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“El suicidio tiene mucho de soledad”, por Gabriel Mª Otalora.

Martes, 25 de febrero de 2025
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29397_acoso-escolar-bullyingDe su blog Punto de Encuentro:

Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. El problema añadido es que muchos suicidios pasan por accidentes fortuitos para ocultar la verdadera causa de la muerte por el estigma asociado que empuja a algunos familiares a ocultar la verdadera causa de la muerte. El gran problema es que el suicidio sigue siendo socialmente invisible. No se habla de ello, luego “no existe”.

Estamos ante una realidad tan antigua, al menos como el Imperio Medio egipcio, del que conocemos un poema escrito hace 4000 años referido al suicidio. Es difícil asimilar el final de una persona cercana como un acto deliberado de autodestrucción. Estamos ante una opción extrema que deja a las personas cercanas un poso de culpa pensando en lo que se podría haber hecho para evitar el suicidio. Por tanto, el duelo se hace más difícil ante un hecho violento voluntario e inesperado.

Probablemente el aislamiento, la soledad y la falta de motivos para levantarse cada día, abrazar y ser abrazados, o carecer la vida de sentido, expliquen este fenómeno. Sin olvidarnos de las personas relacionadas socialmente que se sienten mortalmente solas. Y todo este colapso interior se vive generalmente en secreto. Algunos consideran el suicidio un acto de valentía, pero ningún experto entiende que deba plantearse como una solución racional o inteligente. Lo natural es querer vivir. Incluso existe un día mundial para la prevención del suicidio para visibilizar este escape del sufrimiento, al menos en muchos casos.

¿Es que antaño no había razones dolorosas suficientes para quitarse de en medio? ¿Tenemos menos defensas? Entre los motivos que, según los demandantes de ayuda, provocaban grandes sufrimientos, destacaba sobremanera las crisis de angustia provocadas por la soledad. El miedo, la vergüenza, la culpa a la hora de afrontar el problema, deben dejar paso a verbalizar los sentimientos como medio de liberación y prevención eficaz.

Soledad íntima que conocemos bien y va en aumento, de tantas personas que sufren este problema, incluso con gente con la que relacionarse mientras encubren una incomunicación en sus relaciones. No es suficiente tener alguien al lado. El desafío de cuidarnos bien supone responder también a las necesidades de relación, tanto a nivel familiar como social. Las redes sociales maquillan el problema al conseguir que estemos intercomunicados pero mal comunicados, sin la necesaria relación presencial.

En los casos de suicidio, la OMS y las asociaciones de quienes han vivido cerca la trágica experiencia, apuestan por no refugiarse en el silencio informativo. Lo adecuado desde el mundo de la prevención es la divulgación de la máxima información sobre el riesgo que queremos prevenir. La información constante sobre los accidentes de tráfico, el cáncer y ahora con la violencia de género logra la conciencia social del problema, lo mismo debiera ocurrir con las muertes suicidas.Es una obviedad que lo que no se publica no existe. Aun así, y pesar del acuerdo generalizado de que hay que hablar más del suicidio, apenas se habla salvo que estemos ante el caso de una persona famosa, en cuyo caso la información tiene que ver más con el sensacionalismo. Y con personas famosas mediante, el peligro es la conducta imitativa o “efecto Werther”.

Ni silencio ni sensacionalismo. Hacerlo bien puede salvar muchos sentimientos heridos que de lo contrario podrían ser dañados profundamente en las personas cercanas al suicida. Y seguir los consejos de los expertos. El problema de la autolisis no mejora con el empeño por esforzarnos en dar la sensación de buen balance, sino compartiendo lo que nos machaca el ánimo. Escuchar salva. José Carlos Bermejo afirma que la escucha es la herramienta con la que se puede evitar la muerte social, la soledad.

Los cristianos nos olvidamos que la oración es una forma de comunicación. La soledad de tantos excluidos como acogió Jesús, marca el camino a estar atentos en nuestro entorno y, sobre todo, a a escuchar mejor, sin ceder jamás a la tentación de no pararnos a escuchar a quien nos parece un incordio o nos enerva su carácter. Paciencia es amor, en este caso. Me gustaría saber cuánto se reducirían las listas de suicidas si se sintieran escuchados con la debida atención sin sentirse juzgados…

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“Soledad fecunda”, por Miguel Ángel Mesa.

Sábado, 1 de febrero de 2025
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De su blog Otro Mundo es posible:

«En soledad vivía, / y en soledad ha puesto ya su nido, / y en soledad la guía / a solas su querido, / también en soledad de amor herido» (Juan de la Cruz).

Nadie desea estar solo. Los seres humanos nos caracterizamos por nuestra sociabilidad, por la necesidad de unirnos a los demás, de mantener relaciones cordiales, cariñosas, amorosas. Cuando una persona no desea, ni está a gusto en contacto con los demás (si no es por algún tipo de opción personal, profesional o vocacional), sabemos que sufre algún tipo de patología psicológica.

Las nuevas redes sociales también favorecen el contacto con los demás, por la puesta en común de distintos tipos de afinidades musicales, culturales, espirituales, solidarias… Aunque también pueden conducir al aislamiento, o a otro tipo de patologías, cuando el mundo virtual que proyectan las nuevas tecnologías se confunde con el real y se prefiere estar solo viajando por ese espacio, al margen de los problemas y sufrimientos presentes en la realidad concreta de la vida.

Tanto las personas mayores como los jóvenes necesitamos unirnos en grupos, para que nos ayuden a encontrarnos a nosotros mismos, a relacionarnos, a salir de nuestro propio mundo. Este tipo de relaciones ayudan al equilibrio mental y a la realización personal en múltiples aspectos.

Pero también es necesario encontrarnos a solas con nosotros mismos. Nuestra salud interior, que se refleja también en la vitalidad física, precisa de la soledad para reflexionar, para serenarnos, para hallar nuestro ser más íntimo, al Otro que nos habita y nos da plena identidad, para tomar las decisiones importantes que solo nosotros podemos dar.

En la soledad resuenan las voces, los anhelos, los rostros de quienes nos acompañan por los senderos de la vida. La soledad nos ayuda a estar a gusto con nosotros mismos y a sentirnos dichosos en compañía con los demás; a conocernos con autenticidad: con nuestras incongruencias y aciertos, con nuestros pesares y alegrías; a relacionarnos personalmente con el Misterio, con el Dios de la vida y del universo… Todo ello va llenando de riqueza, poco a poco, nuestro mundo interior y nos ayuda a entrar en él cada vez con más asiduidad, con más ganas, sin ningún tipo de temor.

Adán se sintió en plenitud como persona cuando descubrió y se relacionó con Eva;pues no somos sino con el otro. «Somos el sueño de alguien y estamos llamados a engendrar a alguien con nuestro mejor sueño» (José Arregi). Por lo tanto, una soledad o es fecunda o no es una soledad sana, pues no nos aísla en lo profundo del yo egoísta e insociable, sino que nos abre, nos ayuda a dilatar nuestra experiencia existencial junto a los demás, repleta de nombres y de presencias gozosas que nos invitan a vivir una existencia feliz.

