Hay un tema, entre muchos, que destaca a la Iglesia de hoy, y es el de los «signos de los tiempos». Es el gran horizonte dentro del cual la Iglesia ha querido moverse, no ya en el conflicto y el rechazo de lo contemporáneo, sino en la escucha de la historia como lugar teológico donde el Espíritu se manifiesta e indica posibles caminos de bien evangélico.
A partir de la Gaudium et Spes, que declara que «es deber permanente de la Iglesia escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» [4], se ha renovado, por tanto, la atención a lo que se mueve en el presente para captar los signos de la acción y del decir de Dios. El Adviento puede ser también inspirador y movilizador de ese núcleo hermenéutico y profético, tan actual también por el paso epocal y eclesial que estamos viviendo -pensemos, por ejemplo, en el Sínodo sobre la sinodalidad-.
¿Qué características deben tener los signos de los tiempos para que un acontecimiento se configure como tal de tal manera que no sobre interpretemos los fenómenos atribuyendo al Espíritu lo que, por el contrario, no le pertenece?
Los signos de los tiempos son acontecimientos que conciernen a lo humano y no al mundo natural. No se trata de episodios puntuales, sino de tramas entrelazadas de hechos que parten de un cruce capaz de abrir un espacio, un hiato, una apertura que dan lugar a nuevas direcciones. La lectura de los signos de los tiempos deben hacerse a la luz de la Revelación, es decir, deben comprenderse en Cristo y en el Espíritu -el signo por excelencia es Cristo mismo-, por lo que Él abre la posibilidad de que todo acontecimiento humano brille con luz mesiánica.
La emancipación de la mujer; la actitud del personal sanitario en las pandemias, a quienes se ha confiado también la tarea del acompañamiento espiritual en las coyunturas decisivas de la enfermedad y de la muerte; la nueva sensibilidad climática entendida como cuidado de lo humano y de la creación, o ya sea el movimiento migratorio de millones de personas,…, nos encontramos así ante signos de los tiempos que hay que leer, interpretar y dar un impulso evangélico, para tratar de entender lo que Dios está diciendo a los cristianos.
La pregunta sigue siendo, sin embargo: ¿qué hemos hecho de ciertas intuiciones fecundas, que proféticamente captamos como Iglesia y que, sin embargo, hemos dejado de lado con demasiada precipitación? Me refiero a cuestiones que abren a la reflexión y llaman a la responsabilidad, sobre las que con demasiada frecuencia nos detenemos demasiado poco en la vida cotidiana de la Iglesia.
El discernimiento sobre los signos de los tiempos debe realizarse siempre juntos, en la escucha recíproca, en la apertura, en la parusía, en un camino común, ya que la capacidad de captar aperturas de fe presupone relaciones. Es éste el «criterio relacional» que también hemos visto actuar en los Sínodos del pontificado del Papa Francisco, un criterio que requiere siempre una pluralidad de puntos de vista en la integración. Así es todo discernimiento comunitario.
El objetivo, por supuesto, es siempre madurar un seguimiento evangélico para hoy, en la perspectiva mesiánica, en el continuo alimento de la fe -tanto del individuo como de la Iglesia. Leer los signos de los tiempos no es nunca, por tanto, una acción neutra, sino profundamente transformadora, porque conduce a una comprensión siempre nueva del Evangelio que hay que profundizar.
En la base, como siempre, está el misterio de Dios encarnado en Cristo, cuyo redescubrimiento es, sigue siendo, el gran desafío del siglo XXI.
Comentarios desactivados en Debemos sembrar semillas LGBTQ+ en el Sínodo, incluso cuando la mayoría falla
La reflexión de hoy es del editor gerente de Bondings 2.0, Robert Shine.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 15º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
La esperanza abundó en octubre de 2021 cuando el Papa Francisco lanzó el “Sínodo sobre la Sinodalidad”. Este proceso de varios años de caminar juntos como pueblo de Dios es visto por muchos como el evento eclesial más importante desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960. Es muy probable que sea la marca definitoria del pontificado de Francisco.
Ya llevamos casi dos años en este viaje. Varias etapas han ido y venido —local, diocesana, nacional, continental—, frecuentemente marcadas por la escucha, la apertura, el diálogo y la reflexión. Los temas LGBTQ+ fueron prominentes en cada etapa, apareciendo en muchos informes nacionales y en seis de los ocho informes continentales. El documento de trabajo para la asamblea de este octubre incluye dos referencias a la inclusión LGBTQ+, y un documento anterior de la oficina del Sínodo reconoció cuán frecuente era el problema a nivel mundial. Y ahora, habrá una serie de líderes de iglesias LGBTQ positivos que participarán en la asamblea del Sínodo en Roma este octubre.
Lo confieso: este camino sinodal todavía me emociona mucho y tengo grandes esperanzas en él. A menudo me he preguntado cómo debe haber sido ser católico después del Vaticano II cuando había tanta energía por la reforma en la iglesia y la justicia en el mundo. Ha sido difícil de imaginar.
Crecí en una iglesia diferente donde Benedicto XVI era Papa y el abuso sexual del clero era lo que ocupaba los titulares. Si bien aún quedan muchos desafíos para la iglesia y el mundo, ahora entiendo un poco mejor cómo era esa energía en la era posterior al Vaticano II, cuando tantos profetas hablaron y comenzaron tantos grupos católicos de justicia.
Aún así, algunas personas hoy me advierten que maneje las expectativas. Estas advertencias no provienen de los críticos abiertos del Sínodo, sino de amigos y colegas comprometidos con el camino sinodal, pero que cuestionan esa esperanza inicial que una vez compartimos.
Todo esto estaba en mi mente cuando me senté con las lecturas de hoy que presentan la parábola del sembrador. Las lecturas no me entusiasmaron. No solo es una parábola que todos conocen, sino que incluso es una parábola que Jesús explica directamente. Muchas reflexiones sobre esta parábola se centran en los “héroes” de esta historia: las semillas que caen en tierra fértil y dan frutos en abundancia. Estas semillas, que Jesús explica, son las personas que escuchan la palabra de Dios y la entienden. Ellos son quienes debemos esforzarnos por ser con vidas interiores ricas y relaciones fructíferas con Dios. En resumen, todas las lecturas parecen bastante sencillas.
Sin embargo, la mayor parte de la parábola y la explicación de Jesús en realidad no se trata de los aparentes héroes, las semillas en tierra fértil. En cambio, se presta más atención a los fracasos: las semillas en un sendero que se convirtió en comida para pájaros, las semillas quemadas por el sol por carecer de raíces, las semillas estranguladas por las espinas. Las tres cuartas partes de las semillas arrojadas por el sembrador de la parábola simplemente murieron. Si las semillas son la palabra de Dios, esa es una tasa de fracaso bastante alta para recibir a Dios.
Cambiemos un poco la parábola presentando a las personas y aliados LGBTQ+ como sembradores. Las semillas son nuestras historias, nuestra fe, nuestras alegrías y esperanzas, nuestras penas y ansiedades, nuestra defensa y ministerio, siendo arrojadas por el paisaje, en este caso la Iglesia Católica. Si somos honestos, a menudo es cierto que nuestra tasa de fracaso es casi la misma que la de Dios. Trabajamos mucho, nos arriesgamos tanto, nos sacrificamos bastante y, sin embargo, las semillas que echamos fracasan: se topan con gente que no comprende, gente que nos acepta pero con limitaciones, gente que es aliada hasta que cuesta, gente dispuestos a ceder su privilegio para crear equidad para otros.
No quiero sugerir que el fracaso, ya sea en la palabra de Dios o en nuestro trabajo, deba ser el enfoque. El fracaso no es la comida para llevar aquí. La conclusión es que incluso cuando la tasa de fallas es alta, Dios todavía produce bienes en gran abundancia. La historia de la iglesia está repleta de historias de cómo las semillas de la palabra de Dios fueron plantadas en la rica tierra de pequeñas comunidades o incluso de una persona singular con una fe profunda, que luego tuvo un impacto enorme para cambiar el mundo.
Estos últimos dos años, las personas LGBTQ+ y sus aliados han estado sembrando semillas de inclusión a lo largo del proceso sinodal. Es probable que muchas de esas semillas, quizás la mayoría, fracasen. Pero solo se necesitan unas pocas semillas en la tierra adecuada para que Dios produzca un bien tremendo. No podemos saber qué conversación tuvimos, carta que escribimos, recurso que compartimos u oración que pronunciamos que será la semilla que echará raíces. Por eso debemos seguir sembrando ampliamente, predicando la inclusión a todo aquel que escuche y testimoniando la santidad de nuestras identidades y nuestro amor.
El viaje continúa hasta octubre de 2024 con más altibajos por venir. Pero cuando veo cuán poderoso ha sido el impacto de los católicos pro-LGBTQ+ en este proceso hasta ahora, ¿cómo no puedo tener esperanzas? No obtendremos todo lo que buscamos. Eso es seguro. Sin embargo, sí creo que habrá muchos buenos frutos de las semillas que arrojamos que están encontrando un suelo fértil.
Para ver la cobertura completa de Bondings 2.0 del Sínodo sobre la sinodalidad, haga clic aquí. Para ver todos los recursos del New Ways Ministry sobre el Sínodo, incluida una lista completa de los participantes de la asamblea de octubre de 2023 con registros LGBTQ+, haga clic aquí.
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 16 de julio de 2023
Comentarios desactivados en “Aprender a sembrar como Jesús”. 15 Tiempo ordinario – A (Mateo 13,1-23)
No fue fácil para Jesús llevar adelante su proyecto. Enseguida se encontró con la crítica y el rechazo. Su palabra no tenía la acogida que cabía esperar. Entre sus seguidores más cercanos empezaba a despertarse el desaliento y la desconfianza. ¿Merecía la pena seguir trabajando junto a Jesús? ¿No era todo aquello una utopía imposible?
Jesús les dijo lo que pensaba. Les contó la parábola de un sembrador para hacerles ver el realismo con que trabajaba y la fe inquebrantable que le animaba. Las dos cosas. Hay, ciertamente, un trabajo infructuoso que se puede echar a perder, pero el proyecto final de Dios no fracasará. No hay que ceder al desaliento. Hay que seguir sembrando. Al final habrá cosecha abundante.
Los que le escuchaban la parábola sabían que estaba hablando de sí mismo. Así era Jesús. Sembraba su palabra en cualquier parte donde veía alguna esperanza de que pudiera germinar. Sembraba gestos de bondad y misericordia hasta en los ambientes más insospechados: entre gentes muy alejadas de la religión.
Jesús sembraba con el realismo y la confianza de un labrador de Galilea. Todos sabían que la siembra se echaría a perder en más de un lugar en aquellas tierras tan desiguales. Pero eso no desalentaba a nadie: ningún labrador dejaba por ello de sembrar. Lo importante era la cosecha final. Algo semejante ocurre con el reino de Dios. No faltan obstáculos y resistencias, pero la fuerza de Dios dará su fruto. Sería absurdo dejar de sembrar.
En la Iglesia de Jesús no necesitamos cosechadores. Lo nuestro no es cosechar éxitos, conquistar la calle, dominar la sociedad, llenar las iglesias, imponer nuestra fe religiosa. Lo que nos hace falta son sembradores. Seguidores y seguidoras de Jesús que siembren por donde pasan palabras de esperanza y gestos de compasión.
