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“500 años despertando”, por Gema Juan, OCD

Jueves, 16 de abril de 2015
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16862716125_503b0cc78c_mDe su blog Juntos Andemos:

Teresa de Ahumada despertó a la vida un 28 de marzo, en 1515. Llegó de madrugada, desvelando a la familia y como anunciando ya que iba a pasar su vida despertando a las gentes.

Tal vez, porque pasó gran parte de su vida despertándose, pudo contagiar el hambre de luz que llevaba en sí. Y por lo mucho que le había costado acabar de despertar, abrir los ojos a la verdad, ya no los cerraría nunca a lo verdadero, ni permitiría a quienes andaban cerca de ella, dejar de vivir de cara a la luz.

A poco de comenzar el Libro de la Vida, Teresa escribió: «Comenzó [Dios] a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años». Y entrada en la adolescencia, contará que necesitó de «la buena compañía [de una monja] para tornar a despertar».

Despertaría, después, el valor que tenía en su interior, para atreverse a hacerse monja. Y, aunque al explicar cómo salió de su casa, escribía: fue «haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante», también confesó que «a la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy». Así despertó en ella la vocación.

Apenas dos años después de ingresar en el monasterio de la Encarnación, Teresa enfermó gravemente. Reviviría de un modo inesperado, del que ella siempre dijo que era hacedor su querido san José y pensó que ya nunca perdería la luz recobrada con la salud. Sin embargo, poco después, volvió a perder el rumbo: «¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos regalos de Dios… que me despertaban a servirle!», y supo lo que era estar más enferma en el alma que en el cuerpo.

«Hasta que por su bondad lo puso todo [el Señor]… no ha habido en mí sino caer y levantar» —decía, Teresa. Y así anduvo, hasta que se dejó del todo en sus manos. A partir de entonces, despierta sin retorno y podrá decir: «Ya mi alma la despertó el Señor… y no quiere Su Majestad que se torne a cegar».

Quien así hablaba de su propia vida, había peleado con una «sombra de muerte». De viva voz y con la tinta de su pluma, mil veces había dicho que «deseaba vivir». Y haciéndose a sí misma una radiografía, escribía: «De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuosa en desearla». Teresa quería vivir y poseía una gran vitalidad.

Contaba Julián Marías que desde finales del s. XV, había en España «una acumulación increíble de vitalidad». Y lo que explica sobre la vitalidad, cuadra muy bien a esta mujer que, a principios del s. XVI, llegaba al mundo. Porque la vitalidad –decía Marías– consiste en la gana de vivir, en la aceptación de la vida, aunque sea adversa, y por tanto incluye infortunios y dificultades.

Y todavía añadía que para que la vitalidad fuera auténtica –y en ella cifraba el pensador buena parte de la regeneración social– necesitaba un punto sólido en el que asentar, para poder llevar adelante proyectos.

Teresa encontró en Cristo esa columna inquebrantable en la que apoyar su vida y sobre la que permanecer despierta. Una vez que hizo de Él su apoyo, ya no volvió atrás, ni se replegó en sueños vacíos. Y toda su increíble aventura fundacional, todavía sin asimilar tras cinco siglos, da cuenta de su vitalidad. De un empuje que –como seguía diciendo Marías– hace avanzar «sin que cuenten demasiado las dificultades, que se aceptan como un reto, un estímulo, una posibilidad de dar la propia medida».

Teresa tomó su medida de Cristo y con Él hizo frente a la catarata de obstáculos que encontró. Así, pudo decir a sus hermanas: «De penas que se acaban no hagáis caso de ellas cuando interviniere algún servicio mayor al que tantas pasó por nosotros». Cuando algo mayor está en juego, las dificultades son «penas que se acaban».

Las ganas de vivir que tenía hacían que quisiera contagiar a todos la alegría que había encontrado: la de entender que Jesús estaba siempre presente, en ella misma y en la vida del mundo, para «despertarnos, y no una vez sino cada día».

Esa certeza dejó en Teresa una «muy gran gana de no hablar sino cosas muy verdaderas», es decir, dejó en ella el deseo de dedicarse a lo que merece la pena, a las cosas que valen. Por eso, tantas páginas de sus obras hablan del amor, del «amarnos unos a otros». De un amor verdadero y concreto, que «no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras». Y por eso decía: «Si entendieseis lo que nos importa esta virtud, no traeríais otro estudio».

Teresa lleva despierta 500 añosy aún le queda mucho por decir . Sigue intacto su más profundo afán, su pasión por despertar: «El gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir a este mi Dios y Señor».

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“Miradle resucitado”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 5 de abril de 2015
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158De su blog Juntos Andemos:

«Miradle», el gran adagio teresiano, resuena también en la mañana de Pascua: «Miradle resucitado».

El Resucitado se deja encontrar y hace sentir su presencia. Mirad «con los ojos del alma», si queréis verle —decía Teresa. Y advertía que ella «jamás vio cosa con los ojos corporales» pero que, en su interior, quedaba tan imprimida la presencia viva y el amor, que hacía «tanto efecto como si lo viera con los ojos corporales».

Parecía hablar, al mismo tiempo, con el apóstol Tomás y con la Magdalena, dos grandes deseadores de Jesús, hambrientos de verle y tocarle. Ansiosos por confirmar, Tomás la fe y María el amor. Y, hablando con ellos, Teresa lo hace con todos los que avanzan en la fe, a tientas, confiando, deseando, amando… con los que piden ver y tocar. Con los que permanecen sin acabar de ver y los que se dejan despertar por la voz del Maestro resucitado, que los llama por su nombre.

Por eso, Teresa escribía: «A los que se han de aprovechar de su presencia, Él se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías».

Para «ver y tocar», para reconocer a Jesús, Teresa invita a descubrir su presencia real, que es divina y humana, crucificada y resucitada: «Divino y humano junto es siempre su compañía».

Teresa hizo esta experiencia, como antes la hicieron los discípulos y las fieles mujeres que acompañaron a Jesús. Dirá: «Miradle camino del huerto… miradle cargado con la cruz… miradle resucitado». Una experiencia profunda de continuidad en la fe, que no separa la tierra del cielo ni la carne del espíritu, sino que unifica y enseña a vivir como Jesús, porque descubre en el Resucitado al mismo que andaba por los caminos de tierra.

Mirando al Jesús que experimentó hasta el fondo su condición humana, que supo de dolor y alegría, que conoció la amistad y la soledad, y eligió la verdad y la bondad como señas de identidad, Teresa escribió: «Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar».

Después, un encuentro con el Resucitado dejó en ella la certeza profunda del amor incuestionable al que llama, de la amistad que quiere vivir con sus amigos. Teresa sintió que Cristo le decía «que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas».

Eso anuncia la Resurrección: el tiempo de la unión profunda, del compartir sin medida. El tiempo de experimentar que Cristo se hace compañero, cuando se acoge su presencia: «No os faltará para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes» —decía Teresa. Cuando se elige acompañar a Jesús en su camino, se descubre que es Él quien acompaña.

Esa experiencia de Jesús, «hombre y Dios», enseñó a Teresa el camino de la armonía. Había conocido la oscuridad profunda, alejada de la verdad pero, después, se verá a sí misma, de la mano de Jesús, «con gran luz, quitada toda aquella pena». Y dirá que, andando con Él, no vuelve la oscuridad «ni se le pierde la paz; porque el mismo que la dio a los apóstoles, cuando estaban juntos se la puede dar».

Con el tiempo, escribirá: «Me veía rica siendo pobre». La bienaventuranza que nace de la Resurrección toma cuerpo en Teresa y quiere hacerlo en cada creyente. La luz de Cristo no diluye los profundos contrastes que definen lo humano —eso dice Teresa. Ella no deja de ser quien es, pero se descubre «rica», agraciada, renovada e iluminada.

Teresa llega a decir que la presencia de Jesús hace de esta tierra un cielo, es decir, convierte la propia vida en el lugar donde vivir la voluntad de Dios, porque «nos ha hecho tan gran merced como hacernos hermanos suyos». Dirá: «Hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad». Podrá hacerse en todos la voluntad de Dios, porque Jesús se ha hermanado con todos.

Desde esa comunión, Teresa comprende que el «gran resplandor y hermosura y majestad» de Jesús resucitado habita en cada ser humano y lo llama a resucitar. «En este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey» —decía. Y hablaba del Señor de la vida, que muestra su poder en el amor y que habita para liberar.

Este Rey «nunca falta» –dice Teresa– y «como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida». Este es el Cristo vivo, que ama, libera y sale al encuentro de todos. «¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado?».

«Miradle resucitado».

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“Cervantes, bisexual”, por Ramón Martínez

Jueves, 26 de marzo de 2015
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miguel_de_cervantesUn interesante artículo que publica Cáscara Amarga:

Con la aparición de los supuestos restos del autor del Quijote no sólo queda claro que la política cultural de Madrid está en los huesos, gracias a la incapacidad de Ana Botella. También hemos comprobado, una vez más, que determinados datos de la vida de un autor sólo son relevantes en caso de que no atenten contra los cánones establecidos.

Miguel de Cervantes era bisexual, no cabe duda alguna. Bien es cierto que metodológicamente es un error trasladar conceptos actuales sobre sexualidad a una época pasada donde no sólo no existían esos términos sino que el propio pensamiento sobre el hecho sexual era diferente. Resulta inadecuado tratar de encajar nuestras categorías sobre la orientación sexual y la identidad de género a un contexto social y cultural tan diferente como es el siglo XVI. Es un error decir que Teresa de Jesús fue posiblemente una lesbiana más o menos visible entre sus compañeras carmelitas y que la poesía de Juan de la Cruz desvela ciertos puntos de vista trans, o que Luis de León quizá fuera gay, por haber traducido la bucólica segunda de Virgilio y haber superado el original –“En fuego Coridón, pastor, ardía / por el hermoso Alexi, que dulzura / era de su señor y conocía / que toda su esperanza era locura”–. Pero no se trata de un error porque Teresa y Luis no se sintieran atraídos por personas de su mismo sexo, o porque Juan no pudiera haber sentido su género como femenino. Tratándose de personajes religiosos no hay forma, supuestamente, de demostrar nada, ni siquiera que fueron heterosexuales y cisexuales. Es un error porque los elementos culturales que sustentan todos estos conceptos no existían en el Quinientos. Cuando afirmamos ahora que Cervantes era bisexual no decimos nada más que, a lo largo de su vida, mantuvo relaciones con personas de más de un sexo, y hemos de emplear los términos avant la lettre, que se dice, para que nos sea posible entendernos.

El hecho es que los huesos que se han encontrado esta semana pertenecieron a un hombre que, en su vida, disfrutó del calor de hombres y mujeres. Sabemos que se casó en 1584, y que se separó de Cataliza de Salazar –con la que está enterrado, y mezclados sus restos– en 1586, porque la convivencia era muy mala. De sus sesenta y ocho años de vida, únicamente dos los pasó junto a una mujer. Es un dato comprobable que existió el vínculo matrimonial, y de ahí estamos obligados a suponer que, además, mantuvieron relaciones sexuales. Es uno de los privilegios del matrimonio, frente a otras formas de relación. Pero también es evidente que don Miguel, además de “haber ayuntamiento con fembra placentera”, que nos diría el Arcipreste, tuvo no pocos conciertos con diversos hombres.

Uno fue, seguramente, el cardenal Acquaviva, de quien fue paje en Roma en torno a 1570. Se supone que se habían conocido en Madrid en 1568 y que Monseñor, un año mayor que Cervantes (aquél con veintidós años, éste con veintiuno) se quedó prendado, se dice que de sus versos, pero es preciso recordar que el propio Miguel era consciente de que como poeta dejaba bastante que desear. Pasara lo que pasara, el autor del Ingenioso Hidalgo se incorpora después a la milicia, pierde la movilidad de su mano en la batalla de Lepanto en 1571 y sigue viajando gracias a los tercios, hasta caer preso en Argel en 1575, donde estuvo hasta ser rescatado en 1580. Y allí tenemos seguro que volvió a mantener relaciones con hombres, como la mayor parte de la crítica ya ha aceptado, aunque le pese –que le pesa–.

Después de todo esto, siempre espero escuchar una frase clásica: “lo importante es que era buen escritor. La vida privada de cada cual no tiene nada de relevante”. Pues sí, era un novelista genial, y en su Don Quijote podemos encontrar algunas de las escenas más escandalosas, en lo tocante a lo sexual, de la literatura española. Los sucesos de Sierra Morena deben ser interpretados adecuadamente, y allí encontramos a Dorotea que, en traje de varón, moja sus pies desnudos en el agua, sin saber que es observada por el cura disfrazado de escudero y el barbero vestido de princesa Micomicona, que creen que se trata de un joven hasta que descubre sus cabellos. Más adelante, con Sancho en la Ínsula Barataria, encontramos a un joven y su hermana intercambiándose los vestidos para salir a la calle. Bien es cierto que un autor perfectamente heterosexual sería capaz de escribir dos pasajes como estos, aunque quizá no se detuviera tanto como lo hace Cervantes describiendo el baño de la disfrazada Dorotea.

