Sagrado
Del blog Nova Bella:
“No le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándoles en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches”
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Del blog Nova Bella:
“No le tengas miedo a lo sagrado y a los sentimientos, de los cuales el laicismo consumista ha privado a los hombres transformándoles en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches”
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Del blog de la Communion Béthanie:
Pasemos el verano con el libro Oser la chair (atreverse con la carne) del fraile dominico Jean-Pierre Olivier Brice, en Ediciones du Cerf. Premio de libros de Espiritualidad Panorama– La Procure 2015:
Cuando Dios hace al hombre de carne,
no escoge los pedazos;
no los hay que sean más nobles
y otros más vergonzosos.
Cuando Dios se encarna,
cuando toma la carne,
ocupa todo y no hay
carne de tercera categoría.
Dios habita nuestra carne entera,
sobre todo en eso con lo que tenemos más problemas para vivir.
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Del blog de Henri Nouwen:
“Cuando pensamos en océanos y montañas, bosques y desiertos, árboles, plantas y animales, el sol y la luna, las estrellas y todas las galaxias como creación de Dios, esperando impacientemente ‘ser liberada de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios’ (Romanos 8,21), no podemos sino admirar la majestad divina y su plan de salvación que todo lo abarca. No solo somos nosotros, seres humanos, los que esperamos la salvación en medio de nuestro sufrimiento; todo lo creado gime y suspira con nosotros, anheloso de alcanzar su pena libertad.
De esta manera somos, efectivamente, hermanos no solo del resto de los hombres y mujeres del mundo, sino también de todo cuanto nos rodea. Sí, hemos de amar los campos llenos de trigo, las montañas con sus cumbres nevadas, los mares rugientes, los animales salvajes y los domésticos, las enormes secuoyas y las pequeñas margaritas. Todo en la creación forma parte, junto con nosotros, de la inmensa familia de Dios”.
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Henri Nouwen
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Del blog de la Communion Béthanie:
2014 con Dios llama y Vivir por el Espíritu +
En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.
” Persigue sólo un fin esencial:
estar siempre dispuesto a entrar
en lo que he preparado para tí. “
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El 13 de junio, Vivir por el Espíritu.
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La Trinidad es la forma de ser persona en Dios (y de Dios):
‒ Cerrado en su identidad individual o puramente humana, el hombre no sería persona, en el sentido radical de la palabra. Todos los intentos de fundar su personalidad del hombre separándole de Dios (por dominio de sí, trabajo material o puro encuentro intramundano) son al fin insuficientes, en sentido cristiano. Quizá podamos añadir que, en un plano puramente antropológico, el hombre (varón/mujer) es un camino de búsqueda personal, un ser que tiende a sí mismo, desde y con los otros, no una persona estricta, pues esa palabra (persona), elaborada en perspectiva teológica (aplicada a Cristo de forma trinitaria), sólo puede entenderse en relación con el Dios de Jesús.
‒ El hombre es persona, en sentido cristiano, haciéndose persona en Dios, por medio de Cristo, que la primera persona humana (desde el Padre-Dios, que es primera persona trinitaria). Jesús despliega, así, en forma humana el misterio divino del Hijo de Dios, realizando al mismo tiempo, en forma divina, su relación plena con los hombres. Sólo en su encarnación (es decir, en su historia personal) se puede afirmar que él es persona divina siendo, al mismo tiempo (surgiendo así en la historia como) persona humana. En esa línea decimos que él ha podido realizar y ha realizado, en plenitud, en una historia humana su mismo itinerario personal de Hijo de Dios (y que él ha realizado en forma divina su itinerario humano) .
De esta forma culmina la reflexión trinitaria, que me ha venido ocupando en los últimos días. Gracias a todos los que me han seguido en este camino fuerte de “estudio” del Dios cristiano.