Esta es la conversión que hemos de promover hoy entre nosotros: ir pasando de la obsesión por «cosechar» a la paciente labor de «sembrar». Jesús nos dejó en herencia la parábola del sembrador, no la del cosechador.
Comentarios desactivados en “Salió el sembrador a sembrar”. Domingo 16 de julio de 2023. 15º domingo de tiempo ordinario.
Leído en Koinonia:
Isaías 55,10-11: La lluvia hace germinar la tierra Salmo responsorial: 64: La semilla cayó en tierra buena y dio fruto. Romanos 8,18-23: La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios Mateo 13,1-23: Salió el sembrador a sembrar
El libro del profeta Isaías se divide en tres parte: la primera la podemos llamar el libro de la denuncia; la segunda el libro del anuncio y la tercera la consolación. El texto que hoy leemos pertenece a esta última sección del libro y nos da ya una pista para la interpretación del pasaje. Isaías III nos presenta una comparación que subraya el papel fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua, desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para reemprender de nuevo su ciclo. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la boca de Dios, hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada.
Esta comparación nos ayuda a comprender que la palabra que Dios nos comunica no gira en el vacío, sino que se dirige a los ‘terrenos cultivados’, o sea , a todas las personas que con devoción y cariño preparan su mente y sus afectos para que sea eficaz la palabra que ellos reciben de Dios por medio de los profetas. De este modo, la comparación resalta dos elementos muy importantes: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla ya reposa y la palabra retorna a su fuente de origen.
El evangelio de Mateo complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservar sino esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela. El otro elemento decisivo, el terreno, responde de diferente manera según la ‘calidad’ de la tierra. La buena disposición de cada pedazo de la parcela constituye el factor desicivo para el éxito de la empresa. La semilla es buena, pero el terreno responde de manera desigual.
La interpretación de la parábola que aparece en la sección siguiente del evangelio, nos da unas claves poderosas de comprensión. La disposición del terreno se refiere a la actitud de las personas. Algunas se dejan cultivar y ofrecen una tierra apta donde la semilla echa raíces profundas. Otras, en cambio, ofrecen terrenos donde la semilla se pierde por exceso de dureza, por descuido, superficialidad o negligencia. Tanto el grupo representado por los buenos terrenos, como el grupo representado por los terrenos no receptivos, forman parte de la misma parcela. Los dos están en la misma geografía, en la misma historia y en el mismo momento. No hay excusa válida para justificar la falta de acogida y de respuesta.
Esta parábola se refiere a una realidad de la comunidad cristiana sobre la que ya se había hecho una profunda recepción. En la comunidad, representada por la parcela, se encuentran terrenos, es decir personas, con diferentes actitudes y proyectos. No se puede saber de antemano qué respuesta va a dar cada quien. Lo único que se sabe es que el sembrador reparte con generosidad su fértil semilla. En el desarrollo del proceso de cultivo se sabe quién es apto y quién no. Pero no basándonos en criterios arbitrarios, sino en el fruto que cada quien muestra. La expresión ‘dar frutos’ tiene un valor muy preciso en la Biblia y se refiere siempre a la respuesta positiva del ser humano al proyecto de Dios. Pero no a cualquier proyecto presentado en nombre de Dios, sino a la propuesta de los profetas que Jesús de Nazaret ha llamado ‘reinado de Dios’. Es decir, una experiencia humana donde sea posible el amor solidario, la libertad para hacer el bien y la justicia responsable.
La parábola del sembrador nos pone en contacto con la profecía consoladora de Isaías. La palabra de Dios actúa en la historia humana en las personas que cultivan el terreno sorprendente del amor solidario, de la escucha atenta del hermano y del servicio generoso y desinteresado a los excluidos. La palabra de Dios se hace fecunda en las comunidades y personas que asumen una actitud responsable ante la historia y no permiten que la ‘buena nueva del Evangelio’ se convierta en consigna barata ni en cliché de espiritualizaciones alienadoras y superfluas, sino que procuran siempre que la palabra del profeta sea eficaz en la historia.
Pablo, en la Carta a los Romanos, nos propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que Dios ha dado al ser humano en la historia (Gn 2,4-25), aguarda con impaciencia la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús nos abre a la esperanza de un futuro en el que la Humanidad se reconoce en la justicia y en el amor solidario, y no en la muerte y la guerra. Leer más…
Comentarios desactivados en 16.7.23 (Dom 15 TO). Salió Jesús a sembrar (Mt 13, 3-9).
Del blog de Xabier Pikaza:
Salió a sembrar en toda tierra el Reino… y precisamente por hacerlo como hizo, sembrando en toda tierra, sin limitarse a mantener según ley oficial su rebaño en la buena tierra de los justos… por sembrar donde decían que no era lugar ni momento de siembra (entre pobres, excluidos, enfermos, desterrados, impuros…) le mataron, y su vida así sembrada fue semilla de Reino en toda tierra.
Ahora, este año 2023, son muchos los que dicen que llevamos decenio sin haber sembrado. Vivimos de rentas caducadas y de rebusca mezquina, mientras la tierra se angosta sin agua de vida, sin semilla de palabra. Nos hemos especializado en ser pastores de un rebaño de rediles viejos, mientras son pocos los que salen a los campos de la siembra
Dicen que llevamos decenios sin siembra verdadera de evangelio, como si debiéramos limitarnos a enterrar muertos antiguos, en contra de Jesús que decía: “Dejad que los . Jesús nos dice hoy que tomemos el zurrón de las semillas y sembremos, a fondo perdido, en esperanza de futuro, en toda tierra.
| X.Pikaza
Evangelio
Mt 13 3b Salió el sembrador a sembrar, 4 y, al sembrar, unas semillas cayeron al borde del camino; y vinieron los pájaros y las comieron. 5 Y otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y, como la tierra no era profunda, brotaron en seguida; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemaron y por falta de raíz se secaron. 7 Otras, en cambio, cayeron entre zarzas, y crecieron las zarzas y ahogaron la semilla. 8 Pero otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien; otras sesenta; otras treinta. 9 Quien tenga oídos oiga [1].
Sembradores de palabra
Jesús nos ha hecho sembradores de Palabra. Éste es nuestro primer oficio en la iglesia. Hay un sembrador principal que es Dios; hay un director de sembradores que es Jesús… Con él estamos todos nosotros, sembradores de evangelio en las nuevas tierras de la vida, el año 2023. Vamos a sembrar, hermanos, a sembrarnos nosotros mismos como palabra de evangelio.
‒ ¿Por qué hay diversas tierras, y algunas son malas para la semilla: el camino, el pedregal, el zarzal? ¿No hizo Dios todas las tierras buenas (Gen 1)? El problema no se resuelve simplemente diciendo que las tierras son los seres humanos que deben hacerse buenos, como en la forma actual de la parábola, sino que debemos preguntar: ¿por qué hizo Dios o permitió que hubiera tierras malas, hombres y mujeres que parecen incapaces de acoger la semilla?
‒ Si el sembrador es Dios ¿por qué actúa de esa forma, como si no conociera su oficio de sembrador que sólo siembra en buena tierras?¿Por qué ha dejado que parte de su semilla cayera en la tierra dura del camino, en el zarzal o el pedregal? ¿Por qué no ha hecho primero que todos los terrenos (hombres y mujeres) fueran buenos? En esa línea, el texto parece estar suponiendo que Dios (o el mesías sembrador) no conoce bien su oficio, pues malgasta semilla en terrenos al parecer poco aptos. ¿O es que Dios quiere que todos los terrenos sean aptos?
— La siembra del Dios-Mesías depende de que nosotros (sus sembradores) salgamos al campo de la vida y sembremos su palabra en toda tierra, de forma creadora. Eso sigue significando que la obra mesiánica se entiende en forma dramática y dialogal, condicionada no sólo para bien, sino también para mal, por la acogida-respuesta de los hombres, conforme a la división de las diversas tierras, que no parece paritaria, sino desigual (pues hay tres tipos de mala tierra, y sólo un tipo de buena):
‒ Camino duro y pájaros (13, 4). Sembrar en el camino, sin que la semilla pueda hundirse en la tierra, es dejarla a merced del viento o de los pájaros. Jesús ha de saberlo, y sabe (en forma de parábola) que los pájaros están ahí, formando una amenaza para la siembra, un riesgo para la obra de Dios. Sobrevuelan sobre el campo; pero sólo son peligrosos allí donde la tierra es dura y no absorbe la semilla, es decir, allí donde es como un camino pisado y repisado.
Éstos son los pájaros de Dios de Mt 6, 25-34 (señal de su providencia generosa), pero mirados desde otra perspectiva, esos pájaros son signo del peligro que corre la semilla cuando no penetra en la hondura de la vida humana, quedando así a merced de esos pájaros, que comen todo lo que encuentran. ¿No se podría decir, en esa línea, que las semillas del camino son bendición para los pájaros, pero no sirven para la cosecha?
‒ Pedregal y sol que quema la semilla (13, 5-6). El sol es necesario para que madure la semilla, como saben bien los agricultores. Sin tierra con agua (¡aquí ausente!) y sin luz-calor de sol no hay cosecha. Pero allí donde la tierra carece de profundidad y no acoge en hondura la semilla, y no permite que las raíces de la planta penetren y se arraiguen, por ser pedregosa, en vez de tener profundidad y ofrecer un “humus” (lugar de alimentación y crecimiento para la semilla), calienta el sol y se convierte en fuego que calcina y quema la planta recién nacida. Dios mismo es semilla, pero si el hombre no tiene profundidad y no le acoge ni Dios puede germinar en su tierra.
‒ Campo de espinas que ahogan la semilla (13,7). Además de los pájaros del aire y del sol ardiente, que quema las pequeñas raíces de las plantas en tierra pedregosa, la siembra puede y en algún sentido debe crecer en un espacio de “competencia biológica”, en un contexto de enfrentamientos vitales donde actúan también otras plantas que estaban ya allí, que (en sentido externo) pueden ser más poderosas que la semilla sembrada.
Frente a la planta buena de Dios hay otras, que parecen más adaptadas y más fuertes y pueden ahogarla. También las espinas tienen derecho a crecer, también los cardos, todo tipo de variedades agrarias. Ciertamente, si quiere sobrevivir como especie “inteligente”, el hombre debe quitar espacio a las espinas y cardos, para que brote la buena semilla, pero si destruimos toda la inmensa variedad de especies vegetales que parece inútiles (con pesticidas…) corremos también el riesgo de destruir la vida humana.
‒ Semilla buena en tierra buena (13, 8). Aquí se expresa el “milagro” de la siembra: buena semilla en buena tierra. ¿Tierra buena “de Dios”, es decir, en estado natural, o tierra buena roturada y preparada, limpiada y regada cuidadosamente por los hombres? A pesar de todos los enemigos que pueden actuar y actúan, desde fuera y desde dentro de la tierra, el sembrador se arriesga, y prepara la tierra, y una parte de su semilla cae sobre un lugar adecuado, de manera que su obra resulta positiva, tiene éxito. Aquí también peguntamos: ¿Por qué es buena la tierra, en qué medida es obra suya y en qué medida es resultado del esfuerzo del labrador que la cuida y prepara?
Mirada desde sí misma, esta parábola no puede razonarse, está ahí, como visión originaria, , para que aprendamos a pensar, para que respondamos. En ese contexto debemos plantear la función del mesías sembrador y de nosotros sus colaboradores, su cuadrilla de siembra.
