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En el silencio interior

Sábado, 8 de julio de 2017
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Es en el silencio donde se aprende a contemplar a Dios. Existe una belleza y una verdad que sobrepasan el presente y que solo el silencio es capaz de revelar. La Palabra de Dios que ansiosamente buscamos, y que nos habla en el silencio interior.

*

Pedro Arrupe

***

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Sábado Santo… en silencio ante el Señor.

Sábado, 15 de abril de 2017
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© Carmelo Blazquez 2013

(Fotografía de Carmelo Blazquez)

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte hasta que con su resurrección se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.

Hombre en Soledad

 Contigo vengo, Dios, porque estás solo
en soledad de soledades prieta.
Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
sintiendo por el pecho un mar de pena.
Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
que te descanse, Dios, de tu grandeza,
que te descanse de ser Dios, sin nada
que te pueda inquietar o te comprenda.
Qué tristeza me doy, perdido en todo,
y todo mudo, tan lejano y cerca,
cada vez más presente ante mis ojos
en un mutismo que no se revela,
con el corazón loco por saberte,
preguntando en la noche que se adensa.
Con voz de espadas clamo por mi sangre,
rebusco con mis manos en la tierra
y escarbo en mi cerebro con mis ansias.
Y silencio, silencio, mudez tensa.
Dios, pobre mío, todo lo conoces.
Para Ti todo ha sido: nada esperas.
Hasta lo que me duele y no me encuentro
Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.
Yo no conozco nada, Dios, y tengo
socavones de amor llenos de inquietas,
oscuras criaturas que me gritan
palabras, no sé dónde, que me queman,
preguntas que me tuercen y retuercen,
sábana viva chorreando estrellas.
Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
llamando siempre a la inmutable puerta
con las palmas sangrando, a la intemperie
de mis luces y dudas y tormentas.
Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
siempre despierto, siempre Dios, alerta,
sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,
que ofrezca su descanso a tu cabeza.
Cómo me dueles, Dios. Cómo me dueles,
herido por la angustia que te llena,
sin poder descansarte, sin caberte
en mis entrañas ni aun en mis ideas.
No puedo más Contigo, que me rompes
creciendo por mi dentro y por mi fuera,
cercándome, estrechándome, ahogándome,
dejando, sin saberlo, en mí tu huella.
Y soy hombre, Señor. Soy todo caspa
de angustiosa esperanza contrapuesta,
arcilla informe de reseco olvido,
quizá, capricho de tu indiferencia.
Señor, qué solo estás. Cómo estoy solo,
yo con mi carga insoportable a cuestas.
Tú, con todo y sin nada —(¡todo, nada! —
más que Tú, Dios perdido en tu grandeza,
muerto de sed de amor de algo supremo,
Dios, algo que te alegre y que te encienda.
Sin nada superior a Ti creado,
mi voz alzada al límite no llega
a rumor que resbale por tus sienes,
a brisa en tus oídos, que se secan
de no oír desde nunca una palabra
que antes de estar en hombre no supieras,
pobre Creador, Dios mío sin sosiego,
preso en tu creación, en diferencia.
A Ti vengo, Señor, porque estoy solo,
a veces aun sin mí. Pero no temas,
Señor que has puesto en mí necesidades
sin darme el modo de satisfacerlas.
Perplejo, recomido de inquietudes,
de Ti tengo dolor; de mí, conciencia
de ser como no quiero: ser inútil,
vana palabra, humana ventolera
con sabor de cenizas y de ortigas
clavándome alfileres en la lengua,
y un huracán de vida por la carne
que no ha encontrado carne que florezca.
Versos, versos, mas versos, siempre versos,
¿y para qué, Dios mío? Dentro queda
una fuente de llanto sofocado
minándome la hirviente calavera,
sin encontrar salida a la congoja
cada vez más patente. Y todo niebla.
Contigo vengo, Dios, porque estoy solo;
me huyes cada vez, más te me alejas.
¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?
¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla
este vaho que se alza de mi vida,
hierbecilla perdida que se hiela?
Encallece mi alma, Dios. Haz dura
la mano y la mirada: hazme de piedra.
Quítame el sentimiento que me escuece.
Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.
Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,
en muda, resignada, dulce bestia
caminante con ritmo y sin sentido
por un mundo de instintos e inocencia,
o dame con la luz aquel sosiego
original del prado que apacientas

*

Ramón de Garciasol, Hombre en soledad,

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Dios y la poesía

Sábado, 8 de abril de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

Encontrar a Dios,
Rápido.

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Dios está presente en toda la poesía.
No puede ser de otra manera.
Porque Dios es poesía.

Dios habita
profundamente
Las tentativas de las palabras
Y sobre todos los silencios,
El poema.

Susurra
Sin descanso
En las cesuras
Los suspendidos
Del poema.

Dios es el poeta del silencio.
El que mejor
Puede hablar de Él
En poema
Es aquel que
Deja todo espacio
Al silencio
.

Dios es poeta del silencio,
Le viste de rimas, de ritmos,
Le hace cantar
Utiliza todos los sonidos
Todas las luminosidades
Para hacerle vibrar
Y tocar el corazón.

Dios es poeta del silencio
Escultor del Silencio
Pintor del silencio.
Lo redondea, lo espesa, lo trabaja.
El arabesco, lo colorea y lo hace sonar …

Esté presente en  el silencio.
Respeta tu silencio, y luego explóralo.
Dios te espera allí, un lápiz en la mano, y
En los labios la sonrisa del Creador …

***

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La copa de mi propia vida

Miércoles, 5 de abril de 2017
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Del blog de Henri Nouwen:

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“No hay dos vidas iguales. Lo mismo que hay una cantidad incontable de vinos, hay una variedad incalculable de vidas. A menudo comparamos nuestra vida con la de los demás e intentamos descifrar si son mejores o peores, pero esas comparaciones no nos sirven de mucho. Tenemos que vivir nuestra propia vida, no la de otros.

Tenemos que mantener firmemente entre nuestras manos nuestra propia copa. Tenemos que atrevernos a decir: «Ésta es mi vida, la que se me ha dado, y ésta es la vida que tengo que vivir lo mejor que pueda. Mi vida es única. Ningún otro vivirá esta vida mía. Tengo mi propia historia, mi propia familia, mi propio cuerpo, mi propio carácter, mis propios amigos, mi propia manera de pensar, de hablar y de actuar. Sí, tengo que vivir mi propia vida. Nadie tiene ante sí el mismo reto que yo. Estoy solo, porque soy único. Muchas personas pueden ayudarme a vivir mi vida, pero después de que todo haya sido dicho y hecho, tengo que hacer mis propias elecciones sobre cómo vivir».

Es duro decirnos esto a nosotros mismos porque al hacerlo nos enfrentamos a nuestra propia soledad. Pero, al mismo tiempo, es nuestro reto maravilloso porque lleva consigo el privilegio de nuestra unicidad. “

*

Henri Nouwen.
¿Puedes beber este cáliz?

