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Los hijos del trueno.

Domingo, 17 de octubre de 2021
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maxresdefaultMc 10, 35-45

«No sabéis lo que pedís».

Eran pescadores de Cafarnaún. Uno de ellos, Juan, conoció a Jesús a orillas del Jordán en el entorno del Bautista, y quedó tan fascinado por él, que sesenta años después recordaba hasta la hora del encuentro: «Serían las cuatro de la tarde»… Ya de regreso a Cafarnaún, Jesús invitó a Santiago y a Juan a una aventura insólita, y ellos le siguieron porque junto a él la vida prometía adquirir todo su sentido y todo su sabor.

En la sinagoga de Cafarnaún fueron testigos de su primera intervención pública y participaron del estupor de los asistentes al acto: «¿Qué es esto? ¿Una doctrina nueva y revestida de autoridad?»… Al día siguiente salieron a las aldeas próximas y comenzó la aventura. Recorrían mil caminos y visitaban docenas de pueblos y ciudades. Jesús atendía a los enfermos y necesitados y predicaba la buena noticia del Reino por todos los rincones de Galilea. La gente le seguía entusiasmada.

Vieron que su fama se extendía y que muchos comenzaban a ver en él al mesías esperado, y quizá fue entonces cuando empezaron a acariciar la idea de convertirse en jefes del pueblo. Así, cuando Jesús les hablaba del Reino de Dios, ellos entendían el reino de Israel— con trono y sin romanos—, y por mucho que Jesús lo negara, ellos seguían aferrados a su sueño de poder. Tras la multiplicación de los panes se les presentó la oportunidad esperada, y es probable que los propios discípulos azuzasen a la gente para proclamarle rey. De hecho, Jesús tuvo que despacharlos a Cafarnaún.

Pero ellos no desfallecían. Quisieron acordar quién sería el primero en el reparto de las “carteras ministeriales”, y camino de Cafarnaún se enzarzaron en una agria discusión. Poco después, Santiago y Juan quisieron zanjar la cuestión hablando directamente con el Maestro, pero solo consiguieron exasperar a sus compañeros. Jesús insistía, una y otra vez, en que aquello iba a acabar mal, pero ellos le habían visto vencer tantas veces a quienes le acosaban, que no admitían un final que no fuese glorioso.

Subieron a Jerusalén y prendieron a Jesús. Ellos, aterrados, se atrancaron en casa de un amigo, y solo las mujeres —con María Magdalena a la cabeza— fueron capaces de estar a la altura. Pedro tuvo un arranque de coraje, pero se rajó… Es probable que huyeran de Jerusalén tras la Pascua aterrorizados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho. Pedro, Andrés y los Zebedeos volvieron a faenar en la mar.

Pero algo insólito ocurrió en sus vidas que les hizo renacer en la fe y presentarse de nuevo en el Templo, afirmando, y empeñando su vida en ello, que Jesús había resucitado. Todo había cambiado, y si en los evangelios aparecen los discípulos anclados en lo antiguo, en los Hechos aparecen ya “convertidos“, creyendo en Jesús por encima de todo mesianismo patriótico y de todas las tradiciones anteriores.

Ruiz de Galarreta resumía así el camino de su conversión: «Le conocieron, quedaron fascinados por él, le siguieron y solo al final creyeron»… Todo empieza por conocerle, y el problema para muchos es que no le conocemos.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Una religión de esclavos.

Domingo, 17 de octubre de 2021
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borrador-automatico34(Mc 10,35-45)

Tanto en la sociedad como en la iglesia encontramos modelos de gobierno, de autoridad y de poder que responden a diferentes fundamentaciones e intereses. El evangelio ofrece un modelo de autoridad basado en el servicio, y en la salida de sí mismo, es decir, como dice el texto de Marcos 10,45, en una grandeza que tiene que ver con el servicio y con dar la vida por los demás, hasta el punto de caracterizarla como una esclavitud: “el que quiera ser primero que se haga esclavo de todos”.

Ello me recuerda cómo Simone Weil describía al cristianismo como “la religión de los esclavos”, aunque no le daba seguramente el mismo sentido. Para ella, el cristianismo era religión de esclavos porque aquellos que se encontraban en situaciones límites de dignidad y libertad podían encontrar en este grupo aquella dignidad perdida. Pero esta recuperación de la dignidad es posible y viable si quienes buscan la grandeza la encuentran justamente en el servicio y en la preferencia de quienes están en situación de exclusión y marginación.

De hecho, algunos testimonios del cristianismo primitivo muestran cómo las diferentes exclusiones sociales no los son tanto dentro del movimiento cristiano naciente. Entre los testimonios paganos, en una carta del Gobernador Plinio al emperador Trajano, escrito en torno al 110 d. C., el gobernador explica la tortura de dos mujeres esclavas que eran “ministras” (ministrae), es decir, que tenían roles ministeriales en la comunidad cristiana. Al mismo tiempo que llama la atención sobre su ministerio por ser mujeres, la novedad del cambio de estatus de una esclava indica que ingresar en una comunidad cristiana podía significar un cambio de estatus, a la vez que la aceptación y aprobación por parte de la comunidad: Ni los indicadores de género ni los de estatus impedían a sus miembros aceptar los ministerios de estas mujeres. En un sentido similar, por ejemplo, Gálatas 3,28 insiste que “ya no hay judío ni griego, varón ni mujer, esclavo ni libre, porque vosotros sois uno en Cristo”.

La iglesia ha vivido continuamente la tensión entre poderes autorreferenciales y un profetismo que vuelve a prestar atención a todo tipo de pobreza (existencial, económica, cultural, espiritual…) para hacerse con ello y restituir la dignidad donde se ha perdido.

Los modelos eclesiales actuales, a partir del concilio Vaticano II, formulan modelos participativos y misioneros, es decir, en salida, que miran hacia el servicio y hacia la situación social para establecer un diálogo evangelizador y de atención solidaria. A su vez, los procesos sinodales actuales buscan esta misma comprensión de autoridad y liderazgo más vinculada a un pueblo que camina juntos que a una estructura jerárquicamente organizada.

Este texto evangélico recuerda oportunamente para estos procesos de conversión eclesial, que “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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Dar la vida

Domingo, 17 de octubre de 2021
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1A84BCE3-5DD3-4515-AB85-EE39B394DF2BDomingo XXIX del Tiempo Ordinario

17 octubre 2021

Mc 10, 35-45

  El amor no tiene que ver, de entrada, con un sentimiento o una emoción. Es una certeza: la certeza de que todo otro es no-otro de mí. Y se expresa en la entrega. Por lo que puede decirse que amar es darse.

 En lenguaje evangélico, amar es servir y dar la vida: así se expresa Jesús en el evangelio de Marcos. Y en el de Juan añade algo más: “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

 Ahora bien, el amor, así entendido, implica una paradoja: ser dueño de sí y olvidarse de sí. Como en todas las paradojas, los dos extremos de la misma son igualmente importantes. En este caso: solo quien se posee a sí mismo es capaz de olvidarse de sí, del mismo modo que solo quien se posee podrá darse, ya que nadie da lo que no tiene.

 “Poseerse” a sí mismo significa ser interiormente libre, autónomo y consistente. Habla de una personalidad integrada, unificada y armoniosa, reconciliada consigo misma. Es precisamente esa integración personal la que posible entregarse y olvidarse de sí.

 Sin esa integración, la persona se verá obligada, de manera más o menos compulsiva, a intentar sobrevivir con el menor sufrimiento posible. Por lo que deberá dedicar toda su energía a sostenerse en precario. Ahora bien, si tiene que estar centrada en sobrevivir será incapaz de olvidarse de sí y entregarse. En cualquier caso, únicamente podría intentar hacerlo desde un voluntarismo extremo que, antes o después, terminará rompiéndola o “quemándola”.

 El proceso de integración se basa en el amor humilde hacia sí. Es necesario que la persona pueda “encontrarse” con ella misma, mirarse a los ojos, aceptarse con toda su verdad y amarse con la mayor viveza posible. Ese amor hacia sí, que unifica, es también el que capacita para entregarse a los otros.

  A veces se oye esta pregunta: ¿No existe el peligro de amarse demasiado? No. El peligro no está ahí -nunca se amará demasiado-, sino en amarse mal o, mejor dicho, en llamar amor a lo que no lo es. No es amor aquel que termina en uno mismo, como tampoco lo es cuando no nos aceptamos íntegramente ni cuando nos comparamos con los otros.

  El amor es humilde y universal: acepta toda nuestra verdad -se necesita mucha humildad para amarse de ese modo- y se expande a todos los seres. Cuando no se dan estos rasgos, se trata de narcisismo egocentrado, incapaz también de entregarse. Por tanto, tal vez haya que empezar por cuidar de manera consciente el amor humilde hacia uno mismo.

¿En qué medida vivo un amor humilde y universal?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Dos modos de ser en la vida: mandar o servir

Domingo, 17 de octubre de 2021
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57752537-4CE7-4B21-A561-184F4347FD7ADel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

1.- Un contraste dramático

    La primera lectura hoy (Isaías) nos habla del IV canto del Siervo de Yahvé: humillado y entregado por los demás. Por contraposición hemos asistido a la petición de poder los dos hijos del Zebedeo (Marcos).

    Es un fuerte contraste. Mientras el Siervo de Yahvé es una entrega liberadora del ser humano, los Zebedeos y los otros diez discípulos y no pocos cristianos de la iglesia de Marcos y de las nuestras mostramos nuestra voluntad de dominio.

    Son dos maneras de situarse ante la existencia: poder y amor-servicio, dos estilos de vida que nos interpelan a los creyentes siempre tentados de vivir desde el poder.