Así nos dice Jesús que salgamos a sembrar, este año 2023, en esta tierra que muchos parecen haber abandonado. Podría haber dicho Jesús: Salió el sembrador y una parte de su semilla cayó entre ruinas de campo abandonados, por olvido quizá de los sembradores antiguos…,quizá por cambio de los tiempos.
Ampliación: Sobra la siembra en parábolas
Volvamos a leer el texto. Austeramente describe Jesús lo que sucede a la semilla, empleando experiencias normales de la agricultura, de manera que sus oyentes puedan entenderlo. Todo es normal, prosa concreta, sin atisbo de enseñanza exclusivista de corte de reyes o palacio de nobles. Pero escuchada mejor esa parábola y otras resultan sorprendentes, una enseñanza más alta y paradójica, pensada para que la gente piense por sí misma.
Una educación de campo. Esta parábola del sembrador parece sencilla… Muchos mayores tenemos todavía en los ojos la imagen del abuelo en los campos duros de la tierra antiguo. Aquel abuelo nos decía: Un buen sembrador siembra sólo en buena tierra y no desperdicia los granos entre piedras, caminos y zarzas. Jesús, en cambio, parece empeñarse en sembrar sobre suelos que no pueden prepararse, pues no son apropiados para ello (camino, pedregal, zarzal).
Un viejo amigo educador me decía: Esta nueva juventud no es “materia de religión” (no es campo donde pueda sembrarse el evangelio…); y sin embargo seguía buscando, imaginando, sembrando…. Para el futuro, me decía, quizá para sus nietos. Pero tenemos que seguir sembrando, y hacerlo de otra forma, como hizo Jesús, que rompió los métodos pedagógicos de los escribas y sacerdotes de su tiempo:
Es evidente que necesitamos una sabiduría más alta. La parábola expresa la sabiduría de Dios, que dice su palabra por Jesús, sembrando semilla en toda tierra.
El buen científico, hombre de sistema, busca eficacia y calcula, piensa de antemano y escoge la tierra más fértil y adecuada. Nos diría quizá no no tenemos métodos; que hagamos ciencia, si queremos progresar, que dejemos la siembra de evangelio.
Pero nosotros estamos empeñados en sembrar como Jesús… Él sabía que los sembradores de evangelio necesitamos una lógica distinta, propia del Dios sabio, que introduce su semilla/palabra en toda tierra.
Jesús no era sabio de puras razones, sino que iba enseñado (sembrando su palabra, sembrándose a sí mismo) en la universidad de la calle, para que todos pudieran pensar y sentido el color y sentido de las cosas, no porque él las dijera desde arriba (que nos las decía así), sino porque al decir sus palabras se decía a sí mismo. No era un erudito en el sentido normal, repetidor de textos al servicio del sistema.
Jesús aparece en el evangelio como sabio, pero haciendo a todos podamos ser sabios a su lado, pues ofrece y comparte su palabra con pobres, ignorantes, enfermos…. No busca imágenes herméticas, ni signos de sabiduría especializada. Al contrario, él mira donde todos miran: hacia el lago de los pescadores, hacia el campo de los sembradores, hacia el monte donde guardan su rebaño los pastores… y dice su palabra de iluminación, de comunión, de promesa.
Jesús enseña a sus oyentes a mirar y ver de otra manera. De esa forma se ha fijado en el padre que reparte la herencia entre sus hijos, en las muchachas que acompañan a la novia, en la mujer que amasa el pan o busca la moneda perdida en las esquinas de la casa. Él ha mirado también a los arrendatarios y obreros, con aquellos que hacen guardia por miedo a los ladrones, de tal manera que en un primer nivel sus parábolas parecen algo de tal forma simple que todos las entienden. Pero luego, al pensar mejor en ellas, descubrimos su extrañeza, de forma que debemos pensarlas y entenderlas por nosotros mismos.
Las parábolas emplean, de esa forma, un lenguaje de choque que los niños pueden entender y acoger mejor que los mayores, los “ignorantes” mejor que los letrados. No son alegorías, de manera que no pueden interpretarse detalle a detalle, sino que han de entenderse en su conjunto, evocando en ellas la imagen central, para destacar después su novedad, que es paradójica, pues rompe el nivel del razonamiento ordinario, la lógica diaria, para introducirnos en el espacio sorprendente de la gracia de Dios que se expresa en la vida humana. No pueden entenderse desde la lógica normal, sino que nos transportan a un nivel de realidad donde saber es sorprenderse, subiendo de plano, para entrar en la vida en Dios, como volveremos a poner de relieve en el capítulo final de este libro.
Jesús no ha contado las parábolas para divertir a los curiosos, como un bufón de corte a quien se le permite decir cosas prohibidas a otros; no ha tejido sus poemas para distraer a los demás, sino para interpelarles, haciendo que ellos mismos se vuelvan creadores, sorprendidos, iluminados, incitados:
‒ Las parábolas sorprenden. Donde todo parecía normal introducen ellas un signo más alto de interrogación. ¿Se puede arrojar la semilla entre las zarzas? ¿Debe el padre recibir al hijo pródigo y darle una nueva herencia después que ha gastado la primera, a detrimento del hijo que ha quedado en casa? ¿Es justo el patrono que paga al jornalero de la hora undécima lo mismo que al primero? ¿Puede el comerciante gastar todo su dinero por comprar ado ante estas y otras parábolas sin hallar una respuesta, pues quieren saber sin comprometerse, de manera que acaban mirando y no ven. Por el contrario, aquellos que deciden entrar en su dinámica saben que ellas son verdaderas.
No se pueden entender por pura ciencia, si no hay un compromiso personal que nos permita penetrar en ellas. Por eso, todas las hermenéuticas teóricas (propias de intérpretes que quieren ser neutrales) resultan incapaces de hacernos entender su contenido, pues Jesús, como poeta, sólo cuenta su secreto al que se deja interpelar y enriquecer por su palabra, penetrando en ella. Lógicamente, él no ha fundado una escuela de templo, para organizar los ritos de los sacerdotes y realizar mejor los sacrificios. Tampoco ha creado una academia rabínica, para interpretar mejor la Ley y las tradiciones, en la línea de los nuevos especialistas rabínicos, sino que ha sido más bien un sabio mesiánico, contador de parábolas, no para saber más, sino para ser y hacer, es decir, para madurar como seres humanos y ayudarse unos a otros.
‒ Las parábolas son sabias siendo paradójicas: no ofrecen enigmas en el sentido usual de la palabra, ni adivinanzas de iniciados, sino que exponen de forma sencilla, pero sorprendente, el lado más profundo de la realidad, situándonos en aquello que parece conocido (siembra o viña, pesca o tesoro del campo…), para introducirnos desde allí hacia lo desconocido y fundamental, que es la presencia gratuita y creadora de Dios, que invierte y transfigura todo, para abrirnos así un camino de Reino.
‒ Ellas hablan desde el lugar donde gracia de Dios y tarea de la vida se vinculan, haciendo pasar ante nosotros una serie de figuras paradójicas (samaritano, publicano, pródigo, mendigo…), para mostrarnos la extrañeza creadora del Reino. Ellas no pueden entenderse como inversión de la realidad actual (al modo hegeliano marxista), pues esa inversión sigue estando al servicio de un sistema de violencia. Superando ese nivel (tesis y antítesis, poder del sistema), las parábolas nos llevan el lugar de la sabiduría primera, donde se revela Dios y los humanos aprenden a entenderle, en gracia sorprendida.
Jesús eleva su mensaje sobre (contra) la verdad oficial de su entorno (sospecha de ella), no para criticarla con envidia o destruirla con violencia, sino para llevar a sus oyentes al más hondo manantial de su saber, para mirar las cosas y personas desde la ribera de la gratuidad, con los ojos salvadores de Dios.
Precisamente allí donde parece que todo está resuelto, donde sacerdotes y jerarcas judíos o cristianos elaboran su sistema de seguridades, expulsando a los pobres o pequeños, ha proclamado Jesús su protesta creadora, en favor de ellos. Él no es un erudito al servicio del gran “todo” (la seguridad del sistema, el señorío de los poderosos), sino sabio que habita al interior de la vida de hombres y mujeres, poniéndose siempre al lado de los pobres. Desde ese fondo, sus parábolas son voz de aviso: denuncia para aquellos que buscan seguridades a costa de los otros; anuncio de salvación para los excluidos del sistema.
Notas
[1] En general, cf. J. D. Crossan,The seed parables of Jesus, JBL 92 (1973) 244-266; Ch. Dietzfelbinger, Das Gleichnis vom ausgestreuten Samen, en E. Lohse. (ed.), Der Ruf Jesu und die Antwort der Gemeinde, FS Joachim Jeremias, Vandenhoeck, Göttingen 1970, 80-93; B. Estrada-Barbier, El Sembrador: perspectivas filológico-hermenéuticas de una parábola, Pontificia, Salamanca 1994;X. Léon-Dufour, La parábola del sembrador, en Estudios de Evangelio, Cristiandad, Madrid 1982.
[2] Sobre ese simbolismo sagrado, cf. M. Astour, La Triade de Déesses de Fertilité à Ugarit et en Grèce, Ugaritica 6 (1969) 9-23; L. Cencillo, Mito. Semántica y realidad, BAC, Madrid 1970; I. Cornelius, The Many Faces of the Goddess, BO, Freiburg/Schweiz 2004; W. Herrmann, Aštart, MIO 15 (1969) 6-52; J. Morgenstern, Some significant Antecedents of Christianity, Brill,Leiden 1966, 81-96.
[3] Entendido así, lo que parece desinterés de Dios, que crea tierras muy distintas, y del Mesías, que se atreve a sembrar en todas ellas, puede presentarse como signo de un interés más hondo, pues Dios ofrece su palabra a toda tierra, un tema que dentro del evangelio de Mateo puede interpretarse como expresión de universalidad: Dios puede sembrar también y encontrar buena respuesta en tierra de gentiles, de manera que todo colabora al fin al despliegue de su obra, como supone Pablo en Rom 8, 28… Pero el tema de fondo no es aquí la oposición entre judíos y gentiles (entre buenos y malos sin más, como veremos en la parábola de la cizaña: 13, 24-43), sino entre diversos tipos de tierra, que por ahora aparecen de forma simbólica, y pueden aplicarse a todos los seres humanos, dentro y fuera de Israel.
El tema es mi tierra, la siembra de Dios en mi vida. Mirada así, esta parábola puede interpretarse desde dos perspectivas:
(a) Una, más emergentista, supone que todo está dado de algún modo en la primera tierra, y que el mesías de Dios actúa como buen partero, en línea mayéutica, para que nosotros descubramos lo está ya dentro de nuestra propia tierra, como ha puesto de relieve A. Torres, Repensar la revelación. Trotta, Madrid 2008.
(b) Otra, más creacionista, pone de relieve el poder de la semilla, que no es puramente nuestra, sino del mismo Dios, que se va haciendo semilla/palabra en la historia de la humanidad, y en nuestra propia historia… No todo está en la tierra, pues también es fundamental la palabra que viene de fuera y sorprende, transforma a los hombres. He desarrollado el tema en Antropología bíblica 2005..
Ya que este año el domingo 15 coincide con la fiesta de la Virgen del Carmen, aprovecho el envío para felicitar a todas las que celebren su santo. Feliz día.
Crisis ayer, hoy y siempre
Que la Iglesia actual (al menos en España) está en crisis no lo puede negar nadie. Baja el número de los que se confiesan cristianos, el número de bautismos y matrimonios, la práctica sacramental. Pero las crisis no son una novedad de la Iglesia actual. Se han dado siempre.