Lo que me preocupa esta semana es que aún nadie haya salido a la calle a gritar a los cuatro vientos la bisexualidad de Cervantes. No lo harán, seguramente, bajo esa perspectiva en que la vida privada no tiene nada que ver con la vida literaria. Pero hemos estudiado a Elena Osorio (Filis), Antonia de Trillo, Isabel de Urbina (Belisa), Juana Guardo, Marina de Aragón, Micaela Luján (Camila Lucinda) y Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), algunas de las mujeres que pasaron por la vida de Lope de Vega, cuya heterodonjuanesca hemos celebrado con júbilo en un reciente capítulo de esa gran serie que podría ser El Ministerio del Tiempo. Entonces, ¿qué es lo que convierte en algo tan relevante la vida privada del autor de El perro del hortelano? ¿Por qué estudiamos a las mujeres de Lope y no a los novios de Lorca? Y, siendo Cervantes bisexual, ¿por qué sabemos que estuvo casado con Catalina de Salazar pero no se habla de sus relaciones con hombres? Hay un privilegio evidente, un privilegio heterosexual que condena a todas las personas diversas al silencio, a quedar relegadas a la vida privada, ésa que no importa, aunque vertebre sus obras y sólo conociendo su realidad como ser humano sea posible desentrañar el significado de su literatura. Desde aquí propongo que, en las sedes de todos los colectivos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales de España se coloque un retrato de Miguel de Cervantes. Si ellos no quieren reconocer la realidad de sus autores, lo haremos nosotras con los nuestros.

Por cierto, Lope de Vega fue secretario del Duque de Sessa a partir de 1605, y la relación entre ambos fue bastante convulsa. Se sabe que Lope, además de encargarse de sus papeles, también alcahueteaba en favor del Duque, metiendo en su cama no sólo mujeres, sino también hombres. Se sabe que la extraña relación entre noble y secretario atormentó a Lope durante años. Y quizá no conozcas una comedia del Fénix de los Ingenios titulada La boda entre dos maridos, y quizá recuerdes que El perro del hortelano narra los amores y desamores de la Condesa de Belflor con su secretario… Y es que quien lo probó, lo sabe. Vale.

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“La Mística de los ojos abiertos”, por Xavier Melloni s.j.

Miércoles, 25 de marzo de 2015
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9898c83e257b522e6e894e32eede5197La mística tiene que ver con el desplegarse de todos los sentidos en una creciente captación y entrega a lo real. Por ello no deja de ser una redundancia hablar de una mística de ojos abiertos, porque una mística que los cerrara y llevara al retraimiento no sería ningún camino verdadero. Pero también es cierto, que comprendemos lo que se desea acentuar cuando así se especifica., porque no todas las místicas tienen la misma orientación.

Johann Baptista Metz presentó precisamente su último libro bajo este título: “Por una Mística de Ojos Abiertos” (Herder, 2013). En esta obra recoge cuanto podía esperarse de una voz que durante décadas ha recordado lo ineludible del compromiso histórico, particularmente con los más desfavorecidos, para quien quiera seguir el camino cristiano. En las últimas décadas son muchos los que han encarnado y siguen encarnando un modo de estar presentes en la realidad política y social nutrida por la mirada interior: Gandhi se entregó a la lucha no violenta por la emancipación de su país y de los descastados; Dag Hanmarskhöld creó una nueva conciencia en la cooperación internacional desde su cargo como Secretario general de las Naciones Unidas; Martin Luther King dio su vida por lograr la igualdad de derechos entre blancos y negros norteamericanos; Ignacio Ellacuría y compañeros cargaron con la responsabilidad de hacer de mediadores en la realidad de Centroamérica; la comunidad trapense de Tibhirine permaneció hasta el final en la tierra islámica apostando por el diálogo interreligioso; Pedro Casaldáliga sigue siendo bardo y profeta en la selva de la Amazonía; Leonardo Boff y todo el grupo brasileño (Frei Betto, etcetc.) siguen inspirándonos con sus mensajes comprometidos con el cuidado de la tierra. Todos ellos son ejemplos visibles de la fecundidad de tener ojos abiertos hacia dentro y hacia afuera al mismo tiempo, poniendo los acentos que a cada cual le tocan vivir.

El reto que se presenta a nuestro tiempo es que la mirada hacia lo interior no se evada de la complejidad de nuestro mundo, así como la mirada hacia lo exterior no suponga un descuido del cultivo de lo interior. Nuestra tendencia hacia uno de los polos hace que tengamos desconfianza y reticencias respecto a los que están decantados por el otro. Acabamos de mencionar algunos de los referentes que ilustran lo fecunda que es una vida cuando está iluminada por esta doble visión.

Por otro lado, hablar de una mística de ojos abiertos en el contexto del centenario del nacimiento de Teresa de Jesús es hablar de ella misma, porque fue una mujer ciertamente despierta. Pero fue despierta porque despertó a algo mayor que sí misma. No bastaba con que tuviera un carácter vivaz, que lo tenía, sino que se le abrió una mirada interior que le permitió ver y vivir de otro modo. La reforma del Carmelo brota de una hondura y apertura que potenciaron lo mejor de su personalidad. La lucidez, libertad y valentía que nacieron de ahí la llevaron a la reforma de su orden religiosa. Cada cual ha de escuchar a qué reforma se le convoca. Colectivamente lo que está en juego es la transformación de una sociedad entera, hacia ese otro mundo posible que se hace real cuando hay suficientes miradas lúcidas y comprometidas para cambiar el estado actual de las cosas.

Cultivar la mirada interior para disponer la mirada exterior.

Antes de referirme a lo que conviene mirar, me gustaría aclarar que el cerrar los ojos de la práctica meditativa es para abrir el ojo interior. El caer de los párpados indica el necesario apartamiento dela inmediatez para poder mirar la realidad desde mayor perspectiva. Es inadecuada la comparación que se hace a veces de Cristo muriendo en la cruz con los ojos y brazos abiertos ante el dolor del mundo y el Buda con los ojos cerrados y meditando como si se quisiese evadir del sufrimiento y del mundo. En verdad, son dos modos de estar presente en y para el mundo: uno solidarizándose con el dolor y clamando junto con los que sufren, mientras que el otro enseña a transformarlo mediante el estado meditativo. El episodio del Éxodo en que Moisés ora desde lo alto con las manos extendidas mientras Josué lucha en el llano (Ex, 17, 8-12) es otra expresión de cómo estos dos modos de estar presentes son necesarios y que es importante saber cuándo es tiempo para cada uno: estar codo a codo en la trinchera y tomar distancia para poder mirar con perspectiva.

Hace algunos años un compañero jesuita que llevaba mucho tiempo en el altiplano boliviano entre los aymaras me comunicó una experiencia que vale la pena transmitir. Una mañana se acercó a uno de los poblados para consultar a un anciano un asunto de importancia. Le dijeron que don Genaro estaba ausente pero que regresaría más tarde. Al cabo de unas horas mi compañero volvió a preguntar por él y le dijeron que todavía no había regresado. Volvió por tercera vez al final del día, y todavía no había regresado. MI compañero preguntó esta vez con impaciencia:

– ¿Se puede saber dónde esta?

Uno de los ancianos que estaba presente le indicó una pequeña figura blanca que estaba en el cerro.

– Ahí esta don Genaro.

– ¿y qué hace?

– Está llenándose de luz.

Difícilmente podría decirse mejor lo que está en juego: llenarse de luz para iluminar con esa luz la realidad que se ve. ¿Qué es lo que ven unos ojos abiertos por la experiencia interior? Perciben presencia donde la mirada ordinaria sólo vive la ausencia y captan la interconexión de todo donde la mirada ordinaria sólo ve fragmentación y caos. En lenguaje clásico, “ve a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios”.

Esta fue precisamente una de las experiencias que tuvo Teresa de Jesús al inicio de su conversión. Explica ella misma en su autobiografía: ” Estando una vez en oración, se me presentó en breve, sin ver cosa formada, más fue una representación con toda claridad, cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en sí. Saber escribir esto, yo no lo sé, más quedó muy imprimido en mi alma. Es una de las mercedes que el Señor me ha hecho y de las que más me ha hecho confundir y avergonzar, acordándome de los pecados que he hecho. Creo que si el Señor fuera servido viera esto en otro tiempo y si lo viesen los que le ofenden, que no tendrían corazón y atrevimiento para hacerlo” (Vida, 49,9)

La relación que hace Teresa entre la gracia recibida y la confusión por su pecado no es secundaria. Al haber percibido que Dios está en todo, le confunde que el ser humano pueda ensuciar la sacralidad de lo existente. Si Dios está en todo, todo es sagrado, y estamos llamados a vivir de forma sagrada todos nuestros actos y relaciones. La apertura de los ojos tiene que ver con la capacidad de percibir la sacralidad de lo real, la cual otorga a cada ser un valor infinito.

La interrelacionalidad de todas las dimensiones.

Después de los movimientos pendulares que nos han decantado por un polo a costa de descuidar el otro, el reto del momento actual es que seamos capaces de integrar las diferentes dimensiones de la realidad. Simplificadamente podemos distinguir cuatro ámbitos: el personal, el interrelacional, el político social, y el ecológico. Hemos de aprender a cultivar esta cuádruple dimensión desde la mirada interior para percibir su interdependencia y circularidad. Esta interconexión de todo con todo y de todos con todos ha adquirido hoy escala planetaria, lo cual hace todavía más necesaria una visión profunda para poder abarcar tanta amplitud. Es necesario conjugar las oposiciones y hacerlas fecundas: conjuntar la liberación interior y el cambio de las estructuras, la reconciliación de las relaciones humanas y la reconciliación con la naturaleza, con la convicción de que las cuatro dimensiones crecen a la vez y que ninguna de ellas se puede posponer. Trabajar el conocimiento de uno mismo, fomenta la cultura de la paz para posibilitar la convivencia entre identidades culturales y religiosas, luchar por la igualdad y la justicia, y cuidar de la tierra son aspectos de una misma y única tarea: vivir en estado de apertura, de veracidad y de venerabilidad ante todo lo que existe porque se percibe que emana de una fuente común.

ACERCAMIENTO A LAS CUATRO DIMENSIONES

Decía santa Teresa que tenía por más un minuto de verdadero autoconocimiento que muchas horas de oración. Cuando se abren verdaderamente los ojos, uno se ve en lo que ve. No de un modo narcisista, ya que eso nos impide cualquier ver, ahogados en el propio ensimismamiento. El verse así mismo en lo que se ve permite captar que uno no está separado de lo demás ni de los demás. En este camino integral es necsario darse cuenta de que cuánto más honda es la transformación interior, mayor es la captación de lo exterior. Y es que no vemos la realidad tal como es sino tal como somos. Caundo no somos conscientes de esto, proyectamos sobre los demás los propios conflictos y este mutuo arrojarse los demonios crea mas infierno porque nadie comienza por responsabilizarse de sus asuntos no resueltos. Todos tenemos heridas que nos producen un sufrimiento permanente que, sin saberlo condiciona nuestras reacciones y percepciones sobre los demás los demás. El trabajo sobre uno mismo como condición de posibilidad para actuar sobre el mundo ha sido urgido de muchas maneras, no para posponer el compromiso con el mundo, sino para ser consciente de que ambos cambios caminan juntos en todo momento. Ghandi dijo:” Sé tu el cambio que quieres ver en el mundo”

La comprensión del sufrimiento ajeno.

Cuando este trabajo está presente se tiene mayor claridad de lo que sucede en los demás. Se puede captar el sufrimeinto ajeno porque uno está en contacto con el propio, sin eludirlo ni proyectarlo. Uno de los contemporáneos que mas ha colaborado en esta toma de conciencia es Thich Nhat Hanh, monje budista vietnamita que estuvo comprometido desde la no-violencia en la guerra civil de su pais, tratando de hacer de mediador entre ambos bandos. Ante la fuerza debastadora de la ira, se percato que tras ella había un gran sufrimiento, que al no saberse liberar de otro modo generaba todavía más violencia, la cual provocaba todavía un sufrimiento mayor. De la comprensión surge el perdón y la compasión, entendiendo esta en sentido budista: amor consciente. En tal tradición, sabiduría y compasión van de la misma mano. Son las dos caras del mismo despertar. Cuando se comprende se ama. Sólo podemos amar lo que comprendemos, a la vez que amar nos ayuda a comprender. Tal es la base de la reconciliación y del perdón. Una reconciliación y un perdón no sólo dirigidos a los agresores de la propia biografía, sino también a los agresores de la biografía de la humanidad. Pertenece a la misma llegar a comprender que todos somos verdugos y víctimas, que no hay un nosotros y ellos, sino un único nosotros. Esta percepción no desresponsabiliza a nadie ni justifica nada, sino al contrario, hace más corresponsable.

La comprensión de los procesoso sociales.

