Comentarios desactivados en Encontrar regalos LGBTQ+ en “El Borde del Interior”
Hermana Donna McGartland
La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Donna McGartland. Donna es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religion publicado por New Ways Ministry.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el duodécimo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
En el evangelio de hoy, Jesús visita su ciudad natal y los vecinos comenzaron a preguntar quién es, preguntando: “¿De dónde sacó este hombre todo esto? ¿Qué clase de sabiduría le ha sido dada? … ¿No es él el carpintero, hijo de María, y hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?” El evangelio luego dice que “se ofendieron contra él”.
Jesús responde: “Un profeta no carece de honor excepto en su lugar natal, entre sus propios parientes y en su propia casa”. Estas mismas personas que presenciaron el crecimiento de Jesús no podían aceptar que él fuera capaz de tener mucha más sabiduría. ¿Podrían alguna vez estar abiertos a la posibilidad de que Jesús fuera un profeta?
P. Richard Rohr, OFM, a menudo describe a un profeta como “alguien que estructuralmente vive en el borde del interior”, que no vive ni totalmente dentro ni totalmente fuera de una sociedad establecida. ¡Cuán acertadamente describe esto la experiencia de Jesús! Esta era su ciudad natal y su familia y, sin embargo, las personas que deberían saber más sobre él claramente saben muy poco e incluso se sintieron ofendidas por su sabiduría y capacidad para sanar a otros. Su ceguera familiar impidió que Jesús pudiera transformar sus vidas.
¡Cuán a menudo podemos resonar con este sentimiento de vivir en el “borde del interior”! Como personas y aliados LGBTQIA+, hemos conocido a personas bien intencionadas que se han sentido ofendidas por su propia percepción de quiénes somos. Su ignorancia ha limitado nuestra capacidad de vivir plenamente y ser aceptados en la corriente principal de la sociedad. Cuán a menudo no se nos da el honor de ser aceptados tal como somos porque se nos juzga como algo menos. Somos los profetas que vivimos en los márgenes de la sociedad, en el “borde del interior”.
En la lectura de hoy de la Segunda Carta a los Corintios, Pablo escribe que le dieron “un aguijón en la carne… para evitar que me exalte demasiado”. En ninguna parte dice qué es este “aguijón” para él, pero finalmente reconoce, por la gracia de Dios, que “el poder se perfecciona en la debilidad”. Nosotros también tenemos espinas, debilidades que nos gustaría superar. Nuestras “espinas” cambian a medida que crecemos más plenamente en nosotros mismos.
Durante muchos años vi mi orientación sexual como una espina y le rogué a Dios que me librara de esta parte de mí. En mi momento más débil, cuando me di cuenta de que no tenía control sobre mi orientación, descubrí que estaba maravillosamente hecha tal como soy. ¡Soy un regalo! Al abrazar mi verdadero yo, permití que la gracia y el poder de Dios se perfeccionaran en mí y experimenté la fuerza de la imagen y semejanza expansivas de Dios reflejadas a través de mí.
Este regalo sólo puede experimentarse plenamente desde el “borde del interior”, desde los márgenes, porque, en verdad, cuanto más cerca estamos del centro, más nos aferramos a la ceguera causada por nuestra propia ortodoxia y control. Sin embargo, cuanto más nos acercamos al límite, más cambian nuestras percepciones a medida que nuestra visión creativa se vuelve mucho más amplia. La vida se vuelve algo más simple y dejamos de lado muchos de los “ismos” ideológicos que mantienen atados a los demás y a nosotros mismos. Desde el borde, encuentro que es mucho más fácil aceptar y amar a los demás tal como son y me regocijo en la imagen de Dios manifestada en la persona que encuentro.
En el límite, soy aceptado y amado y puedo responder de la misma manera a los demás. Sin embargo, cuando me acerco al centro, descubro que soy más cauteloso y busco controlar para proteger mi vulnerabilidad. Esto no me da vida.
Así, con Pablo: “De buena gana me gloriaré en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por tanto, me contento con las debilidades, los insultos, las penalidades, las persecuciones y las limitaciones, por causa de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Comentarios desactivados en “Sabio y curador”, 14 Tiempo Ordinario – B (Marcos 6,1-6)
No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de la Baja Galilea.
No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.
Según Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.
Sin embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como hubiera deseado.
A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.
Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Solo se curan quienes creen en él.
Comentarios desactivados en “No desprecian a un profeta más que en su tierra”. Domingo 7 de julio de 2024. Domingo 14º de tiempo ordinario
De Koinonia:
Ezequiel 2,2-5: Son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. Salmo responsorial: 122: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia. 2Corintios 12,7b-10: Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Marcos 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra
Los estudiosos suelen decir que la primera parte del Evangelio de Marcos (que termina en la “Confesión de Pedro”) se divide en varias partes más pequeñas; cada una de estas partes empieza con un resumen -llamado técnicamente “sumario”- de la vida de Jesús; después de cada una de ellas viene una referencia a los apóstoles. En este esquema, el evangelio de hoy es el fin de la segunda de las tres pequeñas partes que se caracterizan por un aumento progresivo en el conflicto que Jesús provoca al encontrarse con él. El texto marca un punto clave: Jesús -que es presentado aquí como profeta- se encuentra con la absoluta falta de fe de los suyos, amigos y parientes. El “fracaso” de Jesús se va acentuando: en la tercera parte ya se empieza a presentir la “derrota” del Señor anticipada en la muerte del Bautista.
Es característico del evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el aparente fracaso, la soledad, el “escándalo” de la cruz de Jesús. Esa cruz es la que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como la comunidad misma de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el sentido de un “Mesías crucificado” que será plenamente descubierto por el centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique- como el “Hijo de Dios”.
Los habitantes de Nazaret no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que enseña en la sinagoga? “Si a éste lo conocemos, y a toda su parentela”. La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el problema: “con lo que ellos conocen“. Es que la novedad de Dios siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente “sabido”; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los sencillos”; no estamos lejos de la incomprensión de las parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas. El “Dios siempre mayor” desconcierta, y esto lleva a que falte la fe si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús “no podía hacer allí ningún milagro”; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque “nadie es profeta en su tierra“. Y quizás, también nos escandalice a nosotros… ¿o no?
Jesús es mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia.
Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es más “espectacular” mirar un testimonio allá en Calcuta… que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero, ¿no estaríamos dejando a Jesús pasar de largo? Leer más…
Comentarios desactivados en 7.7.24. DO 14B ¿No es ése el “técnico” (obrero), el Hijo de María…? (Mc 6, 1-6)
Del blog de Xabier Pikaza:
No estoy seguro de la traducción exacta, pero la que pongo (técnico-obrero) me parece mejor que “carpintero”. He discutido sobre el tema en Historia de Jesús, en comentarios a Marcos y Mateo y en otros libros (cf. imágenes) He leído y discutido y no he llegado a una conclusión definitiva. Debemos seguir buscando
De todas formas, Jesús no era un rico propietario agrícola, ni sacerdotes, ni rabino de algurnua. Por otra parte, el hecho de ser tekton/técnico puede tener sentido sentido negativo o positivo. Negativo: No es propietario, es pobre, trabaja por cuenta ajena….Positivo: Debe Conocer técnicas valiosas (de albañil, carpintero, herrero o cantero) y relacionarse con gestes que piden, buscan y ofrecen trabajo. Antes que obrero de reino parece haber sido técnico ambulante de construcciones varias.
El tema es importante para situar a Jesús en su mundo social y laboral y también en el nuestro. Los que hoy actúan como representantes suyos en la iglesia van en contra de su ejemplo , no son técnicos-obreros a cuenta propia o ajena. Dentro de dos días me ocupare de su familia y de su provocativo nombre metronimico. Buen domingo
| Xabier Pikaza
Mc 6, 1-3
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero/técnico, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?
Contexto social: técnico/artesano para el Reino
Jesús no era propietario acomodado, en un entorno de campesinos autosuficientes, celosos de su identidad sagrada como pueblo. No era tampoco sacerdote, ni letrado, sino un trabajador manual.
Era un técnico, en griego tektôn…, alguien que modela y construye con un tipo de “arte” (artesano). Puede ser carpintero, cantero, albañil… pero no agricultor ni pastor o pescador, que en aquel tiempo no se consideraban trabajos de artesanos. En hebreo/arameo un artesano es “jarash”, con sentido semejante al que tiene en griego.
Marcos escoge la palabra griega tektôn con gran precisión
El tektôn modela, construye…. con técnicas antiguas o nuevas como adelantados de un mundo técnico, que puede desembocar en la tecno-cracia (poder esclavizante de la técnica al servicio del dinero y del dominio de algunos) o en un tipo de tecno-sofía o tecnología humanizadora, al servicio de la fraternidad universal.
En ciertos ambientes elitista… los artesanos se consideraban incapaces del estudio, del conocimiento de la sabiduría y la política social (como pone de relieve Eclo 38; los técnicos que trabajan con las manos son ciudadanos de segunda clase) pero en tiempos de Jesús estaba surgiendo una clase nueva de artesanos liberados para el estudio, como queda claro en Pablo (tejedor, talabartero, curtidor de pieles…). Pienso que los teólogos y hombres de iglesia no hemos comparado a Jesús con Pablo, ambos obreros quizá de cierta técnica
Por eso, el hecho de que Jesús aparezca como tektôn se puede considerar como negativo, pero también como positivo.
Pero ese dato se puede tomar como negativo: Jesús no es rico, no es propietario, es un obrero a cuenta ajena… La mayoría de las visiones de Jesús y de José como carpinteros de taller rico están fuera de contexto. La mayoría de los “tektôn” malvivían mendigando trabajo en el entorno de su ciudad o aldea.
Puede ser positivo… Los técnicos en piedra-madera-hierro pueden ser más sabios que los simples pastores/agricultores… Eran los “técnicos” del pueblo, sabían resolverlos problemas…Además, pueden formar parte de algún tipo de “agrupaciones” laborales, con ciertas privilegios. No sabemos si Jesús formaba parte de una “cofradía” de técnicos
Sea como fuere, Jesús formaba parte de un mundo emergente de oficios técnicos, en una línea que le capacita para relacionarse con más gente, para conocer mejor los problemas del entorno… Y además, los creadores/rabinos del nuevo Israel (desde el siglo II d.C.. en adelante) serán todos, casi sin excepción trabajadores manuales..
El hecho de que la iglesia posterior se haya helenizado (hasta el día de hoy), convirtiendo a los “servidores” de la iglesia en “señores” (no en trabajadores manuales, no en técnicos auto-suficientes) ha sido y sigue siendo una desgracia y una rémora hasta el día de hoy.
Unos obispos, presbíteros etc. (sin trabajo manual, en contra del “orden” de los monjes…y de los rabinos judíos) ha influido muy negativamente en la iglesia.
Eso de querer imitar a Jesús…. pero sin ser trabajadores manuales, de oficio, de tekne o técnica como Jesús quizá ha sido un engaño muy pagano, muy helenista, en iglesia.
Jesús, un proyecto social-económico y religioso desde la marginación.
Pienso que era un campesino sin propiedades obligado a vender su trabajo para así vivir y/o mantener a su familia, y, de esa forma, cuando él hable de “pobreza” y llame bienaventurados a los ptôjoi (mendigos), Jesús evocará su situación de marginado económico, que conoce por dentro y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno.
No es un marginal por rareza u opción sacral, sino un marginado real que se enfrenta a los poderes causantes de la marginación y los rechaza, para superarlos de raíz, como iré indicando (y como había proclamado el Magníficat).