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Silencio

Martes, 4 de abril de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Callemos a todo para que

en el silencio

oigamos los susurros del amor,

del amor humilde,

del amor paciente,

del amor inmenso,

infinito

que nos ofrece Jesús

con sus brazos abiertos

*

San Rafael María Arnaiz

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***

Fuente Foto: Juan y Jesús, detalle de las Bodas de Caná, por Christopher Olwage

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“La importancia del silencio”, por Enrique Martínez Lozano

Martes, 4 de abril de 2017
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como-resignarse-a-perder-un-amorFlorence Nightingale, una mujer extraordinaria considerada precursora de la enfermería moderna, afirmó: “El ruido innecesario es la falta de atención más cruel que se le puede infligir a una persona, ya esté sana o enferma”. Casi dos siglos más tarde, la ciencia ha confirmado que nuestro cerebro necesita el silencio casi tanto como nuestros pulmones el oxígeno.

El silencio contribuye a regenerar el cerebro

Hasta hace poco se pensaba que las neuronas no podían regenerarse y que nuestro cerebro estaba condenado a un declive progresivo e inexorable. Sin embargo, con el descubrimiento de la neurogénesis todo ha cambiado, y ahora los neurocientíficos se centran en descubrir qué puede promover la regeneración neuronal.

En este sentido, un grupo de investigadores alemanes del Research Center for Regenerative Therapies Dresden han descubierto que el silencio tiene un impacto enorme en el cerebro. Estos científicos comprobaron que en el cerebro de los ratones que se quedaban en silencio durante dos horas cada día crecían nuevas células en el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la memoria, las emociones y el aprendizaje.

Además, constataron que esas nuevas células eran capaces de diferenciarse e integrarse en el sistema nervioso central para cumplir diferentes funciones. Por tanto, reservar algunos minutos al día para estar en completo silencio podría ser muy beneficioso para nuestro cerebro, ayudándonos a conservar la memoria y a ser más flexibles ante los cambios.

 El silencio permite que el cerebro le dé sentido a la información

Nuestro cerebro tiene una “red por defecto” que se activa cuando estamos descansando. Esa red se encarga de evaluar las situaciones e información a la que nos hemos expuesto a lo largo del día y las integra en nuestra memoria o las descarta si son irrelevantes.

Básicamente, esa red funciona reclutando una serie de regiones del cerebro, que son las encargadas de seguir trabajando por debajo del nivel de la conciencia. También es la principal responsable de los destellos de genialidad ya que se encarga de ir atando cabos y buscar soluciones a los problemas.

Recientemente, investigadores de la Universidad de Harvard descubrieron que esa red se activa de forma especial cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, por lo que sería esencial para reafirmar nuestra identidad. Estos investigadores también apreciaron que la red por defecto se activa cuando estamos en silencio y con los ojos cerrados ya que cualquier estímulo del medio que nos distraiga la “apagaría”.

El silencio es el mejor antídoto contra el estrés

Las ondas del sonido provocan vibraciones en los pequeños huesos del oído, los cuales transmiten el movimiento a la cóclea, donde esas vibraciones se convierten en señales eléctricas que llegan hasta el cerebro. El problema radica en que nuestro cuerpo está programado para reaccionar de manera inmediata ante esas señales, incluso en medio de un sueño profundo. Por eso, el ruido provoca una activación de la amígdala, la cual responde estimulando la producción de hormonas como la adrenalina y el cortisol, que incrementan nuestro nivel de estrés.

Por eso, no es extraño que un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cornell haya descubierto que los niños que viven en zonas cercanas a los aeropuertos, donde hay mucho ruido, son más vulnerables al estrés. De hecho, estos niños tenían una presión arterial más alta y niveles más elevados de cortisol.

Afortunadamente, el silencio tiene el efecto opuesto en nuestro cerebro. Mientras el ruido causa tensión y estrés, el silencio tiene un efecto sanador y relajante. Así lo comprobaron investigadores de la Universidad de Pavia, quienes descubrieron que tan solo dos minutos en silencio absoluto son más beneficiosos que escuchar música relajante y provocan una mayor disminución de la presión sanguínea.

Por tanto, ahora ya lo sabes: disfruta del silencio. Tu cerebro, tu cuerpo y tu mente te lo agradecerán.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Religión y apostasía. A propósito de “Silencio”, por José Arregi

Jueves, 30 de marzo de 2017
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1253195_silence_scorseseLeído en su blog:

Hace ya dos meses que dos matrimonios amigos fuimos a ver Silencio, de Scorsesse. Entretanto, ha desaparecido de las carteleras y de los medios que todo lo devoran. Todo lo devoramos sin haberlo saboreado y sin tiempo para digerir y nutrirnos. En cuanto a la película como tal, carezco de criterio competente para afirmar si es buena o mala, ni me interesa en este momento. Nos dio para una larga y sabrosa sobremesa, con discordancia de opiniones y concordia comensal: ¿Apostatan realmente los jesuitas Ferreira y Rodrigues o solo fingen hacerlo? Por lo demás, ¿es la película fiel a la historia? Y las grandes cuestiones de fondo: ¿Qué es fe? ¿Qué es apostasía?…

Pero antes de nada: ¿Qué movía a unos jóvenes jesuitas –o franciscanos y dominicos– europeos a embarcarse hacia las lejanas islas de Japón, con una lengua, unas tradiciones y una religión tan distintas de las suyas, mientras su propia Europa se desangraba en guerras de cristianos por cuestiones de dogmas y de poderes? Les movía sin duda la mejor voluntad, pero no la mejor inteligencia de la fe. Iban en nombre de Jesús, pero al amparo de monarcas y de ricos mercaderes. Les inspiraba el evangelio liberador de Jesús, pero estaban sujetos a su letra, convencidos de que la fe consiste en profesar el Credo, el evangelio se identifica con religión cristiana y la religión cristiana católica es la única verdadera.

Creían con razón que el mensaje del evangelio es universal, pero ignoraban que el lenguaje y todas las formas en que lo expresaban eran –siguen siendo– radicalmente particulares. Embarcaban para enseñar lo que conocían, pero no para aprender lo que desconocían. Querían salvar a aquellas gentes, pero pensaban que la salvación era cosa del cielo después de la muerte, y que solo se podrían salvar quienes abrazaran sus creencias y recibieran su bautismo. Se exponían heroicamente a la tortura y la muerte, pero les confortaba la certeza de que obtendrían la corona suprema en lo más alto del cielo.

Eran mensajeros de Jesús. Solo que Jesús nunca pretendió fundar una religión, ni jamás se le pasó por la cabeza enviar a nadie a “convertir paganos”. Él se sintió profeta de Dios, de un mundo nuevo inminente, y, con un grupo de discípulos y discípulas, se fue a anunciarlo y vivirlo por caminos y aldeas. “Convertíos a la vida”, venía a decir.