¿Cuál es nuestra postura en la vida? La ambición humana está siempre a punto de explotar. El poder y la ambición es lo que divide y corroe las relaciones humanas. El servicio y el amor construye bien comunidades, iglesias y relaciones humanas.

2.- Entre vosotros no puede ser así.

Los jefes de la tierra tiranizan y oprimen a los suyos … Entre vosotros no puede ser así. El que quiera ser el mayor, ha de ser vuestro servidor.

Los lectores, los cristianos de las comunidades de Marcos que escuchan este evangelio, reciben esta regla de la comunidad eclesial: entre vosotros no deben darse relaciones de poder, sino de servicio.

Los cristianos de estas comunidades de Marcos probablemente vivían ya una eclesiología influenciada por los modos imperiales del momento y veían en Jesús a un hombre con poderes divinos, un héroe divino.

Pero JesuCristo entendía la vida de otra manera:

3.- La actitud de JesuCristo.

    Cristo no es un poderoso líder religioso. El relato evangélico de hoy es la tercera vez en la que Jesús habla de su final: entregado y crucificado (resucitado). El hijo del hombre ha venido a dar la vida. El IV canto del siervo de Yahvé es una parábola de amor silencioso y gratuito.

Jesús vive en actitud de amor, servicio y entrega. Jesús se hace solidario con la humanidad, con el pecado de la humanidad. El que no era pecado se hizo pecado para así liberarnos de él a nosotros.

El amor es donación, el poder crea relaciones de dominio. Al ser humano le salva no el poder, ni la riqueza, sino solamente el amor. Jesús ama, nos ama. (Incluso al final seremos juzgamos por el amor de Dios en JesuCristo).

4.- Actitudes en la Iglesia.

Ni los dos Zebedeos, ni el resto de discípulos comprendieron a Jesús.

Seguir a Jesús -que eso es la Iglesia- significa seguir un camino de entrega y servicio, y es un camino que, probablemente, pase por el sufrimiento, persecución, marginación.

Si en la Iglesia hay una búsqueda del poder -que la hay- si entre sus miembros, especialmente en la jerarquía hay relaciones de poder -que las hay-, si se da una dialéctica del poder -que se da-, entonces esa Iglesia está muy lejos de ser la que Cristo pensó y quiso para los suyos.

Decía el papa Francisco que le gustaría una Iglesia que se pareciese a hospital de campaña donde se curan las heridas.

Y no es menos cierto que en la Iglesia y en el mundo hay muchas personas que sirven ya ayudan a los demás. Demos gracias a Dios por ello.

5.- Entre poder y servicio: sinodalidad.

    Una de las grandes ideas -¿logros?- del concilio Vaticano II fue la de haber reinterpretado la autoridad en la Iglesia en clave de servicio.

    Ahora, estos días está comenzando un sínodo sobre la sinodalidad. Sínodo significa “caminar juntos”. ¿Conseguirá el papa Francisco que en la Iglesia caminemos juntos y entre iguales todos los cristianos?

6.- Conclusión

En tiempo de Jesús y siempre, también hoy, la ética dominante está de parte del poder y no del amor y servicio. JesuCristo muestra la otra cara de las cosas: la victoria no está en el éxito, sino en la entrega, y la salvación del ser humano no está en el pedestal del poder, sino sobre la “piedra que desecharon los arquitectos”, que es Cristo, (Mc 12,10)

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José Arregi: “O Dios o el dinero. Contra el liberalismo en la óptica de Jesús”

Viernes, 10 de septiembre de 2021
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Sembrador_2347875195_15593720_660x371Ponencia del teólogo vasco en el 40 Congreso de Teología de la Juan XXIII

“Allá por el año 27 de nuestra era, en plena crisis de la sociedad judeo-palestinense, Jesús, dejando su familia y su casa, se hizo discípulo de Juan Bautista”

“Se fue por los caminos y las aldeas de Galilea, anunciando: ‘Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación’ (Lc 21,28). Provocó, arriesgó y perdió… Su fracaso se convirtió en semilla y antorcha pascual”

“Y aquí seguimos. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero no para bien de todos, es decir, no para bien. He ahí nuestro fracaso. Por ello precisamente, volvemos la mirada y acercamos el oído a Jesús”

“La mirada de Jesús, su compasión sanadora y subversiva, su comensalía abierta, su denuncia de la iniquidad personal y sistémica, su fe en Dios o la bondad creadora, su esperanza activa nos siguen inspirando”

Allá por el año 27 de nuestra era, en plena crisis de la sociedad judeo-palestinense, en un clima revolucionario, un joven artesano de Nazaret llamado Jesús, dejando su familia y su casa, se hizo discípulo de Juan Bautista, pero pronto se apartó también de éste, para seguir el fuego y la esperanza que le empujaban. Y se fue por los caminos y las aldeas de Galilea, anunciando: “Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28). Provocó, arriesgó y perdió. Pero su fracaso, como el fracaso de todos los que pierden por dar, se convirtió en semilla y antorcha pascual, pues la vida que se da no muere.

Y aquí seguimos. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero no para bien de todos, es decir, no para bien. He ahí nuestro fracaso. Por ello precisamente, volvemos la mirada y acercamos el oído a Jesús. ¿Qué vio, anunció y denunció en los campos de Galilea, a la orilla de su lago o junto a los palacios imperiales de Jerusalén y en los atrios de su templo? ¿Qué enseñó sobre el “dinero injusto”, sobre el ídolo Mamón, sobre la codicia insaciable y asesina, sobre los intereses ilícitos, sobre lo “debido al César y a Dios”, sobre el perdón de las “deudas” de la tradición bíblica del Jubileo que, en la única oración que él nos enseñó, hemos convertido en perdón de supuestas “ofensas” a Dios?

La mirada de Jesús, su compasión sanadora y subversiva, su comensalía abierta, su denuncia de la iniquidad personal y sistémica, su fe en Dios o la bondad creadora, su esperanza activa nos siguen inspirando. Su Aliento vital, Aliento universal, nos sigue animando, más allá de toda frontera y religión.

Fuente Religión Digital

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Uno se hace grande y primero siendo servidor de todos.

Sábado, 24 de noviembre de 2018
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lavanda-dei-piediLos cristianos saben que, cuando se reúnen para celebrar la Eucaristía, el elemento principal es la palabra y enseñanza de Jesús. Pero, no es fácil acceder a ella, porque dicha enseñanza está hecha en otro tiempo y en otra sociedad. ¿O nos vale con aplicarla literalmente?

No es fácil y a juzgar por el comportamiento de muchos cristianos, a uno se le ocurre preguntar: ¿Han entendido bien esa enseñanza o la han olvidado y tergiversado? ¿Ignorancia o infidelidad?

El evangelista Marcos (10, 35-45) relata cómo Jesús emprende viaje a Jerusalén para celebrar la Pascua judía. Le acompañan sus discípulos. Y, entre ellos en un momento determinado salta la disputa de quiénes estarán a su derecha e izquierda cuando Jesús alcance la gloria con su triunfo.

Se le acercaron Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, y le dijeron:

– Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.

Pero él les preguntó:

– ¿Qué queréis que haga por vosotros?

Le contestaron ellos:

– Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria.

Jesús les replicó: – No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

Le contestaron:

– Sí, podemos.

Entonces Jesús les dijo:

– El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

Al enterarse los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús los convocó y les dijo:

– Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las dominan, y que los grandes les imponen su autoridad.  No ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera hacerse grande entre vosotros ha de ser servidor vuestro, y el que quiera entre vosotros ser primero, ha de ser siervo de todos;  porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y para dar la vida en rescate por todos.

Quizás alguna vez hemos pensado cómo hacía Jesús su enseñanza y cómo la había organizado. ¿Tenía una academia o escuela particular a la que asistían sus discípulos y luego se iban van a casa? ¿O le acompañaban de una manera fija de una a otra parte, de un pueblo a otro e iban aprendiendo en una especie de magisterio itinerante? ¿Abandonaban casa, familia y trabajo para convivir con él?

Jesús no procedía como los rabinos. Su enseñanza no se ceñía a un tiempo y lugar concreto, con clases y a base de programas concretos. Su magisterio era itinerante, en el caminar y hacer de cada día. Quería que sus discípulos aprendieran como Él a conocer y tratar a la gente y ofrecerles respuesta a sus problemas: animando, curando, ayudando a los oprimidos, mostrándoles otro rostro de Dios.

Y el grupo que le seguía lo hacía a tiempo pleno, conviviendo con Él, desvinculados de casa, familia y trabajo. Les tocaba afrontar juntos las vicisitudes y necesidades de cada día, como una comunidad, en medio de colaboración generosa, opiniones distintas y hasta peleas.

Los que le acompañaban es claro que tenían modos de opinar distintos. No creo que María Magdalena pensase lo mismo que Salomé, la madre de Santiago y Juan o que María la madre de Jesús; provenían de formación y ambientes distintos. Jesús trataba de atender a todos y contar con todos.

Es seguro que al leer los Evangelios concluimos que los llamados discípulos, que acompañaban a Jesús, eran sólo hombres, como si su movimiento fuera netamente masculino.

Sin embargo, una lectura detenida nos dice que con él iban también mujeres, no sólo de paso o casualmente. Las mujeres que habían salido de Galilea para acompañarle de una parte a otra, era de una manera permanente y experimentar en su vida la Buena Noticia que él predicaba, realizando las mismas tareas que los otros discípulos y no sólo para desempeñar los menesteres de cocinar, lavar los platos, servir la mesa, coser la ropa, etc.