No fue pensador de tiempo libre, ocupado en pequeñas mejoras, sino profeta en un mundo de opresión, decidido a proclamar e iniciar el camino del Reino, entre hombres y mujeres de un mercado de trabajo sin trabajo (cf. Mt 20, 1-16). Su mensaje no fue un lujo espiritual desconectado de la vida, sino una propuesta de transformación para la vida en un contexto de muerte, en el que resonaba la amenaza del Gen 2-3: El día en que comáis del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal moriréis…
Los poderosos de su tiempo (dueños del poder y del dinero, romanos invasores y judíos colaboradores…) estaban comiendo de ese fruto del árbol del “conocimiento” económico….(que Jesús condensará como Mammón: Mt 6, 24), mientras que el grueso de la población se hallaba amenazada por el hambre, la exclusión, la enfermedad… Esto es lo que él aprendió, trabajando quizá por un tiempo al servicio del rey Antipas, en sus nuevas capitales (Séforis, junto a Nazaret; o Tiberíades, sobre el lago), o de otros propietarios ricos. Ciertamente, pudo tener más movilidad y más conocimiento que un agricultor asentado en (atado a) su tierra, pero conoció la vida desde “el otro lado”, desde la pobreza, y a partir de ella (no desde los ricos, señores del pensamiento y del dinero) quiso cambiar la vida de los hombres y mujeres de su pueblo, en un gesto y camino abierto a todos los pobres del mundo[2].
Los artesanos de Galilea eran como hebreos en Egipto, sin seguridad material o social, pues habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (tierra). No tenían patrimonio (vinculado al patriarcado), ni tierras para herencia, pues carecían de herencia y de casa (estructura familiar). Desde ese fondo, planeó y desarrolló Jesús su propuesta de Reino. Posiblemente, como heredero de una familia que había emigrado de Belén cien años antes (tras la conquista de Galilea por Alejandro Janeo, el Macabeo, hacia el 100 a.C.), Jesús se sentía portador no sólo de la promesa de Abrahán (familia, tierra), sino de la esperanza de David, el betlemita, que incluye la posesión de una tierra, en la que todos han de ser propietarios, compartiendo el don del Reino. Pero, al mismo tiempo, él formaba parte de la gran masa de hombres y mujeres que habían perdido la tierra (hambrientos, enfermos…), y que parecían expulsados de la herencia de Dios[3].
Un cambio social de fondo.
Como he destacado ya, los campesinos y pastores del principio de Israel se habían unido formando una agricultura de comunicación y fraternidad, con intercambio directo de bienes; pero, en un momento dado, con el despliegue de la monarquía y el auge de poder económico-social del templo, había surgido una clase especial de burócratas mercantiles, al servicio de las élites político/religiosas, que controlaban la riqueza:
‒ Los mercaderes como “clase” dependían del trabajo productor de agricultores, pastores y obreros, pero de tal forma lo controlaban que acabaron haciéndose dueños de sus beneficios. Frente al trabajo que produce bienes, surge y se desarrolla el dinero del mercado, de manera que el valor primario no es ya la persona o familia, ni las relaciones personales, sino el Capital Mammón, dios objetivado como diablo (cf. Mt 6, 24).‒ Los mercaderes ricos,con los “reyes” o funcionarios superiores y los sacerdotes (que sacralizan de algún modo ese dinero), se hacen árbitros de la sociedad, dirigiendo el proceso real de producción y distribución de bienes. Así se relacionan con un dinero que, por un lado “pertenece al César” (cf. Mc 12, 16-17), pero que, por otro (¿al mismo tiempo?), tiende a convertirse en Mammón sobre el mismo César (Mt 6, 24).
No parece que Jesús haya sido un purista anti-monetario, ni un reformador económico sin más, pues no ha condenado directamente a los comerciantes (en contra de EvTom 67), pero ha querido poner el comercio y dinero al servicio de la vida (de los pobres), de un modo gratuito (por comunicación directa), iniciando un cambio intenso, no una simple reforma, apelando para ello a la llegada del Reino de Dios, prometido por profetas y apocalípticos[4].
El ideal de Jesús era una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), de agricultores, pastores (y pescadores), compartiendo bienes y trabajos. Pero de hecho gran parte de los agricultores se habían ido vuelto campesinos sometidos, marginados, pobres, enfermos, al servicio de la estructura político-monetaria del Imperio (Roma), en un proceso que culminaba en aquel tiempo en Galilea [5].
Entre pobres y excluidos. Jesús compartió su mensaje y camino con esos campesinos sin campo, renteros, braceros o artesanos al margen de la sociedad, y en especial con los pobres (mendigos, enfermos, impuros…), que eran el equivalente de los huérfanos, viudas y extranjeros de la ley fundamental del Pentateuco[6]. Por eso es bueno precisar la situación que ellos tenían:
‒ Podía haber artesanos asentados e incluso ricos, clientes del sistema político, económico y/o religioso al que sostenían, operarios al servicio de gobernantes, ciudades y/o templos, como el de Jerusalén, con miles de obreros privilegiados quienes, como es normal, no respaldarán a Jesús pues se encuentran bien con su trabajo.
‒ Pero muchos eran marginados sin más,itinerantes sin hogar fijo, eventuales al servicio de agricultores ricos o de comerciantes. Entre éstos parece hallarse Jesús, obrero eventual, dependiente de un “mercado” de trabajo inestable, sin medios de vida asegurada.
En el último escalón había grupos y gentes que se hallaban fuera de todos los esquemas, que no podían llamarse ni siquiera pobres en el sentido de trabajadores con pocos recursos (penes, penetes), sino ptôjoi estrictamente dichos (por-dioseros), mendigos sin propiedad, extranjeros, enfermos, excluidos sociales, entre los que podemos distinguir tres grupos.
− Esclavos. Eran abundantes en el Imperio, pero menos en el contexto rural de Galilea, de forma que Jesús no pudo iniciar una “rebelión de esclavos” (como Espartaco, el 71 a. C.), sino un movimiento de Reino, con un tipo más amplio de siervos y dependientes económicos: campesinos pobres, artesanos y mendigos.
− Impuros, degradados…No parece que formaran una clase especial (como en la India), pero hallamos muchos en el evangelio, en la línea de los enfermos (leprosos) y en especial de los posesos o endemoniados, y quizá entre los publicanos y prostitutas, que forman el corazón del proyecto de Jesús, que (como he dicho) no buscaba la restauración de la pureza sacral del pueblo (como los fariseos y otros grupos, con el Benedictus de Zacarías), sino la liberación de los pobres y excluidos[7]
El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe.
En aquel tiempo Jesús fue a su tierra acompañado de sus discípulos. El sábado se puso a enseñar en la sinagoga, y la gente, al oírlo, decía asombrada:
-«¿De dónde le viene a este todo esto? ¿Cómo tiene tal sabiduría y hace tantos milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros?».
Y se escandalizaban de él.
Jesús les dijo:
-«Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».
Y no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se quedó sorprendido de su falta de fe. Recorrió después las aldeas del contorno enseñando.
Éxito en Cafarnaúm
Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34).
Fracaso en Nazaret
Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad.
Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios»(Mc 3,22).
Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él.
Jesús, motivo de escándalo
En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza… córtatelo, sácatelo»).
Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quiénes forman su familia, cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús, pero lo consideran un profeta como otro cualquiera.
Asombro e impotencia de Jesús
A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros».
Nazaret como símbolo
Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».
El fracaso no lo desanima
El evangelio de hoy termina con estas palabras: «Recorrió después las aldeas del contorno enseñando.» Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel (1ª lectura), le escuchen o no le escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta.
Lectura del Profeta Ezequiel (1ª lectura: Ez 2,2-5).
En aquellos días, al decirme esto, el espíritu entró en mí, me hizo tenerme en pie y pude escuchar a aquel que me hablaba. Él me dijo: «Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes, que se han rebelado contra mí, ellos y sus padres, hasta este mismo día. Hijos de cara dura y corazón de piedra son aquellos a quienes yo te envío. Les dirás: Esto dice el Señor Dios. Escuchen o no escuchen -puesto que son una raza de rebeldes-, sabrán que en medio de ellos se encuentra un profeta.
Un remedio contra la soberbia y el narcicismo (2ª lectura).
Aunque sin relación con el evangelio, el texto de Pablo enseña algo muy útil para todos. Él es consciente de haber recibido unas revelaciones especiales de Dios. La más importante, después de la conversión, que Jesús vino a salvarnos a todos, no solo a los judíos, y que el evangelio debe proclamarse por igual a todas las personas, sin tener en cuenta su raza, género o condición social. Una revelación totalmente revolucionaria. Esto pudo provocar en él una reacción de orgullo y soberbia. Para contrarrestarla, Dios «le clava una espina en el cuerpo», que le humilla profundamente. No sabemos a qué se refiere. Se ha pensado en su enfermedad de la vista, de la que habla en la carta a los Gálatas, que coartaba su actividad misionera. Por lo que dice a continuación, le humillaban las propias flaquezas y las persecuciones, insultos y críticas procedentes de todas partes. Sin olvidar sus arrebatos de ira, que le llevaron a pelearse con Bernabé, su mejor amigo, al que tanto debía; o que le hacían escribir cosas terribles contra los judíos, e incluso contra los cristianos que no compartían sus puntos de vista, a los que llama «falsos hermanos». En cualquier caso, avergonzado de su conducta, pide a Dios que le saque esa espina. Quiere ser bueno y sentirse bueno. Sin fallo alguno. Narcisismo puro. Y Dios le responde: «Te basta mi gracia, pues mi poder triunfa en la flaqueza».
A ninguno de nosotros nos faltan espinas en el cuerpo y en el alma que nos gustaría arrancarnos; o, mejor, que Dios las arrancara para dejarnos vivir tranquilos, satisfechos de nosotros mismos. Pero nos dice como a Pablo: «Te basta mi gracia». Y nosotros debemos repetir como él: «Me alegro de mis flaquezas, de los insultos, de las dificultades, de las persecuciones, de todo lo que sufro por Cristo».
Bastantes veces he oído decir: «Si fuésemos mejores, si la Iglesia fuera como la quería Jesús, si actuásemos como él, la gente aceptaría el mensaje del evangelio y no habría tanta incredulidad». Las lecturas de hoy demuestran que esta idea es ingenua. Nunca seremos mejores que Jesús, pero él también fracasó. No solo en Nazaret, sino en Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, Jerusalén… Sin embargo, nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Este es el gran ejemplo que nos da en el evangelio de hoy.
Comentarios desactivados en Domingo XIV del Tiempo Ordinario. 07 de julio de 2024
“La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto? Y, ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada?’
(Mc 6,1-6)
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús volviendo a Nazaret por primera vez desde el comienzo de su predicación. Debió de alegrarse de volver a encontrarse con familiares, amigos y vecinos que le han visto crecer. Sin embargo, el Jesús que llega es un hombre diferente, transformado. Y esto es lo que hace que la gente conocida lo rechace, no quiera escucharle ni crea en él. Se pensaban que lo conocían, pero solo lo hacían externamente. Jesús tiene para ellos palabras de libertad, una Buena Noticia que llene sus vidas de esperanza y de consuelo, y las manos preparadas para sanar, para restablecer, para vivificar, para fortalecer. Pero la gente de Nazaret desconfía de alguien que, siendo tan parecido a ellos, les llega con un conocimiento nuevo: “¿De dónde le viene esto?”