Pero muy pronto el evangelio de la vida se convirtió en religión clerical, la Iglesia se alió con el imperio y los cristianos entendieron que Jesús los enviaba a cristianizar y, sin saberlo, a helenizar, romanizar y europeizar todo el mundo. Los profetas de un mundo nuevo se volvieron misioneros de la única religión que garantizaba el perdón de los pecados aquí y la vida feliz solo en el más allá.

En la nueva religión de los misioneros cristianos, muchos encontraron consuelo y libertad, la esperanza de sus vidas, y de buena gana apostataron de sus antiguas creencias y prácticas religiosas, incluso hasta morir torturados. Otros muchos, incontables, fueron sometidos contra su voluntad a una terrible disyuntiva: o apostatar o morir. Pero la Iglesia jamás ha proclamado mártires a cristianos disidentes o a quienes ella hizo morir por no apostatar de su religión o de su ateísmo.

A veces cambiaron las tornas, como en Japón a lo largo del siglo XVII, cuando el poder político impuso el budismo como religión de Estado, igual que los reyes europeos imponían su confesión católica, protestante o anglicana en sus reinos y en las tierras conquistadas. Muchos cristianos japoneses prefirieron entonces la muerte más terrible a la apostasía, mientras los monjes budistas cantaban mantras al Buda compasivo Amida, y ellos –los cristianos– se preguntaban por qué Dios callaba, sin atreverse a pensar que un Dios así no puede existir.

Otros –como el Kichijiro del film– apostataron del cristianismo para salvar su vida, pero condenándose a vivir el resto de su vida carcomidos por la culpabilidad. El jesuita Rodrigues también apostata, pero solo por salvar a otros, y vive el resto de su vida en el remordimiento de haber pisado un fumie, una mera tablilla con la imagen de Jesús. Mucho antes que él había apostatado el padre Ferreira, y no solo para salvar a otros sino también para salvarse a sí mismo. Y no tuvo remordimientos por haberlo hecho. Vivió en paz. Vivió.

En nuestra sobremesa hubo discrepancias al respecto: ¿apostató el sabio padre Ferreira por convicción o solo fingió hacerlo? Para mí, el padre Ferreira es el modelo del cristiano maduro, libre de la religión. Es el único que no apostata en realidad. Pues toda religión, el cristianismo incluido, no es en el mejor de los casos sino una representación de la Vida, como el fumie no era sino una representación de Jesús. ¿No querría tu mujer que pisaras su imagen por salvar tu vida y la de tus hijos? Preferir la religión a la vida propia y ajena: eso es apostatar.

Espiritualidad, General, Iglesia Católica , , ,

La copa en el silencio

Miércoles, 22 de marzo de 2017
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Del blog de Henri Nouwen:

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 Debemos beber lentamente, saboreando cada sorbo, hasta el fondo. Vivir una vida completa es beber nuestra copa hasta que se quede vacía, confiando en que Dios la llenará con la vida eterna.

Es importante, sin embargo, ser muy concretos, tener nuestra mente muy clara cuando nos enfrentamos a la pregunta: «¿Cómo bebemos nuestra copa?». Necesitamos de ciertas disciplinas bien concretas que nos ayuden a asimilar y a interiorizar nuestros gozos y nuestras penas, y a encontrar en ellos nuestro único camino de libertad espiritual.

Me gustaría estudiar cómo tres disciplinas, la del silencio, la de la palabra y la de la acción, pueden ayudarnos a beber nuestra copa de la salvación.

La primera forma de beber nuestra copa es en el silencio. Puede parecemos una sorpresa porque estar silencioso parece que es no hacer nada. Pero es precisamente en el silencio cuando nos enfrentamos a problemas de nuestro verdadero ser. A menudo las penas de nuestras vidas nos abruman de tal forma que hacemos cualquier cosa para no enfrentarnos a ellas…..

El silencio es la disciplina que nos ayuda a sobrepasar la categoría de entretenimiento de nuestras vidas. En ese silencio es donde podemos hacer que emerjan nuestras penas y gozos de los lugares en los que se ocultan y donde podemos mirarnos a la cara diciendo: «No tengas miedo, puedes mirar tu propio caminar en la vida, sus lados brillantes y oscuros, y descubrir tu forma de ser libre».

Podemos encontrar el silencio en la naturaleza, en nuestra propia casa, en una iglesia o en un lugar de meditación. Pero donde quiera que lo encontremos, debemos mimarlo. Porque sólo en el silencio podemos conocer en profundidad quiénes somos y poco a poco mirarnos a nosotros mismos como dones de Dios.

Al principio el silencio puede asustarnos. En el silencio oímos las voces de las tinieblas: nuestros celos y nuestra rabia, nuestro resentimiento y nuestros deseos de venganza, nuestra lascivia y nuestra avaricia, nuestro dolor por las pérdidas, abusos o rechazos. Estas voces son a menudo ruidosas y persistentes. Todas esas realidades miserables pueden llegar a ensordecernos. Nuestra reacción más espontánea es salir corriendo y volver a nuestro entretenimiento. Pero si mantenemos la disciplina de permanecer y de no consentir que esas voces nos intimiden, perderán gradualmente su fuerza y pasarán a un segundo plano, dejando un espacio para las voces más suaves, más agradables, de la luz.

Estas voces hablan de paz, bondad, suavidad, gozo, esperanza, bien, perdón, y, sobre todo, de amor. Al principio pueden parecer tenues, insignificante y podemos pasarlo muy mal confiándonos a ellas. Sin embargo, son muy insistentes y se harán más fuertes si seguimos escuchándolas. Nos vienen desde lo más hondo de nosotros mismos y de muy lejos. Nos han estado hablando desde antes de nuestro nacimiento y nos revelan que no hay oscuridad en el que nos envió al mundo: sólo hay luz.

Son parte de las voces de Dios, que nos llamó desde toda la eternidad: «Mi hijo querido, mi favorito, mi gozo».

Los enormes poderes de nuestro mundo siguen pretendiendo ahogar esas voces suaves. Pero siguen siendo las voces de la verdad. Son como las que escuchó el profeta Elias en el monte Horeb. Allí Dios le habló no con la voz de un huracán, un terremoto o un incendio, sino como en un murmullo (1 Reyes 19,11-13). Este sonido nos quita todos nuestros miedos y nos hace darnos cuenta de que podemos enfrentarnos a la realidad, sobre todo a nuestra propia realidad. Estar en silencio es la primera forma de aprender a beber nuestra copa.”

*

Henri Nouwen.
¿Puedes beber este cáliz?

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Un simple suspiro.