Ahora, una lectura inmediata no da a entender eso. Pues las mujeres que le seguían sólo las menciona Marcos al final, cuando Jesús ya estaba clavado en la cruz. “Había allí, dice, una mujeres mirando desde lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José. Ellas seguían a Jesús y le servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mr 15, 40-41). ¡Ojo!, no eran mujeres del lugar, que estaban allí como espectadoras del hecho de la muerte de Jesús. Habían venido de Galilea y convivían con Él.

¿Por qué entonces los evangelistas callan este dato y sólo hablan de ellas al final? Muy sencillo, porque en la sociedad judía estaba mal visto que un Maestro enseñara la Biblia a las mujeres y que le acompañaran. Era un dato escandaloso para los lectores y esto se cuidaban muy mucho de recordarlo y hacerlo cumplir los rabinos.

Y, por eso mismo, había que callarlo. Sólo que lo de la crucifixión de Jesús era un hecho tan notorio y público, que ya no se podía ocultar y entonces no tienen más remedio que reconocerlo y lo hacen nombrándolas por su nombre: María, su madre; Susana, una vecina suya; Salomé, la madre de Santiago y Juan; Juana, casada con Cusa, administrador que era de Herodes Antipas; María la Magdalena; la esposa del mismo Pedro y otras mujeres: “Ellas seguían a Jesús y le servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mr 15, 40-41. Y el servir a Jesús de que habla Marcos era la misma tarea que la de los discípulos: predicar la Buena Noticia.

Todo esto demuestra que Jesús era un transgresor de la ley, un osado y un escandalizador, que se pasaba por alto la autoridad de los encargados de hacerla cumplir.

Inevitablemente surge la pregunta: ¿Por qué, si Jesús se negaba a admitir cualquier desigualdad entre sus discípulos –hombres y mujeres–, señalándose como un subversivo, no se impuso esa igualdad dentro de su movimiento? ¿Por qué fue ganando espacio progresivamente el patriarcalismo y el antifeminismo?

¿Por qué tanta resistencia a aceptar aún hoy en la Iglesia y en la Sociedad –que se denominan cristianas– esta igualdad y promoverla sabiendo que él la habría abanderado como nadie en el momento actual? Volviendo al relato del evangelista Marcos, vemos cómo narra la petición que Santiago y Juan le hacen a Jesús de que los tenga sentados a su derecha e izquierda en el día de su gloria. ¿De quién partió el requerimiento? ¿De ellos o de su madre (muy humano) que hábilmente se lo insinuaría en algún momento? No lo sabemos. Pero entre ellos estaba también Pedro, que tenía iguales o mayores méritos, y era natural que los otros no estuvieran de acuerdo con la propuesta. De ahí su indignación.

Los “discípulos” llevaban tiempo con Jesús y les repite el destino que le espera. Según Lucas, no entienden nada de lo que les dice. ¿Pues si ellos, pensarán muchos, paisanos de su tierra y cultura, oyéndole a él mismo, no lo entendían, cómo lo vamos a entender nosotros? ¿O es que las palabras de Jesús encierran un enigma especial?

En la cabeza de los discípulos no podía entrar que a Jesús lo iban a juzgar y condenar a muerte. No podían entenderlo, porque el Reino que Jesús anunciaba, tenía otro significado y otro alcance. No se trataba de un reino de poder, de autoridad absoluta para dominar y oprimir. Santiago y Juan se colocaban en la misma perspectiva que los jefes de las naciones y los grandes de este mundo.

Jesús era sí el Mesías esperado, pero menudo chasco se iban a llevar al ver cómo acababa. Los discípulos estaban a mil leguas todavía de entender la soberanía que Jesús anunciaba y desde la que iba a triunfar.

Habida cuenta de todas estas circunstancias, ¿Cuál sería el meollo de la enseñanza de Jesús, válido para entonces y válido para nosotros en esta sociedad?

Las palabras de Jesús son para dejarle a uno mudo. Jesús trastoca de arriba abajo la escala de valores, vigente entonces, y ahora. No sé por qué seducción maldita, los designados para gobernar –y de cuantos desearían llegar a hacerlo– degradan su ser y deciden actuar despóticamente, como si con ello conquistaran la cima de una grandeza inigualable.

Muy otro es el pensar de Jesús: nadie es superior o menor que nadie, y nadie está subordinado al dominio e imposición de nadie. Sabe muy bien que es esa la manera habitual de proceder de quien es jefe o grande en cualquier ámbito de la vida humana. Para Jesús, el camino de la grandeza y de la excelencia humanas lo marca el ser servidor y esclavo de los demás y no amos ni señores.

A todos y a cada uno se le tiene encomendado el respeto y dominio de sí mismo, como premisa para respetar y no dominar a los demás. La soberanía, que Jesús establece, es la de la igualdad fraterna, –todos vosotros sois hermanos- posible únicamente cuando se está poseído por la soberanía del amor.

ORACION DEL DISCÍPULO

Aquí estoy, Señor,
tal como Tú me has hecho,
tratando de descubrir en el día a día,
el sentido que tu voluntad ha impreso a mi vida.

En ese caminar propio me sobreañades
la vida de Jesús, que me ayuda ,
marcando mojones en el camino.

Soy uno entre tantos,
hermano universal de todos,
igual que todos,
servidor de todos,
superservidor en todo caso
de los más pobres.

Mi ser es amor,
verificable en el amor al prójimo,
vicario tuyo.

Sé que estás en todos, creyentes o no,
y a nadie exiges más de lo que es.

No me queda sino trabajar,
pacífica y amorosamente,
en todo lugar,
pues tu Reino allí está y crece,
donde está cualquier persona.

Tu Palabra llega a todos los hombres,
cómo sólo Tú sabes.

Mi misión evangelizadora es ser yo,
interconectado en todos y con todo,
abarcando la totalidad de tu Reino.

Estaré a la escucha,
en respeto y comprensión,
sin estorbar,
sin discriminar,
sin imponer,
sin lamentarme,
sin infatuarme,
acechando el reverbero de tu amor,
que de todos sale y a todos llega.

Seré feliz, cuando en todos me vea feliz,
en esa familia tuya universal,
sustentadora de todo amor.

Voy a seguirte como María,
hermana de humanidad y madre universal

Seré feliz, si acierto a hacer creíble tu presencia,
en la entrañable casa de la Tierra,
imperecedera luego en la Casa del cielo.


Benjamín Forcano, teólogo

Fuente Redes Cristianas

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“Nada de eso entre nosotros”. 29 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,35-45)

Domingo, 21 de octubre de 2018
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29-852865Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día «el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

A Jesús se le ve desalentado: «No sabéis lo que pedís». Nadie en el grupo parece entender que seguirlo de cerca colaborando en su proyecto siempre será un camino no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz.

Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.

Antes que nada les expone lo que sucede en los pueblos del Imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para «tiranizar» a los pueblos, y los grandes no hacen sino «oprimir» a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: «Vosotros, nada de eso».

No quiere ver entre los suyos nada parecido: «El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea esclavo de todos». En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él que dan su vida por los demás.

Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la Iglesia de Jesús.

Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino «para servir y dar su vida en rescate por todos». Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.

La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes que se pongan a trabajar y colaborar.

José Antonio Pagola

 

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“El que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Domingo 21 de octubre de 2018. Domingo 29º

Domingo, 21 de octubre de 2018
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56-ordinarioB29 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 53, 10-11: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
Salmo responsorial: 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hebreos 4, 14-16: Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia.
Marcos 10, 35-45: El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.

La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel imaginado redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.

El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.

El fragmentito de la carta a los Hebreos que hoy leemos nos recuerda que Jesús ha sido probado en todo igual que nosotros, por lo que podemos tener confianza de ser bien comprendidos. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de comprender a los débiles…

El evangelio, de Lucas, nos presenta una escena breve, un pasaje simple pero muy importante del mensaje de Jesús. Jesús establece con claridad su diferencia con el espíritu del mundo, el de los jefes de este mundo, que esclavizan a los suyos y se sirven de ellos; Jesús proclama que su actitud es exactamente la contraria: «No he venido a ser servido sino a servir», y «el que quiera ser grande, que sea el servidor de todos». Es un rasgo cristiano central, decisivo. Y sin complicaciones ni alambicamientos teóricos: no se trata de creer doctrinas, sino de centrar la propia vida sobre la base del amor-servicio. No un amor cualquiera (romántico, sentimental, de bellas palabras…), sino un amor que se expresa en el servicio. No insistiremos nunca demás en este principio central del evangelio, que Lucas nos recuerda hoy.

El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades católicas de entonces, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano, que ya desapareció. No se dejó de hacer simplemente por pereza, o por olvido… sino por razones de la secularización de la sociedad. Pero hoy, con una perspectiva más amplia, vemos que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización»; también han intervenido razones que se refieren a las «Misiones» mismas.

En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)… El «proselitismo», por cualquier medio que fuera posible, estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.

Todo esto, lógicamente, ha cambiado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico» y, a la vez, una cierta ley de la «psicología evolutiva» de la humanidad, les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando hemos sido niños/as, hemos comenzado a conocer la realidad siempre a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, igual también que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta el planeta Tierra, eran el centro del mundo y hasta del cosmos… Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se han ido dando cuenta de que no son el centro, de que hay otros centros, y han sido capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo una realidad mayor.

Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente toda su historia, los varios milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal que le solemos dar, necesita sin duda una reevaluación más ponderada. Un pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa de las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar. Leer más…

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21.X.18. Quien quiera ser mayor sea el menor de todos

Domingo, 21 de octubre de 2018
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0bd4e1feabfe0fcfef783b59195fa43fDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 29. Ciclo B. Mc 10, 35-45. Éste es un texto “eclesial”, quizá el más importante del evangelio de Marcos, elevado como advertencia para aquellos que utilizan a Jesús para obtener un poder religioso, social o económico sobre los demás, a quienes en vez de ayudar explotan y dominan.

Es, al mismo tiempo, un texto político, 
hincado en el centro del evangelio, como señal para todos los que quieren tomar el poder para aprovecharse de los demás, como clase explotadora o extractiva (que no produce, sino que extrae a los demás lo que producen).

Es un texto que se ha utilizado más veces como advertencia para cristianos, pero que ha de aplicarse también (sobre todo) a la Iglesia en su conjunto, y con ella a la misma sociedad.
Tomo lo que sigue de mi comentario de Marcos. Buen domingo.

Texto a: Mc 10, 35-37. Petición. A tu derecha y a tu izquierda

35 Y se le acercaron Jacob (=Santiago) y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. 36 Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? 37 Ellos le contestaron: Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

Históricamente han podido pensar en un reino político, que Jesús instaurará en Jerusalén, tan pronto como lleguen allí (a pesar de los anuncios de derrota y muerte de Jesús). Es evidente que estos zebedeos han querido reinar con Jesús, ellos dos, de un modo especial, ciertamente con los Doce (como recuerda el logion de los Doce tronos de los elegidos de Jesús: cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), pero situándose por encima de los otros diez (incluido Roca).

Al presentarles así, como deseosos de mando, Marcos está evocando lo que ha sido, a su juicio, el elemento esencial de la iglesia de los zebedeos, que debía instaurarse de un modo glorioso en Jerusalén, sin haber entendido la lección de la cruz, y sin volver a Galilea (como pedirá el joven de la pascua en 16, 6-7) .

Partiendo de este relato, se puede añadir que el mayor riesgo de la iglesia no se encuentra fuera (en escribas judíos y gobernadores romanos), sino en sus propios miembros, que, con pretexto de servicio mesiánico y acción liberadora, quieren mandar sobre los otros. Jacob y Juan son hermanos que (en vez de combatirse como Caín y Abel) se unen entre sí, para imponer su dominio sobre el resto de los Doce (y sobre todo los otros).

Ellos conservan el nombre de su padre (Hyioi Zebedaiou: Hijos de Zebedeo) y parecen buscar dentro de la iglesia un tipo de poder paterno, uno a la derecha, otro a la izquierda de la gloria de Jesus (10, 37). De Jacob sabemos que fue ejecutado por Agripa, en torno al año 44, quizá por sus pretensiones de “poder” (cf. Hech 12, 2).

b. 10, 38-40. Respuesta. Beberéis mi cáliz

38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. )Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado? 39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

Jesús no acepta, ni rechaza lo que piden los Zebedeos, sino que niega su misma petición como carente de sentido: «¡No sabéis lo que pedís!» (10, 38). Los zebedeos han seguido a Jesús y, sin embargo, no entienden su propuesta, no comprenden que él no quiere ocupar un trono (¡no quiere reinar!), sino regalar la vida por los demás, para que todos, hombres y mujeres (y en especial los más necesitados), sean “reyes”. Estos zebedeos, que llevan largo tiempo con Jesús no saben ni lo más elemental: ¡Jesús no busca el primer trono, ni para sí, ni para los demás, pues su Reino no puede entenderse en línea de “toma de poder”!

Ésta es la paradoja: Ellos pueden morir y morirán por Jesús, pero sin haberle entendido del todo (según Marcos). Otros muchos murieron por la causa de Israel, en la gran guerra del 66-73 d.C. (hasta la toma de Masada), y de ellos habla con admiración y distancia Flavio Josefo. Pero no murieron como Jesús, sino de otra manera (por otros caminos, con otros intereses).

El tema no es mandar, sino regalar la vida. Así les pregunta Jesús: “¿Podéis beber mi cáliz, bautizaros con mi bautismo?” (10, 38-39a). Ellos desean mandar con Jesús, para imponerse. Jesús les pregunta si pueden seguirle en su entrega, entregando su vida. Frente a la gloria que buscan en él, Jesús les ofrece su camino de entrega, expresado en el signo del cáliz (que significa solidaridad y muerte) y en la señal del bautismo (que implica también muerte: quedar bajo el poder de las aguas destructoras). En el fondo les pregunta si están dispuestos a morir con (como) él. Ellos responden que sí: ¡podemos! Ciertamente, no son miedosos o egoístas vulgares.

(a) Los zebedeos piden trono, pero Jesús sólo les puede ofrecer su propio gesto de entrega de la vida, garantizando su fidelidad en el camino mesiánico: «El cáliz que yo bebo beberéis, con el bautismo con que yo soy bautizado os habréis de bautizar» (10, 39). De esa manera, ellos reciben y realizan la misma vocación del Hijo del hombre, en gesto de entrega de la vida. Esto es lo que Jesús puede ofrecer a los que vengan a seguirle, subiendo con él a Jerusalén. Eso significa que los zebedeos han seguido a Jesús, e incluso han muerto por él, pero no lo han hecho de forma verdadera (en gesto de puro servicio de amor).

(b) Jesús no puede darles un trono sobre otros, sino ofrecerles un lugar en su camino de entrega, poniéndose (y poniéndoles) en manos de Dios. Lo mismo ha de pasar a los demás discípulos: «Sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa que yo pueda concederos, sino que es para aquellos para los que ha sido reservado» (10, 40). Jesús deja la Gloria en manos de Dios Padre (como indica el pasivo divino de hetoimastai: a los que Dios lo ha reservado), pero sabe que ella no consiste en sentarse en unos tronos sobre los demás, sino en compartir la vida con todos. Leer más…

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¿Triunfar o servir? Domingo 29. Ciclo B

Domingo, 21 de octubre de 2018
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0029Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.

En lo que piensa Jesús

Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán.

En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro

Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo.

En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.

Les preguntó:

-¿Qué queréis que haga por vosotros?

Contestaron:

-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir.

Jesús replicó:

-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

Contestaron:

-Lo somos.

Jesús les dijo:

-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién.

La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo:

-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relacio­nes dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos:

1) el que no deben imitar es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las opri­men”.

2) el que deben imitar es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos.

En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto.

Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder.

Primera lectura: Isaías 53,10-11

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará,
con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.

Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos, justificará a muchos).

Reflexiones

1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos.

2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios.

3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús.

4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno.

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. 21 de octubre de 2018

Domingo, 21 de octubre de 2018
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Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso…”

(Mc 10, 35-45)

Es triste que el evangelio de hoy no haya perdido actualidad. Si nos asomamos al panorama político actual vemos claramente cómo “los jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen.”

Parece que el deseo de poder es algo “incrustado” en la condición humana. Santiago y Juan querían ser importantes, poderosos. No querían ser un discípulo más y no les bastaba ser uno de los “doce”. Ellos quería ser los primeros. Bueno, los segundos. Estar a la derecha y a la izquierda de Jesús.

Y hay que ver cómo se acercan a Jesús, más que pedirle o preguntarle le exigen: “ Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.”

Los otros diez, aunque no se han atrevido a exigir nada a Jesús, adolecen de los mismo. Se indignan porque en el fondo todos quieren lo mismo. Todos queremos lo mismo.

Los discípulos de hoy no somos muy distintos a estos doce. La historia de la Iglesia es preclara en este sentido. No faltan luchas de poder, ni tiranías, ni opresiones.

Parece que las últimas frases del evangelio de hoy se nos suelen olvidar. “Vosotros, NADA DE ESO: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; el que quiera ser el primero, sea el esclavo de todos.”

Las olvidamos no porque sean difíciles de entender, sino más bien porque no necesitan ninguna explicación. Son demasiado claras.

Ah!, sí, a veces nos acordamos de estas palabras de Jesús, sobre todo para “lanzárselas” a otra persona. La mota del ojo ajeno es fácil de ver. Se las recordamos a las demás. Hablamos mucho de servicio y hasta escribimos libros, pero el servicio callado y desinteresado sigue siendo un bien escaso.

Nos gusta tanto ser las primeras que enseguida pensamos: “Bien, pues yo seré la primera en servir”. Pero entonces no servimos para ser como Jesús sino para que se nos reconozca, para ser grandes, importantes, para ser las primeras. Y quizá entonces ese servicio no nos lleve al Reino de Dios sino a cualquier tiranía humana.

Oración

Libéranos, Trinidad Santa, de la angustia de no poder ser el primero. Libéranos de los sentimientos de culpar de nuestros fallos al otro.

(Cfr. “Liberame”, Brotes de Olivo.)

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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Consumirse sirviendo es la máxima gloria.

Domingo, 21 de octubre de 2018
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end. Mc 10, 32-45

Sigue el camino hacia Jerusalén. Al anunciar Mc tres veces la pasión, está mostrando la rotundidad del mensaje. Al proponer después de cada anuncio, la radical oposición de los discípulos, está resaltando la dificultad del seguimiento. A continuación del primer anuncio, Pedro dice a Jesús que, de pasión y muerte, ni hablar. Después del segundo, lo discípulos siguen discutiendo quién era el más importante. Hoy, al tercer anuncio de la pasión, los dos hermanos pretenden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda ‘en su gloria’.

Uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Le llaman pomposamente maestro, pero van a decirle lo que tiene que hacer, no a aprender lo que él les está enseñando. Parece que Santiago y Juan están pidiendo los primeros puestos en el reino terreno que Jesús va a instaurar en Jerusalén. Pero aunque estuvieran pensando en el reino escatológico, estarían manifestando el mismo afán de superioridad. Ya decíamos el domingo pasado que la actitud egoísta es la misma, se pretendan seguridades para el más acá o para el más allá.

