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Por qué una cura no es todo lo que deseo

Lunes, 9 de septiembre de 2024
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IMG_7341La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Lily (ellos/él/ella), estudiante de doctorado en una gran universidad pública del Medio Oeste, donde investigan instituciones internacionales y estudios queer. Tienen experiencia en organización interreligiosa y educación en justicia social, y les apasiona facilitar el diálogo sobre cómo los jóvenes de fe pueden participar en movimientos por la paz y la justicia social.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Recientemente, tuve la oportunidad de leer el libro de Amy Kenny My Body Is Not A Prayer Request: Disability Justice In The Church, y me sorprendió la afirmación de Kenny de que la Iglesia se está perdiendo el testimonio profético y la bendición de (las personas discapacitadas y por tanto) discapacidad. Entre una serie de otros puntos bellamente aclarados, Kenny establece una distinción importante que creo que los católicos de todo el mundo deben tener en cuenta al enfrentar la liturgia de hoy; la diferencia entre curar y sanar.

Como explica Kenny, la curación es un proceso rápido, individual y físico con el único propósito de eliminar la enfermedad o la discapacidad. Es lo que nosotros, en la sociedad occidental, buscamos a menudo cuando visitamos el consultorio de un médico, con la esperanza de encontrar una manera de solucionar cualquier síntoma que estemos experimentando. La curación, por otro lado, es un proceso mucho más rico, profundo, lento, complicado y complejo de restaurar el bienestar comunitario. Implica restaurar la interdependencia, el bienestar espiritual y las relaciones interpersonales y, a menudo, puede tener lugar incluso sin la eliminación de la enfermedad o la discapacidad.

Como católica queer que también vive con enfermedades crónicas, estoy bastante familiarizada tanto con la búsqueda de la curación como con la búsqueda de una cura. Hoy espero compartir con ustedes cómo veo que mi fe encaja en ambas actividades, con la esperanza de que puedan sacar de mi reflexión al menos una idea que complica su comprensión de la relación entre las personas discapacitadas y con enfermedades crónicas. tener con la Iglesia.

No todas las personas con enfermedades crónicas buscan una cura, pero resulta que yo sí. Con frecuencia estoy saltando de un consultorio médico a otro, con la esperanza de encontrar el medicamento/suplemento/régimen de terapia que me quite el dolor y la fatiga con los que he vivido durante casi tres años. Muy a menudo, sentado en una sala de espera, me encuentro rezando por una cura, rezando para que este nuevo médico sea quien tenga la clave para que yo pueda vivir la vida de una persona de 23 años “sana”. viejo (lo que sea que eso signifique); que mañana podré despertarme sin cansancio ni dolor.

Sin embargo, en ese momento de oración, con frecuencia elijo ignorar un par de hechos inconvenientes: incluso si encontrara una cura y me despertara sano y salvo mañana, seguiría cargando conmigo el dolor de todo el tiempo que aparentemente perdí mientras estar enfermo, la ira por no haber encontrado la cura más rápido, el peso de todas las relaciones y oportunidades que se me escaparon por todas esas veces que no podía levantarme de la cama o no podía subir un tramo de escaleras. y mucho más. Ni siquiera los mejores médicos pueden hacer que desaparezcan.

Si bien, por un lado, desearía nunca haber desarrollado esta enfermedad crónica, también soy muy consciente de cómo me ha unido a algunos increíbles activistas por la justicia de las personas con discapacidad y me ha mostrado cómo ser solidario con algunos de los ahora marginado del pueblo de Dios, dejó claro cómo mi liberación está entrelazada con la de muchos otros grupos, y me expuso la forma en que la Iglesia no es capaz de cuidar de un montón de comunidades. Entonces (aunque a veces a regañadientes) acepto que este dolor aparentemente sin sentido es de alguna manera parte del plan de Dios para mi vida.

En ausencia de una cura para mi sufrimiento (o incluso si existe), ¿cómo puede ser entonces la curación, especialmente en el contexto de la Iglesia? La respuesta a esta pregunta es notablemente similar a la respuesta a otra pregunta a la que me enfrento con bastante frecuencia: en ausencia de mi capacidad para casarme con mi pareja en la Iglesia Católica, ¿cómo puede verse una afirmación de mi personalidad plena por parte de la Iglesia? ¿como?

Mientras todavía estoy pensando en mi respuesta completa a esta segunda pregunta, inmediatamente me vienen a la mente algunas sugerencias. La Iglesia puede brindar atención pastoral que sea sensible a las necesidades y experiencias de los católicos queer, centrándose en la comprensión, la compasión y el acompañamiento, reconociendo las luchas que enfrentamos. Puede afirmar públicamente la dignidad inherente de los católicos queer al hablar contra la discriminación, la violencia y el trato injusto basado en la orientación sexual o la identidad de género. Puede condenar oficialmente prácticas como la terapia de conversión, cuyo objetivo es cambiar la orientación sexual o la identidad de género de un individuo, reconociendo el daño que tales prácticas causan. Puede reevaluar su lenguaje respecto a cuestiones LGBTQ+, evitando términos o frases duras o excluyentes.

En la misma línea, la Iglesia puede apoyar la curación de personas discapacitadas y con enfermedades crónicas, para aquellos que desean y aún no han encontrado la curación, adoptando enfoques holísticos y comunitarios que enfaticen el bienestar espiritual, las prácticas inclusivas y las redes de apoyo. El trabajo debe comenzar primero abordando el capacitismo dentro de la iglesia, deshaciéndonos de cualquier complejo de salvador y promoviendo la accesibilidad no solo dentro de las liturgias sino también en toda la programación. La iglesia también debe hacer el trabajo de abogar por la justicia social y la accesibilidad para abordar los problemas sistémicos que enfrentan las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, reconociendo que las experiencias individuales de discapacidad están determinadas por otros aspectos de su identidad, como la raza, el género y la orientación sexual. y estatus socioeconómico. Lo más importante es que, mientras participa en este trabajo, la Iglesia debe seguir comprometida a priorizar las necesidades y deseos de las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, y comprometerse a rendir cuentas ante aquellos más afectados por los males del capacitismo.

Mientras tanto, a veces me encontrarás orando por una cura, pero casi siempre orando por sanación.

—Lirio, 8 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Salir del aislamiento”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7216La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas personas están cada vez más solas.

El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.

Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.

Según el relato evangélico, para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide su colaboración: «Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar también hoy para rescatar nuestro corazón del aislamiento?

Sin duda, las causas de esta falta de comunicación son muy diversas, pero, con frecuencia, tienen su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia caemos en el riesgo de vivir cada vez más solos.

Sin duda es bueno aprender nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender, antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos no está solo. Vive de manera solidaria.


José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 8de septiembre de 2024. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Mc 7, 31-37. Sordomudo decapolitano: ¿Quién nos enseñará a hablar (8.9.24, Dom 23 TO)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7338Del blog de Xabier Pikaza:

Somos aquel sordomudo. Nos han quitado la palabra, la hemos olvidado, nos la han robado. ¿Quién abrirá nuestros oídos, quién soltará nuestra lengua? Sigamos leyendo, meditemos, hablemos.