Los sistemas económico-políticos son la expresión y el resultado de un determinado estado de consciencia colectivo. El grado de depredación y de vandalismo que legitiman depende del avance o regresión de las pulsiones, de toda una sociedad, incluso de una civilización. Determinadas estructuras legitiman, refuerzan tales pulsiones o las contienen y son capaces de canalizarlas hasta llegar a transformarlas. La actuación individual se inserta en un complejo sistema que refuerza o atenúa las desigualdades sociales. Captar la interrlación intrínseca entre el estado interior, la acción local, y la repercusión global requiere gran capacidad de análisis, de información y de ecuanimidad tanto mental como emocional. La glocalidad es una visión nueva de las cosas que incluye también la perspectiva temporal, es decir, las actuaciones de efectos inmediatos y a largo plazo. La mirada depredadora, en cambio, es fragmentaria e inmediata. Estrecha la franja del tiempo, pierde la memoria y olvida el relevo generacional.

El respeto y la gratitud por las cosas

Todo lo que nos rodea es don de la tierra pero nos comportamos como depredadores incapaces de darnos cuenta de las consecuencias de nuestra compulsión. El daño al planeta y a los que viven junto a los lugares que codiciamos es un mismo y único daño que nos estamos infigiendo todos.. Una mísitca de los ojos abiertos tiene que darse cuenta de los efectos de nuestra codicia y del complejo recorrido de los productos que utilizamos despreocupadamente cada día. Ya no podemos ignorar que los 100-150 gramos de cada móvil generan 80Kg de mochila ecológica, además del trastorno que causa a los países africanos la extracción del coltán necesario para nuestros aparatos. El respeto por las cosas es inseparable de las personas que están junto a ellas y tras ellas. Capatr esta relación forma parte de una mirada integrada, iluminada y absolutamente necesaria. Todo ello ha de llevar a un cambio de vida. “Tener menos, para tenerse más” Dejó dicho Facundo Cabral. O como se está difundiendo entre ciertos movimientos alternativos: “Menos es mas”. Dar este giro es todavía un gran avance civilizatorio que todavía es contracultural. Saber ver es saber agradecer. Sólo una mirada agradecida es capaz de darse cuenta del don de cada cosa, de cada objeto que llega a nuestras manos, lo cual lleva al mismo tiempo a restituír lo que tomamos a aquellos a los que les pertenece.

Todo ello son sólo atisbos de un mirar capaz de captar el todo en la parte y la parte en el todo. Si bien la m´sitica había sido en el pasado un cima, hoy urge que se convierta en un punto de partida, en un modo de vivir que lleve a ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios. Dios significa aquí ese Fondo de lo real que es inseparable de las mismas cosas y que al percibirse inseparablemente en ellas, transforma nuestra forma de relacionarnos y de comportarnos con todo. Disponemos del legado de las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad para adiestranos en ello. Tradiciones que también ellas están llamadas a mirarse y venerarse mutuamente con la luz que se recibe de una mirada abierta sobre la realidad.

Revista Éxodo, núm. 127, Febrero 2015

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“Despreocuparse”, por Gema Juan OCD

Martes, 10 de marzo de 2015
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15835114924_e48c96ec3c_mDe su blog Juntos Andemos:

En los evangelios, el tema de la preocupación no está muy bien visto. Solo cuando se trata de tomar decisiones graves, parece estar permitido lo de preocuparse un poco y pararse a pensar bien la decisión que se toma. Decisiones del tipo: «renunciar a sí mismo», como proponía Jesús, una vez que le seguía mucha gente, para ver quiénes podían ser discípulos.

Quitando eso, Jesús suele aparecer despreocupado y despreocupando. Se lo decía a su amiga Marta –«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por demasiadas cosas»–. Y se lo repetía también a sus mejores amigos –los discípulos– que se agobiaban con cierta facilidad.

Lo mismo si se trataba de cosas materiales: «No estéis preocupados pensando qué comeréis», como cuando era necesario enfrentarse a situaciones difíciles: «Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa».

Teresa de Jesús decía: «Juntaos cabe este buen Maestro muy determinadas a aprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis». Era lo que ella había hecho, cerca de Jesús había aprendido sabiduría.

Con Jesús, Teresa había aprendido qué era «ser hijos de tal Padre y hermanos de tal Hermano». Y tomó muy en serio su oferta: despreocuparse confiando, es decir, cuidando las cosas de Dios, buscando su Reino. A partir de ese momento, su vida cambia y ya no se cansa de inculcar a los demás –igual que hacía Jesús– el camino de la confianza.

«Fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos… de su misericordia jamás desconfié… confiada en que Su Majestad ayuda a los que se determinan para su servicio y para gloria suya». Sería interminable espigar la palabra de Teresa sobre la confianza.

No es que ella no tuviera necesidades o no pasara por dificultades. Vivió superando trabas de todo tipo y afrontando un sinfín de problemas. Se había enfrentado a habladurías de toda clase, al rechazo de los guardianes de la ortodoxia y a la buena fe de semiletrados sin experiencia. Resumen de muchas cosas puede ser aquel momento en que escribe: «Todos eran contra mí».

Y respuesta a todas ellas, su confianza plena: «Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien solo en Vos confía».

También había trabajado mucho para comenzar una nueva vida y había pasado infinidad de penalidades para extenderla, fundando nuevas comunidades. «La gran persecución que vino sobre nosotras… algunas veces parecía que todo faltaba… los grandes trabajos de los caminos… tantos males y dolores, que yo me congojaba mucho».

Pero ella iba experimentando lo mismo que Jesús, que el Padre nunca deja de trabajar y siempre está con sus hijos. Y decía: «Estas fundaciones no es casi nada lo que hemos hecho las criaturas. Todo lo ha ordenado el Señor». También sentía que Él le «daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado, parece que me olvidaba de mí».

Con esa larga experiencia, anima a sus hermanas a ganarse la vida. Es necesario «que trabajéis y ganéis de comer» —les decía. Pero advertía, al mismo tiempo: «Trabaje el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese cuidado como largamente queda dicho a vuestro Esposo, que Él le tendrá siempre».

Hará una llamada a «dejar el cuidado… de la comida, de rentas ajenas, de estos cuerpos», a cambio de otras preocupaciones mejores: el «cuidado de servir y alabar a nuestro Señor, el de acordarnos [de que] tenemos tal huésped dentro de nosotras».

El mismo cuidado del que, siglos después, hablaría una mujer joven –Etty Hillesum–, poco antes de ir a los campos de exterminio, cuando le decía a Dios que lo cuidaría y escribía: «Debemos ayudarte nosotros a ti y tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior». De eso se trata, de cuidar al «divino huésped».

Para cultivar la confianza y animar a poner el corazón en lo verdadero, en lo que sirve para vivir y no andar agobiados, Teresa dará a sus hermanas y amigos consejos.

Recordará la necesidad de alejarse de la superficialidad: «Cuidado de apartarnos de hacer caso de esto exterior». Y la de estar vigilantes para que el corazón no se enrede en lo que roba la serenidad («Cuidado de no ofender a Dios») o fomenta la apatía («Cuidado de ir adelante»).

Invitará a unas jóvenes con dificultades a que se abandonen en Dios: «Cuando más descuidadas estemos ordenará como sea a gusto de todos». Y disfrutará, entre sus primeras compañeras, viendo «el descuido que tenían de todo, mas de servirle».

En un rasgo muy suyo, añade una cuña tranquilizadora, para que nadie crea que queda fuera de la llamada de Jesús. Este cuidar al huésped y no ofenderle y este ir adelante se realiza en cuanto es posible. Así, dirá que «conforme a sus fuerzas [cada uno] hace lo que puede».

Teresa sabía que a quien andaba mucho con Jesús, se le pegaban sus maneras, sus cuidados y sus descuidos. También por eso, escribía: «Si ella está mucho con Él, como es razón, poco se debe de acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene». Es Marta, pero despreocupada.

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“Por amor de ellas”, por Gema Juan OCD

Domingo, 8 de marzo de 2015
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16611027496_cf68f0fc64_mDe su blog, Juntos Andemos:

Ocho de marzo, de un año cualquiera. Se repite incansable, desde 1977, el «Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internaciona. Igual que se repiten historias que podrían llamar a la desesperanza, por su persistencia. Como si dijeran: no se puede hacer nada.

Pero no es cierto. Siempre se puede hacer algo. Y lo dice la historia creciente de mujeres libres, que responde al dolor de otras tantas sin liberar. Es posible seguir avanzando, hay que alimentar la conciencia y seguir con el trabajo que puede producir el cambio necesario.

En el siglo XVI, el siglo en que vivió Teresa de Jesús, se podía leer cosas como esta: «La mujer cuando dice una palabra descomedida paga con la bofetada, pero cuanto toca en lo vivo la honra (al marido) a las veces paga con la cabeza».

Por descontado, el problema estaba –según fray Antonio de Guevara, autor de esas palabras– en si las mujeres «ponen lengua a sus maridos». Es decir, el problema era que una mujer osase contestar a su marido. Por eso, se preocupaba por ayudarlas, recomendándoles «prudencia, cordura, honestidad y habilidad». Para ser tan poca cosa la mujer… se le pedía mucho.

¿Parece una locura que en el siglo XVI se viera como una reacción normal que un varón agrediera a una mujer, por cualquier motivo? ¿Es más cuerdo el siglo XXI?

Teresa tenía plena conciencia de esta situación. A sus hermanas les decía: «Acordaos también de muchas casadas… que no se osan quejar… y sin descansar con nadie». Y les advertía para que tuvieran conciencia de su libertad porque muchas mujeres pasaban por «estar sujetas a un hombre, que muchas veces les acaba la vida».

En el siglo actual, muchas mujeres viven lejos de estos temores y de situaciones tan degradantes. Aunque las sesgadas estadísticas de los países desarrollados, siguen avisando de que la mano oscura de la violencia contra las mujeres, persiste. Porque persiste una imagen de ellas.

Esto, sin contar con la situación de las mujeres que el azar hizo nacer en geografías menos favorecidas, donde lo menos que puede sucederles es lo que Teresa relataba del nacimiento de una niña: «Dio mucha pena a sus padres de ver que también era hija… como cosa que les importaba poco la vida de la niña, a tercer día de su nacimiento se la dejaron sola y sin acordarse nadie de ella desde la mañana hasta la noche».

Apenas se recuerda que el primer «8 de marzo» fue un 19 de marzo en el lejano 1911. Y que uno de los países pioneros fue Alemania, la casa de tantos grandes pensadores. Y quizás no se recuerda porque hoy es uno de los países donde la prostitución está legalizada y se ha convertido en el paraíso de los proxenetas.

Algo chirría y parece decir que sin un cambio profundo mental, que afecte también a las estructuras que sostienen los estados, no habrá una transformación real. Resulta evidente que el cambio no se ha dado, por más que nadie –o casi nadie– se atreva a hablar de forma parecida a la de Guevara. La mujer sigue siendo un objeto: un cuerpo que se puede usar, con el que se puede comerciar. Hueca. Cuando no un arma de guerra.

La hipocresía se eleva a la categoría de cinismo cuando se legaliza el crimen, bajo una capa de mejorar la situación de las mujeres. Y, cuando las personas que defienden y se benefician del negocio de usar mujeres, dicen que se trata de un simple trabajo, felizmente regulado… pero les horroriza pensar que sus hijas pudieran trabajar en ello.

Más allá de las disputas ideológicas o morales que puede traer la cuestión de la legalización de la prostitución, a nadie se le oculta que mueve cantidades ingentes de dinero y que promueve el tráfico humano que, en nuestros días, sigue al alza. Suben los ingresos de unos pocos, pero las condiciones de vida de esas mujeres no mejoran, siguen sin ser consideradas como seres humanos plenos.

¿Qué paz se celebra en este día? ¿Se tratará del «beso de tan falsa paz que da el mundo», del que hablaba Teresa? Porque quedan muchas, demasiadas mujeres cuyos derechos parecen no existir.

Decía ella: «Creed que es menester aquí estar con la espada en la mano de la consideración». Es necesario seguir creando pensamiento, con la radicalidad de la espada que pide Teresa, que no permite que la hipocresía siga generando falsa paz. Y recordar sus palabras: «Hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior».

Nadie queda fuera esta llamada: «Aunque sean cosas muy pequeñas, no dejéis de hacer por su amor lo que pudiereis». Por amor de Dios, por amor de ellas.

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“La fuente (II)”, por Gema Juan OCD

Lunes, 2 de marzo de 2015
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16288610732_07cfdb37de_mLeído en su blog Juntos Andemos:

A medio camino entre los Padres de la Iglesia y Edith Stein, se encuentran Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, y también ellos bebieron de la fuente inagotable divina, experimentaron a Dios como el manantial de donde todo procede y se sumergieron en él para dar vida.

Ante el misterio de Dios, la fuente madre que no solo da la vida sino que también acoge y recoge en sí a todos los seres humanos, Teresa se conmueve y exclama: «¡Oh Vida, que la dais todos! No me neguéis a mí esta agua dulcísima que prometéis a los que la quieren. Yo la quiero, Señor, y la pido, y vengo a Vos».

