“En el pecado está la penitencia: la boda gay de Javier Maroto”, por Ramón Martínez
Ni las elecciones catalanas ni los supuestos yihadistas que vendrán disfrazados de refugiados a España según la particularísima forma de pensar del ministro Fernández Díaz: el tema del que no se deja de hablar esta semana en el Partido Popular no es otro que la boda de Javier Maroto con su novio, que tendrá lugar el próximo 18 de septiembre, y si es pertinente o no que Rajoy acuda a tan distinguido evento.
Si bien Pablo Casado afirma que no ha oído debates sobre la cuestión en la sede de la calle Génova -demostrando que como Vicesecretario de Comunicación tiene poca labia pero muy mal oído-, el propio exalcalde de Vitoria -que comparte ese absurdo miedo a los yihadistas encubiertos-, ha hecho diferentes reclamaciones sobre su próximo enlace. Defiende que percibe “normalidad” en torno a su boda, que el matrimonio entre personas del mismo sexo es algo ya asumido dentro de su partido, y aporta como prueba que la mayoría absoluta de que disfrutan y abusan los populares no ha servido para modificar la ley. También indica que le “gustaría que una boda homosexual dejara de ser noticia en España“.
¿Hablamos o no hablamos de la boda del vicesecretario de Acción Electoral del Partido Popular? Sus dirigentes parecen intentar que pasemos la noticia por alto, escudándose en el respetable pozo sin fondo de la “vida privada”, donde se esconde todo lo personal cuando uno no se permite que sea también político, por mucho que lo sea.
Y así es como Juan Soto Ibars, en su blog de El Confidencial, ha encontrado, con mucha ironía, que el PP está tratando esta cuestión siguiendo su línea habitual: “por ese motivo fueron secretas las reuniones de Aznar con los etarras. Ciertos asuntos problemáticos conviene despacharlos en secreto“.
Pero los mentideros de la política y las redes sociales echan humo. En una rapidísima búsqueda pueden encontrarse tuits ingeniosos como el de @imbecilismo: “lejos de entrar en polémicas, a la boda de Maroto sólo le faltan un par de imputados y que Rajoy coja el ramo”, y otros tan lapidarios como el de Iñaki Oyarzábal, secretario de Justicia, Derechos y Libertades del Partido Popular y uno de sus gais más visibles: “a periodistas y medios varios: La boda de Maroto es una boda, civil para más señas, no es una “boda gay” un poquito de respeto”. Si los mismos responsables del partido nos lo están pidiendo, quizá para que no hablemos de refugiados, de elecciones catalanas, de la reforma salvaje del aborto que condena a la maternidad a mujeres menores de edad, es evidente que habrá que hablar de esta boda.
¿Pero qué clase de boda es ésta? Dice Oyarzábal que no es una “boda gay”. Yo me planteo que hay bodas gitanas y bodas payas, bodas de mañana y de tarde, bodas clásicas, glam, románticas, campestres, étnicas, de temática, de corto y de largo, de gala y de sport, bodas religiosas y por lo civil -y desde que se casó Ana Aznar, por el relevante número de imputados, habría que hablar también de bodas “por lo criminal”-, y bodas hétero y bodas de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales.
Desde el activismo nos hemos empeñado durante años en hablar de Matrimonio Igualitario, para evidenciar que es el mismo matrimonio que une a personas de distinto sexo. Resulta ciertamente un intento muy adecuado de reivindicar la Igualdad, si bien una política realmente asimilacionista, que desdibuja cualquier posible diferencia reivindicable en nuestra forma de construir relaciones.
Pero las bodas suelen llevar apellido, como los que antes he apuntado, y es lógico entender que hay bodas entre personas de distinto sexo y bodas entre personas del mismo: bodas hétero y bodas homosexuales, como afirma el propio Javier Maroto.