Muchas veces nos sentiremos dichosos por estar compartiendo, en medio de una multitud, distintas experiencias: un concierto de música, una película, un homenaje, una reclamación justa. Junto a los demás nos sentiremos unidos a tanta bondad, a tantas esperanzas e ilusiones como compartimos con los otros. O también solidarios, con el dolor, la derrota, la desilusión, la merma de los derechos, la pobreza o la injusticia. Y, a la vez, nos encontraremos solos, gozando de «la música callada, la soledad sonora… que recrea y enamora» (San Juan de la Cruz).

«Felices quienes reciben el don de la soledad en donde resuenan todos los ecos, desde el inicio del universo».

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Soledad

Martes, 17 de septiembre de 2024
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“La peor soledad es no estar cómodo contigo mismo”.

*

Mark Twain

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Soledad y Sociedad

Miércoles, 29 de mayo de 2024
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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 “Para Thomas Merton, un hombre que no acepta su condición básica de soledad, esto es, que no se cuestiona su identidad última, es un hombre atrapado en las ficciones colectivas de la sociedad, alguien que responde mecánicamente a dictados ajenos, sobre los que no tiene conciencia ni sobre los que puede ejercer su libertad, en suma, un individuo “alienado“, en el sentido que confieren a ese calificativo los filósofos existencialistas…. Es en el ámbito del amor, sostiene Merton, donde se resuelve la elección paradójica entre soledad y sociedad. La soledad interior es el requisito básico para el encuentro con Dios, y Dios es Amor“.

*

Fernando Beltrán Llavador

La encendida memoria: aproximación a Thomas Merton

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Racimos

Jueves, 21 de marzo de 2024
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Del blog Nova Bella:

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La vida nos viene en pequeños racimos: un racimo de soledad, y luego otro racimo que apenas nos deja tiempo para respirar.

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May Sarton

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Mentiras

Martes, 18 de julio de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Más tarde estoy solo. Queda

la dulce compañía

de las luminosas e ingenuas mentiras.

*

Sandro Penna

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“Soledad que hiere, soledad que sana”, por José Arregi

Jueves, 18 de mayo de 2023
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desiertoDe su blog Umbrales de Luz:

Cuando los compañeros organizadores de este ciclo sobre “espiritualidad y sufrimiento” me propusieron hablar sobre soledad y sufrimiento, lo primero que pensé–como me ocurre con frecuencia– fue en la ambigüedad de los términos, del término soledad en este caso, y en la necesidad de aclararlos. Por ahí empezaré.

Hay una soledad que nos hiere de muerte.“Vae soli!”, “Ay del solo”, dice el adagio latino, extraído de un versículo del sabio bíblico Kohelet: “Ay del solo si cae: no tiene quien lo levante” (Kohelet 4,10). Es verdad: pobre del que camina solo por el monte y cae. Pero ¿no es aun más pobre el que, yendo en compañía, es derribado y abandonado por sus propios compañeros? ¿Y no es también más pobre quien, por la razón que fuere, se va apartando de toda compañía y se va hundiendo hasta la muerte? En definitiva, la “soledad que hiere” es siempre la soledad del aislamiento.

El término soledad expresa también, sin embargo, justo lo contrario del aislamiento, a saber: la absoluta solidaridad que nos constituye, la plena comunión que somos en lo más profundo. A eso llamo “la soledad que sana” y hace vivir. No sé si es muy oportuno que designemos con el mismo término –soledad– cosas tan opuestas y a la vez tan fundamentales, pero así es nuestro lenguaje.

Así nos sucede igualmente con el término “espiritualidad”, que todavía sigue sonando a introspección insolidaria, a interioridad solipsista y apolítica. En estas reflexiones, quiero reivindicar, por el contrario, la espiritualidad como experiencia vital profunda, inseparablemente individual y política, sanadora de las soledades que nos hieren. Y voy a señalar algunos elementos fundamentales de la espiritualidad como soledad-solidaridad sanadora, algunos hitos del camino de la soledad-solidaridad que lleva a la sanación de la soledad-aislamiento.

  1. Mirar con compasión a las caídas en soledad

Junto con la guerra y el hambre y sus terribles secuelas, en este mundo hiperconectado y globalizado, en este mundo de redes y metaversos, la soledad es una de las grandes causas del sufrimiento de los seres humanos.

El panorama es planetario y terrible, y más presente y evidente que nunca en esta era de la digitalización y de la globalización planetaria: la soledad del niño mal querido o abandonado, la soledad de la adolescente que necesita romper su dependencia y no acaba de encontrarse a sí misma, la soledad de quien no llega a querer ni a sentirse querido, la soledad de la familia desahuciada de su casa, la soledad de quien pierde su trabajo y con el trabajo pierde el pan de hoy y de mañana para sí y las suyas, la soledad de las expulsadas de su tierra y de su pueblo por el hambre o por la guerra, la soledad de los enfermos olvidados, la soledad de los deprimidos, la soledad de las ancianas, la soledad de los prisioneros, la terrible soledad de una patera abarrotada y abandonada a su desgracia en medio del mar… La soledad, la soledad, la soledad. Multitudes sin un lugar para vivir en un mundo común.

La soledad hiere hoy más que nunca. Hace unos días, Nuria Larari publicaba un artículo titulado “Me siento más sola que nunca (en la historia de la humanidad)”. Decía, por ejemplo: “Las relaciones se han vuelto más líquidas entre nosotros y más difusas. La ciudad primero e Internet después se convirtieron en auténticas trituradoras de los lazos que nos unían a los demás” (Diario EL PAÍS, 25 de marzo de 2023).

No podemos desviar la mirada y pasar de largo, con toda clase de excusas, como el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano, uno de los relatos más interpelantes, provocadores y conmovedores de la literatura universal. El caminante solitario asaltado y abandonado al borde del camino desmantela todos los argumentos justificadores de este desorden planetario creciente. La soledad y el desamparo de la abandonada grita a nuestros oídos: Quien no se hace prójimo se hace cómplice, y el cómplice pierde su aliento vital.

La primera expresión de la espiritualidad, religiosa o no, consiste en abrirnos con todos nuestros sentidos a esas soledades que hieren: mirar, escuchar, tocar, oler, sentir el sabor de su amargura. Padecer como propia esa soledad hiriente, que las entrañas del ser se remuevan ante el grito de la humanidad caída y de la Tierra amenazada: somos esa humanidad caída, somos esa Tierra desgarrada, somos la madre parturienta y el niño recién nacido de la barca de madera abandonada entre el oleaje.

