Balbuciendo
Del blog Nova Bella:
“Un no se qué que queda balbuciendo
Este elocuente tartamudeo es la expresión última del asombro místico:
al otro lado comienza
el vasto silencio de lo incomunicable”
*
Del blog Nova Bella:
“Un no se qué que queda balbuciendo
Este elocuente tartamudeo es la expresión última del asombro místico:
al otro lado comienza
el vasto silencio de lo incomunicable”
*
Del blog de Amigos de Thomas Merton:
“El trabajo antinatural, frenético, angustiado, realizado bajo la presión de la avaricia, del miedo, o de cualquier otra pasión desordenada, no puede, hablando con propiedad, ser dedicado a Dios, porque Dios nunca quiere tal trabajo…”
“Guarda puros tus ojos, silenciosos tus oídos y serena tu mente. Respira el aire de Dios. Trabaja, si puedes, bajo su cielo. Pero si tienes que vivir en una ciudad y trabajar en medio de máquinas, tomar el metro y comer en lugares donde la radio aturde con noticias falsas, donde el alimento destruye tu salud y los sentimientos de quienes te rodean envenenan de hastío tu corazón, no te impacientes, acéptalo como manifestación del amor de Dios y como una semilla de soledad plantada en tu alma.
Si estas cosas te repugnan, continúa deseando el silencio sanador del recogimiento. Pero mientras tanto mantén el sentimiento de compasión hacia quienes han olvidado el concepto mismo de soledad. Tú, al menos, debes saber que existe y que es la fuente de la paz y la alegría. Aún puedes esperar tal alegría. Ellos ni siquiera pueden ya esperarla.”
“La santidad cristiana ya no puede ser considerada como una mera cuestión de actos de virtud individuales y aislados, sino que ha de ser vista también como parte del enorme esfuerzo de colaboración para la renovación espiritual y cultural de la sociedad, que produzca unas condiciones en las que todos los hombres puedan trabajar y disfrutar en paz del justo fruto de su trabajo.”
Gabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya).
ECLESALIA, 02/05/16.- Me impactó el libro que con este mismo título, el escritor japonés Shusaku Endo (1923-1997) escribió en 1966 y que está publicado por Edhasa en apenas doscientas páginas. Ambientado en el Japón del siglo XVII, recoge el choque cultural y religioso entre los esfuerzos de los misioneros jesuitas con la mentalidad japonesa materialista. El nuevo trabajo del director Martin Scorsese rescata esta historia de la mano del actor protagonista Andrew Garfield en el papel del jesuita Rodrigues. La previsión era llegar en los cines a principios de 2016. A ver si llega pronto.
A las primeras generaciones de conversos japoneses les fue bien, pero pronto tuvieron que enfrentarse a diversas persecuciones locales; además de la rivalidad protestante (de ingleses y holandeses), Japón oficializó el budismo y los intereses despóticos de la nobleza local tampoco ayudaban a implantar la solidaridad y el amor fraterno. Y no menos importante, la difícil inculturización en una mentalidad oriental tan diferente en el contexto de las prácticas coloniales, en este caso portuguesas.
En la novela, dos jesuitas quieren llegar a Japón en plena prohibición de cualquier atisbo de cristianismo bajo pena de torturas y la muerte. Son enviados desde Portugal como la punta de lanza para consolar a los perseguidos y averiguar qué es de cierto que el provincial se ha convertido en un apóstata. En esta aventura, el padre Sebastián Rodrígues va experimentando su propia conversión llegando incluso a dudar de la bondad de Dios y de Jesús misericordioso cristiano cuando experimenta el silencio ante el dolor, sobre todo el de sus fieles.
No es de extrañar que Graham Greene dijera que es una de las mejores novelas de nuestro tiempo. Endo en esta novela (premiada con los mejores galardones literarios de Japón), es el Greene japonés, sin duda. Novela elegante que mantiene el interés hasta la última página. Los “malos” tienen sus razones mientras que los buenos presuponemos que Dios va a actuar de una manera parecida a lo que nosotros creemos que tiene que ocurrir. Pero nuestras previsiones sobre lo que Dios debe hacer en un momento concreto no suelen coincidir con los suyos. Y los dilemas morales pueden llegar más lejos de lo que habíamos previsto. Por último, de la historia principal cuelga una historia paralela no menos espectacular; la del personaje Kichijoro y su relación con el jesuita Rodrigues.