Tiene conciencia de que los seres humanos están íntimamente unidos en el camino de la vida y que un mismo fin de amor y plenitud aguarda a todos; por eso, escribía a sus hermanas: «Queramos que no, todos caminamos para esta fuente, aunque de diferentes maneras». El realismo teresiano apunta siempre a la esperanza.

A Teresa, el agua le sirve para explicar el camino de la vida, de la amistad con Dios, de la oración: se trata de hacer florecer el propio huerto y para ello hay que recorrer un camino. Es como ir del pozo a la fuente, aprender a regar y a dejarse empapar. Hay que aceptar el esfuerzo de buscar el agua, para terminar por descubrir que estaba ahí, antes de que todo comenzara, esperando para inundarlo todo.

Se le ocurren cuatro formas de regar el huerto. Es un modo simbólico de hablar. Lo que le interesa es ayudar a entender que merece la pena buscar la fuente. Para eso, hay que echar a andar, escarbar, desbrozar, hasta que Dios pueda «hartar todo este huerto de agua», porque la tierra puede recibirla.

Así es como Teresa empieza a hablar de los «siervos del amor». Esos servidores del amor son los que siguen «por este camino de oración al que tanto nos amó», a Jesús. Son buscadores, que terminarán por descubrir lo que Él mismo decía de su agua: que se convierte dentro «en un manantial que brota dando vida eterna».

«De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo», mientras que en «el segundo modo de sacar el agua», la cercanía de Dios se hace palpable, su presencia va transformando la vida y una alegría profunda empieza a abrirse paso.

Hay más. Llega un momento en que ya no parece que se busca el agua, sino que Otro se ocupa de que la tierra la tenga. Teresa dirá que Dios se convierte en el hortelano, que Él es el que trabaja para que crezca la amistad. Y dirá que «como es tal el hortelano, en fin criador del agua, dala sin medida». Dios es la fuente, el «criador del agua» y solo desea derramarse sobre la tierra de sus amigos.

Así, hasta llegar al centro, donde Él mismo se encuentra. Por eso, cuando hable de la cuarta forma de regar dirá que «se goza un bien, adonde junto se encierran todos los bienes». El agua desborda benéficamente, llueve desde lo profundo y se empieza a descubrir la infinita fuente de vida en la que Dios sumerge a quien le busca, el manantial que brota dentro.

Teresa tiene un conocimiento muy profundo de lo humano. Ha tocado sus límites y se ha visto en frustrantes recaídas, sintiendo cómo perdía el agua. Y ha visto que por no preparar la tierra para recibir el agua, algunos preciosos huertos se vuelven estériles. Pero también ha comprobado que de muchas maneras se puede avanzar y por eso cuenta su experiencia:

«Para lo que he tanto contado esto es… para que se vea la misericordia de Dios y… para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración… y cómo si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caídas… tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación».

Por un lado, todo es cosa de Dios que «como es tan bueno, no nos fuerza, antes da de muchas maneras a beber a los que le quieren seguir, para que ninguno vaya desconsolado ni muera de sed». Por otro lado, la grandeza de la fuente se revela en que de ella «salen arroyos, unos grandes y otros pequeños, y algunas veces charquitos para niños, que aquello les basta, y más, sería espantarlos ver mucha agua».

Dios no atropella, no impone su amor ni obliga a la amistad. Cuando su presencia desbordante anega, es porque la tierra está preparada para recibir. Y, en todo caso, sea cual sea la etapa de la vida y de la relación con Dios, el agua siempre está disponible porque «sin tasa es su misericordia» y da una seguridad para caminar en medio de las incertidumbres de la vida y de los vaivenes a que está sometida.

Teresa ha experimentado la sobreabundancia que mana de las fuentes de Dios, sabe que con esa agua se puede atravesar cualquier desierto y superar los obstáculos de la vida, por eso escribe: «¡Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis siempre con gran abundancia para nuestro mantenimiento y qué seguro irá por los peligros de esta miserable vida el que procurare sustentarse de este divino licor».

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“Recordar lo nuevo II”, por Gema Juan OCD

Viernes, 27 de febrero de 2015
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16127366765_905ef89a0a_mDe su blog Juntos Andemos:

Algunos años antes de que Juan de la Cruz se pusiera a recordar novedades, la que fuera su amiga, madre y hermana, maestra y discípula a la vez, hizo memoria de lo nuevo, igual que él. Añadió ella –Teresa de Jesús– un toque particular, un deje de ironía sobre las novedades que, en realidad, no lo son. Novedades que no son más que vanidad y un husmear por costumbre; cosas bien antiguas, en realidad.

A lo largo de sus numerosas fundaciones, Teresa había comprobado que «como el mundo es tan amigo de novedades», todos curioseaban cuando llegaba, con su grupito de hermanas, a una ciudad.

Y decía a Dios: «En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéremos» y añadía, poco después que, sin embargo, «está ya el mundo de manera, que habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y novedades y maneras que hay de crianza… [que] para títulos de cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de hacer».

Para Teresa, como para Juan, la gran novedad era el Dios de misericordia. Un Dios incansable, que no ceja en su empeño de hacer nueva la vida de sus amigos. Y así, dirá: «Primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias».

Teresa se había cansado, primero de sí misma –«ya yo andaba cansada»– de una superficialidad que había puesto en juego su buena reputación —«la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía». Después, siendo ya monja, se agotó en una vida tibia: «Andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía». Y también, cansada «de ver lo que estiman los hombres», de ver poner el afán en lo que no vale.

Tomó conciencia de que la había «tenido Dios de su mano en todo» y de que Él, el Incansable, llama y busca siempre: «Aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo».

Que Dios no se canse de esperar, de cuidar, de promover lo bueno de sus criaturas, impresionó profundamente a Teresa. Pero, además, vio que esa imposibilidad de cansarse tenía un rostro humano, como si Dios quisiera despejar cualquier duda sobre su ser inagotable de amor y hacerse cercano, para «que entiendan y vean que es posible» llegar a tanto su bondad.

Cuando comente el Padrenuestro, dirá que Jesús vive entre los hombres y mujeres del mundo para «servir cada día». Y no solo eso, añade: «No hay esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello».

Novedoso y sorprendente. Teresa es consciente de que servir es una elección fuerte en la vida, pero decidirse a hacerlo hasta el extremo, hacerlo como Jesús que «nunca se cansa de humillarse por nosotros», es inaudito.

«Él se hace el sujeto» –dirá–, una novedad incomprensible para quienes creen que la vida es un escaparate en el que figurar y en el que se ha de andar con cuidado de no «perder punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos».

Teresa se empeña en recordar la auténtica novedad, que es el «verdadero amor de Dios… que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria… y queda hecha otra el alma después con diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor».

Una novedad que renueva, que hace presente a un Dios que no olvida a los que ama y cuida de ellos: «¡Que sea tan grande vuestra bondad, que… os acordéis Vos de nosotros, y que… nos tornéis a dar la mano y despertéis… para que procuremos y os pidamos salud!».

La novedad puede entusiasmar… pero también asustar. Teresa había entrado en «una vida nueva» y emprendió un proyecto nuevo de la mano de Dios. Con algún temor, pero tan enamorada que nada pudo detenerla. Sin embargo, sufrió la incomprensión de quienes temen la irrupción de lo nuevo: «Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades».

Lo que Teresa sabía es que el Dios incansable «da siempre oportunidad, si queremos», y ella quiso. Se abrió a la mejor novedad, a la que está disponible para todos: «Una vida nueva… que vivía Dios en mí».

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“La dignidad compartida”, por Gema Juan OCD

Martes, 17 de febrero de 2015
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16459854845_0f0a9ecb16_mDe su blog Juntos Andemos:

En la primera Jornada Internacional de oración y reflexión contra la trata de personas.

Para hablar de los seres humanos, Teresa de Jesús utilizó las mejores palabras que encontró, las imágenes más preciosas y valiosas que tenía a mano. Decía que una persona es «como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas».

Un castillo: el ser humano es inmenso. De diamante: es fuerte y del material más preciado. De cristal: puede irradiar e iluminar y puede acoger la luz. Con muchos aposentos: es rico y plural en sí mismo, no es gris, su escala de colores es infinita y su profundidad es inmensa.

Y no contenta con eso, Teresa, como si se hubiera quedado corta, lo comparaba con el cielo. Y el cielo, para ella, era la suma absoluta de los bienes, el lugar de la buena eternidad. El cielo era la casa de Dios. De modo que veía al ser humano como el lugar donde Dios se encontraba.

Muy pronto, Teresa observó que se podía tratar de diferentes maneras a las personas y llamó poderosamente su atención cómo lo hacía su padre, Alonso de Cepeda. De él cuenta:

«Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos».

No fue capaz de tener esclavos, en una época en que no era raro tenerlos y en la que, sin embargo, no era frecuente tratarlos con humanidad y, menos aún, regalarlos y cuidarlos.

Bastaría recordar que cuando, pocos años después de la muerte de Teresa, se lleve a cabo la expulsión de los moriscos, se incluirá una salvedad en la ley: se podía retener a los que fueran esclavos. No eran seres humanos, eran propiedades.

A la mentalidad actual se le antoja una barbaridad y, sin embargo, la esclavitud existe en el siglo XXI y ha logrado tomar unas formas tan sutiles que, en ocasiones, termina por ser legal el tráfico humano. Cambiando el nombre, por supuesto, porque los eufemismos son un arma en este terreno.

Encontrar trabajo, salir de la pobreza, ayudar a la familia, prosperar… el comercio humano, la trata de personas no solo persiste sino que lo hace fuerte y refinadamente, que es el peor sello que puede llevar. Porque se desfigura la verdad de modo que llegue a no percibirse.

Teresa alzó la voz, intentando despertar a los padres que no eran capaces de ver que tenía más valor la vida sus hijos que la honra, es decir, el puesto en el mundo, el escalafón que podían ocupar. ¿Qué diría a quienes son incapaces de percibir el valor de la vida ajena, a quienes trafican con sus propios hijos o hermanos? «Abridles, Dios mío, los ojos; dadles a entender qué es el amor» —así seguiría levantando la voz Teresa.

Percibía, con dolor, la ceguera que puede arrastrar hacia la sinrazón: «No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos». No darse cuenta de que todo ser humano tiene en sí mismo valor es el principio para usarlo como si fuera un objeto.

Teresa era una mujer muy realista, con conciencia de que el ser humano es capaz de echar a rodar todo y estropearlo. Sabía la oscuridad en la que puede quedar el cristal humano: «Si sobre un cristal que está al sol se pusiese un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su claridad operación en el cristal». Y sabía que «no hay tinieblas más tenebrosas» que las de vivir negando la dignidad humana.

Ora y le «recuerda» a Dios que, a pesar de todo, somos imagen suya: «Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra». Y, a la vez, grita a sus hermanos: «¡Oh mortales, volved, volved en vosotros!… acábese ya tanta maldad… tornad en vosotros, abrid los ojos» y reconoced al mismo Dios en cada ser humano.

Y, con todo, la esperanza y el optimismo –palabra con mala prensa–, sostienen el pensamiento de Teresa y su convencimiento de que el ser humano puede cambiar. Por eso, cuando definió qué es ser cristiano, habló de amistad con Dios y dijo que orar es «tratar de amistad» con el Dios que ama siempre, pero añadiendo algo fundamental: «Para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones».

Y explicaba que a vueltas con el Amigo, la condición va cambiando. Que el amor puede transformar una vida, que la amistad auténtica devuelve la dignidad. Que la bondad es más fuerte que todo el mal que puede llevarse a cabo. Por eso, pedía a sus hermanas estar siempre «ocupadas en oración… ocupadas en cosa que sea provecho de algún alma». Ocupadas en todo lo que recupera la dignidad compartida.

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“El viento sopla”, por Gema Juan OCD

Domingo, 15 de febrero de 2015
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15546344562_311b260b4e_mDe su blog Juntos Andemos:

A Nicodemo, un hombre que parece del siglo XXI, a pesar de ser coetáneo de Jesús, le parecía imposible que Dios fuera capaz de hacer renacer a los seres humanos. Y Jesús le decía que sí podía, que es posible «nacer de nuevo», pero que hay que dejar al Espíritu de Dios que sople, que sea Él quien lo haga.

Por eso, le decía: «No te cause tanta sorpresa lo que te digo… El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va». Y, tan cabal y prudente como escurridizo, Nicodemo no entendía. A pesar de que intuía en Jesús una luz nueva y un soplo fresco; quizás había percibido algún rumor.

La vida está llena de planes, organigramas, proyectos. Son necesarios, y hasta imprescindibles; van dando forma al quehacer cotidiano, propiciando una eficiencia que hace avanzar al mundo. Pero, de pronto, «oyes su rumor»… ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

La historia sigue su curso. Trabajos y fatigas, deseos y esperanzas, logros y reveses, encuentros y despedidas, barbechos y vegas… un amasijo de fuerzas vivas parece mover el universo. Pero, de pronto, «oyes su rumor». ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

Algo se mueve, en otra dirección. No contra la dirección del mundo, que está en permanente creación, sino atravesándolo. Y solo se percibe un rumor, como un misterio que horada la realidad y llama a renacer.