Una crisis con cinco interrogantes y siete parábolas: Mateo 13
El evangelista Mateo tuvo que enfrentarse a una de ellas. Probablemente no fue la primera. Pero él intentó ver sus diversos aspectos y ofrecer respuestas válidas a partir de la palabra de Jesús.
Al llegar a este momento de su evangelio (c. 13), el horizonte ha comenzado a oscurecerse. Lo que comenzó tan bien, con el seguimiento de cuatro discípulos, el entusiasmo de la gente ante el Sermón del Monte, los diez milagros posteriores, ha cambiado poco a poco de signo. Es cierto que en torno a Jesús se ha formado un pequeño grupo de gente sencilla, agobiada por el peso de la ley, que busca descanso en la persona y el mensaje de Jesús y se convierten en “mis hermanos, mis hermanas y mi madre”. Pero esto no impide que surjan dudas sobre él, incluso por parte de Juan Bautista; que gran parte de la gente no muestre el menor interés, como los habitantes de Corozaín y Betsaida; y, sobre todo, que el grupo religioso de más prestigio, los fariseos, se oponga radicalmente a él y a su doctrina, hasta el punto de pensar en matarlo.
Mateo está reflejando en su evangelio las circunstancias de su época, hacia el año 80, cuando los seguidores de Jesús viven en un ambiente hostil. Los rechazan, parece que no tienen futuro, se sienten desconcertados ante sus oponentes, no comprenden por qué muchos judíos no aceptan el mensaje de Jesús, al que ellos reconocen como Mesías. Las cosas no son tan maravillosas como pensaban al principio. ¿Cómo actuar ante todo esto? ¿Qué pensar? Mateo, basándose en el discurso en parábolas de Marcos, pone en boca de Jesús, a través de siete parábolas, las respuestas a cinco preguntas que siguen siendo válidas para nosotros:
¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? ― Parábola del sembrador.
¿Qué actitud debemos adoptar con los que rechazan ese mensaje? ― El trigo y la cizaña.
¿Tiene algún futuro este mensaje aceptado por tan pocas personas? ― El grano de mostaza y la levadura.
¿Vale la pena comprometerse con él? ― El tesoro y la piedra preciosa.
¿Qué ocurrirá a los que aceptan el mensaje, pero no viven de acuerdo con los ideales del Reino? ― La pesca.
Este domingo se lee la primera; el 16, las tres siguientes; el 17, las otras tres.
ADVERTENCIA PREVIA
El fragmento elegido, bastante largo, consta de tres partes:
1) Jesús cuenta la parábola del sembrador.
2) Los discípulos le preguntan por qué habla en parábolas. Jesús responde de forma enigmática y desconcertante.
3) Explica la parábola del sembrador.
La liturgia “por motivos pastorales”, permite limitarse a leer la primera parte. Que se suprima la segunda me parece lógico, porque es de los pasajes más difíciles del evangelio. Pero carece de sentido suprimir la explicación de la parábola. Sin ella, no se entiende nada.
1) El problema de la siembra y del sembrador
La parábola del sembrador responde al problema de por qué la palabra de Jesús no produce fruto en algunas personas. Parte de una experiencia conocida por un público campesino. Basta recordar dos detalles elementales: Galilea es una región muy montañosa, y en tiempos de Jesús no había tractores. El sembrador se veía enfrentado a una difícil tarea, y sabía de antemano que toda la simiente no daría fruto.
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
― Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.
No recuerdo si esta parábola forma parte de “La vida de Brian”, pero es fácil imaginar la cara de desconcierto de los oyentes y los comentarios irónicos a los que se presta. Ni siquiera los discípulos se enteraron de lo que significaba e inmediatamente le preguntan a Jesús: ¿Por qué les hablas en parábolas?
2) Explicando lo oscuro con algo más oscuro [se puede y debe suprimir]
La pregunta sirve para introducir el pasaje más difícil de todo el capítulo.
― A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
La liturgia permite suprimir la lectura de esta parte y aconsejo seguir su sugerencia, pasando directamente a la explicación de la parábola. Por si a alguno le interesa, comento al final, en un Apéndice, este difícil pasaje.
3) El sentido de la parábola [se puede, pero no se debe, suprimir]
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado en zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.
¿Por qué la palabra de Jesús no da fruto en todos sus oyentes? Se distinguen cuatro casos.
1) En unos, porque esa palabra no les dice nada, no va de acuerdo con sus necesidades o sus deseos. Para ellos no significa nada la formación de una comunidad de hombres libres, iguales, hermanos, hijos del mismo Padre.
2) Otros lo aceptan con alegría, pero les falta coraje y capacidad de aguante para soportar las persecuciones.
3) Otros dan más importancia a las necesidades primarias (la comida, el vestido) que al objetivo a largo plazo (el Reino de Dios). Dos situaciones extremas y opuestas, el agobio de la vida y la seducción de la riqueza, producen el mismo efecto: ahogan la palabra de Dios.
4) Finalmente, en otros la semilla da fruto. La parábola es optimista y realista. Optimista, porque gran parte de la semilla se supone que cae en campo bueno. Realista, porque admite diversos grados de producción y de respuesta en la tierra buena: 100, 60, 30. En esto, como en tantas cosas, Jesús es mucho más comprensivo que nosotros, que sólo admitimos como válida la tierra que da el ciento por uno. Incluso el que da treinta es tierra buena (idea que podría aplicarse a todos los niveles: morales, dogmáticos, de compromiso cristiano…).
Toque de atención y acción de gracias
La parábola podría leerse también como una llamada a la responsabilidad y a estar vigilantes: incluso la tierra buena que está dando fruto debe recordar qué cosas dejan estéril la palabra de Dios: el pasotismo, la inconstancia cuando vienen las dificultades, el agobio de la vida, la seducción de la riqueza.
Pero es más importante dar gracias porque el Señor ha sembrado en nosotros su palabra, la hemos acogido y, aunque solo sea un treinta por ciento, ha dado su fruto.
Invitación a la fe y al optimismo: Isaías 55,10-11 y Salmo 64
La crisis ante la situación actual puede venir en muchos casos de que centramos todo en la acción humana. Cuando nosotros fallamos y, sobre todo, cuando fallan los demás, creemos que todo va mal. Sólo advertimos aspectos negativos. En cambio, la primera lectura, que usa también la metáfora de la semilla y el sembrador, nos anima a tener fe en la acción misteriosa de la palabra de Dios, fecunda como la lluvia, que no dejará de producir fruto.
Así dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»
Este breve pasaje parece muy sencillo y teológico, casi al margen de la vida diaria. Sin embargo, es el punto final de los capítulos 40-55 del libro de Isaías, donde se anuncia la liberación de Babilonia y la vuelta a la patria. ¿Cómo será posible? A través de un rey humano, Ciro de Persia, y de la Palabra de Dios, que mueve la historia.
También nosotros debemos estar convencidos de que la semilla plantada no dejará de dar fruto. Será como la palabra del Señor, que «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad».
La acción de Dios la subraya el salmo, usando también imágenes campesinas. El Señor no solo planta la semilla, también riega la tierra, iguala los terrones, envía la llovizna, bendice los brotes. Al final, «los valles se visten de mieses que aclaman y cantan». El futuro es más esperanzador de lo que a veces pensamos.
APÉNDICE: El pasaje más difícil
Para explicar este pasaje cuento una parábola que me he inventado.
Había una vez un profesor de Matemáticas. A los pocos días de clase, advirtió que sus alumnos se dividían en dos grupos. Unos se tomaba la asignatura con interés, preguntaban lo que no entendían, preparaban las evaluaciones. No eran unas eminencias matemáticas, pero seguían con atención las clases. Los del otro grupo eran todo lo contrario: no atendían a la explicación, ni siquiera miraban a la pizarra, no estudiaban en privado y siempre estaban armando jaleo. Al cabo de unos meses, molesto el profesor con esta actitud, anunció a todos: “A partir de mañana, la clase se divide en dos grupos. Al primero le dedicaré todo el tiempo que necesiten, incluso echando horas extraordinarias. Al segundo, sólo le dedicaré el tiempo fijado, y le explicaré las matemáticas en inglés”.
Esta parabolilla ayuda a entender la respuesta de Jesús. Comienza dividiendo a su auditorio en dos grupos: el de los discípulos (“vosotros”) y el de los que no quieren atender (“los otros”). Los discípulos pueden conocer los misterios del Reino; los otros, no. ¿Por qué? Porque los discípulos se han comprometido con Jesús, están produciendo fruto, y los otros no hacen nada. Y “al que produce se le dará hasta que le sobre, mientras al que no produce se le quitará hasta lo que tiene”. Las palabras de Jesús son más duras de lo que parece a primera vista. No dice “al que produce se le dará, y al que no produce no se le dará“. Dice: “al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene” (le explicarán las matemáticas en inglés).
A continuación, desarrolla este tema, con una cita de Isaías. A la gente que no hace nada, que miran sin ver y escuchan sin oír ni entender, que le resbala todo, que pasa de todo, Jesús le habla en parábolas (en inglés) para que entiendan menos todavía y no se aclaren de ningún modo. “Por mucho que oigáis no entenderéis, por mucho que miréis no veréis, porque está embotada la mente de este pueblo”. A Dios le gustaría curar a esta gente (igual que al profesor le gustaría que sus discípulos malos aprobasen), pero ellos se niegan a convertirse (a estudiar); y la reacción de Jesús es durísima: si no quieren convertirse, haré lo posible para que no me entiendan. Por eso les hablo en parábolas. En cambio, a los que quieren entender y ver Jesús les dice: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Porque muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros, y no lo oyeron”.
Aunque el pasaje resulte claro, surge una pregunta espontánea: ¿Es justa la actitud de Jesús? ¿No conseguiría más de la gente hablándoles con claridad? Hay que tener en cuenta que nos encontramos en el c.13 del evangelio. Jesús ha hablado ya mucho, sobre todo en el Sermón del Monte. Lo ha hecho con absoluta claridad, y a propósito de los temas más diversos: la actitud ante la ley, ante el dinero, ante las obras de piedad, el prójimo. Ha seguido enseñando de forma sencilla mediante sus milagros y en las discusiones con los fariseos. Pero no piensa pasarse así toda la vida. Tiene que explicar temas más difíciles, sobre todo en relación con el misterio del Reino de Dios. Y no está dispuesto a perder el tiempo por culpa de unos alumnos holgazanes, que sólo quieren tomarle el pelo. Más aún, va a usar las parábolas para que los oyentes que no están dispuestos a hacerle caso no entiendan el mensaje que va a transmitir.
Es importante tener en cuenta este contexto polémico para no sacar consecuencias equivocadas. Sería erróneo basarse en estas palabras del Evangelio para justificar una predicación oscura e ininteligible y echarle la culpa a los oyentes. O para criticar las dudas e interrogantes que puede sentir mucha gente con respecto a la formulación de ciertos dogmas o de determinados aspectos de la doctrina de la Iglesia. Estas palabras no se dirigen contra el que desea con sencillez y honradez que le expliquen determinadas cosas, sino contra el que se obstina en rechazar el evangelio y desprecia a Jesús y su mensaje tachándolo de ridículo, infantil o pasado de moda.