Además de ser una aventura apasionante, este libro es una gran historia del amor cristiano que al rodarse para el cine, ha sido supervisada por algunos jesuitas a petición de Scorsese a fin de que todo resulte con la máxima veracidad posible. El libro al menos, queridos lectores, no se lo pueden perder ¡Que aproveche!
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Del blog de Henri Nouwen:
“Las palabras son sumamente importantes. Cuando le decimos a alguien que es un ser horrible, inútil, despreciable, acaso estamos arruinando para siempre la relación con esa persona. Las palabras pueden seguir haciendo daño durante muchos años.
Resulta muy importante elegir sabiamente nuestras palabras. Cuando estamos encendidos de enojo y nos morimos de ganas de dirigir duras palabras a nuestros adversarios, es mejor que nos quedemos callados. Las palabras dichas en un momento de arrebato de ira dificultarán la reconciliación. Escoger la vida y no la muerte, la bendición y no la maldición. A menudo es mejor optar por quedarse callado y pensar con cuidado las palabras que abran el camino hacia el restañamiento de las heridas.”
*
Henri Nouwen
***
(Fotografía de Carmelo Blazquez)
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte hasta que con su resurrección se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.
Hombre en Soledad
Contigo vengo, Dios, porque estás solo
en soledad de soledades prieta.
Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
sintiendo por el pecho un mar de pena.
Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
que te descanse, Dios, de tu grandeza,
que te descanse de ser Dios, sin nada
que te pueda inquietar o te comprenda.
Qué tristeza me doy, perdido en todo,
y todo mudo, tan lejano y cerca,
cada vez más presente ante mis ojos
en un mutismo que no se revela,
con el corazón loco por saberte,
preguntando en la noche que se adensa.
Con voz de espadas clamo por mi sangre,
rebusco con mis manos en la tierra
y escarbo en mi cerebro con mis ansias.
Y silencio, silencio, mudez tensa.
Dios, pobre mío, todo lo conoces.
Para Ti todo ha sido: nada esperas.
Hasta lo que me duele y no me encuentro
Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.
Yo no conozco nada, Dios, y tengo
socavones de amor llenos de inquietas,
oscuras criaturas que me gritan
palabras, no sé dónde, que me queman,
preguntas que me tuercen y retuercen,
sábana viva chorreando estrellas.
Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
llamando siempre a la inmutable puerta
con las palmas sangrando, a la intemperie
de mis luces y dudas y tormentas.
Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
siempre despierto, siempre Dios, alerta,
sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,
que ofrezca su descanso a tu cabeza.
Cómo me dueles, Dios. Cómo me dueles,
herido por la angustia que te llena,
sin poder descansarte, sin caberte
en mis entrañas ni aun en mis ideas.
No puedo más Contigo, que me rompes
creciendo por mi dentro y por mi fuera,
cercándome, estrechándome, ahogándome,
dejando, sin saberlo, en mí tu huella.
Y soy hombre, Señor. Soy todo caspa
de angustiosa esperanza contrapuesta,
arcilla informe de reseco olvido,
quizá, capricho de tu indiferencia.
Señor, qué solo estás. Cómo estoy solo,
yo con mi carga insoportable a cuestas.
Tú, con todo y sin nada —(¡todo, nada! —
más que Tú, Dios perdido en tu grandeza,
muerto de sed de amor de algo supremo,
Dios, algo que te alegre y que te encienda.
Sin nada superior a Ti creado,
mi voz alzada al límite no llega
a rumor que resbale por tus sienes,
a brisa en tus oídos, que se secan
de no oír desde nunca una palabra
que antes de estar en hombre no supieras,
pobre Creador, Dios mío sin sosiego,
preso en tu creación, en diferencia.
A Ti vengo, Señor, porque estoy solo,
a veces aun sin mí. Pero no temas,
Señor que has puesto en mí necesidades
sin darme el modo de satisfacerlas.
Perplejo, recomido de inquietudes,
de Ti tengo dolor; de mí, conciencia
de ser como no quiero: ser inútil,
vana palabra, humana ventolera
con sabor de cenizas y de ortigas
clavándome alfileres en la lengua,
y un huracán de vida por la carne
que no ha encontrado carne que florezca.
Versos, versos, mas versos, siempre versos,
¿y para qué, Dios mío? Dentro queda
una fuente de llanto sofocado
minándome la hirviente calavera,
sin encontrar salida a la congoja
cada vez más patente. Y todo niebla.