Teresa de Jesús decía que, a veces, estaba leyendo, o haciendo otras cosas y le venía «a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él». Sentía el rumor, sin saber de dónde venía, ni a dónde la podía llevar.

Dios no solo se deja encontrar, sino que busca. Eso es lo que entendió Teresa. No solo espera con una larga e inagotable paciencia, sino que otea y sale al encuentro, y se apresura a veces. «El viento sopla», Dios no está quieto. No es el ser inmóvil e impasible que observa el universo, se mueve, su Espíritu actúa y se puede sentir.

«Muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y… penetra toda el alma en un punto», apuntaba ella en sus papeles. A ese deseo lo llamaba Gregorio de Nisa «deseo universal» y decía a Dios: «El deseo universal, el gemido de todos, tiende a Ti. Todo lo que existe te reza, y todo ser que piensa tu universo hacia Ti eleva un himno de silencio».

Así es como sopla el viento, el Espíritu… donde quiere y como quiere. En el gemido de todos, en los anhelos que transitan invisiblemente el mundo, en el silencio del pensamiento que trabaja diariamente. Viene a deshora, irrumpe más que interrumpe y se queda sin instalarse porque su misión es mover y llamar a un nuevo nacimiento.

Mueve los miedos y las oscuridades –dirá Teresa¬– de modo que basta «aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo». «El viento sopla».

Mueve la vida para crear con el Dios creador y servir con el Cristo de los caminos: «Parece viene una inflamación deleitosa… mueve un deseo sabroso de gozar el alma de Él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos» y eso, aunque esté «con descuido de cosa interior». Porque «sopla donde quiere».

«No sabes de dónde viene ni a dónde va», pero «así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien» —repetía Teresa, al sentir el rumor que movía su vida.

El evangelio dice que el viento sopla, que su rumor se siente y que no se deja predecir ni apresar, pero añade que «lo mismo sucede con el que nace del Espíritu»: se mueve, no se estanca ni tampoco alardea del viento que le mueve. No se aprovecha ni se detiene, se deja llevar porque ha sido alcanzado por el rumor de Dios.

«Estas almas» –dice Teresa– «el sosiego que tienen en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Son como el viento, se van asemejando a Dios, a quien el amor le hace estar activo a favor de todos. Son del Espíritu y dejan oír su rumor porque «su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» y porque saben que «nacer de nuevo» es dejar nacer en ellos el deseo de Jesús: «el deseo del bien de las almas».

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“Por la paz y la vida”, por Gema Juan OCD.

Jueves, 5 de febrero de 2015
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15072592446_a0761b50bd_mLeído en su blog Juntos Andemos:

«Un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor… Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho».

Estas podrían ser las palabras de un prisionero de guerra o las de un soldado, conducido por un túnel que lleva a otro puesto de combate. También las que siguen:

«Los dolores corporales tan incomportables… y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar… Y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor».

Y estas, las de muchos recluidos o desplazados que no han tenido la suerte de ir a dar en un campo de refugiados, en condiciones humanas mínimamente dignas:

«Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena todo se ve».

No es agradable leer estas palabras. Desde los lugares donde se vive con paz y seguridad, resultan exageradas y tal vez malsonantes, como si de alguna manera quisieran robar la tranquilidad y alterar las conciencias, sin necesidad.

Sin embargo, estas palabras no pertenecen a ninguna guerra, a ningún soldado o prisionero, a ningún refugiado. Las escribió una monja del s. XVI, Teresa de Jesús. Están escritas en un libro –Libro de la Vida– donde ella cuenta su historia de fe, su experiencia íntima de la salvación.

Desde Ucrania hasta Irak, pasando por Gaza o Siria, Honduras o Sudán… la lista de países donde está desatada o instaurada la violencia es demasiado larga para un mundo que cree ser civilizado. Las guerras, y el reguero que dejan, son infiernos y la ingente masa humana que desplazan vive el suyo particular.

Las duras palabras de Teresa relatan su experiencia del infierno. Impresiona hasta qué punto penetró en el misterio del mal. Esa vivencia la acompañará el resto de su vida y le llevó a decir: «Todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí». Quedó impreso en ella el horror que el ser humano puede vivir.

Teresa vivió esa experiencia como una de las mayores gracias recibidas, porque la visión del infierno abrió su vida a la compasión y al compromiso, de manera definitiva. Se asomó al sufrimiento humano desde los parámetros de la religiosidad de su tiempo, de modo que no podía ver refugiados o prisioneros, ni otras mil cosas, pero sí seres humanos que se perdían sin solución y no podía soportarlo.

Por eso, decía: «De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan… y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes muy de buena gana».

El choque interno que sentía entre la inmensa misericordia que rodeaba su vida y la que parecía faltar en tantas otras, no le permitió quedarse quieta. No dudaba que la misericordia de Dios envuelve todo, pero sabía que los caminos humanos son muchas veces tortuosos y rompen la paz, hasta despojar de ella a otros.

Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad puede acercarse al infierno. Cerrar los ojos, hacer como que no pasa nada, no deja de ser algo inhumano. Teresa escribió que «en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada».

Es necesaria una respuesta. Desde unos mínimos, que ella no calla: «No me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito». Sería abrir la conciencia y ser consecuente.

Hasta acciones y elecciones vitales. Porque Teresa es la fundadora del Carmelo descalzo y ese Carmelo nació tras esta experiencia. Al darse cuenta de la inmensa necesidad humana que hay en el mundo, se dijo a sí misma: «Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese».

El compromiso cotidiano: orar, crear hermandad, hacer lo que está al alcance y vivir conforme a lo que se cree. Decir, como Teresa, «cueste lo que costare… aquí está mi vida». Todo, con tal de disminuir un poco los infiernos del mundo y de abrirlos al Dios de la vida, a quien ella decía: «No matáis a nadie -¡vida de todas las vidas!- de los que se fían de Vos y de los que os quieren por amigo; sino sustentáis la vida del cuerpo con más salud y daisla al alma».

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“Una gran familia”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 31 de diciembre de 2014
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15873186599_4a47509696_mEchando una vista atrás, hacia lo acontecido en este año que hoy acaba y mirando hacia el nuevo que comienza… Un sugerente artículo que hemos leído en su blog Juntos Andemos:

Los evangelios fueron escritos para transmitir una buena noticia y –como diría Juan en el suyo– para despertar la fe y dar vida. Pero, a veces, inquietan profundamente. Nada que ver con la angustia o la tristeza, sino con el impulso y la fuerza que da descubrir las huellas de Jesús.

Son textos capaces de despertar los sentimientos más profundos del ser humano y hacerle mover en la dirección de la luz. Teresa de Jesús decía que siempre los había preferido a otras lecturas espirituales y, consciente de la alegría y el valor que de ahí venía, exclamó: «¡Bendito sea el que nos convida que vamos a beber en su Evangelio!».

El relato evangélico que cuenta que María y José, con un niño recién nacido, tuvieron que huir a Egipto –un texto muy dado a las leyendas y a la imaginación– despierta algo de inquietud. Egipto era la tierra donde solían refugiarse quienes huían de la tiranía en Palestina… era lo que hoy son los países del primer mundo, adonde huyen quienes se refugian de las innumerables tiranías del siglo presente.

Teresa de Jesús se hacía eco del sufrimiento que había vivido la familia de Jesús, recordando la casi invisible presencia de José, que sostenía a la familia. Y Teresa de Lisieux se preguntaba: «¿Por qué no fueron transportados a Egipto en virtud de un milagro?… ¡cuántas penas, cuántas decepciones! ¡Cuántas veces se le habrán hecho reproches al bueno de san José!».

Al volver a este evangelio es casi imposible no pensar en lo que sucede en la actualidad… o bien, al ver lo que sucede en este siglo XXI, es inevitable volverse al evangelio a buscar luz. Porque la desazón que suscita el presente puede apagar su malestar en la inquietud que despierta el evangelio.

Teresa había comprendido que los evangelios muestran quién es Jesús y que con Él se puede dar una respuesta a los males del mundo: «Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él le enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado». La vida de Jesús es un pozo de bondad, sabiduría y esperanza.

Y en un poemita, Teresa había escrito: «Vino del cielo a la tierra para quitar nuestra guerra». El camino de vida que abre Jesús es un cambio de dirección hacia lo más humano, es creer que las cosas pueden cambiar, si no se sofoca el Espíritu que Dios da, que no es «un Espíritu cobarde, sino un Espíritu de energía, amor y buen juicio» —como decía Pablo.

La vida de Jesús estuvo llena de inconvenientes y dificultades desde el principio, como la de tantísimos seres humanos. Por eso, la Buena Noticia que Él es, se agranda al comprender su proximidad, su identificación con los menos favorecidos en el mundo. Y desvela cómo se deshace cualquier distancia con Dios.

Teresa de Jesús percibió esa proximidad y se sintió sacudida, dándose cuenta de que ella no se hacía tan «próxima», como Jesús. Decía: «No hace Él diferencia de Él a nosotros; mas hacémosla nosotros, para no nos dar cada día por Él».

Y entendió que lo que borraba las distancias con Dios era el amor: «Si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios».

La huida de Egipto evoca las innumerables huidas que causan las opresiones de este mundo, donde los que tienen –decía Teresa– sucumben a la tentación de «procurar más y más». Y aún añadió: «Así es este mundo, que él nos da bien a entender sus desvaríos si no estuviésemos ciegos».

Y la estremecedora imagen de unos inmigrantes intentando saltar la valla de Melilla, mientras algunas personas juegan en un campo de golf, evoca otra imagen impresionante: aquella en la que Jesús, colgado ya de la cruz, veía cómo se repartían sus cosas o se reían de Él, los que estaban por allí.

Ni los golfistas ni los transeúntes del Gólgota tienen mayor responsabilidad que quienes no aparecen en esas escenas. Unos y otros son como los personajes de una escena evangélica, al término de la cual reaparece la pregunta fundamental: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?».

El Jesús del Gólgota es aquel niño que tuvo que emigrar con sus padres a Egipto, pero también un hombre tierno que despertó la alegría de los más sencillos y la esperanza de tantos desechados en el Israel del siglo I. Su vida no fue fácil, pero lo que aviva todo eso no es dolor y, menos aún culpa, sino una gran esperanza: la confianza de que Él alienta otra vida posible.

El gran reto que plantea Teresa de Jesús es: «¿Cómo haré mi condición que conforme con la suya?». La condición de Jesús es la que «no hace diferencia», la que no excluye, ni rechaza… ni deporta a los huidos, ni tasa su número por conveniencias económicas*. La condición de Jesús es la acogida, la disponibilidad y la fraternidad.

Nadie ha dicho que todo eso sea sencillo, ni personal ni socialmente, pero como decía Teresa: «La medida del poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor… si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que su Majestad quisiere». Y lo que Dios quiere es una gran familia, una fraternidad sin fronteras.

*Merece la pena leer el comunicado que Caritas, la CEE, Confer y Justicia y Paz han hecho conjuntamente: http://www.confer.es/noticias/comunicado-devoluciones-2014

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“Una elección de amor”, por Gema Juan OCD

Jueves, 25 de diciembre de 2014
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16057272001_9d147d8d58_mDe su blog Juntos Andemos:

A todos los que compartís este espacio: ¡Feliz Navidad! y que entre todos hagamos un 2015 más fraterno.

Primero fue el asombro, y despertó el amor. Después, una intimidad apasionada que iba a transformar su vida y, finalmente, una complicidad creciente que se volvió fidelidad y solidaridad. Ese fue el recorrido que hizo Teresa de Jesús, al ir descubriendo al Dios hecho carne.

Decía: «Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia». Para ella, la mayor misericordia de Dios, la máxima expresión de su bondad, había sido el regalo de Jesús: «Basta lo que nos ha dado en darnos a su Hijo, que nos enseñase el camino». Dios, con excesivo amor, ha dado cuanto es en Jesús y en Él ha abierto un camino nuevo a la humanidad.

Esa desmesura le hizo a Dios tomar carne, una carne –pensaba Teresa– como la suya. Por eso, decía: «Veía que, aunque era Dios, que era hombre». Así, Jesús se hizo «uno de tantos», de tal modo que «no le ha quedado por hacer ninguna cosa» por nosotros. «¡Bendita sea su misericordia que tanto se quiere humillar!» —exclamará.

Cuando Teresa hable de abajarse, de humillarse, estará siempre pensando en Dios, que «abajándose a comunicar con tan miserables criaturas, quiere mostrar su grandeza». La grandeza de Dios es descender amorosamente y entrar en conversación con los seres humanos. La verdadera humillación está ligada a la comunión.

Y pensará también en Jesús, en «las grandezas que hizo de abajarse a Sí para dejarnos ejemplo de humildad». La humildad que Teresa descubre en Jesús es una elección de amor y semejanza: «Como nos ama, hácese a nuestra medida». Es la decisión de «pasar de sí al Amado», que será la definición que dé Juan de la Cruz del amor. Puesto que Dios ama primero, Él es el que pasa de sí a los seres humanos, para que todos puedan pasar a Él.