1. Tema de nuestro tiempo, un tema “eterno”.
Estas reflexiones podía haber terminado la postal anterior, pero he querido añadir, casi a modo de apéndice, unas ideas sobre la identidad del Espíritu Santo, en línea de esperanza, evocando abriendo un camino de estudio sobre la persona y tarea del Espíritu Santo (Señor y Dador de Vida, Concilio de Constantinopla I), que no ha sido todavía suficientemente analizado, y menos aún resuelto, por la teología.
La primera idea que debemos tener firme es que, como sabe la tradición teológica, las personas de la Trinidad no son unívocas (las “tres” iguales), sino que cada una “es” de una forma distinta, el Padre como ingénito que engendra, el Hijo Jesús como engendrado que entrega la vida al Padre, dándola a los hombres, y el Espíritu como el amor que procede del Padre (por el Hijo), abriendo un camino de historia y comunicación interhumana, impulsando por dentro a los hombres para que sean personas en comunión y esperanza de vida.
(a) Una tradición que va de San Agustín a Santo Tomás (con K. Barth y K. Rahner) tiende a decir que, en sentido estricto, Dios es sólo una persona, que se revela en tres modos internos de subsistencia.
(b) Pues bien, en contra de eso, en la línea de Ricardo de San Víctor y Juan de la Cruz, vengo afirmando que Dios es Uno siendo comunión de personas, del Padre con el Hijo Jesús, en el Espíritu Santo, abriendo así un camino en el que su misma realidad eterna (inmanencia) se expresa e identifica con su economía (con el despliegue de la historia de la salvación).
En esa línea he venido diciendo que ser persona es un estar abierto no sólo hacia el futuro de uno mismo y de los otros, sino al mismo Dios, como ha puesto de relieve una tradición teológica, que podemos centrar en Joaquín de Fiore, monje calabrés que en el siglo XII, que anunciaba el cumplimiento definitivo de la historia desde una perspectiva trinitaria: ha pasado el tiempo del Padre, que vino a definirse como servidumbre; también se ha realizado ya el tiempo del Hijo, desplegado como infancia o sumisión filial; viene ahora el reino del Espíritu, abierto hacia la plena libertad en el amor. Pues bien, en ese itinerario de Dios, que se desvela plenamente como Espíritu en la historia de los hombres, estamos implicados nosotros, no sólo de una forma contemplativa (conocer el misterio), sino activa, comprometiéndonos con Dios y por Dios, en la línea ya evocada al tratar de San Juan de la Cruz y de Etty Hillesum, cuando decía que “tenemos que ayudar a Dios”.
Con esto hemos entrado, imperceptiblemente, en un dominio nuevo. Hemos pasado de un plano más teórico, en el que importan las definiciones conceptuales bien precisas, al espacio de la praxis donde las cosas sólo se entienden comprometiéndose por ellas, dejándose cambiar en el intento de cambiar el mundo y conociendo en la medida en que uno hace (se hace). Este cambio de nivel, que puede entenderse como ruptura epistemológica, nos capacita para interpretar cristianamente el misterio del Espíritu, en línea de compromiso creyente y de transformación de la historia.
En esa línea he venido suponiendo que el hombre tiene, por su misma humanidad, una estructura personal abierta hacia el misterio, de manera que puede escuchar a Dios si Dios le habla (como supone K. Rahner). Pero la verdad concreta de su vida, la realidad de su persona, sólo puede entenderse como resultado de la gracia, como inclusión en el misterio Trinidad por medio de Jesús, el Cristo, en una historia. En sentido originario podríamos decir no existen más personas que las trinitarias: el encuentro de Dios Padre con el Hijo en (por) el Espíritu. Por eso, los hombres sólo pueden ser personas, como dueños de sí mismos en un gesto de apertura hacia los otros, en apertura radical al Dios de Cristo, superando así las barreras de la muerte, si es que se introducen (de un modo consciente o sin saberlo) en la vida del misterio trinitario (tal como se expresa en la pascua de Jesús).