Contigo vengo, Dios, porque estoy solo;
me huyes cada vez, más te me alejas.
¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?
¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla
este vaho que se alza de mi vida,
hierbecilla perdida que se hiela?
Encallece mi alma, Dios. Haz dura
la mano y la mirada: hazme de piedra.
Quítame el sentimiento que me escuece.
Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.
Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,
en muda, resignada, dulce bestia
caminante con ritmo y sin sentido
por un mundo de instintos e inocencia,
o dame con la luz aquel sosiego
original del prado que apacientas
*
Ramón de Garciasol
Hombre en soledad,
***
Del blog de Xabier Pikaza:
Parece un día plano, sin más emoción que la muerte ya pasada, sin liturgia cristiana (hasta la gran vigilia de pascua, esta noche, puesto ya el sol, a la luna llena de la primavera).
Y sin embargo, en este preciso día, la confesión pascual del NT y la liturgia de la Iglesia incluye la certeza de que Jesús fue sepultado y bajó a los infiernos (es decir, al abismo de la muerte, que los antiguos llamaban Hades o Sheol), como indican de formas convergentes la tradición paulina (1 Cor, 15, 4) y los evangelios (cf. Mc 15, 42-47 par).
Pues bien, avanzando en esa línea, el Credo de los apóstoles añade que descendió a los infiernos (en griego: katelthonta eis ta katôtata; en latin: descendit ad inferos), conforme a una palabra clave de la tradición cristiana que dice:
«Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.
Fue crucificado, muerto y sepultado.
Descendió a los infiernos.
Al tercer día resucitó de entre los muertos».
Voy a fijarme hoy en la ante-última frase, una palabra que a veces tendemos a olvidar, como si no formara parte del Credo, nosotros que apenas creemos en “un infierno eterno” (condena total) que vendría de Dios, pero que vamos creando multitud infierno de condena, de exclusión y muerte en ese mismo mundo.
El infierno al que bajó Jesús:
– es, en primer lugar la muerte eterna que tiende a dominarlo todo, la destrucción sin salida, el frío cósmico…
– pero es, en segundo lugar, la muerte histórico que tiende a dominarlo todo, la muerte que viene del pecado, de la injusticia, de la indiferencia, de la prepotencia y violencia de algunos (de muchos)
– esa muerte aparece más clara en las tierras dominadas por ISIS o por los traficantes de la vida, pero también en Lesbos y Eidumene…, en los hambrientos, refugiados, trabajadores del hambre..
– esa muerte está en la gran política de Europa o de la Gran América, de aquellos poderes que no acogen, sino que expulsan de su tierra a los emigrantes del miedo, del hambre…
– es la muerte fabricantes de armas, de los violadores y asesinos…La muerte de las cárceles, de las casas sin pan, de los caminos sin salida, de los hospitales…
El infierno está en todos los lugares donde tiende a dominar el odio y la prepotencia… el desinterés, la envidia… Pues bien, en ese contexto debemos añadir:
sin la bajada de Cristo a los infiernos de la historia humana no existe redención cristiana, no se puede hablar de muerte verdadera, ni de auténtica pascua; si no ayudamos a los condenados al infierno de nuestro mundo no podremos entender al Cristo.
A lo largo de toda su vida, y de un modo especial a través de su muerte en Cruz (con los expulsados y condenados de la humanidad), Jesús “descendió a los infiernos”. Al proclamar esa palabra, el credo venerable de la Iglesia expresa un misterio de muerte (de encarnación en la miseria y sufrimiento de los hombres) y de victoria sobre la muerte, que pertenece a la experiencia más honda del evangelio (Imagen: Icono de Jesús que baja con su cruz al “infierno” de Adán, para liberar a los cautivos de la opresión y de la muerte).
1. Muerte e infierno.
Porque asume nuestra vida en finitud, Jesús ha tenido que aceptar nuestro destino, expresando su misterio radical de Hijo de Dios en nuestra propia condición de seres para la muerte. Porque asume nuestra condición de pecado (violencia), ha tenido que penetrar en el abismo de la lucha interhumana, introduciendo el cielo del amor y gracia de Dios en el infierno de conflictividad de nuestra historia, donde envidia y violencia le han matado.