Teresa descubre a un Jesús concreto: con historia, con cuerpo. Un hombre que trabajó con sus manos de hombre, pensó con su entendimiento de hombre, amó con su corazón de hombre. Que, nacido de María Virgen, se hizo uno de nosotros . Alguien de quien ella podía enamorarse y a quien podía «tratar como [con] amigo, aunque es Señor» Alguien a quien unirse y a quien podía decir: «Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar».

Pero sabía que no es fácil reconocer la carne de Dios. No lo fue cuando apareció en un lugar pobre del mundo. Y tampoco a lo largo de su vida, por eso Teresa decía: «Solo le dejaron en los trabajos… parece le querrían tornar ahora a la cruz», porque no se le reconoce.

Pensando en aquel nacimiento, humilde y anónimo, Teresa escribía: «No veía el justo Simeón más del glorioso niño pobrecito; que en lo que llevaba envuelto y la poca gente con Él que iban en la procesión, más pudiera juzgarle por hijo de gente pobre que por Hijo del Padre celestial».

Rahner decía que el ambiente en que Jesús nació era estrecho, ordinario y sofocantemente monótono. Ni siquiera su pobreza fue extraordinaria. Y que Dios había elegido la angostura del tiempo. Otra vez, una elección de amor: la que hacía posible la comunicación con quienes solo entienden «vías de carne y tiempo», como diría Juan de la Cruz.

Reconocer a Dios en la carne y el tiempo, «conocer algo de quién es este Señor y bien nuestro», era lo que deseaba Teresa y sabía que la única forma de conocer y reconocer a Jesús era siguiéndole. Por eso decía: «Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa sino en el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió».

Y recordaba que «regalarle y hacer por Él» era vivir lo «dicho por su boca: Lo que hicisteis por uno de estos pequeñitos, hacéis por mí». Y seguirle era no abandonarle: «No le dejemos nosotros, que, para más sufrir [servir], Él nos dará mejor la mano que nuestra diligencia».

Conmueve que el Inmenso elija la fragilidad y la ambigüedad humana para expresarse. Asombra que Dios se haga niño, que se haga hermano. Hace enmudecer que se convierta en «esclavo», que el amor le haga inclinarse y bajar hasta lo profundo de los pozos humanos. «¡Qué gran amor del Hijo, y qué gran amor del Padre… Él vino del seno del Padre por obediencia, a hacerse esclavo nuestro» —decía Teresa.

Lo que hace pasar del asombro al amor y de la ternura y la complicidad a la solidaridad fiel es «no se apartar de andar con Cristo… tenerle siempre consigo… andar siempre con Él… nunca se apartar de tan buena compañía».

Por eso, Teresa insistía: «Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor».

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“Cuando Teresa pensaba (II)”, por Gema Juan OCD

Miércoles, 10 de diciembre de 2014
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15632861349_307e6facc3_mDe su blog, Juntos Andemos:

Vivir pensando fue una de las ideas que Teresa de Jesús más empeño tuvo en transmitir. Ella reflexiona sobre Dios y el ser humano, y sobre cómo hacer para vivir en relación. Y con una conciencia muy viva de que las relaciones crecen a la par en todas las direcciones, porque el ser humano se desarrolla integralmente y no por departamentos.

Como si hiciera un resumen apretado de esa necesidad de pensar para compartir, para crear amistad, dirá que relacionarse entraña «pensar y entender qué hablamos, y con quién hablamos, y quién somos». Así explicará qué es orar, advirtiendo: «No penséis es otra algarabía», se trata de entrar en relación desde la verdad personal.

Una vez sentada esa base, Teresa se ocupa mucho de infundir el gusto por la reflexión y de mostrar hasta qué punto es necesaria para vivir bien, para avanzar y para crear. Y, también, para orientarse en la vida o rehacer los pasos cuando sea necesario. Por eso dirá:

«Estamos en un mundo que es menester pensar lo que pueden pensar de nosotros para que hayan efecto nuestras palabras.
Del pensar lo que debemos al Señor y quién es y lo que somos, se viene a hacer una alma determinada.
Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé».

Y se va a preocupar de iluminar, para no caer en la desesperanza ni perderse en el camino:

«Se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor… es tan muerto, que nos vamos a lo que presente vemos…. No nos desanime ver flaco nuestro natural y esfuerzo.
Es el mal que, como no pensamos que hay que saber más de pensar en Vos, aun no sabemos preguntar a los que saben. Ni entendemos qué hay que preguntar, y pásanse terribles trabajos porque no nos entendemos.
Si no entendemos cómo se ha de proceder… se puede perder mucho tiempo y acabar la fuerza».

También orienta, para quitar pesos interiores, crear apertura interior y ayudar a salir de las cegueras más habituales porque, a veces, son «oscuras de entender estas cosas interiores»:

«No piense que en viniendo una cosa al pensamiento luego es malo, aunque ello fuese cosa muy mala, que eso no es nada.
Pensar que si no van todos por el modo que vos, encogidamente, no van tan bien, es malísimo.
Yo pienso algunas veces cuán gran ceguedad se trae en este querer que nos quieran».

Y eso, a todos los niveles. Hay que pensar para avanzar espiritualmente… y para resolver los asuntos materiales de la vida.

Si es en cosas de oración: «No piense que cuando tuviera mucho tiempo tuviera más oración; desengáñese de eso… No piense que siempre estorba el demonio la oración, que es misericordia de Dios quitarla algunas veces». Y en cosas de piedad y buenas obras, dirá: «Aun lo que es virtud es menester mirar cómo se hace».

Pensar para no espiritualizar todo, para entender qué es el amor verdadero, que «no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios» y por eso, dirá: «No penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va todo perdido».

Si en cosas de la vida cotidiana: «Es menester mirarlo todo… andar a buscar medios y andar con aviso». No se cansa de decir a sus hermanos y hermanas de los primeros tiempos que piensen: «Piense lo que será mejor… Piénselo bien… déjese ahora de perfecciones bobas».

Pensar para vivir era lo que proponía Teresa, porque quería vivir de verdad. Después de su fuerte lucha contra una vida mediocre y ambigua, de la que llegó a decir: «Es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar», todo le parecía poco para ir haciendo plena la vida. Auténtica en la verdad y en el amor, desde un sano realismo y la mirada positiva:

«No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho… pensar que nos podemos esforzar con el favor de Dios».

Siempre abierta al misterio inabarcable que es Dios, Teresa no se queda en la periferia de nada. Pensar no es reducir al Dios inmenso de misericordia al conocimiento humano. Él está en todo y sobre todo, por eso advierte que es necesario «rendir nuestros entendimientos y pensar que para entender las grandezas de Dios no valen nada».

Solo el amor iluminado nos une a Él. Por eso, dirá: «Siempre está bullendo el amor y pensando qué hará». Y desde ese amor, vivirá agradecida al Dios todobondadoso: «Bendito sea y alabado el Señor, de donde nos viene todo el bien que hablamos y pensamos y hacemos, amén».

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“Hermana nuestra”, por Gema Juan OCD

Lunes, 8 de diciembre de 2014
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cerezo-corazondemariaDe su blog Juntos Andemos:

En la Galilea del siglo I, pobre y explotada, agitada políticamente y desestimada en lo religioso, sucedieron cosas admirables. Allí, una mujer, María de Nazaret, se convirtió en testigo de algo inmenso: testigo de la entrañable misericordia de Dios. De lo que es y hace ese Dios. De sus costumbres y maneras, de su tendencia a adelantarse y a tomar la iniciativa para bendecir y hacer bien.

María era una mujer de pueblo, y nada más. Su mínima densidad social muestra lo que Dios ve, en qué se fija; y su vida corriente revela cómo ese Dios se abre paso en la historia concreta de los hombres y mujeres, de cualquier época.

Teresa de Lisieux, que sabía poca cosa de crítica textual o de cuestiones historiográficas, intuía algo de todo esto, cuando se sentía atraída por María, al imaginarla mezclándose con las demás mujeres y andando por la vía común. Creía que la «llena de gracia» había vivido pobremente, sin «éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros», y le cantaba: «Tú me haces comprender que no es cosa imposible caminar tras tus huellas».

Cada año, vuelve la «fiesta de la gracia de María», la fiesta que celebra que estuvo envuelta, anticipadamente, en el amor y la fidelidad de Dios. Y celebramos lo que esa gracia especial descubre: que eso es lo que quiere hacer Dios, el camino que quiere recorrer con todos los seres humanos: envolver la vida de todos en ese amor absoluto.

Pero María era, también, una mujer libre y con capacidad de decisión. No se vio forzada por Dios, ni por su gracia anticipada. Y, cuando el Espíritu llamó a su vida, no dio un paso adelante porque no le quedara otro remedio. Dijo: «que se cumpla en mí tu Palabra», y lo hizo desde su fe y su libertad. Así es como pudo el Espíritu crear en ella una vida nueva.

Cuando el Espíritu de Dios encuentra abierta la puerta de la libertad humana y de la confianza, crea, realiza algo nuevo, algo que será un fruto para los demás. Ese es el modo de actuar del Espíritu de Dios, que en María se hace especialmente transparente.

Celebrar la Inmaculada es recordar que hay una buena noticia para todos los seres humanos y es mantener la esperanza en esta tierra. Es revivir la acción poderosa de Dios, poderosa en el amor y fuerte en la fidelidad. Pero conlleva un riesgo: el de perder de vista lo que la Iglesia, con paciencia y profundidad, ha logrado recuperar de María de Nazaret. Todo aquello que llevó a Pablo VI a llamar a la Madre de Jesús, «verdadera hermana nuestra».

Devolver a María su humanidad, en nada disminuye su grandeza. Muestra su hondura –la que puede alcanzar el ser humano– y su inmensa capacidad, su ser imagen de Dios, en definitiva. Y revela la presencia creadora, la fuerza de la Palabra cuando es acogida.

Los escuetos relatos bíblicos dejan el rastro que se puede seguir para acercarse a María. ¿Qué sucedió? Nadie lo sabe exactamente. María aceptó la palabra que Dios le dirigió, dio fe a la presencia del Espíritu y respondió libremente: así se hizo carne Dios.

La magnitud del misterio, no disipa el rigor de la historia ni trastoca mágicamente las circunstancias. Más bien, desvela cómo lo grande se realiza a través de lo pequeño.

La decisión de María cambió la historia de la humanidad, pero tuvo para ella consecuencias graves y la llevó a recorrer un camino difícil. Si conoció la inmensa alegría que nace de vivir con el ancla echada en Dios y de la fe compartida, también vivió la más larga y dolorosa soledad.

Teresa de Jesús recordaba a María al pie de la cruz y decía que estaba allí «no dormida». Hablaba de una mujer despierta en el mundo, consciente del dolor y de las fosas de desesperanza que pueden tragarse a la humanidad, a la vista de la injusticia. Porque lo que María veía era a su hijo, que había sido repudiado sin haber hecho nada malo, hasta el punto de ser torturado y condenado a muerte por los poderes del momento.

El siglo XXI está lleno de Galileas. Lugares desechados, en el tercer mundo y en el primero. Poblados de chabolas, barrios deprimidos, ciudades arrasadas por las guerras, países hundidos bajo dictaduras, de la mano de un hombre o del puño del dinero. Y está, todavía, lleno de mujeres que no pueden levantar la cabeza como lo hizo María: con libertad y dignidad.

Su Cántico es el canto de una mujer verdadera y por eso puede tender la mano a quienes habitan en esos lugares. Su gracia se hace solidaria y se extiende por generaciones, como la misericordia de Dios, que deshace el camino de los poderosos y endereza a los hundidos.

Esta mujer es María Inmaculada, «verdadera hermana nuestra». La mujer de fe, que reclama y sostiene en los creyentes la confianza en Dios, la fe que puede hacer que sigan sucediendo cosas admirables en todas las Galileas.

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“Cuando Teresa pensaba (I)”, por Gema Juan OCD

Sábado, 6 de diciembre de 2014
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15633499217_73076c3a07_mLeído en su blog Juntos Andemos:

El siglo XVI, en el que vivió Teresa de Jesús, fue un siglo convulso, atravesado por un reguero de desequilibrios que apuntaban al cambio epocal que iba a darse. Seguramente, no hay siglo que no conozca la zozobra profunda de sus cimientos y así es como avanza la historia.

Debajo de todas las crisis –como observa el investigador uruguayo Gutiérrez Palacios– hay un problema común: están resquebrajadas las relaciones humanas. Y lo que lleva a ese cuarteamiento es una crisis del pensar, que significa una pérdida de lo humano. Por ello, recuperar lo más humano, pensar y recrear las relaciones, es necesario para afrontar las repetidas crisis sociales. Y para ello, hay que despertar las capacidades que laten en cada sociedad.

Algo de todo eso hizo Teresa en su momento. Tomó postura ante las crisis que la rodeaban y puso en marcha lo que estaba a su alcance. Se sumó a una corriente creativa y de reforma que ya existía, pero poniendo su peculiar impronta como mujer y como creyente.