La sabiduría que perciben en Jesús es incomprensible porque no le ha venido de fuera, no se ha convertido en un erudito a fuerza de estudiar. La transformación que la gente ve le viene de un conocimiento interior, profundo, íntimo, de su Padre del cielo y de la humanidad.
Sorprende que, a pesar de darse cuenta de la sabiduría de Jesús, lo rechacen, no le escuchen ni confíen en él. Quizás era porque sentían que su mirada y sus palabras les travesaban. Llegaban hasta su fondo, les revelaban su verdad, les incomodaban. Porque los conocía demasiado bien, sabía qué podía pedir a cada uno, sabía los puntos débiles de cada cual.
El caso es que si quien hubiera predicado en la sinagoga de Nazaret aquel sábado hubiese sido alguien desconocido, venido de lejos, sin ninguna relación con el pueblo, que no tuviera ni idea de sus relaciones y comportamientos, el éxito habría estaba asegurado.
Todo esto hace pensar en lo que nos cuesta escuchar palabras verdaderas sobre nosotras, palabras de quien nos conoce bien, de quien no podemos engañar con victimismos ni falsas imágenes. Palabras venidas de aquellas pocas personas que nos aceptan incondicionalmente, que solo quieren nuestro bien, que crezcamos y mejoremos. Que nos traen de vuelta a nuestra realidad.
Nos resulta más fácil seguir ensoñadas con espejos distorsionados. A menudo estamos dispuestas a escuchar aquello que viene de fuera, de cuanto más lejos mejor, cuanto más exótico mejor. Nos atraen las novedades, las soluciones instantáneas, las últimas tendencias. Buscamos consuelo y compañía a través de la pantalla, no lo pensamos mucho a la hora de contar nuestra vida a alguien desconocido.
Mucho menos dispuestas estamos, en cambio, a abrir el corazón a la gente con quien nos encontramos cada día. A hablarles de nuestros dolores, alegrías, deseos, sueños, vacíos y plenitudes. De lo que vivimos con ellos, lo que nos cuesta y lo que nos da gozo. Y es esta gente, sin embargo, la que nos puede hablar de nosotras mismas. Hacernos encontrar con quien somos y con el Dios que nos habita. Compartirnos, dejarnos mirar, escuchar serenamente lo que tienen que decir quienes nos conocen bien, es transformador y nos lleva hacia una vida plena. Igualmente, las profundidades de los demás, escucharles con oídos atentos y mirada limpia, nos hace crecer en sabiduría, en comunión, en alegría, en paz, en conocimiento de Dios.
Oración
Trinidad Santa, transfórmanos desde dentro, ayúdanos a dejarnos mirar hasta el fondo y a mirar a las demás personas con ternura y respeto, y a poner ante ti lo que simplemente somos.
Comentarios desactivados en Conocer demasiado a Jesús puede llevarnos a rechazarlo.
DOMINGO 14º (B)
Mc 6,1-6
Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel, como Pablo, como Jesús, se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez infinitos.
Con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes de la religión. Sigue enseñando y liberando al pueblo oprimido. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables diferencias. Relatos paralelos encontramos en Jn y en otros textos sinópticos.
Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadran en una familia, (requisito indispensable para ser alguien). Hasta ese momento no habían visto nada anormal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario.
El texto griego no dice pueblo sino “patria”. Ni hace referencia al lugar geográfico, sino al ambiente social en que vivió. Llega con sus discípulos, convertido en un rabino que tiene seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm, pero con una actitud negativa.
En griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, intentan quitarle al texto la posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones.
Ese conocimiento total de Jesús les impide creer en él. Lo conocen muy bien, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan su enseñanza, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que no estaban de acuerdo con la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban.
Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta”, está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la característica de un profeta. El texto nos dice que, al no aceptarle, están rechazando a Dios. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por aquellos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy fuerte.
Un detalle más interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús.
El relato nos habla de la humanidad de Jesús. Nos confirma que no tiene privilegios. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como humano. Rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, rechazamos lo nuevo, aunque esté más de acuerdo con el evangelio.
Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.
Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo descubriremos siempre diferente. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas egoístas.
El verdadero profeta es el que habla del Dios desconcertante que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más antievangélico será siempre la persona o la institución instalada.
La trampa en que hemos caído es pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Lo grande del ser humano no es lo que no tienen los demás, sino lo que todos tenemos.
¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?
Tenemos tendencia a pensar que la vida pública de Jesús tuvo dos etapas distintas; la primera gloriosa en Galilea con multitudes que le seguían entusiasmadas, y la segunda dramática en Jerusalén, donde fue sometido a pasión y muerte.
Pero ésta es una percepción errónea, o al menos incompleta, porque la predicación de Jesús siempre estuvo marcada por la incomprensión. Ni sus amigos más cercanos le entendían, y aunque le seguían fascinados, tuvo que morir para que le entendiesen y creyesen en él (Jn 20,8).
¿Pero, por qué no le entendían?…
Pues porque eso era lo natural. Su misión era proclamar a Abbá —el Padre que nos ha engendrado por amor y nos perdona siempre y sin condiciones—, y precisamente en el origen de la misión estaba también el origen del problema; porque Abbá tenía poco que ver con el Dios que proclamaban los doctores y los santos de Israel.
Para cualquier israelita, la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición y lanzarse al vacío, y éste era un plato demasiado fuerte para el que no estaban preparados. Por eso, todo cuanto le escuchaban lo amoldaban a la horma de sus tradiciones y acababan interpretándolo en clave política. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias.
Los escribas y fariseos habían rechazado su mensaje desde el principio y le habían sometido a un permanente acoso. Primero le acusaron de blasfemo (Mc 2,7) y luego de actuar en nombre de Belcebú (Mt 12,24). Pero quizá lo más doloroso fue que sus familiares tampoco le entendiesen y fuesen a buscarle para llevarlo a casa porque pensaban que estaba loco (Mc 3,21). En Nazaret fue rechazado por sus antiguos vecinos (Mc 6,6), y tras la multiplicación de los panes y los peces, una muchedumbre quiso proclamarle rey (Jn 6,15), y al negarse, se produjo tal desbandada entre sus seguidores que tuvo que replantearse todos sus planes.
Pero su enfrentamiento con escribas y fariseos no se limitó a discusiones dialécticas, sino que en varias ocasiones corrió peligro su vida. Después de la curación en sábado del hombre de la mano paralizada, los fariseos se conjuraron con los herodianos para matarle (Mc 3,6). Cuando visitó Nazaret, sus vecinos no le admitieron como profeta y quisieron despeñarlo (Lc 4,29). En la fiesta de los Tabernáculos, los sacerdotes y los fariseos mandaron alguaciles para prenderle, pero volvieron con las manos vacías: «Jamás hombre alguno habló como éste» (Jn 7,47) …
Y así hasta la cruz. No, la vida de Jesús nunca fue un camino de rosas y podemos imaginar que en muchos momentos se habría sentido frustrado y fracasado, pero tuvo el coraje de mantener su compromiso hasta el final.
Fascinante, Jesús.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Las lecturas de este domingo nos sitúan en unas categorías que nos resultan un tanto extrañas y sin embargo sus raíces bíblicas y su actualidad tienen una gran fuerza. Es el contraste Profeta-Rey.
A primera vista, tanto uno como otro, nos pueden parecer dos papeles desfasados que poco tienen que ver con nuestra realidad actual. Pero adentrémonos un poco en el concepto de Rey y comprenderemos que tiene que ver con el poder económico y político. Hoy, quizá como nunca antes, es evidente que el poder corrompe.
Profeta es quien anuncia la palabra de amor y quien denuncia la manipulación y la injusticia del poder, es decir, del Rey. No anuncia ni denuncia desde sí mismo sino desde la experiencia de miseria del pueblo y desde las exigencias de justicia de Dios.
Muchas veces nos situamos frente al poder opresor en actitud de protesta y desde el discurso teórico. Es fácil señalar la injusticia del otro sin mirarnos a nosotrxs mismxs. No nos resulta fácil aceptar que caemos en los mismos patrones aunque los critiquemos.
Llevo varias semanas traduciendo con Magda Bennásar, compañera de comunidad, los doce principios de la humildad de la regla de San Benito, descritos y actualizados por la benedictina Joan Chittister, autora norteamericana muy conocida.
El evangelio nos lo presenta muy claro: “¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María….? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?” (Marcos 6: 1-6)
Cuando alguien despunta a nuestro lado en seguida ponemos en tela de juicio lo que hace, lo que dice, poniéndonos en evidencia a nosotros mismos. ¿Por qué nos cuesta tanto alegrarnos de la posibilidad de que Dios se esté manifestando a través de esa persona?
Desde el principio el cristianismo estuvo lleno de conflictos, provocados tanto desde fuera como desde dentro de las mismas comunidades cristianas.
La naturaleza humana “salta” rápidamente cuando siente que se le hace de menos, que se le trata de imponer algo, y luchamos con todas nuestras fuerzas por defender nuestra visión a costa de lo que haga falta. El amor propio es el que impera por encima de todo y de todos.
En la segunda lectura de este domingo, 2 Cor 12, 7-10, dice Pablo: “Para que no me engría”… ¿De qué se habría de engreír Pablo, por qué tendría que saltar la soberbia? “Por la grandeza de estas revelaciones” dice en el versículo 7. Esa tendencia tan humana que experimentamos todos de apropiarnos de lo que Dios nos concede gratuitamente sin necesidad de que hagamos nada para merecerlo.
Esas revelaciones, esas experiencias tienen sentido cuando las ponemos al servicio de la comunidad. No se nos regalan para nuestro propio beneficio y el peligro es creer que son nuestras.
Y mucho más quienes se otorgan la enseñanza de la fe cristiana por el título que se les ha concedido, sin respetar que los criterios se disciernen en comunidad y que nadie, absolutamente nadie tiene la exclusividad de la “inspiración divina”.
Me refiero sí, a obispos que en lugar de pastores parecen jueces, a sacerdotes que creen que el sacramento les convierte en personas con el poder de decidir sobre toda la comunidad. Y a cada uno y cada una de nosotras que en nuestra parcela nos creemos dueños y señores y también podemos actuar con un absolutismo que da miedo.
“Para que no tenga soberbia me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea para que no sea soberbio”.
¿A qué o a quién se está refiriendo? No lo sabemos pero si sabemos que hay circunstancias en nuestras vidas que nos colocan en nuestro sitio. Una enfermedad, una relación difícil, mi propio carácter…se pueden convertir en dificultades grandes para lo que yo creo que es el plan de Dios. Por eso solemos pedirle que nos libre de todo ello.
“Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. Recuerdo en los principios de mi vida consagrada cómo acudía a esta Palabra intentando convencerme de ella aunque me parecía prácticamente imposible que fuera verdad. ¿Cómo es posible que algo que parece tan contradictorio sea efectivamente el camino del que Dios se sirve para nuestra transformación?
A fuerza de experiencias, duras muchas veces, de sentir no solo la debilidad sino también esa fuerza de Dios que no sabemos de dónde viene, aprendemos a retirarnos para dejar pasar al Espíritu.
Solo lo entiende quien ora; vivir desde esta dimensión solo es posible desde el corazón, no como algo opuesto a la razón sino como unificación de los dos, mente y corazón.
Nuestra Iglesia necesita un cambio radical, olvidarse del poder del “Rey” y entrar en la dimensión profética, entendida no como anuncio o denuncia desde sí mismo, sino como consecuencia de la escucha a Dios y al pueblo.
