos que unos consideran complementarios, y otros, excluyentes entre sí.
El primero es la razón; sumergirse en planteamientos metafísicos que nos hablan de teísmos, deísmos, panteísmos, dualismos, monismos, inmanencias, trascendencias, esencias, existencias, sustancias, accidentes… lo cual resulta muy interesante e instructivo siempre que no olvidemos que la metafísica no da respuestas fiables. Como decía Kant, «Cualquier proposición metafísica tiene las mismas posibilidades de ser cierta que su contraria».
El segundo es la psique; profundizar en nuestro interior a través de la meditación (o poner la conciencia en blanco a través del silencio) con la esperanza de encontrar las respestas en lo más profundo de nosotros. Los místicos afirman poder alcanzar así la experiencia inmediata de Dios, y la describen como la de un enamorado que funde su espíritu con el de su amada. Pero este poderoso cauce tiene también un serio peligro, y es que nuestra psique es tan enormemente compleja y desconocida, que no podemos saber si una experiencia es genuina o es una simple sugestión creada por ella.
El tercero es la fe. Confiar en alguien hasta el punto de hacer propios sus criterios y creencias y apostar la vida a ellos. La fe puede ser el fruto natural de un ambiente y una educación, puede también adquirirse a través del conocimiento de su líder y la posterior fascinación por él, y puede ser una apuesta, al estilo de la que propuso en su día Blaise Pascal. Porque necesitamos referencias para caminar por la vida sin extraviarnos ni echarla a perder, y si las encontramos en alguien en quien confiamos plenamente, nos aferramos a ellas.
Y así llegamos a Jesús, a quien los cristianos consideramos visibilidad de Dios. En él podemos conocer cómo es Dios para nosotros, y quiénes somos nosotros libres de la esclavitud del pecado. ¿Pero, quién es Jesús?… Unos lo identifican con el Logos que existía desde siempre junto a Dios y que era Dios. Otros, quizá menos pretenciosos, se limitan a afirmar que Jesús es un fruto especial del Espíritu Santo, pues ni su vida ni su legado se pueden entender de otra forma. ¿Pero qué se quiere indicar con esta expresión?...
En Génesis 2,7 el yahvista define al ser humano como “barro con aliento de Dios”; con espíritu de Dios, y esta definición formulada hace más de tres mil años sigue siendo válida para muchos de nosotros. La esencia de lo humano, lo que esencialmente lo distingue de los animales, es ese aliento del que nos habla el Génesis. En todo ser humano sopla el viento de Dios, su espíritu, aunque en algunos este soplo sea apenas perceptible, y en la mayoría de nosotros no pase de ser una brisa que solo en ocasiones pone de relieve nuestra humanidad.
Pero a lo largo de la historia, ese soplo, ese aliento, esa acción de Dios en definitiva, se ha manifestado de forma poderosa en muchos hombres y mujeres de cualquier tiempo, lugar o condición. Sin apenas remontarnos en la historia, podemos recordar a Pedro Arrupe, Vicente Ferrer, Mohandas Gandhi, Teresa de Calcuta, Oscar Arnulfo Romero… y tantos otros que decidieron “negarse a sí mismos” para entregar su vida a los demás. Tampoco es preciso acudir a la biografía de estos personajes para sentir el soplo de Dios en los seres humanos; basta que miremos a nuestro alrededor para que lo veamos en ese pariente, o ese amigo, o aquel compañero de trabajo… Es muy difícil sustraerse a una realidad tan evidente si uno va un poco atento por la vida.
Ahora bien, por encima de todos, hubo un hombre en quien la acción de Dios se manifestó de una forma tan extraordinaria que somos incapaces de entenderla o formularla: Jesús de Nazaret.
Su amigo íntimo, Simón —Pedro, como a él le gustaba llamarle—, lo definió luego como el hombre lleno del Espíritu. Pedro recorrió con él Galilea, Judea y la tierra de gentiles, y conoció a un hombre que hacía propios los problemas ajenos y estaba siempre rodeado de enfermos, lisiados, pobres y pecadores. Que se compadecía de ellos, los sanaba, les enseñaba y les devolvía la esperanza que habían perdido. Que les decía que no eran unos pobres desgraciados —como todos aseguraban—, sino los más importantes a los ojos de Dios; por delante de los sacerdotes, los fariseos, y los doctores.
Ellos le seguían fascinados, no le dejaban descansar y hasta se olvidaban de comer por escucharle. Se sentían necesitados; eran como ovejas sin pastor de las que nadie se ocupaba. Tenían necesidad de que alguien les escuchase y les dedicase su atención; que no los considerase unos malditos empecatados aborrecidos de Dios.
Y eso era precisamente lo que les ofrecía Jesús.
También invitaba a los ricos, a los sabios y a los importantes, pero estos no le seguían porque no se sentían necesitados. Y no solo rechazaban su invitación, sino que le acosaban porque le temían; porque no podían permitir que nada cambiase.
Pues bien, ese hombre abierto a todos, incapaz de permanecer indiferente ante la desgracia ajena, que nos invitaba a llamar Abbá a Dios, que hacía teología contando parábolas sencillas, que no rehuía (sino que buscaba) la compañía de los pecadores, que se cansaba y necesitaba descansar, que se indignó en el Templo, que se angustió en Getsemaní y murió en el Calvario… ese hombre es el objeto de mi fe.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
En la Biblia, “bendecir” se emplea en dos sentidos: en primer lugar, Dios bendice al ser humano dándole la vida, la fecundidad, el éxito. Después, a su vez, éste bendice a Dios por la gracia de sus dones, le da las gracias. La palabra «bendecir» procede del verbo latino bene-dicere, «decir bien».
En la primera lectura de hoy esa bendición es todavía más explícita:
Dios nos aconseja que pidamos no sólo la bendición sino también su protección
Nada es más propio de un padre y de una madre que el proteger. Ellos, no sólo comunican la vida sino que acompañan la vida del retoño en todo momento: cuidándolo, aconsejándole, enseñándole…sobre todo con el ejemplo de sus propias vidas.
