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El grito del silencio

Martes, 20 de julio de 2021
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Jesús-y-sus-discípulos-A propósito de Mc 6, 30-34
Bernardo Baldeón
Madrid.

ECLESALIA, 19/07/21.- Érase una vez un reino que era muy ruidoso; el chirrido de las máquinas, el estruendo de los cuernos y los gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido llegaba hasta los confines del mismo.

Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido, declaró que el día de su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un edicto diciendo que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos de su reino se reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto gritarían con toda la fuerza de sus pulmones.

En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto ridículo y preocupante y dijo a su marido que mientras los otros gritaran, ella abriría simplemente la boca y haría como que gritaba. Se lo contó también a su mejor amiga y esta a otra y aquella a otra…

Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera vez en su historia, se calló. Y el joven príncipe escuchó, por primera vez en su vida, el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y el susurro del viento entre las hojas de los árboles… El príncipe lloró de alegría.

Nosotros también vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas, en los coches y en los corazones.¿Cuándo es la última vez que experimentaste la alegría de un profundo silencio? Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos experimentamos.

Dicen que el silencio es precioso, pero ¿quién lo necesita? Hacemos cosas por dinero, por placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y marca el ritmo de nuestras vidas.

Jesús, en el evangelio del domingo pasado (Mc 6, 30-34), invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para descansar con Él. Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso, es tan necesario como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino. Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar, orar, escuchar y aprender de Jesús.

Cuando queremos conocer a alguien le preguntamos cómo se gana la vida. Soy maestro, bombero, oficinista, abogado… Y así pensamos que conocemos ya toda su vida. La mejor manera de conocer una persona es saber lo que hace en su tiempo libre. Más importante que lo que uno hace es saber quién eres cuando no haces nada.

Nada de lo que nosotros podemos hacer nos hace más valiosos de lo que Dios ya nos ha hecho a cada uno.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Espiritualidad ,

Silencioso y ardiente

Miércoles, 9 de junio de 2021
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Del blog de José Arregi Umbrales de luz:

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En la estrella más alejada del universo,
en el brote de hierba más frágil,
en la sonrisa, en el beso y el abrazo,
en lo más íntimo del corazón,
en las cimas más altas
y en las simas más profundas,
habita silencioso y ardiente el amor.

*

No permitas que escape ese aliento vital
que habita tu interior,
y que te invita sutilmente a sumergirte
en tu hondón personal,
hasta alcanzar la paz.

*

A pesar de todos los pesares,
de todas las ausencias,
de todas las heridas,
sigue brotando,
latiendo,
sorprendiéndonos,
la inevitable y contagiosa
explosión de la vida.

*

Miguel Ángel Mesa Bouzas

***

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Magda Bennásar: “El silencio de pentecostés.”

Lunes, 24 de mayo de 2021
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Mente-en-silencio.2“Si no tienes nada importante que decir, quédate callado”. Este dicho oriental me impacta y conduce a mi centro.

Esa es la actitud, la que el Shalom del Espíritu –la paz íntegra en todo tu ser– nos trae en este tiempo de Pentecostés. Este Shalom conduce al silencio interior, como al remanso de aguas tranquilas donde hay tanta Vida que merece la pena desear el viaje.

El silencio es bueno o menos bueno, según lo vivamos. El silencio cobarde no es silencio, es ausencia de palabra/gesto o presencia.

El silencio perezoso-el somnoliento, propio de un espíritu anémico, no es el silencio del Espíritu. El que deja que otros hablen y espera escabullirse en cuanto sea posible no es de la Ruah.

¡Cuántos silencios culpables en la historia y también en nuestra historia!

Discernir los silencios en nuestra vida a la luz de la Ruah que estos días celebramos puede ser una invitación desde dentro, importante.

Hay un silencio particularmente peligroso y muy común: el que pospone tomar decisiones, el que evita definirse…

¿Cuál es el silencio del Espíritu?

Tú lo sabes y si no, es que todavía no lo has escuchado.

Es un silencio callado, callado de ideas y de dogmas… es un silencio que cuando lo experimentas te callas, te silencias, te inclinas por dentro ante la presencia que te sobrecoge, y permaneces ahí porque sabes que estás conectando.

Es el silencio de Elías que logró escuchar a Dios, después de buscarlo en el trueno y en el fuego y en el viento. Pero el Señor no estaba ahí. De pronto un suave susurro le sobrecogió tanto que se tapó el rostro, se puso de pie y salió de la cueva: Era él. El invisible siempre presente que le estaba envolviendo, abrazando, aquietando, hablando… y en este encuentro silencioso el Señor recondujo sus pasos. (1Reyes 19,11-14)

“Si no tienes nada importante que decir quédate callado” porque Dios nos espera; espera que terminemos nuestro tiempo de duelo por una institución que nos ha fallado. Espera que terminemos nuestro discurso por la justicia, que de tanto que nos coge, podemos apropiarnos de la necesidad que tenemos de servir (para algo). Espera que terminemos de dar lecciones a otros o de quejarnos porque no nos tienen en cuenta…

El Señor espera, aguarda el momento en que al fin saldremos de la cueva para, en silencio, asomarnos al infinito, a la luz, al silencio de la Vida que como nuestra sangre, recorre, en silencio todo nuestro ser. Así es el silencio de Dios.

¿Y el nuestro? Te invito a que vayamos entrando en la cueva de la interioridad para acallar los terremotos y los incendios… y cuando sea el momento, salir atraídos para siempre por el “susurro de Dios”.

No te lo pierdas. La vida es breve y ese regalo nos espera en la cueva, donde despacito nos vamos acallando. A diario, con empeño, sin buscar resultados, con fidelidad… y el Señor al fin será oído y escuchado. Y habrá Shemá en nuestra vida.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

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Jaume Patuel Puig: La interioridad del ser humano.

Sábado, 24 de abril de 2021
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silencio-es-sinonimo-500x334Interior del ser humano. Si seguimos los tres términos. Primero: ser. Nos dicen los diccionarios tiene más de 14 significaciones. Parto de lo que existe y es fruto de evolución inorgánica como orgánica en el microcosmos y macrocosmos. El segundo: humano. Tiene pocas. Considero que a un ser vivo lo caracteriza el habla. El tercero: interior. Tiene más de doce significaciones. Parto de lo más adentro e íntimo o lo que se siente en profundidad.

Así pues, este “ser humano que es hablando” se da cuenta, gracias a la palabra, que tiene un doble acceso a la realidad. Además tiene la capacidad de silenciar uno para contemplar el otro y este lo lleva en su interior silencioso, a lo más íntimo del más íntimo. Sólo se realizará y madurará integralmente si tiene en cuenta estas dos dimensiones. Lo que acabo de decir en palabras, creo que con una metáfora puedo hacerlo más comprensivo. Imaginemos en una rama de un árbol que hay dos pájaros. Uno picotea  para comer y juega; el otro contempla la belleza de la naturaleza. En este cuadro lo vemos por partes, pero es un todo. Es decir, que ambos son necesarios, imprescindibles para la totalidad. Así es el ser humano, gracias a la palabra. La capacidad de hablar es un dato biológico; es dada, pertenece a la naturaleza. Y el contexto produce el idioma o lengua, este es cultural, producto del ser humano. Esta realidad de todo ser humano en ser consciente, según las etapas de la vida, le ayuda a ver que no todo es comer, dormir, trabajar, divertirse, hacer el amor y otros asuntos humanos, sino que hay también contemplar el exterior y el interior silenciosamente, sin preocupaciones y prisas. Y por esta indagación profunda del ser humano vivo constata que tiene una intimidad u hondura. Y se encuentra en ella, lo envuelve, lo abraza. Es un silencio hablando: Una cualidad que le hace vivir la Totalidad.

Podemos ver que la interioridad del ser humano es una dimensión de la existencia que hay que cultivar para desarrollar el proceso de crecimiento en camino de un ser humano maduro, completo, integral. Pero encanta y atrae más el pájaro que picotea,  come y juega, que es necesario, pero a la vez, está el otro, el  que contempla silenciosamente, aunque tan necesario como el otro. O también son las dos alas imprescindibles  para que el pájaro pueda volar.

Ahora bien, al escribir estas líneas soy muy consciente de que la dinámica enloquecida de la sociedad occidental, que es la nuestra, sólo tiene la preocupación de que el pájaro que pica y come pueda encontrar siempre de todo y más, si bien no es necesario. Le pone a su entorno tanto ruido: publicidad, miedos por la pandemia, informaciones tóxicas, limitaciones de movimiento mental y físico, como otros aspectos, que no quiere que se dé cuenta que tiene otra dimensión tan necesaria, además aparentemente inútil (por tanto, no rentable económicamente) a la que le tiene miedo. Ya que nace una visión diferente de la realidad que no favorece el consumismo ni la obediencia pasiva y es camino de autonomía.

Intentamos dar un paso más. No en vano, un libro matriz de la cultura occidental, la Biblia, dispone que el séptimo día sea para reposar. En ese momento, no había vacaciones ni de invierno o Navidad ni primavera o Semana Santa ni verano o de agosto. El ser humano, que tiene la palabra para hacer silencio, precisa  “reposo y calma”. Encontrarse consigo mismo. Tomar otro nivel de conciencia: Ser consciente de que es más profundo, de más interioridad o intimidad como el pájaro que contempla lo que es gratuidad, pero tan necesario como el pájaro que busca la comida.