Esa mirada-sensibilidad integral hecha de compasión es el primer criterio de la espiritualidad: su signo inconfundible y su medida más certera. Nuestra especie humana, y toda esta comunidad viviente de la que formamos parte en nuestro planeta común Tierra, solo tendrá salvación si desarrollamos la sensibilidad espiritual, personal y política, si nos dejamos convocar todos juntos a formar una ola de relaciones globales sanadoras, un tsunami salvador.

  1. Discernir las causas de la soledad que hiere

Quien mira con compasión espiritual no puede sino preguntarse por qué sufre esa persona o ese colectivo al que ve sufrir. “El amor consiste en preguntarle a otro: ¿qué te duele?”, escribió Simone Weil. ¿Por qué sufre la persona que está sola? ¿Por qué la soledad es una de las grandes causas del sufrimiento humano? ¿Sufre acaso por estar físicamente solo? ¿O solo por pensar distinto? ¿O por ser diferente (en su cuerpo, su psicología, su orientación sexual, su opción política, su origen étnico, su creencia o su pertenencia religiosa)?

La mirada espiritual es mirada compasiva, pero la auténtica compasión es lúcida, crítica y activa. La mirada espiritual se pregunta por qué la soledad hiere, por qué tanta gente cae sola y no puede levantarse, por qué se dan todas esas situaciones de sufrimiento mortal en soledad.

Al igual que no por tener más relaciones vivimos más acompañados, tampoco por vivir físicamente solos tenemos por qué sufrir: un 10,4 % de los ciudadanos del Estado Español viven solos, y un 25 % de las casas están habitadas por una sola persona, pero eso a veces es un lujo que para sí quisiera mucha gente que vive sin casa donde estar a solas. Y la peor de las desgracias, peor aun que vivir solo en la calle, puede ser vivir en una casa siendo humillada y maltratada por el compañero. Lo mismo se podría aplicar a tantas otras situaciones de soledad aparente.

Si miramos bien, descubrimos que el sufrimiento de la soledad, la soledad que hiere, no se da por la mera soledad (física, psicológica, política, étnica, religiosa, etc., sino más bien por el aislamiento. Las situaciones de soledad no hieren por la soledad sin más, sino por el aislamiento que las provoca. Y el aislamiento puede deberse a que un individuo o un colectivo se aísla a sí mismo, o a que es aislado por otro o por otros, por la sociedad, el partido, o la institución eclesial, o el Estado o la Comunidad internacional.

El ser humano no es un ser aislado. Cuando Buda dijo que “el ser humano nace solo, vive solo y, muere solo” se refería a la soledad psíquica ilusoria del ego ilusorio. Tiene razón Buda en que la mente humana se engaña cuando fabrica su ego aislado y su autoaislamiento, pero tal vez descuida demasiado la dimensión estructural y política del aislamiento. Ambos (el autoaislamiento mental individual y el aislamiento estructural socio-político) están siempre, sin excepción, inseparablemente relacionados entre sí. Me aíslo porque me aíslan y me aíslan porque me aíslo. Y, sin duda, el factor más palmario y determinante es el aislamiento estructural socio-político. Lo que hunde a un emigrante no es tanto que se encuentre solo, sino que no encuentre a quien le acoja, le socorra, le ayude a integrarse en una nueva sociedad. La desgracia de una persona LGTBIQ+ no es ser como es, sino ser marginado, humillado, abandonado.

La soledad hiere cuando a alguien se le rompen sus relaciones fundantes, cuando se van disolviendo los vínculos que le construyen en su ser profundo, cuando se ve privado de las relaciones que le constituyen. En esa disolución de las relaciones constitutivas consiste el aislamiento. Y esa es la soledad que hiere y duele. El aislamiento destruye la relación, y nos lleva a morir en lo más vivo de nosotros, pues para ser nosotros necesitamos esencialmente el reconocimiento, la aceptación, el afecto de otros. La soledad del aislamiento nos destruye en nuestras raíces, nuestros vínculos nutritivos, nuestra estima y dignidad, nuestra fe y amor de nosotros mismos, nuestro aliento vital, nuestro respiro y esperanza. El aislamiento nos enferma, porque no hay salud física ni psíquica sin relaciones sanas, armoniosas. El aislamiento nos impide respirar, nos hace experimentar la muerte espiritual, porque el espíritu es relación, como la respiración. El aislamiento puede llevar a morirnos físicamente, porque la vida – desde su forma más elemental a la más compleja– se deriva de la relación, de una estructura de relaciones armoniosas.

Hay soledades que hieren, del mismo modo que hay compañías o comunidades que destruyen. De modo que el aislamiento se da tanto en forma de soledad como en forma de compañía. Y puede mucho más doloroso sentirse aislado viviendo en compañía que viviendo solo.

Nadie se siente herido en su soledad si no es aislado ni se aísla. Nadie sufre sin más por ser distinto o hallarse solo, sino por ser separado, abandonado, condenado. En realidad, como luego insistiré, nada está constitutivamente “solo”. Todos los seres son, sí, formas con identidad propia, pero cada forma se constituye a partir de la relación con el universo entero. Así es también entre nosotros, los seres humanos. Nadie está o debería sentirse de por sí aislado, por solo que se halle, pues somos individuos convivientes en comunión profunda con todo. Sin embargo, tanto la relación misma como la armonía entre identidad y relación son, en nuestra especie, más compleja y conflictiva que en ninguna de las otras especies animales conocidas.

¿Qué le pasa a esta especie humana que es capaz de tanta ternura, compasión y empatía, pero capaz también de tanto autoaislamiento suicida y de tanto aislamiento cruel de los demás? No puedo pensar que sea por maldad: nadie aísla a nadie por libre voluntad consciente, sino por falta de verdadera voluntad y de verdadera libertad. Ni podemos pensar, obviamente, como tantas culturas y religiones antiguas pensaron y muchos siguen aún pensando: que nos aislamos y matamos unos a otros por la caída de unos primeros padres de la humanidad que habrían transmitido a toda su descendencia su culpa con sus consecuencias. Y menos podemos pensar que estas consecuencias sean debidas a que habríamos sido expulsados de un paraíso originario por un “Dios” supremo castigador. Vivimos aislados y nos aislamos mutuamente porque estamos inacabados, porque estamos insuficientemente evolucionados, porque aún no hemos llegado a ser lo que somos en el fondo o podemos ser. Pero está en nuestras manos. “Tú puedes”, dice Dios a Caín en el mito bíblico. Tú puedes ser más plenamente tú siendo más plenamente hermano, hermana, de tu hermano.

  1. Acompañar a las personas aisladas

Vuelvo a la parábola del Buen Samaritano, una parábola de la violencia que hiere al mundo y de la projimidad que lo sana, un relato inspirado por el espíritu universal de la compasión subversiva: un samaritano, tachado de hereje o pagano por la religión dominante, “que iba de viaje”, llega junto al herido abandonado, lo ve, siente compasión, se acerca y le venda las heridas después de habérselas curado con aceite y y vino, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a un mesón y cuida de él (cf. Evangelio de Lucas 10,33-34).