En algunos países de Latinoamérica todavía se guarda una bonita costumbre de “pedir la bendición” a uno de los progenitores, antes de salir de casa y al irse a dormir… “Padre, madre, bendición”-dicen-y se colocan a sus pies, agachan la cabeza y esperan esa oración con la mano extendida sobre su cabeza, que es un gesto de la bendición misma de Dios.
¿Pedimos entonces una protección para que nada malo nos ocurra? ¿Y qué pasa cuando están ocurriendo tantas cosas malas como la pandemia, los desastres naturales, las guerras con todas sus consecuencias?
La imagen de un Dios “intervencionista” que todo lo ve, que todo lo juzga y a quien debemos implorar todavía está presente en algunos ambientes y si nos descuidamos nos atrapa a nosotrxs también. Dios no nos envía calamidades para que cambiemos de actitud; nosotrxs nos buscamos nuestra propia ruina cuando pisoteamos a los demás pensando sólo en nuestro propio bienestar.
El problema de entender la bendición de Dios como el éxito, la abundancia, el progreso es que quien no participa de estos bienes puede ser considerado como objeto de maldición; esa imagen que nos presentaron en el catecismo de un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos.
Nuestras decisiones, nuestras opciones y también nuestras omisiones van decidiendo el curso de la historia. En este momento tan coyuntural tenemos más información de la que necesitamos para cambiar nuestros estilos de vida para proteger la vida en la Tierra y así cambiar la suerte de los más débiles y desprotegidos.
La bendición, el bien-decir de Dios es creador y protector. Su bien-decir sobre nosotrxs, sobre toda la creación, nos va convirtiendo en criaturas a su imagen y semejanza, pero sólo si nosotrxs lo queremos.
Por eso, en un día como hoy, al comienzo de un nuevo año que quisiéramos que fuera diferente al año pasado, podemos tomar algunas decisiones que nos harán cambiar la perspectiva de los acontecimientos que vayan sucediendo. Por ejemplo: puedo decidir pensar más lo que voy a decir y cómo lo voy a decir para no descalificar al otrx, escuchar más para entender su punto de vista, ben-decir con mi palabra, mis actitudes, mi compromiso; intentar construir más que destruir.
Hoy, primer día del año celebramos esa vida que se nos regala y de una manera especial a María, como madre que no solo gesta y da a luz a Cristo sino que bendice y es bendecida por Dios.
Ella, a través de lo que vive y observa va creciendo en conciencia de su papel en la historia, de la manera de actuar de Dios en su vida: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”…, y lo hace “conservando y meditando todas estas cosas en su corazón”. En unas pocas palabras Lucas nos describe la actitud de quien está atenta a los acontecimientos, los escucha, los rumia y actúa en consecuencia.
Una invitación a “ponderar”, a saborear para alcanzar la verdadera sabiduría que no viene de los grandes conocimientos sino de la experiencia de nutrir el misterio en nuestro interior.
Se irá revelando nuestro auténtico yo y más que luchar contra nuestro “ego”, éste irá desapareciendo para dar paso al hijx de Dios que somos.
El fruto será la paz.
Una paz que no es sólo ausencia de conflictos interpersonales, familiares, entre países. Tampoco una paz ñoña, una sensación placentera de bienestar. SHALOM, es un deseo mucho más profundo: “que seas una persona completa, acabada” y que eso lo podamos extender a todas las áreas de nuestra vida.
Lo mismo que deseo para mí te lo deseo a ti, y me comprometo a hacer todo lo que esté en mi mano para que lo logremos.
Ese el verdadero “rostro” de Dios. Ojalá lo veamos.
Cuando el ángel se le apareció a María para decirle que tendría un hijo, primero la saludó con la palabra “salve” o “Dios te guarde”, bueno en realidad Lucas utiliza la palabra χαῖρε, que parece ser era un saludo bastante habitual en la época en la que se escribió el evangelio. Fue después cuando añadió lo de “llena eres de gracia”, una expresión que al leerla me ha parecido tan protestante que me he preguntado si el ángel Gabriel no era amigo íntimo de Lutero.
Tendría que haber ido al griego para saber cuál es la palabra exacta que utiliza el evangelista, pero en vez de hacer eso, he cometido el error de ir a Google para intentar entender que significa lo de “llena eres de gracia”. Y en la primera entrada he encontrado la siguiente explicación: “al tener el privilegio de nacer inmune al pecado, la plenitud de gracia verifica la parte positiva de esa admirable limpieza original del alma de María”. ¡Qué maravillosa la María de esta interpretación! Pero qué poco practica para el resto de Marías que vivimos hoy en el mundo y no hemos sido bendecidas con su limpieza original. Sobre todo para las bolleras, maricas o trans, que en los entornos donde esta interpretación es mayoritaria, hemos tenido más bien la mala fortuna de ser unas desviadas alejadas de la gracia innata de María.
Pero bueno, en vez de tirar la toalla y cerrar mi Biblia, he decidido seguir leyendo el relato para ver que puede aportar esta María llena de gracia a pecadoras como nosotras, y me he topado con que, al escuchar lo que el ángel le decía, se “turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta”. O como lo dirían algunas de mis alumnas adolescentes que tienen aproximadamente la misma edad que ella en el relato: “se quedó rayada con lo que le había dicho”. A María le asustó escuchar que era llena de gracia, que había sido favorecida por dios. Y es importante este matiz, porque creo que esa gracia de la que nos habla el relato, no pertenece a ninguna María, sino que tiene su único origen en dios. Además no hace perfecta a nadie, sino que nos muestra el amor de dios por todas las Marías, aquellas que no poseemos ninguna limpieza original. Ese es uno de los elementos más relevantes que encuentro en el texto, que en palabras de Pablo se expresaría de la siguiente forma: “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es”. [1] Por eso la vil María del evangelio de Lucas, sobre la que dios puso su gracia, tiene algo que decirnos a quienes no llegamos a los estándares religiosos, sociales o familiares que se nos imponen.
