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Lunes Santo: Tres meditaciones sobre el Evangelio de San Juan 12, 1-11, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Lunes, 14 de abril de 2025

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De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):

La unción de Betania: un derroche de afecto por Jesús

La Semana Santa comienza con un Evangelio extraordinario.

Una cena en casa con amigos, una mujer, manos y cabellos empapados de perfume, no hay palabras, las manos y su ternura hablan.

Llegará el tiempo de las llagas, pero por ahora sólo brotan caricias en el cuerpo de Jesús.

Ese perfume valía diez veces el precio de Judas.

La mujer paga diez veces el dinero de la traición, le dice a Jesús: ¡alguien te traicionará y te venderá, pero yo te amaré y te compraré diez veces más! 

Tiene en sus manos los pies de Jesús, del viajero, del caminante, los pies del itinerante que no tiene dónde reposar la cabeza y de quien ha recorrido todos los pueblos de Galilea.

María los abraza para decirle: no te vayas más, quédate aquí, conmigo, con nosotros. Y quiero que sepas que dondequiera que Tú vayas, yo iré, y tu Dios será el mío.

Y el corazón de Jesús recibe, de las caricias de aquellas manos que le ungen, un balsámico conforto y una grande y fuerza feliz.

Una caricia, cuando es verdadera, transforma a un hombre.

Y la unción de Betania, este conmovedor lavatorio de los pies, anticipa tres días el otro lavatorio, el de Jesús a sus discípulos y, quién sabe, quizá lo inspira.

Jesús aprende los gestos fuertes del amor de una mujer.

Aquí el hombre y Dios se encuentran: cuando ama, el hombre realiza gestos divinos. Cuando el hombre ama a Dios hace cosas muy humanas.

Y la casa se llenó de perfume.

¿De qué sirve un poco de perfume en nuestra historia?

El perfume no cambió el destino de Jesús, no cambiará el nuestro, pero cambia el aire, la atmósfera de la casa y del corazón.

Intentemos, en familia y en casa, como María, inventar una caricia nueva, una declaración de amor para decir, sin palabras: eres precioso para mí. Diez veces precioso. Eres invaluable… darte un precio sería despreciarte.

Una cosa que aprendemos de este Evangelio: ¡lo preciosa que es la vida! 

Quizás una vida vale poco, pero nada vale tanto como una vida.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF


***

El perfume de Betania: la sobreabundancia del amor

IMG_0781La escena central de la unción de Betania representa el Amor que se dona, que se derrama sobre la humanidad para la salvación. Un Amor reconocido y acogido.

El gesto de derramar el perfume es el mismo que aparece en otros gestos y palabras evangélicas como, por ejemplo, el vino en las bodas de Caná. Es lo superfluo necesario, es “ese plus” que puede no estar y que sin embargo indica la humanidad que se dona con autenticidad de amor, de afecto, de cariño, de simpatía, de disponibilidad, de derroche, hasta el límite, pero porque la persona vale más que todo, tiene un valor inestimable. Es por tanto el signo del valor de la persona y de la primacía del encuentro personal.

Es un gesto desinteresado y gratuito, total, en el que se da todo lo que se tiene. Jesús, en el pasaje del evangelista Marcos, explica: «Esta mujer hizo lo que pudo» (cf. Mc 14,8). Esto nos recuerda la ofrenda de la viuda que, aun no habiendo hecho nada desde el punto de vista de la eficiencia, hizo todo porque se expresó a sí misma de manera toral y radical (cf. Mc 12,44). Lo que realmente cuenta es la forma oblativa del gesto: no importa realmente cuál sea el gesto.

La escena de Betania, en la práctica, pinta al mismo tiempo dos retratos: el de Jesús y el del discípulo: el de Jesús que, dejándose clavar en la cruz, continúa donándose todo, amando hasta el derroche, y el de aquel que, encantado por Jesús y por su exceso de amor gratuito, se deja invadir e impregnar por Él, y se deja salvar, se deja amar, dando luego, a su vez, el “más”, donándose todo de manera creativa, desinteresada, gratuita.

En contraste surge la figura del discípulo mediocre.

Betania es la “casa de la amistad”. Jesús volvía allí con frecuencia, porque «amaba a Marta, a María y a Lázaro» (Jn 11,5). Aquí estamos en la casa de Simón el leproso, pero el contexto es el mismo: “Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con Él” (Jn 12,2).