Este mensaje es para todos y todas. Abandonar el dominio y el poder opresivo a través de la conversión y la reconciliación y pasar a estar a la sombra del Espíritu.
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Domingo XIV del Tiempo Ordinario
7 julio 2024
Mc 6, 1-6
Ningún especialista duda de que los textos evangélicos son obra de las primeras comunidades cristianas que, en un proceso de elaboración nada sencillo, trataban de dar contenido y coherencia a la fe que empezaban a vivir. En ese sentido, los evangelios no son tanto crónicas, cuanto catequesis que buscan sostener, alimentar y difundir la fe en Jesús como Mesías (o Cristo).
Por ese motivo, no parece que podamos conocer nunca las palabras auténticas de Jesús, por más que haya sido este un intenso objeto de indagación por parte de biblistas y teólogos, que perseguían llegar a formular con precisión las “ipsissima verba Jesu” (las mismísimas palabras de Jesús).
Con todo, parece un dato histórico que la gente de Galilea lo reconocía como un “maestro de sabiduría”. Sin duda, porque hablaba desde la experiencia, la integridad, la coherencia y el amor.
La persona sabia no es la que repite discursos aprendidos de otros ni la que se conforma con creencias. No se acomoda resignada en un pensamiento perezoso que repite lo que le han enseñado, sino que cuestiona incansablemente el dogma y las creencias heredadas y consideradas intocables. Habla de lo que ha vivido y ha visto, ha sido transformada por ello y lo ofrece de manera desapropiada, no buscando la conformidad con lo que dice, sino como invitación para que cada cual indague y verifique por su cuenta la verdad de lo que escucha.
Las creencias son siempre un conocimiento de segunda mano y no aportan nada nuevo; simplemente, otorgan una falsa sensación de seguridad mientras se mantiene la adhesión o la fe, pero en realidad son incapaces de ofrecer consistencia. Se trata de ideas escuchadas a otros, por lo que, al repetirlas, suenan vacías de sabor. Y no solo no aportan nada nuevo, sino que, al prestarles adhesión y tomarlas como “verdaderas”, cierran el paso a la búsqueda e indagación de la verdad. En realidad, el dogma es la anti-comprensión.
Las palabras de sabiduría, por el contrario, aportan verdad y se hallan dotadas de sabor, novedad y frescor. No se trata de un sabor necesariamente “dulce” -con frecuencia, cuestionan, remueven y perturban- ni de una “novedad” esnobista, que buscara aplauso o admiración. Son palabras siempre nuevas, porque no nacen de la mente -de lo aprendido-, sino que expresan lo vivido y experimentado. Por eso resuenan con facilidad en quienes las escuchan, despertando, en esa resonancia, la sabiduría que habita en todo ser humano.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Dos aspectos presiden la Palabra de este domingo:
La dimensión humana de Jesús: Encarnación.
Jesús como profeta: el profetismo en la vida de las comunidades cristiana
01.- Dimensión humana de Jesús
Las lecturas de hoy, especialmente la del evangelio, son una meditación sobre la dimensión humana de Jesús.
La pregunta sobre quién era Jesús es frecuente en los evangelios, especialmente en el de Marcos. ¿Quién es éste? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven aquí con nosotros?”
Muchas personas pensamos que Jesús fue una especie de extraterrestre, algo así como un “niño prodigio” que vino a este mundo de manera casi “mágica”, entró en nuestra historia, pero en realidad lo humano y terrestre de Jesús tenía poco o ningún interés.
Pero JesuCristo no fue un “ovni” o un extraterrestre aterrizado de los cielos, del olimpo de los dioses., Jesús fue hombre, ser humano como nosotros. Jesús crecía entre nosotros en sabiduría, gracia…
Por eso, los treinta años de “vida oculta” de Jesús, la historia humana de Jesús no fue un pasar el tiempo, esperando lo realmente importante, que era su predicación, muerte, resurrección y la marcha de este mundo.
Esta visión de un Jesús celeste malamente podría ser de la religión y filosofía griegas, pero no es una lectura cristiana de Jesús.
La imagen de un Mesías celeste, angelical, puramente divino estuvo presente ya entre las primeras desviaciones del pensamiento cristiano. Se llamaba el gnosticismo: es algo que se dio especialmente en algunos cristianos de las comunidades de S Juan. Si Jesús era Dios, no podía ser hombre. Los dioses están con los dioses en el cielo, en el olimpo. Jesús tenía apariencia humana, pero no era humano.
Por esto el NT subraya la dimensión humana de Cristo: el Verbo se hizo carne (Juan 1). No se hizo ángel o un ser celeste, sino hombre.
Los paisanos de Jesús -lógicamente y por contraposición- le ven como el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de sus hermanos y hermanas. Pero muchos de los parientes de Jesús no llegarán a ver en Jesús la expresión de Dios, el logos, el hijo de Dios.
Siempre la cuestión es ver en la materialidad de las personas y de la vida “algo más”: transcendencia, transfiguración…
En el hijo del carpintero podemos ver a Cristo y lo que él significa. El hijo de Dios es el hijo del carpintero.
Y a Jesús, a Dios, le vemos en el pobre, en el marginado, en los más débiles y sencillos de la vida.
02.- Hubo un profeta
En la lectura de Ezequiel nos dice que: el pueblo rebelde sabrá que hubo un profeta. Al mismo en el evangelio Jesús dice que es despreciado como profeta por su propio pueblo.
Profeta no es el que adivina el futuro: ese es un mago o vidente o agorero. Profeta es la persona lúcida y libre que sabe leer los acontecimientos de la historia desde la profundidad de la razón y de la fe. Profeta es el que hace de contrapunto del pueblo.
Cuando el pueblo se aleja de Dios, de la verdad, el profeta es el que le recrimina y le llama a la conversión. Por contra: cuando el pueblo se siente hundido, abandonado en el destierro, en la calamidad, el profeta es el que anima al pueblo… El profeta es el que anuncia y denuncia:denuncia las miserias, el pecado y anuncia un porvenir, un futuro mejor.
Por esto generalmente el profeta no está bien visto por el poder, por la jerarquía. El profeta siempre es incómodo, porque a las instituciones, a los sistemas y estructuras de poder les molesta mucho que les critiquen sus defectos y corrupciones. A todos nos gusta escuchar únicamente alabanzas y que nos rían “las gracias”. Por ello generalmente los profetas son perseguidos, aniquilados. Desde Juan Bautista, al que le cortaron la cabeza, hasta Oscar Romero, al que le dieron un tiro y sobre todo Cristo, al que el mundo religioso y político llevó también a la muerte en cruz, los profetas han sido y son marginados y eliminados.
03.- Profetismo en la Iglesia.
Entre los muchos servicios y ministerios que se dieron en la Iglesia naciente: maestros, doctores, misioneros, incluso mujeres diaconisas, etc., hubo profetas.
En las comunidades nacientes del NT, había profetas, pero pronto desaparecieron, porque los auténticos profetas son siempre incómodos.
Los profetas son incómodos pero necesarios.
Es abusivo y falso pensar que Dios habla y actúa únicamente por voz de la jerarquía, del poder y de los funcionarios. Dios también habla a su pueblo y a la humanidad por voz de los profetas.
Es importante que no olvidemos el profetismo en la Iglesia. Dios siempre promueve profetas en la historia y en su Iglesia.
¿Qué duda cabe de que Mons Oscar Romero y Helder Cámara fueron profetas en el continente sur de América? S Francisco de Asís, algunos misioneros en África han sido auténticos profetas, como lo fueron aquellos jesuitas de los ss XVII y XVIII en las misiones de los guaraníes en el Paraguay. Ignacio Ellacuría y los compañeros mártires fueron profetas mártires en el Salvador (1989). Juan XXIII tuvo aquel gesto profético de convocar el concilio frente a una iglesia asfixiada por la ley y los funcionarios curiales. Lo mismo Pablo VI, hombre profundamente religioso, respetuoso y profético que pacientemente -aún con sus dudas- llevó adelante e introdujo el Vaticano II en las venas de las comunidades cristianas. El P Arrupe fue también profeta que vertió la Compañía de Jesús a los moldes de la teología de la Liberación por lo que no fue bien tratado por la jerarquía.
Qué duda cabe que aquel grupo de excelentes teólogos del Vaticano II fue un grupo profético: recordemos entre otros muchos a Rahner y a Häring, padres de la teología y de la moral modernas
Nos hace bien que el profetismo siga vigente en las comunidades cristianas. Y es necesario que siga existiendo. Los servicios y ministerios en la Iglesia no se pueden reducir a un funcionariado… ¡No apaguéis el espíritu! (1Tes 5,19-20) dice San Pablo.
La sinodalidad en la que está inmersa la Iglesia desde hace algún tiempo, no puede quedarse reducida a “permitir y / o prohibir” algunos aspectos de tipo disciplinar-eclesiástico moral: el celibato, la homosexualidad, divorcios, liturgias, etc.
Si la sinodalidad no camina por cauces proféticos audaces no hará que el evangelio se abra a la “nueva gentilidad” postmoderna de nuestro tiempo, como San Pablo llevó la buena nueva a la gentilidad de la cultura grecorromana.
Nos hacen falta profetas que vean y piensen la situación y los problemas de las comunidades cristianas y de la sociedad actual. Repetir y repetir no evangeliza. Hace falta lucidez, aliento vital, audacia profética para servir y ayudar a las comunidades cristianas.
Comentarios desactivados en “Que escuchemos a Jesús, profeta de Nazaret”, por Consuelo Vélez
Comentario al evangelio del domingo XIV del Tiempo Ordinario 07-07-2024
Sus “parientes”, los de “su casa”, no reconocen a Jesús como profeta, sigue vigente la necesidad de “entrar a la casa del discipulado” para reconocerlo
El rechazo a Jesús que narra el evangelio de Marcos y que sufrió la primera comunidad cristiana, hoy sigue vigente, pero no necesariamente en el mundo secular sino entre algunos que se dicen creyentes de donde viene menos evangelio, menos reino de Dios, menos seguimiento al Jesús de la historia
Salió de allí y vino a su patria y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada y decía:
– ¿De dónde le viene esto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿y muchos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo:
+ “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y su casa carece de prestigio”.
Y no podría hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe.
(Mc 6, 1-6ª).
El evangelio que hoy se pone a nuestra consideración se refiere a la vuelta de Jesús a su patria, Nazaret -aunque en el texto no se dice el nombre-, pequeña población donde resulta muy fácil que todos se conozcan. Jesús entra a la sinagoga -en el evangelio de Marcos esta sería la tercera vez que Jesús va a una sinagoga y, al mismo tiempo, será la última. Allí se dispone a enseñar. Pero, aunque una multitud le oía y quedaba maravillada, no faltaron los que no podían aceptar que Jesús tuviera tantas palabras de sabiduría, habiendo nacido entre ellos. El pasaje nos da algunos datos de aquel contexto, como, por ejemplo, los nombres de la familia de Jesús, nombres que pertenecen a lo más propio de Israel y, en ese contexto de conflicto social con el Imperio, pueden significar resistencia frente a este. Además, se dice que Jesús es carpintero (Tekton), término que se aplica a los que trabajan con materiales duros(distinto que a los que trabajan con arcilla). Por tanto, se podría decir que Jesús era constructor o incluso se podría decir que herrero, si acogemos otro significado del término.