La gracia que recibió María fue una gracia cara, no como las gracias baratas y sensibleras que regalan muchos iluminados, porque la gracia divina no le ha salido gratis a nadie que se deja invadir por ella. “Has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús”[2]. Si aceptaba la gracia, se haría evidente, no habría forma de esconderla ante los demás. Y esa gracia no la situaría encima de ningún altar, sino en un lugar marginal que no solo ponía en peligro su matrimonio, sino su propia vida. Y he dicho conscientemente “si la aceptaba” porque aunque el texto parece dar por hecho que aquello ocurriría, María podía decir sí o no, podía escoger llevar adelante el embarazo o rechazarlo. El dios de Lucas no escogió una vasija, sino una mujer, y le reconoció el derecho a decir sí o no. Y siempre funciona así cuando hablamos de la gracia de dios, de la gracia cara de dios, que podemos aceptarla o rechazarla libremente. Hay personas, instituciones y legislaciones que coartan el derecho de las mujeres sobre su cuerpo, su ministerio, su responsabilidad… pero el dios de María lo respetó. De la misma forma, también creo que dios respeta el derecho de las personas LGTBIQ a mostrar, o a no mostrar, la identidad con la que dios nos ha dado su gracia. De decir sí o no a trabajar para que el reino de dios se haga presente en nuestras vidas, visibilizando la riqueza de la diversidad con la que nos ha bendecido, aunque eso nos sitúe en los márgenes de nuestras familias, iglesias o amistades. Cuando no hay decisión, cuando no hay libertad de elección, no hay presencia de Dios, sino dogma e imposición, porque “Dios respeta absolutamente la libertad del hombre. Él la crea, y no para petrificarla o violarla. Por eso Dios no grita ni se impone nunca”.[3]
María aceptó, le dijo que sí a dios, “hágase conmigo conforme a tu palabra”. Estos días recordamos y celebramos lo que la valentía de María ha supuesto para la vida de cristianas y cristianos de todos los tiempos: la irrupción de la salvación, la llegada de la vida de dios para todos los seres humanos. Sabemos también por el evangelista, que esa salvación no fue como ella esperaba, que pareció fracasar en más de una ocasión, pero la gracia de dios no se alejó nunca más de ella. A veces confundimos la gracia con la alienación, con la dependencia ciega respecto a un dogma o una institución, y muchas machorras, mariconas y travelos cristianas creemos que hemos perdido la gracia porque hemos sido expulsadas de nuestras comunidades. Pero lo que hemos perdido ha sido solo la gracia barata, la gracia cara de la que nos habla Lucas tiene que ver con asumir el riesgo que supone poder respirar, gritar, vivir, tal y como Dios nos ha pensado y amado. Y es un riesgo que, aunque no lo percibamos, no tiene solo que ver con nuestra vida, ya que en cada una de nuestras acciones por vivir de verdad, ayudamos a que muchas otras personas se atrevan también a hacerlo. En cada pluma gay que dejamos caer al movernos, la salvación de dios se hace presente para quienes están a nuestro alrededor.
Dietrich Bonhoeffer escribió que “la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encarnación del Verbo de Dios”[4], y me permito añadir yo a esto: la negación de la encarnación por medio de una mujer que libremente aceptó la gracia cara de dios. Porque María representa otra gracia, una que no puede ser entregada a los perros, una que va indisolublemente unida al seguimiento, a la valentía, aunque quede a la intemperie de las teologías de la gracia barata. Y las personas LGTBIQ estos días de Navidad somos interpeladas por esta María, y por la gracia que recibió. Y debemos responder como ella, sí o no a la vida que dios pone dentro de nosotros, si o no a la gracia cara. Porque “la gracia cara es la encarnación de Dios”. [5]
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.– DIVISIÓN DEL TIEMPO.
El final y comienzo de un año constituyen un momento propicio para pensar un poco en esta realidad que es la duración humana y llamamos tiempo, así como para caer en cuenta de la fugacidad de la existencia humana.
Toda división del tiempo es siempre artificial, aunque necesaria. De hecho han existido y existen varios calendarios o modos de fragmentar y estructurar el tiempo. Ya el Génesis es una manera de ordenar la duración humana: el tiempo. Dios crea el primer día, el segundo, etc. y el séptimo descansa. ¿Sería el primer calendario laboral?
Algunas consideraciones.
02. EXPERIENCIA DE LA FUGACIDAD.
Cuando uno es adulto o anciano tenemos la viva sensación de la fugacidad del tiempo. Tempus fugit, decían los relojes de pared clásicos; es verdad: el tiempo huye.
“Parece que fue ayer” solemos repetir. Parece que fue ayer cuando comenzábamos el año, parece que fue ayer cuando murió tal persona, cuando estudiábamos, cuando éramos jóvenes, etc., pero han pasado muchos años. Hemos vivido mucho y guardamos muchas vivencias y recuerdos.
Y esta rapidez irreversible -el tiempo no hay quien lo pare- y ello puede causarnos una cierta sensación de desasosiego, de que se nos va la vida como el agua entre las manos.
03. ¿QUÉ ES, PUES, EL TIEMPO?
“Ya San Agustín allá por el siglo IV / V, se preguntaba qué es el tiempo:
Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé.”
El mismo San Agustín dice que el tiempo radica en el alma, en la memoria, que es donde se hacen presentes y donde se guardan las vivencias, los acontecimientos, la propia experiencia.
Es algo que podemos observar en la Virgen María cuando el evangelio dice de ella que: conservaba todas las cosas en su corazón.
En el fondo, pues, el tiempo lo vivimos en el fondo de nuestro corazón.
04. VIVIMOS ENTRE EL PASADO Y EL FUTURO.
PASADO
El ser humano es -ni tiene, es- su propio pasado, somos lo que hemos sido. Es cierto que el pasado en cuanto tiempo de reloj, de calendario, ha pasado, pero lo vivido -bueno o malo- queda, permanece en nosotros. La infancia, las enfermedades, los encuentros y desencuentros en la vida, los estudios, los trabajos, la cultura y la fe que recibimos permanecen vivas en nosotros.