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“Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas.” (Mt 13, 1-23)
Hoy domingo apetece salir de casa y acudir junto a Jesús al lago, sumarse a ese grupo de gente que se queda junto a la orilla para escuchar la Palabra. Coger la Biblia y volver a releer la parábola de la semilla como quien la escucha por primera vez, olvidando que nos la sabemos de memoria.
Sí, escucharla en profundidad y, cuando marche el gentío, acercarnos a Jesús para que nos explique qué significa la parábola. Pero también para alegrarnos al escucharle decir: “Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen.”
Dejemos que la fuerza de su Palabra moldee nuestro corazón, lo convierta en un corazón de aprendiz, de discípula, para que de verdad nuestros ojos vean y nuestros oídos oigan. Porque es precisamente en ese ver y en ese oír donde se encuentra nuestra felicidad.
Solo cuando somos capaces de ver y oír la Palabra nos convertimos en la tierra buena que acoge la semilla.
Por eso, hagamos el esfuerzo de dejarnos “educar” en su Evangelio. Sin prisas y sin pretensiones. Como la tierra que abraza la semilla y se deja traspasar por ella. Se deja traspasar por el tallo y las raíces. Se convierte en alimento y sustento. Pero permanece siempre a sus pies, humildemente.
Aprendamos de la humildad de la Tierra. No nos hagamos protagonistas. Cedamos todo el protagonismo a su Buena Noticia y disfrutemos de ella. Así seremos aprendices humildes. Alegres porque ven y oyen.
Oración Trinidad Santa, haz caer sobre nuestra tierra la semilla generosa de tu Palabra para que seamos espacio de tu
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DOMINGO 15 (A)
Mt 13,1-23
Mateo agrupa siete parábolas en un solo capítulo. No es probable que Jesús haya dicho estas parábolas juntas. Marcos y Lucas las colocan en distintos sitios. La parábola es un género literario muy apropiado para hablar de la trascendencia. A partir de conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo conoce, nos proyecta hacia una realidad que va más allá de lo material. La parábola, por estar pegada a la vida, mantiene el frescor de lo genuino y auténtico a través del tiempo.
El relato en sí no es significativo; poco importa cómo nace y da fruto la semilla. Pero ese relato, en sí anodino, da que pensar, cuestiona mi manera de ser, me dice que otro mundo es posible y espera de mí una respuesta vital. Esta propuesta solo se puede hacer con metáforas. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En esta parábola, la ruptura se produce al final. En la Palestina de entonces el diez por uno era una excelente cosecha. Tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno.
El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope, por otra abierta a una nueva realidad llena de sentido. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y decir más de lo que se puede decir con palabras al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye debe hacer realidad la utopía del relato y vivir de acuerdo con lo sugerido.
La explicación, que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas ni necesitan ni admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. La alegorización de la parábola es fruto de la primera comunidad, que intenta extraer consecuencias morales. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal, no retórica sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma la decisión de cambiar, ya se ha definido la postura.
Los exégetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueron el sembrador y la semilla. El sembrador como ejemplo de generosidad y la semilla como ejemplo de potencial ilimitado. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. Hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. Pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesite unas mínimas condiciones para desarrollarse.
No debemos dar importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede dar sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Descubramos que el Reino puede estar creciendo, aunque el número de los cristianos está disminuyendo. Su plena manifestación depende de uno solo.
Más tarde se dio más importancia a las condiciones de la tierra (actitud de los oyentes). Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar.
No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios” es ya un fruto maduro, porque es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla” es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva miles de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, pero su manera de actuar es lenta y paciente.
Juan dice: En el principio ya existía La Palabra; y la palabra era Dios. En la Palabra había Vida. La semilla es el mismo Dios-Vida germinando en cada uno. Dios está en sus criaturas y se manifiesta en todas ellas, constituyendo la semilla de todo lo que es. Los cristianos no somos privilegiados por recibir la semilla. Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera (a voleo). Dios no se nos da como producto elaborado, sino como semilla que cada uno tiene que dejar fructificar.
Caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella, la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta. La meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación sino impedir que por mi culpa pierda el sentido que ya tiene. Mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia su objetivo.
Porque se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto me deshumanizo. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego mis posibilidades de ser. Hemos llegado a la esencia de lo humano.
“El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos los que nos mantienen atados a las falsas seguridades que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes. Aferrarnos a esas seguridades sigue impidiendo una respuesta al mensaje. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.
Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Debemos situarnos en la vida con un sentido nuevo de pertenencia, una vez superada la tentación del individualismo. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo, con los demás y con la naturaleza. No se puede crecer en humanidad sin relaciones. Toda meditación tiene como fin la unidad. Fray Marcos
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Mt 13, 1-23
«Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta»
Quiero empezar con las palabras de José Enrique Ruiz de Galarreta en el comentario que en su día hizo al texto de esta semana:
«Hoy —decía— se nos ofrece la oportunidad de hacer un íntimo acto de fe. Pensamos en el fragor del mundo, el vértigo de los negocios, el poder de las multinacionales, la corrupción de los gobiernos, la crueldad de tantos nacionalismos e integrismos, la sistemática explotación de las personas y la destrucción de la naturaleza… y sentimos terror ante el poder de “el mal”, destructivo y avasallador. Comparado con todo esto, ¿qué son los hombres y mujeres de buena voluntad? ¿qué fuerza tiene la honradez, la solidaridad y la compasión…?»
«Es necesario —añadía— reduplicar nuestra fe en la Palabra, en el poder de Dios. La levadura fermentará esta masa. La pequeña semilla se hará árbol que romperá los muros de piedra. Jesús, grano de trigo sembrado y triturado, no fracasó. Dios no fracasa. Hay que hacer un acto de fe —por encima de toda apariencia— en que la Humanidad llegará a ser dada a luz por la fuerza de la Palabra» …
Es reconfortante la fe de José Enrique en un final feliz, pero no podemos olvidar que para lograrlo no basta con el poder de la Palabra, sino que también se precisa nuestro trabajo. Dios quiso hacernos a nosotros, sus hijos, partícipes ineludibles de su obra, sembró su Palabra en Jesús, Jesús la sembró en nosotros, y nos invitó a sembrarla a nuestro alrededor para que el poder del mal vaya decayendo; para que la humanidad alcance su destino: «Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros» …
Era tal la fe de Jesús en el poder transformador de la Palabra, que no dudó en dar la vida para que prevaleciese; para que diese el fruto abundante que sin duda ha dado hasta llegar a nosotros. Pero nosotros, gente lista e ilustrada, hemos destruido todos los cauces de trasmisión de la Palabra, y lo hemos hecho de manera tan eficaz, que nuestros hijos o nuestros nietos ya no la conocen. Y éste es un problema de tal magnitud, que todos los demás palidecen ante él hasta casi desaparecer.
Y es que, si no hay Palabra, no hay semilla, ni cosecha, ni fruto, y el empeño de Jesús habrá sido en vano. Y, una vez más, cabe recordar que nuestra seña de identidad como cristianos es el compromiso con la misión. Que ser cristiano no consiste en hacer metafísica, ni en sentirse ufano de nuestro profundo conocimiento del evangelio, ni en abrazar espiritualidades ajenas o criticar a la jerarquía propia, sino en perdonar, en compadecer y en servir; es decir, en sembrar, en trabajar por el Reino… Pero claro, esta actitud es fruto de la Palabra… y desaparecerá si ésta desaparece.
La cultura religiosa ha sido tradicionalmente la cultura del pueblo, y el conocimiento generalizado de la Palabra hacía que la gente se comportase mejor. En el mundo de nuestros abuelos había un empeño colectivo en trasmitir la Palabra de padres a hijos, de generación en generación, y eso mantenía viva la esperanza en un mundo mejor y un final feliz. Pero hoy ese empeño ha desaparecido… y, sin Palabra, mantener la esperanza de la que hablaba José Enrique nos resulta cada vez más difícil.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer otro comentario sobre este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí
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DOMINGO XV TO
Mt 13, 1-23
La parábola del evangelio de hoy nos presenta la imagen de Dios como sembrador y como semilla (Palabra, Vida). Nos describe cómo es su sementera: abundante, arrojada al viento a puñados, con generosidad, con derroche y con alegría. Como todo sembrador, Dios espera una cosecha multiplicada (por cada grano una espiga) que corresponda a su esfuerzo y necesidad. La nueva cosecha la utilizará en las futuras siembras y como alimento de toda su familia.
El evangelio de este domingo, XV del TO, pertenece al capítulo 13 de Mateo. Está ubicado en el apartado “El misterio del Reino de los Cielos. Discurso Parabólico”. En este discurso se narran diez parábolas que intentan facilitar la comprensión del Misterio del Reino. El texto de hoy es la primera. El estilo parabólico, a través de la comparación y semejanza con hechos de experiencia cotidiana, introduce información nueva y de difícil comprensión para la audiencia a la que se dirige. Es un buen recurso para hacer fácil lo difícil. Lo usa con frecuencia el buen docente para favorecer el salto de lo familiar a lo desconocido y del signo al significado. De lo conocido a lo ignorado. De lo visible a lo transcendente. El estilo parabólico tiene un riesgo: quedarse en lo superficial (anécdota, letra) y olvidar lo profundo (mensaje). Quedarse en el signo y despreciar el significado. Leída superficialmente una parábola se entiende equivocadamente. No se entiende.
A los discípulos que estaban ese día oyendo a Jesús les resultó extraño ese modo de enseñar del Maestro. La ocasión era solemne. Había tanta gente que se tuvo que embarcar para ser oído por todos. Les enseñó muchas cosas, pero en parábolas. Y al acabar el relato del sembrador añadió: “El que tenga oídos, que oiga” Los discípulos se quedaron sin entender aquello. La pregunta que hacen a Jesús “¿por qué les hablas en parábolas?” los delata. Pocos versículos después pedirán a Jesús que les explique la parábola de la cizaña. Prueba de que necesitan ayuda para entender ese modo de hablar. Como los discípulos, tampoco nosotros, con frecuencia, entendemos el modo de hablar de Jesús y también le preguntamos ¿por qué nos hablas en parábolas? Seguro que si nos ponemos en el papel de discípulo, como a ellos, la respuesta que les da Jesús a ellos sirve para nosotros. Y podremos decir: Bienvenida esa pregunta que ha merecido esta respuesta.
La respuesta de Jesús: “A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos pero a ellos (a la gente que ha venido a oírle) no. Les hablo en parábolas porque mirando no ven y oyendo no entienden”. Y continúa con el texto de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis: Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan y yo los sane.
Mi reflexión sobre esta respuesta de Jesús. No basta oír o leer la Palabra, hay que entenderla con el corazón para hacerla vida. Esto exige un proceso con diferentes pasos: oír, escuchar, entender y poner en práctica. Si uno escucha la Palabra sin entenderla es inoperante. La Palabra entendida con el corazón, con la inteligencia espiritual, es la que da fruto al ponerla en acción. En este punto nos ayuda y completa la 1ª lectura de hoy: Is 55, 10-11 “Como baja la lluvia y la nieve sobre la tierra y no vuelve al cielo hasta empapar la tierra, fecundar y hacerla germinar, así será mi Palabra, no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo”.
La Palabra es la fuerza salvadora de Dios implantada en el corazón humano. Pero su poder salvador depende de la acogida y la respuesta que cada persona le da. Como la fertilidad de la semilla que siembra el sembrador depende del agua y la tierra, así la fecundidad de la Palabra depende de la interiorización y arraigo en la vida del ser humano. Para que la semilla sea fecunda tiene que transformarse debajo de la tierra y enraizar durante largo tiempo. Y tiene que caer en una tierra mullida, trabajada con anterioridad, dispuesta para acoger las semillas. No vale si cae en el camino, ni entre piedras ni zarzas. Así la Palabra producirá su fruto como Palabra viva, semilla fecunda, si cae en un corazón bien dispuesto.
