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Jaume Patuel Puig: Jesús y Sócrates.

Sábado, 14 de mayo de 2022
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AssetAccess15Los valores los construyen y eligen las personas. El artículo anterior hablábamos de LA PIRÁMIDE MASLOW, es decir, de una axiología hecha por una persona, ciertamente con su equipo, pero era una persona como punto de referencia. Otras personas son también puntos de referencia a nivel cultural.

En nuestra cultura occidental, que nació con los griegos (S. VII aC), había puntos de referencia, uno de ellos fue Sócrates (470-399 aC). Él prefirió la muerte antes que traicionar la verdad. En otras palabras, las autoridades civiles no soportaban que Sócrates enseñara a pensar libremente a la juventud porque esto sacudía tanto el poder civil como el político. Otro referente y fundamento en nuestra cultura occidental es Jesús (04 aC-33 dC). Fue ejecutado para predicar también la libertad de conciencia. Esto sacudía el poder religioso (judío) y político (romano).

Poco sabemos de la vida histórica de Jesús. En cambio, sus seguidores realizaron unas narraciones, que eran teología narrativa, de su vida como modelo de persona responsable, madura y, sobre todo, de una profundidad humana o madurez integral. Pues bien, sobre estas dos figuras de altura y profundidad humanas en los últimos siglos se ha hablado. Así tenemos a Erasmo de Rotterdam (1515) o Émile Rousseau (1762). Continúa Hegel (1795) y, en la actualidad, Jesús, Sócrates y Buda (Lenoir, 2013). No digamos google, al alcance de todos.

Pero quiero mencionar de forma especial, y esto ha dado lugar al título del artículo: Jesús i Sòcrates (2021). El autor es Roger Armengol (1942), médico psiquiatra. Académico de la Real Academia de Medicina de Cataluña. Miembro del Comité de Bioética de Cataluña y de la Comisión de Deontología del Colegio de médicos de Barcelona. Ha escrito varios libros: El pensamiento socrático y el psicoanálisis de Freud (1994), por lo tanto buen conocedor del psicoanálisis. Creer en Dios o creer en Jesús (2017). La moral, el mal y la conciencia (2018) y Felicidad, moralidad y el dolor (2019).

Conviene decir, en primer lugar, y como él mismo afirma, que no es una persona creyente, sino agnóstica. Remarco este punto porque es gozar no únicamente de una mente abierta, sino investigadora y la vez indagadora junto a la honestidad de un intelectual que sabe reconocer, y así lo expresa en público, que es lector de los grandes especialistas y que él no lo es.

Esto no obstaculiza que formule su propia opinión y exprese, pero basada en estas personalidades de la Ciencia de la Vida. Por eso el subtítulo es, en mi opinión, muy significativo: Dos maestros para el futuro de la humanidad.

Entiendo que el artículo no es el lugar de hacer una recensión. Pero sí lleva a considerar que actualmente es necesario, en la nueva sociedad dinámica, de cambio continuo, de nuevos conocimientos, de creatividad, de tecnología al alcance ya de todos, evitar una falta de puntos de referencia claros.

Parece ser que caemos en la tecnofilia o tecnofobia. La gran angustia y miedo a ser “tragados o deglutidos” por el mundo artificial y algorítmico donde las máquinas solucionan no sólo los problemas técnicos y emocionales sino también la respuesta a las cuestiones existenciales. Dicho de otra forma que el ser humano, bio-psico-conciencial, sea dirigido por la inteligencia artificial, cuidado por robots y que solucione algorítmicamente problemas humanos graves o de importancia. No es una especulación o posible futuro, sino una auténtica realidad ya presente.

Si estamos cabalgando entre un paradigma o modelo cultural de cristiandad y un modelo o paradigma técnico, para educar a la infancia, la adolescencia o la juventud (de 0 a 40 años), ¿qué referentes o personas hay que puedan ser un modelo a admirar por su dinámica de espíritu y seguir lo que ellos hicieron?

Ciertamente aquí nos encontramos con un gran vacío. Y Armengol nos echa una buena mano. La pantalla pequeña, que engancha a tanta gente, no lo ofrece. Y si lo hace, no lo hace con un lenguaje entendido y comprensivo por las nuevas generaciones, nacidas con la pantalla móvil en la mano y aprendida su existencia desde los tres meses. Una pantalla móvil que es la entrada en las redes sociales y en un mundo desconocido que atrae la curiosidad de las primeras edades que entran en el mundo y les toca descubrir el único mundo que existe. Un mundo por humanizar y hacerlo más viable.