Podemos decir que quien no recuerda su pasado personal y comunitario, no vive. Si no recordamos, si no guardamos la memoria, somos como un algo suspendido en la historia, como seres flotantes.
El presente en gran medida pende del pasado. Recordamos grandes acontecimientos (positivos o negativos). Somos hijos del Concilio Vaticano II, la guerra civil sigue latente en el “subconsciente del pueblo”. Sobre todo guardamos la memoria del Señor, del Evangelio.
Ex memoria, spes. La memoria (el pasado) es el fundamento de nuestra esperanza, de nuestro futuro
Un presente que no tiene pasado, carece de futuro. (R. Latourelle).
Vivir es recordar.
FUTURO
Vivir también es el futuro. En cierto modo, somos lo que pretendemos ser o llegar a ser. El futuro que esperamos condiciona y encauza nuestro momento actual: quien desea ser sacerdote, religioso, casarse, etc. vive amablemente condicionado por ese futuro que añora. Lo mismo en el plano eclesial, político, etc.
Quien desea una Iglesia férrea, ultramontana, configura su vida conforme a un estilo ultraconservador en sus criterios, en su doctrina, vestimentas, liturgias, en sus normas, ideología, etc.
El futuro que se desea, condiciona el momento presente y los pasos a dar.
Somos futuro. En cierto modo, pues, somos lo que queremos ser.
PRESENTE
El presente es mucho más fugaz e inconsistente. ¿Quién puede amarrar el presente?
Hoy en día vivimos sin pasado y sin futuro: sin memoria y sin esperanza. Solamente nos vale el presente. Vivimos en una cultura del presente, es la cultura del momento, del instante.
Pero el presente solamente tiene consistencia si lo vivimos desde un pasado y desde un futuro.
LAS ETAPAS DE LA VIDA
El NIÑO es puro presente: el niño vive en el reducido ámbito de su familia, de su aula escolar… Todavía no tiene pasado y el futuro le queda muy lejos. Decirle a un niño “el año que viene es como decirle nunca”.
El JOVEN es futuro. De joven se tiene todo “por delante”. El joven vive desplegando todas su capacidades, ilusiones, proyectos, “está todo por hacer y experimentar”… Un joven es como Cristóbal Colón (pero sin América).
El ANCIANO vive, -vivimos- del o en el pasado. En aquellos tiempos había valores, criterios, se vivía mejor…
05. NO TODOS LOS QUE VIVIMOS A LA VEZ, SOMOS COETÁNEOS.
Todos vivimos “al mismo tiempo”, si bien no todos los que vivimos el mismo tiempo somos coetáneos. En el siglo XXI hay personas que viven el siglo XVI, siendo optimistas; otros se han apuntalado en el XIX, etc. No todos los contemporáneos, somos coetáneos.
Y esto es fuente de diferencias, distanciamientos como bien sabemos.
06. CONSUELO DEL TIEMPO.
¿No nos queda otro remedio que vivir entre lo que “ya no es”, porque pasó, y “lo que todavía no es”, porque no allegado?
El consuelo de la fugacidad del tiempo es llenarlo de contenido o de mérito.
Intentemos llenar el tiempo de mérito; quizás no de éxito, pero sí de contenido.
Las vida no es un pasatiempo, un “matar el tiempo”, un divertirse por norma. Nos hace bien llenar la vida de realización, de densidad.
07. TIEMPO Y ETERNIDAD.
La duración del ser humano es el tiempo. Vivimos en esta historia unos años, muchos o pocos.
La duración de Dios es la eternidad. Y Dios nos llama a terminar “nuestros días”, nuestra tiempo en Él, en su eternidad. Estamos llamados a la vida eterna, lo cual produce una inmensa serenidad y un gran gozo, que San Pablo recoge con patencia cuando escribe aquellas palabras a los cristianos de Roma:
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? … Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas. (Rm 8, 33-37).
Desde el pasado de la redención de Cristo y desde el futuro que nos espera en la eternidad, nos deseamos feliz año, meditando y guardando todas estas cosas en nuestro corazón.
Terminemos el año dando gracias a Dios por el tiempo y por la eternidad que nos aguarda.
Comentarios desactivados en “Educar en la fe en nuestros días”. Sagrada Familia – B (Lucas 2,22-40)
El pasaje de Lucas termina diciendo: «El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él».
Cuando hablamos hoy de «educar en la fe», ¿qué queremos decir? En concreto, el objetivo es que los hijos entiendan y vivan de manera responsable y coherente su adhesión a Jesucristo, aprendiendo a vivir de manera sana y positiva desde el Evangelio.
Pero hoy día la fe no se puede vivir de cualquier manera. Los hijos necesitan aprender a ser creyentes en medio de una sociedad descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por tradición, sino fruto de una decisión personal; una fe vivida y experimentada, es decir, una fe que se alimenta no de ideas y doctrinas, sino de una experiencia gratificante; una fe no individualista, sino compartida de alguna manera en una comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede coexistir con dudas e interrogantes; una fe no vergonzante, sino comprometida y testimoniada en medio de una sociedad indiferente.
Esto exige todo un estilo de educar hoy en la fe donde lo importante es transmitir una experiencia más que ideas y doctrinas; enseñar a vivir valores cristianos más que el sometimiento a unas normas; desarrollar la responsabilidad personal más que imponer costumbres; introducir en la comunidad cristiana más que desarrollar el individualismo religioso; cultivar la adhesión confiada a Jesús más que resolver de manera abstracta problemas de fe.
En la educación de la fe, lo decisivo es el ejemplo. Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación», que no les sea difícil saber como quién deberían comportarse para vivir su fe de manera sana, gozosa y responsable.
Comentarios desactivados en “El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría”. Domingo 31 de diciembre de 2023. La Sagrada Familia de Nazaret.