Martes, 28 de febrero de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es una profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su ori gen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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*

“Espíritu Santo, Espíritu consolador, estar en tu presencia en un silencio apacible, ya es orar. Comprendes todo de nosotros, y a veces hasta un simple suspiro puede ser oración.”

*

Frère Roger de Taizé,

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Enséñame a decir …

Lunes, 20 de febrero de 2017
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Del blog Pays de Zabulon:

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Dios, marchas a mi lado.
Atraviesas mis sendas …
Cada día.

Tu presencia me sostiene,
me reconforta
A veces, me quedo sin palabras.
Me quedo sin voz.

Luego me llaman,
me piden
Cuéntanos de Dios.
No sé que decir.

Tú estás más allá de las palabras.
Más allá de todo.
Apenas logro balbucir.

Aprendo a decirte, Dios,
aprendo a decirme en ti, Dios.
Concédeme la gracia de conocerme.
Concédeme la gracia de
reconocerte…
en mí.

*

Guylain Prince, OFM,
en La Nouvelle Revue Franciscaine, nov. 2008

Fuente foto : Andrew Garfield en la película de Martin Scorsese, Silencio

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Misioneros bautizados por inmersión en “Silencio”, por Juan Masiá, sj

Lunes, 6 de febrero de 2017
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silencio-de-scorseseDe su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

También Sebastián y Francisco son mártires, testimonios de bautismo y muerte salvadores.

Fui a ver Silencio por tercera vez, acompañado por unos amigos japoneses, un matrimonio joven de antiguos alumnos míos en la universidad Sophia. No son católicos, pero están familiarizados con lo cristiano por su contacto con jesuitas. Quería conocer su reacción espontánea ante la proyección de los martirios y torturas. Por eso guardé silencio , para no condicionar su interpretación con la mía.

A la salida del cine, hacia la cafetería, caminábamos los tres sin decir palabra. Silencio japonés significativo. Como si los tres presintiéramos que cualquier comentario precipitado estropearía la impresión con que nos ha tocado hondo el impacto de las escenas martiriales.

Sentados ya a la mesa, tras el primer sorbo de té, dice mi amigo: Yahari yokatta , que significa,”Muy bien, por supuesto, me gustó…”.

¿Y a tí también?, digo dirigiéndome a su mujer. “Sí, mucho, me ha emocionado”, dice ella, y añade: “… Sasuga, ano futariAquellos dos misioneros hicieron lo que propio de ellos…” “(Sasuga significa “como era de esperar”, ano futari significa “aquellos dos”. Sin duda se refiere a Sebastián y Francisco, los dos protagonistas)

“Precisamente sobre esos dos quería yo saber vuestra reacción”. “ ¿Cuál de los dos…?”, digo sin acabar la frase, con ambiguedad japonesa.

A lo que responde él: “Los dos sufren y les cuesta dar el paso que dan”.

Y añade ella: “Los dos están dando la vida tirándose al agua para salvar a otros”

(En japonés, al pie de la letra, mi wo nagedasu significa “arrojar la propia persona”, es decir, arriesgar la propia vida dándola como quien se tira al agua desde un trampolín).

Tienes razón, Teruko-san, los dos dan la vida. Dices bien, Iwao san, los dos sufren al dar ese paso. Yo también le he percibido así. Creo que los tres hemos captado la genialidad de Scorsese al filmar en cámara lenta a Sebastián pisando el icono, en paralelismo con la escena de Francisco arrojándose al agua, mientras grita que lo lleven a él para ahogarlo en lugar de los que iban a ser martirizados. Más aún, la imagen de Sebastián, boca abajo en el suelo después de pisar, puede parangonarse con la del cadáver de Francisco, al salir a flote.

Me satisfizo comprobar que mis amigos, antiguos alumnos, habían captado intuitivamente el mismo vínculo de motivación que aúna dos opciones diferentes. Merecía la pena esforzarse en clase por aprender la ética del amor en situación, para poder vivir y convivir desviviéndose por los demás…

Hasta aquí mi comentario en torno a la charla con mis amigos japoneses. Pero mi lectura de la obra maestra de Scorsese va mucho más lejos, prolongando su intuición en una reflexión teológica, con la que no era oportuno fatigarles a ellos en aquel momento. Mi lectura en clave teológica de las dos escenas mencionadas es la siguiente.

Francisco no es un mártir suicida, al elegir ofrecerse como víctima en lugar de otros (como haría en otro caso, por ejemplo, el P. Maximiliano Kolbe )

Sebastián no es un “apóstata al pie de la letra” (ni rechaza creencias, ni rechaza a Cristo), sino hace una opción de morir a sí mismo de algún modo redentor.

Francisco y Sebastián se sumergen en un agua de bautismo, muerte y resurrrección.

Si en las escenas de los mártires crucificados, el oleaje de la marea protagonizaba el mensaje bautismal de muerte y ascensión, también la curva cóncava en cámara lenta de la caída de Sebastián sobre el icono (caída en la que pisar se torna abrazo), en el momento siguiente se hace plana sobre el suelo para pasar a convexa y elevarse conectando en el plano inmediatamente siguiente con el alzar del brazo que da la orden de elevar a los mártires colgados para liberarlos.

Sebastián no pisa el icono para librarse de torturas, ni lo pisa para quejarse del silencio divino. Lo pisa abrazando al crucificado, dejándose bautizar, es decir, morir con él para conseguir así liberar de sus cruces a los otros crucificados.

En japonés la apostasía se llama haikyô (que significa “dar la espalda a la creencia”) o kikyô (que significa “tirar o desechar la creencia”). Pero de los cristianos que pisaron el icono se dice que “cayeron tropezando” (en japonés, koronda) La ambigüedad del verbo korobu (tropezar y caer) abre la puerta a lecturas diferentes: ¿caer en pecado escandalizando o caer abrazando compasivamente al “Caído y Pisoteado” para unirse a su acción redentora que libra los que iban a ser ejecutados?…

Creo que Scorsese, con la hondura de estas escenas, ha superado al fin la “última tentación”. En el caso de su película La última tentación, tanto el público que le acusaba de blasfemo como quienes le alababan la originalidad, no percibían el enigma del silencio de Dios vivido por el mismo Cristo. Pensaba la gente que la tentación era Magdalena. Pero la última tentación para Jesús era la tentación de bajarse de la cruz (Véase Lc 4, 13: relacionado con Lc 22, 41-46)

Esta vez Scorsese no oculta que Jesús es el primero en angustiarse en la pasión ante el silencio de Dios. Ese Cristo no es un Pantocrator dominador, amenazante y exclusivista (que hubiera dicho: “prohibido pisarme”), sino un Cristo redentor y misericordioso (que dice: “puedes pisarme, que para eso he venido, para dejarme pisar y que puedan ser así desclavados de sus cruces otros crucificados”).