En la escena, María está de pie, con una mano sobre el corazón y con la otra derramando ungüento; Ella está completamente vuelta hacia Jesús, con infinita ternura, atenta a cada gesto que pueda distraerla de lo que experimenta y lleva en el corazón.

El episodio evangélico está narrado según la versión de Marcos, que es también la de Mateo. Juan dice que estamos en Betania y esta mujer que entra es María de Betania. En Marcos y Mateo ella no tiene nombre, es una mujer misteriosa que se convierte en un símbolo muy fuerte. ¿De qué? De cómo los creyentes, aquellos que supieron creer, acogieron y reconocieron a Jesús.

Y así María de Betania o esta misteriosa mujer que entra en el banquete, nos dice algunas cosas más que importantes y sugerentes. Mientras tanto podemos notar que ella es una mujer hermosa. La mujer samaritana también es hermosa. Esta belleza expresa la belleza espiritual que hay dentro de ella.

Entra en este banquete, lleva en la mano «un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro de gran precio» (Mc 14,3), lo parte y vierte su contenido sobre la cabeza de Jesús. ¿Por qué? El autor del relato de la escena subraya la ruptura del frasco, porque algo más se había roto en ella, se había roto su corazón.

La ruptura del frasco indica que en la mujer hay un transporte de amor que nada puede detener, que la empuja hacia ese profeta, ese maestro, cuyo misterio ha intuido.

Y en efecto, rompe su frasco y derrama el ungüento sobre la cabeza de Jesús.

Mientras Él está sentado, ella ata un paño a su cinturón y envuelve los de Jesús para decir que lo ungirá de la cabeza a los pies, que ungirá a Jesús todo. A ella no le importa lo que digan los demás, no le importa el despilfarro, el uso del dinero que, según algunos, podría usarse de manera mejor (cf. Mc 14,5). A ella no le importa nada de esto, a ella le importa Cristo primero y hace todo lo que puede hacer por Cristo.

El gesto de la mujer es un gesto eminentemente sacerdotal: es la unción como Sacerdote, Rey y Profeta, como Mesías esperado, y lo realiza una mujer. Muchos de los presentes se quedan impactados y se enfadan, poniendo como pretexto la excusa del despilfarro, pero en realidad la verdadera razón es que no pueden tolerar el hecho en sí, es decir, que una mujer, una mujer en ese contexto, un banquete, tenga la presunción de hacer semejante gesto hacia el invitado de honor. Pero Jesús la defiende y da gran importancia a su gesto: «Por todo el mundo se proclamará el Evangelio y se contará lo que ésta ha hecho, para memoria suya» (Mc 14,9).

María, por tanto, hace esto porque tiene el corazón roto y por eso derrama sobre Jesús lo que para ella es más precioso, que es el símbolo de sí misma. Con este gesto quiere expresar la donación total de sí misma al Señor.

En la terminología bíblica y patrística, de hecho, el “vaso roto” recuerda el “corazón contrito”, roto por el arrepentimiento y el amor – la terminología utilizada es la misma – y es esto lo que María experimenta: lo que da/derrama sobre Jesús es todo de sí misma. En la cultura de la época, el perfume (šemen, en hebreo) indica lo esencial (šem) de lo esencial (en). Aquí lo esencial de lo esencial ya no es el perfume sino el amor.

En la cruz, del Corazón roto de Jesús, lo esencial de lo esencial que brota de Él es su propia vida para la vida del mundo. Quien, como María, ha comprendido el gesto de amor extremo de Jesús y le responde, hace lo mismo, es decir, le da todo. Y expresa esta entrega total al Señor con un gesto simbólico: vierte perfume sobre Jesús. María vierte sobre el Maestro lo que para ella es más preciado: un perfume de nardo, pero lo que representa es mucho más preciado. Ese frasco roto, de hecho, habla de ella, de su corazón roto por la abundancia y la violencia del amor. Cuando el amor hace estallar el egoísmo y quiebra los límites, nada puede contenerlo.

Así, en el centro de la escena de Betania se subraya el tema del corazón roto, del que emerge lo esencial de lo esencial, es decir, la propia vida entera, el don de sí. Así mismo en la cruz hay un corazón roto, sobre todo de ahí viene lo esencial de lo esencial, de la vida misma de Dios, el amor de Dios por la salvación del mundo. Podemos observar entonces que el gesto de Jesús, la vida de Jesús, lo que hizo y cómo lo hizo y lo vivió, nos ayuda a comprender cómo podemos responder, cómo nos sentimos movidos a responder.