No sabéis lo que pedís. Se refleja una diferencia abismal de criterios. Jesús y los discípulos están en distinta longitud de onda. Con esta frase, Mc puede estar proponiendo una sutil proyección sobre el momento mismo de la muerte de Jesús. Si tenemos en cuenta que, para Jesús, el lugar de la gloria es la cruz, le estarían pidiendo que vayan con él a la muerte. Curiosamente, todos los evangelios nos dicen que, efectivamente, había en aquel momento uno a su derecha y otra a su izquierda, pero eran malhechores comunes.

Los otros diez se indignaron. Esta reacción es la señal inequívoca de que todos estaban deseando los mismos puestos. El resto de los discípulos tenían las mismas ambiciones que los dos hermanos, pero eran cobardes y no tenían la valentía de manifestarlo. Normalmente en la protesta por lo que hace otro podemos manifestar el deseo de hacer lo mismo. La inmensa mayoría de los cristianos seguimos intentando utilizar a Dios en nuestro provecho.

Los jefes de los pueblos lo tiranizan… Es impresionante el resumen que hace de la manera de utilizar el poder en el mundo. Jesús no crítica ni la democracia ni la monarquía; critica a las personas que ejercen el poder oprimiendo. Jesús da por supuesto que en el ámbito civil, lo normal es ejercer el poder tiranizando y oprimiendo a los demás. Pero ¡qué distinto lo que propone a sus seguidores! Nada de eso sino todo lo contrario: Servir. Una lección que los cristianos tardaron en aprender y olvidaron demasiado pronto.

El puesto está ya reservado. Una incoherencia más del evangelio. Jesús da por supuesto que alcanzará la gloria, en Mt dice reino. En el año 80 los cristianos aún no se han bajado del burro: dan por supuesto que Jesús alcanzó la gloria de un reino. En veinte siglos muy pocos cristianos comprendieron que la mayor gloria del hombre es dedicar su vida a los demás y deshacerse en beneficio de todos. Seguimos esperando un premio.

El Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir. Ahora no son los jefes de los sacerdotes los que le quitan la vida, sino que es él el que la entrega libremente. Este cambio de perspectiva en muy importante para el sentido general. Al decir que da su vida, el texto griego no dice “zoe” ni “bios” sino “psyche”, que no significa exactamente vida, sino lo humano, lo psicológico, la persona. Dar su vida, no significaría morir, sino poner su humanidad al servicio de los demás mientras vive, sirviendo.

Hoy muy probablemente en la homilía se criticará a la Iglesia porque no sigue el evangelio huyendo de todo poder y sirviendo a todos. Los entes de razón no son sujetos de reacciones humanas. Jesús critica a la persona concreta que actúa desde el poder para oprimir a los demás. Somos las personas con nombre y apellidos las que seguimos actuando sin tener en cuenta el evangelio. En muy pocos siglos los cristianos volvieron a considerar correcto lo que Jesús había criticado tan duramente en los evangelios.

El evangelio nos dice, por activa y por pasiva, que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos esto, no hemos comprendido el a b c del cristianismo. Pero este mensaje es también la x, porque es la incógnita más difícil de despejar, la realidad más camuflada bajo la ideología justificadora que siempre segrega toda religión institucionalizada. Somos cristianos en la medida que nos damos a los demás. Dejamos de serlo en la medida que nos aprovechamos o queremos dominarlos de cualquier forma para estar por encima de ellos.

Este principio básico del cristianismo no ha venido de ningún mundo galáctico. Ha llegado hasta nosotros gracias a un ser humano en todo semejante a nosotros. Lo descubrió en lo más hondo de su ser. Al comprender lo que Dios era en él, al percibirlo como don total, Jesús hizo el más profundo descubrimiento de su vida. Entendió que la grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. Jesús descubrió que ese era el fin supremo del hombre, darse, entregarse totalmente, definiti­vamente.

En ese don total, encuentra el hombre su plena realización. Cuando descubre que la base de su ser es el mismo Dios, descubre la necesidad de superar el apego al falso yo. El ego es siempre falso porque es una creación mental, por eso necesita estar siempre afianzándose. Liberado del “ego”, se encuentra con la verdadera realidad que es. En ese momento, su ser se expande y se identifica con el Ser Absoluto. El ser humano se hace uno con Él. Esa es la meta, no hay más. Ni Dios puede añadir nada a ese ser, porque es ya una misma cosa en él.

Mientras no haga este descubrimiento, estaré en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás. Si acepto darme a todos por programa­ción, será a regañadientes y esperando una recompensa, aunque sea espiritual. Estoy buscando potenciar mi “ego”. Tampoco se trata de sufrir, de humillarse ante Dios o ante los demás, esperando que después, Dios me lo page con creces. La máxima gloria será vivir y desvivirse en beneficio de los demás.

Los evangelios están escritos desde una visión mítica. En el relato no se cuestiona que Jesús se sentará en su trono ni que habrá alguien a su derecha y a su izquierda, pero a renglón seguido nos dice que la gloria consiste en el servicio, en el amor manifestado. El amor es lo contrario al egoísmo y lleva consigo la desaparición del ego. Superado el individualismo, solo queda la unidad. Los honores y la gloria solo son posibles mientras persista el ego; una vez superado, todo es UNO. Ya no hay un sujeto que pueda recibir gloria ni otro que la da.

El objetivo último de Jesús fue entregarse, deshacerse en beneficio de los demás. Así, llegó a su plenitud como ser humano. Su consumación fue idéntica realidad a su consumición en favor de los demás. No tiene ningún sentido que lo hiciera esperando una recompensa de gloria o reino. La superación del yo y la identificación con Dios es el Reino y su máxima gloria. No hay, no puede haber más. Ya no hay un Dios que glorifique ni un Jesús glorificado. Cuando dijo: yo y el Padre somos uno, manifestó que había llegado hasta el final.

Meditación

Opresión, tiranía, sometimiento, esclavitud, servidumbre.
Entre vosotros nada de eso, dice Jesús.
Pero todo eso lo encontramos en cada uno de nosotros.
La larga lucha que tuvo Jesús con sus discípulos
es la misma que tenemos que llevar a cabo
cada uno de nosotros contra nuestro falso yo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Una opción de vida.

Domingo, 21 de octubre de 2018
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maxresdefaultSi fuera tan fácil hacer lo que se debe, como conocerlo, las ermitas serían catedrales y palacios las cabañas” (Shakespeare)

21 de octubre. Domingo XXIX del TO

Mc 10, 35 -45

Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir

Un pensamiento hoy generalizado: en un momento como el actual, considerar imprescindible el desarrollo de caminos y maneras de hacer, que permitan una vida digna para todos. Hay que partir de la idea de una concepción de lo que es una vida digna, que va más allá del tener cubiertas las necesidades básicas, ya que igualmente importante es poder desarrollarse en el ámbito de las relaciones, de manera que podamos sentirnos en igualdad de condiciones y respetado por los demás. Esto facilitará a su vez la posibilidad de vivir sin miedo y tener autonomía. Además, para una vida digna es necesario ser capaz de cuidar a quienes lo necesitan en el entorno próximo, así como ser capaz de cuidarse uno mismo.

Tres posibles líneas de acción para conseguirlo: 1). Apoyo a quienes viven en la pobreza, reflexionando sobre cómo poder hacer frente juntos a las dificultades que aparecen; 2). Lucha a nivel legal y político para cambiar las leyes injustas contra quienes viven en la pobreza; 3).  Promoción de una reflexión de la sociedad sobre la necesidad de cambiar nuestra manera de vivir para poder así alcanzar un horizonte de equidad, justicia y respeto a todas las personas.

En uno de los templos del norte de la antigua capital de Tailandia, Sukotai, se alzaba desde antiguos tiempos una gran estatua de Buda. Aunque no era una de las más bellas y refinadas de las obras de arte budista tailandés, se había mantenido durante 500 años y se convertido en objeto de veneración por su incuestionable longevidad. Este Buda había sido testigo de violentas tormentas, cambios de gobierno y ejércitos invasores, pero había resistido. Llegó un momento, sin embargo, que los monjes que cuidaban el templo observaron que la estatua había empezado a agrietarse y que pronto iba a necesitar ser reparada y pintada de nuevo. Tras un período que resultó caluroso y seco, una de las grietas se hizo tan ancha que a un monje curioso se le ocurrió tomar una linterna para investigar lo que había allí dentro. Lo que apareció de golpe al iluminar la grieta fue ¡el destello brillante del oro! En el interior de aquella sencilla estatua, los residentes del templo descubrieron una de las imágenes de oro de Buda más grandes y luminosas que se han creado en el sureste asiático. Los monjes creen que esta deslumbrante obra de arte fue cubierta con yeso y arcilla para protegerla durante las épocas de conflictos y disturbios.

Jack Kornfiel hace el siguiente comentario de esta historia en La sabiduría del corazón: “De un modo muy parecido, cada uno de nosotros ha tenido que hacer frente a situaciones amenazantes que nos han llevado a cubrir nuestra nobleza innata. Al igual que la gente de Sukotai había olvidado al Buda de oro, también nosotros hemos olvidado nuestra naturaleza esencial. La mayor parte del tiempo actuamos desde la capa protectora. El principal objetivo de la psicología budista es ayudarnos a ver debajo de esa armadura y destapar nuestra bondad original, denominada nuestra naturaleza de Buda”.