Leído en Koinonia:
Eclesiástico 3,2-6.12.14: El que teme al Señor honra a sus padres. Salmo responsorial: 127: Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos. Hebreos 11,8.11-12.17-19: Fe de Abrahán, de Sara y de Isaac. Lucas 2,22-40 El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios, que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán venerados a su vez por sus propios hijos. Todo estos consejos, aún conservando hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales, cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.
Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza. Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.
El evangelio de Lucas que hoy proclamamos nos cuenta –dentro del género de los «relatos de la infancia»- el rito de la presentación del niño en el Templo, celebrado también por los padres de Jesús. El fragmento de hoy concluye con unas palabras muy importantes, que, junto con otros pasajes paralelos de Mateo, proclaman el “progreso” en el “crecimiento” de Jesús «en edad, sabiduría y gracia, ante los hombres y ante Dios».
Tiempos hubo en que la «cristología vertical descendente» clásica se veía en la necesidad de corregir estas palabras diciendo que, obviamente, eran metáforas, porque Jesús no podía «crecer, progresar en sabiduría ni en gracia», ya que era perfecto… La cristología renovada, «ascendente» ahora, por el contrario, se fijó en estos versículos y los subrayó: sería el evangelio mismo el que nos estaría afirmando que Jesús «fue haciéndose», no sólo creciendo en edad, sino «en sabiduría» e incluso «en gracia».
Este evangelio, y sus paralelos, es, por ello muy importante, por cuanto nos insta a desvincularnos de los planteamientos metafísicos griegos fixistas. La «encarnación» no sería un chispazo de conexión instantánea entre dos «naturalezas», sino todo un proceso histórico.
Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar. Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra (v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14). De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).
Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes. En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del Eclesiástico (3,3-17).
Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo (v.50).
La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada por Jesús.
No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María “entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él (María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto en su corazón”). Leer más…
Comentarios desactivados en 31.12.23. Fin de año, Sagrada Familia: Todos los hijos de Dios dispersos por el mundo (Jn 11, 52)
Del blog de Xabier Pikaza:
Termina el año con la fiesta de la “familia humana”, esto es, de la familia de formada por la unidad de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
Tras la reforma litúrgica del Vaticano II, este domingo de Navidad ha quedado dedicado a la celebración de la Sagrada Familia, pero ni bíblica, ni teológica, ni litúrgicamente se ha conseguido ese intento por falta de “claridad” evangélica.
Los Papa post-conciliares (Pablo VI, JP II, B XVI) se han movido cada uno a su deriva, sin que esta reforma haya logrado cristalizar de una forma ilusionada y creadora, como corresponde al tiempo y mensaje de la navidad (del fin de año)
| X. Pikaza
No hay (no se han escogido) textos litúrgicos apropiados para esta fiesta
Los escogidos son marginales (no tratan de la familia de Jesús) o contradictorios (introducen temas de las tablas domésticas post-paulinas que derivan de un judeo-helenismo poco evangélico).
Vengo pensando desde hace algún tiempo que el texto clave para esta fiesta debería ser el de Jn 11, 52,vinculado a los textos de los sinópticos que después comento.
Jesús ha nacido (ha muerto)) para reunir en “sinagoga o comunión” (hina synagoge, eis Hen/Uno), a todos los hijos de Dios (=seres humanos) dispersos/perdidos (dieskorpismena: como ovejas errantes, oprimidas, sacrificadas)… Jn 11, 52,
Para reunir a todos los hombres/mujeres en Uno (eis Hen). Ésta es la palabra clave: (a) Reunir en uno (eis Hen), es reunir en el Dios de la tradición bíblica del Shema (escucha Israel, el Señor tu Dios Uno es: Dt 7, 5-6). (b) Esta Unidad/comunión en amor de Dios es principio, fundamento y sentido de la iglesia/sinagoga de la nueva humanidad.
Esta es la fiesta de la familia universal: que todos los hombres y mujeres sean una sinagoga (sinagogein: reunir) en la que se integran varones y mujeres, judíos y gentiles, libres y oprimidos, pueblos y pueblos Gal 3, 28), compartiendo casa, afecto, posesiones, trabajos y riquezas…
No es la fiesta de unidades aisladas, ni de pequeños grupos/naciones (España, Italia…), sino de la humanidad formada por de todos los hombres y pueblo, empezando por los excluidos, dieskorpismena; a los que alude con enorme precisión el texto: los dispersados por montes y desiertos, bombardeados por armas “inteligentes” de muerte, los emigrantes, emigrantes etc etc. Estos son algunos de rasgos de esa reunión en familia de los dispersos/oprimidos del mundo.
Familia, no patriarcado: hermanos, hermanas y madres, sin patriarca/jefe (Mc 3, 31-35 par).
Y llegaron su madre y sus hermanos y quedando fuera, enviaron a llamarle. Y la multitud estaba sentada en torno a él y le dijeron:– Mira: tú madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Y (Jesús) respondiéndoles les dijo: – ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de Él, en círculo, dijo: – He aquí mi madre y mis hermanos. Porque el que cumpla la voluntad de Dios, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3, 31-35) [1].
Los rabinos de Jerusalén le han acusado de estar endemoniado porque “cura en apariencia” con la fuerza de Satán/Belcebú a unos endemoniados, para oprimir de esa manera a todo el pueblo. Sus familiares no se atreven a llamarle “endemoniado, pero le toman como loco (está fuera de sí) y quieren llevarle preso a casa. Pero él reacciona conforme a este pasaje, trazando la identidad de su nueva familia/iglesia:
−Cuestión de Jesús: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Tanto los que vienen a buscarle como los que avisan (mira: tú madre y tus hermanos están fuera…) suponen de antemano conocida la respuesta: Familia de Jesús son aquellos que están buscándole fuera. El texto no habla de “padre”, quizá porque ha muerte y el poder de la familia lo tienen los hermanos de sangre con su madre, viniendo con la intención de prender a Jesús y llevarle a su casa materna. Pero Jesús rechaza ese supuesto y pregunta ¿quién es? ¿quiénes son…?