Esto es reconfortante para quienes creemos en Jesucristo, no porque nos resuelva el problema teórico del mal, ni porque nos resuelva el problema existencial del silencio de Dios, sino a pesar de que no los resuelva racionalizándolos, sino haciéndonos capaces de quedarnos junto con él en silencio ante el misterio y sumergirnos en el bautismo y éxodo pascual de muerte y resurrección liberadoras.

La última escena, con la serenidad y paz profunda que sugiere la despedida de la esposa, nos lleva de nuevo al mundo de lo misericordioso y maternal: la tinaja que sirve de féretro evoca un útero maternal y la esposa introduce discreta y silenciosamente en su interior la cruz que Sebastián ha conservado a escondidas. Este epílogo es una ascensión, como también en el pórtico de la película, con los tres jesuitas bajando y subiendo a la vez aquellas escalinatas, jugaba con la imagen de la ascensión: subir hacia abajo para llenarlo todo (cf. Ef 4, 10). Obertura y final han marcado el mismo ritmo que la escena del clímax, en la que caer tropezando es caer abrazandoy caer hacia arriba, sumergirse bautismalmente para ascender pascualmente…

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En “Silencio”, el Pisoteado rompió el silencio, por Juan Masiá, sj

Jueves, 26 de enero de 2017
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silencio-de-scorseseDe su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

Apariencia de renuncia, realidad de abrazo

“Ofrecí la espalda a los que me apaleaban” (Isaías, 50, 6)

(Juan Masiá, sj).- La novela de Shûsaku Endo, Silencio, se publicó en 1966, el año de mi llegada a Japón. En los debates sobre literatura y religión, se dividían las opiniones: de un lado, quienes ensalzaban al “Graham Greene japonés”; por otra parte, quienes sospechaban de la heterodoxia de la obra, presunta apología de actitudes apóstatas.

Mi escaso conocimiento de la lengua, con la que me debatía de la mañana a la noche durante el bienio de aprendizaje, no me permitía leerla, pero en la comunidad de estudiantes jesuitas discutíamos sobre la obra de Endo, apoyándonos (unos, para bien; otros, para mal) en recensiones publicadas en lenguas extranjeras.

Algunos misioneros y teólogos de la generación anterior juzgaban duramente a Endo, considerándolo peligroso para la fe de los japoneses bautizados de adultos. Otros, más abiertos, coincidían con los que acabábamos de vivir en Europa el entusiasmo por la apertura del Concilio Vaticano II. Los temas del silencio de Dios, la inculturación, la iglesia viajera en medio del mundo, el encuentro con las otras religiones y la opción por las víctimas oprimidas eran, para nosotros,algo obvio; en cambio, resultaban novedosos para una mayoría del público católico japonés.

Cuatro años después, mi primera lectura de Endo en japonés coincidió con mi traducción al japonés de San Manuel Bueno, de Unamuno, y espontáneamente surgió la idea de titularla El silencio de Dios.

En la década siguiente, tuve ocasión de comprobar con satisfacción que, entre el alumnado universitario no católico, estas dos lecturas suscitaban interés por la cuestión de fe, e incluso sirvieron para motivar la entrada en el catecumenado de algunos alumnos y alumnas. Para otros, en cambio, provocaban rechazo por parecerles “demasiado católicos” estos autores que, para el catolicismo “pre-conciliar”, más bien olían a heterodoxia.

Gracias a Scorsese, la problemática de Endo vuelve a primer plano. Dejando para otras plumas la crítica de cine, voy a pensar sobre cuestionamientos teológicos a propósito de la obra de Endo, a la que dedicaré los post de este blog durante las próximas semanas.

De momento, solo dos reflexiones, sobre el Pisoteado y sobre los pisoteados.

1. En el climax del filme y de la novela, la voz del Pisoteado rompe el silencio: el crucificado invita a pisar a quien “para eso se ha abajado, para eso ha venido”, rompe el silencio divino, para convertir el silencio del Padre en clamor del Hijo, puesto de parte de las víctimas de modo incondicional e irreversible, sumiso y comprometido. A partir de ese momento el tema deja de ser el silencio, para convertirse en la voz del Pisoteado.

El P. Adelino Ascenso, autor de una disertación doctoral sobre literatura y teología en la obra de Endo, escribe así sobre el momento crucial que convierte la apariencia superficial de apostasía en realidad profunda de encuentro con la misericordia del crucificado:

“Rodrigo se encontró implicado en un diálogo delicado cuando decidió pisar el emblemático icono del fumie como un acto de amor y compasión para con sus hermanos cristianos japoneses. Un diálogo tan arriesgado como ese es lo que necesita la teología cristiana… Rodrigo desafió y confrontó la imagen de Jesús que le había sido presentada hasta ahora y descubrió, oculto bajo la superficie, al auténtico Jesús, doliente con quienes sufren” (Transcultural Theodicy in the Fiction of Shûsaku Endo, P. U. G., Roma, 2009, p. 283)

2. Los pisoteados siguen exigiendo hoy que se rompa el silencio sobre ellos. Un ejemplo de pisoteados: los enterradores no cristianos de los mártires cristianos. Cuando se celebró, el 24 de noviembre de 2007, la beatificación de 188 mártires japoneses, se planteó la necesidad de revisar la memoria histórica cristiana en Japón, para no olvidar a otras víctimas del entorno de los mártires. Se trata de otras víctimas que suelen quedar olvidadadas y no reconocidas.

En las representaciones artísticas del martirio nos impresionaba ver a los crucificados, alanceados sobre sus cruces mientras bajo ellas ardía la hoguera, a la vez ejecución y pira crematoria. No se nos había ocurrido pensar que, además de los mártires, hubo otras víctimas. Ni habíamos caído en la cuenta de que los verdugos podían serlo.

¿Quiénes ejecutaban la sentencia? ¿Quiénes acarreaban la leña para la pira? ¿Quiénes se encargaban de la tarea enojosa de recoger los cadáveres? ¿Quiénes vigilaban en la prisión? A estas preguntas y a un largo etcétera que las sigue, responde el profesor Aoyama:

“Para esos trabajos enojosos había una mano de obra forzada, obligada a realizarlos, se les reclutaba en el barrio discriminado en que vivían quienes eran considerados hinin, es decir, no-humanos y no-ciudadanos por estar dedicados a trabajos considerasdos contaminantes (matanza de animales, curtir pieles, etc…)” (cf. Boletín de la Asociación cultural de estudios de la era cristiana de Nagoya, nn. 41 y 46)

Lo fuerte del caso es que los descendientes de esa casta discriminada siguen arrastrando hoy el peso de la discriminación. Han de ocultar el domicilio natal en el barrio discriminado (buraku) y el nombre de familia, si no quieren sufrir dicriminación a la hora de encontrar empleo o contraer matrimonio.