Lo que interesa resaltar es el rechazo que Jesús sufre por parte de los suyos. El evangelio de Marcos lo escribe una comunidad perseguida, con lo cual, muestra, en el rechazo a Jesús, su propia persecución. El texto retoma el tema de que los “parientes”, los de “su casa” no lo reconocen como profeta. Recordemos el pasaje que hace poco leímos de que llegan a buscarlo su madre y sus hermanos y Jesús les dice que la familia que se forma en torno al discipulado, no es la familia de sangre sino la de aquellos que escuchan la palabra y la practican. Sigue, entonces, vigente la necesidad de entrar a la casa de discipulado, no quedándose fuera, sin querer entrar a la casa.
El texto añade que no pudo hacer casi ningún milagro por la falta de fe de sus destinatarios. Ahora bien, el milagro, en los términos actuales, se entiende como algo extraordinario y la pregunta es cómo se hizo aquello y al no poderlo explicar por la ciencia, se dice que es un milagro. En tiempos de Jesús, la pregunta es cómo se descubre la presencia de Dios en un acontecimiento y en eso consiste el milagro. No va por la línea de cosas extraordinarias sino por la de la experiencia de fe que permite reconocer a Dios actuando en la cotidianidad de la existencia. Recobrar ese significado, que es profundamente bíblico, es bien importante en la iglesia actual, donde todavía se explota lo extraordinario, dando paso a una religiosidad más basada en demostraciones que en la sencillez y cotidianidad del reino anunciado por Jesús.
Frente a este evangelio podemos preguntarnos si no sigue pasando esto en la iglesia actual. Los que se creen dentro no reconocen muchas veces lo más esencial del evangelio. Muchas veces son los que más se oponen a la reforma eclesial, a la sinodalidad, a la paz, al perdón, a la misericordia, al servicio, a la defensa de los derechos humanos, a la justicia social. Algunos dirán que no es así. Que por supuesto los cristianos están a la vanguardia de estos valores. Posiblemente hay muchos cristianos que lo están, pero las evidencias muestran lo contrario. Lo que dijeron los obispos reunidos en Puebla, hace más de cuarenta años: “Es un escándalo y una contradicción a la luz de la fe, la brecha inmensa entre ricos y pobres en nuestros pueblos latinoamericanos”, sigue vigente. Más evidente aún, es la oposición que se hace al papa Francisco desde instancias eclesiales. En definitiva, el rechazo a Jesús que narra el evangelio de Marcos y que sufrió la primera comunidad cristiana, hoy sigue vigente, pero no necesariamente en el mundo secular sino entre algunos que se dicen creyentes de donde viene menos evangelio, menos reino de Dios, menos seguimiento al Jesús de la historia.
De Nazaret sale la predicación del reino. De la fe de los que siguen estos valores sale la posibilidad de transformar nuestra realidad actual. Ojalá que seamos de aquellos que reconocemos la presencia de Dios en medio de nuestros acontecimientos y no de los que rechazamos al mismo Jesús con nuestros actos y decisiones.
(Foto tomada de: https://bibliaycomunicacion.wordpress.com/category/sinagoga-de-nazaret/)
Comentarios desactivados en El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido… Para dar libertad a los oprimidos
Una llamada a la entrega, al compromiso de seguirle sólo a Él:
*
Preguntas para subir y bajar el monte Carmelo
(A Gustavo Gutiérrez,
maestro espiritual
en los altiplanos de la Liberación,
por su itinerario latinoamericano
“Beber en su propio pozo”).
«Por aquí ya no hay camino».
¿Hasta dónde no lo habrá?
Si no tenemos su vino
¿la chicha no servirá?
¿Llegarán a ver el día
cuantos con nosotros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?
¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?
¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?
¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Viento calle
¿qué oiréis en la oración?
Si no oís la voz del Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Que daréis por sacramento
si no os dais en lo que deis?
Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad
¿quién proclamará el misterio
de la entera Libertad?
Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si al andar se hace camino
¿qué caminos esperáis?
(Desde la Amazonia brasileña,
en tiempos de probación
y de invencible esperanza criolla).
*
Pedro Casaldáliga El Tiempo y la espera. Sal terrae, 1986
***
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
– “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
– “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”
*
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
***
El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos.
A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. Él era el ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes. Los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías.
Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos.
Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas a resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes allanar su llegada.
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E. de Luca, Ora prima,
Magnano 1997, pp. 75-77, passim.
Comentarios desactivados en Jesús, familia pendiente (2) Hijo de Dios, nacido de mujer
Del blog de Xabier Pikaza:
Este es un tema complejo y debe plantearse desde diversas perspectivas exegéticas e históricas, biológicas y antropológicas, existenciales y culturales, eclesiales y dogmáticas… Es un tema poliédrico, que ha de mirarse desde planos distintos, con respeto ante los textos, con fidelidad ante las tradiciones de la Biblia (libro poliédrico) y de la la tradición eclesial, que es también multiforme.
Yo mismo presente hace algún tiempo (Orígenes de Jesús, Salamanca 1976) lo que entonces se sabía y decía. Han pasado decenios, son muchas las cosas que se han dicho, y tendrán que decirse todavía en un plano bíblico y simbólico, existencial y antropológico.
El tema no se centra en el posible “milagro biológico” de Jesús, sino en milagro total de su vida, que es divina, siendo totalmente humana, conforme al dogma de Calcedonia (año 451). Hoy estamos en condiciones de plantear y entender mejor, no en clave apologética (para defender posibles dogmas separados del contexto), sino evangélica y eclesial, sabiendo que en el nacimiento y vida de Jesús todo es humano, siendo al mismo (¡por eso!) totalmente divino.
Significativamente se ha elaborado más y mejor la vertiente de la madre (mujer, María), y se ha dejado en la sombra la función de Jesús, un “hijo de David” destronado. Los textos le han visto como signo de superación del patriarcalismo davídico, pero no han elaborado (que yo sepa) su aportación masculina. Queda pendiente ese tema, y su relación con María, madre de Jesús, a quien la Iglesia ha presentado gozosamente como arquetipo de mujer, virgen y madre, en una línea que hoy (2021)debe replantearse.
| X Pikaza
1. Interpretación del nacimiento, una historia fecunda.
‒ Pablo.Hacia el 52/56 d.C., él afirma que Jesús nació de mujer, bajo la “ley” (Gal 4, 4), y que era descendiente (hijo) de David según la carne (Rom 1, 3-4), descendiente de los israelitas (Rom 9, 5), pero su vida y familia “carnal” resultaba secundaria, pues él pensaba que, en ese plano, Jesús había sido un mesías judío “fracasado” (muerto en Cruz, por “gracia” de Dios), y que su novedad mesiánica (salvadora) comenzaba con la resurrección, en el momento en el que Dios le había constituido Hijo suyo, superando así la “ley”, es decir, el mesianismo davídico.
Por eso, en principio, Pablo no se interesó por la “familia” histórica de Jesús, sino por su muerte y su resurrección. Y, sin embargo, paradójicamente, él reconoció la importancia de Santiago y de otros hermanos de Jesús, a quienes cita con gran respeto, como “hermanos del Señor” (Gal 1, 19; 2, 9; 1 Cor 9, 5; 15, 7).
‒ Marcos.Hacia el 70/74, escribe una biografía mesiánica de Jesús Hijo de Dios, insistiendo como Pablo en su muerte-resurrección, pero añadiendo (en mirada retrospectiva) que él (Jesús) era ya Hijo de Dios en su vida “adulta” (a partir de su bautismo: Mc 1, 9-11), como mensajero del Reino, de manera que ya no vivió ni murió como un “hombre cualquiera” (cf. Flp 2, 6-11), sino como Hijo de Dios. De todas formas, Marcos no ha dado importancia al nacimiento de Jesús, ni a su filiación davídica (discutida y posiblemente negada en 12, 35-37), sino que ha destacado su mesianismo a partir de su misión en Galilea y Jerusalén, tras el bautismo.
Marcos sabe que la madre de Jesús se llamaba María y que tenía varios hermanos (cf. 6, 2-4), pero no ha querido contar su nacimiento, añadiendo además que él tuvo que distanciarse de esos hermanos y de su misma madre (Mc 3, 20-22. 31-35), que no supieron comprender ni aceptar (al menos al principio) el carácter universal (no davídico) de su misión y de su entrega por el Reino.
‒ Mateo y Lucas recogieron algunos años más tarde, hacia el 80-90 d.C., una tradición ya establecida que presenta a Jesús como Hijo de David en un plano judío (como supone Rom 1, 34 y ratifica Rom 15, 8), pero añadiendo que él no es sólo Cristo, Hijo de Dios, a partir de su bautismo (Mc 1, 9-11), sino que lo es desde (a partir de) su mismo nacimiento, por obra del Espíritu, asumiendo y superando su genealogía “física” davídica (que sólo se ha cumplido en un plano de “carne”). Desde ese fondo, con gran finura teológica, Mateo y Lucas afirman que Jesús es Hijo de Dios habiendo sido engendrado por obra del Espíritu Santo y habiendo nacido de María Virgen, de manera que toda su vida puede y debe interpretarse como historia de Dios.
En un nivel, esos motivos (concebido por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen María) podrían entenderse en forma mitológica, como si el Espíritu divino fuera un agente físico/biológico, capaz de fecundar a María de manera que ella siguiera conservando intacta su “virginidad” biológica. Pero de hecho, superando ese nivel mitológico/biológico, Mt 1-2 y Lc 1-2 suponen que él Espíritu actúa y engendra por María de un modo “divino”, no como sustituto del semen masculino, sino como fuente de vida trascendente, como signo y sentido de todo nacimiento humano (pues cada persona brota de un modo especial de Dios, a través de sus padres y/o educadores)[1].
2.Mateo 1-2. Cumplimiento y superación de la paternidad de José. Más allá del mesías davídico
Mateo comienza ofreciendo una genealogía masculina de Jesús (de Abrahán a David, y de David, por el exilio, a José, esposo de María), pero introduce en ella cuatro mujeres irregulares (Tamar, Rahab, Rut, Betsabé) que simbolizan y expresan la acción divina (Mt 1, 1-17) que José, hijo de David, debe aceptar:
El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que cohabitaran, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su esposo, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla en secreto. Y mientras pensaba en esto, un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella ha sido engendrado es del Espíritu Santo…Mt 1, 18-23).
Estamos ante un nacimiento perfectamente humano, siendo totalmente divino. Así se dice en forma simbólica que antes de que José cohabitara con María, su “desposada”, ella aparece “encinta”, por obra del Espíritu de Dios. José no lo sabe y, lógicamente, siendo justo (fiel a la ley), debe abandonarla, aunque quiere hacerlo en secreto, para no difamarla. Pues bien, en este contexto se introduce el ángel de Dios, que revela a José el misterio, exigiéndole que se convierta y que acepte a María como esposa, reconociendo a su hijo. Solamente así, José, el padre/patriarca, se vuelve verdadero padre de Jesús, en el sentido radical de la palabra, colaborando con María; no es que sea “menos” padre, sino “más”, padre en sentido verdadero, humano, colaborando con Dios, que es quien actúa en María, la madre de Jesús.