En la mente humana existen opciones de vida ignoradas también durante siglos y ya es hora de que las descubramos y tratemos de beneficiarnos de su inmensa riqueza, como hicieron los monjes de aquel templo.

Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir (Mc 35). Y yo, personalmente te pido me concedas la riqueza de encontrarte, porque entiendo que no es tarea fácil. En El mercader de Venecia de William Shakespeare, (Acto I, Escena I, lo manifestaba en estos términos Porcia, uno de sus principales personajes: “Si fuera tan fácil hacer lo que se debe, como conocerlo, las ermitas serían catedrales y palacios las cabañas”.

LA CATEDRAL TRANSFIGURADA

Alfarero del alma,
que bates las alas de tus manos en la pila
hasta tornar el barro
en figuras divinas.

Deseo en oración que a Dios se eleva,
sin fe de petición… ¡sólo deseo!

Anclada airosa sobre el suelo
-en plenitud de humanidad-
desmelenada al cielo.

(EN HIERRO Y EN PALABRAS.
Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Yo también soy hij@ de Zebedeo. Y quiero salir en el selfie con Jesús.

Domingo, 21 de octubre de 2018
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borrador-automatico34Mc 10, 35-45

“Queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Con esta frase, Santiago y Juan han pasado a la historia como dos inconscientes que no comprendieron el estilo de vida de Jesús, aunque habían convivido unos años con Él.

Algo semejante nos ocurre a nosotros y a las comunidades eclesiales. ¿Estamos libres de la ignorancia que tenían los dos hermanos? ¿No nos vemos reflejad@s en esa petición? ¿Cómo es nuestra oración de petición? ¿Es un abandono confiado en las manos del Abbá? ¿O hacemos bullying al mismísimo Dios porque queremos que haga lo que le pedimos? ¿Nos sentimos “señores” de nuestra vida y de nuestra historia, y no le cedemos ese puesto ni a Dios? ¿Con qué convencimiento decimos “que se haga tu voluntad…” en el Padrenuestro?

El protocolo, en tiempos de Jesús y ahora, destaca dos lugares de honor: a la derecha y a la izquierda del personaje principal. ¿Queremos  salir siempre en el selfie con Jesús? ¿Queremos  figurar en determinados puestos y que se reconozcan nuestros méritos y compromisos? ¿Cómo pide nuestro ego su alimento cotidiano?

El evangelio de hoy nos pone frente a la actitud de estos dos hermanos como si fueran un espejo que nos muestra lo que somos y nuestros deseos más profundos e inconfesables.

Los otros diez apóstoles se indignaron. Como nos indignamos nosotr@s cuando presenciamos escenas semejantes. Estamos hech@s del mismo barro. Tenemos la misma raíz humana que los apóstoles, la misma naturaleza herida. Además, hemos perdido algo muy valioso: la corrección fraterna.

Jesús corrigió a los doce y les hizo tomar conciencia de la realidad política y religiosa en la que vivían: los poderosos eran opresores, no servidores. Las autoridades romanas y el sanedrín eran buena muestra de ello.

Los dos hermanos habían dejado sus barcas para formar parte de proyecto del Reino… y ahora querían imponerle a Jesús su propio proyecto y subir en el escalafón.  En el curso de esa corrección, Jesús les pregunta ¿“sois capaces de…”?

A Santiago y Juan no se les ocurre responder desde su fragilidad, sino desde su soberbia: ¡Podemos!

El tiempo demostró que de lo único que fueron capaces, cuando llegó el momento de dar testimonio en la pasión, fue de esconderse como ratas para no perder la vida.

Como ellos, puede que nos creamos capaces de muchas cosas, y deseemos tener más poder. Pero hay que ser una gran persona para que el ejercicio del poder no se nutra con la savia de los siete pecados capitales (avaricia, soberbia, lujuria, envidia, ira, gula, pereza…) Miremos el panorama de quienes detentan el poder en el ámbito político, eclesial, familiar, laboral etc. y saquemos conclusiones. Y ojalá no quedemos fuera del “mea culpa”, en la parte que nos corresponde.

Poder y servicio deberían estar íntimamente entrelazados, pero habitualmente son como dos caras de una moneda: no es posible verlas al mismo tiempo.

Cuando Santiago, Juan y sus diez compañeros estaban mirando la cara del poder, Jesús les ayuda a dar la vuelta a la moneda y fijarse en la riqueza del servicio.

Por eso, este  evangelio nos invita también a revisar seriamente cómo comprendemos y vivimos el servicio en la Iglesia y en las iglesias.

Servir… ¿a quién? ¿Cómo? ¿A cambio de qué? Servir no es hacer las tareas que la otra persona puede hacer, pero no las hace por comodidad. Servir no es vivir con sumisión ni permitir que pisoteen la dignidad.

Junto a la tolerancia cero en la pederastia, ojalá lleguemos a tolerancia cero en el servilismo en el ámbito eclesial.   Es cuestión de caminar en esta dirección.

Finalmente, el evangelio nos invita también a preguntarnos: ¿pedimos sentarnos en su gloria y gestionar nuestro puesto en el Reino, tras la muerte?

Hay una teología que atufa, basada en los premios, merecimientos y enchufes. Esa teología nos invita a razonar de este modo: por si acaso no entran todos en la gloria…, asegurémonos un buen puesto lo antes posible. Recordemos a Dios todo lo que le hemos dado, para que no lo olvide, y nos guarde un puesto de honor.  Repitamos ritos y oraciones que tienen promesa de vida eterna.

Si es así, ¡somos hij@s de Zebedeo!

Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Evangelizar no es adoctrinar.

Domingo, 21 de octubre de 2018
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01. DÍA DE LAS MISIONES.

Celebramos hoy el clásico día del DOMUND, día de las misiones.

o En este día de la Misiones celebramos el gozo del Evangelio.

o Nos sentimos solidarios con las comunidades cristianas en misión.

o Y nos recordamos a nosotros mismos el compromiso de comunicar, de transmitir esa buena

02. EU – ANGELION: BUENA – NOTICIA.

El punto de partida es el evangelio, la buena noticia de Jesucristo.

El evangelio es salvación. La salvación no es una doctrina que se da en un libro, sino que el evangelio es la experiencia de sentirse amado por Dios. Decía el papa Benedicto que somos salvados cuando tenemos la vivencia de sentirnos definitivamente amados, suceda lo que suceda.

El evangelio del Señor es una alegría (salvación) no una carga, un “peso muerto”, una amenaza, una un sistema legal o cultural, mucho menos una culpabilidad, etc.

Si lo que llamamos cristianismo (o religión o Iglesia) no nos causa serenidad, sentimientos de bondad, esperanza, es que no es el Evangelio del Señor ni es cristianismo, sino un “subproducto religioso”.

03. LA MISIÓN ES UNA HERMOSA TAREA ECLESIAL.

club-misionero-infantilLa misión ha estado siempre presente en la conciencia de la vida eclesial.

Ya Jesús envió a los suyos a predicar y a expulsar demonios. San Pablo realizó tres largos viajes misioneros por los pueblos del Mediterráneo.

Siempre, más o menos, ha habido misioneros en la vida eclesial. Recordemos el gran movimiento misional a partir del siglo XVI: los jesuitas, franciscanos. Recordemos las congregaciones misioneras que nacen en el siglo XIX: Padres blancos, Combonianos, Consolata, etc.

También a nosotros nos llegó el evangelio, la fe. Muy posiblemente S Pablo llegó a Tarraco-nova: Tarragona. Al menos San Pablo anuncia su deseo de llegar a Hispania. Escribe Pablo en la carta a los romanos:

Así que una vez terminado este asunto y entregado oficialmente el fruto de la colecta, partiré para España” (Ro. 15, 23-28).

Una tradición dice que el cristianismo llegó al País Vasco por la depresión del Ebro.

Sea como fuere, el bien tiende a comunicarse. Las personas y los pueblos hemos de comunicar lo que para nosotros es bueno y valioso. Es lo que en el mundo de la educación (pedagogía) llaman socialización. Todo pueblo transmite lo que para él es valioso: su cultura, su idioma, sus creencias, sus mitos, su fe, etc.

Hoy en día la cosa está un poco bronca con la cuestión de si se enseña o no religión en la escuela. Si se duda y discute es porque el Evangelio no es ya un valor para gran parte de nuestro pueblo.

La siguiente pregunta será ¿y porque no es un valor? ¿Quizás porque en vez del evangelio de la bondad de Dios hemos degenerado en la comunicación de una doctrina fría, unos ritos y poco más? Quizás es que no transmitimos evangelio, sino un entramado doctrinal-normativo lejano al Evangelio del Señor.

Misionar es anunciar la bondad y la misericordia del Señor. El papa Francisco habla con alguna frecuencia de curar heridas y siempre habla de misericordia.

El Evangelio cura, sana la vida, sobre todo las zonas y momentos de enfermedad, de debilidad. Y cura no a bofetadas, sino con misericordia. Si Jesús hubiese conocido el problema moderno, nuestro, de las rupturas y separaciones posiblemente habría añadido en sus palabras sobre el final de la historia (Mt 25,31ss): estuve divorciado y me acogisteis.

El Evangelio hace bien, en el evangelio se está bien, (pero no confundamos la buena noticia con los sistemas religiosos).

04. SOLIDARIDAD CON LAS IGLESIAS.

101300503615Con frecuencia evocamos y oramos por las misiones en nuestra Eucaristía. Seamos solidarios en la fe con tantas comunidades extendidas por toda la tierra.

o Pobres comunidades africanas atendidas por un catequista nativo africano. Estas comunidades no tienen sacerdotes, pero tienen evangelio y fe.

o Comunidades en Latinoamérica alentadas por el espíritu de un modo eclesial vivido desde los pobres, (Teología de la Liberación) con el testimonio de tantos mártires. La canonización de Óscar Romero –y de Pablo VI- les supondrá un poco de “aliento vital”, y a muchos de nosotros también.

o Comunidades del lejano mundo oriental en cuyas tradiciones y religiones hay semillas de la Palabra.