Si el pájaro que consume sabe escaparse con sus circunloquios, hay, desgraciadamente, un fuerte autoengaño, además convencido de que es la totalidad o maduro; el otro que contempla se da cuenta de que sólo con el silencio, esté donde esté (montaña arriba, o caminar por las calles de las grandes ciudades), es el camino. Y me atrevo a indicar que la pandemia o sindèmia ha facilitado para muchos seres humanos el descubrir este pájaro contemplativo. Es cierto que el solo camino para vivirlo es el silencio. Una humanista de Barcelona (Catalunya), Teresa Guardans (1956), profesora e indagadora en el Centro de Estudios de Tradiciones de Sabiduría en Barcelona, nos da una herramienta. Acaba de publicar: SILENCIO (Ed. San Pablo, 2021). Un librito válido y  valiente para hacer Silencio en plena ciudad. Un auténtico desafío que vale la pena emprender.

La interioridad del ser humano es esta realidad tan imprescindible que lleva a evitar muchas molestias y disfunciones psíquicas o ciertos malestares emocionales. Un aspecto del C.19 ha hecho emerger a la población, según estadísticas oficiales, un 45% de cuadros de ansiedad como de depresiones. Malestar físico, ciertamente sí, pero ocasionado por un mundo emocional alterado y falta de interioridad, ciertamente también.

El artículo se publica cuando nos encontramos en Semana Santa. ¿Qué significa este bullicio y ruido cultural? El nuevo paradigma global nos afirma que la interioridad es una dimensión intrínseca de todo ser humano. Gratuita, sí y afortunadamente, pero necesaria a la vez. Es dada si se busca: Son los buscadores de la profundidad. ¿Lo eres?

Jaume Patuel Puig (1935)

Pedapsicogogo.

Fuente Fe Adulta

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Sábado Santo… en silencio ante el Señor.

Sábado, 3 de abril de 2021
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© Carmelo Blazquez 2013

 

(Fotografía de Carmelo Blazquez)

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte hasta que con su resurrección se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.

Hombre en Soledad

 Contigo vengo, Dios, porque estás solo
en soledad de soledades prieta.
Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
sintiendo por el pecho un mar de pena.
Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
que te descanse, Dios, de tu grandeza,
que te descanse de ser Dios, sin nada
que te pueda inquietar o te comprenda.
Qué tristeza me doy, perdido en todo,
y todo mudo, tan lejano y cerca,
cada vez más presente ante mis ojos
en un mutismo que no se revela,
con el corazón loco por saberte,
preguntando en la noche que se adensa.
Con voz de espadas clamo por mi sangre,
rebusco con mis manos en la tierra
y escarbo en mi cerebro con mis ansias.
Y silencio, silencio, mudez tensa.
Dios, pobre mío, todo lo conoces.
Para Ti todo ha sido: nada esperas.
Hasta lo que me duele y no me encuentro
Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.
Yo no conozco nada, Dios, y tengo
socavones de amor llenos de inquietas,
oscuras criaturas que me gritan
palabras, no sé dónde, que me queman,
preguntas que me tuercen y retuercen,
sábana viva chorreando estrellas.
Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
llamando siempre a la inmutable puerta
con las palmas sangrando, a la intemperie
de mis luces y dudas y tormentas.
Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
siempre despierto, siempre Dios, alerta,
sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,
que ofrezca su descanso a tu cabeza.
Cómo me dueles, Dios. Cómo me dueles,
herido por la angustia que te llena,
sin poder descansarte, sin caberte
en mis entrañas ni aun en mis ideas.
No puedo más Contigo, que me rompes
creciendo por mi dentro y por mi fuera,
cercándome, estrechándome, ahogándome,
dejando, sin saberlo, en mí tu huella.
Y soy hombre, Señor. Soy todo caspa
de angustiosa esperanza contrapuesta,
arcilla informe de reseco olvido,
quizá, capricho de tu indiferencia.
Señor, qué solo estás. Cómo estoy solo,
yo con mi carga insoportable a cuestas.
Tú, con todo y sin nada —(¡todo, nada! —
más que Tú, Dios perdido en tu grandeza,
muerto de sed de amor de algo supremo,
Dios, algo que te alegre y que te encienda.
Sin nada superior a Ti creado,
mi voz alzada al límite no llega
a rumor que resbale por tus sienes,
a brisa en tus oídos, que se secan
de no oír desde nunca una palabra
que antes de estar en hombre no supieras,
pobre Creador, Dios mío sin sosiego,
preso en tu creación, en diferencia.
A Ti vengo, Señor, porque estoy solo,
a veces aun sin mí. Pero no temas,
Señor que has puesto en mí necesidades
sin darme el modo de satisfacerlas.
Perplejo, recomido de inquietudes,
de Ti tengo dolor; de mí, conciencia
de ser como no quiero: ser inútil,
vana palabra, humana ventolera
con sabor de cenizas y de ortigas
clavándome alfileres en la lengua,
y un huracán de vida por la carne
que no ha encontrado carne que florezca.
Versos, versos, mas versos, siempre versos,
¿y para qué, Dios mío? Dentro queda
una fuente de llanto sofocado
minándome la hirviente calavera,
sin encontrar salida a la congoja
cada vez más patente. Y todo niebla.
Contigo vengo, Dios, porque estoy solo;
me huyes cada vez, más te me alejas.
¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?
¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla
este vaho que se alza de mi vida,
hierbecilla perdida que se hiela?
Encallece mi alma, Dios. Haz dura
la mano y la mirada: hazme de piedra.
Quítame el sentimiento que me escuece.
Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.
Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,
en muda, resignada, dulce bestia
caminante con ritmo y sin sentido
por un mundo de instintos e inocencia,
o dame con la luz aquel sosiego
original del prado que apacientas

*

Ramón de Garciasol,
Hombre en soledad,

***

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La tierra está extenuada. Todo duerme y espera. También reposa el cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su alma descendía a llevar la victoria a lo más hondo de los infiernos, su cuerpo duerme pacíficamente en la tumba, esperando las maravillas de Dios.

Y es que este Gran Sábado no es como otros. Algo ha cambiado radicalmente. El velo del Templo se rasgó hace poco, brutalmente, dejando al descubierto al Santo de los Santos. El Templo ya no está en su lugar. El sábado ya no está en el sábado. Ni la pascua en la pascua.

Todo está en otro sitio. Todo está aquí cerca, cerca del cuerpo que duerme en la tumba. Todo es espera, ahora debe suceder todo. La Iglesia, esposa de Jesús, no se desorienta. Sigue ¡unto a la tumba que encierra el cuerpo amado. El amor no flaquea, no se desespera. El amor todo lo puede, todo lo espera. Sabe ser mas fuerte que la muerte.

¿Qué no habría hecho en aquella hora de tinieblas el amor de algunos, entre ellos el de la Virgen María, para que Jesús fuera arrancado de la muerte? Sólo Dios lo sabe. ¿Alguno ha presentido la densidad de vida que colma este cadáver y esta tumba, como jardín en primavera, donde incluso la noche es un crujido de vida y de savia que fluye? Nosotros no lo sabemos. Sólo sabemos que José de Arimatea hizo rodar una gran piedra hasta la boca de la tumba antes de irse, mientras María Magdalena y la otra María estaban allí, firmes junto a la tumba. Seguramente, no saben nada todavía, pero perseveran en el amor. El vacío que se ha creado de repente entre ellas es tan grande que sólo Dios puede llenarlo. Con ellas, toda la Iglesia espera en el amor.

*

André Louf,
Solo l’amore vi bastera.
Commento spirituale al Vangelo di Luca
,
Cásale Monf. 1985, 63s).

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Callar es… estar atento.

Martes, 23 de marzo de 2021
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Callarse no significa estar mudo, como tampoco hablar equivale a locuacidad. El mutismo no crea soledad, como tampoco la locuacidad crea comunión. “El silencio es el exceso, la embriaguez y el sacrificio de la palabra. El mutismo, en cambio, es malsano, como algo que sólo fue mutilado y no sacrificado” (Ernest Helio).

Del mismo modo que existen en la jornada del cristiano determinadas horas para la Palabra, especialmente las horas de meditación y de oración en común, deben existir también ciertos momentos de silencio a partir de la Palabra. Serán sobre todo los momentos que preceden y siguen a la escucha de la Palabra. Ésta no se manifiesta a personas charlatanas, sino en el recogimiento y silencio.

Callamos antes de escuchar la Palabra, para que nuestros pensamientos se dirijan a la Palabra, igual que calla un niño cuando entra en la habitación de su Padre. Callamos después de haber oído la Palabra, porque todavía resuena, vive y quiere permanecer en nosotros. Callamos al comenzar el día, porque es Dios quien debe decir la primera palabra; callamos al caer la noche, porque a Dios corresponde la última palabra. Callamos sólo por amor a la Palabra. Callar, en definitiva, no significa otra cosa que estar atento» a la Palabra de Dios para poder caminar con su bendición.

*

Dietrich Bonhoeffer,
Vida en Comunidad,
Salamanca 1983, 61

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¡Basta ya de silenciamiento de las Mujeres-Iglesia!

Lunes, 8 de marzo de 2021
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basta-ya-del-silenciamientoConvocatoria de Tras las Huellas de Sophía para preparar el camino hacia el 8M

Andrea González y maría Noriega
Ciudad de México (MÉXICO).

ECLESALIA, 05/03/21.- En Tras las Huellas de Sophía hemos tomado la iniciativa de preparar el camino hacia el 8M uniéndonos al grito de tantas mujeres laicas, teólogas, congregaciones religiosas, asociaciones y colectivos feministas que claman al unísono por la inclusión real de las mujeres en la Iglesia Católica.