‒ José, hijo de David (Mt 1, 20),un padre convertido. Naciendo de María, Jesús rompe el orden patriarcal (=nacional) de Israel, de forma que en un nivel antiguo su origen resulta irregular: No es “mesías” por genealogía física (davídica), como anunciaban las tradiciones nacionales, sino por “promesa” y acción salvadora de Dios (cf. Rom 9, 8). Por eso, José debe renunciar a su paternidad mesiánica impositiva (en clave israelita), superando el nivel de la generación biológica (que convertiría a su hijo en una propiedad suya), para aceptar de un modo “personal”, por fe (como don superior de Dios), al hijo de María, convirtiéndose de esa forma en padre verdadero, no en menos, sino en más, en línea verdaderamente humana.
‒ Más que la colaboración materna de María (que se da por supuesta) a Mateo le interesa la transformación paterna de José, de manera que él aparezca como verdadero padre, superando el nivel biológico y patriarcal, para situarse en el nivel de la palabra y del servicio humano. José debe transformarse así en nuevo esposo y padre creyente, superando el nivel biológico/patriarcal, para volverse “marido y padre creyentes”, un hombre que confía en su mujer. a quien acepta como portadora de un mensaje de Dios, y confía también en su hijo, a quien recibe, educa y acompaña como don y presencia de Dios.
‒ María, madre del Hijo de Dios. De ella no se dice nada, sino que ha concebido por obra del Espíritu (cf. Mt 1, 18-25), para añadir que los magos, viniendo de Oriente, para adorar al Rey de los Judíos (Mt 2), le descubrieron en sus brazos (Mt 2, 11). Por encima de todo posible argumento, esta imagen de la madre con el niño nos sitúa en el centro de una más alta dinámica familiar, en la línea de la “profecía” del Emmanuel (Is 7, 23), cuyo cumplimiento ha destacado el evangelista al afirmar que todo sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta: “La virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt 1, 23). Ésta es la palabra esencial de la nueva revelación de la familia (centrada en la madre y el hijo) según el evangelio de Mateo. José no puede ya actuar como “señor” de la familia (patriarca), sino como protector y amigo de la madre, y como educador humano de su hijo, al que introduce en el camino de la filiación davídica, que Jesús recreará, superando (rechazando) la visión antigua de su mismo padre.
José aparece así como custodio y garante de una palabra que le transciende, es decir, de la vida de Dios que se expresa y despliega a través de María, su prometida. El texto (Mt 1-2) no dice cómo ha sido, no se detiene a precisar la forma de colaboración que se ha dado entre el Espíritu de Dios y María, pues ello pertenece al misterio superior de lo divino, pero afirma que María pertenece al despliegue generador de Dios y que se encuentra así en el centro de la nueva familia mesiánica, con Jesús en sus brazos. Pues bien, en ese contexto, José resulta necesario para guiarles a los dos (María y Jesús), de modos distintos, acompañando a María y educando mesiánicamente a Jesús, hasta que supera los peligros de la infancia, la persecución de Herodes, y vuelva a Nazaret (Mt 2, 1-23). De esa manera actúa y se convierte en verdadero padre humano[2].
3. Concepción por el Espíritu, palabra de María (Lc 1-2)
El evangelio de la infancia de Lucas constituye quizá, con el de Mateo, la revelación más alta de la familia en la Biblia, y nos sitúa en el lugar donde la maternidad (y paternidad) puede entenderse como diálogo con Dios, retomando y recreando el motivo de Gen 2-4. Por eso, más que en José, Lucas ha insistido en la importancia y colaboración de María, la mujer, que aparece ya, implícitamente, como nueva Eva.
1. Un relato de nueva creación.Eva, la mujer del principio (Gen 3) parecía inclinarse a dialogar con la serpiente (no con Dios) para descubrir el sentido y meta de su maternidad, como iniciadora de un camino de creatividad personal en el que venía a implicarse luego Adán, a quien daba también la manzana (cf. cap. 1). Pues bien, María, la nueva mujer de Lc 1-2, dialoga con el “ángel”, que le promete un niño, que será el mesías, la nueva humanidad, y así, estando desposada con un hombre llamado José, de la casa de David, acepta la palabra de Dios que le promete un hijo, y lo hace dialogando con autoridad, como persona madura, dueña de sí misma, poniendo una dificultad esencial: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?” (Lc 1, 34). Es como si dijera que su relación con José resulta insuficiente, que nunca un hombre saciará su deseo, que hay algo en su vida, y en la palabra de Dios, que se abre más allá de su relación con un varón. En ese contexto se sitúa la respuesta del ángel, que eleva de nivel su pregunta y su argumento:
El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, lo que nazca será Santo, se llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios (Lc 1, 35-37).
Todo esto sucede al sexto mes, como había anunciado el narrador al comienzo de la escena (Lc 1, 26) evocando la historia de Isabel, esposa del anciano Zacarías, que había concebido conforme a la promesa del ángel, por obra Zacarías (cf. Lc 1, 5-25). María concebirá por gracia del Espíritu santo, como le ha prometido el mismo ángel Gabriel. El texto no dice que Dios sustituya con su Fuerza en clave seminal el esperma de Abraham, de David o de José, sino que actúa en un plano de trascendencia, sin negar lo humano, sino expresándose como divino en la misma trama de la historia, superando así un nivel de patriarcado humano.
La tradición del NT supone en varios casos que el esperma de Abraham o David, es decir, la potencia engendradora de la vida, que se transmite a través de una historia de varones, forma parte de la promesa mesiánica (cf. Lc 1, 55; Hch 3, 35; 13, 29; Gal 3, 16-19; Rom 1, 3; Jn 7, 42). Es claro que ese esperma no aparece en esos textos como simple semen masculino, sino como signo de Dios y promesa de vida. Pues bien, en esa línea, pero superando ese nivel de “esperma humano”, ha de entenderse la palabra del ángel a María: ¡El Espíritu Santo vendrá sobre ti…! Toda concepción y nacimiento humano es signo y presencia del Espíritu de Dios, y de un modo muy especial la concepción y nacimiento de Jesús por María.
Ella ha preguntado a Dios (como Moisés en Ex 3,11-12): ¿Quién soy yo, cómo será? Y Dios le ha escuchado y respondido, mostrándole el sentido más profundo de su acción, como diciendo: “No importa ahora lo que seas tú, sino Quién soy yo…”. El mismo Dios se revela de esa forma en la concepción de María, que no es una mujer sometida a José, sino que tiene palabra y dialoga con Dios, diciendo de algún modo “yo soy”, de manera que Dios se hace presente (como Yahvé, el que es) por medio de Jesús, su hijo. La objeción de la madre (¡no conozco varón!, Lc 1, 34) nos hace superar así el patriarcalismo entendido como dominio del hombre sobre la misma mujer y la vida.
Fiat. Maternidad dialogada con Dios.Ningún varón como tal (por sí mismo), pero tampoco ninguna mujer, puede hacer que surja una persona humana. Es necesaria una presencia superior, la acción y vida de Dios, y así lo entiende María, respondiendo: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra» (1, 38). El tema biológico queda así “velado”, pues en sí mismo resulta insuficiente para que se produzca un verdadero nacimiento “humano”. Los hijos, en cuanto humanos (personas) nacen de la palabra de los padres y de la presencia de Dios, que aparece así como fuente radical de la vida humana. Ninguna persona es “producto” fabricado por otras personas humanas, sino que cada una presencia y revelación de Dios.
El nacimiento de Jesús revela, según eso, un elemento esencial de toda concepción y nacimiento humano y de esa forma nos sitúa ante el lugar y sentido del verdadero engendramiento, que es la “palabra”. Dios habla (le ofrece y le pide la palabra), y María empieza respondiendo he aquí (=aquí estoy, en griego idou, en hebreo hinneni), para así comprometerse con su vida entera, en cuerpo y alma, en lo divino (Lc 1, 38). Dios no le ha obligado, no le ha impuesto ninguna carga, pues María no es su esclava, sino que le ha pedido permiso, ha dialogado con ella. Sólo por eso, porque Dios libremente ha llamado, ella puede responderle ¡he aquí la sierva!
Dios ha pedido, ella responde. Ella ha esperado y Dios le ofrece su palabra hecha carne, el Hijo de su entraña, Jesucristo. Sólo cuando dice fiat (genoito, hágase), Dios pues hacerse y ser Trinidad de amor en la historia. María responde así, y se compromete, libremente. Al situarse en el lugar donde la Palabra de Dios se encarna (Jn 1, 14), ella actúa como signo de la humanidad, a favor de todos (cf. Lc 1, 26-38). Ella ha dicho que no conoce varón en un determinado plano de matrimonio patriarcal, dominado por los esposos. Pero ahora descubre, por encima de ese plano, un nivel más alto de presencia y acción de Dios, que realiza su acción a través de ella, que tiene la última palabra, pero no a solas, sino con Dios, diciendo fiat (genoito), que significa “hágase, hagamos”.
4. Excurso. La madre, presencia y mediadora de Dios en el Antiguo Testamento
Desde ese fondo quiero evocar algunos textos básicos del AT, que nos permiten comprender la mediación de María, Madre de Jesús, en el nacimiento de su hijo. Por un lado, el AT es radicalmente “patriarcal”. Pero en otro sentido en el surgimiento de los niños en el vientre de la madre desaparece la función del madre. Como he dicho, éste es un tema que debe “recrearse”. Aquí me limito a citar unos textos que nos permiten situar el contexto judíos del “surgimiento de Jesús”, hijo de Dios, en el vientre de su madre. Desde ese fondo debemos afirmar que cada niño es “hijo de nacido”, nacido de mujer (de virgen), lo mismo que Jesús.
a) Sal 22, 10 Tú eres quien me sacó del vientre, | me tenías confiado en los pechos de mi madre;11 desde el seno pasé a tus manos, | desde el vientre materno tú eres mi Dios.
Cuando el orante afirma que ha sido concebido y sacado del vientre de su madre por el mismo Yahvé, está poniendo de relieve la acción y presencia de Dios en el proceso de concepción del niño (del hombre mesiánico de Sal 22). Leer más…
Comentarios desactivados en “Sabio y curador”, 14 Tiempo Ordinario – B (Marcos 6,1-6)
No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de la Baja Galilea.
No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.
Según Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.
Sin embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como hubiera deseado.
A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.
Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Solo se curan quienes creen en él.
Comentarios desactivados en “No desprecian a un profeta más que en su tierra”. Domingo 4 de julio de 2021. Domingo 14º de tiempo ordinario
De Koinonia:
Ezequiel 2,2-5: Son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. Salmo responsorial: 122: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia. 2Corintios 12,7b-10: Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Marcos 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra
Los estudiosos suelen decir que la primera parte del Evangelio de Marcos (que termina en la “Confesión de Pedro”) se divide en varias partes más pequeñas; cada una de estas partes empieza con un resumen -llamado técnicamente “sumario”- de la vida de Jesús; después de cada una de ellas viene una referencia a los apóstoles. En este esquema, el evangelio de hoy es el fin de la segunda de las tres pequeñas partes que se caracterizan por un aumento progresivo en el conflicto que Jesús provoca al encontrarse con él. El texto marca un punto clave: Jesús -que es presentado aquí como profeta- se encuentra con la absoluta falta de fe de los suyos, amigos y parientes. El “fracaso” de Jesús se va acentuando: en la tercera parte ya se empieza a presentir la “derrota” del Señor anticipada en la muerte del Bautista.
Es característico del evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el aparente fracaso, la soledad, el “escándalo” de la cruz de Jesús. Esa cruz es la que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como la comunidad misma de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el sentido de un “Mesías crucificado” que será plenamente descubierto por el centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique- como el “Hijo de Dios”.