Mirar la figura de esta mujer nos ayuda a detener nuestro corazón en estos contenidos profundos y esenciales de nuestra vivencia de la fe. En nuestra oración personal, en la contemplación del misterio que se nos revela en la escena de Betania, invocamos al Espíritu Santo, para que nos conceda la capacidad de comprender más profundamente el misterio del Corazón roto de Jesús en la cruz y de dejarnos tocar por su amor y por la revelación que nos ofrece en el gesto de María de Betania.

Quien piensa que dar a Dios es robar al hombre, aún no ha sido alcanzado por el amor. Toda la historia nos atestigua que, cuando el amor a Dios se seca, el amor al hombre se convierte en un moralismo estéril y en una filantropía vacía.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón

Hemos entrado en la Semana Santa, en esta Semana Santa tan excepcional, y el primer regalo que nos ofrece la Escritura es este pasaje del Evangelio de Juan, cuando en Betania, seis días antes de Pascua, tiene lugar el banquete que quiere celebrar la resurrección de Lázaro. El regreso a la vida de este querido amigo de Jesús había conmocionado profundamente a los judíos y también a las hermanas de Lázaro.

De hecho, sabemos cómo después de cuatro días en el sepulcro los rabinos enseñaban que el cuerpo volvía definitivamente a ser polvo y Dios le quitaba ese aliento de vida que le había sido dado al principio.

Jesús, por tanto, es el dador de vida, el portador del aliento de vida que viene del Padre y la resurrección de Lázaro no es un milagro sino la presencia de Jesús entre ellos y entre nosotros, que consigue traer vida también allí donde la muerte ya se ha instalado. Y el verdadero signo es Jesús mismo, a quien en esta Semana Santa estamos invitados a descubrir a través de los Evangelios de la Pasión.

La casa de Betania, donde tiene lugar la cena, se debate entre la gratitud de las dos hermanas y los judíos por la nueva vida de Lázaro, pero también entre la envidia de aquellos, entre los fariseos y los Sumos Sacerdotes, que se sienten perturbados por el poder de la oración del Señor que se llama Hijo de Dios. Les perturba su manera de leer las Escrituras, que se entrelaza con la vida y la transforma. Están perturbados por el anuncio que hace del Reino de Dios y por su gran libertad. Leer más…

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“La isla del tesoro”, por Miguel Ángel Mesa

Jueves, 23 de enero de 2025
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De su blog Otro Mundo es posible:

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«Donde esté tu tesoro ahí estará también tu corazón»
(Mt 6,21).

En estos tiempos de inseguridad, de desahucios, de falta de trabajo, de incertidumbre ante el futuro, no es fácil decir a la gente que no se preocupe por el dinero, que lo más importante en la vida no tiene precio, que una existencia ética es lo que da sentido, alegría e integridad a la persona. Porque, ante todo, debemos de tener lo imprescindible para vivir dignamente y, si no, trabajar, luchar por conseguirlo, para mí mismo y para los demás.

Cuando se habla de llevar una vida sencilla, sin que las cuentas del banco nos lleguen a obsesionar, la gente se pregunta de qué secta has salido. Y, sin embargo, no es solo Jesús y los seguidores que intentan vivir el Evangelio, desde el espíritu de las Bienaventuranzas, quienes siguen diciendo que no se puede servir a Dios y al Dinero, a la Riqueza, a las Posesiones. Otras religiones y filosofías nos muestran lo importante que es, tanto la salud física, como la psicológica y espiritual, el vivir sin que el afán por poseer cada día más nos esclavice.

No hay nada más placentero, sugerente y motivador que continuar siempre en búsqueda, para encontrar el más pleno sentido para nuestra vida. Y en este sendero de búsqueda permanente, cualquier nuevo hallazgo, cada conquista personal, produce una alegría que se enraíza, nos alimenta y nos despierta las ganas de continuar por el camino del deseo siempre insatisfecho de la madurez humana y espiritual.

Los mejores valores que vamos adquiriendo a lo largo de los años, a precio de satisfacción interior y felicidad existencial, no son, desde luego, los que cotizan en bolsa, sino los que nos ayudan a mejorar, a crecer, a encontrarnos más a gusto, en armonía con nosotros mismos y con el otro, a compartir y solidarizarnos cuando el dolor, la soledad o la marginación de nuestros hermanos nos mueve a compasión.