Algunos iconos de Oriente presentan la cuna de Jesús como sepulcro donde el mismo Dios comienza a morir ya cuando nace como humano. Pues bien, invirtiendo esa figura, el evangelio ha interpretado la muerte como nuevo nacimiento y cuna de la historia. Lógicamente, esa muerte puede presentarse como principio de discernimiento: para que se revelen los pensamientos interiores (dialogismoi) de muchos corazones (cf. Lc 2, 35).
– La muerte de Jesús es el momento del máximo pecado, como muestran las palabras de los sacerdotes que pasan y pasan, en torno al patíbulo, diciendo:
“Tú, que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, ¡sálvate a ti mismo y baja de la cruz si eres el Hijo de Dios! Ha salvado a otros y a sí mismo no puede salvarse ¡Dice ser rey de Israel! Que baje de la cruz y creeremos en él. Había puesto su confianza en Dios; que Dios le salve ahora, si es que de verdad le quiere, pues se había presentado como Hijo de Dios “(Mt 27, 42-43).
Así ríen de Jesús los que le acusan y expulsan como chivo emisario de sus males. Ellos le entierran en el infierno de la violencia suprema, haciéndose (haciéndole) culpable “de toda la sangre de los justos derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la de Zacarías” (Mt 23, 35).– Pero la muerte de Jesús aparece, al mismo tiempo, como principio de resurrección, fuente de gracia:
“Entonces se rasgó el velo del templo, tembló la tierra, las piedras se quebraron y se abrieron los sepulcros, de tal forma que volvieron a la vida muchos cuerpos de los justos muertos… Al ver lo sucedido, el centurión glorificaba a Dios diciendo: ¡Realmente; este hombre era inocente!. Y todas las gentes que habían acudido al espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron a la ciudad golpeándose en el pecho (cf. Mt 27, 51-53; Lc 23, 47-48; Mc 15, 39: ¡Era Hijo de Dios!).
Del infierno de condena, desde el mismo subsuelo de la historia donde Jesús ha descendido brota la esperanza de la vida.
2. La gran muerte de Jesús. Bajó a los infiernos
Todos los humanos, lo sepan o lo ignoren, están unidos al Cristo que grita en la noche (¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?: Mc 15, 34) y al Señor de la aurora pascual que abre los sepulcros, ofreciendo esperanza a los humanos (cf. Mt 28, 1-3).
Desde ese fondo queremos evocar la palabra quizá más extraña y misteriosa del Credo: ¡bajó a los infiernos!, al lugar donde todos los humanos estábamos unidos, como rebaño para la muerte. Jesús ha penetrado en ese abismo, llegando así a lo que la iglesia llama “los infiernos”, el sub-mundo donde mueren los difuntos.
En este contexto, infierno no significa la condena de aquellos que rechazan la salvación de Jesús (y pueden quedar sin Dios, sin ellos mismos, por los siglos de los siglos, tras la muerte de este mundo), sino el perecimiento universal de aquellos que mueren mueren en este mundo, aplastados por la finitud de la vida y la violencia de la historia, por los males sociales por el pecado de los otros.
Conforme a la visión tradicional del judaísmo y de la iglesia antigua, este infierno (sheol, hades, seno de Abrahán…) es el destino de muerte de todos los humanos, a no ser que Dios venga a liberarles por el Cristo. La muerte misma en cuanto destrucción: eso es el infierno. Pues bien, el credo afirma que Jesús “ha descendido” al lugar o estado de ese infierno, para liberar a los humanos de la muerte, ofreciéndoles su resurrección.
3. Bajó a los infiernos. Misterio de pascua.
Diciendo que bajó a los infiernos el credo destaca el abismo de dureza, destrucción y dolor donde Cristo culminó su solidaridad con los humanos. Quien no muere del todo no ha vivido plenamente todavía: no ha experimentado la impotencia poderosa, el total desvalimiento. Leer más…
Del blog Amigos de Thomas Merton:
” Quédate quieto.
Escucha las piedras del muro,
en silencio tratan de decir
tu nombre.
Escucha
las piedras vivas.
¿Quién eres?
¿Quién
eres? ¿De quién
eres silencio?
¿Quién? (No hables)
eres?. Calla como estas
piedras. No
pienses qué eres,
menos aún
en lo que puedes ser un día.
Más bien,
sé lo que eres, pero ¿quién?
Sé el impensable
que no conoces.
O quédate quieto,
mientras aún estás vivo,
y todas las cosas viven
a tu alrededor,
están hablando (no las oigo)
a tu propio ser,
hablando por el desconocido
que está en ti y está en ellas.