Ciertamente, el tema de la persona se puede situar en otros planos: familiares y sociales, jurídicos y económicos… Pero sólo adquiere su verdadero contenido cristiano y su verdad en Jesucristo, en referencia mesiánica (en perspectiva trinitaria). Así decimos que, en sentido radical, el hombre es libre porque está abierto al infinito, per ser hijo de Dios Padre que le ha “redimido”, es decir, la ha creado plenamente en Jesucristo, concediéndole dignidad infinita; es persona porque él puede y debe realizarse como hijo de Dios, desde la experiencia de su Espíritu. Leer más…
Considerando el panorama mundial, la violencia bélica en varias naciones con terribles matanzas de seres humanos, o la violencia de estudiantes que, enardecidos, invaden una escuela y abaten a tiros a decenas de compañeros, por no hablar de las torturas y de los abusos que se cometen contra inocentes, nos surge espontánea la pregunta: ¿el ser humano ha resultado bien? ¿No somos una excrecencia del proceso evolutivo?
Nos cuesta identificar figuras ejemplares que nos desmientan esta tétrica impresión. Pero gracias a Dios existen, como un Don Helder Câmara, una Hermana Dulce, la Hermana Teresa de Calcuta, un Chico Mendes, un José Mujica, ex-presidente de Uruguay, un Gandhi, un Dalai Lama y un Papa Francisco, entre otras.
Pero quiero detenerme en una figura seminal en la que la humanidad resultó bien de un modo convincente: San Francisco de Asís. Uno de los legados más fecundos del “Sol de Asís” como lo llama Dante, actualizado hoy por Francisco de Roma, es la predicación de la paz, tan urgente en los días actuales. El primer saludo que dirigía a los que encontraba por los caminos era “Paz y Bien”, que corresponde al Shalom bíblico. La paz que ansiaba no se restringía a las relaciones interpersonales y sociales. Buscaba una paz perenne con todos los elementos de la naturaleza, tratándolos con el tierno nombre de hermanos y hermanas.
Su primer biógrafo Tomás de Celano testimonia maravillosamente el sentimiento fraterno que lo invadía:
«Se llenaba de inefable gozo todas las veces que miraba el sol, contemplaba la luna y dirigía su vista hacia las estrellas y el firmamento. Cuando se encontraba con las flores, les predicaba como si estuviesen dotadas de inteligencia y las invitaba a alabar a Dios. Lo hacía con tiernísima y conmovedora candidez: exhortaba a la gratitud a los trigales y los viñedos, a las corrientes de los ríos, a la belleza de las huertas, a la tierra, al fuego, al aire y al viento».
Esta actitud de reverencia y de ternura lo llevaba a recoger las babosas de los caminos para que no las pisasen. Durante el invierno daba miel a las abejas para que no muriesen de escasez y de frío. Pedía a los hermanos que no cortasen los árboles por la raíz con la esperanza de que pudiesen rebrotar. Hasta las malas hierbas debían tener un lugar reservado en los huertos, para que pudiesen sobrevivir, pues «ellas también anuncian al hermosísimo Padre de todos los seres».
Sólo puede vivir esta intimidad con todas las cosas quien ha escuchado su resonancia simbólica dentro del alma, uniendo la ecología ambiental con la ecología profunda. Jamás se situaba por encima de las cosas sino a su mismo nivel como quien convive verdaderamente como hermano y hermana, descubriendo los lazos de parentesco que unen a todos.
El universo franciscano y ecológico nunca es inerte. Todas las cosas están animadas y personalizadas. Descubrió por intuición lo que sabemos actualmente por vía científica (a través de Crick y Dawson, que descifraron el ADN): que todos los vivientes somos parientes, primos, hermanos y hermanas, pues todos tenemos el mismo código genético de base.
De esta actitud nació una paz imperturbable, sin miedos y sin amenazas. San Francisco realizó plenamente la espléndida definición que la Carta de la Tierra encontró para la paz: «Es la plenitud creada por relaciones correctas consigo mismo, con las demás personas, con otras culturas, otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte» (n.16 f).
El Papa Francisco parece estar realizando las condiciones para la paz, fundada en la compasión por los que sufren, por la valiente denuncia del sistema que produce miseria y hambre, y por la permanente búsqueda de la justicia social que deja atrás la filantropía para dar lugar a los cambios estructurales.