Desde la conclusión del Concilio Vaticano II en 1965, las mujeres tomaron conciencia de los roles subalternos que venían desempeñando al interior de la Iglesia. Surgieron fuertes cuestionamientos sobre el significado de su dignidad y equidad en la institución eclesial, y sobre la imago dei de las mujeres.

De esta concientización muchas, decidieron salir de sus congregaciones, otras empezaron a formarse en estudios superiores de teología, otras se articularon sororalmente en comunidades eclesiales de base y otras tantas han optado por ordenarse como ministras y a una gran cantidad les hemos perdido por el camino pues prefirieron abandonar la Iglesia.

A partir de ello ha habido avances; en ocasiones poco perceptibles ya que la jerarquía eclesial a pesar de que aparenta hacer cambios; sigue sosteniendo el discurso y postura patriarcal tanto en las homilías, en sus actitudes, acciones, sínodos yencíclicas aún en las más recientes. Baste mencionar el Sínodo de la Amazonía en el que a las mujeres delegadas no se les permitió votar, o el título de la última Encíclica, “Fratelli tutti”, en la que, a pesar de las cartas enviadas para solicitar un nombre inclusivo para la misma, estas fueron rechazadas.

La Convocatoria de Tras las Huellas de Sophía, rumbo al #8M invita a las mujeres a tomarse una foto con el cartel ¡Basta ya de silenciamiento de las mujeres-Iglesia! Esta foto se enviará al correo traslahuelladesophia@gmail.com y será publicada en Redes Sociales. Con todo el material recibido, se hará un vídeo.

Lo que pedimos es que se haga realidad.

Ya son muchos años de resistencia e insistencia si en algo nos ha favorecido esta tremenda pandemia es que se han eliminado fronteras, hemos estrechado lazos y vínculos y nos hemos cohesionado y articulado de tal manera que de forma conjunta y casi global estamos convencidas de que ya llegó el momento y gritamos a la vez y a una sola voz: ¡Basta ya de silenciamiento de las Mujeres-Iglesia!

 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Iglesia Católica , , , ,

Es el silencio

Martes, 26 de enero de 2021
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Del blog Nova Bella:

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No es el canto del mirlo: 

es el silencio

que nos deja, un silencio

que es algo diferente del silencio

porque en él suena aún

el recuerdo del canto 

del mirlo. Ni silencio

ni canto: lo que ocurre

cuando el canto

ya ha acabado

y aún no ha empezado el silencio.

Puedes llamarlo el alma.

*

Miguel D’Ors

silencio

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Pederastas, ¿uno de los nuestros?

Lunes, 7 de diciembre de 2020
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macielsinteirWojtyla frenó en 1999 la investigación iniciada contra el depredador Sexual Marcial Maciel desde Doctrina de la Fe

“Sus silencios y sus mentiras tienen ya fecha de caducidad” 

“Negacionismo, ninguneo, ataques a la credibilidad, minimización del daño causado y de la propia víctima, descalificaciones, humillaciones e insultos públicos, cuando no presiones o amenazas”

“Es necesario que sepan, quienes prostituyen la verdad, quienes pretender criminalizar a las víctimas y convertir a sus verdugos en víctimas que ya somos legión, que cada minuto que pasa sin que reconozcan y reparen a sus víctimas, logran cristalizar más apoyos sociales y restan puntos de su credibilidad como institución”

El cardenal Marx crea una fundación para ayudar a las víctimas de la pederastia en la Iglesia: “El sistema eclesiástico es culpable en su conjunto

En 1990 el director cinematográfico Martin Scorsese estrenó Goodfellas que por azar de la traducción, en nuestro país obtuvo el título de Uno de los Nuestros, uno de los lemas paradigma de la mafia. Uno de los nuestros, más allá de su significado superficial encierra la cortesía cooperativista, la defensa abnegada y hasta irracional que un grupo organizado realiza de sus individuales sea cual sea la falta o delito que cometan.

Uno de los nuestros es una llamada en clave para que cualquier delincuente, sea cual fuere su afrenta, agresión o culpa frente a la sociedad en donde habita, sea defendido sin rubor ni escrúpulos frente a las denuncias que pudieran hacerse contra el victimario miembro de esa organización, de ese grupo.

Algo que también más allá de la presunta simplificación de la expresión se lleva tiempo ejerciendo por algunas instituciones, organizaciones, asociaciones cuando uno de sus miembros cometen auténticas tropelías en el ámbito de la violencia sexual, contra mujeres y menores de edad.

Si tenemos en cuenta que en lo que se refiere a violencia sexual contra la infancia y adolescencia no se denuncian todos los delitos, debo recordar una vez más que las víctimas y supervivientes no expresan su testimonio cuando quieren hacerlo sino cuando pueden, y que en el ámbito eclesiástico estos silencios forzosos no son una excepción, más allá del ámbito emocional inestable, incapacitado e invalidado de la víctima existe un shock postraumático y un sentimiento de culpabilidad común a todas ellas.

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Pero estos delitos, que suponen un mazazo contra los menores en pleno proceso de forjado de su personalidad, además de una cuestión de salud pública y un ataque contra los derechos humanos, los de la infancia y la adolescencia, se topan en su denuncia con un uno de los nuestros en mayúsculas, una llamada a la defensa corrosiva del victimario y a la doble victimización del denunciante, que se lleva a cabo sin rubor por diferentes vías y en diferentes escalas.

Negacionismo, ninguneo, ataques a la credibilidad, minimización del daño causado y de la propia víctima, descalificaciones, humillaciones e insultos públicos, cuando no presiones o amenazas. Uno de los nuestros, tanto desde el altavoz de determinados miembros de la jerarquía eclesiástica, obispos, arzobispos y cardenalesprincipalmente, como desde representantes de ciertas organizaciones políticas y sociales que con lenguas de trapo hablan de la pederastia cuanto el victimario lo merece según sus propias apreciaciones y sus líneas editoriales, y guardan silencio en función de quien sea el delincuente y a que dedique su vida laboral o su afán espiritual.

Uno de los nuestros, porque es mejor no reconocer que se comparten filas con un abusador o agresor sexual. Pues bien, ese doble rasero, ese afán por colocarse una venda en los ojos y colocárnosla también a los demás, mientras que con una mano rezan y la otra machacan, es una intensa forma de proyectar el dolor, de por sí inmenso, contra las víctimas, como si ya no hubieran sufrido bastante.

A veces cuando escribo de estos terribles temas, de estas historias inyectadas de dolor humano, pienso que escribo para un desierto, el mismo en el que muchas víctimas directas e indirectas de estos delitos hemos tenido y seguimos teniendo que caminar, sin fecha de caducidad. Ese uno de los nuestros, esas sorderas y cegueras premeditadas, son por su perseverancia pecado, haciendo buena una máxima de Fernando de Rojas. Pero para desgracia de ellos y de todos sus nuestros, muchas veces por encima del pecado, en un Estado de Derecho, está también el coincidente delito, ese que ellos siguen anulando basándose en cortos plazos de prescripción.

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Ese que nunca debe afectarles y condenarles, porque los delincuentes son uno de los nuestros. Pues bien, sabido es que denuncias públicas y denuncias privadas existen y existirán, que muchas víctimas y supervivientes no pueden denunciar estos crímenes contra la integridad de infantes y adolescentes, que las cifras que rellenan informes y tesis sobre el particular ni son reales ni merecen análisis comparativos con otras tipologías delictivas.

Las víctimas y supervivientes somos uno, nadamos en la misma dirección y tenemos al mayor de los aliados, la verdad

Pero es necesario que sepan, quienes prostituyen la verdad, quienes pretender criminalizar a las víctimas y convertir a sus verdugos en víctimas que ya somos legión, que cada minuto que pasa sin que reconozcan y reparen a sus víctimas, logran cristalizar más apoyos sociales y restan puntos de su credibilidad como institución. La conciencia es testigo, juez y fiscal al mismo tiempo. La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio, como bien dijo Cicerón. Sus silencios y sus mentiras tienen ya fecha de caducidad.

Pero ellos aún no lo saben o prefieren seguir rezando, mientras ese diablo que tanto dicen temer, danza a su alrededor  como un poseso en un sombrío ceremonial, riéndose de sus oraciones y conjurando al buco instrumental, cornudo y bobalicón, tal como lo plasmó el genial Francisco de Goya. Se les fue el tiempo por el Camino, perdieron el Norte hace tiempo y antes que admitir los errores, prefieren seguir negándolos, conculcando así el principio máximo de sabiduría.

Fuente Religión Digital

General, Iglesia Católica , , ,

Me habitas

Viernes, 30 de octubre de 2020
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Del blog Nova Bella:

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Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.

*

Alejandra Pizarnik

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Vida personal

Martes, 29 de septiembre de 2020
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La vida personal empieza con la capacidad de romper los contactos con el medio, con la capacidad de recuperarse, de volver a poseerse a sí mismo para dirigirse a un centro y alcanzar la propia unidad. Sobre esta experiencia vital se fundamenta la validez del silencio y de la vida retirada, que hoy es oportuno recordar. Las distracciones que esta civilización nuestra nos ofrece corrompen el sentido de la quietud, el gusto del tiempo que transcurre, la paciencia de la obra que madura, y hacen vanas las voces interiores que muy pronto sólo el poeta y el religioso sabrán escuchar.

Nuestro primer enemigo, dice G. Marcel, es lo que nos parece «completamente natural», lo que cae por su propio peso, según el instinto o la costumbre: la persona no es ingenuidad.