‘Trataré, como ellas,
de ser mi propio silencio:
y esto es difícil. El mundo entero
arde en secreto. Las piedras arden,
incluso las piedras me queman.
¿Cómo puede un hombre estarse quieto o
escuchar todas las cosas ardiendo?
¿Cómo puede atreverse
a estar sentado con ellas
cuando todo su silencio está ardiendo?’
*
Thomas Merton.
En silencio. Las ínsulas extrañas.
***
Amigas y amigos del blog: que los ratos de silencio de que podamos disponer esta Semana Santa, iluminen como el fuego nuestro camino hacia la Pascua.. ¡y que ardan!.
Del blog Nova Bella:
“El silencio no es para el cristiano una mudez u opacidad; no es asilamiento ni tan siquiera vacío. Es la condición para que la Palabra de Dios resuene en el interior del hombre donde permanente pero calladamente habla; es la condición para que la luz interior brille, resplandezca y así ilumine la vida. El silencio es la condición que nos permite sintonizar con la música callada, la soledad sonora, la presencia de Dios.”
*
Jose María Avendaño,
La fe es sencilla
***
Del blog Amigos de Thomas Merton:
…”En la vida de Merton hubo claramente dos pasiones: la contemplación y la escritura o, por decirlo más categóricamente, el silencio y la palabra. Desde muy joven, Merton experimentó la pasión por callar y, más que eso, por silenciarse y escuchar; y desde muy joven, también, antes aún, la pasión por escribir y comunicar, por explorarse a sí mismo y al mundo por medio de la prosa, por arrancar a las palabras, frase a frase, su verdad.
Hay muchos autores en quienes la pasión mística y la literaria se cruzan. Ahí están Novalis, por ejemplo, o Tolstói, Stifter, Hesse, Kafka, Lindgren, mi querida Simone Weil o nuestro Unamuno… La lista es casi infinita, y en alguna ocasión he jugado a confeccionarla. Pero esta conjugación del arquetipo espiritual con el artístico, tan sanjuanista, esta confluencia de la experiencia estética con la extática es particularmente elocuente en el caso de Merton, como demuestra su patente actualidad y la continua reedición de sus libros. La pregunta es por qué.
Dice Evelyn Underhill que el silencio «no envuelve a sus iniciados en una calma aislada y sobrenatural, ni los aísla del dolor y el esfuerzo de la vida cotidiana», sino que «más bien les otorga una renovada vitalidad, administrando al espíritu humano no -como algunos suponen- un bálsamo sedante, sino el más poderoso de los estimulantes». Valga esto para casi todos los contemplativos, pero muy en especial para Merton, quien desarrolló en los últimos años de su vida, junto a la pasión por el silencio y la palabra -y claramente derivada de ellas-, una pasión por el gesto y la acción.
En efecto, Merton no fue ni mucho menos sólo un orante que, a fuerza de contarnos y de contarse su relación con el misterio, logró enseñarnos a valorar la esfera de lo religioso. Merton fue un entusiasta del diálogo, un pionero del encuentro intermonástico y un profeta de la meditación en el mundo contemporáneo. Quiso por ello encontrarse con todos los que en su tiempo compartían sus pasiones y podían aportarle algo.
Estudió a fondo, se carteó o se entrevistó con León Bloy, Paul Claudel, Peter Van der Meer, Rilke, Thoreau, Julien Green, Matsuo Basho, Raissa Maritain, Albert Camus, D. T. Suzuki, Pessoa… Y en los últimos años de su vida, y eso que había hecho voto de estabilidad monástica, viajó como el más impenitente de los viajeros, pasando buena parte de las noches, por no decir la mayoría, fuera de su celda y a miles de kilómetros de su monasterio.
Un monje viajero es una contradicción en sí misma, Merton lo fue. Tan contradictoria fue su fiebre viajera y su apología de la quietud como su defensa del silencio en medio de la más exuberante grafomanía. Pero Merton sintió la llamada, no simplemente el deseo, de verificar en la historia todo lo que había contemplado y escrito, todos sus hallazgos y búsquedas.
En la parábola vital de este monje literato y peregrino veo, admirado, un itinerario ejemplar
Como Teresa de Jesús -y el suyo fue uno de los poquísimos casos en su siglo-, Merton fue un apasionado del silencio, de la palabra y de la acción, alcanzando en cada uno de estos ámbitos algo parecido a la plenitud. La pasión mística, poética y fundadora de la santa de Ávila la vivió Merton a su modo en el pasado siglo. Por eso su biografía es su mejor obra, por eso resulta evidente que su figura es un arquetipo.
