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“La sacudida del sophar”, por Dolores Aleixandre

Viernes, 6 de diciembre de 2024

OLYMPUS DIGITAL CAMERADe su blog Un grano de Mostaza:

¿Una convocatoria intempestiva e inoportuna?

Lo mismo que los Jericonenses  –  o como quiera que se llamen los habitantes de Jericó – ,  nos hemos construido murallas defensivas a prueba de asaltos. Pero un día,  lo cuenta la Biblia, sonaron las trompas y, cuando el pueblo oyó el sonido de las trompas, lanzó el grito de guerra y las murallas de Jericó se derrumbaron(Jos 6, 20). Qué cosas pasaban entonces.

Parecidísimos a los israelitas asentados en la Tierra,  vivimos vagamente conscientes de que nuestros modos de relacionarnos y de poseer son injustos, pero  no vamos a ponernos a cuestionarlos después de tanto tiempo y además estamos bastante a gusto sin complicarnos  con  inquietudes,   expectativas o esperanzas.  Al fin y al cabo.

–  Lo canta Sabina –, no se vive mal  en la calle Melancolía y para qué empeñarnos en  esperar que tranvía nos lleve a otra parte.          Por eso nos sobresalta la publicación de la bula de convocatoria del  Jubileo 2025, como algo intempestivo e inoportuno:  ¿otro documento largo como suelen ser los vaticanos, con un montón de notas y repitiendo una y otra vez lo de “como ya dijeron mis venerables predecesores…”? Aparte de lo poco estimulante que resulta la palabra bula.

También a Israel le chirriaba el sonido insistente del cuerno de  carnero que,   convertido  en  trompeta,  inauguraba el tiempo jubilar:Haréis resonar la trompeta…, celebraréis jubileo… , proclamaréis la liberación de todos los moradores del país…, cada uno recuperara su propiedad(Lev 25,9-10).

El precepto era más deseo que realidad pero tenía el poder de remover las conciencias:  la mirada de los esclavos se convertía en un reproche,  la opresión aparecía como barbarie, las desigualdades mostraban su rostro horrendo. Aquel sonido estridente los despertaba de su letargo y les devolvía el recuerdo de su verdadera identidad: eran un pueblo liberado de la servidumbre por el Dios que los había sacado de Egipto, había hecho alianza con ellos y los había conducido a una tierra que manaba leche y miel.

Se les ofrecía un nuevo comienzo dejando atrás su vieja condición y reencontrar su identidad verdadera: eran un pueblo elegido, una nación santa, propiedad de Aquel que los había arrancado del poder de las tinieblas y los había llevado a Su luz maravillosa.

La esperanza no defrauda escuchamos nosotros hoy, y esa esperanza nos dispone a lo que está por-venir, al ad-ventus  que, como todo lo de Dios, irrumpe de forma inesperada e imprevisible.

Nos invita a una confianza absoluta en Su presencia en nuestra historia y no es un optimismo fácil que cierra los ojos a la realidad, sino un ancla que sostiene la certidumbre de Su cercanía y de ese Reino proclamado por Jesús que nada ni nadie puede revocar.

Y sus signos se pueden encontrar ya – palabra de Francisco- en los lugares más inesperados de la tierra.

(Galilea 153. Noviembre 2024)

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Biblia, Espiritualidad ,

Creo porque…

Viernes, 2 de agosto de 2024
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La fe -es preciso recordarlo con vigor- no se reduce a una relación con lo divino vivida casi exclusivamente en formas emotivas y compensatorias. No se cree porque ‘hace bien’, sino que se cree porque… Resulta difícil explicarlo. Es cuestión de enamoramiento: ¿puede explicarse el amor?

Aquí se mide la diferencia que media entre la fe pequeńa y la grande. No es que hoy falte la fe. El mundo está lleno de muchos hombres con una fe pequeńa. Falta, sin embargo, la fe grande. Por desgracia, cada uno de nosotros cultiva una fe pequeńa, una fe que nos tranquiliza un poco, remedia algunas de nuestras insuficiencias, colma algunos vacíos y cura algunas heridas. Pero ¿dónde está la gran fe que habla del fuego del Espíritu, de la presencia y del retorno de Cristo, del pecado y de la misericordia, de la cruz y de la resurrección? ¿Dónde están los verdaderos creyentes, a saber: los inquietos (no los intranquilos), que, heridos y humillados por la conciencia del pecado y de la derrota, se ponen ante Dios con el peso de su vergüenza, convierten su sufrimiento en una invocación y aman el sentido de la vida más que la vida misma?