El Evangelio nos habla de la alegría que demuestra la mujer que encuentra la moneda que había extraviado, del campesino que encuentra un tesoro y lo vende todo para adquirir el campo en el que se encuentra, del mercader de perlas finas que, al hallar la más hermosa que haya visto jamás, lo empeña todo por adquirirla. Son metáforas, imágenes que pretenden ayudarnos a dar verdadera importancia a lo que de verdad la tiene, lo que no se puede perder, lo que no nos pueden arrebatar. Algo que cuando se convierte en parte de nuestro propio carácter y forma de vivir, cuando lo importante no es acaparar, sino salir de nuestro yo egoísta y compartir lo que somos y tenemos, llegamos a entender cuál es el secreto que da la esplendidez a la persona.

Es tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo, como llegar a descubrir qué es lo que de verdad tiene importancia en su vida y qué es lo que no la tiene. La sociedad nos ofrece continuamente, por medio de la publicidad, la posibilidad de satisfacer todos nuestros deseos. Pero el deseo humano es infinito, por eso es algo que habita en nosotros y que nada lo puede saciar. Venimos del infinito y volvemos al infinito.

A lo largo y al final de nuestra búsqueda existencial, si hemos encontrado nuestro mayor tesoro, deberemos dar prioridad a la adquisición del campo en el que se encuentra la verdadera felicidad. Porque lo verdaderamente importante, la mayoría de las veces, no es cuantificable, es intangible, pero tan real como el aire que respiramos.

«Felices quienes siguen estudiando, investigando, descifrando señales luminosas que les indiquen el camino, para descubrir el tesoro escondido que les está esperando».

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“El tesoro se llama Jesús”, por Santiago Agrelo

Miércoles, 16 de agosto de 2023
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IMG_0133“Y si la palabra de Dios es el campo…”

“Jesús lo dijo así: ‘El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo’. Y el corazón entiende que ese tesoro, ese reino, se llama Jesús”

“Y si la palabra de Dios es el campo en el que he de buscar el tesoro escondido, palabra de Dios para mí son los pobres, mandato con el que Dios me obliga son los pobres, ley de Dios para mí es el hombre”

“Por él, por ti, he de darlo todo para adquirir el campo … Feliz búsqueda del tesoro escondido. Feliz encuentro con Cristo Jesús en su palabra, en su eucaristía, en sus pobres”

Jesús lo dijo así: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo”. Y el corazón entiende que ese tesoro, ese reino, se llama Jesús.

De él dice la fe: En Cristo Jesús, el Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. En Cristo Jesús, el Padre nos ha elegido antes de crear el mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. En Cristo Jesús, el Padre nos ha destinado a ser sus hijos. Por Cristo Jesús hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Recuerda lo que en la noche del nacimiento de Jesús los ángeles anunciaron a los pastores: “Os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”.

Recuerda la señal que el ángel dio a los pastores para llevarlos al encuentro de aquel evangelio, de aquella alegría: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Si aún nos has entendido que a aquellos pastores se les da la señal para que encuentren el tesoro escondido, fíjate en lo que acontece cuando lo encuentran: “Encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño”. Todos se admiran de lo que dicen los pastores: un tesoro siempre causa admiración, asombro; un tesoro siempre se guarda cuidadosamente; y “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

Recuerda también las palabras de aquel hombre justo que se llamaba Simeón y que aguardaba el consuelo de Israel –ése, el consuelo de Israel, era el tesoro escondido que él esperaba encontrar-. Cuando los padres de Jesús entraban en el templo para cumplir lo acostumbrado según la ley, Simeón tomó en brazos al niño y bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto el hontanar de la salvación”. ¡Mis ojos han visto el tesoro que esperaba encontrar!

Ya sé que ese tesoro que es Cristo Jesús nosotros no lo encontramos como lo encontraron los pastores, ni lo tomamos en brazos como lo tomó el justo Simeón; perose nos muestra en la palabra de Dios, lo encontramos en el amor de su voluntad, y así lo vamos diciendo con el salmista: “Mi porción –mi tesoro- es el Señor… Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata… Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo”.

Y si la palabra de Dios es el campo en el que he de buscar el tesoro escondido, palabra de Dios para mí son los pobres, mandato con el que Dios me obliga son los pobres, ley de Dios para mí es el hombre, voluntad de Dios para mí es el otro, es su vida, es su libertad, es su dignidad. Palabra de Dios para mí eres tú.