Sin embargo, también el movimiento de la reflexión es asimismo un movimiento de simplificación, no de complicación o de sutilezas psicológicas: va al centro, y nos va directo, y no tiene nada que ver con la interpretación morbosa. Con un acto se compromete, con un acto se concluye .

*

J. Conieh,
Emmanuel Mounier,
Roma 1976, pp. 113ss

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El silencio

Sábado, 12 de septiembre de 2020
Comentarios desactivados en El silencio

Del blog Nova Bella:

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“Valoro mucho el silencio

y los sonidos que trae el silencio”

*

Pablo Heras-Casado

05/04/2018 Pablo Heras-Casado 3 ESPAÑA EUROPA MADRID CULTURA TEATRO REAL

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El silencio

Sábado, 4 de julio de 2020
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Del blog Nova Bella:

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Hacer silencio es comenzar a relacionarnos, callar el monólogo interior. El silencio es tender una tienda para el encuentro. El silencio siempre es de alguien: siempre acoge un vínculo, Siempre es pronunciado por alguien: por el río, nuestras pulsaciones, la velocidad de las flores, el paso de una nube, la luz que penetra en el ciprés, el colchón de los amantes, una fotografía quieta, una palabra suspensa que no sabe cómo decir lo que tiene que saber, el viento que va haciendo arena de los ladrillos…

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El silencio es el sexo del saber. No es oscuridad, es espera. En el silencio, la contención y el retiro son la puerta de la acogida. Los árboles son maestros del silencio, como también lo son las piedras que, si nosotros calláramos, romperían a cantar.

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Fernando Vidal

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Observar, callar, fluir (IV): Vivencia del silencio

Jueves, 28 de mayo de 2020
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joven-guapo-bronceado-mirando-observando-manteniendo-ojo-objeto-frente-o-mirando_1194-13136Stefano Cartabia, Oblato,
Uruguay

ECLESALIA, 08/05/20.- La cuarta y necesaria pata de nuestra mesa es la vivencia y la experiencia del silencio. Este mismo silencio que será también central en el segundo momento del método teológico-pastoral: “callar”.

  • ¿De qué silencio hablamos?
  • ¿Por qué es tan importante?

La necesidad del silencio en teología es subrayada especialmente por las ramas místicas de las religiones. En el cristianismo por las corrientes teológicas apofáticas, las cuales insisten en afirmar que sobre el Misterio que llamamos “Dios” no podemos decir nada… o casi nada. Es un Misterio indecible, inefable y toda palabra humana corre el riesgo de estropearlo y manipularlo. Por eso lo mejor es el silencio del asombro, del amor, de la entrega.

El silencio del cual hablamos y que constituye parte esencial de mi visión teológica que sustenta el método pastoral, es el silencio radical que nos conecta al ser, a nuestra verdadera esencia. Esencia que precede al pensamientos y a las palabras y sigue cuando estos desvanecen.

No es un silencio como rechazo de la Palabra y las palabras. Este Silencio es el “Principio” del libro del Génesis y del prólogo del evangelio de Juan, “Principio” que precede a la Palabra y la hace ser.

Lenguaje y palabras también nos constituyen en la aventura humana y nos sirven para comunicar, crear, compartir. Es el silencio desde el cual y en el cual la Palabra y las palabras cobran su sentido auténtico, su belleza, su valor.

Sin esta vivencia radical del silencio quedaremos atrapados en nuestras opiniones y fanatismos. Sobre todo quedaremos atrapados en las ideologías que tanto daño hicieron y siguen haciendo a la convivencia humana. Y no hay peores ideologías que las religiosas. Cuando el cristianismo se transformó en ideología vivió su momento más oscuro y de más alejamiento del mensaje evangélico.

El peligro de caer y recaer en la ideología es siempre presente. El silencio, tal vez, es el mejor antídoto y vacuna.

El silencio nos enseña a dejar el deseo de control que tanto nos gusta y la tentación de creer que poseemos la verdad. El silencio nos hace más abiertos, humildes, tolerantes, disponibles. El silencio es pura apertura y pura posibilidad. Donde se vive el silencio todo puede ser, porque permitimos al Misterio manifestarse sin obstáculos.

El silencio, como afirma Javier Melloni, no es ausencia de ruido, sino ausencia de ego. Y donde no hay ego, solo queda el amor que somos y que podemos llegar a ser. Por eso el silencio es una dimensión esencial de mi visión teológica y parte esencial del método: “observar, callar, fluir”.

El silencio se aprende y se practica. No hay atajos. Requiere entrega, perseverancia, disciplina.

Después de haber puesto los cimientos de la visión teológica que sostiene el método “observar, callar, fluir” podemos entrar a profundizar el método mismo y a ofrecer unas pistas y pautas para su posterior desarrollo y puesta en práctica.

DEL “VER, JUZGAR, ACTUAR” AL “OBSERVAR, CALLAR, FLUIR” el 26/03/18
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR I el 04/05/20
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR II el 05/05/20
OBSERVAR, CALLAR, FLUIR III el 07/05/20

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Enrique Martínez Lozano: Vivir en tiempos de Pandemia (III). Problema global, cambios globales.

Miércoles, 20 de mayo de 2020
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Tierra-y-coronavirusUna pandemia no conoce fronteras. El coronavirus es un problema colectivo que requiere respuestas compartidas y que vayan hasta la raíz. Respuestas que es urgente comprender y poner en marcha. La filósofa alemana Carolin Emcke afirma que su mayor inquietud es “que no aprendamos nada de la crisis”, de una crisis que está poniendo de manifiesto “que el Estado no puede retraerse infinitamente de su responsabilidad, que hacen falta infraestructuras públicas, bienes públicos, una orientación hacia el bien común. Me preocupa sobre todo que el aprendizaje que estamos haciendo, doloroso y amargo, caiga en el olvido cuando todo haya pasado. Que reconstruyamos nuestras sociedades con las mismas injusticias, la misma inestabilidad”.

          Tal como yo lo veo, la crisis del coronavirus, afectando a todo el planeta, constituye una llamada de atención sobre lo que venimos haciendo y una invitación grave a modificar nuestra acción colectiva.

Una llamada de atención

          Sin ánimo de ser exhaustivo, la presencia del coronavirus nos alerta de tres errores: el maltrato infringido al planeta, la injusticia de un sistema económico que mantiene en la pobreza a una masa ingente de personas y un estilo de vida marcado por un afán de crecimiento tan ilimitado como irresponsable e injusto, el estrés y el consumo desenfrenado.

     Algo estamos haciendo muy mal cuando nos hemos acostumbrado a convivir con una desigualdad sangrante entre los seres humanos, adormeciendo nuestra conciencia para asumir como “inevitable” lo que no es sino consecuencia de un sistema socioeconómico estructuralmente injusto. Tal vez porque tememos que si cuestionamos este sistema nos veríamos perjudicados nosotros mismos.

          Algo estamos haciendo muy mal cuando no somos capaces de poner freno efectivo al daño ecológico. Parece que los gobiernos no se atrevieron a tomar medidas eficaces que frenaran el calentamiento global porque ello habría supuesto un descenso del PIB en torno al 2%. Pues bien, los efectos de esta pandemia pueden provocar que en Europa esa caída, según datos de la Comisión Europea y del FMI, sea superior al 7,5%. (Por lo que se refiere a nuestro país, el descenso en el primer trimestre ha sido del 5,2%, y el Banco de España pronostica para este año una caída entre el 6,6 y el 13,6%). La escritora brasileña Eliane Brum ha escrito lo siguiente: “El efecto de la pandemia es el efecto concentrado y agudo de lo que la crisis climática está produciendo a un ritmo mucho más lento. Es como si el virus nos hiciera una demostración de lo que viviremos pronto”.

         La crisis del coronavirus es también una bofetada a nuestra arrogancia. El periodista y bertsolari vasco Xabier Euskitze ha sabido expresarlo poéticamente, con tanta verdad como crudeza. Tras constatar nuestra impotencia ante el virus, escribe: “Mientras tanto, la vida sigue. Y es hermosa. Únicamente ha recluido en jaulas al género humano y creo que quiere enviarnos un mensaje. Es este: «No sois necesarios. El aire, la tierra, el agua y el cielo están bien sin vosotros. Cuando regreséis no olvidéis que sois mis invitados y no mis dueños»”.

          ¿Hasta cuándo seguiremos los humanos manteniendo un sistema que agudiza la desigualdad entre nosotros y que agrede violentamente al planeta?

          A veces se escucha que “de la crisis saldremos mejores”. No lo veo tan sencillo. La experiencia nos dice que los cambios que nacen del miedo duran poco, solo hasta que pasa la percepción de la amenaza.

          Para que se produzca un cambio efectivo se requiere que, además de la crisis que revela nuestros engaños, crezca la comprensión de lo que estamos haciendo –a partir de la cual podamos reorientar nuestras acciones– y, más aún, la comprensión profunda de lo que somos. En una palabra, el cambio real únicamente puede venir de una transformación de la consciencia, en concreto, del paso de la errónea consciencia de separación que gira en torno al yo o ego a la consciencia de unidad en la que nos reconocemos compartiendo la misma identidad. No conozco motivación más poderosa para vivir la fraternidad que el reconocimiento de que compartimos la misma identidad, no en un sentido metafórico, sino absolutamente real.