En medio de uno de esos barrios, en Kyoto, hay erigido un monumento conmemorativo a los mártires. Dicen los descendientes de quienes participaron obligatoriamente en la ejecución que, así como los mártires fueron víctimas por su fe (claro que no sólo por la fe, sino también por no someterse a la ideología política del estado), los antepasados de los discriminados de hoy también fueron víctimas, cuyos derechos humanos eran totalmente conculcados.

Olvidar esto mientras se celebraba una concentración masiva en Nagasaki para festejar la beatificación de los mártires habría sido una contradicción e incongruencia.

La iglesia de Japón, cuyos obispos publicaron un mensaje en defensa de los derechos humanos, en el 60 aniversario de la Declaración de Derechos, no puede cerrar los ojos a este problema, aunque, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, haya quienes sigan diciendo que “entre nosotros no hay problema de discriminación”.

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Evangelio y calor humano

Lunes, 23 de enero de 2017
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Del blog Pays de Zabulon:

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“Que nuestra religión se fuera extendiendo entre ellos como un agua generosa que todo lo penetra es gracias al calor humano, hasta entonces desconocido que ella aportaba a esta pobre gente. Se debe a esto y sólo a esto: estos hombres han experimentado por primera vez en su vida el calor del corazón humano. Han encontrado a alguien que los traten como iguales, como a seres humanos. La bondad y la caridad de los padres ganaron así su corazón.”

Shûsaku Endô, Silencio.

El Evangelio es Buena Noticia, buena noticia de que eres amado por Dios, quienquiera que seas, cualesquiera que sean las circunstancias de tu existencia, cualquiera que sea tu destino. Dios te ha querido libre y feliz, y ha llegado el tiempo de la liberación de la humanidad, el tiempo de la salvación.

Basta ya de viejos temores, de ostracismos de cualquier género, de encerramientos y contrariedades que impiden al ser brotar libremente para la felicidad y la alegría de todos.

El Evangelio es Buena Noticia, noticia de salvación. Al igual de lo que dice Shûsaku Endô para los campesinos japoneses, esto ha sido verdad numerosas veces en la historia. El Evangelio penetró primero en el mundo de los esclavos, de los extranjeros, de los parias, en el mundo de los pobres, de los hambrientos, en el mundo de los explotados. Al mismo tiempo que aquí o allá, la Iglesia se institucionalizaba y reproducía en su seno las limitaciones y explotaciones que ella debía denunciar y combatir, hubo siempre unos locos enamorados por la liberación, trabajados en su interior por el Evangelio y que defendían la causa de los oprimidos, el rescate de los esclavos, la atención a los leprosos, la educación de los pobres, la igualdad entre los chicos y las chicas …

silence_andrew-garfield_shinya-tsukamoto-300x200Ha habido siempre profetas, hombres y mujeres que aportaban este calor humano, este respeto debido a cada uno y que se batían para hacerlo respetar, si esto no era con palabras, lo era con hechos.

Sí, el Evangelio es Buena noticia, buena noticia para todos. Me pregunto por qué este movimiento de liberación que describe Shûsaku Endô no ha concernido aún a las personas homosexuales. ¿Habrá cristianos, bastantes cristianos, para demostrar que el Evangelio les es anunciado a las personas tal como ellas son, les saludan, les consideran en su dignidad y restauran la belleza de su humanidad en su derecho a existir, a desarrollarse y a contribuir a la felicidad de todos?

Sueño con que el Evangelio aporte este calor humano a todos los que se sienten rechazados a causa de su homosensibilidad. Todos, incluidos los que están ya comprometios con Cristo, y a quienes se dejó creer que Cristo les rechazaba.

*

Z – 22/01/2017

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Fuente Fotografías: 1. Andrew Garfield y Yôsuke Kubozuka, 2. Andrew Garfield y Shinya Tsukamoto, en la película de Martin Scorsese Silencio basada en la novela de Shûsaku Endô.

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“El silencio me sostiene y me libera”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 18 de enero de 2017
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silencio-es-sinonimo-500x334Desde siempre sentí una atracción especial por el silencio, antes incluso de saber lo que era. Desde niño, sentía la necesidad de quedarme a solas; siendo joven, empecé a buscar espacios de silencio en monasterios cartujos y cistercienses. Y percibía que el silencio me “recomponía”, aquietándome por dentro y armonizando toda mi existencia.

Sin embargo, la innegable atracción se daba la mano con la dificultad que experimentaba. Buscaba el silencio, pero rara vez lograba acallar el oleaje mental y emocional. Había demasiado ruido –miedo y soledad– y demasiado ego en mi interior. Y me faltaba mucho para comprender que el silencio no tiene que ver tanto con lo exterior, cuanto con la mente y el yo. Me faltaba mucho trabajo interior –trabajo psicológico y práctica meditativa adecuada– para ir aprendiendo a aquietar la mente y silenciar el ego.

Hoy sigo experimentando dificultades y mi ego se sigue desbocando. Sin embargo, se me ha regalado una certeza impagable: que el silencio no es “algo” que vaya buscando porque me hace bien, sino que es otro nombre de la Realidad que me sostiene y, en último término, me constituye. Y ahora entiendo, finalmente, por qué me atraía con tanta intensidad: el Silencio es la “casa”, nuestra verdadera identidad. Lo contiene todo –también los ruidos, los pensamientos y las emociones con sus vaivenes–, pero no se reduce a nada de ello.

Tras ese regalo, vivo el Silencio, no como algo bienhechor, ni tampoco como una práctica beneficiosa, sino como un estado de consciencia que me permite reencontrarme conmigo mismo en profundidad y con todos los seres.

Ahora sé también que no hay nada que lo pueda romper. Y por eso vuelvo a él en medio de cualquier actividad e incluso de cualquier alteración. Volver a él es venir a casa y encontrarme con lo que soy, con lo que somos: Aquello que está siempre a salvo y no puede ser dañado. He descubierto así el Silencio como fuente de liberación.

Y no se trata de ningún esfuerzo por “construir” o “producir” ese silencio sanador. Es mucho más sencillo: se trata simplemente de dejarse atraer y aprender a descansar en él. El resto viene dado. No implica tanto esforzarse en poner atención cuanto descansar en la atención que somos.