Los habitantes de Nazaret no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que enseña en la sinagoga? “Si a éste lo conocemos, y a toda su parentela”. La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el problema: “con lo que ellos conocen“. Es que la novedad de Dios siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente “sabido”; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los sencillos”; no estamos lejos de la incomprensión de las parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas. El “Dios siempre mayor” desconcierta, y esto lleva a que falte la fe si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús “no podía hacer allí ningún milagro”; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque “nadie es profeta en su tierra“. Y quizás, también nos escandalice a nosotros… ¿o no?
Jesús es mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia.
Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es más “espectacular” mirar un testimonio allá en Calcuta… que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero, ¿no estaríamos dejando a Jesús pasar de largo? Leer más…
Comentarios desactivados en 4.7.21 (Dom 14). Familia pendiente (1) Los hermanos de Jesús
El blog de Xabier Pikaza:
Familia cristiana, historia pendiente
El evangelio del domingo 4.7.21 (14 TO) trata de los hermanos de Jesús (Mc 6, 1-6). Con ese motivo, partiendo de la reflexión de ayer (30.6.21: ni varón, ni mujer, Gal 3, 28), ofrezco una esquema de conjunto de la familia de Jesús. en tres partes La primera trata de los hermanos:
Hermanos y hermanas de carne y sangre, de naturaleza y clan de Nazaret. Ellos forman “la gente” de Jesús, su raíz judía, grupo pobre de una pobre aldea, pero con una larga historia de promesas y esperanza de humanidad.
Hermanos en el Espíritu Santo. Jesús descubre que es “hijo” (presencia) de Dios, y que los demás, varones y/o mujeres lo son también, es Dios hecho carne y camino en la historia humana. Este es el tema que los amigos y seguidores de Jesús han expresado simbólicamente (en un plano religioso, no “físico”), diciendo que que él había sido concebido por el Espíritu de Dios, de María “Virgen”.
Hermanos por misión y por encarnación humana: (a) Hermanos de Jesús por misión son aquellos que buscan y trazan con el un camino del “reino” en el mundo (Mc 3, 31-35). (b) Por encarnación son hermanos suyos los pobres y excluidos de la tierra, hambrientos, descartados, pues partiendo de ellos se construye el reino de Dios en la tierra (Mt 25, 31-46).
Esta visión de los hermanos de Jesús es una historia y tarea pendiente de la iglesia. Con frecuencia, algunos cristianos han “enmascarado” la familia de Jesús en una mística super-natural (como si Dios actuara por milagros externos) que no responde a su histroria y mensaje. Hoy desarrollo la primera parte del tema.
| X. Pikaza
El clan de Nazaret ¿Quién es éste?
En un momento dado, tras haber iniciado su mensaje junto al lago de Galilea, en Cafarnaúm, Jesús vinoa Nazaret, su pueblo, y empezó a enseñar en la sinagoga exponiendo su práctica de reino, la creación de una nuevafamilia, pero sus paisanos no le aceptan, preguntando por su origen, su conocimiento y sus parientes:
Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga y muchos, escuchándole, se admiraban y decían: ¿De dónde le vienen tales cosas? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por él? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros? (Mc 6, 2-3). (Texto comentado en Historia de Jesús y en comentario de Marcos).
Este relato recoge probablemente recuerdos históricos, pero el evangelio Marcos no lo ha presentado por afán de erudición, sino para introducir la identidad y ruptura familiar de Jesús y de su evangelio (su verdadera familia), en forma de pregunta abierta, a la que deben responder los lectores de su obra. En este contexto se plantea el tema de su origen y el sentido de su “conocimiento”. Es evidente que Jesús promovió y sufrió una fuerte ruptura de familia. Así preguntan sus paisanos:
‒ ¿De dónde (pothen) le vienen tales cosas (tauta)? (Mc 6, 2). En aquel tiempo, el valor de una persona se medía a partir de su familia… y a Jesús le acusan de ser de familia pobre. Pero Jesús ha roto los esquemas familiares a los que ellos apelan, pues realiza gestos y eleva pretensiones que no pueden entenderse en ese plano. Por eso se interrogan: ¿pothen, de dónde?
‒ ¿Qué es esta sabiduría (tis hê sophia), capaz de hacer milagros (dynameis: 6, 2)? Los de Nazaret apelan a la autoridad legal… Ciertamente, hace cosas que parecen buenas, pero no es un hombre fiable, es un simple cantero, carpintero, albañil de pbelo.
En este contexto resulta normal la pregunta sobre su familia y trabajo: ¿No es éste el artesano, el hijo de María? (6, 3). Lógicamente, sus paisanos se interesan por sus parientes y su oficio (modo de vida), dentro de de una sociedad donde el origen (genealogía, situación familiar) marca la identidad de cada uno:
‒ Identidad: ¿No es este el tektôn, artesano? (Mc 6, 3). Ciertamente, muchos rabinos judíos posteriores han sido artesanos (a pesar de la opinión peyorativa de Eclo 38, 24-34), y han afirmado que el estudio de la Ley debería completarse con un trabajo productivo para sostener la vida. Pero, en este caso, la pregunta tiene un matiz peyorativo, pues los nazarenos llaman a Jesús artesano para descalificarle, destacando su falta de estudio y su baja condición social. Según ellos, Jesús carecería de formación para enseñar, pues no era más que un obrero manual que debía haber permanecido en su trabajo.
‒ Tema de madre: ¿No es este el hijo de María? (Mc 6, 3; cf. 3, 31-35). El texto no alude al padre José, porque probablemente ha muerto. Como representante de la tradición familiar de Jesús emerge María, que le ofrece un nombre metronímico (Hijo de María) y un lugar en el mundo… Este pasaje no dice nada en contra o a favor de ella, en línea positiva (como Mt 1-2, Lc 1-2, Jn 2, 1-12; 19, 25-27), ni negativa, como supone cierta tradición, que habla en este campo de nacimiento de un nacimiento irregular. Nuestro texto afirma algo anterior, mucho más sencillo: la sabiduría y obras de Jesús desbordan el nivel donde su madre ha podido situarle.
‒ Cuestión de hermanos y hermanas, una pregunta abierta (6, 3). El texto anterior (Mc 3, 31-35) situaba el tema de los hermanos de Jesús en ámbito eclesial. Pues bien, ellos aparecen aquí a nivel de pueblo y familia. Es significativo que el texto cite los dos grupos (hermanos, hermanas), aunque destaque a los hermanos a quienes presenta por su nombre (Santiago y José, Judas y Simón), suponiendo que han sido importantes en la vida posterior de la iglesia.
Denominación metronímica: El hijo de María ¿Nacimiento irregular?
Parece una denominación extraña, sobre todo en Israel, donde las personas se definen por su origen paterno (Jesús debería llamarse “hijo de José”). Por eso, la presentación metronímica (hijo de María) ha suscitado cuestiones de tipo familiar y teológico. Algunos (incluso católicos como Shaberg) han supuesto que los nazarenos están evocando un origen “irregular” del nacimiento de Jesús cosa que no implicaría un “reproche” contra María (ni contra Jesús), sino que estaría en la línea del evangelio: Dios habría penetrado de manera sorprendente en la historia de los hombres y mujeres a través de un nacimiento irregular, en el sentido legal del término.
Algunos exegetas añaden que la acción “especial” de Dios en María (que podría haber sido víctima de una violación),en la línea de las mujeres “irregulares” de la genealogía de Mt 1, 2-6 (Tamar, Rajab, Rut y la esposa de Urías). Jesús habría asumido en su origen y en su vida el destino de millones y millones de hijos de matrimonios irregulares, de mujeres utilizadas o violadas, de manera que así pudo comprender mejor la situación de otros hombres y mujeres semejantes.
Esta condición de María, mujer violada, y reconocida después por José, que se desposó con ella, reconociendo a Jesús como hijo propio, podría servir de modelo de identificación para millones de familias irregulares.
Esa interpretación no es imposible, y en esa línea se podría añadir que las formulaciones del “nacimiento virginal” propuesto por Mt 1-2 y Lc 1-2 habrían surgido para responder a la acusación del origen irregular de Jesús. El hecho de llamar Jesús “hijo de María” puede fundarse en el hecho de que José ya había muerto y, sobre todo, en la importancia que María tuvo en la Iglesia de Jerusalén como “gebîra”, es decir, como Madre del Señor (cf. Lc 1, 43). Pero esa no parece la mejor interpretación del tema. Lo extraño de Jesús no es que haya nacido de un modo irregular, sino que él mismo sea irregular, por su vida y mensaje.
Cuestión de hermanos.
Lo importante no es la extrañeza del origen primero, sino de su vida entera. Por eso, este tema me parece muy secundario. Pero muchos lo toman como muy importante y por eso quiero evocarlo. Ha sido (y sigue siendo) muy discutido dentro de la Iglesia, como atestigua San Jerónimo, en siglo IV d.C., distinguiendo tres hipótesis, a la que añadimos una cuarta:
Hermanos carnales, hijos de José y María, hipótesis de Helvidio. Ha sido dominante desde una perspectiva exegética, siguiendo el sentido normal de la palabra adelphos en lengua griega. Conforme a esta visión, Jesús habría sido hijo de José y María, naciendo y creciendo dentro de una familia numerosa, con los valores y problemas que ello implica, como seguiremos indicando al insistir en su vinculación con Santiago, que asumió y recreó su obra mesiánica en Jerusalén. En esta perspectiva, más extendida en la primera Iglesia, Jesús habría nacido en una familia normal, numerosa, como otros muchos galileos de su tiempo; su nacimiento virginal debería entenderse en un contexto simbólico profundo.
Hermanastros, hijos de un matrimonio anterior de José (Epifanio de Salamina).Según esa hipótesis, que se ha vuelto mayoritaria en las iglesias de oriente, a partir del siglo IV, Jesús habría nacido por obra del Espíritu, como hijo de María, siempre Virgen. Por eso, sus “hermanos”, entendidos en sentido extenso, habrían sido hijos de un matrimonio anterior de José, que era viudo y que se habría casado con María siendo ya anciano, como esposo virginal, para protegerle a ella y para dar una familia “oficial” a Jesús (que no era hijo suyo, en sentido biológico). Según eso, los hermanos de Jesús eran hijos que su padre adoptivo había tenido con una mujer anterior.
Primos, hijos de una hermana de María (Jerónimo).Ésta es la respuesta más común de la Iglesia occidental latina. Según ella, el término griego “hermano” (adelphos) se emplearía aquí (en Mc 6, 3) en un sentido extenso, lo mismo que el término hebreo equivalente (‘ah), que puede significar “primo” o pariente, miembro de la tribu… Los llamados hermanos de Jesús serían en realidad hijos de una de las hermanas de su madre, muy vinculada a Jesús por su origen y su itinerario posterior. En esa línea, aceptada por la mayoría de los católicos antiguos, los exegetas han desarrollado y siguen desarrollando una inmensa erudición.
Hermanos de madre, pero no de padre, nacimiento irregular.Algunos exegetas modernos, en la línea de lo ya dicho al comentar la denominación “metronímica” (¡el hijo de María!), afirman que Jesús habría hijo de María y de un padre desconocido (quizá a través de una violación). Jesús habría nacido así de un modo “anómalo”, siendo después reconocido por José, que se casó con María, y tuvo con ella otros hijos, que serían sus hermanos.