Una invitación grave al cambio

          El problema global requiere un cambio global: en las prioridades políticas, fortaleciendo los sectores básicos –alimentación, educación, sanidad, renta mínima…–, en el sistema socioeconómico –para superar el neoliberalismo depredador en aras de una economía centrada en la persona–, en el terreno ecológico –situando la lucha contra el cambio climático en el centro de cualquier programa de recuperación–, en el estilo de vida –pasando del derroche a la austeridad, del individualismo a la cooperación, del estrés a la serenidad–…

          Se hace necesaria una atención privilegiada a las personas y colectivos más vulnerables y a quienes se van a ver más afectados por los efectos de esta situación.

          La crisis está mostrando que solo saldremos adelante en la medida en que seamos capaces de trabajar unidos. Es cierto que, como nos ocurre cuando somos víctimas del miedo, la amenaza puede activar un comportamiento narcisista del “sálvese quien pueda”. Pero esas actitudes tienen un recorrido muy corto.

          Ahora bien, todos estos cambios solo serán posibles en la medida en que crezcamos en una consciencia de unidad. Lo cual requiere, a su vez, ir superando el narcisismo, individual y colectivo, para que emerja una actitud solidaria.

          Tal consciencia de unidad se pone de relieve en las crisis, plasmándose en muestras de solidaridad, servicio, entrega… Necesitamos hacerla más explícita para que provoque un cambio duradero en nosotros, que oriente nuestras actitudes y comportamiento hacia una solidaridad efectiva.

Del narcisismo a la solidaridad

          Los expertos señalan que vivimos en una cultura marcadamente narcisista. Lo cual parece confirmarse cuando dirigimos la mirada hacia gran parte de los líderes políticos en la mayor parte del mundo. Si, en una forma u otra, los políticos son un reflejo de la sociedad en la que aparecen, el retrato no deja lugar a dudas.

          El narcisismo funciona como un mecanismo de defensa que busca protegernos de nuestra propia inseguridad y que, en su vertiente neurótica, hace que la persona y los colectivos vivan girando constantemente en torno a sus necesidades, sus miedos y sus intereses.

          En este sentido, el narcisismo es el reverso de la consciencia de unidad. Una personalidad narcisista es incapaz de sentir empatía y compasión: ¿cómo habría de vivir solidaridad? Las sociedades narcisistas buscan protegerse y asegurar su propio bienestar por encima de cualquier otro objetivo y a costa, si es necesario, del sufrimiento de otros.

          Con lo cual, el cambio global al que nos invita esta crisis solo será posible si nace de una nueva consciencia colectiva, de la comprensión de la unidad que somos.

          En lenguaje espiritual, eso significa reconocer que cada cual nos estamos experimentando en una persona única e irrepetible, pero que nuestra identidad es solo una y la misma. Así como todas las gotas son solo formas que el agua adopta, nosotros somos igualmente formas en las que la consciencia –vida o presencia consciente– se despliega. Por eso puede afirmarse con razón que no somos iguales, pero somos lo mismo. Nos falta integrarlo experiencialmente y vivir en coherencia con ello.

          Si me reduzco a la “gota”, es probable que vea a todas las demás como rivales y eso me lleve a protegerme, aislarme o imponerme sobre ellas. Si, por el contrario, me reconozco como “agua”, sentiré que lo que le sucede a cada gota me está sucediendo a mí mismo.

          La creencia de que somos un yo separado nos encierra y mantiene en el miedo. La comprensión de que compartimos la misma identidad –el paso de la consciencia de separatividad a la consciencia de unidad– nos expande, modifica radicalmente nuestra mirada y da un giro de ciento ochenta grados a nuestro modo de tratarnos y de actuar en el mundo.

          ¿Qué somos? –se preguntaba el sabio Raimon Panikkar–: ¿la gota de agua o el agua de la gota? La respuesta adecuada solo puede ser una: las dos cosas. Aunque de una forma asimétrica, si se me permite la imagen. La “gota” es nuestra personalidad; el “agua”, nuestra identidad.

          Dicho con otra metáfora: somos agua con un contorno delimitado. La identidad es el agua (H2O) pero, siendo agua, nos estamos experimentando en el “contorno” concreto de nuestra persona.

          La sabiduría consiste en vivir en la forma –como personas– desde la conexión profunda con lo que realmente somos. Esa es la consciencia de unidad, de donde brota empatía, compasión, solidaridad, comunión…, la única “tierra” de donde habrán de brotar una sociedad y una humanidad nuevas.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Enrique Martínez Lozano: Vivir en tiempos de Pandemia (II). Miedo y Confianza.

Lunes, 18 de mayo de 2020
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E42EA594-7074-4F31-BA82-C509F42D42ABAnte la amenaza se despierta el miedo, como pieza básica de nuestro sistema de defensas que nos alerta para poder escapar del peligro.

Sin embargo, con mucha frecuencia, lo que es una alerta necesaria y beneficiosa, se convierte en algo patológico, que termina en parálisis, hundimiento y pánico. Eso ocurre cuando el miedo se apodera de nuestra persona.

Cuando aparece el miedo

Nuestro miedo aparece cuando se producen –o se teme que se produzcan– pérdidas de todo tipo: de bienes, de salud, de afectos… Es la nube del qué será de mí.

O cuando nos vemos sumidos en la incertidumbre: acerca de nuestra salud, nuestro trabajo, nuestro futuro. Es la nube del qué pasará.

O cuando caemos en la cuenta de que, ciertamente, no controlamos nada. Ha bastado un virus insignificante para que todo el planeta se sienta amenazado y surja un escenario que nunca hubiéramos imaginado. Es la nube del cómo terminará todo esto.

El miedo “fantasma” nos arrebata lucidez, secuestra la paz, genera intenso sufrimiento y lleva a culpabilizar a otros de nuestro malestar. Aun sin ser conscientes de ello, el miedo –por la frustración que supone para nuestra necesidad de bienestar– genera agresividad, que fácilmente proyectamos fuera, en un mecanismo perverso de culpabilización.

La persona feliz es buena. La persona asustada es como un animal enjaulado, que fácilmente alimenta enfado hacia sí y odio hacia los demás.

La relación de la mente con el miedo

Los estudiosos del cerebro han comprobado que este reacciona igual ante la amenaza real que ante la que es solo imaginada. En cierto modo, no distingue una de otra.

Esto significa, al menos, dos cosas importantes: que podemos sufrir por amenazas que nunca serán reales y que la mente tiene poder para crear escenarios atemorizadores o “miedos fantasmas”.

Significa también la importancia de cuidar el modo como nos relacionamos con la mente, porque de ello dependerá que sea nuestra gran aliada en tiempos de crisis y dificultad o, por el contrario, nuestra mayor enemiga y fuente de sufrimiento desproporcionado e inútil.

¿Cómo vivo la mente? ¿Cómo servidora o como dueña? Recordemos una vez más el conocido dicho: “La mente es el mejor de los siervos y el más tirano de los dueños”.

La mente-dueña es aquella que me acapara hasta identificarme con los pensamientos. Aun sin ser consciente de ello, creo que la realidad es como mi mente la ve, olvidando aquello que los neurocientíficos han comprobado: que nuestra mente nunca ve la realidad, sino solo una imagen mental. Confundido con mi mente, porque no he aprendido a tomar distancia de ella, me veré sacudido por los movimientos mentales y emocionales que aparezcan en cada momento.

Los pensamientos generan sentimientos, a la vez que estos alimentan aquellos. De modo que puede crearse la “tormenta perfecta”: pensamientos de temor alimentan un miedo descontrolado que, a su vez, dan pábulo a ideas e imágenes cada vez más negras.

La mente-servidora, por el contrario, es una preciosa y eficaz herramienta a nuestro servicio y por ello una gran aliada. Es la mente observada. Y la vivimos así cuando somos capaces de tomar distancia de ella, sin dejar que nos maneje. Con la práctica, me voy dando cuenta de cómo funciona en mi caso, pero no me creo todo lo que me dice.

Higiene mental y acceso a “otro lugar

Al tomar distancia de la mente, me libero de su dominio y empiezo a comprender lo que son los pensamientos. Estos no me dicen “la verdad” de lo que ocurre. Son solo propuestas neuronales, que mi cerebro me lanza a partir de las experiencias vividas en el pasado y de los patrones mentales que aquellas han configurado.

Ahora bien, en el momento mismo en que descubro que mis pensamientos son únicamente propuestas cerebrales, empiezo a perderles el respeto y puedo mirarlos con un punto de humor. Y con esa misma práctica, empiezo a desarrollar una poderosa capacidad: aquella que consiste en dejar caer o soltar todos aquellos pensamientos que me producen sufrimiento mental.

No se trata en absoluto de negar la realidad ni de evitar el dolor –de hecho aquella práctica no funcionará si no se basa en la lucidez–, sino de no ser marioneta en manos de una mente que no hace sino repetir mensajes de acuerdo con los circuitos neuronales.

Parece claro que nuestra mente volverá a aquellos pensamientos que más alimentamos o en los que nos entretenemos con más frecuencia. Ello significa que terminará por no traernos obsesivamente aquellos que dejamos caer una y otra vez.

He hablado de observar la mente, tomando distancia de ella, como condición de nuestra libertad y como medio para dejar de sufrir inútilmente. Pero para observarla, se requiere empezar a familiarizarse con “otro lugar” que no sea la mente y desde el que podamos mirarla.

La psicología transpersonal, tomando prestado un término de la sabiduría hindú, denomina a ese lugar la Consciencia-Testigo, o el Testigo a secas.