Situar el texto

Éste es el último relato de la primera sección de los panes  (6, 34−7, 37), que había comenzado con  la multiplicación (6, 34-44) y el paso por el mar (6, 45-56), para centrarse en la disputa de Jesús con los fariseos sobre la cuestión de las comida (7, 1-23), hasta el descubrimiento de que el pan mesiánico ha de ofrecerse también a los gentiles (7, 24-30). Pues bien, todo eso exige un cambio radical: hombres y mujeres han de aprender a escuchar y hablar de un modo distinto. Así lo muestra este relato final, con la curación de un sordomudo decapolitano (quizá  pagano, como el geraseno de 5, 1-20), a quien Jesús abre los oídos y desata la lengua para que pueda proclamar la nueva palabra de comunión universal:

(a. Presentación) 31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano;

            (b. Milagro) 33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

(c. Conclusión) 36El les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos[1].

             Con este relato termina la primer desarrollo de la sección de los panes; es un texto de carácter sacramental, que recoge una especie de “iniciación catequética” (vinculada quizá con el bautismo). El cristiano es un hombre o mujer al que Jesús abre los oídos y desata la lengua, para que pueda escuchar y proclamar una palabra distinta, abierta a todos los seres humanos. Como de costumbre, siguiendo la lógica de Marcos, hemos dividido el relato en tres partes[2].

 7, 31-32. Presentación.

31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano

Jesús está recorriendo un camino que lleva de Tiro, al noroeste de Galilea, a través de Sidón (más al norte) al Mar de Galilea (lugar de encuentro de los diversos pueblos), pasando  a través de la Decápolis, que está básicamente al oriente, al otro lado de ese  mar de Galilea. Es un camino en zigzag, difícil de fijar en el mapa, al menos de un modo rectilíneo, pues el relato tiene un sentido y una finalidad más teológica y pastoral que geográfica. Además, como sabemos por 6, 45-53, los caminos de Jesús pueden hallarse llenos de sorpresas, pues parecen dirigirse a un sitio y acaba llegando a otro.

Todo nos permite afirmar que este trazado no es producto de la ignorancia geográfica de Marcos, sino de la misma identidad del proyecto  y tarea de Jesús, que tiene dos partes. (a) En la primera parte,  se dice que Jesús anuncia el Reino en Galilea, abriéndose a un entorno, formado de un modo especial por la región de Tiro y Sión (cf. 3, 8), a la que ahora se une la Decápolis. Según eso, la misión a los paganos del entorno se enraíza en la misma historia de Jesús del mensaje de Jesús en Galilea (1, 14−8, 26). (b) En la segunda parte, Marcos narra la subida de Jesús a Jerusalén, retomando los motivos básicamente israelitas, pero después de haber dicho que Jesús ha “pasado” por los bordes paganos de la tierra de Israel  (8, 27−1, 47)[3].

Sea como fuere, Jesús, que en 7, 24 estaba en el territorio de Tiro, sube hacia el norte (por la zona de Sidón), abarcando de esa forma el conjunto de Felicia, zona importante en la historia más antigua de Israel (en especial en los relatos de Elías y Eliseo) y también al comienzo de la Iglesia, como he dicho en la introducción de este libro. Pues bien, en vez  de dirigirse después directamente hacia el sudeste, al mar de Galilea, Marcos dice que Jesús dio un gran rodeo, pasando por la Decápolis (=Las Diez Ciudades), un ancho territorio de metrópolis siro-helenistas (entre las que se hallaban Damasco y Gerasa),  alnorte y al este del Mar de Galilea.

Es muy posible que Marcos esté evocando en este viaje los lugares de presencia cristiana en los que se arraiga su evangelio, fuera de Israel, en el entorno de Fenicia, Siria y Decápolis (con un centro en Damasco, como hemos destacado). Según eso, no sabemos dónde está Jesús al realizar el milagro que sigue (7, 33-35), aunque todo nos permite suponer que, tanto ahora como en el relato de la segunda multiplicación, se encuentra fuera de la tierra de Israel, en alguna zona de la Decápolis, pues sólo llegará a Galilea (a Dalmanuza) en 8,10. Ciertamente, según eso, el sordo-tartamudo de este relato puede ser judío (pues hay muchos judíos en la zona), pero puede igualmente ser pagano, tema que, en este contexto de la narración, a Marcos ya no le importa.

Desde ese fondo se entiende la razón por la que Marcos ha situado aquí este milagro de Jesús, como  signo de un cambio, esto es, de un giro o transformaciónde paradigma. En este momento de su relato, él nos dice que lo más importante es aprender a escuchar y hablar de manera personal. Por eso insiste en la exigencia de abrir los oídos y escuchar la nueva palabra (como él mismo ha escuchado la palabra de la siro-fenicia) para así poder hablar (el texto paralelo de la segunda sección de los panes, expandirá ese motivo, desde la perspectiva de los ojos, aprender a ver: 8, 22-26). Lógicamente, para visualizar este cambio de paradigma ha ofrecido este milagro.

Le traen a un hombre que sordo (no es capaz de escuchar la palabra) y tartamudo (mogilalon: tiene la lengua impedida), de manera que apenas puede expresarse. Es un enfermo de comunicación: no puede hablar correctamente, ni expresarse con soltura, no puede escucha la voz de Dios, ni comunicarse de verdad con los demás. En el fondo es un esclavo de su propia sordera y tartamudez: no logra entender lo que dicen, no puede expresarse. Por eso vive encerrado en la doble distorsión de su lenguaje, como un hombre incapaz de escuchar y hablar, sin poder conversar con los demás. Así puede entenderse como signo de aquellos que no entienden: prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sólo sus palabras y razones, que en este caso son razones de los fariseos, que Jesús ha querido superar en Mc 7, 1-23. No saben oír, no sabe hablar, a no ser que Jesús les cure[4].

 7, 33-35. Milagro. Abrir los oídos, soltar la boca.

33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

Este “milagro” de curación se encuentra estratégicamente situado, al final del primer desarrollo de los panes. Para que este enfermo entienda y diga el evangelio (es decir, la buena noticia de la salvación) ha de haber alguien que le abra los oídos y le suelte la lengua. Jesús lo hace, siguiendo probablemente un ritual de catequesis e iniciación sacramental, en la que se refleja la práctica cristiana de la iglesia de Marcos. Para ello,  toma al enfermo en privado, separándolo de la muchedumbre (7, 33), a fin de mantener un contacto directo con él y realizar un signo sacramental, que puede interpretarse de un modo mágico (si sólo nos fijamos en el gesto externo) o como simbolización ritual, dirigida al desarrollo personal del “enfermo” (o, quizá mejor, del catecúmeno, por emplear una palabra posterior de la Iglesia).

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-«Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

-Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effetá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede poder curativo. El gemido y la palabra en lengua extraña recuerdan al mundo de la magia.

Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces… las orejas de los sordos se abrirán… y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

Este texto ha sido elegido por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el poema del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los inquietos: «¡Sed fuertes, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto, y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.

Un milagro más difícil todavía (Santiago 2,1-5)

Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros, y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 08 de septiembre de 2024

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestros países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No te quedes en la superficie del relato.