Todo está dicho. El “hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó”, que “cayó en manos de los salteadores”, “que, después de desnudarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto”, ese hombre solo es muchedumbre, eres también tú, soy también yo. El sacerdote y el levita del templo que, al verlo, no lo miran ni se acercan, sino que “se desvían y pasan de largo”, ese sacerdote y ese levita son los poderosos, los poderes fácticos, y tanta gente normal que hace su vida y se inhibe porque no sabe o porque no quiere, ese sacerdote y ese levita también eres tú, soy también yo. Apartamos la mirada, damos mil rodeos, pasamos de largo.

Y el samaritano que ve y siente compasión, que se acerca, se hace próximo, prójimo, hermano, que se hace cargo, se encarga del herido y carga con él, esa samaritana puedes ser, eres también tú, y yo, y todas, todos. Todas somos caminantes, vamos de viaje como él, y en el camino nos encontramos con personas heridas, aisladas, abandonadas por personas o por sistemas, por personas y sistemas a la vez.

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No estoy yo solo.

Miércoles, 21 de diciembre de 2022
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Tras el temblor opaco de las lágrimas,
no estoy yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre,
no estoy yo solo.

Tras la primera música del día,
no estoy yo solo.
Tras la postrera luz de las montañas,
no estoy yo solo.

Tras el estéril gozo de las horas,
no estoy yo solo.
Tras el augurio helado del espejo,
no estoy yo solo.

No estoy yo solo; me acompaña, en vela,
la pura eternidad de cuanto amo.
Vivimos junto a Dios eternamente.

*

Vísperas, Jueves de la II semana del Tiempo Ordinario

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Soledad

Martes, 11 de octubre de 2022
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Del blog Nova Bella:

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Yo no sé de pájaros,

no conozco la historia del fuego,

pero creo que mi soledad debería tener alas.

*

Alexandra Pizarnick

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De soledades

Miércoles, 3 de agosto de 2022
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La soledad es bella si guardas en tu bolsillo la llave de salida, si hay una mano, un oído, un corazón cercanos cuando comienza a pesar. La soledad es bella, cuando se busca, cuando constituye paréntesis, estación de tránsito, no determinación de por vida.

La soledad espiritual es sencillamente un imposible, pues siempre podemos sentirnos acompañados, la física es otro cantar. La soledad física es bella cuando hay que alumbrar una novela, componer una sinfonía o reproducir un paisaje sublime. La soledad es buena para buscar a Dios Creador/a, para tú también crear en tu limitada esfera. Puede ser buena para comer despacio, meditar tranquilo y caminar prudente, para reír y para llorar sin que nadie se deba enterar.

Nada escapa a la ley divina. Sólo recogemos lo que sembramos. La soledad forzada, la que no se busca expresamente, la va amurallando el egoísmo, el recurrente pensar en exceso en nosotros mismos. Un día resulta que los muros están ya levantados y habrá que pensar quién los cementó.

A Dios gracias, hay nuevas oportunidades para no buscar, si es caso arrinconar, los tristes ladrillos del individualismo; para cultivar con afán e ilusión el encuentro, la mutua ayuda, la cooperación, el compartir. He ahí los valores garantes de compañía y por ende de la felicidad.

*

Koldo Aldai Agirretxe

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Soledad de los abandonados. Sábado Santo: El Cristo de la Soledad

Sábado, 16 de abril de 2022
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Del blog de Xabier Pikaza:

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Con todos los solitarios, abandonados del mundo

En esta Semana Santa se han alzado y han desfilado por iglesias y calles muchas imágenes de Cristo y de su Madre. La más impresionante acaba siendo la imagen y cofradía de la soledad, pues de ella somos todos, queramos o no, hombres y mujeres solitarios, al fin solos, ante Dios y ante la muerte, ante nosotros mismos.

   Solitarios con Jesús, ante la vida, ante el amor, ante la muerte. Eso es lo que somos. Soledad al fin, pero soledad acompañada por Jesús, el Solitario de Dios y de los hombres.

Soledad de soledades, todo es soledad 

Hay una soledad primera de impotencia o miedo,propia de personas con dificultades afectivas y/o psicológicas y familiares, soledad de los abandonados a sí mismo,  como el Cristo que grita desde la Cruz “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” y así muere solo, en el silencio de la tarde oscura.

Hay una soledad segunda, de marginados y crucificados,de aquellos que no pueden compartir la vida con los otros, porque les rechazan, por razones económicas, sociales…  (por raza, por clase social o por emigración).  Es la soledad de los que emigran por todos los caminos sin camino, pues no llevan a ninguna parte, acabando así ante muros cerrados, ante vallas encendidas de muerte, rechazados por ricos  que se encuentran todavía más solos detrás de los muros que han alzado, porque tienen miedo de sí mismos y miedo de los otros.

Hay una soledad tercera, propia de personas que se aíslan en su propio autismo, por culpa propia o por culpa de los otros, por rechazo afectivo, por envidia y egoísmo personal o por enfermedad… pues la enfermedad suprema es la de estar solos, con sus propias máquinas de miedo y diversión desnuda entre las manos, sin un trozo de pan de amor propio o de amor ajeno alimentarse…

Y está al fin, en el centro de todas, este sábado Santo, sábado de soledad, la Soledad del Cristo de Dios, que es el Cristo de todas las soledades… Hoy quedamos ante él y con en silencio. Como meditación en el silencio quiero ir desgranando unas palabras… Queden aquí los que entiendan con Jesús de soledades, y los que no entiendan, que somos la mayoría. Sigan leyendo los que a pesar de todo pueden y quieren seguir pensando.

Jesús, experto en soledades. La agonía de la soledad

La soledad de Jesús fue ante todo una soledad agónica, la agonía de un hombre que quiso ser presencia y compañía de Dios para todos, y que al fin quedó a solas en la cruz, ante su Dios y ante su amor, que era los hombres, como declara el Evangelio de Juan, cuando empieza diciendo que vino a los suyos y los suyos no le recibieron (Jn 1, 11‒13).

       Fue llamando a muchas puertas, y todas al fin se cerraron ante su llamada. Y por eso le sacaron fuera de la ciudad, para condenarle a la muerte más solitaria de todas, en una cruz, con otros dos condenados… sin más compañía que una mujeres mirándole a lo lejos, desnudo, totalmente desnudo, porque habían subastado sus ropas, para que le vieran así, el hombre del amor frustrado.

Esta fue una soledad agónica, es decir, de agonía, que significa lucha, agôn, entrega de la vida por un amor más alto, pasión de amor abierto hacia todos. La soledad más profunda implica siempre un tipo de esfuerzo,  de purificación, de vencimiento radical de sí mismo, de ofrenda de la vida en manos del misterio de Dios y de los otros. Es una soledad para la compañía. Una soledad en la manos de Dios, para así compartirlo todo y morir amor con otros.