Tú eres el campo en el que se me ofrece Cristo Jesús.

Por él, por ti, he de darlo todo para adquirir el campo.

Si has encontrado a Cristo Jesús en las palabras del Señor y en la vida de los pobres, entonces lo reconocerás también en la eucaristía, y lo recibirás lleno de alegría, y lo guardarás en el corazón como la madre de Jesús guardaba en el suyo el misterio de su hijo.

Feliz búsqueda del tesoro escondido. Feliz encuentro con Cristo Jesús en su palabra, en su eucaristía, en sus pobres.

Fuente Religión Digital

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Tesoro

Martes, 9 de noviembre de 2021
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Del blog Nova Bella:

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“Déjalo todo

y lo hallarás todo”.

*

Tomás de Kempis

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Como un tesoro, como una perla…

Viernes, 9 de octubre de 2020
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40. A 17A propósito de Mt 13,44-52
José Rafael Ruz Villamil
Yucatán (México).

ECLESALIA, 18/09/20.- ¿Son las parábolas del agricultor que, involuntariamente, halla un tesoro y del comerciante que, como fruto de su insistencia en el oficio, encuentra una perla valiosísima, las referencias más bellas con las que el Maestro se refiriese al Reino de Dios? Sí, sin duda alguna. Pero así y todo, Jesús no deja de contextuar tanto el tesoro como la perla en el ajetreo cotidiano del trabajo humano: cada quien en lo suyo, tanto el mercader como el labrador, experimentan un hallazgo sorprendente y de un valor tal que los lleva a tomar una decisión inmediata en relación con la economía propia, sí, pero que acabará determinando a futuro la totalidad existencial de cada uno de los figurantes de estos relatos de Jesús de Nazaret.

En cuanto al tesoro, en el mundo antiguo son comunes las historias de campesinos o trabajadores que, encontrando una fortuna escondida, consiguen el bienestar que su situación económica precaria les ha negado. Pero, además, la cuestión del tesoro escondido es conocida también como caso jurídico: ¿a quién le pertenece? Para el derecho persa no hay duda: al rey. Para el derecho romano la solución es que el comprador de un campo retenga el tesoro si el propietario anterior no conoce su existencia. En el derecho judío, la práctica parece haber sido análoga. Y es que si bien en el mundo mediterráneo de entonces, por tesoro se entiende vestidos espléndidos, provisiones de trigo y víveres, perfumes valiosos, son más bien monedas de oro y plata o piedras preciosas lo que se tiene como objetos de acumulación para asegurar el futuro con, además, la costumbre de enterrarlas para poner semejantes caudales a buen recaudo tanto de ladrones como de situaciones imprevistas, tal como la invasión de un ejército hambriento de botín. Más aún, en la Palestina del primer tercio del siglo I, el derecho rabínico considera que la protección más segura contra latrocinios viene a ser el enterrar los dineros, a punto tal que quien lo hace queda libre de responsabilidad civil en el caso de que lo recibido fuese en depósito; por el contrario, quien envuelve en un pañuelo dinero confiado, está obligado a pagar indemnización por su precaución insuficiente.

En cuanto a la perla que, a diferencia de las gemas, productos minerales que son, es la consecuencia de la irritación —casi podría decirse del dolor— de un molusco, la madreperla, que reacciona ante la presencia de un grano de arena secretando progresivamente capas de nácar en torno a él; esas pequeñas esferas de color blanco, dueñas de un brillo del todo particular llamado, poéticamente, oriente, han sido consideradas desde los tiempos más antiguos —justamente en Oriente, aunque también en el mundo helenístico y romano de la cuenca del Mediterráneo— como la quintaesencia de lo más precioso. Obtenidas por buceadores en el mar Rojo, en el golfo Pérsico y en el océano Índico, las perlas como joyas se convierten en ostentación de lujo y en protagonistas de relatos fantásticos en relación con su valor incalculable: de Cayo Julio César, Suetonio refiere que “su más grande pasión fue por Servilia, la madre de Marco Bruto, a la que en su primer consulado le compró una perla del valor de seis millones de sestercios…” (cf. Vida de los doce césares, 50, Barcelona 1978). Si se tiene en cuenta que un sestercio es la cuarta parte de un denario y que éste, a su vez, es el salario que un jornalero recibe al día, ya se puede tener idea del valor de una perla, así el dato de Suetonio resulte exagerado. En cuanto a la Sagrada Escritura, según algunas versiones, en el Cantar de los cantares se habla de perlas en relación con el cuello de la amada. Es, con todo, seguro —junto con otras referencias diversas— que el Apocalipsis al describir el esplendor extraordinario de la Jerusalén celestial refiere, entre otras cosas, que: “…las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas hecha de una sola perla…”.

