Consejo Latinoamericano de Iglesias: Memorias y contextos (1978-2014)
A 36 años de su fundación
La presencia del protestantismo en Latinoamérica y el Caribe, en la segunda mitad del siglo XIX, se da bajo el influjo de las corrientes filosóficas del Iluminismo, los movimientos independentistas en toda la región, la expansión europea, y el desarrollo comercial con el surgimiento del capitalismo liberal. Por tal razón, junto con los empresarios industriales y hombres de negocios llegan los misioneros como colpoltores bíblicos, maestros y evangelistas.
Con el impacto liberal muchos políticos le dan la bienvenida al liberalismo protestante como una nueva fase del cristianismo y una nueva etapa civilizatoria para Latinoamérica y el Caribe. Es la época del mayor despliegue de sociedades misioneras protestantes, especialmente desde Estados Unidos. Latinoamérica y el Caribe será “campo de misión” privilegiado. Como complemento llegan las Sociedades Bíblicas como agencia de misión y promoción.
Toda esa expansión misionera plantea tres problemas que se abordarán a partir de la estrategia misionera y evangelizadora: el problema de la cooperación entre las misiones y la búsqueda de una estrategia común, la participación de los latinoamericanos y latinoamericanas en la misión y el proceso de “latinoamericanización” de las iglesias.
Un primer acercamiento para abordar estos asuntos se da cuando las misiones protestantes norteamericanas crean el Comité de Cooperación en América Latina, en 1913. La preocupación por organizar este comité se produjo cuando la Conferencia de Edimburgo (1910) no vio como prioridad la evangelización de América Latina y el Caribe. Por ello se convocó una consulta de las juntas misioneras para delinear las estrategias del trabajo misionero en la región. Fue en 1913 que la Foreign Conference of North America (Conferencia de Misiones Foráneas de Norteamérica) planteó la necesidad de un congreso sobre el trabajo misionero, que finalmente se llevó a cabo en Panamá (1916). El problema de la cooperación misionera fue el eje central de las discusiones.
El Comité de Cooperación en América Latina (CCAL) se encargó de organizar conferencias sucesivas a nivel regional y continental. Un aspecto que cumplió el CCAL fue el superar la descoordinación entre las juntas misioneras y las iglesias nacionales. Las áreas en las que se coordinó el trabajo fueron: casas editoras evangélicas, cooperativas, programas de alfabetización, plan de estudios para la educación cristiana y la tarea del colportaje bíblico y la difusión de literatura relacionada con temas bíblicos.
Uno de los temas más acuciantes para las juntas misioneras era la “ocupación de territorios” para la misión. Ese fue el motivo básico para constituir un comité de acuerdo (“comity”) que buscara una forma aceptable para dividir los territorios misioneros en cada país. El propósito de este comité era, además, aunar los esfuerzos estratégicos, programáticos y prácticos. Muy pronto se descubrió que había competencia excesiva, traslapo y una ambición desmedida por la ocupación de nuevos territorios. Sin embargo, el problema debía ubicarse en la perspectiva más amplia la relación entre América Latina y el Caribe y los Estados Unidos, y la estrategia misionera global. Este tema ha sido una fuente de constante tensión entre las iglesias del Norte y el Sur por más de nueve décadas.
El primer paso efectivo para la consecución de un plan de acuerdo se confirmó en lo que se conoce como el Plan de Cincinnati (1914). El plan, como podía asignar territorios, reclamaba la cooperación de todas las juntas misioneras para una distribución lógica y concertada. El acuerdo se circunscribía en esta etapa inicial a México, pero muy pronto se extendió a países como Brasil, Perú, Puerto Rico, Cuba y Venezuela. La cooperación y el esfuerzo mutuo eran de vital importancia en la propuesta.