−Signo: Sentados en torno. “Mirando a los que estaban sentados en torno a él, en círculo…”. Jesús ha creado un nuevo espacio de convivencia familiar, donde sus nuevos hermanos/hermanas y madres están sentadas, en corro, formando con él grupo de “asentamiento”, sentados en círculo, en tono a Jesús, de modo que pueden mirarse y aceptarse por la mirada, no por un tipo de generación biológica o poder externo (sin padre superior).
−Palabra. Jesús ratifica la identidad de su nueva familia, formada por endemoniados, enfermos etc., sentados en torno, diciendo, en palabra performativa (creadora de Iglesia): “estos son mi hermano, mi hermana y mi madre”. La primera “ley de familia” de la Biblia vinculaba al hombre y a la mujer diciendo: “procread, multiplicaos, dominad la tierra” (Gen 1, 28). Pues bien, ahora, los reunidos en torno a Jesús no son familia por generación, sino por cohabitación, sentándose en torno y mirándose unos a otros.
– Limitación: En esta familia de Jesús no hay padre/padrone, de tipopatriarca, pues Padre solo es Dios. Jesús no puede hablar en este contexto de padres porque él mismo aparece como referencia y signo de unión la familia. Por eso, lógicamente, en estas nuevas iglesias/familias de Jesús no hay lugar para padres superiores por encima del corro de hermanos/hermanas/madre. Ni Dios está arriba (no es superioridad impositiva) Tampoco Jesús esta encima. No hay jerarquía. La iglesia o comunidad se construye precisamente desde abajo el mismo corro, con Jesús
– Surgimiento eclesial: Madres y hermanos. Junto a los hermanos/hermanas (en igualdad, varones y mujeres), el texto destaca a las madres que son autoridad en la medida en que acogen a los nacidos, les cuidan, les aman, les hablan, pero sin convertirse por eso en poder paterno de tipo jerárquico. Este pasaje nos sitúa por tanto ante una “eclesiogénesis” básicamente femenina, donde, con los hermanos/hermanas están las madres como donantes de vida (no por engendrar, sino por acoger, amar) en especial a los hijos/ pequeños, a quienes cuidan y educan.
−Justificación. “Porque el que cumpla la voluntad de Dios ése mi hermano. y mi hermana y mi madre…”. Filón aseguraba que “la honra de Dios” (tên tou Theou timên: Spic. Leg I, 317) vincula en lazo indisoluble a la familia de Dios, sobre los lazos de la carne y sangre… Eso aparece también dicho de Jesús, pero con dos diferencias significativas. (a) La voluntad de Dios no se expresa en un un tipo de “ley sacral” sino en la comunión de amor real entre hermanos y hermanas varones y mujeres, madre, e hijo. (b) En esta familia de Jesús no hay lugar los “padres” (portadores de un poder más alto). El amor vinculado a la voluntad de Dios no es de padres/patriarcas, sino de hermanos/hermanas y madres (cf. Mt 23, 1-9).
Éste lenguaje es tan escandaloso, que ha sido difícil de aceptarlo para cierta iglesia, que ha vuelto con frecuencia a los modelos del judaísmo anterior, reforzándolos incluso, con el surgimiento de estructuras jerárquicas de dirección que marginan a las mujeres y tienen dificultad en aceptar a pecadores-posesos-ilegales como muestran los códigos de familia de 1 Ped, Col y Ef [2].
En esta familia de Jesús (de Mc 3, 31-35) hay hermanos-hermanas-madres, pero no padres/patriarcas (de patri/arkhê, dominio del padre). El padre sólo es auténtico padre, como Dios, dejando de ser arkhê, autoridad/potestad. En ese sentido, la patria/potestad no es cristiana no es evangélica. El un Padre verdadero (que es Dios) no es potestad.
Jesús no ha venido a perfeccionar perfeccionado la familia patriarcal o legal de Israel, sino que ha creado un tipo de familia sin patria potestad, sin escribas legales como los de Mc 3, 22, sin patriarcas-patronos, sin parientes con poder genealógico más alto, sino una familia de hermanos/hermanas, de madre/hijos, abierta a los marginados, no en línea de exclusión o alejamiento (como pudo hacer Juan Bautista), sino de acogida, pues en ella caben todos los que escuchan y cumplen la voluntad de Dios, todos los perdidos (dieskorpismena) sobre el mundo.
Familias con casas/campos, con trabajo y comida compartida: cien casas/campos, hermanos/hermanas y madres, sin patriarcado (Mc 10, 29-30).
Pedro comenzó a decirle: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo: no hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba el ciento por uno en el tiempo presente en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo futuro la vida eterna (Mc 10, 28-30 par, cf. Mt 19, 23-39 y Lc 18, 24-30).
Este pasaje sigue en la línea anterior, pero con una inmensa novedad: La familia no es principio de negación, no es pura pobreza material, sino riqueza con casas/campos, con hermanos y hermanas… Familia abierta a todos, familia humana en la que todos tengan casa/hogar y campo/trabajo.
En una fiesta de la Sagrada Familia, esperamos que las lecturas nos animen a vivir nuestra vida familiar. Y así ocurre con las dos primeras.
El libro del Eclesiástico insiste en el respeto que debe tener el hijo a su padre y a su madre; en una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso; hay también que soportar sus fallos con cariño, “aunque chocheen”.
Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
La carta a los Colosenses ha sido elegida por los consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los padres. En la cultura del siglo I debían resultar muy “progresistas”. Hoy día, el primero de ellos provoca la indignación de muchas personas: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.” Cuando se conoce la historia de aquella época resulta más fácil comprender al autor.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21
Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Un evangelio atípico
Si san Lucas hubiera sabido que, siglos más tarde, iban a inventar la Fiesta de la Sagrada Familia, probablemente habría alargado la frase final de su evangelio de hoy: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Pero no habría escrito la típica escena en la que san José trabaja con el serrucho y María cose sentada mientras el niño ayuda a su padre. A Lucas no le gustan las escenas románticas que se limitan a dejar buen sabor de boca.