Salvando todas las distancias, en el espejo de Merton no puedo por menos de ver un reflejo de mí mismo. Pero yo no soy un escritor tan insigne como él, aunque ya me gustaría; ni un místico tan profundo y agudo, lo que aún me gustaría más; tampoco un pontífice del diálogo, como él lo fue, o un apóstol de la meditación, sino sólo un aprendiz. Pero en la parábola vital de este monje literato y peregrino veo, admirado y agradecido, un itinerario ejemplar. Saber que él ya ha recorrido la senda a la que yo mismo he sido llamado, y que la ha transitado de forma tan cabal, hace que mi propio camino sea más llano y más ligera y llevadera mi aventura vital.”
*
Pablo D’Ors.
ABC Cultural, 19 de noviembre de 2015
***
Del blog À Corps… À Coeur:
Que nos subamos a una barca para una minúscula vuelta al mundo, de un cuarto de hora, el domingo, o que nos quedemos allí veinte minutos, al final del muelle, sentados frente al mar, sentimos entonces en la mirada una especie de resquebrajadura. Por ahí, entra y sale la luz. ¿Por otra parte por qué obstinadamente volveríamos a sentarnos o a marcharnos de aquí, si nada se aferró a este silencio súbito?
Por supuesto, muchas gafas negras y vientres asmáticos … La comedia humana recita con gallos su monótona historia en las terrazas de los cafés y en los bancos del parque por todas partes. Pero el azul obstinado del cielo y del mar vigila este gran desastre, lanzando aquí y allí espuma, señales, pequeñas nubes blancas que llegan a salvar bastantes parcelas de belleza, en bastantes miradas desviadas un instante, para que este decorado se mantenga, por lo menos hasta el próximo verano .
¿Que hará de su vida aquel que no aprendió a permanecer solo consigo? ¿ Qué tipo de sonido devolverá, si la música despierta en él sólo un vago estremecimiento ? ¿Qué inteligencia, si no se le plantea ninguna pregunta? ¿Qué signo sabrá trazar, si no le gusta ni la lengua ni la tierra? ¿Qué palabra si no conoce nada del silencio? ¿Qué llave si no tiene ninguna puerta para abrir?
¿Será para siempre el esclavo de todo lo que se agita alrededor de él? ¿Una embriaguez de imágenes y de ruidos? ¿ La modorra de una verbena? ¿ Una lista de compras que hay que despachar? ¿Una laguna, un olvido? ¿Jugar al escondite? ¿ Una vuelta? ¿Un mal papel? ¿Hipos y espasmos? ¿Cólicos? ¿Abrazos? ¿Volteretas? ¿Que hará de su vida quien no espera ningún fragmento de inmortalidad?
¡Dejad pues pasar a aquellos que van a morir!
Giran como pueden el volante de su vida, cuando no son llevados acostados, con máscara y tubos, en pequeños camiones blancos con cruz azul. Tocan el claxon, se ponen nerviosos, se asfixian en una niebla espesa de gasolina. Corren sobre las aceras. Sueñan sólo con marchar más rápidamente. ¿Hacia qué, hacia quién? Se han hecho una vida que ni los perros querrían. No viven en ninguna parte. El mundo acaba de terminar sin que se dieran cuenta. ¿Dónde está su cielo? Las cosas, por supuesto, están en su sitio. Los relojes giran en el buen sentido. Incluso quedan algunos lugares donde todavía brota su agua, y áreas enteras de esta tierra donde la Historia no ha comenzado todavía. Pero aquí no queda nada más, excepto algunos fragmentos por encima de los humos, a veces en la cabeza un trapo azul, una mirada, una rostro cruzado, el compartir furtivo de este defecto y esta ausencia … Voz quizá, o tocar apenas, como un poco de tinta a destiempo vertida sobre el papel, o como una mano una última vez puesta sobre un hombro.
*
Jean Michel Maulpoix, en “El instinto del cielo“
***
¿Nunca te has preguntado qué hay detrás del silencio de Dios?
A veces puede parecernos que hay lejanía, incluso ausencia. Esto puede provocarnos una desoladora sensación de desierto, de vacío. Cuántas veces le reprochamos que lo sentimos, que no sabemos dónde está, ni tan siquiera si está.