Conclusión: No basta una lectura literal de la Escritura. Toda la Escritura es parabólica. Necesita ser comprendida, asimilada y actualizada para que produzca los frutos esperados, como luz y fuerza en el proceso de humanización y crecimiento de la persona.
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Domingo XV del Tiempo Ordinario
16 julio 2023
Mt 13, 1-23
(«Estar sembrado»: expresión coloquial para indicar que una persona ha sido especialmente acertada, ocurrente, ingeniosa o graciosa con su forma de hablar o actuar).
La interpretación habitual de esta parábola -como la de tantas otras- se halla condicionada por un marcado dualismo: un dios separado hace llegar su palabra a los humanos, quienes serían responsables de hacerla o no fructificar. ¿Es posible leerla con otra clave, desde un marco no dualista? ¿Hacia dónde apuntaría, en ese caso, su contenido?
Cuando se comprende que nuestro “Fondo” es uno y el mismo que el Fondo de todo lo que es -que el Fondo de lo real solo es uno y compartido: aquello que las religiones han llamado “Dios” y lo han imaginado como un ser separado-, la lectura se modifica radicalmente. Y, por lo que se refiere a nosotros mismos, alcanzamos a percibir nuestra naturaleza paradójica, los dos niveles que nos constituyen: la personalidad (nivel psicológico) y la identidad (nivel profundo o espiritual).
En el plano de la personalidad, aparecemos como seres frágiles, vulnerables y, en último término, impermanentes: formas transitorias e incluso fugaces. La identidad -el “Fondo” al que he hecho referencia-, sin embargo, es consciencia pura, plenitud de presencia. Con lo cual, podría decirse que somos la consciencia una que se despliega en una forma (o persona) particular. Podemos así comprendernos -de nuevo la paradoja- como realidad plena que, a la vez, se despliega en un proceso histórico: plenitud que notamos, al mismo tiempo, como potencialidades que buscan materializarse; aspiraciones que anhelan tomar cuerpo. Por decirlo metafóricamente, como personas, nos descubrimos habitados por “semillas” que aspiran a fructificar.
En ese mismo sentido, podemos decir que el Fondo último se visualiza en nosotros como dinamismo fecundo, sabio y poderoso que, en condiciones adecuadas, florece en belleza, verdad y bondad. Para ello, todo el conjunto de condiciones requeridas ha de posibilitar que la persona pueda vivirse en una consciencia de unidad, en una actitud de aceptación profunda, de rendición a lo que es, de alineamiento y docilidad a la vida, de vivir diciendo sí, o más exactamente, dejando que la vida pueda vivirse en ella.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- La semilla y la vida.
El mundo rural nos pilla ya muy lejos a nuestras generaciones, pero es hermosa la parábola del sembrador, de la semilla.
Es hermosa la tarea sembrar en la vida.
La Palabra de hoy tiene como tema central la siembra de la Palabra, de la semilla llena de vida que, a su vez, nos hablan de cosecha y de vida.
Los evangelios están llenos de referencias a la vida. Jesús sana, es pan de vida, agua de vida, multiplica los panes (solidaridad), rehabilita, perdona, etc.
Un grano de trigo, es una semilla humilde, pequeña, pero llena de vida. La vida de la semilla es callada, silenciosa, paciente: va creciendo poco a poco: duermas o veles, de día o de noche la semilla sigue creciendo, desarrollando toda su vitalidad. Aunque nos olvidemos de la semilla, esta sigue creciendo.
La vitalidad de la semilla no depende –al menos no depende solamente- del trabajo humano, de los esfuerzos humanos. La semilla está llena de vida en sí misma. La vitalidad la da Dios, no nosotros.
02.- Jesús sale de casa y se embarca, va a la mar (el lago).
+ El evangelio de hoy comienza diciendo que Jesús sale de casa, va al mar, se embarca. Es una clara referencia al Éxodo: el pueblo salió de la esclavitud y a través de las aguas “bautismales” del mar Rojo, se abrió el camino de la libertad.
+ La barca es también el Arca de Noé, la iglesia, el refugio de salvación.
03.- Salió el sembrador a sembrar la semilla.
La semilla es la Palabra.
La Palabra no es un mero concepto, una idea que decimos o escribimos entre otras muchas.
La Palabra expresa el contenido del ser de la persona. Solemos decir –y con razón- que esta persona es de palabra. No quiere decir que habla bien, sino que es de fiar.
Cuando Dios habla (Revelación) no dice cosas sobre doctrina, moral, liturgia, leyes y normas, etc. Cuando Dios nos habla, no dice cosas, palabras, se dice a sí mismo. Y, como Dios es amor (1Jn 4,8), cuando Dios dice “se” dice en amor.
Por otra parte -y además-, Jesús es la Palabra. Lo que Dios nos quería decir se llama Jesús. El Verbo, la Palabra se hizo uno de nosotros.
La palabra era la vida. La semilla es vida, no palabrería. Dios es y dice, se dice a sí mismo: Vida en amor.
04.- La Palabra es –como la semilla- eficaz.
Isaías nos lo decía en la 1ª lectura:
Como la lluvia y la nieve bajan del cielo,
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar,
y producen la semilla para sembrar
y el pan para comer,
así también la palabra que sale de mis labios
no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55,10-11)
El Concilio Vaticano II estuvo a punto de decir que la Palabra (la Biblia) es un sacramento que tiende a realizar lo que significa. Lo dejaron en que “la palabra de Dios es “como un sacramento”.
La palabra de Dios, la semilla no es un discurso de la infinita verborrea de la campaña electoral.
La palabra, la semilla es eficaz, está llena de vida.
05.- Siembra y esperanza.
La semilla del Reino de Dios crece siempre.
Cuando se siembra es porque se espera la cosecha. Nadie siembra por sembrar o para pasar el rato. Se siembra para crear y cosechar vida.
Toda siembra supone que hay que saber esperar (esperanza) con calma y paciencia.[1] Quizás hemos de saber vivir en una “pasividad esperanzada” en vez de un mundo religioso a golpe de trompeta jurídica, decretos, prisas, y precipitaciones…
Cuesta tiempo que un grano de trigo vuelva a ser espiga y pan. Cuesta mucho tiempo, dedicación y, a veces, sufrimiento, educar un niño, un adolescente.
No tengamos urgencias ni ansiedades morales, ni precipitaciones en las conversiones, en los cambios personales, sociales, políticos, teológicos, pastorales, etc. porque nos puede invadir la ansiedad, y la ansiedad puede generar miedo, angustia, lo cual puede llevarnos a pretender solucionar las cosas con una insaciable prisa y avidez.
06.- Noble tarea la de sembrar.
Es importante sembrar, propagar la semilla en la familia, en los colegios, en la cultura. Ahí queda depositada en el barro –en la tierra- humano, en la tierra. El barro del Génesis es bueno, la semilla también. Es la vida, ya brotará. Seguramente que nos despistaremos en la vida, la juventud no está en la Iglesia, etc. Habremos de echar manos de la parábola del trigo y la cizaña, (Mt 13,24-30). No tengamos prisas, menos tengamos ansiedades. La semilla dará fruto.
No sé si los ministros-consejeros de educación se dan cuenta de que a un niño aparcan en la guardería infantil con un año y no se despega del pupitre hasta que a los veintitantos años salga de la Universidad. Y ¿qué se le dice, qué se siembra en estos niños – adolescentes – jóvenes durante más de 20 años?
Platón decía que debían gobernar los filósofos. No sé si esto debiera ser así, pero al menos cabría esperar que la siembra (educación) debiera estar en manos de gente, políticos que le hayan echado una “pensada” a la vida, en gente de palabra… La vida es más hermosa y más seria como para dejarla en manos de los políticos
Sería -es- una dejación no sembrar ideas sensatas, valores nobles en las nuevas generaciones. No es bueno ni hace bien a nadie dinamitar de los planes de educación la filosofía, la poesía, la contemplación, la fe, los sistemas de pensamiento y la ética.
Decía Martin Luther King (1929-1968), líder del movimiento de liberación de los negros que: Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”
Sembremos vida.
[1] Este es el paso del Paleolítico al Neolítico: es el tránsito de la caza a la agricultura, que requiere espera y esperanza entre la siembra y cosecha.
Date tiempo para amar,
para soñar,
para crear,
para trabajar,
para cambiar,
para acompañar… como Él
Y quizá así…
descubras el centro, eje y motor de la vida,
lleves tu carreta atada a las estrellas,
te sientas libre de normas y cadenas,
no esperes recompensa por tus obras buenas
y goces por estar hecho a su imagen y manera.
Date tiempo para estar,
para mirar acá y allá,
para reír,
para compartir,
para perdonar,
para amar como Él.
Y quizá así…
disfrutes de su presencia,
valores el ocio y la fiesta,
aprecies el regalo de la creación entera,
disfrutes de rostros y sonrisas,
y veas que no te falta nada .
Date tiempo para la amistad,
para abrazar,
para acariciar,
para buscar,
para rezar,
para sembrarte… como Él.
Y quizá así…
tejas tapices perennes de hermosos colores,
crezca la paz y la ternura en tu corazón,
sepas por qué tienes entrañas, dedos y piel,
te sorprendas de las maravillas que no brillan,
y crezca la cosecha que necesitas.
Date tiempo para recibir,
para regalar,
para vivir,
para darte,
para hablar… como Él.
Y quizá así…
entres en el reino de la gratuidad,
construyas una gran fraternidad,
llegues a ser como él te quiere,
te enriquezcas hasta desbordar,
y percibas que Él siempre está dentro de ti.
ECLESALIA, 13/01/23.- Mientras recogía el Nacimiento y el Árbol de Navidad metiéndolos, como cada año, en las cajas donde dormirán a la espera de la siguiente celebración, dos palabras me empezaron a resonar con fuerza: cartas y visitas.
No se trata de palabras al azar. Cada una de ellas me ha traído recuerdos, alegría, discernimiento a futuro y ganas de compartir.
Me siento muy afortunada por haber recibido estas Navidades cuatro cartas con letra humana. Así es como llamo yo a las cartas que llegan al buzón de casa, anunciando en el sobre que han sido escritas a mano con bolígrafo o, ya rizando el rizo, con pluma estilográfica. Sí, soy una romántica y más en este tiempo tan tecnológico que hace que añore ciertas cosas de forma muy especial.
Alguien podrá decir que soy una antigua, con todo su derecho, pero yo con el mío no me corto en decir que me encanta recibirlas las pocas veces que llegan, comparando con los cientos de whatsapps que aterrizaron en mi móvil en el mismo espacio de tiempo en que he recibido las cuatro cartas con letra humana.
Si las recojo personalmente del buzón subo en el ascensor abriéndolas, no puedo esperar. Si las recoge alguien de mi familia me anuncian por el pasillo de casa: “Tienes una carta con letra humana”.
Hay un no sé qué de cercanía, de algo artesanal inspirado en quien lo va a recibir. Se percibe un estar semejante a la calidez de una buena conversación alrededor de una mesa, con café caliente o bebida con hielo, según el tiempo.
Las cartas recibidas me han retado a tomarme en serio el escribir alguna carta de estas que me gustan tanto; tengo la impresión de que a quien le llegue, como poco, le sorprenderá.