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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jesus-curaDOMINGO 23º (B)

Mc 7,31-37

El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve del Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad, nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Considerar el milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza resulta anacrónico si se aplica a los milagros de los evangelios. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro. Todo el mundo aceptaba no solo la posibilidad sino la realidad de los milagros. Ni entonces ni ahora conocimos las leyes de la naturaleza para poder determinar lo que las sobrepasa o las viola. Lo que hasta tiempos muy cercanos sirvió para apoyar la fe, es hoy un obstáculo para aceptarla. Los milagros narrados en los evangelios tratan de llevarnos a descubrir el mensaje de Jesús que está más allá de ellos.

Para aquella cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran, por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo, en el AT, simbólicamente era el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias adversas. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí podemos encontrar la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a causa de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducido en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.

Tampoco podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos para llevarles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que, girando sobre unos goznes, puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impedir el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para que germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los milagros

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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efata1Mc 7, 31-37

«Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua».

A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.

Por una parte, recelamos porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?

Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada nos lleva a concluir que no puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad de los milagros…

Basados en este razonamiento, los milagros fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann tomaron también una postura contundente en contra de los milagros.

John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los milagros aplicando criterios de historicidad, y concluye que un especialista ateo puede admitir los hechos narrados igual que un colega creyente, pero añade que tan injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo ese hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en él parte alguna.

Joachim Jeremías –quizá la voz más autorizada en esta materia– llega a la conclusión de que «Jesús realizó curaciones que fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos psicógenos, pero también de la curación de leprosos, de paralíticos y de ciegos».

Para no cansar, hoy se admite que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron tanto las tradiciones de hechos sucedidos como las leyendas que nacieron de estos hechos.

Pero quizá lo más importante para nosotros sea el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “el corazón de Dios”».

Es habitual interpretar los milagros como la prueba de que “Dios estaba con él”, pero quizá lo más relevante para los creyentes sea que través de ellos podemos conocer cómo es Dios para nosotros.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Por qué nos hacemos los sordos? ¿Por qué no hablamos con más claridad y caridad?

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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23ordinario

Marcos 7, 31-37

Sugiero que leamos este evangelio desde tres perspectivas:

Primera: nos acercamos al contexto histórico. Un hombre sordo no podía escuchar la Torá y se perdía buena parte del alimento espiritual del pueblo. No había medios para paliar la sordera. Era una persona marginada y, sin duda, escucharía muchas veces la pregunta: ¿Por qué estás sordo? ¿Pecaste tú o pecaron tus padres?

Además, este hombre apenas podía hablar. Sabemos que la gente de Judea se burlaba de los hombres y mujeres de Galilea por su hablar gangoso. El hecho de no hablar bien era motivo de marginación y de sospecha. En resumen, el evangelio nos presenta a un pobre hombre, con motivos suficientes para sufrir cada día.

Segunda: ¿Qué nos quiere decir Marcos con esta curación? ¿Qué paso podemos dar, de la historia a la teología? Que el mundo pagano estaba (¡y está!) invitado a la salvación. El evangelista dice que es hora de romper los esquemas mentales: a la Decápolis llega la Buena Noticia y la gente pagana, sorda o semi muda, puede oír la Palabra y responder con toda claridad.

En el principio de los tiempos “Vio Dios que todo era bueno”. Con la llegada de Jesús, el tiempo comienza de nuevo, porque: “Todo lo hace bien”. Hizo posible lo que era imposible en su tiempo: que los sordos oyeran y que la lengua trabada se soltara. Marcos nos presenta un gesto profético que anuncia la llegada de un tiempo nuevo.

Tercera: ¿A qué nos invita este texto del evangelio, hoy? ¿Cuál puede ser la perspectiva pastoral? Que nos identifiquemos con este buen hombre y tomemos conciencia de:

· Nuestra sordera afectiva, emocional, laboral, política, económica, ecológica… Es decir, sordera y cerrazón ante mensajes claros que proceden del Evangelio, de la Declaración de los Derechos Humanos, de documentos papales, etc., y que no nos llegan a las entrañas, porque hemos taponado los oídos. O solo nos llegan algunas frases inocuas, que nuestro tímpano filtra con esmero, para que no se nos altere la zona de confort en la que vivimos.

Y sería bueno que este evangelio nos ayude a tomar conciencia de la claridad con la que oímos, escuchamos y nos deleitamos en las críticas, cotilleos, suposiciones y juicios que llegan a nuestros oídos. Nos deleitamos, como si tuviéramos “oídos gourmet”, que saborean lo que se les ofrece. Lo que entra de este modo por el oído va formando una trama que se transforma en esclerocardia, y nos enferma con un corazón endurecido y una conciencia de piedra.

· Lamentablemente, nadie tocará nuestra lengua con su saliva, para que recobremos la libertad y la parresía al hablar. Pero, al recibir la Eucaristía, podemos tomar conciencia de que es necesario que hablemos, más alto y más claro, en los lugares apropiados. Que hablemos con caridad y con claridad, en una sana proporción. Que hablemos con la fuerza de nuestra expresión corporal, sin gestos de amenaza, para que en nuestro rostro se descubra que nos habita una Buena Noticia.

Se le abrieron los oídos y hablaba sin dificultad…” Pidamos al buen Dios que estas palabras se conviertan en una experiencia personal y comunitaria, por obra del Espíritu Santo.

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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“Effetá”

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7152Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

8 septiembre 2024

Mc 7, 31-37

Simbólicamente, sordera y mudez significaban aislamiento, por cuanto -sobre todo, en la antigüedad- obligaban a la persona a encerrarse en sí misma, incapacitándola para comunicarse e interactuar con los demás. Al presentar a Jesús como alguien capaz de abrir (effetá) los oídos y la lengua, el autor del evangelio está mostrando en qué consiste su misión: favorecer la integración de las personas, al devolverles su capacidad de escuchar y de expresarse.

Con demasiada frecuencia, en la vida de las personas son frecuentes, por diferentes motivos, las actitudes de encierro y de aislamiento. Tanto por dificultades de tipo psicológico como por imposición social o cultural, no pocas personas optan por -o se ven obligadas a- encerrarse en ellas mismas, en una especie de mecanismo de defensa, con el que buscan amortiguar el sufrimiento provocado por factores psíquicos o sociales.

La ayuda a las personas tiene como objetivo favorecer su vida, su autonomía y su despliegue. Y eso ocurre en la medida en que se pueden ir abriendo aquellas dimensiones o capacidades que, por diferentes motivos, habían quedado bloqueadas.

El desbloqueo se produce cuando acogemos toda nuestra verdad, desde la motivación de liberar en nosotros aquello que habíamos negado en mayor o menor medida. El trabajo sobre nosotros mismos constituirá el mejor aprendizaje para poder ofrecer nuestra ayuda a los demás.

“Effetá”: ábrete a tu verdad, acéptala y abrázala. Ábrete a vivir tus capacidades, más allá de miedos y comodidades. Ábrete a los demás, de manera asertiva y bondadosa. Ábrete a hacer de este mundo un lugar mejor. Ábrete a la Vida. O más exactamente, ábrete para que puedas experimentarte, a la vez, como Vida y como cauce a través del cual la Vida se expresa.


