Jesús Lozano Pino: Medio kilo de diálogo y otro tanto de ternura. Sólo el Amor convierte en milagro el barro.
Mientras muchos afirman que estamos ante la más terrible crisis de increencia que se haya conocido (es posible que en algunos aspectos así lo sea y que parte de culpa sea de los que nos llamamos creyentes), algunos pensamos que deberíamos poner un poco de sensatez y asumir que todos, sin excepción, creemos de alguna forma en algo. Se trataría únicamente de ver si podemos lograr algún acuerdo en aquello en lo que decimos creemos o no creemos. Es muy probable que no andemos tan lejos los unos de otros… Como he dicho en algún que otro artículo (a veces de forma indirecta), cuando con nuestras palabras y obras traducimos «Dios» por «Amor», los universos de comprensión de los interlocutores se conectan. Ya san Juan nos dejó escrito de forma indeleble que «Dios es amor», y san Pablo clarificó y esclareció qué connotaciones conlleva hablar de amor, hablar de Dios. Este lenguaje, bien explicado, es todavía hoy (en nuestro tiempo) universal: apreciado y entendido, bien acogido.
Por ello, lo que en principio pudiera parecer debilidad (en su sentido más negativo), se convierte, potencialmente para los creyentes, en una preciosa oportunidad. ¿Por qué renegar de la postmodernidad, de esta época en la que nos ha tocado vivir y dar respuesta como fieles creyentes? ¿Por qué querer encontrarnos con tiempos pasados que tampoco fueron perfectos (y algunos incluso indeseables)? Es una obligación de toda la Iglesia saber leer los signos de los tiempos y, sin traicionar la esencia del mensaje de Jesús, traducirlo adecuadamente a los oídos, las mentes y los corazones de las personas que habitan nuestro mundo. ¿O es que acaso el mensaje de Dios ya hoy no tiene la misma validez? Lo que sí es cierto y debemos ser conscientes es de que la gente es más exigente cada día en la respuesta que espera por parte de la Iglesia. No nos quepa duda.
Carlo Carretto (un inspirado de Dios como el Cardenal Martini), siendo de edad avanzada, cuando su salud le obligó a abandonar el desierto, se retiró a una comunidad religiosa en su nativa Italia. Estando allí leyó un libro escrito por un ateo que le pedía cuentas a Jesús acerca de una frase del Sermón de la Montaña, donde éste dice: “Buscad y hallaréis”, queriendo decir, por supuesto, que, si buscas a Dios con un corazón honrado, lo encontrarás. El ateo había titulado el libro «Busqué y no encontré», arguyendo desde su propia experiencia que un corazón honrado puede buscar a Dios y volver de vacío. Carretto le replicó con un libro titulado «He buscado he encontrado». Para él, el consejo de Jesús resultaba verdadero. En su propia búsqueda, a pesar de observar muchas cosas que podían indicar la ausencia de Dios, él encontró a Dios. Pero admite las dificultades, y una de esas dificultades es, a veces, la propia iglesia. Ella puede -y a veces lo hace por su pecado- hacer difícil a algunos creer en Dios. Carretto lo admite con desarmada honradez, pero arguye que esto no es el cuadro completo. De aquí que su libro combine su profundo amor por su fe y su iglesia con su negativa a cerrar los ojos a las muy verdaderas faltas de los cristianos y las iglesias. En un lugar del libro nos dice abriendo el corazón:
“¡Cuánto debo criticarte, iglesia mía, y, sin embargo, cuánto te quiero! Tú me has hecho sufrir más que nadie, y, sin embargo, te debo a ti más que a ningún otro. A veces me gustaría verte destruida, y, sin embargo, necesito tu presencia. Tú me has escandalizado tanto, y, sin embargo, solamente tú me has hecho comprender la santidad. Nunca he visto en este mundo nada tan falso, tan condescendiente, y, sin embargo, nunca me he topado con nada más puro, más generoso y más hermoso.
¡En innumerables ocasiones he sentido ganas de darte con la puerta de mi alma en las narices, y, sin embargo, todas las noches he rogado para que un día pueda yo morir seguro en tus brazos! No, no me puedo liberar de ti, porque soy uno contigo, aun sin ser plenamente tú. Además, también, ¿a dónde iría yo? ¿A formar otra iglesia? Pero no sería capaz de formarla sin los mismos defectos, ya que son mis defectos. Y de nuevo, si yo hubiera de formar otra iglesia, ésa sería “mi” iglesia, no la iglesia de Cristo. No, soy suficientemente viejo, no me voy a equivocar” (Carlo Carretto).
Después de estas bellas y sentidas palabras de Carlo Carretto (un hombre que había buscado y que había encontrado –de todo– en el seno de la institución eclesial), ponemos la esperanza en la Iglesia de Jesús, especialmente en el proceso iniciado en estos últimos años que quiere dar respuesta a muchas de las cuestiones que el Pueblo de Dios se pregunta. Asuntos tales como la mujer en la Iglesia, el papel de los jóvenes y la familia cristiana, la ecología y la creación, los abusos sexuales dentro de la iglesia, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, el celibato, la homosexualidad, la actualización del mensaje cristiano y la justicia económica y social…, muchos de ellos, temas, si no tabúes, de lento y complejo acercamiento, ya han sido acometidos o están siendo hoy estudiados y analizados para orientar mejor a la comunidad eclesial en estos difíciles tiempos que corren. Tal y como Francisco invita a la Iglesia, pidamos a Dios que seamos capaces de dialogar, porque no existe un humanismo auténtico que no contemple el amor como vehículo entre los seres humanos… Y el amor siempre pasa por el diálogo, principalmente en la Iglesia.
Ya nos lo decía hábilmente Francisco en 2015:
«No debemos tener miedo del diálogo, es más, el enfrentar opiniones y la propia crítica nos ayuda a preservar la teología de transformarse en ideología […] La Iglesia también sabe dar una respuesta clara ante las amenazas que emergen en el interior del debate público y esta es una de las formas de contribución específica de los creyentes a la construcción de la sociedad común».
También nos lo cantaba de forma preciosa Silvio Rodríguez en una canción de la que rescato especialmente tres versos:
[…] Sólo el Amor engendra la maravilla
Sólo el Amor consigue encender lo muerto
Sólo el Amor convierte en milagro el barro.
Jesús Lozano Pino
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