La suprema expresión de la paz, hecha de convivencia fraterna y cálida acogida de todas las personas y cosas está simbolizada por el conocido relato de la perfecta alegría, donde, a través de un artificio de la imaginación, Francisco presenta todo tipo de injurias y violencias contra dos cofrades, uno de ellos él mismo. Aunque habían sido reconocidos como cofrades, fueron vilipendiados moralmente y rechazados como gente de mala fama.
En este relato de la perfecta alegría, que encuentra paralelos en la tradición budista, Francisco va paso a paso, desmontando los mecanismos que generan la cultura de la violencia.
La verdadera alegría no está en la autoestima, ni en la necesidad de reconocimiento, ni en hacer milagros y hablar lenguas. En su lugar coloca los fundamentos de la cultura de la paz: el amor, la capacidad de soportar las contradicciones, el perdón y la reconciliación más allá de cualquier reclamación, retribución o exigencia previa. Vivida esta actitud irrumpe la paz, la paz del corazón, inalterable, capaz de convivir jovialmente con las más duras oposiciones, paz como fruto de un completo despojamiento. ¿No son estas las primicias de un Reino de justicia, de paz y de amor que tanto deseamos?
Esta visión de la paz de San Francisco representa otro modo de estar-en-el-mundo junto con las cosas, una alternativa al modo de ser de la modernidad y de la posmodernidad, asentado sobre el estar-sobre-las-cosas, dominándolas y usándolas de forma irrespetuosa para el enriquecimiento y el disfrute sin el menor sentido de sobriedad.
El descubrimiento de la hermandad cósmica nos infundirá un espíritu de respeto y nos devolverá la claridad y la inocencia infantil de la edad adulta, importantes para que salgamos bien de la crisis.
Leonardo Boff escribió Francisco de Asís: ternura y vigor, 6ª edición, Sal Terrae, 1995.
Traducción de MJ Gavito MiIano
Del blog de Henry Nouwen:
“Tocar, sí, tocar, habla del amor sin palabras. Cuando somos niños recibimos muchas caricias y, en cambio, muy pocas cuando somos adultos. Sin embargo, en la amistad, el que nos toquen nos da generalmente más vida que las mismas palabras. La mano de un amigo que nos da una palmada en la espalda, el brazo de un amigo que descansa sobre nuestro hombro, los dedos de un amigo que enjuga nuestras lágrimas, los labios de un amigo que besan nuestra frente esto es lo que proporciona el auténtico consuelo. Estos momentos son verdaderamente sagrados. Restablecen, reconcilian, tranquilizan, perdonan, sanan.
Todos aquellos que tocaron a Jesús y todos aquellos a quienes Jesús tocó a su vez, fueron sanados. El amor y el poder de Dios emanaba de Él (Lucas 6,19). Cuando un amigo nos toca con amor libre, no posesivo, es el amor encarnado de Dios el que nos toca y el poder de Dios el que nos sana”
Henry Nouwen. “Pan para el viaje”
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“Tócame, cúrame, Cristo,
Tócame, sáname, Cristo
Bésame, tú puedes curarme, Cristo..”
(De la ópera rock “Jesucristo Superestrella”)
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Leído en la página web de Redes Cristianas
Existe una percepción generalizada de que el ser humano de hoy es alguien que debe ser superado. Todavía no ha terminado de nacer, pero está latente dentro de los dinamismos del proceso evolutivo. Esta búsqueda del hombre y mujer nuevos tal vez sea uno de esos anhelos que jamás lograron progresar en la historia.
Demos dos ejemplos. El pensamiento mesopotámico produjo la epopeya de Gilgamesh (siglo VII a.C) que está muy cerca del relato bíblico de la creación y del diluvio. El héroe Gilgamesh, angustiado por el drama de la muerte, busca el árbol de la vida. Quiere encontrar a Utnapishtim que había escapado del diluvio, había sido inmortalizado, y vivía en una isla maravillosa donde no reinaba la muerte. En su camino, el dios Sol (Shamash) le apostrofa: «Gilgamesh, la vida que buscas nunca la vas a encontrar». La divina ninfa Siduri le advierte: «cuando los dioses crearon la humanidad le dieron como destino la muerte; ellos retuvieron para sí la vida eterna. Gilgamesh, harías mejor llenando el vientre y gozando la vida de día y de noche; alégrate con lo poco que tienes en tus manos».