       Y en soledad de amor murió Jesús, dándolo todo, dándose del toro, en manos de Dios que son las manos de los hombres, aguardando una respuesta de amor… Pero en el trance final de la Calavera Dios quedó callado, y callados los hombres, que no respondieron a su amor, y le dejaron como nació, desnudo, pero desnudo para morir, clavado a la cruz de su propia soledad, con unas mujeres llorando a lo lejos por su amor abandonado. , brota un lugar para el encuentro de Dios como Señor que resucita, como todo en todos

Todo empezó al fin en el Huerto de la Soledad  

greco200 Tenía que haber sido huerto de amor con los suyos, bajo la sombra amorosa de los grandes olivos… Pero el huerto se convirtió en soledad, con un ángel que logró ver el Greco, pero que Jesús no veía.

En el momento clave de su despedida, en la noche de sus bodas, Jesús entró en el huerto de la prensa del olivo (Getsemaní), para ser allí prensado por el abandono de todos. Necesitaba compañía y la pide a los amigos. En unión con ellos se sitúa ante el misterio: «Abba, Padre, tú lo puedes todo; aparte de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Me 14, 36 y par). Ruega con dolor, con lágrimas de sangre, como añade el evangelio de Lucas, en una glosa muy significativa (Le 22, 43-44), pero nadie le responde; sus amigos duermen, Dios está callado.

       Vuelve pidiendo ayuda a los suyos y los encuentra más dormidos que antes, por el peso de la tristeza y la impotencia, quizá por miedo, cada uno con su sueño baldío, a la sombre de noche de los viejos olivos. Y Jesús de nuevo en la oración, absoluta­mente solo, sin ningún apoyo humano, sin recuerdo ni belleza en que fundarse. Pide compañía y no la obtiene, quiere llenar su soledad de amor y no le atienden. El Dios a quien invoca como Padre no le saca de la prueba, sino que le introduce más profundamente en ella, como sosteniéndole en la marcha de la muerte. En ese contexto se entiende la palabra clave de la Cruz: «¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Me 15, 34).

No podemos comprender esta soledad abandonada de Jesús, a quien todos condenan, a excepción de unas mujeres que miran de lejos, y así le acompañan en el alma, pero en soledad… mientras destruyen su vida los que hacen guardia de muerte ante su cruz de moribundo. Pues bien, en un sentido, debemos añadir que tampoco Jesús, Hijo de Dios, entiende en un primer nivel su soledad y por eso pregunta a Dios: ¿Por qué me has abandonado?

Evidentemente, en un sentido, Dios le ha dejado sólo, pues parece que no cumple su promesa de Reino, de tal forma que él (Jesús) tiene que morir sin haber logrado (en un sentido externo) aquello que Dios le había prometido en el bautismo, al decirle “tú eres mi Hijo el predilecto”. Y así, como predilecto de Dios muere, abandonado al parecer del mismo Dios, gritando desde la cruz (¿por qué me has abandonado?), abandonado de todos, con la pura mirada de unas queridas mujeres… que son el amor de Dios que le mira y acompaña.

En ese camino de soledades, mientras pregunta a Dios, en la Vía Dolorosa que va del Huerto de la Prensa de los los Olivos a la Cruz del Calvario, sobre el monte de la “calavera desnuda” (que eso significa Calvario, una “calva” de Dios en la tierra), Jesús va descubriendo que ese abandono y soledad pertenece al camino que Dios le ha encomendado, para al anunciar el Reino a los pobres y expulsados, a todos los solitarios y crucificados de la historia. Jesús ha muerto al fin como él mismo lo había buscado en el fondo, como mueren los rechazados de la tierra.

Soledad de abandonado: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?»

          Detalle La tradición de Mc 15, 37 y Mt 27, 46 dice que Jesús murió así, dando un gran grito de soledad final y de protesta‒llamada de amor, que los evangelistas interpretaron con las palabras de Sal 22, 2 como invocación y pregunta dirigida a Dios (¿por qué me has abandonado?). Ésta es la cuestión final de la Semana Santa: ¿A quién llamó Jesús cuando moría? ¿Con quién dialogó, presentándole su angustia?

Muchos exegetas han supuesto que el grito de fondo de Jesús y las interpretaciones posteriores han sido una creación de la iglesia (pues los crucificados mueren por asfixia y no pueden gritar), añadiendo que todo el pasaje ha sido una construcción simbólica para vincular la muerte de Jesús con el fin del mundo (así escuchamos voces en Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc.; cf. también Mc 1, 11).

En contra de eso, debemos afirmar que el recuerdo de ese grito evoca un hecho histórico, es decir, la última gran voz de Jesús, pidiendo amor a Dios y a los hombres, porque al decir Dios mío Jesús está diciendo: Mis amigos todos ¿por qué me habéis abandonado?

‒ Jesús llama a Elías, es decir, nos llama a nosotros desde su soledad. La pregunta clave es a quién llama Jesús desde su soledad, a Dios o a sus amigos, simbolizados todos por Elías. Esta empieza siendo una pregunta filológica. Jesús dice algo así como Elohi,   (que sería mi Dios, en arameo) o como Eli (mi Dios, en hebreo o en arameo hebraizado). Significativamente, ambas palabras pueden entenderse como Elías (Eliya), que significa Dios, que significa todos mis amigos…

 historia jesús 45   A todos sus amigos llama Jesús desde la cruz, nos llama a todos, preguntando por qué le hemos abandonamos, por qué abandonamos en manos de la muerte (o matamos) a todos los condenados de  Auschwitz o de los campos de concentración y cruz de la tierra entera, a los niños hambrientos, a los encerrados tras los muros de la tierra entera.

– Pero, llamando a sus amigos, a todos nosotros, Jesús llama a Dios,que es el Dios de todos, gritándole desde el Calvario. Está culminando el tiempo de su vida, y ahora parece que Dios ha desviado el rostro, dejando así en abandono y dolor al Cristo agonizante que le invoca. El pretendido Cristo” que así grita no podía ser Hijo de Dios (como habían dicho los sacerdotes de Mt 27, 40). Ciertamente, no ese ese Hijo de Dios en potencia de muerte, sino el Hijo de Dios verdadero, el que hace suyo el camino de muerte de la historia de los pobres, gritando desde la Cruz a Dios, es decir, a todos los hombres.

‒ ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27, 46) El grito de Jesús es una llamada al Dios que puede liberarle de la muerte o, mejor dicho, explicarle el “por qué” de esa muerte. Entendido así, ese grito constituye una confesión de fe, en la línea del Sal 22, 2, que Jesús está citado. La palabra “por qué” (con,, lemá,  transcripción griega del arameo lema’,   que el texto griego traduce por  inatí,  puede tener dos sentidos: (a) Esa palabra puede insistir en el abandono en cuanto tal, sin más razones: ¿cómo puede Dios abandonar a su enviado? (b) Pero ella puede preguntar, más bien, por la razón del abandono: ¿por qué causa, con qué fin le ha desamparado Dios?