Son hermanos nuestros en la fe y en la esperanza. En este día misional seamos solidarios en la fe y en la caridad.

Demos gracias a Dios por el evangelio que hemos recibido y que guía nuestra vida. Dejemos de lado lo que no sea evangelio, lo que no sea expresión de la misericordia de Dios.

ID POR TODO EL MUNDO Y PREDICAD LA BONDAD DE DIOS

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“No podéis servir a la ternura y al dinero”, por José I. González Faus.

Martes, 12 de septiembre de 2017
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Jesus abrazo mujerSi hay algo que nos realice y nos dé plenitud como seres humanos es eso que llamamos ternura. No una ternura simplona, sentimental y momentánea, sino eso que en tantas lenguas se designa con alusión a lo más visceral de nosotros: a lo que llamamos “ser entrañable”, con un término puesto audazmente en circulación por el Primer Testamento bíblico, para hablar de Yahvé.

Por otro lado, la experiencia nos habrá hecho ver en algún momento, que es ahí donde encontramos la más seria y más legítima afirmación de nosotros mismos. Pero a la vez: si hay algo que nos impida desplegar esa ternura y que la agoste en nosotros, es la pasión por el dinero: esa pasión nos lleva a buscar otra afirmación de nosotros mismos, falsa en este caso, siempre jadeante y siempre insatisfecha.

Creo percibir que esas dos dimensiones envuelven casi toda nuestra atmósfera actual. Por fortuna quedan aún suficientes gestos de ternura (otras veces he hablado de estrellas en la noche) que nos dan fuerzas para seguir viviendo. Cuando el pasado atentado de Manchester fue espontánea la oferta de familias y taxistas que se ofrecieron a hospedar en su casa o llevar gratis a dónde hiciera falta, a niños y adolescentes que habían perdido el contacto con sus padres, en el caos subsiguiente a la explosión. Y ahí está el heroísmo reciente de Iñaki Echeverría en Londres.

Uno siente ganas de aplaudir, pero a la vez se pregunta por qué esos gestos no son más frecuentes en este panorama desolador que nos envuelve de atentados socioeconómicos cotidianos: en esas normativas de “austeridad para los pobres, crecimiento para los ricos”, o de “bienestar para los de casa e internamiento para los de fuera” (donde Gran Bretaña ocupa un lugar alto en la clasificación de inhumanidad); o ante esas leyes de terrorismo laboral, llamadas hipócritamente de “reforma”

Y la respuesta me parece clara: es el dios dinero el que ahoga eso mejor de nosotros que la otra barbarie terrorista hace aflorar de vez en cuando. ¡Qué pena que sólo sepamos ser verdaderamente humanos cuando la inhumanidad nos golpea salvajemente! Evocando otra vez a A. Camus: “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”; pero ¿por qué será que esos trazos admirables sólo se dibujan cuando estalla la peste?

En una de las obras más importantes del siglo pasado (“Lo pequeño es hermoso“) E. Schumacher tiene un capítulo titulado “paz y permanencia”, donde critica esa ideología dominante de que “el camino de la paz es el camino de la riqueza”: que cuando todos seamos ricos se acabarán las guerras. Esa ideología llevó a la atrocidad de Keynes (tan meritorio en otros campos) de que “debemos pasar todavía cien años simulando ante nosotros mismos que lo bello es sucio y lo sucio es bello: porque resulta que lo bello es inútil y lo sucio no lo es… La avaricia, la usura y la precaución deben ser nuestros dioses por un poco más de tiempo“. Han pasado ya 87 años desde que se escribieron esas palabras y lo único que ha sucedido es que nos hemos vuelto todos más cínicos y unos pocos mucho más ricos, pero no que la paz esté más cerca.

Porque (concluye Schumacher) “si los vicios humanos tales como la desmedida ambición y la envidia son cultivados sistemáticamente, el resultado inevitable es nada menos que un colapso de la inteligencia: un hombre dirigido por la ambición y la envidia pierde el poder de ver las cosas tal como son”.

Y concluye citando a Dorothy Sayers “no pensemos que las guerras son catástrofes irracionales: las guerras ocurren cuando formas erróneas de pensar y de vivir conducen a situaciones intolerables”. Y situación intolerable es la de miles de millones de personas en nuestro mundo, mientras nosotros creemos ser felices celebrando, por ejemplo, un campeonato de liga ganado, en última instancia, a golpes de talonario. Así de estúpidos nos han vuelto.

¡Cuánta razón tenían Buda y Jesús de Nazaret! El primero pone de relieve la inmensa mentira de ese ego al que intentamos alimentar a base de dinero, y siempre sigue pidiendo más y más porque, en realidad, no se alimenta sino que se consume, ya que ni siquiera tiene verdadera realidad. El segundo con su sencilla radicalidad usual: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Que para nuestro tema de hoy significa (¡oigamos bien!): “No podéis servir a la ternura y al dinero”.

Así estamos hoy por haber querido servir al segundo: faltos, totalmente carentes de esa ternura que sería la fuente de nuestra verdadera paz y de la única posible felicidad. Y así vuelven a cobrar enorme relieve aquellas palabras de Ignacio Ellacuría mártir precisamente por pensar de ese modo: nuestro mundo del s. XXI sólo puede tener solución en “una civilización de la sobriedad compartida”. Si no, acaba pasando que, mientras el dinero intenta acomodarnos en una “banalidad” del mal, la guerra reaparece para recordarnos la intolerabilidad del mal.

José I. González Faus

Fuente Religión Digital

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“Nada de eso entre nosotros”. 29 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,35-45)

Domingo, 18 de octubre de 2015
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29-852865Camino de Jerusalén, Jesús va advirtiendo a sus discípulos del destino doloroso que le espera a él y a los que sigan sus pasos. La inconsciencia de quienes lo acompañan es increíble. Todavía hoy se sigue repitiendo.

Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo, se separan del grupo y se acercan ellos solos a Jesús. No necesitan de los demás. Quieren hacerse con los puestos más privilegiados y ser los primeros en el proyecto de Jesús, tal como ellos lo imaginan. Su petición no es una súplica sino una ridícula ambición: «Queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Quieren que Jesús los ponga por encima de los demás.

Jesús parece sorprendido. «No sabéis lo que pedís». No le han entendido nada. Con paciencia grande los invita a que se pregunten si son capaces de compartir su destino doloroso. Cuando se enteran de lo que ocurre, los otros diez discípulos se llenan de indignación contra Santiago y Juan. También ellos tienen las mismas aspiraciones. La ambición los divide y enfrenta. La búsqueda de honores y protagonismos interesados rompen siempre la comunión de la comunidad cristiana. También hoy. ¿Qué puede haber más contrario a Jesús y a su proyecto de servir a la liberación de las gentes?

El hecho es tan grave que Jesús «los reúne» para dejar claro cuál es la actitud que ha de caracterizar siempre a sus seguidores. Conocen sobradamente cómo actúan los romanos, «jefes de los pueblos» y «grandes» de la tierra: tiranizan a las gentes, las someten y hacen sentir a todos el peso de su poder. Pues bien, «vosotros nada de eso».

Entre sus seguidores, todo ha de ser diferente: «El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». La grandeza no se mide por el poder que se tiene, el rango que se ocupa o los títulos que se ostentan. Quien ambiciona estas cosas, en la Iglesia de Jesús, no se hace más grande sino más insignificante y ridículo. En realidad, es un estorbo para promover el estilo de vida querido por el Crucificado. Le falta un rasgo básico para ser seguidor de Jesús.

En la Iglesia todos hemos de ser servidores. Nos hemos de colocar en la comunidad cristiana, no desde arriba, desde la superioridad, el poder o el protagonismo interesado, sino desde abajo, desde la disponibilidad, el servicio y la ayuda a los demás. Nuestro ejemplo es Jesús. No vivió nunca «para ser servido, sino para servir». Este es el mejor y más admirable resumen de lo que fue él: servicio a todos.

José Antonio Pagola

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“El que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Domingo 18 de octubre de 2015. Domingo 29º

Domingo, 18 de octubre de 2015
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56-ordinarioB29 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 53, 10-11: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
Salmo responsorial: 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hebreos 4, 14-16: Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia.
Marcos 10, 35-45: El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.

La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel imaginado redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.

El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.

El fragmentito de la carta a los Hebreos que hoy leemos nos recuerda que Jesús ha sido probado en todo igual que nosotros, por lo que podemos tener confianza de ser bien comprendidos. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de comprender a los débiles…

El evangelio, de Lucas, nos presenta una escena breve, un pasaje simple pero muy importante del mensaje de Jesús. Jesús establece con claridad su diferencia con el espíritu del mundo, el de los jefes de este mundo, que esclavizan a los suyos y se sirven de ellos; Jesús proclama que su actitud es exactamente la contraria: «No he venido a ser servido sino a servir», y «el que quiera ser grande, que sea el servidor de todos». Es un rasgo cristiano central, decisivo. Y sin complicaciones ni alambicamientos teóricos: no se trata de creer doctrinas, sino de centrar la propia vida sobre la base del amor-servicio. No un amor cualquiera (romántico, sentimental, de bellas palabras…), sino un amor que se expresa en el servicio. No insistiremos nunca demás en este principio central del evangelio, que Lucas nos recuerda hoy.

