Thomas Merton es un autor norteamericano que admite múltiples lecturas. Es un monje trapense, un maestro espiritual, un hombre de diálogo, un humanista de hondas raíces cristianas, un pensador que desafió las certezas de su tiempo, un promotor de la paz y la no-violencia, muy crítico consigo mismo y con cuanto le rodeaba.
Desde muy pronto se compromete con la lucha por la paz. Su madre era pacifista y se opuso a que su padre fuera a la guerra, afirmando que eso sería asesinar. Vive años convulsos. Nace en plena Guerra mundial, 1915, en un pueblo del pirineo francés, Prades, y muere en Bangkok en 1968. Su madre muere cuando tiene seis años y diez años más tarde muere su padre dejando en él un gran vacío y orfandad. Vive la II Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría, la Guerra del Vietnan (1955-1975), las luchas raciales entre blancos y afroamericanos, el llamado problema negro, y la lucha por los derechos civiles. Admira a Martín Luther King y considera el movimiento dirigido por él como el mayor ejemplo de fe cristiana en acción en toda la historia social de Estados Unidos.
Estudia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se incorpora al movimiento comunista juvenil, participa en mítines y huelgas, pero termina desengañado. Su juventud va a estar caracterizada por la típica bohemia estudiantil pero también participa en todas las publicaciones estudiantiles de la universidad, mostrando que la escritura va a ser una dimensión esencial de su personalidad. Es aquí, en la Universidad de Columbia, donde el Espíritu le mostrará su luz a través de amigos, profesores y lecturas. Lee las Confesiones de San Agustín y la Imitación de Cristo por recomendación de un monje hindú, y otros autores espirituales y autores ingleses como William Blake, Joyce, Gilson y Jacques Maritain. Todos le abren el camino de la fe y contribuyeron a su conversión y su bautismo en la iglesia católica. A los 27 años ingresa en la Abadía trapense de Getsemaní en Kentucky, US (1941), donde vivirá como miembro de la comunidad hasta su muerte. En mayo de 1949 recibe la ordenación sacerdotal.
Desde el silencio y la soledad del monasterio, desde su oración contemplativa, y su gran capacidad para escribir, Merton se convierte en la voz profética que denuncia la injusticia, los falsos dioses: el dinero, el poder, la mentira, la violencia… y clama por la paz en un mundo amenazado por la guerra fría y la guerra nuclear. En el silencio de su celda le asalta la pregunta que Dios hizo a Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Cómo puedo ser un hombre de paz? ¿Qué es la paz? ¿Qué es la justicia? Busca respuestas a la II Guerra Mundial y observa el mundo en que vive con la mirada crítica del Evangelio.
No se desentendió de los problemas de su tiempo, lo que le ocasionó más de un conflicto con sus superiores, que se preguntaban qué pintaba un monje hablando del peligro nuclear. Intentó comprender lo que sucedía a su alrededor y abrir los ojos a sus contemporáneos. “Estoy de parte de la gente que está harta de la guerra y quiere paz para levantar su país… La tragedia del hombre moderno es que su creatividad, su espiritualidad y su capacidad contemplativa están sofocados por un súper ego que se ha vendido a la tecnología”.
Tras una primera etapa en la abadía en la que escribe textos maravillosos de meditación espiritual y su autobiografía La montaña de los siete círculos a los 33 años, con un éxito extraordinario de best-seller, Merton va a afirmarse en que escribir para él, es el único camino hacia la santidad y escribir se convertirá en un oficio divino y en su segunda naturaleza. En el silencio descubrirá que ser monje es una vocación preeminentemente social, convicción que creció aún más después de 1951 cuando recibe la ciudadanía americana y es nombrado maestro de novicios. El crecimiento social y espiritual de Merton es constante.
A partir de los años sesenta, comienza a involucrarse cada vez más en los temas sociales y en las protestas contra la guerra del Vietnan y la escalada nuclear, la discriminación racial y la lucha por los derechos civiles. Su voz fue una de las de mayor influencia. La gente le escuchaba para encontrar luz en la oscuridad y claridad en medio de la confusión. Escribe sobre la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia. Clama proféticamente por la paz en el mundo y escribe: “Ser contemplativo no supone desentenderse del mundo y de sus problemas. El armarse hasta los dientes, no garantiza la paz (…) Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos, de los propagandistas y de los agitadores”.
Merton anhelaba un mundo nuevo y poner sus talentos a sanar las heridas de ese mundo y lo llevará a cabo desde la Abadía de Getsemaní en Kentucky. En Semillas de destrucción escribe sobre la lucha pacífica contra la segregación y discriminación racial liderada por Martin Luther King. “El negro le ofrece al blanco un mensaje de salvación, pero el blanco está tan enceguecido por su autosuficiencia y su presunción que no reconoce el peligro que corre al ignorar la oferta”.
Gandhi y la no violencia es un dialogo entre dos maestros espirituales, Gandhi y Merton. Ambos están de acuerdo en afirmar que “el camino de la paz es el camino de la verdad, y la mentira, la madre de la violencia. La mentira introduce violencia y desorden en nuestra propia naturaleza. Nos divide contra nosotros mismos, nos hace enemigos de nosotros mismos y de la verdad que está en nosotros. Es de esta división de la que surge el odio y la violencia…”.
Para Merton, la tarea de construir un mundo pacífico es la tarea más importante de su tiempo, pero también la más difícil. “La violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. El fin de la no violencia no es el poder sino la verdad”.