Descansar, vivir en el Silencio significa poner consciencia en todo aquello que hago y vivo: en la tarea que estoy realizando, en la relación que mantengo, en la preocupación que aparece, en la inquietud que altera, en el dolor que desasosiega…, e incluso en la oscuridad que parece cegarme. Sea lo que sea, simplemente, pongo consciencia en aquello que está sucediendo –me introduzco en el estado de consciencia que es el Silencio– y permanezco en la Presencia que soy. Y compruebo, una y mil veces, que lo que brota de ese estado no tiene nada que ver con lo que aparece en el estado mental. El Silencio me unifica y me libera, me mantiene en casa, me otorga una capacidad cada vez más fácil de resituarme cuando mi ego ha tomado el mando y me regala el gozo de experimentar que soy uno con la Vida.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Los jesuitas “bendicen” la película de Scorsese sobre su persecución en Japón

Jueves, 12 de enero de 2017
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silence-poster“Silencio” es una excelente película que no deja a nadie indiferente, según la Compañía

Varios religiosos asesoraron el rodaje del filme, que se estrenó este 6 de enero

Novela Silencio de Shūsaku Endō ( PDF)

Un total de 93 jesuitas dieron su vida por la fe; de ellos tres han sido canonizados (Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai), 37 beatificados y los demás tienen introducida la causa de beatificación

(Jesuitas).- La película Silencio se estrenó en España el pasado 6 de enero. Basada en la novela histórica del escritor japonés católico Shūsaku Endō, es un proyecto personal de Scorsese que ha tardado veinte años en materializar. Se enmarca en los duros años de persecución del cristianismo que llegó a Japón de la mano de San Francisco Javier y dos compañeros jesuitas en 1549. Considerada por muchos jesuitas y laicos ignacianos que ya la han visto una excelente película, cargada de espiritualidad y profundidad, a pesar de su crudeza, no deja indiferente.

Jay Cocks, guionista que ha colaborado con Scorsese en La edad de la inocencia y Gangs of New York, firma la adaptación de la novela a la gran pantalla, protagonizada por Liam Neeson (La Lista de Schindler), Andrew Garfield (La red social, Hasta el último hombre) y Adam Driver (Star Wars Episodio VII: El despertar de la fuerza, ‘Girls’), Tadanobu Asano (Thor, Ichi the killer) y Ciarán Hinds (Camino a la perdición).

La apasionante historia de sacrificio y fe que narra traslada al espectador a la segunda mitad del siglo XVII. Dos jóvenes jesuitas viajan a Japón en busca de un misionero, su mentor, que tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia que los japoneses ejercen sobre los cristianos. Como telón de fondo planea el silencio de Dios ante el martirio que pesa sobre uno de los protagonistas, silencio al que alude el título de la novela y la película.

Jesuitas en el rodaje

silencio-de-scorsesePara preparar mejor a los actores y hacer creíbles a los personajes, Scorsese pidió ayuda a los jesuitas. El estadounidense James Martin SJ fue asesor del director durante todo el rodaje. El jesuita español Alberto Núñez fue consultor técnico del set y su misión fue preparar a los actores sobre los modos de proceder jesuita y supervisar las escenas de carácter religioso. Por su parte, dos jesuitas de los Estudios Kuancgchi de Taipei, el americano Jerry Martinson y el italiano Emilio Zanetti, también estuvieron en el set, e incluso este último aparece de extra. Asimismo el actor Andrew Garfield hizo Ejercicios Espirituales para interiorizar mejor la espiritualidad ignaciana.

La novela

silencio-endoEl escritor japonés Shūsaku Endō (1923-1996) publicó la novela Silencio en 1966 y fue reconocida ese mismo año con el premio Tanizaki, uno de los más prestigiosos galardones literarios japoneses. Es el trabajo más conocido de su autor y suele citarse como su obra maestra. Shūsaku Endō es uno de los grandes escritores japoneses del siglo XX, con la particularidad de ser cristiano católico, en un país en el que la población cristiana no llega al 1%. La religión es un tema presente en varias de sus obras.

El personaje central de la novela está basado en la figura histórica de Cristóvão Ferreira, un misionero jesuita portugués de principios del siglo XVII que durante la época de las persecuciones contra los cristianos, tras sufrir terribles torturas, se convirtió en un apóstata.

La publicación del libro causó una gran conmoción en Japón, donde nunca hasta entonces se había tratado de modo tan la brutal la persecución sufrida por los cristianos.

La Compañía de Jesús en Japón

El cristianismo llegó a Japón de la mano del jesuita San Francisco Javier en 1549. Las conversiones fueron abundantes en esos primeros dos años que Javier permaneció en Japón, antes de partir hacia su ansiada China, a cuyas puertas moriría. En pocas décadas nació una Iglesia floreciente cuya labor se tornó cuando el 25 de julio de 1587 el gobernador Hideyoshi decretó el exilio de los jesuitas. A partir de 1600 pasó a ser una Iglesia clandestina, perseguida y plagada de mártires pero que logró mantenerse, oculta, durante 250 años.

fotograma-de-silencioEn 1590 la Compañía contaba en Japón con 140 jesuitas entre japoneses y extranjeros, que estaban ilegalmente en suelo japonés. A partir de 1600 y con una situación política crítica se empezaron a ejecutar a varios cristianos de relieve. La situación empeoró con la llegada de la administración Tokugawa en Edo (actualmente Tokio) en 1603, cuando la persecución a los cristianos se hizo mucho más severa. En aquel tiempo los católicos de Japón eran unos 400.000 y en los comienzos del periodo fueron martirizados varias decenas de miles. Un total de 93 jesuitas dieron su vida por la fe; de ellos tres han sido canonizados (Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai), 37 beatificados y los demás tienen introducida la causa de beatificación.

Durante 250 años 50.000 “católicos ocultos” de Nagasaki y Goyo en el norte de Kyshu, mantuvieron la fe en la clandestinidad y la sostuvieron de generación a generación. Los padres bautizaban a sus hijos y los educaban en la fe, enseñándoles la doctrina cristiana y las oraciones en latín, sin sacerdotes que les administraran los sacramentos, y con una transmisión oral de la Biblia. La pervivencia de la fe durante estos siglos es un milagro de la fidelidad de la Iglesia japonesa.

fotograma-de-silenceHasta 1908 no regresan los jesuitas a Japón. Lo hicieron tres religiosos procedentes de EE.UU., Alemania y China. La provincia jesuita de Alemania Oriental desde 1933 y la de Toledo (España) desde 1934 comenzaron a colaborar con la misión enviando jesuitas y otras ayudas. Años más tarde se incorporará otra provincia española, la Bética (Andalucía y Canarias).

Dos jesuitas españoles misioneros en Japón han sido Padres Generales de la Compañía de Jesús, el P. Arrupe (1965-1985) y el P. Adolfo Nicolás SJ (2008-2016).

Hoy residen en Japón unos 200 jesuitas, el 30% de ellos nativos. La educación es uno de los pilares de su trabajo. Cuentan con casas de ejercicios, centros de pastoral, parroquias, colegios y la Universidad Sophia. En Nagasaki, la Compañía cuenta con el Museo de los Mártires. Centrado en la historia cristiana de Japón, presenta el testimonio de sus mártires. En la colina en la que se levanta y sus alrededores murieron unos 600 cristianos, de muchas nacionalidades; de ellos, 45 eran jesuitas. Hace unos años fue elevado a santuario diocesano.