Se preocupó de recuperar, primero en sí misma, lo esencial: la capacidad de vivir en relación y de pensar. Y aunó ambas cosas de tal modo, que se ha convertido, a lo largo de los siglos, en un referente. Creó espacios de relación y se esforzó por transmitir una pedagogía llena de autenticidad y concreción, para mostrar que es realmente posible alcanzar lo más humano: la comunión. Pero, tal vez, es menos conocida su faceta de pensadora.

Teresa no era una intelectual al uso, pero sí una gran pensadora. Pensó su experiencia para transmitirla y para comunicarse efectivamente. Pensó su propia vida, el mundo que le rodeaba, el Dios que sentía… para entender el significado de ser persona, de ser ella misma y de la fe que vivía.

No solo el hecho de pensar, sino el modo de hacerlo, convierten a una persona en alguien capaz de influir. Vale para ella, la reflexión de Julián Marías sobre la autoridad intelectual, como una voz con la que se puede contar para vivir, que orienta en medio de un mundo lleno de dificultad e incertidumbre, precisamente porque su misión es buscar la verdad.

En sus escritos, Teresa aparece como una mujer muy lúcida, que piensa mucho y analiza su experiencia. Busca el modo de volcarla y ordena las ideas para promover procesos internos en otros. Teresa piensa para vivir y enseña a pensar. Vale para ella el poema de Hölderlin que empieza diciendo: «Quien lo más profundo ha pensado, ama lo más vivo».

¿En qué pensaba Teresa, cómo pensaba?… Merece la pena cederle la palabra y escucharla.

Teresa pensaba en Dios; la experiencia de «lo que hace su presencia» le llevaba a reflexionar y tomar conciencia y a gozar. Pensar para reconocer, vivir y disfrutar:

«Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia.
Amamos más a una persona cuando mucho se nos acuerda las buenas obras que nos hace.
¡Qué de caminos, por qué de maneras, por qué de modos nos mostráis el amor!»

También pensaba en la condición humana, en la esencia contradictoria del ser humano. Pensar para descubrir, emprender y crecer:

«No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos a comprenderla.
Es imposible –conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer– tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios.
Entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa… dentro de nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior.
Veo secretos en nosotros mismos que me traen espantada muchas veces; y, ¡cuántos más debe haber!»

El mutuo conocimiento es imprescindible para vivir en relación. También es necesario pensar para conocer y unirse. «Procuremos entender quién es este hombre» —Teresa se refería a Jesús. Y daba un paso más, pedía «estudiar»: «Estudiar cómo haré mi condición que conforme con la suya». Tenía conciencia de que las relaciones no se pueden construir desde la pura espontaneidad, requieren hondura de conciencia y encuentro real, desde la verdad de cada quien.

Así ayuda Teresa a recuperar lo mejor del ser humano. Y seguirá mostrando cómo avanzar por un camino que puede rehacer lo necesario para la vida personal y social. De momento, su invitación es pensar para vivir, para vivir mejor. Por eso, insiste en que merece la pena pensar «para que, entendiendo lo que es cada cosa, podáis esforzaros a seguir lo mejor».

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“Gestos”, por Gema Juan OCD

Martes, 25 de noviembre de 2014
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15542382458_2463432fbe_mLeído en su blog Juntos Andemos:

«Gestos sencillos y concretos». Eso pedía, recientemente, el Papa Francisco a los cristianos. Y eso le hemos visto hacer a él repetidamente. Además de las grandes propuestas que ha lanzado y de los pasos significativos que ha dado, Francisco ha tenido muchos gestos, sencillos y concretos, y ha recordado que aportan significado y realidad, que inspiran y generan creatividad. Los gestos abren muchas puertas para construir la hermandad que Jesús quería.

En el estado de Tamil Nadu (India), algunos católicos de casta alta levantaron un muro en el cementerio, para que sus muertos estuvieran separados de los difuntos «intocables». Un día, dos obispos católicos demolieron una parte del muro.

El muro se reconstruyó, pero los obispos sembraron compasión y solidaridad, y despertaron una esperanza, cosas más fuertes que todos los muros que existen.

En una pequeña ciudad francesa, una mujer joven, monja, escribía que buscaba la compañía de las hermanas que peor le caían, para «desempeñar con esas almas heridas el oficio del buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable bastan muchas veces para alegrar un alma triste». Era Teresa del niño Jesús.

Su gesto no acabó con las segregaciones que continuamente se generan. Pero sembró una posibilidad al alcance de todas las personas, para desmantelar barreras y rechazos con los próximos.

En un pequeño pueblo de Soria, un grupo de origen rumano se estableció e intentó abrirse camino con ganado vacuno. Trabajaban rústicamente, como les permitían sus precarios recursos económicos. Un reputado perito decidió cederles, repetidamente, sus ingresos extraordinarios.

El trabajo sigue siendo duro, pero un hombre acomodado se incomodó para compartir y crece, a la sombra de un gesto, el árbol de la fraternidad.

En un campo de concentración nazi, una mujer apresada decidió no añadir ni un átomo de odio a la locura del exterminio. Su gesto fuer orar, convencida de que «se puede orar en todas partes, [también] en un barracón» y elegir «estar presente en medio de los que sufren». Visitaba a los bebés del campo y tranquilizaba a sus madres, sonreía, estrechaba una mano, escuchaba… convencida de que el amor no ha de fijarse en razas, nacionalidades o filiaciones políticas. Se llamaba Etty Hillesum.

No detuvo el exterminio, ni siquiera para sí misma. Pero su gesto alienta continuamente caminos de reconciliación y el recuerdo de que la vida «es una sucesión de milagros interiores» que deben convertirse en amor compartido.

INDIA-WEATHER-RAIN-MONSOONA un convento de frailes carmelitas descalzos acudían habitualmente algunos necesitados y acostumbraba a ir una anciana muy pobre. En cierta ocasión, que no acudió la mujer… el prior de la casa mandó ir a buscarla, por si la necesidad le impedía ir a pedir.

El mismo prior se encontró con varios hermanos enfermos en su casa y sin dinero para poder socorrerles. Entonces mandó empeñar un cáliz para poder dar lo necesario a los enfermos.

Sigue habiendo pobres y necesidades, pero el gesto de un fraile menudo, que se llamaba Juan de la Cruz, reveló al Padre de toda bondad que cuida a sus hijos y renovó la memoria de que nada tiene más valor que el ser humano. Ningún sábado, ninguna cosa sagrada es más valiosa que una persona.

No lejos en el tiempo ni en el espacio del prior descalzo, una monja carmelita se preguntaba qué podría hacer ella para ayudar en un mundo que veía desgarrarse violentamente. Y se dijo «haré ese poquito que es en mí». Con un gesto sencillo, con una decisión pequeña y compartida, se puso en marcha.

Se llamaba Teresa de Ahumada y de aquel gesto iba a nacer un pequeño espacio de oración y fraternidad que acabaría por convertirse en una familia universal.

Ese es el poder de los gestos. Siembran una semilla, la más pequeña y después, como recordó Jesús, «cuando crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar en ellas».

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“¡Acordaos!”, por Gema Juan OCD

Sábado, 22 de noviembre de 2014
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14977673146_5dd50a7a1e_mDe su blog Juntos Andemos:

Hace mucho tiempo… en octubre de 2013, apareció en los medios una noticia desgarradora. Ya entonces, figuraba como una más, junto a las habituales noticias, destinada a diluirse rápidamente en la catarata informativa que cada periódico contiene.

Ochenta y siete inmigrantes de Níger habían muerto de sed en el desierto. Intentando salir hacia una vida mejor, buscando un agua que no iban a encontrar. Familias enteras, mujeres y niños en su mayor parte, cayeron, muertos de sed, en mitad del Sáhara.

El dolorismo no suele traer nada positivo ni productivo. Ese sentimiento, a lo más, calma la conciencia, como si realmente uno se hubiera ocupado del problema. Sin embargo, el recuerdo comprometido sí puede generar algo bueno.

Cuando Teresa de Jesús decía a sus hermanas: «Acordaos», estaba activando algo mucho más fuerte que ese dolorismo, porque ella pedía que el recuerdo fuera acompañado de la vida.

No se lo decía solo a sus hermanas, aunque su condición de mujer y monja, en el momento que le tocó vivir, no le permitía excederse de sus tareas femeninas, asignadas de antemano —y ella ya lo hacía escribiendo y fundando. Sin embargo, se le escapan, en más de una ocasión, cosas como esta: «En lo que escribiré… parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas». Es decir, estaba pensando que, realmente, podía llegar a otras personas.

Recientemente, J.L. Iriberri ha publicado, en Cristianismo y justicia, un cuaderno que dice lo mismo que Teresa: «Acordaos». Y está anclado en lo que de verdad genera futuro para todos: la solidaridad y la esperanza.

El cuaderno Diez barcas varadas en la playa. Diez relatos sobre la migración africana subsahariana, contiene diez narraciones estremecedoras, que no están cerradas todavía pero que terminan, de momento, mejor que el dramático episodio del desierto.

El distintivo de esos relatos es la esperanza. Hablan de unas vidas forjadas en el dolor pero, por encima de él, en la lucha y la confianza. Por ello, pulsan las conciencias y piden respeto y compromiso. Son un aguijón benéfico, sacuden las esperanzas edulcoradas. Recuerdan –dice el autor– que hay otra oportunidad para buscar la paz y vivir juntos de una manera más justa y, también, para lograr una «Declaración de Derechos de los Migrantes» para todo ser humano.

En esas vidas contadas –y en tantas desconocidas–, muchas mujeres relatan casamientos forzados o vejatorios —«sujetas a un hombre, que muchas veces les acaba la vida», decía Teresa, con preocupación. Puede sorprender que ellas repitan experiencia pero, mentalidades aparte, muchas veces hay un motivo poderoso: estar con un hombre es indispensable para sobrevivir. Este matiz debería dar pistas para repensar la situación de tantas mujeres.

Teresa había escrito: «Acordaos qué de pobres enfermos habrá que no tengan a quién se quejar; pues pobres y regaladas, no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas. Yo sé que las hay y personas de suerte, que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos».

Pide tener presentes a quienes sufren. Su dolor y su soledad, el desamparo que padecen. Se conmueve con quienes pasan «mucha malaventura y sin descansar con nadie». Pero, para ella, sentir es comprometer la vida.

Decía: «Pobres y regaladas, no lleva camino». Quería decir que el recuerdo auténtico implica la vida, transforma el modo de pasar por el mundo y el uso que se hace de las cosas. Esta memoria afecta directamente al modo de vivir y de portarse con los demás. Por eso –dirá– hay que mirar cómo se anda, para no aferrarse solo al interés propio, a «rentas o dineros», y lo mismo «en casa, en vestidos, en palabras… en el pensamiento», para pasar por la vida sin acumular, como Jesús.

Recordar conlleva simplificar la vida, elegir decrecer en lo posible, abrirse a ser cuestionado por la esperanza y las carencias de otros seres humanos. Y comprender el agradecimiento que debe impregnar todo, cuando se vive de este «lado». Del lado en el que –por duras crisis que existan–, no hay vallas imposibles de saltar ni desiertos que tragan la vida ni barcazas sobrecargadas, en busca de un futuro no solo más digno sino, sencillamente, posible.

Recordar supone, también, hacerse preguntas habitualmente, para no dar por sentado todo lo que se tiene. Preguntas como la que se hacía J.L. Iriberri, mientras trabajaba en Casablanca: «Muchas veces durante los últimos tres años he pensado en mis manos blancas, y me he preguntado por qué Dios me dio la oportunidad de ser un hombre blanco nacido en Europa».

No es una pregunta retórica, es una actitud comprometida que lleva a hacerse cargo de los demás. Como Teresa, cuando decía: «¡Estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por amor de Dios sin que lo sepan todos!». Es darse cuenta del lugar que se ocupa en el mundo y ser consecuente, «acordarse» de la vida y las esperanzas de los menos favorecidos, con «deseo de remediarlos», de acompañarles y permanecer junto a ellos.

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“Los santos de Teresa”, por Gema Juan OCD

Sábado, 1 de noviembre de 2014
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todoslossantosDe su blog Juntos Andemos:

Teresa de Jesús tenía, entre los santos, algunas predilecciones. No es que tuviera una idea original sobre lo santo, ella bebía de las fuentes de la fe y entendía que la santidad es la vida en Cristo. De ahí que siempre recordara que había que poner los ojos en Él.

Se sentía unida a la gran nube de testigos pero, entre ellos, algunos le resultaban más próximos. Por eso, le hubiera gustado conocer lo que decía san Serafín de Sarov: que uno de los oficios del Espíritu Santo es trenzar, unir todo lo que es para Dios en el mundo, para darle un gracias inmenso, con las voces de todos los que ponen sus pequeños hilos para la trenza.

Le hubiera gustado, porque vivía consciente de esa comunión que liga a todos los seres humanos, los presentes y los que viven otra vida en Dios. Teresa experimentó algo que Elizabeth A. Johnson formula muy bien: que «existe una comunidad de compañeros íntimamente relacionados en la gracia, que se extiende a lo largo de todo el mundo y que va más allá de la muerte». Esa comunión –dice ella– crea un «parentesco de esperanza».