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Iglesia: ¡Effetá!

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Sorderas en la vida

La sordera y la tartamudez de aquel hombre con el que Jesús se encuentra en la Decápolis (diez ciudades en territorio pagano), no  se refieren meramente unas limitaciones físicas.

Se trataba de una cerrazón e incomunicación personal. Aquel hombre  vivía encerrado, sordo, incomunicado.

Quizás también nosotros vivimos enquistados, no escuchamos ni sabemos decir una palabra o callar oportunamente.

Sordo -en este caso- es la persona encerrada en sí misma que no quiere escuchar. Y ya sabemos el refrán: no hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

El pasado domingo leíamos cómo el AT y Jesús nos decían: Escucha, Israel, atiende a razones.

  • Somos sordos cuando no sabemos abrirnos a la Verdad o realidad del otro y de la vida.
  • Cuando políticamente no se escuchan ni se buscan soluciones a los problemas, estamos sordos.
  • Cuando en lo eclesiástico no se escucha la voz de la comunidad, estamos sordos con una sordera peor.

El ser humano es por naturaleza quien “está abierto” a todo lo que en la historia le habla. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir como “seres abiertos” en el mundo, (el ser humano es espíritu en el mundo) (Rahner).

Somos -seamos- seres abiertos. Effetá.

02.- Saliva: nueva creación.

        El gesto de la curación de la sordera de este hombre tocando sus oídos con un poco saliva es una alusión al Génesis y, por tanto, a la creación, a la nueva creación de la nueva humanidad.

        Dice el texto que Jesús tocó los oídos con su saliva. Sabemos ya por otros momentos evangélicos que la saliva es algo muy personal y significa el espíritu de una persona, en este caso de Jesús.

        La saliva es algo muy personal, muy íntimo. Por eso en la Biblia la saliva es símbolo del espíritu de una persona. (Escupir a una persona implica un gran desprecio).

        Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró como hizo también Dios en el Génesis cuando infundió su aliento vital al barro para que surgiese un ser viviente. Ahora Jesús infunde su espíritu -saliva- a aquel sordo y exclama: Effetá, ábrete. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9).

        Y al momento se le abrieron los oídos.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto, espiritual

Cuando uno vive mirando a la ultimidad, a Dios, escucha los pasos y palabras intermedias que se producen en la historia.

03.- Al instante se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua.

        Hablar en sentido bíblico no es pronunciar palabras incesantemente. San Juan emplea una expresión griega de hondo contenido. La solemos leer en navidad: la palabra se hizo Jesús, carne: el logos: es decir, el sentido de la vida

Uno puede hablar cuando previamente ha escuchado la voz de la vida, de la historia, de Dios.

        Hay personas que hablan y hablan sin parar, pero no dicen nada.

        Emitir sonidos y palabras no es hablar. Escuchar y hablar con juicio, es ya otra actitud y  un arte en la vida.

        Es muy frecuente oír cómo hay gente que en cuanto te descuidas te aconsejan y organizan la vida. Es frase tan manida de que: “tú lo que tienes que hacer es…”.

        Nos cuesta unos dos años en aprender a hablar y toda la vida en aprender a callar

        A veces el silencio es una palabra elocuente. Nos podríamos aplicar aquel dicho: Habla solamente cuando no tengas mejor palabra que el silencio.

        Cuando uno ha escuchado la voz de la vida, del amor, de la amistad, de la enfermedad, del sufrimiento, del fracaso, de la muerte, cuando uno ha escuchado esas realidades, probablemente calla y acompaña en silencio.

El silencio es una palabra llena de sentido. Y eso es logos, palabra silenciosa, sensatez y sentido.

        Al instante se le soltó la lengua.

04.- Vaticano II y momento actual. reflexión eclesial.

¡Qué duda cabe que el concilio Vaticano II fue un Effetá, un ábrete, para la Iglesia formulado entonces por aquellos dos papas: Juan XXIII y Pablo VI,  por aquel momento teológico y eclesial. El Vaticano II efectivamente abrió las ventanas para que saliera el aire viciado de la Iglesia y entrara oxígeno puro!

Muchos cristianos respiramos entonces y lo seguimos haciendo desde aquel espíritu y viento del Pentecostés de aquellos años: con espíritu bíblico, en liturgia, en moral, en cuestiones dogmáticas, teológicas, en modos y estilos eclesiásticos, en esperanza, en la vida.

Pero, por desgracia, lo que abrió el Concilio Vaticano II se ha ido replegando y cerrando posteriormente. Sobre todo el tono de libertad, el aliento vital y de audacia eclesial de entonces se ha ido acartonando en nuevos pero viejísimos moldes eclesiásticos.

Ya en aquella misma época conciliar dijo el cardenal Siri: “harán falta veinticinco años para reconstruir los que Juan XXIII ha derribado en la Iglesia”. [1] En esa tarea están algunos movimientos religiosos y muchos curas y obispos.

Cuando hoy vemos este repliegue, cuando nuestras parroquias viven no cerradas, sino “bunkerizadas” y no se tolera un ápice de oxígeno, cuando vemos el triunfo de la ley y de la normativa sobre la libertad y creatividad; cuando se está desenterrando una liturgia fosilizada, uno piensa: ¿será éste el futuro del cristianismo y de la Iglesia? ¿La Iglesia será todo lo contrario del Effetá? ¿Estos son los derroteros del cristianismo en el siglo XXI?

¿Podrá el papa Francisco entonar un nuevo Effetá?

Escuchemos la voz del Evangelio de Jesús y la voz del Concilio.

05.- Sed fuertes, no temáis. (Isaías 35,4-7a).

Son las palabras de Isaías con las que hemos comenzado la liturgia de la palabra. No temáis, sed fuertes.Effetá.

Desde el Evangelio del Señor, desde el Concilio, seamos fuerte, vivamos abiertos con esperanza puesta en el Reino de Dios:

La saliva, el aliento vital, el Espíritu de Cristo nos abre hacia el horizonte infinito.

Effetá.

[1] DUATO, A. Iglesia y mundo en el pontificado de Juan Pablo II, en: Iglesia Viva, 214, 2003, 45.

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“¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!”, por Consuelo Vélez

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_6046De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXIII del Tiempo Ordinario 8-09-2024

El texto nos muestra la acogida que va teniendo el reinado de Dios anunciado por Jesús porque, efectivamente, las situaciones se van transformando

Estamos invitados a dejarnos abrir los oídos por Jesús, a escuchar su predicación, la buena noticia que nos comunica para que nuestros labios sean capaces de anunciar las maravillas de Dios

Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá” que quiere decir “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. (Mc 7, 31-37)

El evangelio de Marcos continúa este domingo, relatándonos la curación de un tartamudo sordo. Decimos tartamudo y no mudo porque el texto dice que “no hablaba correctamente”. Marcos sitúa a Jesús en camino más allá de Galilea y realizando los signos del reino, uno de ellos las curaciones a los enfermos. La liturgia se salta el texto de la curación de la hija de una sirofenicia que antecede a esta curación. Por otra parte, esta curación se asemeja mucho a la curación de la hija de Jairo, relatada en el capítulo 5. En ambos textos Jesús pronuncia unas palabras: “Talita Kum” = levántate y Effatá = Ábrete. “Al instante” la niña se levanta y se pone a andar; “al instante”, se le abren los oídos al sordo y se le suelta la atadura de la lengua y habla correctamente; y, con la niña, los presentes “quedaron fuera de sí” y con el sordo se “maravillaban sobre manera”. Como vemos, las curaciones siguen, en muchos casos, pasos similares, lo que muestra que son contados en un género literario, sin que esto invalide la experiencia histórica que debió acontecer, a partir de la cual, los que están con Jesús ven cómo se hace presente el reino de Dios anunciado por Él, rompiendo ataduras, exclusiones, impedimentos para que las personas tengan vida y vida en abundancia en ese contexto.