Toda la responsabilidad pertenece a todos los seres humanos. Ciertamente, más en uno(a)s que en otro(a)s. No tanto en busca de qué sentido tiene la vida, sino qué me pide la vida para hacerla más humana integralmente. Jesús y Sócrates son dos maestros que indican que la vida vale la pena siempre que se evite hacer daño, actuar constructivamente y ser críticos. Esto, desgraciadamente, no es lo que presentan, con poca pedagogía y carencia de criterios objetivos, los mass-media, en general.

Es necesaria una contrarreación, un ir contracorriente, un pensamiento propio sin miedo a las consecuencias. Así lo expresa Armengol en la última página: “La propuesta moral de Sócrates diría: piensa, reflexiona para saber si lo que vas a decir o hacer es justo. La propuesta moral de Jesús diría: mira, observa si lo que vas a decir o hacer ocasiona dolor, daño o perjuicio; si les causa, aunque creas que es justo, no lo hagas”.

Da a pensar.

Jaume PATUEL PUIG (1935). Pedapsicogogo

Fuente, Fe Adulta

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El alma (2): psyché en griego.

Viernes, 11 de febrero de 2022
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D4669FFB-299A-4C31-BAD4-4B3D691DC074Agamenón en el Hades junto a otras sombras o almas de difuntos representados como sombras o siluetas. Tumba del Orco II, Tarquinia.

Del blog de Antonio Piñero:

Averiguar qué era el alma para los primeros cristianos es una labor que debe sumar esfuerzos: si lo que el judaísmo recibió de la religión cananea no es suficiente para comprender el cristianismo, buscar en las referencias culturales que influyeron en la religión de Jerusalén es inevitable. Por eso conviene revisar el mundo griego.

Cuando se trata de Homero, la primera referencia literaria europea, siempre salta la liebre. O por fuerza, o por belleza, o por inteligencia… En este caso por antropología. Para el poeta de Quíos el ser humano estaba compuesto por dos elementos muy curiosos: por un lado, una suerte de “esencia intelectual” anclada en las vísceras, asociada a los pulmones, el corazón, el diafragma. Llamada “thymós” (θυμός, que en el lenguaje médico nos ha legado el término “timo”, glándula situada bajo el esternón), esta esencia intelectual era una propiedad del adivino Tiresias una vez muerto. De hecho, era lo que lo diferenciaba del resto de seres del mundo subterráneo, incapaces ya de sentir como sentían y de vivir como vivían. Incluso otros héroes con esa capacidad adivinatoria post mortem también bajaron al Hades con las vísceras intactas (Anfiarao el más famoso, que fue venerado en un oráculo en la frontera este entre el Ática y Beocia).

Este thymós, la vaporosa respiración que permite llegue la información a los pulmones (el órgano sensitivo e intelectivo para Homero), estaba asociado a la sangre mediante el paso por el corazón, pero no era exactamente la palabra pyché, que después ha sido traducida por “alma”.

Para Homero y los petas antiguos, psyché (ψυχή, que da nuestra palabra psique y los compuestos relacionados con la psico-logía) era en realidad una palabra asociada a la cabeza como sede de la vitalidad en general, de la fuerza que impulsa a vivir. La cabeza era algo sagrado, aquello por lo que se jura o lo más valioso del ser vivo. Pero la realidad física de esa psyché es difícil de identificar, y quizá por eso los griegos homéricos desarrollaron la idea de que era la sombra de la persona (el arriba mencionado Tiresias era el único que no era una mera sombra en el Hades: “Tiresias el tebano, que guarda aún allí bien entera su mente, pues a él solo Perséfona ha dado entre todos los muertos sensatez y razón, y los otros son sombras que pasan” Od. X 492-95, traducción de J. M. Pabón).

Que la cabeza fuera la sede de la psyché explicaría el hecho de que mover la cabeza (asentir con ella) fuera la máxima garantía de seguridad cuando Zeus concedía algo a sus congéneres, y que la entrega de mechones de cabello fuera una costumbre funeraria que intentaría ofrecer algo de vida al difunto.

Por otra parte, es la referencia a la cabeza lo que permite entender que los difuntos fueran un eidolon, una imagen identificable en el Hades, pues esa sombra que, como un sueño, sería la psyché, había de presentarse durante las visiones nocturnas precisamente en o sobre la cabeza del durmiente.

Además, esa vida (psyché) era la fuerza viva que lleva a actuar. En consecuencia, morir se asociaba en esta palabra con la pérdida de energía, el aflojarse las rodillas, el colapso del cuerpo. Quizá eso explique que, al referirse Homero a la recuperación de un desmayo, el poeta diga que primero viene la conciencia y el respirar y después se recobre el cuerpo, la energía. Y hay que recordar que Aristóteles comentaba que los primeros filósofos consideraron que el movimiento era lo más cercano a la naturaleza del alma (psyché).