*

L. Pozzofi,
Y sopla donde quiere,
Milán 1997

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

“El viento sopla”, por Gema Juan OCD

Domingo, 15 de febrero de 2015
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15546344562_311b260b4e_mDe su blog Juntos Andemos:

A Nicodemo, un hombre que parece del siglo XXI, a pesar de ser coetáneo de Jesús, le parecía imposible que Dios fuera capaz de hacer renacer a los seres humanos. Y Jesús le decía que sí podía, que es posible «nacer de nuevo», pero que hay que dejar al Espíritu de Dios que sople, que sea Él quien lo haga.

Por eso, le decía: «No te cause tanta sorpresa lo que te digo… El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va». Y, tan cabal y prudente como escurridizo, Nicodemo no entendía. A pesar de que intuía en Jesús una luz nueva y un soplo fresco; quizás había percibido algún rumor.

La vida está llena de planes, organigramas, proyectos. Son necesarios, y hasta imprescindibles; van dando forma al quehacer cotidiano, propiciando una eficiencia que hace avanzar al mundo. Pero, de pronto, «oyes su rumor»… ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

La historia sigue su curso. Trabajos y fatigas, deseos y esperanzas, logros y reveses, encuentros y despedidas, barbechos y vegas… un amasijo de fuerzas vivas parece mover el universo. Pero, de pronto, «oyes su rumor». ¿De dónde ha venido… hacia dónde va?

Algo se mueve, en otra dirección. No contra la dirección del mundo, que está en permanente creación, sino atravesándolo. Y solo se percibe un rumor, como un misterio que horada la realidad y llama a renacer.

Teresa de Jesús decía que, a veces, estaba leyendo, o haciendo otras cosas y le venía «a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él». Sentía el rumor, sin saber de dónde venía, ni a dónde la podía llevar.

Dios no solo se deja encontrar, sino que busca. Eso es lo que entendió Teresa. No solo espera con una larga e inagotable paciencia, sino que otea y sale al encuentro, y se apresura a veces. «El viento sopla», Dios no está quieto. No es el ser inmóvil e impasible que observa el universo, se mueve, su Espíritu actúa y se puede sentir.

«Muchas veces a deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y… penetra toda el alma en un punto», apuntaba ella en sus papeles. A ese deseo lo llamaba Gregorio de Nisa «deseo universal» y decía a Dios: «El deseo universal, el gemido de todos, tiende a Ti. Todo lo que existe te reza, y todo ser que piensa tu universo hacia Ti eleva un himno de silencio».

Así es como sopla el viento, el Espíritu… donde quiere y como quiere. En el gemido de todos, en los anhelos que transitan invisiblemente el mundo, en el silencio del pensamiento que trabaja diariamente. Viene a deshora, irrumpe más que interrumpe y se queda sin instalarse porque su misión es mover y llamar a un nuevo nacimiento.

Mueve los miedos y las oscuridades –dirá Teresa¬– de modo que basta «aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo». «El viento sopla».

Mueve la vida para crear con el Dios creador y servir con el Cristo de los caminos: «Parece viene una inflamación deleitosa… mueve un deseo sabroso de gozar el alma de Él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes actos» y eso, aunque esté «con descuido de cosa interior». Porque «sopla donde quiere».

«No sabes de dónde viene ni a dónde va», pero «así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien» —repetía Teresa, al sentir el rumor que movía su vida.

El evangelio dice que el viento sopla, que su rumor se siente y que no se deja predecir ni apresar, pero añade que «lo mismo sucede con el que nace del Espíritu»: se mueve, no se estanca ni tampoco alardea del viento que le mueve. No se aprovecha ni se detiene, se deja llevar porque ha sido alcanzado por el rumor de Dios.

«Estas almas» –dice Teresa– «el sosiego que tienen en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Son como el viento, se van asemejando a Dios, a quien el amor le hace estar activo a favor de todos. Son del Espíritu y dejan oír su rumor porque «su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» y porque saben que «nacer de nuevo» es dejar nacer en ellos el deseo de Jesús: «el deseo del bien de las almas».

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