El Congreso sobre la Obra Cristiana de Panamá (1916) tomó el acuerdo como uno de sus puntos principales. Se establecieron pautas para la delimitación territorial, el arbitraje, el mejor uso de los recursos para evitar la duplicidad y un principio de ocupación dentro de un marco de planificación Las juntas misioneras llegaban al campo misionero ya divididas y era tarea ardua lograr la cooperación y la coordinación.
El Congreso de Montevideo sobre la Responsabilidad Social (1925) enfatizó los aspectos sociales de la democracia y la búsqueda de una “identidad latinoamericana” para el incipiente protestantismo que se iba implantando. Estamos ahora en una etapa que inauguró la participación de los líderes latinoamericanos a nivel regional y continental. Ya el movimiento va desde el control misionero y la cooperación entre las juntas misioneras a la toma de conciencia sobre el carácter latinoamericanista y auténticamente evangélico de iglesias establecidas y encarnadas en la vida de las sociedades latinoamericanas.
Fue en el Congreso Evangélico de La Habana (1929) donde la influencia liberal se hizo más evidente. Surge el tema de la “solidaridad evangélica”, dentro de marco del panamericanismo religioso y el movimiento de cooperación, liderado por el misionero Discípulos de Cristo, Samuel Guy Inman. Allí se comienza a perfilar la búsqueda de un organismo continental, que finalmente se planteó como la formación de una “Federación Internacional Evangélica”, incluyendo a España y Portugal. Aquí el liderato latinoamericano y caribeño busca la configuración de un movimiento ecuménico, para retomar el camino difícil de la misión y la unidad.
En la década del 30 el movimiento protestante liberal intensifica su trabajo en la creación de nuevas congregaciones y el envío de nuevos misioneros desde Estados Unidos. Hay una sistematización del trabajo misionero en sus niveles administrativos, evangelísticos, de apoyo logístico y económico. Este sector liberal va a enfatizar en la educación, con énfasis en las élites intelectuales.
Al nivel ecuménico el trabajo fue mucho más lento. A excepción del trabajo juvenil, sobre todo en el Cono Sur, la cooperación ecuménica no avanzó mucho. La crisis económica mundial, a raíz de la gran depresión de los años 30. La década del 30 al 40 casi no vio una proyección continental. A partir de 1941 se anima el trabajo de las organizaciones ecuménicas con la fundación de la Unión Latinoamericana de Juventudes Evangélicas, fruto del Primer Congreso Latinoamericano de Juventud Evangélica, Lima, Perú (1941), bajo el lema “Con Cristo un Mundo Nuevo”. En 1946 ULAJE organiza su segundo congreso en La Habana, Cuba (1946), bajo el lema “La juventud cristiana y la libertad”. Este movimiento irradió un nuevo entusiasmo en la búsqueda de unidad en el Caribe y otras regiones latinoamericanas, en especialmente en Brasil y el Cono Sur.
La I Conferencia Evangélica Latinoamericana se celebró en Buenos Aires, Argentina (1949). Por primera vez tenemos una verdadera conferencia de iglesias latinoamericanas. Se retomaron los temas de la educación y la formación teológica, pero se insiste en el análisis sobre la realidad social, económica y política. La caracterización de los problemas en la línea liberal que predominó en este sector protestante. También se reclama la necesidad de una presencia y compromiso de las iglesias en una evangelización que tomen serio los problemas sociales de las masas populares.
La II Conferencia Evangélica Latinoamericana se llevó a cabo en Lima, Perú (1961). Dos temas resaltan inmediatamente: “Nuestro mensaje y nuestra tarea inconclusa”. Al afirmar que Cristo es la esperanza para la América Latina se subraya la necesidad de un testimonio eficaz, una actitud de humildad en el cumplimiento de la misión y una profundidad teológica en la proclamación evangélica. En cuanto a la tarea inconclusa se afirma que debe cumplirse con la Gran Comisión con la conducta personal y la militancia social. Hay que anunciar a todo el continente latinoamericano el mensaje del Evangelio, y encarnarlo, en todas la capas sociales. Leer más…
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