Con algunos «compañeros de gracia» experimentó ese vínculo en la tierra. Con su «santico», Juan de la Cruz. Con «aquella mi amiga santa», Maridíaz o con fray Pedro de Alcántara del que, aunque alababa su ascetismo, más le conmovía que «con todas esa santidad, era muy afable… y tenía muy lindo entendimiento».

Teresa aborrecía cualquier tipo de pantomima y amaba la autenticidad. Estando en Sevilla, no precisamente pasándolo bien, escribía que estaba contenta porque allí no había «memoria de esa farsa de santidad que había por allá [Castilla], que me deja vivir y andar sin miedo que esa torre de viento había de caer sobre mí».

De ahí que esos compañeros fueran tan valiosos por su veracidad, porque medían su vida con la de Jesús e iban por el camino que Él fue. Pero también porque veía cumplida su intuición: que la santidad y la amabilidad debían ir de la mano. Y esa intuición nacía de una profunda creencia: que la humanidad de Jesús revelaba la santidad del Padre.

Teresa –como Jesús– sabía que nada era despreciable. Entendía que lo que para unos es leve, para otros es muy costoso, y que vivir ligados, trenzando con el Espíritu, es mucho más constructivo. La teóloga Barbara Brown escribía que «por causa de todos los santos, por causa de unos y de otros, y por causa del Dios que nos une a todos podemos hacer mucho más de lo que cualquiera de nosotros ha podido soñar hacer en solitario».

Por eso, vivía fuertemente la unión con otros seguidores de Jesús que habían recorrido antes que ella el camino. Los recuerda por el «gran provecho y aliento [que] nos da su memoria».

Dejando aparte a san José –el hombre que vivió el amor en el anonimato, en pura fe, a la sombra del misterio y rodeado de silencio– que era «el» santo de Teresa, sus predilectos fueron los santos que habían sido grandes pecadores antes de conocer a Jesús, antes de convertirse; le alentaban mucho. Se veía entre ellos, aunque no como ellos.

Al mismo tiempo, admiraba y sentía muy cerca a los santos «que convirtieron muchas almas», porque decía que esa era la inclinación que había en ella: la de servir, la de mostrar lo bueno que es Dios y acompañar, a cuantos pudieran, a los ríos de vida y alegría que manan siempre de Él, que es la fuente de todo.

Teresa veía en los santos vidas imitables, es decir, descubría a través de ellos diferentes caminos para seguir a Jesús; los sentía como aliados en la fe y como una inspiración para vivir las Bienaventuranzas.

Por eso, decía que era contrario al Espíritu creer que es «soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos». Es posible esa comunión de vida que da alas para todo lo bueno. Y le preocupaba esa dejadez humana que, a veces, es capaz de borrar el bien y perder el norte, porque apreciaba mucho «la labor que el espíritu de los santos pasados dejaron».

Descubría huellas imborrables en los apóstoles, en Agustín, en muchos fundadores y, sobre todo, en María Magdalena, que encabeza la lista de sus queridas «grandes amadoras», como había llamado a Catalina mártir.

Lo que cautivaba de todos ellos a Teresa era el profundo amor a Jesús. Un amor que había cambiado sus vidas, que había reflotado lo mejor de ellos y los había lanzado a una aventura apasionante. Y sentía que era posible apoyarse en esas huellas para crear otras nuevas y seguir iluminando la senda hacia un mundo mejor.

«Amigos fuertes de Dios», eso son los santos. Una comunidad viva donde Dios sigue realizando su obra de amor, a través de todas las épocas y en medio de todos los acontecimientos. Con ellos, Teresa sigue diciendo:

«Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de vivir para siempre jamás, amén, amén. A Dios sean dadas gracias».

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Teresa de Jesús: Quinientos años de mujer y santidad

Domingo, 26 de octubre de 2014
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40673_137508429619519_113081995395496_161055_1721718_nDel blog de Xabier Pikaza:

El 15 de octubre, celebra la Iglesia católica el recuerdo de Teresa de Jesús, cristiana y pensadora ejemplar, a los 500 años de su nacimiento (aunque esta es la fecha de su muerte; nació 28.3.1515; murió en 4/15.10.1582, con “cambio” de fecha por paso del calendario juliano al gregoriano).

Con esta ocasión, sigo felicitando a sus amigos, y en especial a las hermanas y hermanos del Carmelo. A todos los que siguen este blog un saludo y recuerdo cordial, este día de Teresa, Amiga de Dios,mujer que sigue ofreciendo un intenso testimonio de fidelidad a la vida y de verdad personal (santidad intensa) en un mundo que empezaba a ser ya parecido al nuestro.

Tomo esta postal de un año anterior de este blog (2010), con algunas modificaciones… Dejo los comentarios de entonces, por si alguien quiere releerlos. Volveré al tema más veces, en este Año Teresiano que comienza, quinto centenario de su nacimiento.

(La primera imagen es de Teresa, ante la muralla de su ciudad, Ávila. La siguiente es la portada de mi Diccionario de Pensadores Cristianos, VD, Estella 2010, donde aparece la primera, arriba, a la izquierda; de eso diccionario tomo básicamente lo que sigue)

TERESA DE JESÚS, UNA CRISTIANA (1515-1582).

Religiosa y reformadora católica española, de la Orden del Carmen, conocida también con el nombre de Teresa de Ávila, por la ciudad donde nació y donde transcurrió gran parte de su vida. Realizó una labor intensa como fundadora y reformadora, escribiendo por mandato de sus confesores el libro de su Vida y el de sus Fundaciones. Escribió también otras obras dedicadas de un modo más concreto a exponer su experiencia de oración y su modelo de encuentro contemplativo con Dios (Camino de Perfección y las Moradas).

1. Una vida discutida.

10380909_804692689549717_4336269902471815840_nNo fue escritora de oficio, ni tenía formación académica (reservada a los varones), pero supo escribir de un modo extraordinariamente preciso, en lenguaje popular culto, desde su propia experiencia y reflexión, y así ofreció en sus obras uno de los testimonios teológicos más importantes de la historia católica.

No elaboró un sistema, pero el conjunto de su obra posee unan intensa coherencia teológica y nos permite así recuperar las raíces de la experiencia cristiana. No era “letrada” (profesional), pero había leído los mejores libros de narrativa de su tiempo (de Caballerías) y diversas obras de espiritualidad y, además, estuvo en contacto con algunos de los pensadores cristianos más significativos de su tiempo (→ Juan de la Cruz y Juan de Ávila, Báñez), que valoraron su inteligencia y la defendieron, ante aquellos que sospechaban de su obra, pensando que se hallaba cercana a la herejía.

En ese contexto se sitúan sus “dificultades” con la Inquisición, que ya el año 1559 había secuestrado algunos libros que leía (de → Luis de Granada y Juan de Ávila) y que retendrá y examinará su Libro de la Vida, que sólo podrá publicarse tras su muerte, el año 1587 (con aprobación expresa de → Luis de León y D. Báñez).

En la edición facsímil de las obras de Santa Teresa, que está realizando → T. Álvarez (ediciones de Camino de Perfección, 1965; Castillo Interior, 1990; Libro de la Vida, 1999 y Fundaciones, 2004, en Monte Carmelo, Burgos), pueden observarse con claridad las correcciones y tachaduras que los inquisidores fueron poniendo en sus obras, pues tenían la sospecha de que sus visiones y revelaciones podían ser “obra del diablo” o separarse de la fe de la iglesia. Pero después la misma Iglesia defendió su doctrina y la proclamó Doctora de la Iglesia, el año 1970, presentándola así como una de las grandes pensadoras del cristianismo. En este contexto, pero quiero ofrecer varios rasgos de su pensamiento más significativo, tal como aparece en las Moradas Séptimas, donde el alma celebra ya en el mundo el desposorio con Dios. En esa línea he querido poner de relieve su experiencia de la humanidad de Jesús como Esposo, su visión de Dios como Padre-Madre (pechos divinos), y su inmersión-comunión en lo divino.

2. Humanidad de Jesús.

En el centro del pensamiento de Teresa está su encuentro y unión con la humanidad de Jesús, entendida como fuente de amor y de compromiso al servicio de los demás. En contra de algunos maestros espirituales que le aconsejaban que abandonara a Jesús hombre, para centrarse en su divinidad (Jesús eterno, Hijo divino), en una línea más cercana a → Osuna y Laredo, Teresa responde apelando siempre a su humanidad, para apoyarse siempre en la historia del evangelio:

«Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio, aunque esta gran merced no debe cumplirse con perfección, mientras vivimos, pues si nos apartásemos de Dios se perdería este tan gran bien. La primera vez que Dios hace esta merced, quiere su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que recibe tan soberano don. A otras personas será por otra forma: a ésta de quien hablamos se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir… Parecerá que no era ésta novedad, pues otras veces se había representado el Señor a esta alma en esta manera. Pero fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada: lo uno, porque fue con gran fuerza esta visión; lo otro, porque las palabras que le dijo, y también porque en lo interior de su alma, adonde se le representó, si no es la visión pasada, no había visto otras… Porque entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas a las de esta Morada, y tan grande del desposorio espiritual al matrimonio espiritual, como lo hay entre dos desposados (y dos casados a los que ya no se pueden apartar). Aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria, sino intelectual, aunque más delicada que las dichas, como se apareció a los Apóstoles, sin entrar por la puerta, cuando les dijo: Pax vobis» (Moradas VIII, II, 1-3).

La vida cristiana de Teresa se interpreta así como experiencia de amor con Jesús, un amor entendido en claves matrimoniales (es decir, de encuentro personal), de manera que sólo así, desde el encuentro humano con Jesús, ella puede hablar de contemplación de lo divino. Contemplar a Dios no significa separarse de la vid humana, sino vivir en plenitud y en iluminación interior la tarea de la vida humana. Por eso, su pensamiento es siempre un experiencia de humanidad (encuentro con Jesús hombres), en claves de dualidad (comunión de personas), de manera que sólo así puede hablarse de revelación de Dios y de unión con lo divino. A través de la humanidad (historia) de Jesús se unifican el hombre y lo divino:

«Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el Cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual… Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo que toda luz fuese una, u que el pabilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la una vela de la otra, y quedan en dos velas, u el pabilo de la cera. Acá es como si cayendo agua del cielo en un río u fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río u lo que cayó del cielo, o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse, u como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz, aunque entra dividida, se hace todo una luz…» (Moradas, VII, II, 4. 6).

3. Los tres momentos de Dios.

Hacia el final de su encuentro con Jesús-Hombre, en las Séptimas Moradas (7, 2), Teresa de Jesús desarrolló una visión en la que Dios aparece, al mismo tiempo, en tres perspectivas.

(a) Como Gracia original, Madre de pechos divinos, de los que mana Leche de Vida gozosa para todos los humanos. En ese principio que es Dios-Fuente de todo lo que existe estamos sustentados.

(b) Como Amigo, en Alteridad y Compañía. Dios no es sólo fuente-fundamento del que provenimos, sino que es también Amigo con el que compartimos lo que somos, al situarnos ante Jesús, en un amor que puede y debe entenderse con símbolos matrimoniales, encuentro de amor con el Amado.

(c) Como Familia, Comunicación o Diálogo de amor, de tal forma que el Padre y el Hijo habitan uno en otro e in-habitan en el alma, de manera que nosotros habitamos en ellos, siendo familia de Dios al ser familia humana. Éstos son los rasgos más hondos de la experiencia y teología de Teresa de Jesús, de manera que podemos destacarlos como expresión suprema de su pensamiento.

a. Dios es Madre: los pechos divinos.

Ciertamente, Dios no es un cuerpo, pero podemos hablar con Teresa de un “cuerpo divino” del que nacen varones y mujeres, lugar donde comparten la existencia, unos con otros, en respeto y generosidad. Descubrir y agradecer la vida, que nos viene de ese cuerpo divino es el primero y más hondo de los gestos religiosos. Lógicamente, ese cuerpo puede recibir rasgos divinos y maternos, expresados de manera humana. Así lo ha visto Teresa de Jesús, que hace a Dios Fuente de vida, Pechos de madre que ofrece su propio alimento a los humanos:

«Se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma…, que en ninguna manera se puede dudar…, que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden excusar de decir: ¡Oh Vida de mi vida y Sustento de mi sustento!… y cosas de esta manera. Porque de aquellos Pechos Divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta, que parece que quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma, y de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fuentecita pequeña, salga algún golpe de aquel agua para sustentar a los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados» (Moradas 7, 2, 7).

Están esposo y esposa (Cristo y el alma, Jesús y Teresa) bien unidos, en desposorio radical, como ella ha venido mostrando a lo largo de toda su vida y en todos sus escritos. Desde esa unión de amor descubre Teresa el misterio original divino, que ella ha presentado en términos vitales (Dios es Vida de mi vida), maternos (unos Pechos que manan gozo y leche que sustenta a los humanos) y cósmicos (fuente original de la que brota agua de gracia y existencia para los humanos, en especial los enamorados). Leer más…

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