Además el mero hecho de llamarlo igualitario ya supone una distinción respecto al modelo, que sigue siendo el matrimonio, sin más, y que recuerda de forma canónica a un hombre blanco y joven vestido de negro y una mujer blanca y joven vestidísima de blanco saliendo de la iglesia de los Jerónimos entre una lluvia de arroz y heteronormatividad.
Lo que parece que molesta en este caso es emplear el adjetivo “gay”, como indica Oyarzábal, un término quizá demasiado activista para una ideología política que se ha distinguido por el odio hacia cualquier persona que se distinga de su norma.
Y dentro de esta norma Popular, ¿debería acudir Rajoy a esta boda? No han pasado aún diez años del vergonzoso recurso contra la reforma del Código Civil que hizo posible el matrimonio entre personas del mismo sexo en España.
Es más: se cumplirá la década el 28 de septiembre, diez días después del enlace de Javier Maroto. Esta semana El Plural, al hilo de la boda, ha querido recopilar algunas frases memorables de relevantes miembros y miembras del Partido Popular sobre nuestro derecho a contraer matrimonio: “es una manía del Gobierno de parecer moderno y no a una reclamación de los homosexuales” (Rajoy), “la unión entre homosexuales no puede ser llamada matrimonio porque esto ofende a la población” (Aznar).
Y añaden, “un hombre y una mujer es una cosa, dos hombres es otra cosa y dos mujeres es otra cosa, como supongo que un trío también será otra cosa” (Botella), “el matrimonio homosexual no debe tener la misma protección por parte de los poderes públicos, porque no garantiza la pervivencia de la especie” (Fernández Díaz), “no casaré homosexuales porque son personas taradas” (Caldentey), “tenemos que acabar con leyes asquerosas” y “yo no tengo nada en contra de los homosexuales; si nacen así, pues qué se le va a hacer, pero que no digan encima que están orgullosos de funcionar al revés” (Fraga).
Esta semana se esperaba especialmente el comentario sobre este debate interno de Fernández Díaz, posiblemente el miembro más conservador del Consejo de Ministros, que ha llegado a comparar el aborto con el terrorismo.
“Yo no he sido invitado. Esa información es de la A a la Z falsa. Javier Maroto es un buen amigo mío, pero no he sido invitado. Esa información es lisa y llanamente falsa”, decía. Y todo sea que el ministro, enfadado por no haber recibido su invitación, se presente allí como Maléfica para maldecir a los contrayentes…
De Mariano Rajoy, con su característica pasividad a la hora de hacer declaraciones, no sabemos nada. Y es ése el problema porque, si acude a la boda, enfadará a parte de su electorado, ese mismo que quiere recuperar con gestos como colocar como candidato a las elecciones catalanas a Xavier García Albiol, uno de los políticos más ultras de que dispone el Partido Popular, o reformar la ley del aborto para impedir a las mujeres de dieciséis y diecisiete años decidir sobre su propio cuerpo.
Si por el contrario no asiste a la celebración será el otro ala popular la ofendida: jóvenes y no tan jóvenes populares, que hace semanas protagonizaron el #SoyGayYDelPP revolucionando las redes -o así creyeron- empleando la palabra que nos prohíbe Oyarzábal, verán confirmados sus temores: Mariano dará la espalda a sus militantes no heterosexuales.
“El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución” decía Groucho Marx. Rajoy tiene que decidir cómo se comporta, como presidente del Gobierno, de cara a la institución del matrimonio. Haga lo que haga, habrá gente enfadada. Si finalmente se decide a participar en la boda, le animo a asistir como más le convenga: en coche, andando, o sobre un caballo trotando desde donde se encuentre, Barcelona, Madrid o Pontevedra.
Eso sí, tras el pecado contra las creencias de la Igualdad que supuso el recurso de la infamia, lo más adecuado es reconocer que esta decisión lo convierte en un penitente y actuar en consecuencia: llegando al juzgado de rodillas, marcha atrás y con los brazos en cruz. Porque ya sabes, Mariano: en el pecado está la penitencia.
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