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Fuente Religión Digital

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“El preocupante silencio de los obispos”, por José Mª Castillo

Viernes, 16 de diciembre de 2016
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31197054985_1c19d538d2De su blog Teología sin Censura:

Es un hecho que hay asuntos importantes, que afectan a la vida nacional o a grandes sectores de la población, en los que los obispos no se callan. Baste pensar en asuntos que afectan a la moral pública, como puede ser el tema del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o los privilegios legales y fiscales que afectan a la Iglesia. Y no hay que insistir en el empeño responsable de nuestros Prelados por difundir la religiosidad y las creencias cristianas, cosas que tanto bien hacen a no pocos sectores de la sociedad. Sabemos de sobra que, en estos casos (y otros que se podrían señalar), hay obispos –o incluso la Conferencia Episcopal en pleno– que se pronuncian con decisión y, en algunos casos, con una energía que llama la atención.

Por supuesto, los obispos –como los demás ciudadanos– tienen perfecto derecho a manifestar en público sus ideas, sus convicciones y, en general, aquellas cosas con las que están o no están de acuerdo. Lo que resulta aún más comprensible, si tenemos en cuenta que los obispos, como dirigentes y además responsables en el gobierno de la Iglesia Católica, tienen por eso mismo el derecho y el deber de orientar a la sociedad en aquellas cuestiones que, desde las creencias cristianas, inciden en la vida de los individuos y de la sociedad en asuntos muy determinantes para la ciudadanía, como tales ciudadanos y, además, como personas que tienen el derecho y el deber de cumplir con sus obligaciones religiosas.

Pero ocurre que, en la situación tan amplia y tan problemática, que acabo de plantear, tienen una importancia decisiva, no sólo las cosas que se dicen, sino también las que no se dicen. Como bien sabemos, a veces sucede que un silencio resulta más elocuente que mil palabras. En este sentido –y desde este punto de vista– hablo aquí del preocupante silencio de los obispos.

No me refiero, ni puedo referirme, a todos los obispos. El episcopado español es lo bastante numeroso como para que en él haya hombres de las más diversas mentalidades y formas de vida, dentro de lo que permite la condición de “obispo de la Iglesia Católica”. Como también es verdad que, a veces, los medios de comunicación conceden más o menos importancia a una determinada noticia según la mentalidad o las conveniencias de quien difunde los hechos y las ideas ante la opinión pública.

Todo esto es así. Pero precisamente porque es así, por eso mismo resulta tan preocupante el hecho de que los obispos españoles no se pronuncien, como tendrían que hacerlo, en asuntos muy graves, que afectan a grandes sectores de la población, y en los que una palabra autorizada, como lo sigue siendo (para esos asuntos) la palabra del episcopado o el pronunciamiento de un determinado obispo en ciertos casos.

Basta poner algunos ejemplos, para hacerse una idea más concreta de la gravedad del asunto. Ahora mismo están en juego, en España, problemas tan graves como el futuro de las pensiones de ancianos, viudas y huérfanos. ¿Y no tienen nada que decir nuestros obispos, al menos en las rayas rojas de mínimos que los legisladores nunca deberían traspasar?

¿Tampoco tienen nada que decir cuando se trata de gestionar la economía de manera que la consecuencia es que cada año la distancia entre los más ricos y los más pobres resulta más asombrosa? ¿Ni se les ocurre nada para quejarse –al menos “quejarse”– de la cantidad de familias que tienen que vivir de la limosna, buscar algo de comida en los contenedores de basura o sencillamente acostarse sin cenar?

¿Ni existe un pronunciamiento religioso a favor de los refugiados que aquí no encuentran refugio, ni de los jóvenes que aquí no encuentran trabajo, ni futuro, ni esperanza de una vida digna? Por no hablar de la cantidad de años que los jerarcas de la Iglesia se han callado los abusos que no pocos clérigos han cometido contra menores. Y en esto –también hay que decirlo– lo más doloroso es que la imposición del silencio venía de Roma (eran otros tiempos). Porque lo que más importaba no eran los derechos de las víctimas, sino la “respetabilidad” de los clérigos.

Y a estas alturas, no faltan obispos que ponen el grito en el cielo cuando alguien se pone a defender los derechos de personas homosexuales, feministas, transexuales…. ¿No se les cae la cara de vergüenza a los sedicentes “hombres de Dios”, cuando desde tales posturas nos quieren hablar precisamente de Dios? ¿De qué Dios nos están hablando? ¿Del Dios de los palacios episcopales, las vestimentas doradas, los títulos y las reverencias que pretenden promover entre la gente una “mentalidad sumisa” para que no haya “desorden” y todo siga tal como está?

No sigo. Con lo dicho, basta para ponerse a pensar a fondo en el problema que tenemos que afrontar quienes, a pesar de todo, queremos seguir creyendo en el Evangelio. He sufrido “de la Iglesia y por la Iglesia” más de lo que algunos se imaginan. Porque quiero a esta Iglesia, que, a pesar de todo, me ha conservado la “memoria peligrosa” del Evangelio. Y por eso – precisamente por eso – no me callo. El día que perdamos el miedo a la libertad, sin duda alguna, empezaremos a trazar un camino con menos sufrimiento y más esperanza.

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Más silencio

Miércoles, 28 de septiembre de 2016
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Del blog Nova Bella:

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Sólo cantaréis realmente

cuando bebáis del río del silencio

*

Yubran

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Más allá

Lunes, 26 de septiembre de 2016
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Del blog Nova Bella:

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A Jon Sobrino le gusta decir que Dios es un Dios siempre más allá, inapresable, libre…Por eso la oración es hacernos conscientes de Dios, como esencia profunda de nuestro mismo ser, dejarnos alcanzar por El sin alejarnos de nosotros mismos, de ese presente roto, precario, inquieto…

*

Miguel Márquez,
Cómo descubrir a Dios

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Silencio y presencia

Martes, 23 de agosto de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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“El silencio no es la ausencia, sino más bien la presencia de todas las cosas. Cada espacio tiene su firma sonora, su vibración única, y si a veces el oído no lo oye, el cuerpo, él, lo siente inmediatamente. El oído humano, como la de todos los demás animales, evolucionó para captar los sonidos más débiles, los más tenues los cuales, en el medio natural, dan informaciones vitales para la supervivencia de la especie: alimento, peligros, refugios … En la naturaleza, cada sonido significa algo y se armoniza con un paisaje rico y complejo.

(…) El silencio apacigua y alimenta el alma, permite sobre todo ser plenamente consciente.

*

Gordon Hempton,
bioespecialista en acústica
Télérama 3473-3474, agosto 2016

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Balbuciendo

Martes, 2 de agosto de 2016
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Del blog Nova Bella:

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“Un no se qué que queda balbuciendo

Este elocuente tartamudeo es la expresión última del asombro místico:

al otro lado comienza

el vasto silencio de lo incomunicable”

*

Elisabeth B. Davis
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Recordatorio

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