¿Por qué estás tan callado, Dios?
Entonces pensamos que la calidad de nuestra oración no es muy alta, que no le dedicamos el tiempo suficiente, así que, durante un tiempo, nos esforzamos por ser fieles a ese ratito de oración diaria o semanal, esos minutos arañados perezosamente. Como Dios sigue callado al cabo de unas semanas resulta prácticamente imposible mantener la fidelidad.
¿Por qué callas, Dios?
Entonces reflexionamos profundamente y sabemos que no siempre tiene que haber sentimiento en la oración, o en el día a día, y que, aunque nos preguntamos cómo es posible mantener una relación de amor o de amistad sin cierto calorcillo, nos respondemos que esto es así, que le pasa a todo el mundo y que no vamos a ser diferentes, que se puede vivir una relación sin que nada te emocione especialmente, sabiendo sencillamente que le quieres. Eso es madurez.
Y Dios sigue callado.
¿Qué hay detrás del silencio de Dios?
Hasta que un día, por ejemplo, escuchando el salmo 130 descubres que Dios es una madre embobada que calla atónita ante la grandeza de su criatura.
El silencio de Dios es puro asombro nacido del amor.
Fuente: web de las Monjas Trinitarias de Suesa
De su blog Un grano de mostaza:
De Pitágoras yo solo sabía hasta hace poco lo del teorema que aprendí sin entusiasmo en mi infancia, junto con términos extraños como hipotenusa y catetos. Mi indiferencia ante el asunto, al parecer trascendental, de que el cuadrado de la primera sea igual a la suma de los cuadrados de los otros, me impidió una relación más estrecha con Pitágoras y lo he tenido arrinconado, junto al número Pi, en un rincón de mi memoria.
Vuelvo a encontrármelo, inesperadamente, en el excelente libro de Ramón Andrés “No sufrir compañía. Escritos místicos sobre el silencio”. Por lo visto, Pitágoras, antes de admitir a sus discípulos, les sometía a un periodo de silencio que podía durar cinco años y durante ese tiempo les conminaba a escuchar, solo escuchar: eran los llamados acusmáticos y después de este tiempo se suponía que ya estaban preparados para percibir otra dimensión de la realidad.
Me parece un programa fantástico de inicio de curso el vivirlo en plan acusmático, tratando de ejercitar esa clase de escucha que permite volver a contactar con las tarea cotidianas pero con un oído nuevo, dejando que las personas con las que tratamos sean como son y se expresen a su manera.
Junto con esos propósitos que solemos tener a principio de curso (aprender inglés, ir al gimnasio…), la acusmatía podría ser otra magnífica decisión.
Dolores Aleixandre
Del blog Amigos de Thomas Merton:
Escuchar a Dios en tu silencio interior y descansar siempre en él:
“El silencio que encuentras en ti mismo cuando entras en ti y descansas en Dios es siempre el mismo y siempre nuevo, aunque sea inmutable. Porque ese silencio es verdadera vida y, aunque tu cuerpo se mueva, tu alma permanece en el mismo sitio, descansando en su vida, que es Dios, ahora, en invierno, igual que hace meses, en verano, sin ninguna aparente diferencia, como si nada hubiera cambiado en absoluto y el paso de las estaciones no hubiera sido más que una ilusión”
*
Thomas Merton. Diarios, enero 1948.
***
“Tú no eres como yo te he concebido. Es casi media noche y estoy esperándote en la oscuridad y envuelto en el gran silencio. Siento dolor por todos mis pecados. No dejes que te pida más que poder sentarme en la oscuridad, ni que encienda ninguna luz por mi cuenta, ni que me deje invadir por la marea de mis pensamientos para llenar el vacío de la noche en que te espero.
Para permanecer en la dulce oscuridad de la pura fe, deja que me convierta en nada a la pálida y débil luz del sentido. En cuanto al mundo, haz que me vuelva para él totalmente desconocido para siempre. Y que así, gracias a esta oscuridad, pueda llegar al fin a tu claridad.
Que, tras hacerme insignificante para el mundo, pueda percibir los infinitos sentidos que encierran tu paz y tu gloria. Tu resplandor es mi oscuridad. No sé nada de Ti, y por mí mismo ni siquiera puedo imaginar cómo llegar a conocerte. Si te imagino, me equivoco. Si comprendo, me engaño. Si soy consciente y estoy seguro de conocerte, estoy loco. La oscuridad es suficiente“.