La tradición ortodoxa y católica, insistiendo en la virginidad “perpetua” de María, ha defendido con toda razón, como es normal, la segunda y/o tercera hipótesis, pero desde un punto de vista histórico, con los datos que tenemos, el tema resulta más complejo. Por eso lo dejamos aquí abierto, sin precisar tampoco el sentido “dogmático” de la virginidad de la madre de Jesús (que algunos entienden de manera no biologista). En ese contexto podemos introducir aquí, dos nuevas visiones del tema, de tipo eclesial y mesiánico, que destacan el sentido simbólico profundo de la fraternidad, y la aplican de un modo eclesial y/o universal.
Nueva familia, los dos tipos de hermanos verdaderos de Jesús, según el evangelio
Lo más importante en Jesús no ha sido la familia de origen (de dónde viene), sino la familia de elección y de misión: Los hermanos que él ha encontrado y escogido, los que le acompañan en la tarea de reino, y los hermanos que encontrado y querido elevar, en línea de fraternidad universal.
‒ Hermanos de tarea: sus seguidores y amigos, los que se comprometen a vivir en fraternidad).La palabra hermano tiene un sentido figurado muy extenso, como ha puesto de relieve la segunda y tercera hipótesis (de Epifanio y Jerónimo). Hermanos son no solamente los “primos y parientes” (en línea genealógica), sino los integrantes de la comunidad o grupo de Jesús, como he destacado de un modo especial el evangelio de Marcos: Mis hermanos y hermanas, mi padre y mi madre en el mundo son aquellos que buscan y construyen conmigo la familia de Dios (Mc 3, 31-35 y 10, 30). En ese contexto, hermanos de Jesús son todos sus seguidores, la gran familia de la Iglesia, en la línea de Mt 23, 8-9: “Uno sólo es vuestro maestro, uno sólo vuestro padre, y todos vosotros sois hermanos”.
‒ Línea universal, hermanos son los más pequeños.Ampliando el sentido del término, conforme a la dinámica del mensaje y de la vida de Jesús, hermanos del creyente son todos los necesitados, es decir, aquellos por los que Jesús proclama su mensaje y entrega su vida, empezando por los marginados sociales. En esa línea, Jesús puede hablar de sus hermanos más pequeños, los hambrientos y sedientos, los exilados y desnudos, los enfermos y encarcelado (Mt 25, 31-45), abriendo así una fraternidad que se extiende al mundo entero, a partir de los necesitados.
Ciertamente, tiene su importancia el tema de los “allegados físicos” de Jesús (hermanos de sangre, hermanastros, primos, parientes…). Pero más importante es todavía para el evangelio y para el conjunto de la Iglesia el tema de sus “allegamos mesiánicos”, tanto en línea de humanidad (todos los pequeños y necesitados) como de iglesia (todos los creyentes). En esa perspectiva, lo que importa es hacerse hermanos, compartiendo el camino de Jesús y ayudando a sus hermanos más pequeños. Éste es el dogma clave del evangelio, el lugar donde se define la familia cristiana.
Conclusión. Despreciado en su patria
(Como en USA muchos desprecian a negros, indios o hispanos… Como en España se ha despreciado a los gitanos, como en Europa se desprecia a los emigrantes…)
Los nazarenos desprecian a Jesús, porque “creen conocer” bien su origen, y consideran que es poco importante, que no es trigo limpio, que no es buen judío de ley /o de reza. En algún sentido, ellos niegan a Jesús o le rechazan por razón de su familia, porque piensan que ella no le da categoría para presentarse como mensajero de Dios o maestro. Leer más…
El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe (6,1-6). El hecho de que un profeta no sea aceptado entre los suyos no representa ninguna novedad. Ya le ocurrió a los antiguos profetas. El caso más sangrante es el de Ezequiel. Dios le avisa, en el momento de la vocación, que su actividad está condenada al fracaso.
El fracaso de Ezequiel (Ez 2,2-5).
El relato de la vocación de Ezequiel es el más extenso de todos los relatos de vocación proféticos: casi tres capítulos en la numeración actual (Ez 1,1-3,15). La liturgia se limita a este breve pasaje por su relación con el evangelio.
En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí lo que me decía:
-Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Ellos y sus padres me han ofendido hasta el día de hoy. También los hijos tienen dura la cerviz y el corazón obstinado; a ellos te envío para que les digas: «Esto dice el Señor». Te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos.
El texto es tan interesante como desconcertante. Todo el pasado del pueblo de Israel se resume en una historia de rebeldía y dureza de corazón, y los hijos no son mejores que los padres. ¿Qué actitud tomará Dios? ¿Desentenderse de ellos, como proponía a Moisés en el desierto? ¿Acabar con este pueblo pecador y elegirse uno nuevo? La decisión es seguir hablándole, hacer resonar su voz. El contenido del mensaje es lo menos importante y no se concreta en este momento. Lo fundamental es que Dios ha hablado y sigue hablando, como lo demuestra la fórmula: «Esto dice el Señor».
¿Por qué es esto tan importante? Para que no pueda atribuirse la culpa de todo al silencio de Dios. La trágica experiencia de los campos de concentración nazis hizo escribir a un autor judío: «Después de Auschwitz no se puede hablar de Dios». Ezequiel le responde: «Después de la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia se puede seguir hablando de Dios, porque Él sigue hablando». El problema no es su silencio, sino nuestra sordera. Ezequiel, igual que Jesús, son testigos de que Dios habla. Y también testigos del fracaso de Dios.
El fracaso de Jesús (Mc 6,1-6)
En aquel tiempo Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Éxito en Cafarnaúm
Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34).
Fracaso en Nazaret
Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad.
Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios» (Mc 3,22).
Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él.
Jesús, motivo de escándalo
En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza… córtatelo, sácatelo»).
Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quiénes forman su familia, cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús, pero lo consideran un profeta como otro cualquiera.
Asombro e impotencia de Jesús
A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros».
Nazaret como símbolo
Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».
El fracaso no lo desanima
Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel, lo escuchen o no lo escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta.
Reflexión
Bastantes veces he oído decir: «Si fuésemos mejores, si la Iglesia fuera como la quería Jesús, si actuásemos como él, la gente aceptaría el mensaje del evangelio y no habría tanta incredulidad». Las lecturas de hoy demuestran que esta idea es ingenua. Nunca seremos mejores que Jesús, pero él también fracasó. No solo en Nazaret, sino en Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, Jerusalén… Sin embargo, nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Este es el gran ejemplo que nos da en el evangelio de hoy.
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“La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto? Y, ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada?’
(Mc 6,1-6)
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús volviendo a Nazaret por primera vez desde el comienzo de su predicación. Debió de alegrarse de volver a encontrarse con familiares, amigos y vecinos que le han visto crecer. Sin embargo, el Jesús que llega es un hombre diferente, transformado. Y esto es lo que hace que la gente conocida lo rechace, no quiera escucharle ni crea en él. Se pensaban que lo conocían, pero solo lo hacían externamente. Jesús tiene para ellos palabras de libertad, una Buena Noticia que llene sus vidas de esperanza y de consuelo, y las manos preparadas para sanar, para restablecer, para vivificar, para fortalecer. Pero la gente de Nazaret desconfía de alguien que, siendo tan parecido a ellos, les llega con un conocimiento nuevo: “¿De dónde le viene esto?”
La sabiduría que perciben en Jesús es incomprensible porque no le ha venido de fuera, no se ha convertido en un erudito a fuerza de estudiar. La transformación que la gente ve le viene de un conocimiento interior, profundo, íntimo, de su Padre del cielo y de la humanidad.
Sorprende que, a pesar de darse cuenta de la sabiduría de Jesús, lo rechacen, no le escuchen ni confíen en él. Quizás era porque sentían que su mirada y sus palabras les travesaban. Llegaban hasta su fondo, les revelaban su verdad, les incomodaban. Porque los conocía demasiado bien, sabía qué podía pedir a cada uno, sabía los puntos débiles de cada cual.
El caso es que si quien hubiera predicado en la sinagoga de Nazaret aquel sábado hubiese sido alguien desconocido, venido de lejos, sin ninguna relación con el pueblo, que no tuviera ni idea de sus relaciones y comportamientos, el éxito habría estaba asegurado.
Todo esto hace pensar en lo que nos cuesta escuchar palabras verdaderas sobre nosotras, palabras de quien nos conoce bien, de quien no podemos engañar con victimismos ni falsas imágenes. Palabras venidas de aquellas pocas personas que nos aceptan incondicionalmente, que solo quieren nuestro bien, que crezcamos y mejoremos. Que nos traen de vuelta a nuestra realidad.
Nos resulta más fácil seguir ensoñadas con espejos distorsionados. A menudo estamos dispuestas a escuchar aquello que viene de fuera, de cuanto más lejos mejor, cuanto más exótico mejor. Nos atraen las novedades, las soluciones instantáneas, las últimas tendencias. Buscamos consuelo y compañía a través de la pantalla, no lo pensamos mucho a la hora de contar nuestra vida a alguien desconocido.
Mucho menos dispuestas estamos, en cambio, a abrir el corazón a la gente con quien nos encontramos cada día. A hablarles de nuestros dolores, alegrías, deseos, sueños, vacíos y plenitudes. De lo que vivimos con ellos, lo que nos cuesta y lo que nos da gozo. Y es esta gente, sin embargo, la que nos puede hablar de nosotras mismas. Hacernos encontrar con quien somos y con el Dios que nos habita. Compartirnos, dejarnos mirar, escuchar serenamente lo que tienen que decir quienes nos conocen bien, es transformador y nos lleva hacia una vida plena. Igualmente, las profundidades de los demás, escucharles con oídos atentos y mirada limpia, nos hace crecer en sabiduría, en comunión, en alegría, en paz, en conocimiento de Dios.
Oración
Trinidad Santa, transfórmanos desde dentro, ayúdanos a dejarnos mirar hasta el fondo y a mirar a las demás personas con ternura y respeto, y a poner ante ti lo que simplemente somos.
Comentarios desactivados en Porque sabían que era hijo de José, lo rechazan.
Mc 6, 1-6
Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena que el don absoluto de Dios hace posible en ellos. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez humanos infinitos.
Con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la religión. Sigue enseñando al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables diferencias. Relatos paralelos se pueden encontrar en Jn y en otros lugares de los mismos sinópticos.
Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadraban en una familia, (requisito indispensable para ser alguien en aquella cultura). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario.
El texto griego no habla de pueblo sino de “patria”. Ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm pero con una actitud negativa.
El texto griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, seguramente intentan quitarle al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación.
Ese conocimiento excesivo de Jesús es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que estaban de acuerdo con la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban.
Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta” está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. El texto nos está diciendo que, al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy fuerte.
Un detalle muy interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios en sus manos y que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús.
El relato de hoy nos habla de la humanidad de Jesús. Nos está confirmando que no tiene privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas.
Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Como no responde a las expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.
Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas egoístas.
El verdadero profeta es el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más “antiprofético” y antievangélico será siempre la persona o la institución instalada.
El gran espejismo en que hemos caído en el pasado fue pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Pero resulta que lo más grande de todo ser humano no es lo que no tienen los demás, sino precisamente lo que todos tenemos por igual.
Meditación-contemplación
El demasiado conocimiento de Jesús nos impide descubrirlo.
Lo que es y significa Jesús no se puede meter en doctrinas.
A Dios solo se llega viviendo su presencia en nosotros.
Para llegar a la vivencia tengo que superar el conocimiento.
El conocimiento de Jesús y de Dios no me viene de fuera.
La experiencia de Dios y de Jesús me llegará de dentro.
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