Pero la cuestión cambió con el tiempo, y las nociones de thymós y psyché convergieron hacia una misma cosa o idea (si se puede decir así). Parece que Alcmeón de Crotona (s VI a. C.) es el primero en relacionar el interior de la cabeza (encéfalo) con los sentidos y la percepción, una relación que él unía a las ideas previas de energía y vida que hemos visto y que se asociaban a la médula espinal y al semen como depositarios de la energía vital que se transmite en la generación.

A partir de ahí, la vida de la psyché cambió. Este cambio quizá se produjo también por influencia pitagórica, como se puede rastrear en lo que el poeta Píndaro escribió sobre la ninfa Cirene: ¡Cómo aguanta la pelea con intrépida cabeza una muchacha con un corazón por encima de la fatiga y cómo sus pulmones (ánimo) no se dejan azotar por la tormenta y el miedo! (Pítica IX 31-32, traducción de A. Bernabé). Cabeza, corazón, pulmones, la fisiología de la energía y la conciencia ya unificadas.

Esta evolución concluye con lo que podemos leer en Platón, para el cual el alma era una esencia divina de vida intelectual ajena al cuerpo, ligada a los dioses y aspirante al saber perfecto. El alma se desligaba del cuerpo al morir y se dirigía, si había hecho los deberes apropiadamente, hacia los dioses sempiternos para disfrutar de una vida postrera junto a las divinidades y otros mortales sabios y honrosos.

En su obra Fedón, Platón escribió (Fed. 64c-d):

  • – (Sócrates dice) ¿Creemos que es algo la muerte?
  • – Sin duda alguna – le replicó Simmias.
  • – ¿Y que no es otra cosa que la separación del alma del cuerpo? ¿Y que el estar muerto consiste en que el cuerpo, una vez separado del alma, queda a un lado solo en sí mismo, y el alma a otro, separada del cuerpo, y sola en sí misma?

Y un poco más tarde, tras asegurar que el cuerpo y los sentidos son un obstáculo para conocer la verdad de las cosas (Fed 66e):

Entonces, según parece, tendremos aquello que deseamos y de lo que nos declaramos enamorados, la sabiduría; tan sólo entonces, una vez muertos, según indica el razonamiento, y no en vida. en efecto, si no es posible conocer nada de una manera pura juntamente con el cuerpo, una de dos; o es de todo punto imposible adquirir el saber, o sólo es posible cuando hayamos muerto, pues es entonces cuando el alma queda sola en sí misma, separada del cuerpo, y no antes. Y, mientras estemos con vida, más cerca estaremos del conocer, según parece, si en todo lo posible no tenemos trato ni comercio con el cuerpo, salvo en lo que sea de toda necesidad, no nos contaminamos de su naturaleza, manteniéndonos puro de su contacto hasta que la divinidad nos libre de él” (traducciones de Luis Gil Fernández).

Esto sí es muy cercano al cristianismo.

Saludos cordiales.

www.eugeniogomezsegura.es

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“Desafío permanente: cuidar de sí mismo”, por Leonardo Boff

Sábado, 29 de agosto de 2015
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a_11Leído en Adital:

Al asumir la categoría “cuidado” en nuestra relación con la Madre Tierra y con todos los seres, el Papa Francisco reforzó no sólo una virtud sino un verdadero paradigma que representa una alternativa al paradigma de la modernidad, que es el de la voluntad de poder que tantos daños ha producido.

Debemos cuidar de todo, también de nosotros mismos, pues somos el más próximo de nuestros próximos y, al mismo tiempo, el más complejo y más indescifrable de los seres.

¿Sabemos quiénes somos? ¿Para qué existimos? ¿Hacia dónde vamos? Reflexionando sobre estas preguntas ineludibles vale recordar la consideración de Blas Pascal (+1662) tal vez la más verdadera.

¿Qué es el ser humano en la naturaleza? Una nada delante del infinito, y un todo delante de la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde proviene y el infinito hacia donde va (Pensées § 72).

Verdaderamente, no sabemos quiénes somos. Solamente desconfiamos, como diría Guimarães Rosa. En la medida en que vamos viviendo y sufriendo, vamos descubriendo lentamente quien somos. En último término somos expresiones de aquella Energía de fondo (¿imagen de Dios?) que sustenta todo y dirige todo.