*
Thomas Merton. Diálogos con el silencio
***
Del blog de la Communion Béthanie:
Ama el silencio.
Ponte en su escuela. Es tu maestro.
Te enseñará a mirar a Dios.
Te enseñará a acomodar los ojos de tu corazón a este rostro de Dios
que te revela tu propia rostro y el de todo hombre.
Ama el silencio.
Ponte en su escuela. Es tu maestro.
Te enseñará a mirar.
Te enseñará a acomodar los ojos de tu corazón a este rostro de Dios
que te mira con los ojos del hombre hambriento y torturado.
Ama el silencio.
Ponte en su escuela. Es tu maestro.
Te enseñará a mirar.
Te enseñará a acomodar los ojos de tu corazón
este rostro de Dios para discernir,
en el corazón de la creación,
los reflejos de la belleza del Creador,
para discernir, en el espesor de las cosas y de los seres,
su verdadera dimensión interior,
y en los gestos humildes de todo ser creado,
los rastros de su bondad.
Ama el silencio.
Ponte en su escuela. Es tu maestro.
Te enseñará a mirar.
Origen y culmen de nuestra historia
Te enseñará a acomodar los ojos de tu corazón para discernir
las rendijas de luz en el fondo de nuestros callejones sin salida,
las semillas de eternidad en la brevedad del presente
y el devenir todavía escondido de todo ser vivo.
Ama el silencio.
Ponte en su escuela. Es tu maestro.
Te enseñará a mirar el verdadero rostro del hombre y de Dios,
te dará esta mirada interior de la fe que enseña a mirar a los hombres,
sus alegrías y sus sufrimientos.
Todos las grandes y los pequeños acontecimientos de la vida.
*
Michel Hubaut
***
En todo tiempo se nos invita al silencio y recogimiento, por lo que me ha parecido oportuno, dejaros con una canto inspirado en los escritos de San Juan de la Cruz. El autor es Federico Carranza y él mismo explica: “Compuse este canto desde mi propia experiencia de soledad y de amor a Dios. San Juan de la Cruz me ayudó a comprender que Dios no siempre se nos manifiesta de manera sensible o extraordinaria, y que el amor en este tiempo de silencio madura y se profundiza, pues ya no precisa de la ayuda sensible.”
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Del blog Pays de Zabulon:
” En períodos de soledad que se parecen al silencio, tenemos la posibilidad de parar el tiovivo emocional y descubrir los tesoros insospechados que llevamos en nosotros. Paradójicamente, la soledad puede permitirnos encontrar una conexión profunda y verdadera con todo lo que existe. En la paz del silencio y de la soledad, nuestra alma puede por fin hablarnos, curarnos, acompañarnos y abrirnos la puerta a la experiencia sublime de la unidad. Entonces, no estamos solos nunca más … “
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Annie Marquier
(Extracto de “El Maestro en el Corazón“)
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Fuente
Del blog À Corps… À Coeur:
La duració amorosa no es duración.
El tiempo transcurrido en el amor no es tiempo,
sino la luz, un junco de luz,
un edredón de silencio, una nieve de carne dulce.
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Christian Bobin, en “ La parte que falta“
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Del blog de la Communion Béthanie:
Caminemos todo el verano con el papa Juan XXIII
La oración nace de una conciencia tranquila, es decir, que no se exalta en el éxito,
ni cae en la tribulación del cuerpo o del espíritu,
sino que comparte su tiempo bajo la dirección de la obediencia
y se expresa en la sinceridad y el amor hacia todos, en la caridad más difícil
inspirado en el himno de San Pablo en su primera carta a los Corintios:
paciente, benévolo, no rencoroso ni insolente;
que no se hincha, no es ambicioso, no busca su interés,
no se encoleriza, no pienses mal, no se alegra de la injusticia,
sino que pone su alegría en la verdad, cree todo, espera todo, lo soporta todo.
De esta conciencia serena y en paz brota la oración pura;
escuchar a Dios, hablar con Dios, hacer silencio en Él, preguntar lo que quiere.
La oración de adoración y acción de gracias, más que de petición.
Pues el Señor sabe lo que necesitamos.
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Su Santidad Juan XXIII
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Del blog À Corps… À Coeur:
Si los pensamientos no te aportan las respuestas,
prueba el silencio.
Del silencio surgen todas las respuestas,
en el silencio se resuelven todas las preguntas.
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Rava Bakou
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(Nota)
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