Como cada cual puede experimentar, encontramos en nosotros “dos lugares”: la mente que piensa y “algo” que la observa. Ese “algo” es el Testigo. Esto me parece tan evidente que si en nosotros hubiera solo pensamiento ni siquiera sabríamos que estábamos pensando. Hay otra instancia que se da cuenta de que pensamos. Dicho de otro modo: el Testigo es el que nos hace reconocer que no somos esa voz que habla en nuestra cabeza. Porque eso, para nosotros, es solo un objeto, es decir algo que podemos observar.

Con ello, la práctica de observar la mente no solo nos conduce a vivirla como una herramienta a nuestro servicio –evitando la trampa de reducirnos a ella–, sino que nos abre la puerta para acceder a nuestra verdadera identidad: no somos la mente –o el yo– que observamos; somos Eso que observa.

La experiencia de ese “otro lugar” se revela fundamental en el proceso de crecimiento de la persona, de la liberación del sufrimiento mental y de la comprensión de lo que realmente somos.

El miedo le afecta al yo –y habrá que elaborar todos los miedos que aparezcan–, pero no al Testigo. El Testigo es ecuánime en toda circunstancia y se halla siempre a salvo.

La salida del miedo: la confianza

El miedo es lo opuesto a la confianza: recientes investigaciones neurocientíficas parecen demostrar que ambos utilizan los mismos circuitos neuronales, por lo que si uno de ellos está activo mantiene al otro alejado: donde hay miedo no hay confianza, y donde hay confianza no hay miedo.

El miedo se activa en situaciones de amenaza, tiende a agravarse –como hemos visto– cuando se hace presente cualquier tipo de pérdida, cuando aparece la incertidumbre y cuando tenemos la sensación de no controlar algo.

Pero, en realidad, la raíz del miedo es más profunda. Nace de nuestra idea de que somos un yo separado y, en último término, de la ignorancia acerca de nuestra verdadera identidad.

El miedo acompaña al yo desde su mismo nacimiento, tal como advirtiera Hobbes: “El día que yo nací mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”. Donde hay un yo separado habrá miedo.

Esto significa que si el origen del miedo es la ignorancia acerca de lo que somos, la liberación del miedo –la confianza profunda– únicamente podrá venir de la mano de la comprensión de nuestra verdadera identidad.

Cuando vamos haciendo la experiencia de pasar del “yo” al “Testigo” estamos dando un paso decisivo en ese camino de comprensión. Y puede darse que, en la medida en que vayamos acallando el “griterío” de nuestra mente, en el silencio, notemos que hay “algo” en nosotros que nos invita a confiar. Si seguimos abiertos a ello, es fácil que escuchemos una voz que susurra incansablemente en nuestro interior: “Confía”.

Como el amor, la alegría, la gratitud…, la confianza es un arte. Lo cual indica que se puede cultivar. Y que crece en la medida en que la practicamos. Al entregarnos a la vida, en la aceptación profunda, experimentamos que la confianza no defrauda: hay un “Fondo” que no sostiene en todo momento; ese Fondo es lo que somos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Pablo D’Ors: “El despilfarro en que solemos vivir es una grave ofensa a quienes carecen de lo necesario”

Lunes, 18 de mayo de 2020
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gente-muere“No estamos preparados para el silencio, pero podemos irnos preparando”

“Cantar juntos “Resistiré” y aplaudir a las 20.00 desde nuestros balcones han sido gestos rituales que nos han hecho sentir una comunidad viva y solidaria. El riesgo de esto, como por otra parte de cualquier rito, es convertirlo en rutina y degenerar en ritualismo”

“En los retiros de meditación que imparto desde hace algunos años, invitar a los participantes a que desconecten sus teléfonos móviles se ha convertido en la mayor de las exigencias. Pero si estamos siempre fuera, la verdad es que nos perdemos lo de dentro”

“La libertad no la podemos perder por el hecho de que nos prohíban salir de casa ni por nada. La libertad es un tesoro que, curiosamente, crece cuando es amenazada. Me siento hoy más libre que ayer, es lo que puedo decir”

La meditación y el silencio son las armas que usa el escritor y sacerdote Pablo d’Ors (Madrid, 1963) en su vida y también lo han sido en estos tiempos de confinamiento, tras los que se abre un futuro para el que vaticina que no ayudarán nada los profetas “de mal agüero”. Aunque tampoco lo harán, dice en una entrevista con Efe, losutópicos ingenuos”.

Y considera que de estos meses deberíamos salir no solo con las lecciones de la interioridad y la solidaridad aprendidas, sino también con la de la austeridad porque el despilfarro en el que solemos vivir es una “grave ofensa”. Y porque sin silencio, la palabra es “palabrería”.

-¿Cómo cree que ha respondido la sociedad española a la situación generada por la pandemia y el confinamiento?

R.-Cantar juntos “Resistiré” y aplaudir a las 20.00 desde nuestros balcones han sido gestos rituales que nos han hecho sentir una comunidad viva y solidaria. El riesgo de esto, como por otra parte de cualquier rito, es convertirlo en rutina y degenerar en ritualismo. Pero, junto a las respuestas sanitarias, científicas y políticas -que son eminentemente prácticas y necesarias-, cantar y aplaudir han sido algunas de las respuestas gratuitas y festivas de la población. Cantar y aplaudir ayudan (casi automáticamente) a poner el corazón en su sitio.

-¿Cree que vamos a ser iguales cuando salgamos de este confinamiento?

R.- La mayoría seguirá igual o muy parecido, creo que es ingenuo o pueril pensar lo contrario. Pero una minoría, entre la que quisiera contarme, saldremos muy cambiados. Y esa minoría podría llegar a ser, llegado su momento, muy significativa socialmente. Todo empieza siempre con una minoría. Saber esto debería obligarnos a tomarlas más en serio.

-Usted es autor de “La biografía del silencio“. ¿Opina que hemos tenido más oportunidades para reflexionar en estas semanas o cree que, por el contrario, el ruido de las redes sociales y el exceso de información nos han impedido hacerlo?.

R.- Estar en contacto con la gente y entretenerse está bien, eso es lo primero que debe decirse. Pero eso, que es bueno y justo, nos destruye si anula todo lo demás. También hemos de aprender a estar con nosotros mismos, sin las redes sociales, para intra-tenernos, para sostenernos a nosotros mismos. En los retiros de meditación que imparto desde hace algunos años, invitar a los participantes a que desconecten sus teléfonos móviles se ha convertido en la mayor de las exigencias. Pero si estamos siempre fuera, la verdad es que nos perdemos lo de dentro.

-¿Qué nos provoca un exceso de información?

R.- La cantidad anula la calidad, esa es la ley. Y no sólo, a veces lo anula todo. Cuando en España había dos canales de televisión, yo veía de vez en cuando la tele. Ahora que hay tropecientos canales, ya no la veo. Menos es más. De este confinamiento deberíamos salir con esta ley básica bien aprendida. No sólo la lección de la interioridad y la de la solidaridad, sino también la de la austeridad. El despilfarro en que solemos vivir es, en este sentido, una grave ofensa a quienes carecen de lo necesario. Tanto más tenemos, aunque suene duro decirlo, menos somos.

-¿Estamos preparados para el silencio?

R.- No. Pero podemos irnos preparando. Yo he hecho de esta causa el sentido de mi vida, persuadido como estoy de que sin silencio, la palabra sólo es palabrería. Y de que con silencio, la palabra es acción: transforma los corazones que transformarán el mundo.

-Algunas personas han estado obligadas a estar en soledad. ¿Ha podido ser una oportunidad para conocerse a uno mismo?

R.- Quien no haya hecho nunca o muy poco un trabajo interior (es decir, un itinerario emocional y un itinerario espiritual), difícilmente habrá podido hacerlo en estas semanas: no disponía del instrumental ni del hábito para hacerlo. Quienes sí lo poseen, sin duda habrán convertido este conflicto en una oportunidad. Esto es lo maravilloso de las personas: que hasta de lo más oscuro podemos sacar algo hermoso.

-¿Nos ha podido servir esta crisis para dar una mayor importancia a valores como la solidaridad, o cree que ha sido algo puntual?

R.- Aunque fuera algo puntual, ya ha servido. Ninguna acción luminosa o compasiva se pierde. Al contrario, ayudan y contribuyen a que se pueda seguir ayudando e iluminando en el futuro. Hemos dado un paso, eso es lo importante. Ahora es importante también dar el siguiente. Es así como se hace el camino. Los profetas de mal agüero no ayudan nada. Claro que tampoco ayudan los utópicos ingenuos. Ayudan los que están en su centro y ayudan concretamente.

-Le he preguntado anteriormente por cómo seremos nosotros cuando salgamos pero ¿y el mundo que nos espera? ¿Cree que será un sitio más inhóspito o más acogedor?

R.-Yo soy un hombre con esperanza, para mí eso lo determina todo. Incluso cuando las cosas pintan mal, yo pienso que todo acabará bien. A esto no he llegado por mero optimismo, sino trabajando la virtud de saber esperar. Esa certidumbre de que por encima de todos los vientos que soplen hay una roca que nos sostiene es, para mí, la raíz de la alegría.

-¿Ha sentido en peligro alguna de las libertades?.

R.- La libertad no la podemos perder por el hecho de que nos prohíban salir de casa ni por nada. La libertad es un tesoro que, curiosamente, crece cuando es amenazada. Me siento hoy más libre que ayer, es lo que puedo decir. Quiero caminar en esa senda, siempre más libre, siempre más liberado de convencionalismos y de tonterías. Confieso que ese camino hacia la libertad ante todo, principalmente ante mí mismo, me apasiona.