En relación con el comerciante de perlas del relato, dado el término griego —emporos— con que se le nombra hay que pensar que se trata, a diferencia de un tendero, de un empresario que viaja y que maneja sumas respetables en sus transacciones, muy en contraste con el agricultor que encuentra el tesoro: de éste hay que suponer que es un aparcero que, labrando un terreno arrendado por haber perdido el suyo, golpea con el arado una vasija de arcilla con dinero y, actuando conforme a derecho —según expliqué arriba— compra la parcela extraordinariamente enriquecida por el tesoro. No deja de llamar la atención que las dos parábolas en cuestión remiten, de algún modo, a los dos extremos de la escala socioeconómica de entonces. Y sin embargo, en ambos casos, el factor de lo sorprendente, de lo inesperado, provoca una reacción igual: asumen, insisto, un riesgo total al deshacerse de cuanto tienen, seguros como están de que el valor de lo encontrado y, correlativamente, el futuro que promete su adquisición supera, con mucho, cualquier realidad presente.

Es, pues, el riesgo de asumir como propia la causa del Reino de Dios el meollo del asunto que, como un reto, propone Jesús en las parábolas en cuestión. Pero, a diferencia del miedo que suele acompañar una decisión arriesgada, tanto el labrador como el mercader experimentan una alegría explicable únicamente por su capacidad de entender el valor y la belleza del hallazgo: Dios en la persona de Jesús y su Evangelio como perla y tesoro, esto es, la posibilidad de una vida diferente, plena de sentido y de paz, en el horizonte de la igualdad fraterna del Reino de Dios. Por otra parte, la audacia que supone la reacción tanto del mercader como del campesino acaban siendo una crítica al inmovilismo que se deriva de la pertenecía al establishment por las seguridades que proporciona en forma de identidad reconocida, solvencia económica, prestigio moral, y más; en una palabra: aceptación social y religiosa. Siguen siendo, entonces, la riqueza del tesoro, la belleza de la perla, esto es, el Reino de Dios predicado por Jesús de Nazaret, una decisión de riesgo harto desafiante, al tiempo que un mentís para quienes quieran institucionalizar la dimensión liberadora del Evangelio.

  (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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El corazón es “el altar de Dios”.

Sábado, 15 de septiembre de 2018
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Lo que se indica con el término bíblico «corazón» no coincide en absoluto con el centro emocional de los psicólogos. Los judíos pensaban con el corazón, ya que éste integra todas las facultades del espíritu humano; la razón y la intuición no son nunca extrañas a las opciones y a las simpatías del corazón. El hombre es un ser visitado, la verdad habita en él y lo plasma desde el interior, precisamente en la fuente de su ser. Su relación con el contenido de su propio corazón, lugar de la «inhabitación », constituye su conciencia moral, y es allí donde el Verbo le habla. El hombre puede hacer que su propio corazón se vuelva «lento para creer» (Lc 24,25), cerrado, duro hasta el punto de doblarse a fuerza de dudas (Sant 1,8), y puede llegar incluso a la descomposición demoníaca en «muchos» (cf. Me 5,9). La separación de la raíz trascendente es locura en sentido bíblico.

«Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón» (Mt 6,21). El hombre se define por el contenido de su propio corazón, por el objeto de su propio amor. San Serafín de Sarov llama al corazón «altar De Dios», lugar de su presencia y órgano de su receptividad. Haciéndose eco de Descartes, decía el poeta Baratynskij: «Amo ergo sum». El corazón tiene el primado jerárquico en la estructura del ser humano, sólo si en él se vive la vida posee una intencionalidad originaria imantada como la aguja de una brújula: «Nos has creado para ti, Señor, y sólo en ti encontrará su paz nuestro corazón», dice san Agustín.

*

Paul Evdokimov,
La mujer y la salvación del mundo,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1980.

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Tesoro precioso

Miércoles, 26 de abril de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Disfruta de Dios mediante la fe,

pues está en ti,

y goza de ese tesoro precioso,

aunque esté oculto a tu mirada

*

G-J. Chaminade

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