Esta pregunta ha de entenderse a la luz de la acusación y condena de los transeúntes, sacerdotes y bandidos de Mt 27, 38-44, que no preguntaban “por qué”, ni razonaban, sino que simplemente condenaban a Jesús, sin ningún tipo de justificación. Ahora, Jesús recoge la acusación de sus enemigos y, de esa forma, desde su situación de mesías externamente fracasado, pregunta a Dios: ¿Por qué?

       Sin duda, la “culpa” inmediata la tienen los sacerdotes que le han acusado, y Pilato que le ha condenado a muerte. Pero la “causa” o razón última de su muerte en cruz es Dios. Por eso le pregunta en arameo transliterado en griego ¿por qué  sabakhthani, en  hebreo ‘azabtani,  me has abandonado? No rechaza ni condena a Dios (pero tampoco se condena a sí mismo, diciendo ¡he pecado!), sino que pregunta… elevando su pregunta a todos los que abandonan a los otros. 

       En un contexto como el suyo, un tipo de hombre “normal” no preguntaría, sino que protestaría contra Dios, es decir, le acusaría, o (más bien) confesaría su pecado. Pero Jesús no protesta, ni se confiesa pecador, sino que pregunta, como si fuera necesario superar un plano de razonamientos y causas para descubrir a Dios en su abandono y muerte… y descubrir al mismo tiempo el “abandono” de los hombres: ¿Por qué se abandonan y matan unos a  los otros? Leer más…

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La soledad es una madre severa

Sábado, 12 de marzo de 2022
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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 “Cada vez veo más claramente que con la soledad no se juega: es extremadamente seria. Y pese a lo mucho que la he deseado, no he sido lo bastante serio. No basta con que “guste la soledad“, ni siquiera con amarla. Incluso aunque te “guste“, puede destrozarte, creo yo, si la deseas únicamente por tu propio bien. De manera que sigo adelante… pero con miedo y temblando, y frecuentemente con una sensación de estar perdido, y tratando de tener cuidado con lo que hago, porque estoy empezando a darme cuenta de que cada paso en falso se paga muy caro. Por ello vuelvo a la oración, o intento hacerlo. Sin embargo, no importa, porque hay gran belleza y paz en esta vida de silencio y vacío. Pero perder el tiempo tontamente provoca una terrible desolación. Cuando se pierde el tiempo, incluso la belleza de la vida solitaria se vuelve implacable. La soledad es una madre severa que no tolera tonterías. Surge esta pregunta: ¿estoy tan lleno de tonterías como para que me arroje fuera? Ruego que no, y creo que ello va a necesitar mucha oración”.

*

Thomas Merton,
Diarios

(26 de febrero de 1965)

***

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Soledad

Miércoles, 17 de noviembre de 2021
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Del blog Otro Mundo es posible:

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Camino por este mundo nuestro,
con la soledad a cuestas, sintiéndola
profundamente mía, intransferible,
como una segunda piel.

Soledad trenzada por finos hilos
en la paciente red del silencio,
soledad en medio de las masas,
soledad colmada de misterios.

Soledades que abrasan
llegan hasta mi más íntimo centro,
soledad poblada de vientos,
soledad habitada por cientos.

Soledad deseada, irresistible,
a veces dolorosa, impasible,
soledad para crecer desde dentro,
soledad en busca del tesoro encubierto.

Soledad del ser vulnerable y eterno,
que muestra sus manos vacías,
soledad agradecida por el don de la vida,
soledad dichosa tras sus aciertos.

Soledad como una cálida morada,
luz dentro de otra luz mayor en su seno.
Soledad de ausencias, distancias,
soledad como antesala de su infierno.

Soledad abierta a la silente palabra,
al sonido de la brisa, al viento.
Soledad repleta de clamores,
soledad para el callado sosiego.

Soledad que se deja acompañar
por la soledad de la sombra amada,
soledad inflamada por la pasión y su secreto,
soledad que será, al fin, nuestro más íntimo desvelo.

*

Miguel Ángel Mesa

Religión Digital, 04.11.2021

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“Ministerio de la Soledad “, por Gabriel Mª Otalora

Viernes, 25 de junio de 2021
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Leo que el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, ha planteado abiertamente que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, incluya un Ministerio de la Soledad en su próxima remodelación ministerial. Lo que aparentemente puede parecer una petición extraña, ya lo han puesto en práctica Reino Unido y Japón para paliar el aislamiento social. Esta petición la hizo extensiva el padre Ángel a las Comunidades Autónomas y a la propia jerarquía vaticana, a la que pidió nombrar un dicasterio de la soledad.

No nos tomamos demasiado en serio este problema porque no se visualiza la enorme cantidad de personas que padece el sufrimiento severo de la soledad que al volverse crónico, es un factor de riesgo para todo tipo de desórdenes psicosomáticos en medio de un mundo hiperconectado que no facilita la verdadera comunicación.

El padre Ángel ha querido visualizar el problema en su totalidad recordando que la soledad también afecta a grandes líderes, como llegaron a confesarle el papa Juan Pablo II y el presidente del Gobierno Felipe González.

La petición de un ministerio no es para menos ante las cifras de personas que están o se sienten solas a un nivel patológico muy agudo ya en los llamados países “civilizados”, incluido el nuestro, por mucho que las calles parezcan decir lo contrario. Millones de seres humanos se sienten mortalmente solos sin tener a nadie con quien compartir si no es robando conversación a jirones mientras compran el pan o mendigando palabras al vecino coincidente en el ascensor.

Y lo peor no es la soledad, sino el no saber qué hacer para salir de esa situación ominosa que preside cada minuto del día. Es el agujero negro de nuestro tiempo que corroe y destruye por dentro, pero que no gusta ser aireado: depresión, una pena muy grande, una mala temporada… Todo antes de llamarle por su nombre. Los viejos que se han quedado solos son los que no temen las palabras y proclaman su dolor sin ambages en cuanto se les presenta la ocasión.

Quienes pasan por la soledad no querida saben el mordisco que deja en el alma. A veces es coyuntural, otras  veces son razones de temperamento o predisposición al decaimiento; en ocasiones viene dado por acontecimientos desdichados de la vida que fabrican enfermos crónicos sociales. Y el estilo de vida que llevamos en el Primer Mundo contribuye al aislamiento llegando a producir verdadera marginación.

Estamos ante la gran enfermedad de nuestro tiempo que la pandemia ha agravado todavía más hasta el extremo de que muchas personas han fallecido entubadas en soledad. Ella sola es capaz de romper el espíritu a cualquiera ante el debilitamiento del consuelo y la fortaleza e incluso en la fe en Dios.

La caridad (ahora la llaman solidaridad) necesita más que nunca de nuestro tiempo para perder las horas con aquellos que claman compartir con un igual que pide sentirse entre sus semejantes, no sólo estar entre ellos, sentirse escuchados y poder compartir algo de vida. Qué soledades tuvo que pasar Franz Kafka para escribir que los humanos somos extranjeros sin pasaporte en un mundo glacial.

