El caso de Jimena y Shaza, ya de vuelta en España, pone de manifiesto la vulnerabilidad de las personas LGTB en lugares como Dubái o Turquía
Jimena Rico y su pareja, la egipcia Shaza Ismail, ya descansan en España, después de haber sido retenidas en Turquía y escapar de la trampa que les había preparado el padre de Shaza en Dubái. Su historia ha tenido un final feliz, pero lo sucedido pone una vez más en evidencia la vulnerabilidad de las personas LGTB en aquellos países en los que no gozan de ninguna protección frente a la discriminación de sus propias familias.
Jimena y Shaza se conocieron en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos. Jimena, que trabaja para una empresa londinense, se encontraba allí por motivos de trabajo. Shaza, miembro de una familia adinerada instalada en Dubái, marchó a Londres a hacer un curso y allí la pareja pudo por fin afianzar su relación. Fue desde la capital inglesa, ya segura de sí misma y con la salvaguarda que le daba la distancia, desde donde Shaza reveló por fin a sus padres que se había enamorado de otra mujer.
Sobre el papel, la familia de Shaza acepto su relación, pero lo cierto es que su padre acabó por tender a su hija una trampa. Le dijo que su madre había enfermado gravemente, y que quería verla. Shaza aceptó entonces volver a Dubái, pero Jimena, desconfiada, quiso acompañarla, y ello pese a que Emiratos Árabes Unidos castiga las relaciones homosexuales con penas de cárcel. Al llegar a Dubái sus temores se confirmaron. El padre de Shaza intentó retener a su hija en la casa familiar y ofreció a Jimena volver a Londres sola, a lo que ella se negó.
La pareja, ante la amenaza de acabar ante la justicia, consiguió finalmente escapar en un vuelo a Georgia, donde se refugiaron durante tres días en casa de unos amigos mientras consigue vuelo de regreso a Londres, pero el padre de Shaza acabó por interceptarlas en el mismo aeropuerto de Tiflis, la capital georgiana, donde les rompió incluso sus pasaportes. Tanto la pareja como el padre de Shaza, de hecho, fueron detenidos. Tras ser liberadas, las dos chicas se vieron obligadas entonces a escapar en autobús con destino a Estambul, en Turquía. Fue al llegar a la ciudad turca cuando el calvario de la pareja llega a su punto culminante: allí fueron detenidas e incomunicadas durante casi tres días en un centro de detención de mujeres. La familia y amigas de Jimena, de hecho, acabaron por denunciar públicamente su desaparición, angustiados por la posibilidad de que su vida corriese peligro.
Cuando por fin Jimena pudo contactar telefónicamente con su familia, esta le pidió que regresara a España aunque fuera sola, pero ella se negó a abandonar Turquía sin su novia. Finalmente, gracias a la presión de la propia Jimena (y seguramente también al revuelo mediático), el cónsul de España logró la deportación de las dos mujeres.
Ya en Torrox (Málaga), donde reside su familia, Jimena ha querido enviar un mensaje a través de Facebook a todas las personas que se han solidarizado con ellas, en el que agradece muy especialmente los esfuerzos de su amiga Tamara Romero, una de las que más activamente se movilizaron para conseguir su liberación. En el mensaje se puede comprobar que las dos chicas ya se encuentran bien, rodeadas de familia y amigos:
La historia de Jimena y Shaza ha tenido un final feliz, de lo que nos felicitamos. Ojalá se recuperen pronto del infierno que han vivido. Pero lo que les ha pasado no es más que una muestra más de la situación de extrema vulnerabilidad de las personas LGTB en países como Dubái (que diversos episodios que hemos recogido en el pasado en estas mismas páginas atestiguan) o Turquía, un país este en el que además se está produciendo un acelerado deterioro de la situación. El colectivo LGTB turco se enfrenta al autoritarismo creciente de Recep Tayyip Erdoğan, materializado por ejemplo en detenciones como las que recientemente han sufrido los activistas Levent Pişkin o Uğur Büber.
Países, además, en los que las personas LGTB no gozan de ninguna protección frente a la discriminación que sufren a manos de sus propias familias, como le ha sucedido a Shaza. Y es que, a diferencia de lo que sucede en otros colectivos minoritarios que son objeto de discriminación por razones étnicas o religiosas, los miembros del colectivo LGTB no pueden ni mucho menos dar por descontado el apoyo de sus familias, que muchas veces se convierten en sus principales enemigos.
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