El caso del texto de la curación de este tartamudo sordo, nos remite a textos de Isaías en los que se afirma que “se despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán” (Is 35, 5-6). El evangelio nos deja ver también, que se les atribuye a las manos de Jesús y a su saliva la capacidad taumatúrgica. Estas especificaciones responden a las creencias del tiempo, del poder curativo de la saliva, por ejemplo.

El mandarles a callar va en consonancia con el “secreto mesiánico” que está presente en el evangelio de Marcos. Sin embargo, en lugar de callar, la fama se extiende más y más. El texto nos muestra la acogida que va teniendo el reinado de Dios anunciado por Jesús porque, efectivamente, las situaciones se van transformando, su llegada genera cambios y las cosas no siguen como estaban.

La frase final “todo lo ha hecho bien”, nos remite al texto del génesis: “Y vio Dios que todo era bueno” (1,31). Efectivamente, las situaciones caóticas que vive la humanidad, están llamadas a organizarse, a mejorarse, a situarse en su correcto desarrollo para que la vida de Dios en el mundo sea fecunda y el plan divino de salvación se lleve a cabo.

Más allá del milagro en sí, el evangelio nos invita a dejarnos abrir los oídos por Jesús, a escuchar su predicación, la buena noticia que nos comunica para que nuestros labios sean capaces de anunciar las maravillas de Dios. Mucha sordera al evangelio existe hoy en nuestro mundoy en nuestra Iglesia. Pero la apertura sincera a Jesús es capaz de hacer el milagro de volver a escuchar la buena noticia del reino y de predicarla “a tiempo y a destiempo” en el aquí y ahora que vivimos. Nuestro mundo, necesitado de buenas noticias, exige una palabra más profética, más audaz, más creativa, más transformadora, por parte de todos los que nos decimos discípulos de Jesús. Y, eso será posible, en la medida que nuestros oídos estén abiertos para escuchar. Recordemos aquel texto de la carta a los Romanos (10, 14-15). “Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? ¿y cómo predicaran si no son enviados?

¡Que el Señor abra nuestros oídos para que nuestros labios no cesen de anunciar sus maravillas!

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“Abrirnos a Jesús”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.

Jesús lo toma consigo y se concentra en su trabajo sanador. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora, y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».

Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como el Creador, «hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su mensaje serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.

Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la propia estructura psicológica o de la formación recibida. Pero, cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el asunto es de importancia decisiva.

Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús. Deformaremos su mensaje. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». ¿No necesitamos abrirnos a Jesús para dejarnos curar de nuestra sordera?

José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 5 de septiembre de 2021. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario. 05 de septiembre de 2021

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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“Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: -Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.”

(Mc 7, 31-37)

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es de una gran fuerza. Cuando no podemos oír ni hablar se dificulta enormemente la relación con las demás personas. Basta pensar en lo difícil que resulta comunicarse con alguien que habla una lengua que no conocemos.

Aquí encontramos que le presentan a Jesús una persona sorda y que, además, apenas puede hablar. Pero lo que nos quiere mostrar no es un caso concreto, es, más bien, un icono, un símbolo.

El evangelio nos está presentando el mundo pagano. Aquellas personas que no conocen al Dios de Jesús, que no pueden escuchar Su Palabra. En esta persona sorda están representadas todas las personas que no pueden “oír” la Buena Noticia que trae Jesús.

Y Jesús se acerca, toma aparte esta realidad y “pierde el tiempo” con ella. Le toca. Y ora sobre ella: “mirando al cielo, suspiró y le dijo… -¡Effetá! (Ábrete!) Al oír esta palabra se nota como caen muchos muros internos. Se abren esas puertas blindadas. Y lo que era cerrazón se convierte en espacio.

Todos necesitamos que Jesús pronuncie sobre nuestra mente y sobre nuestro corazón un “¡effetá!” que destruya cualquier obstáculo.

Pero si volvemos al símbolo quizá nuestro mundo pagano de hoy son los países “enriquecidos”. ¡Cuánto necesitamos que se cure la sordera globalizada! Tienen que caer los muros, las alambradas y los puertos cerrados.

No pueden seguir existiendo fronteras que blindan riquezas injustas.

Oración

Grita, Jesús, sobre nuestros países enriquecidos injustamente. Que se caigan las barreras que nos hacen creer que las demás no tienen derecho a una vida como la nuestra. Borra el egoísmo que nos hace sordas al clamor de las empobrecidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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No te quedes en el milagrito, descubre el símbolo.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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jesus-curaMc 7, 31-37

El episodio que nos narra hoy Marcos no tiene localización precisa como casi siempre. Solo dice que vuelve de Tiro al lago de Galilea, pasando por Sidón, atravesando la Decápolis. Podemos suponer que estamos en la Decápolis, tierra de paganos. Si alguno intentara marcar un recorrido geográfico lógico de los itinerarios de Jesús en el evangelio de Marcos, se encontraría con un galimatías indescifrable. Para Marcos la geografía no tiene ninguna importancia. Coloca a Jesús en cada momento donde más le interesa teológicamente.

En el AT, los tiempos mesiánicos se anunciaron como salvación para los marginados, los pobres, los que no tenían valedor en este mundo injusto. Seguramente hemos entendido demasiado literal­mente el anuncio hecho por los profetas de que, los sordos oirán, los mudos hablarán, los ciegos verán, los cojos saltarán… En realidad nunca se dice en toda la Biblia que el Mesías tuviera esa misión. También dicen los textos que nacerán fuentes en la estepa, que el león pacerá con el buey, que el niño cogerá la serpiente en la mano etc. y nadie espera que eso vaya a suceder en la realidad. Todo es signo del Reino, no el Reino.

Para aquella cultura el hecho de que una persona fuera sorda o muda o ciega, no era un problema de salud sino un problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que la religión no actúa en su nombre.

El relato está plagado de simbolismos que hacen imposible interpretarlo como crónica de unos hechos. En el capítulo siguiente se narra la curación del ciego de Betsaida, utilizando el mismo cliché: Es presentado por otros, le piden que lo toque (le imponga las manos), lo separa de la multitud, hace un tocamiento con su saliva, y les manda que guarden silencio. En los profetas, la ceguera y la sordera son símbolos de resistencia a la palabra de Dios. En el evangelio son símbolos de la incomprensión y resistencia al mensaje de Jesús. Los discípulos de Jesús no comprenden el mensaje y, por lo tanto, no pueden trasmitirlo.