Vamos con la segunda palabra. He recibido dos visitas de mis dos amigas más antiguas. Nos vemos con frecuencia, pero suele ser fuera de casa. En esta ocasión mi pierna izquierda no me permitía moverme con normalidad. Así es que una se presentó un día y la otra, dos días después.
He recordado lo poco que me gustaba que me llevaran de visita cuando era una niña, me aburría muchísimo, salvo que hubiera gente pequeña y pudiera jugar. Pero el recuerdo de la infancia me acercó al valor de visitar a enfermos, ancianos y personas que atraviesan momentos de dificultad.
He valorado el tiempo que regalaban mi madre y mis tías acompañando a quienes se encontraban en cama o en casa por enfermedades de larga duración. Y ha vuelto a mi memoria el hecho de que una de mis tías ayudaba en su parroquia llevando la comunión a quienes no podían asistir a las misas porque su enfermedad les hacía estar postradas en cama o con alta dificultad de movimiento.
Visitar no es lo mismo que quedar. Visitar tampoco es lo mismo que verse en pantalla (video llamada, zoom, etc.). Visitar implica cercanía. Visitar es adentrarse en la realidad del otro, regalando tiempo, abriéndose a la escucha y al buen compartir. En la visita se practica la acogida y la hospitalidad.
En la Biblia hay casos de visitas muy interesantes. María visitó a Isabel. Jesús visitó a la suegra de Pedro. Sin olvidar a los tres visitantes de Mambré.
Es bueno recordar que visitar a los enfermos es una de las obras de misericordia.
¿Cómo entender el sentido de la visita en sociedades cada vez más cerradas en sí mismas? ¿Nos visitamos de forma personal? ¿Nos visitamos como grupos, comunidades, fraternidades dentro de la propia Iglesia?
Me salen preguntas al aire y a ellas tendré que volver, previo viaje silencioso a los textos de las tres visitas citadas.
Quizás después de todo lo dicho, alguien pueda pensar que estoy en contra de las nuevas tecnologías. Le digo que no.
Esto lo escribí en el ordenador, se publica en Eclesalia y será difundido en las redes. Pero elijo no enterrar ni las cartascon letra humana ni las visitas en tres dimensiones. Creo que no son cosas incompatibles mientras no perdamos el control de nuestro tiempo y la forma de usarlo.
Comentarios desactivados en (Asunción 4). Se venden cuerpos y almas (Ap 17-18): Historia de la Prostituta
Del blog de Xabier Pikaza:
Caerá la gran Ciudad
He presentado en tres “postales” la Revelación de la Mujer (Asunción de María). En oposición a ella, el Apocalipsis expone la “historia” (apogeo y destrucción) de la Prostituta o Anti-Mujer.
Bestias y prostituta (triángulo satánico) son revelación de Satán: Dos bestias (una militar otra ideológica) y la Prostituta, ciudad del comercio mundial.
Apogeo de la Prostituta, diosa-mujer de la mentira y la muerte, ciudad donde todo se compra/vende, Hasta cuerpos y almas humana.
Destrucción de la Prostituta: Es poderosa pero pronto pronto quemada y comida por sus mismos poderes sometidos. Esa destrucción constituye una de las revelaciones más hondas y terribles de la historia.
Expongo estos motivos siguiendo un comentario del Apocalipsis, buscando las claves de la Antropología Bíblica. Estos días (14-17.08.2021), con la “caída” sorprendente y esperada (¡aunque algunos servicios de inteligencia parecían ignorarla!) de Kabul he vuelto a meditar en estos temas. Buen día a todos los lectores y amigos del blog.
| X. Pikaza Ibarrondo
TRIÁNGULO SATÁNICO. LOS TRES PODERES: BESTIA MILITAR, BESTIA IDEOLÓGICA Y MEGA-CIUDAD PROSTITUTA
Poder primero: Imperio militar, la Bestia del mar (Ap 13, 1-10). Encarna la perversión de los poderes político-militares que reciben su fuerza del Dragón, para combatir contra “el resto de la estirpe de la mujer”, es decir, contra los seguidores de Jesús (contra todos los pobres del mundo). Hasta ahora, ningún profeta había presentado con esta radicalidad el mal concreto. El Apocalipsis lo hacer: ese primer poder es el Imperio Militar de Roma
Diversos textos hablaban de potencias sacrales destructoras (cf. Dan 2 y 7; 1 Henoc, 2 Baruc y 4 Esdras). Pues bien, el Apocalipsis ha visto y descrito a la Gran Bestia, identificándola con el imperio de Roma, aunque el tema podrá aplicarse a los restantes imperios perversos de la tierra.
Segundo poder, la Bestia de la tierra, la ideología dominadora (13, 11-18). Este poder es la perversión profético-religiosa, encarnada en los sacerdotes y/o filósofos al servicio de la Primera Bestia, funcionarios de su violencia social e ideológica (religiosa). Ap 6, 15 citaba a reyes, nobles, comandantes militares, ricos y poderosos de la tierra. Todos aparecen ahora condensados en esta figura mentirosa al servicio de la violencia del sistema. La Primera Bestia era el Poder militar del imperio. Pues bien, al servicio de ese poder ha surgido esta Segunda, que es la religión y/o conocimiento pervertidos[1].
Tercer poder: Megápolis del comercio: La ciudad perversa, prostituta económica (Ap 17). La “amada” de las bestias es la Ciudad del Imperio,¡, emporio central de todas las riquezas, mercado donde se compra y vende todo. Ella aparece así como expresión definitiva y cumplimiento del sistema de poder total que el Dragón intenta elevar sobre la tierra, la racionalidad político‒económica encarnada en la ciudad del Roma.
Esta Mujer‒Ciudad Prostituta puede defenderse, diciendo que ella representa el orden social y garantiza la riqueza y comercio, la relación y unidad entre los pueblos. Muchos filósofos y sabios del imperio la llamaban Diosa y la veneraban, quemando en su honor el buen incienso. A pesar de ello, el Apocalipsis la ha condenado, presentándola como aliada de las Bestias, encarnación socio‒económica del Dragón sobre la tierra. Es muy posible que este pasaje de condena sea exagerado en sus matices, pero su juicio profético resulta brecogedor y certero: el profeta ha visto y destacado algo que normalmente no vemos, el riesgo de un sistema que se diviniza a sí mismo sobre bases de imposición y engaño (bestias), encarnándose en un orden político que expulsa y niega a los disidentes y contrarios, condenando a muerte a los pobres, y actuando de esa forma como prostituta
MEGÁPOLIS SATÁNICA. EL APOGEO DE LA PROSTITUTA
El Apocalipsis presenta a la mujer‒prostituta como Diosa, montada en caballo imperial, dominando sobre las naciones, como poder económico universal que oprime a todos los hombres. Desde este fondo podemos evocar la figura de Roma, la Megápolis mundial, vienen a expresarse y se condensan los poderes de las Bestias y los del Dragón originario (cf. Ap 13-16), como dice el profeta del Apocalipsis[2]:
Se me acercó entonces uno de los siete ángeles… y me habló diciendo:
Ven. Te mostraré el juicio de la Prostituta grande, sentada sobre aguas caudalosas, con la que se prostituyeron los reyes de la tierra y se emborracharon los habitantes de la tierra con el vino de su prostitución.Me llevó en espíritu a un desierto y vi una Mujer sentada sobre una Bestia color escarlata, llena de nombres blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos.
La Mujer iba vestida de púrpura y escarlata, y estaba adornada de oro, piedras preciosas y perlas. En su mano tenía una copa de oro llena de abominaciones y de la impureza de su prostitución. Escrito en su frente tenía un nombre: ¡Misterio! Babilonia, la grande, la Madre de los prostitutos y de todos los abominables de la tierra.Y vi a la Mujer emborrachándose con la sangre de los santos y la sangre de los mártires de Jesús (Ap 17, 1-6)
Apogeo. Revelación de la anti-diosa
La maldad de las Bestias(Ap 13) desemboca y se condensa Roma Prostituta Comercial , que recibe de ellas su poder y quiere presentarse como Diosa (un tipo de esposa/prostituta del Dragón), siendo en realidad la madre de los prostitutos de la tierra, es decir, de todos los que, en un sentido u otro, se venden por influjo social o dinero (desde los grandes comerciantes a los que viven en su plano del engaño y la mentira)[3].
Ciertamente, en sí misma esta figura no es varón ni mujer. Pero, significativamente, desde una antigua tradición israelita, el texto la presenta de manera femenina, como ciudad infiel o anti-esposa (con lo que eso supone de posible devaluación de la mujer). Culminando la maldad de las Bestias simbólicamente masculinas (aunque en griego sean neutras: ta theria), se eleva esta Ciudad representada como Mujer prostituida, al servicio del dinero:
Es la Prostituta Imperial (Pornê: Ap 17, 1-2), que los lectores identifican con la Ciudad imperial, que ha convertido todo lo que existe en objeto de un mercado donde nada vale en sí, sino para el negocio: eso es ella. Es el Poder que se ha vuelto prostitución o, a la inversa, la prostitución hecha poder: así recibe el dinero que le ofrecen las Bestias y de esa forma domina a los Reyes de los pueblos, poniéndolos a su servicio; así emborracha a los habitantes del mundo, haciéndoles beber su vino de olvido y muerte (cf. Ap 17, 2).
Es Reina sentada (=entronizada) sobre la Bestia escarlata (17, 3). Al principio del texto la vimos sentada sobre las Aguas caudalosas del mar satánico (17, 1; cf. Ap 13, 1), que son los pueblos, naciones y lenguas: la totalidad de poderes del mundo en los que se asienta y domina la Mujer. Pues bien, aquí se añade, en otra perspectiva, que ella ha subido y cabalga sobre el trono de la Bestia de violencia militar de Ap 13, 1-10: no tiene su sede junto a (en el) Trono de Dios, como el Hijo vencedor (12, 5), sino en la Bestia. Sobre sus lomos cabalga, sobre su poder de destrucción se sienta. Bestia y Mujer se vinculan de esa forma, pero no en abrazo matrimonial gozoso y gratuito, de enriquecimiento personal, sino en contrato de manipulación: la Bestia utiliza a la Mujer-Ciudad, para conquistar de esa manera el mundo, con apariencia de cultura y orden; la Mujer cabalga sobre la Bestia, vendiendo su amor como Prostituta, para engañar a los pueblos de la tierra.
Es Diosa falsa (Ap 17, 4). El lector podía esperar el triunfo de Roma como un despliegue de jinetes victoriosos o como expresión de una Diosa de justicia que extiende un orden de paz sobre la tierra (cf. Ap 6, 1-6). Pues bien, el Apocalipsis responde que la Diosa Roma es una simple y perversa Prostituta, que se vende al poder del dinero y cabalga sobre lomos de la Bestia. Está vestida de honor sacerdotal, como Reina y Señora del mundo, de púrpura y escarlata, con oro y pedrería, sentada en seña de honor (Ap 18, 7.16), como si pudiera conceder sus favores a todos los habitantes de la tierra. Pero ella sólo busca placer y riqueza: con todos se vende, a todos utiliza, para elevarse a sí misma. Por eso puede alzarse mucho, pero es simple apariencia destructora, diosa falsa: expresión de maldad, pecado que se encarna en unas instituciones de opresión, en la Ciudad del mundo Ha logrado su poder engañando y matando a los demás. No es diosa, como quieren sus devotos, ni autoridad neutral, sino poder de muerte: ha creado una religión imperial al servicio de sí misma, matando a los pobres[4].