Mientras no podamos cambiar el aislamiento que nos machaca, es necesario no abandonarse, adaptar los ojos a la oscuridad para seguir viendo, aunque se haya hecho de noche…  El tiempo va pasando dejando las cicatrices de la pelea titánica por salir adelante durante ese tiempo negro con la ayuda de Dios que a veces se manifiesta en algunas personas estratégicamente diseminadas por Él en ese período doloroso de la vida. Alguien dijo que  en la manera de sufrir es donde verdaderamente se retrata un ser humano. Gran verdad.

Es cierto que la soledad a veces no deja ver la luz ni la esperanza, pero los cristianos no podemos dejar de repetir que nunca estamos solos del todo: Dios está ahí aunque el sufrimiento no deje espacio para sentirle cerca. Y sabemos, además, que existen remedios en cuanto nos preguntamos ante esta cruz qué podemos hacer por quienes sufren la terrible experiencia, bien a través de un ministerio ad hoc o con el Evangelio en la mano, cerca nuestro.

Suenan cercanos los versos de José Luis Martín Descalzo en el interior de muchas personas más cercanas de lo que pensamos:

Estamos solos, flores, frutas, cosas  

Estamos solos en el infinito

Yo sé muy bien que si en esta noche grito  

Continuarán impávidas las rosas.

Espiritualidad ,

Aurora

Martes, 2 de febrero de 2021
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“Qué inmensa soledad la del que no ha contemplado,

ni siquiera por una sola vez, la Aurora …

Qué inmensa soledad sin aurora,

qué desorientación”.

*

María Zambrano

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Soledad

Miércoles, 9 de diciembre de 2020
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Del blog Nova Bella:

 

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*
“Lo que mayor bienestar me produce es la soledad de mi cuarto. Allí vuelvo a recuperar el equilibrio.”

*

Ludwig Wittgenstein

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José María Castillo: “Una pantalla, que nos informa o nos entretiene, nos aísla”

Viernes, 27 de noviembre de 2020
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Coronavirus_2226687375_14554800_667x375De su blog Teología sin Censura:

La soledad de los jóvenes

“De la misma manera que, de día en día, se acrecienta el número de personas contagiadas por el virus de la pandemia, en una proporción semejante aumenta también el número de personas que se sienten solas, abandonadas, aisladas en la vida”

“Es indudable que las condiciones en que nos ha puesto la pandemia nos aíslan y dificultan la comunicación en nuestra normal convivencia”

“El hombre que hacía hachas y martillos rudimentarios pasó a ser el hombre que hablaba y era capaz de expresar sus sentimientos mediante ritos y símbolos”

La Pontificia Universidad Comillas acaba de publicar un estudio interesante sobre un fenómeno nuevo, que se hace cada día más patente y también más preocupante. Se trata del hecho creciente de la soledad humana. De la misma manera que, de día en día, se acrecienta el número de personas contagiadas por el virus de la pandemia, en una proporción semejante aumenta también el número de personas que se sienten solas, abandonadas, aisladas en la vida.

Este es el hecho global. Pero los estudios realizados por la cátedra J. M. Martín Patino, de la mencionada Universidad Comillas (Madrid), nos informa y nos hace caer en la cuenta de una variante del fenómeno global indicado. Tal variante consiste en que uno de los grupos humanos en el que más se advierte la experiencia de la soledad es el de los jóvenes.

El porcentaje de personas jóvenes (menores de 35 años), que experimentan la mencionada soledad, aumenta de forma preocupante. Y conste – es mi impresión – que, a medida que se desciende en la edad, se intensifica y se acrecienta el aislamiento. Lo cual es un hecho tan patente, que se advierte en cualquier familia o cualquier casa donde abundan los niños que se aproximan o han llegado a la pubertad.

Esta última observación, que acabo de hacer, si es que efectivamente indica lo que realmente está ocurriendo, viene a ser un indicador que puntualiza o incluso quizá modifica, en algún aspecto fundamental, lo que realmente estamos viviendo, en uno de sus componentes más determinantes. Por supuesto, es indudable que las condiciones en que nos ha puesto la pandemia nos aíslan y dificultan la comunicación en nuestra normal convivencia. Esto es algo tan patente, que no necesita andar buscando ocultos argumentos para demostrarlo.

Más chocante es que la experiencia de soledad se acentúe en los jóvenes. ¿Tiene este hecho alguna explicación que se relacione o tenga que ver con la pandemia? Lo más obvio, que a cualquiera se le ocurre, es que si no conocemos todavía a fondo y plenamente la naturaleza y los efectos del virus, sería atrevido ponerse a dar explicaciones sobre la relación que puede tener este virus con las variantes que puede tener en la psicología de los pacientes.

Por eso (y no siendo especialista en estas cuestiones), me atrevo a proponer un hecho que podría tener sus consecuencias en todo este asunto. Cualquiera que entre en un local o espacio, en el que hay gente esperando (un autobús, una sala de espera…), lo más probable es que, en lugar de gente que habla y se comunica, lo que más abunda es gente aislada y concentrada, callada y mirando fijamente la pantalla de su teléfono móvil. Una pantalla, que nos informa o nos entretiene, nos aísla. Y además, insisto: cuanto más jóvenes, más absortos en lo que cada cual está mirando.

Que esto suceda, es comprensible. La tecnología, la publicidad, la fuerza de la economía traducida en propaganda y tantos otros intereses, bien manejados por la técnica, pueden con nosotros. Y el atractivo que ejercen sobre los más jóvenes es irresistible. Estamos hartos de verlo y de vivirlo.

Pues bien, estando así las cosas, ¿no tendríamos que ver con toda naturalidad el creciente aumento del aislamiento de las personas, sobre todo y tanto más entre los más jóvenes? Sin embargo, si todo esto se analiza detenidamente, pronto nos damos cuenta de que estamos ante un problema mucho más serio de lo que seguramente imaginamos.

¿A qué me refiero? Por los estudios que se han hecho en Paleontología, se sabe que el tamaño del cuerpo no varió desde el Homo ergaster hasta el Homo heidelbergensis, mientras que el tamaño del cerebro sí que experimentó un fuerte ascenso, pasando de un promedio de alrededor de 800 cm, en el Homo ergaster, hasta otro de algo más de 1.200 cm, en los ejemplares de la Sima de los Huesos. Como se ha dicho exactamente, se produjo un proceso de encefalización (prof. Ignacio Martínez Mendizábal). Fue un proceso de cientos de miles de años. Pero se produjo esta asombrosa transformación. En la que fue determinante el origen del lenguaje.