Sordo y mudo en el AT era, simbólicamente, el que no quería escuchar la palabra de Dios, y por lo tanto, tampoco podía cumplirla o proclamarla. Si tenemos en cuenta que la religión judía está fundamentada en el cumplimiento de la Ley, descubriremos que, el que no puede oírla ni proclamarla queda totalmente excluido. La imposición de manos era signo de la comunicación del Espíritu. La mirada al cielo era signo de relación íntima con Dios. Apartarlo de la gente era separarlo del mundo. El dedo hace referencia al dedo de Dios que actúa con fuerza. La saliva se consideraba como vehículo del Espíritu. Aparentemente Jesús actúa como cualquier sanador de la época. Pero los taumaturgos hacían sus curaciones con la máxima ostentación posible. Jesús quiere hacer ver a todos que su objetivo es muy distinto.

Jesús nunca identifica el Reino de Dios con una supresión de las limitaciones. Las bienaventuranzas dejan claro que el Reino de Dios está abierto a todos, a pesar de las circunstancias personales. Él dice expresamen­te que el Reino de Dios está dentro de vosotros. El Reino de Dios es una actitud vital de cada persona. Es un descubrimien­to de Dios en lo hondo del ser. Claro que una vez que la persona entra en esa dinámica, tiene que manifestarse después en la manera de actuar. La atención a los marginados no es el Reino de Dios, sino la manifesta­ción de que está presente y visible a todo el que lo quiera ver.

Si queremos llevar a los marginados el Reino de Dios, antes de haber entrado nosotros en él, caemos en la trampa de la programación. Mientras no cambiemos nosotros, por mucha atención que reciban los que sufren, no ha llegado el Reino de Dios, ni para nosotros ni para ellos. Para el mismo Jesús, desde una perspectiva del AT, la señal de que el Reino de Dios ha llegado, es que los sordos oyen, los cojos andan, los ciegos ven, y los pobres son evangelizados. Aquí encontramos la clave de interpretación del relato.

El Reino consiste en que los que excluimos dejemos de hacerlo, y los excluidos dejen de sentirse marginados a pesar de sus limitaciones. El objetivo de Jesús no es erradicar la pobreza o la enfermedad, sino hacer ver que hay algo más importante que la salud y que la satisfacción de las necesidades más perentorias. Sacar al pobre de su pobreza no garantiza que lo hemos introducirlo en el Reino. Pero salir de nuestro egoísmo y preocuparnos por los pobres sí garantiza la presencia del Reino y puede hacer que el pobre lo descubra.

No podemos pensar en un Reino de Dios puramente espiritual. Hemos dicho muchas veces que una relación auténtica con Dios es imposible al margen de una preocupación por los demás. Creer que podemos servir una relación con Dios al margen de los demás es ilusión. No hemos aprendido la lección, ni como individuos ni como iglesia. El ejemplo de Santiago, dentro de su simplicidad, es esclarecedor. ¿Quién de los aquí presentes aprecia más a un andrajoso que a un rico? ¿Qué sacerdote, incluyéndome a mí, trata mejor la los pobres que a los ricos? La conclusión es clara: el Reino de Dios aún no ha llegado a nosotros.

El mensaje de Jesús tendría que operar en nosotros los mismos efectos que tuvieron su saliva y su dedo en el sordomudo. Escuchar el mensaje de Jesús es la clave para descubrir cuál debe ser la trayectoria de mi vida. La postura de cerrarse a la Palabra es mucho más común de lo que solemos pensar. El miedo a equivocarnos nos paraliza. Un proverbio oriental dice: si te empeñas en cerrar la puerta a todos los errores, dejarás inevitablemente fuera la verdad. El episodio de hoy nos debe hacer reflexionar. Tenemos que abrirnos a la verdad y tratar de comunicarla a todos, llevándoles un poco de esperanza e ilusión.

Jesús dijo en (Jn 10, 9): “Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos”. Pero, “puerta” se puede entender como el hueco que permite el acceso a una estancia o el elemento material que girando sobre unos goznes puede permitir o impedir el paso. El contexto de la cita deja claro que se trata de la apertura para entrar y salir. Pero por desgracia utilizamos a Jesús como el elemento giratorio que nosotros utilizamos para dejar entrar o para impide el paso a la intimidad de Dios. Con mucha frecuencia, hemos cerrado la puerta y nos hemos guardado la llave.

No nos salva escuchar la palabra de Dios, pero es el instrumento que nos permite descubrir dentro de nosotros la salvación. Las frutas defienden la vida que está latente en la semilla de dos maneras: rodeándola con gran cantidad de pulpa o con un caparazón duro que la aísla del entorno. En los dos casos, lo aparente, que es lo que parece importante, no es más que un medio para conservar la semilla hasta la primavera siguiente. Entonces la cáscara desaparecerá para germine la semilla. En el caso de la manzana o el melón, pudriéndose. En el caso de la almendra o la nuez, separándose las dos partes para dejar paso al germen.

 

Meditación

La clave de toda vida espiritual es la apertura.
Como una esponja debes dejarte empapar.
Para ello, no tienes más remedio que exprimirte.
Si te vacías de todo lo terreno que hay en ti,
Lo divino que también está en ti, te inundará.
En la medida que te vacíes te llenarás.

 

Lous Evely: nuestros mayores creyeron gracias a los milagros. Nosotros creemos a pesar de ellos.

Rousseau: El apoyo que se quiere dar a la fe con los milagros, es el mayor obstáculo contra ella. Quitad del evangelio los milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo.

Baruc Spinoza: “Si se admitiese que Dios actúa en contra de las leyes de la naturaleza, sería preciso admitir también que actúa en contra de su propia naturaleza, lo cual sería totalmente absurdo”. 

Voltaire: contar milagros es “transcribir tonterías injuriosas a la divinidad”; creer en ellos es demostrar que uno es un imbécil”.

Considerar el milagro como una excepción de las leyes de la naturaleza resulta anacrónico si se aplica a los milagros de los evangelios. En tiempos de Jesús no se cuestionaba la posibilidad del milagro ni se conocían las leyes -tampoco hoy- de la naturaleza para poder determinar lo que las sobrepasa o las viola.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Los milagros.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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efata1Mc 7, 31-37

«Le presentan un sordo que además hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él…  Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».

A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.

Por una parte, recelamos, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?

Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada, fruto de la actual cultura cientifista, nos lleva a la conclusión de  que no puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad de los milagros…

Basados en este último razonamiento, los milagros fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann tomaron también postura en contra de los milagros.

John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los milagros, y concluye que, aplicando criterios de historicidad, un especialista ateo puede emitir el mismo juicio que un colega creyente, pero añade que tan injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo el hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en él parte alguna.

Joachim Jeremias —quizá la voz más autorizada en esta materia— llega a la siguiente conclusión: «Jesús realizó curaciones que fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la curación de padecimientos psicógenos, pero se trata también de la curación de leprosos, de paralíticos y de ciegos».

Para no cansar, hoy se admite que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacieron de estos hechos.

Pero quizá lo más importante para nosotros sea el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe: conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Sentir el texto y la realidad.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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23ordinarioAl texto de hoy le precede la curación de la hija de la Siro-fenicia. Una mujer potente, no muda, porque no está alienada por el sistema religioso y político judío.