Es Babilonia, Madre de los prostitutos y abominables de la tierra (Ap 17, 5). Babilonia la Grande, la Ciudad y Torre que quiso elevar su poder sobre los cielos, sufriendo así el gran rechazo de Dios (cf. Gen 11, 1-9); es la capital del imperio que en otro tiempo destruyó a Jerusalén y cautivó a sus hijos, los judíos (el 587 a. de C.). Evidentemente, esa Ciudad es ahora Roma, que quiere elevarse como Diosa y Madre, siendo simplemente prostituta. Se le puede llamar madre, pero no como dadora de vida, sino todo lo contrario, como signo y principio de muerte, al servicio del Dragón: así concede su semilla a todos los “prostitutos y abominables” de la tierra, es decir, a los que se imponen por la fuerza a los demás y les engañan.
Es la asesina. Toda la gloria y el poder de Roma culminan en el asesinato… El poder militar, la falsa sabiduría profética, la religión, el dinero… Todo está al servicio de la muerte. Por eso, el texto dice que ella se ha embriagado con la sangre de los santos: está loca y borracha: vive de matar, bebe la vida de los fieles. Ella representan el riesgo definitivo de la humanidad: es el Sistema político‒ideológico que se diviniza a sí mismo de manera destructora, en clave económica, de comercio de muerte. Entendida así, ella puede identificarse con Mamón, el anti‒Dios (cf. Mt 6, 24). Es la humanidad que niega a Dios, negándose a sí misma, para terminar convirtiéndose en muerte.
Esta mujer‒prostituta aparece como la forma suprema de opresión del mundo: no es una simple ciudad, un orden político objetivo y neutral, que regula para bien de todos el aspecto más externo de la vida y deja que cada uno ejerza luego su religión particular, sino que es la economía imperial como Sistema de vida absoluto, sociedad destructora de lo humano, que se opone a la experiencia de Jesús, de tal manera que en ella se expresa y culmina el pecado de homicidio y engaño del Dragón antiguo (cf. 12, 4.9, en relación con 18, 24). Leer más…
¿Dónde estás mi amado, mi amor,
¿El elegido de mi corazón?
El tiempo no importa.
Todavía soy un hombre joven
Con un corazón que solo tiene lo mejor que puede ofrecer.
El tiempo no importa.
El cuerpo no sabe lo que la carne sabe,
Y la carne sabe mantener sus impulsos juveniles
Tanto como acumular años y sacar sabiduría de ellos.
Donde estas mi amado, mi amor
¿El elegido de mi corazón?
Yo también te veo seguir tu camino
Por los meandros de la vida
Y poco a poco llegarás a lo que será
Nuestro encuentro.
Qué importa el tiempo
que importante es la espera
¿Qué importancia tienen los errores, las heridas, las pistas falsas?
Comentarios desactivados en “No os toca a vosotros conocer los tiempos…”
Sé que el tiempo trabaja de por sí para la eternidad. Sé que el plan de Dios se realiza de todos modos y que Cristo se ha encarnado en la historia y nadie podrá suprimir esta encarnación jamás. Sé que el mismo mal coopera al bien… Dios es superior a Satanás… Mil años son menos que un día para la eternidad. Y nadie sabe lo que puede pasar mañana. Lo que no ha pasado en veinte siglos puede suceder tal vez esta noche o dentro de otros veinte siglos. «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder» (Hch 1,7). Pero eso no nos pertenece. Esto pertenece a Dios, y nosotros debemos actuar… Yo soy de hoy. Soy responsable de esta historia, del presente en el que he sido llamado a vivir.
«No les queda vino»: éste era el objetivo de toda mi vida religiosa. Conseguir cantar las nupcias cristianas; y volver a llevar a nuestros comedores a Jesús y a su madre; y convertir las lágrimas en cálices de alegría; y proveer por su mediación a nuestras consumibles ebriedades.
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Mari Paz López Santos
Madrid
ECLESALIA, 11/05/20.- Hace poco tiempo vivíamos de otra manera. De pronto, en un instante, que también es tiempo, todo cambió.
El tiempo se dio media vuelta y lo que era cotidiano dejó de serlo. Las urgencias del día a día pasaron a segundo plano y otras, desconocidas, se instalaron en primera línea de vida y transformaron el tiempo.
Hace 57 días con sus respectivas noches, contados hacia atrás desde el momento en que empiezo a escribir para hablar del tiempo, comenzamos a vivir sin proyectarlo, lo que jamás pensamos que pudiera suceder: un bicho infinitamente pequeño nos ha confinado en casa y ha trastocado el supuesto orden de vida normal, habitual y social a nivel mundial.
En aquel tiempo, antes de los últimos 57 días, hablábamos mucho del tiempo: “¡no tengo tiempo!”, “¡no me da tiempo!”, “¡si tuviera tiempo! Parece ser que habíamos perdido el control sobre nuestro tiempo.
Quizás nos habían robado el tiempo, pero hay que reconocer que tenemos una parte de la culpa: dejamos la puerta abierta de par en par para que entrara un ladrón que mide la realidad a precio de oro, realidad que es cada segundo de vida humano.
De pronto ha sucedido lo inesperado, lo imprevisto, lo inconcebible desde el punto de vista de quienes supuestamente teníamos todo controlado: el bicho invisible y sibilino llegó y se instaló en nuestra zona de confort y campa a su aire, a sus anchas, con una capacidad de contagio infinita. Ayudado por la capacidad de movimiento que tenemos en las sociedades occidentales.
El bicho es muy democrático. Le da igual un banquero que una persona que viva en la calle; no distingue categoría sociales, políticos, pobres, ricos, jóvenes, ancianos; salta fronteras como un atleta de élite, que se han ido cerrando a base de toses y estornudos.
Lo que no es tan democrático también lo ha dejado a la intemperie el bicho: no todos podemos vivir el encierro de la misma forma, porque no es lo mismo una amplia casa con espacio suficiente, que treinta metros cuadrados para una familia con tres niños pequeños, por poner un ejemplo. Tampoco es lo mismo seguir cobrando el sueldo haciendo tele-trabajo en casa, que quedándose sin trabajo en los primeros momentos de la pandemia. La vida, el tiempo… no es igual para todos y el bicho nos lo confirma.
Toma posesión de un territorio, nuestra zona de confort, que aplicando la imaginación podemos ver como un holograma en forma de etéreos círculos concéntricos, en perfecto orden desde el interior al exterior: ego, casa, trabajo, ciudad, país, mundo…
En menos tiempo que dura un telediario nos hemos sumergido en la realidad de un cambio radical del uso del tiempo y del espacio. Esto dicho con cierta elegancia, pero a las bravas: el bicho nos ha puesto la vida patas arriba y se nos ha plantado de frente a modo de espejo, retándonos con la frívola “pregunta-escudo” de quien no le interesa lo más mínimo la respuesta: ¿Todo bien?
Y ahora lo que hacemos o no, lo que hablamos o no, lo que sufrimos o más, lo que pensamos, soñamos, tememos o dejamos de lado, lo que compartimos o guardamos para tiempos mejores, creo que es una fuerza que hemos de almacenar con exquisito cuidado. Podrá llegar a ser energía positiva para cuando este tiempo ya no sea presente, y nos dispongamos a poner en pie una normalidad que no se parezca a la de antes. También nos ayudará a no olvidar lo vivido en estos 57 días y los que queden antes de deshacernos del bicho infinitamente pequeño e invisible.
Este tiempo de confinamiento nos muestra, a modo de gran puzzle, piezas de colores en forma de solidaridad, entrega, trabajo, dolor, sufrimiento, muerte, paciencia, empatía, creatividad, cariño, profesionalidad, acompañamiento, dignidad, amor y aplausos. Pero también piezas oscuras de egoísmo, rivalidad, mentiras, enfrentamiento, bulos, manipulación, etc.
El ahora ya Antiguo Tiempodel Mundo no permitía mucho tiempo para estar en familia, quedar con los amigos, cuidar de los mayores. Los modos y maneras de la normalidad del AntiguoTiempodel Mundo inducían al consumo con demasiada reiteración; muchos no se cuestionaban los abusos hacia la Naturaleza, el deterioro del Planeta. En el Antiguo Tiempo del Mundo si el mercado financiero tenía un tropezón, los que lo pagaban siempre eran los de abajo que no entiende de este tipo de mercadeo. También la corrupción hacía mella en el Antiguo Tiempo del Mundo empobreciendo sectores sociales como la Sanidad, la Educación, la Ciencia y las Pensiones.
Si la salida de la crisis sanitaria por causa del coronavirus (nombre que me recuerda a la rana con corona del cuento), o COVID-19 que tiene nombre de robot de la Guerra de las Galaxias, desemboca en una crisis económica que vuelvan a pagar los mismos que la anterior (dos crisis en menos de 20 años), estamos en peligro.
“¡Enséñanos a contar nuestros días para que entre la sensatez en nuestra cabeza!”, recuerdo aquí lo que dice el salmo (90,2), para que se bajen los humos. ¡Qué poco somos, qué poco tiempo vivimos y cuánto nos complicamos o nos dejamos complicar la vida.
Que cuando acabe esto, la sensatez y el sentido común sean el antídoto para dejar atrás el Antiguo Tiempo del Mundo. Y salgamos por ahí a comunicar que…
El tiempo del mundo* no te permite espacios sagrados.
La prisa del mundo acelera el organismo ciega, bloquea, mata.
Los valores del mundo desintegran el sentido quieren que olvides el origen:
Nada se compra nada se vende todo se tiene.
Porque se es, todo se siente porque se está … el principio.
Moverse en el mundo sin ser del mundo.
Meterse en la vorágine sin que te succione.
Que te duela el mundo sin que rompa tu esperanza … y luchar por volver cada día a la fuente al silencio, a la intimidad a las profundas aguas del amor y la amistad.
Comentarios desactivados en “Incluso a los enemigos”. 23 de febrero de 2020. 7 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 38-48.
Es innegable que vivimos en una situación paradójica. «Mientras más aumenta la sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan». Así decía hace unos años, en su documento final, la Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.
No parece haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen».
Y, sin embargo, quizá es la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos en que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir arrancando del mundo la violencia.
Alguien ha dicho que «los problemas que solo pueden resolverse con violencia deben ser planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecer soluciones técnicas a los conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud hemos de abordarlos.
Hay una convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de odio y violencia. Al mal se le vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King, «el último defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».
Jesús no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la fraternidad y no hacia el fratricidio.
Amar a los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero sin buscar la destrucción del adversario.
Pero no olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse no tanto a los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas, y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos.
Comentarios desactivados en En la plenitud del tiempo
Del blog de Henri Nouwen:
“Jesús vino en la plenitud de los tiempos. Volverá en la plenitud de los tiempos. Donde Jesús, el Cristo, está, el tiempo llega a su plenitud. Muchas veces experimentamos nuestro tiempo como un vacío.Esperamos que mañana, la semana que viene, el próximo año o mes sucedan las cosas reales. Pero a veces también experimentamos la plenitud del tiempo. Es cuando nos parece que el tiempo se ha detenido; que el pasado, el presente y el futuro se vuelven uno; que todo está presente donde nosotros estamos; y que Dios, nosotros, todo lo que es, estamos reunidos en una unidad total. Ésta es la experiencia del tiempo de Dios”.
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