¿Qué significa esto y qué representó? Parece claro que se produjo un incremento: de la “inteligencia tecnológica”, se pasó a la “inteligencia social”: el hombre que hacía hachas y martillos rudimentarios pasó a ser el hombre que hablaba y era capaz de expresar sus sentimientos mediante ritos y símbolos. La consecuencia (del cambio indicado) fue asombrosa. Como explica el citado profesor Martínez Mendizábal, en la muestra de la Sima de los Huesos (en Atapuerca) hay pruebas de que aquellas personas, con sus grandes cerebros, cuidaban de las personas discapacitadas y se comunicaban mediante el lenguaje hablado. Así nació, creció y se fue perfeccionando la relación personal entre los miembros del grupo. Y llegaron a los orígenes de las relaciones, la comunicación y la gestión de los problemas sociales.

“Y llegaron a los orígenes de las relaciones, la comunicación y la gestión de los problemas sociales”

Efectivamente, la creciente soledad de los jóvenes actuales es un hecho, que indica el crecimiento de la “inteligencia tecnológica”. Un hecho que nos debe enorgullecer y que es fuente de esperanza para un futuro mejor. Pero, si la “inteligencia social” no crece y se perfecciona debidamente, terminaremos viviendo en un mundo en el que la técnica y sus máquinas increíbles dominarán y mandarán en nuestros sentimientos y anhelos más íntimos. Si es que el mundo soporta un planeta tan tecnificado, pero a costa de destrozar nuestra convivencia y nuestra humanidad.

Espiritualidad , , , ,

Ser

Viernes, 24 de julio de 2020
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Del blog Nova Bella:

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“Cada cosa quiere

la soledad de su ser”

*

Baruch Spinoza

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Solos

Lunes, 25 de mayo de 2020
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Del blog Nova Bella:

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Estamos solos para siempre, estamos

detrás del corazón, de la memoria, 

del viento, de la luz, de las palabras,

juntos los dos en mi memoria sola.

*

Leopoldo Panero

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“El lado bueno de la soledad”, por Pedro Miguel Lamet

Viernes, 27 de marzo de 2020
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lado-bueno-soledad_2207789276_14362721_660x371La nueva epidemia de vivir solos

¿Es siempre un mal la soledad? Ya el viejo Aristóteles planteaba esta dicotomía: “El hombre solitario es una bestia o un dios”

¿Qué hacer? Convertir la soledad en una herramienta de crecimiento interior. Es cierto que para ello hay que bucear en la profundidad de uno mismo, en nuestra dimensión espiritual.

Al taladrar hasta el fondo de la conciencia, gracias a la soledad, el silencio, la escucha y la contemplación de la naturaleza, uno puede encontrase con un horizonte sin tiempo,

Las estadísticas recientes revelan que en la sociedad contemporánea la soledad se está convirtiendo en una auténtica epidemia. Hasta tal punto que el Reino Unido creó en los últimos años un Ministerio para la Soledad, más frecuente sin duda en los países nórdicos y fríos. Matrimonios rotos, parejas que deciden vivir cada uno en su casa, soledad elegida, soledad impuesta por razones económicas o psicológicas, soledad creada por la agresividad del entorno, por la ancianidad, las nuevas tecnologías y cientos de motivos más. El fenómeno crece por doquier y las cifras son escalofriantes.

Pero la gran pregunta desde que el ser humano existe es obvia: ¿Es siempre un mal la soledad? Ya el viejo Aristóteles planteaba esta dicotomía: El hombre solitario es una bestia o un dios”. ¿Por qué? Porque sencillamente todo depende de cómo se viva esa soledad, como una condena o como un camino de crecimiento.

Está claro que el hombre y la mujer nacen como seres sociales. El primer desgarro se produce ya en el parto, cuando el nacimiento nos separa del calor de nuestra madre. Desde ese momento la criatura luchará denodadamente a lo largo de toda su vida por volver a ser querida, cobijada, abrazada.

Quizás porque nuestra razón de ser, el último sentido de la vida es el amor, cualquier forma de amor. La madurez se suele alcanzar en la relación plena, un amor de heterobenevolencia, que, al ocuparme de los demás, me realiza a mí mismo.

Pero, como suele suceder hoy más que nunca en un mundo de inmaduros, regido por leyes materialistas y dominados por el egoísmo, el poder y el dinero, los que alcanzan el amor verdadero y satisfactorios son minoría. De aquí aquella frase tremenda de Pemán, que modifica el famoso refrán: “Mejor solos que bien acompañados”

En este oscuro panorama, ¿qué hacer? Convertir la soledad en una herramienta de crecimiento interior. Es cierto que para ello hay que bucear en la profundidad de uno mismo, en nuestra dimensión espiritual. No estoy hablando aquí de optar por una fe religiosa, tema que requeriría un tratamiento específico y que ciertamente ha ayudado y a veces desayudado, según se viva, a muchas personas. Me refiero a algo más radical.

Parto de que el ser humano sale bien de fábrica, está bien hecho, y suele estropearse por la mala educación y la agresividad del ambiente. Lo imagino como una cebolla, con muchas capas. Por lo general nos quedamos en los estratos más superficiales de uno mismo: alimentarnos, situarnos en la vida, rodearnos de confort material, adquirir cosas, incluso personas que “nos sirvan” para sobrevivir en un mundo competitivo, casi como animales en medio de la selva.

Entre los solitarios de hoy día hay dos especies: los que se deterioran por la soledad y los que crecen en la soledad. La diferencia se produce con una sola palabra: “conexión”. Si no hay conexión de amor maduro con los demás (familia, pareja, amigos), es indispensable la conexión interior: el descubrimiento con el centro de la “cebolla”, lo hondo de nuestra conciencia. Las diversas formas de meditación han descubierto, que allí en lo profundo siempre estamos bien. Al taladrar hasta el fondo de la conciencia, gracias a la soledad, el silencio, la escucha y la contemplación de la naturaleza, uno puede encontrase con un horizonte sin tiempo, donde la culpa por el pasado y el miedo al futuro se desvanecen, porque conectamos con un “ahora” sin límites, donde todo está bien. Así se han realizado algunos grandes hombres, sean santos, científicos, filósofos, creadores literarios… Es más, sin un tiempo de soledad, incluso quienes tienen la suerte de mantener buenas relaciones, no pueden logar ser ellos mismos, pues se convierten en víctima del oleaje exterior y pueden sucumbir en la tormenta de la ansiedad, la angustia o el absurdo. Todo el mundo necesita un tiempo de buena soledad. Pues la verdadera y funesta soledad es “no poder hablar con tu corazón”.

Los poetas de todos los tiempos han llorado su soledad. Pero, como la intuición creativa toca lo esencial de la vida humana y descubre sus verdades más ocultas, también han encontrado su lado positivo. Por ejemplo, un poeta soldado del mil quinientos, Hernando de Acuña, que luchó en la batalla de San Quintín. Tiene un soneto a la soledad, del que copio aquí su primera estrofa:

Pues se conforma nuestra compañía,
no dejes, soledad, de acompañarme,
que al punto que vinieses a faltarme
muy mayor soledad padecería.

Fuente Religión Digital

Espiritualidad

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