No muda, porque está en contacto con su tripa, con su vida, con su hija. Es el sistema quien propicia demonios que representan la violencia e injusticia de una leyes religiosas que oprimen, sobre todo a la mujer, tanto es así que tenemos niñas, en los evangelios, que no quieren hacerse mujeres. ¿Y en Afganistán, y en África con el tema de la ablación?

¿Qué pasará con nuestras hermanas de Afganistán? Ellas viven algo así como “el horror de ser mujer”. Una dosis de la misma medicina en la cultura del tiempo de Jesús, que perdura en las mentes violentadas por el ansia de poder y de control.

También presente en nuestra tradición católica: a mujeres que querían seguir a Jesús se les imponían unos hábitos donde sólo se les veía un poco de cara, rejas, disciplina férrea, control de obispos y curas y confesores, hoy todavía vigente, más solapado, en algunos países, pero horrible: por ejemplo en India, donde una joven religiosa encuentra en posición comprometida a su superiora con el cura, y la matan, y la echan a un pozo… y siguen rezando.

No está libre nuestra historia. De ahí la fuerza del evangelio de este domingo:

La tartamudez es consecuencia de la sordera. ¿Cómo aprender a hablar si no oye?

“Jesús le separa de la multitud y se lo lleva aparte” y ahí se comunica con él de modo que le pueda comprender: con gestos.

Le mete los dedos en los oídos, y con su saliva le toca la lengua. Es un diálogo intenso, físico y espiritual, fuerte. Jesús le transmite su energía, su deseo de abrirle los oídos para que pueda escuchar la Palabra y sentir su presencia, y así, que su lengua se desate impregnándose de la energía vital de Jesús. Todo básico: sus manos, su saliva, su oración. Toque personal e íntimo, aparte, sin público, en lo recóndito de cualquier esquina de nuestra vida.

De pronto un día nos atrevemos a pedir o alguien nos lleva y Jesús se acerca y nos indica cómo puede abrirse nuestro oído y liberarse nuestra mudez para poder comunicar vida, su Vida.

Los sordos somos los seguidores y discípulos. Si oyéramos, todo sería diferente. La frescura del evangelio tocaría la vida que nos envuelve y oiríamos el clamor del que necesita ser oído, hoy además de tantas personas, hay un gemido que parte el alma, es el de nuestra Tierra. La violación continúa, y esto no se alivia con vacunas. Nosotros sí vamos recibiendo dos y tal vez tres vacunas, pero los pobres y el Planeta…

Si oyéramos los sonidos de la vida en la naturaleza y que de pronto todo se para, se hace el silencio más profundo, el silencio de muerte, ahí nos daríamos cuenta, de la tragedia que está ocurriendo y hablaríamos, y buscaríamos soluciones.

Te invito a sentir el texto. A ir a un rincón apartado y visualizar a Jesús acercándose y metiendo los dedos en nuestra vida, donde está inerte-muerto, donde no queremos que nadie entre y además, nos unta con su saliva para sanar nuestra herida. Todos lo hemos hecho cuando un crío se cae y llora y no tenemos nada más cerca, le ponemos un poco de nuestra saliva, y el niño se calma.

Es la fuerza de ser tocado por la misma esencia de la Palabra. Por la misma saliva que posibilita su comunicación. ¡Ábrete!

Abrirme ¿para qué? para escuchar más desgracias, más dolor, más inmediatez de un final catastrófico planetario, irreversible si no actuamos más y mejor…

No. No en ese orden. Claro que todo eso y mucho más está ahí, pero nos agobia, nos encoge, nos asusta y da rabia.

Reconocerlo es sano. La oferta del evangelio de hoy es ir a un lugar apartado y dejarnos “invadir por su presencia potente y cercana expresada tan gráficamente con sus dedos en mis oídos y su saliva en mi lengua” y dejarme reconstruir: mi modo de escuchar que ya no se consolidará en una tartamudez insegura, medio escondida porque todavía hay maridos y eclesiásticos de los que imponen sus puntos de vista …pero también hay mucha ignorancia manifestada en personas que al no conocer a Jesús nos ridiculizan porque creemos, porque le seguimos, porque luchamos por un cambio de mente, que empieza en el oído.

Hoy, mucha gente que oye mal habla sin parar, porque les es más fácil hablar que oír.

En Jesús se da lo contrario. No hablar si no te han abierto el oído interno. Y si esto ocurre, nuestro hablar tendrá la fuerza del Espíritu.

“El efecto mariposa: un aleteo de una mariposa en Brasil provoca una tormenta en Nueva York”, si se aplica al Evangelio, es fenomenal el cambio que puede producirse.

El susurro de unas palabras creadoras de vida y de bondad en el que escucha, puede producir que cambie la condición de vida de personas y naturaleza, que yo no veré, pero el Espíritu obrará.

Evitar la crítica y fomentar el silencio para recuperar la escucha profunda y de ahí dejar emerger su Vida.

Así lo hace la siro-fenicia, no se calla, no se amedrenta ni ante la persona y autoridad de Jesús. Y ella le cambia el modo de ver.

Esa señora además de valiente y rotunda con lo que quiere, es un modelo de discipulado que clama al cielo ser imitado, en casi todos los estamentos religiosos, políticos y sociales.

Parece que ella le mete los dedos a Jesús. ¡Inaudito!

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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Abrirse a la vida

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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1ADF58EC-90A5-4B0D-BC61-FDE76B41621FDomingo XXIII del Tiempo Ordinario

5 septiembre 2021

Mc 7, 31-37

De Jesús se dijo que “pasó por la vida haciendo el bien”(Hech 10,38). Defendió siempre a la persona –frente a tiranías de la autoridad, de normas y tradiciones–, apostando por su dignidad. En el encuentro con él, muchas personas se sintieron reconocidas –él sabía mirar al corazón–, liberadas de esclavitudes de todo tipo y animadas a vivir, saliendo de su letargo.

 Por diferentes motivos –algunos de ellos muy arraigados y dolorosos–, a veces vivimos encerrados en nuestro pequeño mundo, en la capa más superficial de nuestra persona, conformándonos con “ir tirando” en una actitud defensiva, que busca simplemente amainar el malestar. Pero esa misma aparente “protección” se convierte en nuestra tumba.

 La palabra de Jesús ­“Effetá”: ábrete– es una invitación a salir de esa “zona de confort” que pudimos fabricarnos y en la que corremos el riesgo de terminar asfixiados, para abrirnos a la vida en profundidad.

 Necesitamos abrirnos a nuestro mundo interior para poner luz en él. Eso significa mirar, reconocer, nombrar y aceptar todo lo que se mueve en el campo de los sentimientos y las emociones. Implica también abrirnos a reconocer nuestra sombra y abrazarla. Porque solo el encuentro real con todo ello hará posible que vivamos de manera integrada, unificada, armoniosa, serena y creativa.

 Necesitamos abrirnos también a nuestra dimensión profunda (espiritual) donde, más allá de nuestra personalidad, entramos en contacto con nuestra verdadera identidad y nos descubrimos en “casa”. Porque solo cuando nos abrimos y permanecemos en conexión con ese “lugar”, todo se ilumina y se llena de sentido.

