“Gestos”, por Gema Juan OCD
Leído en su blog Juntos Andemos:
«Gestos sencillos y concretos». Eso pedía, recientemente, el Papa Francisco a los cristianos. Y eso le hemos visto hacer a él repetidamente. Además de las grandes propuestas que ha lanzado y de los pasos significativos que ha dado, Francisco ha tenido muchos gestos, sencillos y concretos, y ha recordado que aportan significado y realidad, que inspiran y generan creatividad. Los gestos abren muchas puertas para construir la hermandad que Jesús quería.
En el estado de Tamil Nadu (India), algunos católicos de casta alta levantaron un muro en el cementerio, para que sus muertos estuvieran separados de los difuntos «intocables». Un día, dos obispos católicos demolieron una parte del muro.
El muro se reconstruyó, pero los obispos sembraron compasión y solidaridad, y despertaron una esperanza, cosas más fuertes que todos los muros que existen.
En una pequeña ciudad francesa, una mujer joven, monja, escribía que buscaba la compañía de las hermanas que peor le caían, para «desempeñar con esas almas heridas el oficio del buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable bastan muchas veces para alegrar un alma triste». Era Teresa del niño Jesús.
Su gesto no acabó con las segregaciones que continuamente se generan. Pero sembró una posibilidad al alcance de todas las personas, para desmantelar barreras y rechazos con los próximos.
En un pequeño pueblo de Soria, un grupo de origen rumano se estableció e intentó abrirse camino con ganado vacuno. Trabajaban rústicamente, como les permitían sus precarios recursos económicos. Un reputado perito decidió cederles, repetidamente, sus ingresos extraordinarios.
El trabajo sigue siendo duro, pero un hombre acomodado se incomodó para compartir y crece, a la sombra de un gesto, el árbol de la fraternidad.
En un campo de concentración nazi, una mujer apresada decidió no añadir ni un átomo de odio a la locura del exterminio. Su gesto fuer orar, convencida de que «se puede orar en todas partes, [también] en un barracón» y elegir «estar presente en medio de los que sufren». Visitaba a los bebés del campo y tranquilizaba a sus madres, sonreía, estrechaba una mano, escuchaba… convencida de que el amor no ha de fijarse en razas, nacionalidades o filiaciones políticas. Se llamaba Etty Hillesum.
No detuvo el exterminio, ni siquiera para sí misma. Pero su gesto alienta continuamente caminos de reconciliación y el recuerdo de que la vida «es una sucesión de milagros interiores» que deben convertirse en amor compartido.
A un convento de frailes carmelitas descalzos acudían habitualmente algunos necesitados y acostumbraba a ir una anciana muy pobre. En cierta ocasión, que no acudió la mujer… el prior de la casa mandó ir a buscarla, por si la necesidad le impedía ir a pedir.
El mismo prior se encontró con varios hermanos enfermos en su casa y sin dinero para poder socorrerles. Entonces mandó empeñar un cáliz para poder dar lo necesario a los enfermos.
Sigue habiendo pobres y necesidades, pero el gesto de un fraile menudo, que se llamaba Juan de la Cruz, reveló al Padre de toda bondad que cuida a sus hijos y renovó la memoria de que nada tiene más valor que el ser humano. Ningún sábado, ninguna cosa sagrada es más valiosa que una persona.
No lejos en el tiempo ni en el espacio del prior descalzo, una monja carmelita se preguntaba qué podría hacer ella para ayudar en un mundo que veía desgarrarse violentamente. Y se dijo «haré ese poquito que es en mí». Con un gesto sencillo, con una decisión pequeña y compartida, se puso en marcha.
Se llamaba Teresa de Ahumada y de aquel gesto iba a nacer un pequeño espacio de oración y fraternidad que acabaría por convertirse en una familia universal.
Ese es el poder de los gestos. Siembran una semilla, la más pequeña y después, como recordó Jesús, «cuando crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar en ellas».
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