El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades católicas de entonces, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano, que ya desapareció. No se dejó de hacer simplemente por pereza, o por olvido… sino por razones de la secularización de la sociedad. Pero hoy, con una perspectiva más amplia, vemos que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización»; también han intervenido razones que se refieren a las «Misiones» mismas.

En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)… El «proselitismo», por cualquier medio que fuera posible, estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.

Todo esto, lógicamente, ha cambiado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico» y, a la vez, una cierta ley de la «psicología evolutiva» de la humanidad, les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando hemos sido niños/as, hemos comenzado a conocer la realidad siempre a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, igual también que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta el planeta Tierra, eran el centro del mundo y hasta del cosmos… Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se han ido dando cuenta de que no son el centro, de que hay otros centros, y han sido capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo una realidad mayor.

Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente toda su historia, los varios milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal que le solemos dar, necesita sin duda una reevaluación más ponderada. Un pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa de las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar.

Buen día hoy, el del DóMund, para presentar estos desafíos y para profundizarlos en la homilía, en la reunión de la comunidad, en el grupo de estudio, o en el aula con mis alumnos. No desaprovechemos la oportunidad para actualizar también nuestra visión personal en estos temas: hay muchas lecturas (véase, por ejemplo, en la RELaT –http://servicioskoinonia.org/relat– no pocos artículos sobre el tema: en el menú desplegable «selección por materias», escoger «Teología sistemática – Diálogo de religiones – Pluralismo religioso» y pulsar en «ir». También en servicioskoinonia.org/LibrosDigitales). Leer más…

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Dom 18.10.15. El cáliz que has de beber (Evangelio de los Zebedeos)

Domingo, 18 de octubre de 2015
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 29, ciclo b. Mc 10, 35-45. Ayer comenté y critiqué, desde una perspectiva de evangelio, unas palabras del Cardenal Cañizares (no es todo trigo limpio), y lo hice con algo de acritud que ahora lamento (y que después corregí en el mismo post). No es que Mons. Cañizares no tuviera razón, sino todo lo contrario, él la tenía y la tiene, pero en un plano que parece más “zebedeo” que propio de Jesús, según el evangelio de este domingo:

Mons. Cañizares tenía razón y la tiene desde un punto de vista de corrección política: Sin duda, un tipo de emigración masiva de personas del Este pone en peligro no sólo la frágil estabilidad cultural y nacional de un tipo de visión política de España, sino la estabilidad de Europa. Por eso es bueno defender lo nuestro, incluso dentro de una larga tradición política cristiana.

Cañizares tenía y tiene razón diciendo que en el fondo de las multitudes que vienen del Este, además de los buenos pobres de siempre, hay mafias políticas y económicas: Hay directrices, consignas y estrategias de auténticos “tunantes” (por usar la palabra de G. Theissen, que ayer empleaba en mi comentario).

caminando hacia cristoPor otra parte, muchos que criticaban a Mons. Cañizares tampoco eran del todo “trigo limpio”, pues tenían (¿teníamos?) en el fondo otro intereses de dominación política más o menos confesados. Pues bien, en este contexto, resulta providencial el evangelio de hoy.

También los zebedeos, el ala política del movimiento de Jesús, tenían razón en su propuesta, al ofrecerse para organizar de un modo racional su proyecto de reino. Ellos lo harían sin duda mucho mejor que el “santo” de las andas de la imagen… pero, evidentemente, necesitaban tomr (recibir) el poder.

El evangelio de hoy afirma que los zebedeos eran los políticamente correctos: Querían ganar una cota de poder para servicio del “evangelio”. Querían “racionalizar” la tarea mesiánica de Jesús, y se sentían capaces de hacerlo (¡en el evangelio de Mateo se dice que en el fondo estaba su madre, es decir, el clan de familia).

Ellos venían de la buena administración; su padre era armador, o al menos propietarios de barcos. Sabían lo que es organizar movimientos sociales, sabían de eso mucho más que Jesús, un pobre albañil… Podrían gobernar bien, si que se viera demasiado (sin utilizar mucho) el mauser de la mano y el dólar de le espalda.

Y sin embargo Jesús critica a los zebedeos, diciéndoles que el único modo de organizar el reino es “dejándose matar”, es poniendo la vida al servicio de los otros, incluso de los tunantes que vienen del Este. Sin duda, Jesús no era políticamente correcto… y estaba dispuesto a morir por los “tunantes”, es decir, por aquellos que no son trigo limpio, no para que todo se destruya, sino para que de la muerte por amor (en servicio a los excluidos) pueda surgir y surja un mundo nuevo de resurrección para todos.

Buen domingo a todos, y sigan leyendo si quiere esta profundísima parábola sobre el poder (sobre lo correcto)… y sobre el estar dispuestos a morir por el bien de los demás. Por favor, pónganse por un momento en la piel de los zebedeos (pues también ellos, al fin, dieron la vida por los otros, como estoy seguro de que Mons. Cañizares quiere darla).

Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.” Les preguntó:- “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.” Jesús replico: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron /: “Lo somos” “Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.”

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniendolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.”

Éste es un pasaje evidentemente simbólico, construido en su forma presente por la comunidad y reformado por el mismo Marcos, desde su perspectiva social y eclesial (a partir, sin duda, de una experiencia de Jesús y de un proyecto eclesial “zebedeo”, que iba en línea de poder mesiánico, no de entrega de la vida por los otros).

Zebedeos, políticamente correctos

‒ Uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria, es decir, en tu Reino. . Sentarse a la derecha y a la izquierda significa “compartir” el poder de Jesús, no de un modo excluyente, pero sí superior al de los otros (recordemos que Mt 19, 28 hablaba de los doce seguidores de Jesús sentados sobre doce tronos, juzgando a las tribus de Israel:). El Reino de Dios se concibe por tanto como un camino y una meta de triunfo social, a fin de lograr la pacificación de todos, como una forma de tomar el poder y ejercerlo (evidentemente bien, a favor de los demás, pero en línea de poder).

No sabéis lo que pedís: ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? De pronto, Jesús cambia de tercio… La meta y tarea de su movimiento no tomar el poder y triunfar (para crear un tipo de paz política mundial), sino dar la vida por los demás, convirtiéndose en semilla de resurrección, es decir, de un tipo de “política distinta”. Estos zebedeos forman con Pedro el “triunvirato” más saliente de la iglesia primitiva, el deseo de convertir el proyecto de Jesús en un camino políticamente correcto de administración del poder.

Pero Jesús no era políticamente correcto. Por eso rechaza su petición de los zebedeos (y de Pedro) y les recuerda que su “compromiso” mesiánico consiste en beber su cáliz, es decir, en compartir su camino de entrega y de muerte: Ellos, los de Jesús, tienen que morir para que vivan otros… Ellos, su generación política, tienen que “dar la vida”, para que pueda surgir una humanidad distinta.

‒ Beberéis mi cáliz… Jesús les ha preguntado si “están dispuestos beber su cáliz” y ellos han respondido que sí… Éste es el gran “milagro” de la escena. Estos zebedeos que quieren sentarse en dos tronos beber con Jesús la copa del triunfo final sobre los pueblos le dicen que sí, que, a pesar de todo, van a seguir con él… Que están dispuestos a beber el cáliz de la muerte, es decir, del sacrificio y de la entrega propia, para que vivan otros, para que vivan todos, los que vienen del Este y los que son (somos) del Oeste, como dice Jesús en otra ocasión (Mt 8).

Pero sentaros a mi derecha a mi izquierda… Jesús les confía la tarea de seguirle, y así puede asegurar (confirmar) el camino mesiánico, en su vertiente de “entrega de la vida”, pero no ratificar el triunfo político final (en forma externa) que depende del Padre. De esa forma se sitúa, y sitúa a sus discípulos ante un gesto mesiánico de ofrenda y regalo de la propia vida, que ha de ser ratificado por su Padre.

Una teoría sobre el poder, lo políticamente incorrecto

En ese contexto ha interpretado Jesús y ha superado el principio del poder, viendo que los otros diez se (los Doce sin los zebedeos) indignaron… (20, 24), no tanto porque los zebedeos quisieran los primeros puestos, sino porque querían también ellos, los otros discípulos. Seguimos en el mismo contexto anterior del evangelio, donde los discípulos discutían sobre los primeros puestos en el Reino, pues todos querían ocuparlos, entendiendo el mesianismo de Jesús en clave de triunfo y dominio sobre los demás.


Aquí ofrece Jesús la carta magna de la relación entre poder político e iglesia,
un tema que debe interpretarse como crítica frente a un mesianismo entendido en línea de poder, tema que ya había sido desarrollado en las tentaciones (cf. Mt 4, 1-11). No es una norma o principio que trate sólo de la Iglesia y de su organización interna, sino una enseñanza universal, válida para todos los poderes de la tierra, en un contexto de fuerte opresión como la expresada por el Imperio Romano: Leer más…

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¿Triunfar o servir? Domingo 29. Ciclo B

Domingo, 18 de octubre de 2015
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0029Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.

En lo que piensa Jesús

Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán.

En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro

Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo.

En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.

Les preguntó:

-¿Qué queréis que haga por vosotros?

Contestaron:

-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir.

Jesús replicó:

-No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

Contestaron:

-Lo somos.

Jesús les dijo:

-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién.

La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo:

-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relacio­nes dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos:

1) el que no deben imitar es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las opri­men”.

2) el que deben imitar es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos.

En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto.

Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder.

Primera lectura: Isaías 53,10-11

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará,
con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.

Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos, justificará a muchos).

Reflexiones

1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos.

2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios.

3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús.

4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno.

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