Fuente Religión Digital

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Enrique Martínez Lozano: Vivir en tiempos de Pandemia (I). Vulnerabilidad y fortaleza.

Miércoles, 13 de mayo de 2020
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Vulnerabilidad.3En los correos, whatsapps y llamadas que estoy recibiendo en estas semanas que llevamos confinados percibo diferentes sentimientos, desde el pánico hasta el amor compasivo y solidario. Pero entre todos ellos hay uno que se repite con más frecuencia, cobrando un relieve especial y, en cierto modo, coloreando todos los demás: la vulnerabilidad.

Cuando aparece la vulnerabilidad

El Covid-19 nos ha puesto frente al espejo de nuestra propia vulnerabilidad. Con frecuencia hemos querido negarla, ocultarla, reprimirla, enmascararla, maquillarla, compensarla de mil modos… Sin embargo, en cuanto aparece la amenaza, aquella no solo queda al descubierto sino que ocupa el primer plano.

¡Somos tan vulnerables!… Palpamos el miedo a las pérdidas de todo tipo –de bienes, de salud, de afectos…– y nos sentimos desnudos ante la incertidumbre. Descubrimos que no controlamos nada y aparece nuestra impotencia. Y comprobamos con temor que todo aquello en lo que habíamos puesto nuestra seguridad se derrumba; y que no existe “forma” alguna, externa o interna, que pueda sostenernos.

Tal constatación nos obliga a un reconocimiento humilde y a un cuestionamiento seguramente decisivo.

La amenaza nos lleva, por un lado, a reconocer que somos vulnerables, frágiles, débiles… y que la impermanencia es la ley que rige todo el mundo de las formas. En ellas nada permanece, excepto el cambio: todo cambia, todo pasa, todo se termina perdiendo…

Y, por otro lado, nos sentimos cuestionados acerca de qué hacer con esa vulnerabilidad reconocida, cómo aprender a vivir con ella.

Desde dónde vivir la vulnerabilidad

Podemos vivir la vulnerabilidad desde tres actitudes diferentes, que conllevan también efectos diametralmente opuestos.

Desde la resignación, acompañada con frecuencia de decepción y lamento, que suele acabar en claudicación, paralización y, en ocasiones, en cinismo amargo.

Desde la resistencia, acompañada de agresividad, queja y crispación, que hace entrar en guerra con la realidad, nos sitúa en el “no” a la vida y termina incrementando el sufrimiento mental y la desesperación.

Desde la aceptación, la actitud sabia, contrapuesta por igual a cada una de las dos anteriores. Aceptar significa alinearse con la realidad de cada momento –decir “sí” a lo que viene–, acogiendo todos los sentimientos que aparecen, aunque sin reducirse a ellos y experimentar cómo, al aceptar, empieza a surgir en nosotros la acción adecuada en ese momento.

Aceptar significa también abrazar la propia vulnerabilidad, acogernos débiles y frágiles. Para lo cual, tendremos que cuidar la paciencia y el amor incondicional hacia nosotros mismos.

La paciencia nos permite convivir con el “oleaje” emocional que se despierta en un momento concreto, sabiendo que tal vez requiera tiempo para que pueda calmarse. Aquí no hay que hacer nada, sino alimentar la confianza: quizás no entienda nada ni vea por dónde tirar, pero puedo mantener la confianza en una sabiduría mayor que rige todo el proceso. En mí hay vulnerabilidad y ceguera –tal vez estoy asustado y no puedo ver más–, pero sé que la Vida sabe. Dejo de discutir todo el tiempo con ella y confío… Más tarde podré verificar la verdad de mi actitud por los frutos que produce.

El amor incondicional hacia sí constituye el mayor poder del que disponemos en el plano psicológico. Y la experiencia de la propia vulnerabilidad puede constituir la oportunidad de reconciliarme en profundidad conmigo mismo y con toda mi verdad, cuidando actitudes de autoacogida, comprensión, perdón… En la medida en que me permita sentir mi propio dolor y pueda acogerme con él, despertará en mí la capacidad probablemente más humana: la compasión. Y en la medida en que la viva conmigo mismo podré vivirla hacia los demás.

La crisis –acompañada de experiencias de fragilidad, miedo e incertidumbre– habrá sido así una escuela de compasión, que se traduce en solidaridad.

Los frutos de la vulnerabilidad

Al reconciliarme con la vulnerabilidad es fácil que se me muestren dos frutos que nacen de la aceptación.

En primer lugar, en una profunda paradoja, descubro que aceptar que soy vulnerable no me hace más débil, sino más fuerte…, porque me apoyo en la verdad, y la verdad siempre es fortaleza y liberación. Y empiezo a comprender que en tanto no se acepte completamente la propia vulnerabilidad es imposible sentir fortaleza, porque algo nos dice que nuestra apariencia de seguridad es solo fachada, una máscara que trata de esconder aquello que nos asusta. Por el contrario, al mirar de frente toda nuestra fragilidad y aceptarla compasivamente, emerge aquella “roca” en la que hacer pie: la reconciliación con toda nuestra verdad, la paz y el descanso.

En segundo lugar, empiezo a comprobar que la fuerza que necesito no vendrá de nada de “fuera” –de las circunstancias, los acontecimientos…–, como tampoco de mis ideas o creencias, sino del encuentro en profundidad conmigo mismo que es, en realidad y al mismo tiempo, encuentro con todo y con todos. Ahí conecto con la fuente de la vida que, me alineo con ella y empiezo a comprender que la sabiduría se traduce en aprender a fluir con la vida.

El miedo que se despierta en la crisis nos hace ver dónde habíamos puesto nuestra confianza, dónde creíamos encontrar la fuente de nuestra seguridad. Cuando eso –sea lo que sea– se vea amenazado notaremos cómo se incrementa nuestro temor. Y quizás ahí podamos vislumbrar la luz que asoma a través de esa rendija: la confianza y la seguridad no pueden apoyarse de manera estable en ninguna forma –ningún objeto, ninguna creencia–, sino en la comprensión de que “Aquello” que somos en profundidad, “Eso” que es consciente de todo –más allá del “personaje” o del yo en el que nos estamos experimentando– se halla siempre a salvo. Porque no somos la forma con la que nuestra mente nos ha identificado, sino la Vida de donde brotan todas las formas.

El camino del silencio

Para Pascal, “toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa: no saber permanecer en reposo en una habitación”. Y sin embargo, como diría Viktor Frankl, “literalmente hablando, lo único que poseemos ahora es nuestra existencia desnuda”.

Tal vez una experiencia de confinamiento como la que estamos viviendo sea una oportunidad para experimentar ambas cosas: la riqueza del silencio y el encuentro con nuestra “existencia desnuda”.

Tengo constancia de que son muy numerosos los grupos que, en algún momento del día, se reúnen para meditar a través de alguna plataforma digital. Lo cual me parece una buena noticia.

En la práctica meditativa encontramos un tiempo para favorecer la cercanía a nosotros mismos, el cuidado de la atención y la riqueza del Silencio.

Del modo que sea más adecuado para cada cual, se trata de favorecer el amor incondicional hacia sí mismo, entrenar la atención –llevándola a la respiración o a las sensaciones corporales, y observando la mente a distancia– y ejercitarse en el Silencio del “solo estar”, en una consciencia sin contenidos, manteniendo la atención en la pura y simple sensación de presencia, sin añadir pensamientos.

Así vivido, el Silencio –me gusta escribirlo con mayúscula– conduce al centro de la vida; es fuente de comprensión, de amor, de libertad, de paz y de acción eficaz. El Silencio es la puerta hacia nosotros mismos; no solo eso: el Silencio consciente es otro nombre de lo que somos, es nuestra “casa”. Es liberación del sufrimiento inútil y experiencia de plenitud gozosa. Por todo ello, cuando se ha experimentado, el Silencio enamora.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Gómez Cantero, obispo de Teruel: “Aquí nadie ha prohibido la Semana Santa”

Martes, 28 de abril de 2020
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unnamedEste hombre se está convirtiendo en toda una referencia contra el fanatismo xenófobo ultracatólico:

“Esto no es una cuestión de una miedosa prudencia episcopal, sino de una excepcionalidad para preservar la salud pública, de todos. Yo puedo dar libertad para que el párroco que lo desee abra su templo (y estoy seguro que algunos, por celo, lo harían) pero eso es huir de mi responsabilidad pastoral”

“Vamos a ver, si yo creo en la vida desde el primer impulso hasta más allá del último suspiro, ¿cómo pensáis que pueda jugar a la ruleta rusa con la vida de los creyentes de estas comunidades que debo presidir en la caridad? ¿O es que no exponer la vida de los creyentes, muchos de ellos ancianos, no es también defensa de la vida”

(Diócesis de Teruel).- Me llegan comunicados, vía wasaps o al correo electrónico de la diócesis, que me hacen pensar y me preocupan. La verdad que parecen más intrépidas defensas que sosegadas propuestas y siempre disparan contra alguien. Me da la sensación que hay mucha estrategia interesada encerrada en ellos. Las propuestas son siempre necesarias, y más en este tiempo de grave dificultad, pero deben de estar cargadas de creatividad y buena conciencia.