Ve la guerra como una tragedia evitable y cree que el problema de resolver el conflicto internacional sin violencia masiva se ha convertido en el problema número uno de su tiempo. Y citando a Kennedy afirma: “Si no terminamos la guerra, la guerra terminará con nosotros”.
En 1962 intenta publicar Paz en tiempos de oscuridad, pero fue vetada por sus superiores. Viene a ser su testamento profético sobre la paz y la guerra. Mucho de lo que se le había prohibido decir, comenzó a decirlo por aquel entonces el papa Juan XXIII y culminó con la publicación de la encíclica Pacem in Terris, en 1963. En ella se manifiesta contra la carrera armamentística y defensor del derecho a la vida como el derecho humano más elemental.
Merton se expresa así: “Me gustaría insistir por encima de todo en una verdad fundamental; que toda guerra nuclear, y, de hecho, la destrucción masiva de ciudades, poblaciones, naciones y culturas, independientemente del medio por el que se lleva a cabo, supone un crimen gravísimo que nos está prohibido, ya no únicamente por ética cristiana, sino por cualquier código moral sensato y serio”.
Merton hizo llegar textos mecanografiados de la obra prohibida a personas importantes e intelectuales de su época como el papa Juan XXIII, el cardenal Montini, Martin Luther King, Kennedy… y a personas participantes en sesiones conciliares. Es llamativo que la única condena especifica promulgada por el Vaticano II en la Gaudium et Spesse exprese en términos semejantes. “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras…es un crimen contra Dios y contra la Humanidad que es preciso condenar con fuerza y sin vacilaciones”.
En 1962 es invitado a hacer una oración por la paz en la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos en la que entre otras cosas dice: “Señor Omnipotente… escucha compasivo esta oración que asciende a Ti, desde la confusión y la desesperación de un mundo en el que has sido olvidado, en el que no se invoca tu nombre, no se respetan tus leyes y se ignora tu presencia. Ayúdanos a controlar las armas que amenazan con dominarnos. Ayúdanos a emplear nuestra ciencia para la paz y el progreso, no para la guerra y la destrucción. Enséñanos a utilizar la energía nuclear para bendecir a los hijos de nuestros hijos, no para arruinarlos…”.
Le duele la indiferencia y la fe superficial de muchos norteamericanos que viene a ser un ligero barniz bajo grandes apariencias, sin compromiso ni rechazo de la violencia. “Nos guste o no, escribe, tenemos que admitir que ya estamos viviendo de hecho en un mundo postcristiano, es decir, en un mundo en el que los ideales cristianos y las actitudes cristianas se están viendo cada vez más relegados a una minoría. Es inquietante advertir ( …) que ya no solo los no cristianos sino incluso los propios cristianos tienden a pasar por alto la ética evangélica de la no-violencia y el amor, tachándola de sensiblera”.
Y desde una postura de responsabilidad cristiana pregunta, “¿a dónde nos está llevando la carrera armamentística nuclear? ¿Qué queremos hacer con la bomba atómica la menguante minoría cristiana de occidente? ¿Deshacernos de ella o utilizarla contra Rusia?”. Activista por la paz y los Derechos Humanos, Merton intentó abrir los ojos a sus contemporáneos y apoyó el movimiento pacifista y antirracista. Durante sus 20 años en la abadía de Getsemaní, se convirtió en un escritor contemplativo, crítico y en un monje atípico comprometido con la paz. Fue un hombre de fronteras: retirado del mundo, participó al mismo tiempo en la protesta antirracista y anti-Vietnam; místico cristiano y seguidor de Jesús, trata de ser un buen budista.
Durante el último tramo de su vida, crece su interés por las tradiciones orientales de meditación y espiritualidad budista, que influyeron mucho sobre su pensamiento y escritos de los últimos años. Estudia la fe islámica, el misticismo sufí y el budismo zen, enriqueciendo a unos y a otros con su amplio conocimiento de la mística y espiritualidad católicas. Sus exploraciones interreligiosas, no fueron ejercicios académicos sino algo esencial a su apertura a Dios en todo momento, apertura al cambio y a la conversión allí donde pudiera tener lugar. Su apertura a las tradiciones orientales culminó con su viaje a Asia en 1968. Tuvo la oportunidad de visitar al Dalai Lama con quien aprendió técnicas de concentración. Muere en Bangkok (Tailandia) donde asistía a un encuentro interconfesional de superiores monásticos de Oriente.
Hoy, Merton es el máximo exponente del acercamiento entre ascetismo cristiano y la filosofía oriental. Su voz profética es de gran actualidad. Nos recuerda la necesidad vital de cultivar el mundo interior; que la paz es un don y una tarea; que la violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. Un buscador de Dios que intentaba descubrir el misterio de su existencia. Su voz profética nos hace conscientes de que en estos tiempos de crisis espiritual y de división entre los pueblos, el diálogo interreligioso es una necesidad urgente, que las religiones están llamadas a construir puentes, recomponer la unidad y a tejer una nueva humanidad fomentando la cultura del dialogo y la solidaridad.
Pilar Concejo
Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Cincinnati, Ohio y Licenciada en Historia Moderna por la Universidad de Valladolid. Ha ejercido la docencia en el Instituto de España en Londres, la Universidad de Ohio Wesleyan en USA y en la universidad San Pablo CEU, de Madrid.
Fuente Revista Crítica
Espiritualidad
Acción, Contemplación, Derechos Humanos, Paz, Thomas Merton
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