 Desde ahí, necesitamos abrirnos a los otros, a quienes ahora veremos de un modo nuevo, como hermanos y hermanas, con quienes, más allá de las diferencias, compartimos la misma identidad. Jesús decía: “Lo que hacéis a cada uno de ellos, me lo estáis haciendo a mí”. Y casi dos siglos antes, el filósofo romano Terencio dejó dicho: “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno”.

 Y también desde ahí nos abrimos al mundo entero, a todos los seres, al planeta, desde una actitud de empatía, complicidad y cuidado, es decir de comunión. Porque la apertura genuina no es sino consecuencia de la unidad que somos.

¿Vivo en actitud de apertura? ¿Cómo se manifiesta?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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A veces no queremos escuchar.

Domingo, 5 de septiembre de 2021
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effata-209x300Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. No se trata de montar una tienda de audífonos.

v 32     Aquel hombre sordo y mudo -como muchos de nosotros- estaba encerrado en sí mismo. También nosotros somos sordos (y no sólo físicamente), sino que ni escuchamos ni atendemos a razones.

    Los medios de comunicación nos aturden con su bombardeo de noticias y datos. Información hay mucha, excesiva, formación escasa y escucha, poca.

La sordera –sordo- es la persona enquistada en sí misma que no quiere escuchar ni puede comunicarse.

El pasado domingo leíamos cómo el AT y Jesús nos decían: “Escucha Israel”, atiende a razones. “Escucha Israel” es una oración judía que dispone al ser humano a escuchar en la vida.

    En la tradición profética, la sordera -como la ceguera- son figura de quien no quiere ver ni escuchar (Is 6,9; 42,18; Jer 20-23, etc.)

Sin embargo, el ser humano por naturaleza es el que “está abierto” a todo lo que en la historia le habla. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos, vivir como “espíritus abiertos” en el mundo.

El ser humano por naturaleza es el que “está abierto” (Effatá) a toda palabra que se pronuncia en la historia. Ser humano y ser cristiano es vivir abiertos. (Es la idea central del pensamiento de K. Rahner (Oyente de la Palabra). Somos seres abiertos.

    Hay sorderas que no se curan con audífonos, sino con una actitud de escucha.

Somos -seamos- seres abiertos.

  1. v 33 Jesús separa de la multitud al sordo y hace un rito extraño: le mete los dedos en los oídos y con su saliva le toca la lengua.

    Jesús apartándose un poco de la multitud le dice: vámonos de aquí, que con tanta manifestación, megafonía, televisiones, tertulianos, zapping y fútbol no hay quien pueda oír ni hablar nada; no hay manera de entenderse. Vámonos lejos del mundanal ruido y en silencio nos escucharemos y entenderemos.

    Hay cosas, situaciones, misterios de la vida que únicamente se escuchan y entienden en el silencio de la intimidad con uno mismo y con Dios. Nada hay íntimo como tú mismo, (San Agustín) y en el fondo: Dios.

Por otra parte es un poco extraña la alusión de esta escena de la saliva Jesús cura con su saliva: con su espíritu. La saliva es algo muy personal y significa el espíritu de una persona, en este caso el espíritu de Jesús. Es una escena muy semejante a la curación del ciego de Jericó: Jesús hace barro con su saliva: una nueva creación. (Jn 9). Jesús mirando al cielo -al poder de Dios- suspiró -como Dios creador en el Génesis-, infunde su espíritu a aquel sordo y exclama: Effetá, ábrete.

Es decir, Jesús vuelve a crear un hombre nuevo, abierto.

  1. v 34 Effetá: ábrete. No es la magia del Ábrete, Sésamo.

Prácticamente hemos olvidado o perdidoaquel rito que se hacía en el bautismo en el que se recordaba esta escena y se decía al niño: ¡Ábrete!

No se trata de un rito mágico. Se trata de un abrirse personal. El niño poco a poco se va abriendo a la vida, a la familia, a la convivencia, al idioma, a la cultura, al pueblo, a la fe. (De ahí la importancia de lo que le vamos diciendo, enseñando y transmitiendo al niño, a las nuevas generaciones).

Es sano y bueno vivir abiertos. Somos -seamos- seres abiertos.

Vivir enquistado es signo no solamente de egoísmo, sino de una psicología algo enfermiza. Es sano vivir abierto a los demás, a la cultura, a la teología.

Por ejemplo: ¡Cuántas personas no se abrieron al Vaticano II y otros movimientos eclesiales y culturales! Sufren y hacen sufrir en las familias, en las comunidades religiosas, eclesiales, en las diócesis, etc. Ábrete al modo de pensar y vivir de los demás, a otras tradiciones eclesiales, a otras religiones, culturas incluso a otras ideologías, vivamos abiertos a la historia.

“Yo” no soy ni tengo la verdad. La vida puede ser de muchas maneras y modos diversos y distintos a los míos.

Por otra parte, hemos vivido y estamos viviendo en algunos sectores eclesiásticos y algunas diócesis tiempos de enorme cerrazón teológica, bíblica, litúrgica, moral, que es lo contrario del effatá-ábrete del evangelio. Todavía se cultiva esa situación de trincheras, por ejemplo, en nuestra propia diócesis.

Infunde ánimo y esperanza que el papa Francisco trate de crear una iglesia abierta: mejor es que tengamos un accidente a que nos intoxiquemos con el aire viciado que tenemos dentro. Quiera Dios que esta iglesia deje de oler a alcanfor, cuando no a formol. Las ventanas abiertas (Juan XXIII) nos posibilitan respirar oxígeno puro.

La diferencia entre el modelo eclesial de Francisco respecto de posiciones anteriores y la posición de algunos cardenales y obispos es que Francisco mira hacia adelante, hacia fuera, (las periferias) y lo hace con bondad, mientras que algunos obispos y posiciones anteriores, miran hacia dentro, hacia atrás y hacia lo doctrinario y con violencia, no miran a las personas, a los creyentes.

  1. ¿Eliminemos palabras y cuestiones?

Tampoco es muy sensata la postura de eliminar palabras (preguntas) en la vida. No es muy sensato prescindir en el la familia y en el mundo de la educación las cuestiones sobre el sentido de la vida, sobre la ética, sobre Dios, sobre la enfermedad y la muerte, etc. Hay que escuchar también esas cuestiones e intentar darles una respuesta. Los planes de educación y los mismos padres no humanizan excluyendo y evitando ciertas preguntas y problemas, porque tarde o temprano los problemas saldrán a flote.

    Effetá. Ábrete.

  1. Sed fuertes, no temáis. (Isaías 35,4-7a).

Puede que se cierren puertas y ventanas, puede que no se quieran abrir caminos y recorridos teológicos y culturales, puede que nos toquen vivir tiempos duros en la sociedad y en nuestra propia diócesis. Esto produce mucha frustración y mina los cimientos de la existencia y de la esperanza  Sin embargo: no temáis sed fuertes, hemos escuchado al profeta Isaías. La saliva, el Espíritu de Cristo nos hace seres nuevos y nos abre hacia el horizonte infinito. ¡ábrete y no temas: sé fuerte en la vida!

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