Pero cuando me envían una foto de un numeroso grupo de musulmanes rezando en una terraza, con la queja añadida: mientras que aquí nos han prohibido la Semana Santa… hay gato encerrado. Y no porque la foto malintencionadamente es de Dubái, sino porque aquí nadie ha prohibido la Semana Santa, sino que las cofradías se han adelantado al gobierno con gran responsabilidad. Del mismo modo que la mayoría de los obispos, también adelantándonos a las directrices gubernamentales, cerramos nuestras parroquias y no como se está diciendo, porque algunos políticos están aprovechándose del coronavirus para imponer a los cristianos su laicismo radical. El laicismo no se impone. Ni en los países dictatorialmente ateos han podido con las comunidades cristianas, a pesar de los martirios.

Algún sacerdote me pide que abramos de nuevo las parroquias, no quiero utilizar la palabra iglesia, porque la Iglesia está en cada uno de todos nosotros y sigue abierta. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! Aunque no sé si eso nos lo hemos llegado a creer del todo. Seguro que si orásemos un poco más este misterio seríamos más comunidad, a pesar de que nuestras parroquias permanezcan cerradas a causa de esta imprevista o mal calculada pandemia.

Esto no es una cuestión de una miedosa prudencia episcopal, sino de una excepcionalidad para preservar la salud pública, de todos. Yo puedo dar libertad para que el párroco que lo desee abra su templo (y estoy seguro que algunos, por celo, lo harían) pero eso es huir de mi responsabilidad pastoral. Y no me vale que me digan algunas personas: ¡Si abren Dios nos va a ayudar! Eso es tentar a Dios. Tu responsabilidad es cumplir el quinto mandamiento: no matarás, no te hagas daño a ti mismo ni a los demás.

Vamos a ver, si yo creo en la vida desde el primer impulso hasta más allá del último suspiro, ¿cómo pensáis que pueda jugar a la ruleta rusa con la vida de los creyentes de estas comunidades que debo presidir en la caridad? ¿O es que no exponer la vida de los creyentes, muchos de ellos ancianos, no es también defensa de la vida? En esto no caben paños calientes. A mi claro que me duele que nuestros templos estén cerrados, que no haya celebraciones, que los familiares no puedan despedir a sus seres queridos como siempre hubieran soñado… pero nos tiene que entrar en la cabeza que este es un tiempo de excepción, tiempo de cruzar el desierto, donde no hay nada, ni siquiera un oasis, pues quizás lo que vemos como agua en el horizonte siga siendo un espejismo. Ahora el Éxodo se está haciendo realidad, también para los creyentes es un tiempo de prueba.

Yo no me desanimo, ni pienso que tras estas medidas drásticas dejen de venir los creyentes a celebrar su fe en las parroquias, como piensan algunos. Sería una mezquina desconfianza en la fe de los bautizados.

Creo en todos los que formamos parte de este gran cuerpo que es la Iglesia. En el laicado que son la trama y la urdimbre de nuestras comunidades y de Cáritas y Manos Unidas, así como de nuestros movimientos, asociaciones y cofradías. En las personas consagradas que son testimonio de los consejos evangélicos, motor de su entrega. Del diácono permanente y de los sacerdotes que nos impulsan por su vocación a la vida comunitaria en Cristo. Sé que no tenemos miedo y que entre todos se hará más pública y radiante una Iglesia en renovada conversión.

Y cuando llegue la calma, además de lo que cada comunidad parroquial haga, pienso en una gran Eucaristía, de toda la diócesis, donde celebremos la vida de los que han pasado ya a la otra orilla durante esta tormenta, con sus nombres grabados en un gran cartel, escritos uno a uno, y con tantas velas, signo del Resucitado, como difuntos haya habido, portadas hacia al altar por sus familias, para que quede constancia para siempre, de su fe, en nuestra memoria.

¡Ánimo y adelante!

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Sábado Santo… en silencio ante el Señor.

Sábado, 11 de abril de 2020
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© Carmelo Blazquez 2013

© Carmelo Blazquez 2013

(Fotografía de Carmelo Blazquez)

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte hasta que con su resurrección se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pascuales.

Hombre en Soledad

 Contigo vengo, Dios, porque estás solo
en soledad de soledades prieta.
Conmigo vengo a Ti, porque estoy solo,
sintiendo por el pecho un mar de pena.
Qué tristeza me das, Dios, Dios, sin nadie
que te descanse, Dios, de tu grandeza,
que te descanse de ser Dios, sin nada
que te pueda inquietar o te comprenda.
Qué tristeza me doy, perdido en todo,
y todo mudo, tan lejano y cerca,
cada vez más presente ante mis ojos
en un mutismo que no se revela,
con el corazón loco por saberte,
preguntando en la noche que se adensa.
Con voz de espadas clamo por mi sangre,
rebusco con mis manos en la tierra
y escarbo en mi cerebro con mis ansias.
Y silencio, silencio, mudez tensa.
Dios, pobre mío, todo lo conoces.
Para Ti todo ha sido: nada esperas.
Hasta lo que me duele y no me encuentro
Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.
Yo no conozco nada, Dios, y tengo
socavones de amor llenos de inquietas,
oscuras criaturas que me gritan
palabras, no sé dónde, que me queman,
preguntas que me tuercen y retuercen,
sábana viva chorreando estrellas.
Qué compasión me tengo, Dios, pequeño
llamando siempre a la inmutable puerta
con las palmas sangrando, a la intemperie
de mis luces y dudas y tormentas.
Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,
siempre despierto, siempre Dios, alerta,
sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,
que ofrezca su descanso a tu cabeza.
Cómo me dueles, Dios. Cómo me dueles,
herido por la angustia que te llena,
sin poder descansarte, sin caberte
en mis entrañas ni aun en mis ideas.
No puedo más Contigo, que me rompes
creciendo por mi dentro y por mi fuera,
cercándome, estrechándome, ahogándome,
dejando, sin saberlo, en mí tu huella.
Y soy hombre, Señor. Soy todo caspa
de angustiosa esperanza contrapuesta,
arcilla informe de reseco olvido,
quizá, capricho de tu indiferencia.
Señor, qué solo estás. Cómo estoy solo,
yo con mi carga insoportable a cuestas.
Tú, con todo y sin nada —(¡todo, nada! —
más que Tú, Dios perdido en tu grandeza,
muerto de sed de amor de algo supremo,
Dios, algo que te alegre y que te encienda.
Sin nada superior a Ti creado,
mi voz alzada al límite no llega
a rumor que resbale por tus sienes,
a brisa en tus oídos, que se secan
de no oír desde nunca una palabra
que antes de estar en hombre no supieras,
pobre Creador, Dios mío sin sosiego,
preso en tu creación, en diferencia.
A Ti vengo, Señor, porque estoy solo,
a veces aun sin mí. Pero no temas,
Señor que has puesto en mí necesidades
sin darme el modo de satisfacerlas.
Perplejo, recomido de inquietudes,
de Ti tengo dolor; de mí, conciencia
de ser como no quiero: ser inútil,
vana palabra, humana ventolera
con sabor de cenizas y de ortigas
clavándome alfileres en la lengua,
y un huracán de vida por la carne
que no ha encontrado carne que florezca.
Versos, versos, mas versos, siempre versos,
¿y para qué, Dios mío? Dentro queda
una fuente de llanto sofocado
minándome la hirviente calavera,
sin encontrar salida a la congoja
cada vez más patente. Y todo niebla.
Contigo vengo, Dios, porque estoy solo;
me huyes cada vez, más te me alejas.
¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?
¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla
este vaho que se alza de mi vida,
hierbecilla perdida que se hiela?
Encallece mi alma, Dios. Haz dura
la mano y la mirada: hazme de piedra.
Quítame el sentimiento que me escuece.
Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.
Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,
en muda, resignada, dulce bestia
caminante con ritmo y sin sentido
por un mundo de instintos e inocencia,
o dame con la luz aquel sosiego
original del prado que apacientas

*

Ramón de Garciasol,
Hombre en soledad,

***

La tierra está extenuada. Todo duerme y espera. También reposa el cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su alma descendía a llevar la victoria a lo más hondo de los infiernos, su cuerpo duerme pacíficamente en la tumba, esperando las maravillas de Dios.

Y es que este Gran Sábado no es como otros. Algo ha cambiado radicalmente. El velo del Templo se rasgó hace poco, brutalmente, dejando al descubierto al Santo de los Santos. El Templo ya no está en su lugar. El sábado ya no está en el sábado. Ni la pascua en la pascua.

Todo está en otro sitio. Todo está aquí cerca, cerca del cuerpo que duerme en la tumba. Todo es espera, ahora debe suceder todo. La Iglesia, esposa de Jesús, no se desorienta. Sigue ¡unto a la tumba que encierra el cuerpo amado. El amor no flaquea, no se desespera. El amor todo lo puede, todo lo espera. Sabe ser mas fuerte que la muerte.

¿Qué no habría hecho en aquella hora de tinieblas el amor de algunos, entre ellos el de la Virgen María, para que Jesús fuera arrancado de la muerte? Sólo Dios lo sabe. ¿Alguno ha presentido la densidad de vida que colma este cadáver y esta tumba, como jardín en primavera, donde incluso la noche es un crujido de vida y de savia que fluye? Nosotros no lo sabemos. Sólo sabemos que José de Arimatea hizo rodar una gran piedra hasta la boca de la tumba antes de irse, mientras María Magdalena y la otra María estaban allí, firmes junto a la tumba. Seguramente, no saben nada todavía, pero perseveran en el amor. El vacío que se ha creado de repente entre ellas es tan grande que sólo Dios puede llenarlo. Con ellas, toda la Iglesia espera en el amor.

*

André Louf,
Solo l’amore vi bastera.
Commento spirituale al Vangelo di Luca
,
Cásale Monf. 1985, 63s).

***

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