Junto con lo que de realmente somos, existe también aquello que potencialmente podemos ser. Lo potencial pertenece también a lo real, tal vez, a nuestra mejor parte. A partir de este trasfondo, cabe elaborar claves de lectura que nos orienten en la búsqueda de aquello que queremos y podemos ser.

En esta búsqueda el cuidado de sí mismo desempeña una función decisiva. No se trata, primeramente, de un mirar narcisista sobre el propio yo, que lleva generalmente a no conocerse a sí mismo sino a identificarse con una imagen proyectada de sí mismo y, por eso, falsa y alienante.

Michel Foucault con su minuciosa investigación Hermenéutica del sujeto (2004) intentó rescatar la tradición occidental del cuidado del sujeto, especialmente en los sabios del siglo II/III como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y otros. El gran motto era el famoso ghôti seautón, conócete a ti mismo. Ese conocimiento no es algo abstracto sino muy concreto: reconócete en aquello que eres, procura profundizar en ti mismo para descubrir tus potencialidades; intenta realizar aquello que realmente puedes.

En este contexto se abordaban las distintas virtudes, tan bien discutidas por Sócrates. Él advertía evitar el peor de los vicios, que para nosotros se ha vuelto común: la hybris. Hybris es sobrepasar los límites y buscar ser especial, por encima de los otros. Tal vez el mayor impasse de la cultura occidental, de la cultura cristiana, especialmente de la cultura estadounidense con su imaginado Destino Manifiesto (sentirse el nuevo pueblo elegido por Dios) sea la hybris: el sentimiento de superioridad y de excepcionalidad, imponiendo a los otros nuestros valores, sancionados por Dios.

Lo primero que hay que afirmar es que el ser humano es un sujeto y no una cosa. No es una sustancia, constituida de una vez por todas, sino un nudo de relaciones siempre activo que mediante la cadena de relaciones está construyéndose continuamente, como lo hace el universo. Todos los seres del universo, según la nueva cosmología, son portadores de cierta subjetividad porque tienen historia, viven en interacción e interdependencia de todos con todos, aprenden intercambiando y acumulando informaciones. Este es un principio cosmológico universal. Pero el ser humano realiza una modalidad propia de este principio que es el hecho de ser un sujeto consciente y reflejo. Sabe que sabe y sabe que no sabe y, para ser completos, no sabe que no sabe.

Este nudo de relaciones se articula a partir de un Centro alrededor del cual organiza las relaciones con todos los demás. Ese yo profundo nunca está sólo. Su soledad es para la comunión. Reclama un tú. O mejor, según Martin Buber, es a partir del tú que el yo despierta y se forma. Del yo y del tú nace el nosotros.

El cuidado de sí mimo implica, en primerísimo lugar, acogerse a uno mismo, tal como se es con sus aptitudes y sus límites. No con amargura, como quien quiere modificar su situación existencial, sino con jovialidad. Acoger el propio rostro, cabello, piernas, senos, la apariencia y modo de estar en el mundo, en fin su cuerpo (Vea Corbin y otros, O corpo, 3 vol. 2008). Cuanto más nos aceptemos menos clínicas de cirugías plásticas existirán. Con las características físicas que tenemos, debemos elaborar nuestro modo de ser en el mundo.

Nada más ridículo que la construcción artificial de una belleza moldeada en disonancia con la belleza interior. Es el intento vano de hacer un “photoshop” de la propia imagen.

El cuidado de sí mismo exige saber combinar las aptitudes con las motivaciones. No basta tener aptitud para la música si no sentimos motivación para ser músico. De la misma forma, no nos ayudan las motivaciones para ser músico si no tenemos aptitud para ello. Desperdiciamos energías y recogemos frustraciones. Quedamos siendo mediocres, lo que no engrandece.

Otro componente del cuidado para consigo mismo es saber y aprender a convivir con la dimensión de sombra que acompaña a la dimensión de luz. Amamos y odiamos. Estamos hechos con esas contradicciones. Antropológicamente se dice que somos al mismo tiempo sapiens y demens, gente de inteligencia y junto con ello gente de rudeza. Somos el encuentro de esas oposiciones.

Cuidar de sí mismo es poder crear una síntesis donde las contradicciones no se anulan, pero predomina el lado luminoso.

Cuidar de sí mismo es amarse, acogerse, reconocer nuestra vulnerabilidad, poder llorar, saber perdonarse y desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de dar la vuelta por encima y aprender de los errores y contradicciones. Entonces escribimos derecho a pesar de las líneas torcidas.

columnista del Jornal do Brasil y filósofo

Traducción de Mª José Gavito Milano

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