Como no escribió esa hipotética escena, la liturgia ha tenido que elegir un evangelio bastante extraño. Porque, en la fiesta de la Sagrada Familia, los personajes principales son dos desconocidos: Simeón y Ana. A José ni siquiera se lo menciona por su nombre (sólo se habla de “los padres de Jesús” y, más tarde, de “su padre y su madre”). El niño, de sólo cuarenta días, no dice ni hace nada, ni siquiera llora. Sólo María adquiere un relieve especial en la bendición que le dirige Simeón, que más que bendición parece una maldición gitana.
Sin embargo, en medio de la escasez de datos sobre la familia, hay un detalle que Lucas subraya hasta la saciedad: cuatro veces repite que es un matrimonio preocupado con cumplir lo prescrito en la Ley del Señor. Este dato tiene enorme importancia. Jesús, al que muchos acusarán de ser mal judío, enemigo de la Ley de Moisés, nació y creció en una familia piadosa y ejemplar. El Antiguo y el Nuevo Testamento se funden en esa casa en la que el niño crece y se robustece.
La misma función cumplen las figuras de Simeón y Ana. Ambos son israelitas de pura cepa, modelos de la piedad más tradicional y auténtica. Y ambos ven cumplidas en Jesús sus mayores esperanzas.
Lectura del evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
– «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
– «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Sorpresa final
Las lecturas de hoy, que comenzaron tan centradas en el tema familiar, terminan centrando la atención en Jesús. Con dos detalles fundamentales:
Jesús es el importante. La escena de Simeón lo presenta como el Mesías, el salvador, luz de las naciones, gloria de Israel. Ana deposita en él la esperanza de que liberará a Jerusalén. José y María son importantes, pero secundarios.
Jesús es motivo de desconcierto y angustia. Lo que Simeón dice de él desconcierta y admira a José y María. Pero a ésta se le anuncia lo más duro. Cualquier madre desea que su hijo sea querido y respetado, motivo de alegría para ella. En cambio, Jesús será un personaje discutido, aceptado por unos, rechazado por otros; y a ella, una espada le atravesará el alma. Lucas está anticipando lo que será la vida de María, no sólo en la cruz, sino a lo largo de toda su existencia.
En el evangelio de hoy nos encontramos a Jesús todavía como un bebé. A sus pocas semanas aún no puede explicar quién es, pero ya hay quienes lo reconocen.
En la escena, María y José suben al templo de Jerusalén para presentar a su hijo al Señor. Están cumpliendo con la Ley judía y con la costumbre. Pero lo que podría haber sido un simple trámite se convierte en una fiesta de alabanza a Dios. En la entrada del templo se encuentran con Simeón, «un hombre justo y piadoso», y con Ana, una profetisa. Las dos son personas mayores y mantienen una relación muy cercana con Dios: Simeón «tenía el don del Espíritu Santo», y Ana «daba culto a Dios noche y día».
Donde la mayoría solo verían a una familia más, Ana y Simeón reconocen al Mesías, quien liberaría a su pueblo. Si son capaces de verlo en un bebé, su mirada tiene que ser necesariamente especial: miran desde sus esperanzas más antiguas y profundas, desde la gratuidad, con unos ojos limpios de expectativas y pretensiones. Reconocen porque su corazón está lleno de Dios. Así, no dudan ni por un momento de quién es ese niño. Bendicen y dan gracias a Dios llenos de alegría y con naturalidad: la experiencia de su larga vida les dice que Dios está especialmente en lo humilde, por eso no se extrañan ante tal Mesías.
Ana y Simeón reconocen la maravilla delante de ellos, el tesoro que Dios les regala y pone en sus manos, y lo aceptan dando gracias y bendiciendo.
Oración
«Enséñanos, Trinidad Santa, a reconocerte en los acontecimientos más sencillos. Concédenos una mirada capaz de asombrarse ante la maravilla. Y que no nos olvidemos nunca de alabarte y agradecerte.»
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(Domingo después de Navidad)
FAMILIA DE NAZARET (B)
Lc 2,22-40
Debemos aclarar que el modelo de familia de aquella época tenía muy poco que ver con el nuestro. Los estudios sociológicos, que se han hecho sobre la familia en tiempo de Jesús, no dejan lugar a duda. Si no tenemos en cuenta los resultados de esos estudios será imposible entender nada del ambiente en que se desarrolla la infancia de Jesús. El tipo de familia de Nazaret que se nos ha propuesto durante siglos, no ha existido. El modelo de familia del tiempo de Jesús, era el patriarcal. La familia molecular era inviable, tanto por motivos religiosos o sociológicos como económicos. ¿Qué podían hacer dos jóvenes de 13 y 14 años con un recién nacido entre los brazos?
Cuando el evangelio nos dice que José recibió en su casa a María, no quiere decir que fueran a vivir a una nueva casa. María dejó de vivir en la casa de su padre y pasó a integrarse en la familia de José. Esto no quiere decir que no tuvieran su intimidad y sus relaciones más estrechas los tres. El relato de la pérdida del Niño en Jerusalén es impensable en una familia de tres. Pero cobra su verosimilitud si tenemos en cuenta que es todo el clan el que hace la peregrinación y vuelven a casa todos juntos.
El relato evangélico que acabamos de leer no es histórico, pero es rico en enseñanzas teológicas. Está escrito sesenta o setenta años después de morir Jesús. Lucas quiere dejar claro, desde el principio de su evangelio, que la vida de Jesús estuvo insertada plenamente en las tradiciones judías. Su persona y su mensaje no son realidades caídas del cielo, sino surgidas desde el fondo más genuino del judaísmo tradicional.
Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos desarrollar, cualquiera que sea el modelo donde tenemos que vivirlos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás.
Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona, que es el valor supremo. Las instituciones no son santas, menos aún sagradas. Nunca debemos poner a las personas al servicio de la institución, sino al contrario. Con demasiada frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos de ellas con uñas y dientes. Claro que no son las instituciones las que tienen la culpa. Son algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para conseguir sus propios intereses egoístas a costa de los demás.
No debemos echar por la borda una institución porque me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer en mi verdadero ser, me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano; ni siquiera cuando me reporte ventajas o seguridades egoístas. La familia, cualquier modelo de familia, puede ser el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, no solo durante los años de la niñez o juventud, sino que debe ser el campo de entrenamiento durante todas las etapas de nuestra vida. El hombre solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. Y toda familia es el marco privilegiado.
La familia es el marco más apropiado para las relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio. Si en la familia superamos la tentación del egoísmo amplificado, aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad: exigir cada día menos y darse cada día más.
No tenemos que asustarnos de que la familia esté en crisis. El ser humano está siempre en constante evolución, si no fuera así, hubiera desaparecido hace mucho tiempo. En el evangelio no encontramos un modelo específico de familia. Se dio siempre por bueno el existente. Más tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal era muy avanzado. Los cristianos de los primeros siglos hicieron muy bien en adoptar ese modelo. Lo malo es que se sacralizó y se vendió después como único modelo cristiano, sin hacer la más mínima crítica.
Con el evangelio en la mano, debemos intentar dar respuesta a los problemas que plantean los distintos modelos de familia hoy. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas. No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio es indisoluble. Más del 50 % se disuelven. No se trata de que las personas sean peores que hace cincuenta años. Hoy, para mantener un matrimonio, se necesita una madurez mayor.
Al no darse esa madurez, los matrimonios fracasan. Dos razones de esta mayor exigencia son: a) La estructura nuclear de la familia. Antes las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos. b) La mayor duración de la relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta años juntos. Es más fácil que surjan dificultades insuperables.
Como cristianos tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el uniforme modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a la actitud que debían tener cada ser humano en sus relaciones con los demás. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser, a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que permita o promueva esta relación puede ser cristiana.
No solo no es malo que se separe una pareja que no se ama. Es completamente necesario que se separen, porque no hay cosa más inhumana que obligar a vivir juntas a dos personas que no se aman. Esto no contradice en nada la indisolubilidad del matrimonio, porque lo único que demostraría es la falta de amor que ha hecho nulo, de todo derecho, lo que hemos llamado matrimonio. Si hay sacramento ciertamente es indestructible. Pero, para que haya sacramento es imprescindible el amor auténtico.
Aunque lo parezca, no es el título de una película de terror. Es una invitación navideña a dirigir la mirada a las mutaciones, cambios y transfiguraciones que vivieron algunos personajes de los relatos evangélicos del nacimiento de Jesús. Con la secreta intención de que a quien lo lea, le entren ganas de apuntarse también a“mutante”.
Zacarías e Isabel abren el pórtico del evangelio de Lucas, viejísimos ellos, cumplidores modélicos de la Ley y acostumbrados (mayormente él) al Templo, sus horarios y sus inciensos; estériles ambos (mayormente ella) y con poco futuro por delante. Pero después de la visita del ángel, él se queda mudo (¿se habría vuelto todo él escucha?), pero vuelve a casa rejuvenecido y ella se queda embarazada (rejuvenecida también vía consorte). Y de puro contenta, se quita de en medio durante cinco meses para saborear, sin que nadie la moleste, su pequeño magnificat: ¡Así me ha tratado Dios!
María entra en escena como una mujer de su casa, calladita ella como corresponde a muchacha honesta, casadera, vecina y residente en Nazaret. Pero sale de escena transformada en una mujer intrépida y caminante que se atraviesa medio país para encontrar a Isabel y poder contarse la una a la otra (pero ¿de qué se ríen las mujeres?) cómo las ha tratado Dios y lo contentas que están con Él y con las primeras pataditas de sus niños.
De lo de José tiene un poco de culpa su propio nombre (“que el Señor añada…”), y vaya que si le añadió: como hombre justo, prudente y temeroso de Dios, había decidido cerrar sigilosamente la puerta de su vida y de su casa dejando fuera a María, por puro respeto y por pura discreción. Pero no le quedó más remedio que abrírsela de par en par y dejar que entrara, no sólo ella, sino también y como “añadido” el que iba a asociarle a su torbellino mesiánico.
A los pastores los vemos al principio en lo suyo de cuidar ovejas, amedrentados y un poco liados en medio de aquella noche loca de ángeles, cánticos y resplandores en torno a una cuadra. Pero al final ya no parecen los mismos y, en vez de hablar de sus temas de siempre (“Estos piensos ya no son como los de antes”; “Lo que faltaba: Estrellita de parto precisamente esta noche”; “A ver si se van pronto los ángeles, que ya va siendo la hora de ordeñar…”), se ponen a “glorificar y a alabar a Dios”, dejando inventados de golpe el canto gregoriano, la Filarmónica de Viena y el Orfeón Donostiarra.
Para Simeón y Ana lo de subir cada día al Templo formaba parte de su rutina, eso sí, empleando cada día más tiempo en el recorrido: “Cada día distingo peor estos dichosos peldaños”, “No te quejes que subirlos con artritis es muchísimo peor…” Pero cuando él tuvo al Niño en sus brazos (¿qué hace un Niño como tú en un Templo como este…?) le reverdeció todo el ser, como si se le llenaran los ojos de candelas y sus rodillas vacilantes recobraran vigor. Se le fue del todo el miedo a la muerte y era como si en vez de sostener él al Niño, fuera éste quien le sostuviera.
Ana decidió aquella mañana que para ella se habían acabado los ayunos, las penitencias y las vigilias: se puso un pañuelo blanco en la cabeza y, en plan abuela de la Plaza del Templo, daba vueltas por allí, con la imagen del Niño grabada en sus pupilas y contándole a todo el mundo cómo era.
Y sintieron ellos, lo mismo que todos los demás (lo mismo que nosotros si estamos dispuestos a “mutar”), que habían llegado por fin a sí mismos.
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