Gilgamesh no desiste. Llega a la isla de la inmortalidad. Consigue le árbol de la vida y regresa. Al volver, la serpiente sopla con su aliento fétido el árbol de la vida y lo roba. El héroe de la epopeya muere desilusionado y va «al país donde no hay retorno, donde la comida es polvo y barro y los reyes son despojados de sus coronas». La inmortalidad sigue siendo una búsqueda perenne.
Nuestros tupi-guaraní y apopocuva-guaraní crearon la utopía de la “tierra sin males” y la “patria de la inmortalidad”. Vivían en movilidad constante. De la costa de Pernambuco de repente se desplazaban hacia el interior de la selva, junto a las cabeceras del río Madeira. De allí, otro grupo se ponía en marcha hasta llegar a Perú. De la frontera de Paraguay, otro grupo se dirigía a la costa atlántica y así sucesivamente. El estudio de los mitos por los antropólogos desveló su significado. El mito de la “tierra sin males” ponía en marcha a toda la tribu. El chamán profetizaba: “va a aparecer en el mar”. Para allí marchaban esperanzados. Mediante ritos, danzas y ayunos creían volver el cuerpo ligero e ir al encuentro en las nubes de la “patria de la inmortalidad.” Desilusionados, regresaba a la selva hasta oír otro mensaje e ir en busca de la ansiada “tierra sin males”, anhelo de una esperanza imperecedera.
Los dos relatos expresan en forma mítica lo mismo que expresan los modernos en el dialecto de las ciencias. Estos no esperan el ser nuevo del cielo, quieren gestarlo con los medios que les ofrece la manipulación genética. Seguimos buscando y no obstante, muriendo siempre, jóvenes o mayores.
El cristianismo se inscribe también dentro de esta utopía. Con la diferencia de que ya no es una utopía sino una topía, es decir, un acontecimiento bienaventurado e inaudito que irrumpió dentro de la historia. El testimonio más antiguo del paleocristianismo es este: “Christus ressurrexit vere et aparuit Simoni” (Lc 24,34): “Cristo resucitó verdaderamente y apareció a Simón”.
Entendieron la resurrección no como la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro, que después acabó muriendo nuevamente, sino como la emergencia del ser humano nuevo, el “novíssimus Adam” (1Cor 15,45), el “novísimo Adán”, como realización plena de todas las virtualidades presentes en lo humano.
No encuentran palabras para expresar ese fenómeno inaudito. Lo denominan “cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Eso parece contradictorio para la filosofía dominante en la época: si es cuerpo no puede ser espíritu; si es espíritu no puede ser cuerpo. Solo uniendo los dos conceptos, según los primeros cristianos, hacían justicia al hecho nuevo: es cuerpo pero transfigurado; es espíritu pero liberado de los límites materiales y con dimensiones cósmicas.
Dicen más: la resurrección no es simplemente un acontecimiento personal, realizado en la vida de Jesús. Es algo para todos e incluso cósmico, como aparece en las epístolas de san Pablo a los Colosenses y a los Efesios. Por eso san Pablo reafirma: “él es la anticipación de los que han muerto… Así como por Adán todos murieron, así por Cristo todos volverán a vivir” (1Cor 15,22).
Este es un discurso de fe y religioso, pero no deja de tener su importancia antropológica. Representa una entre tantas respuestas al enigma de la muerte, tal vez la más prometedora.
Si es así, estamos ante una revolución dentro de la evolución, como si la evolución anticipase su fin bueno en el auge de la realización de sus potencialidades escondidas. Sería una miniatura que nos muestra a qué gloria y a qué destino sumamente feliz estamos llamados.
Así vale la pena vivir y morir. En realidad, no vivimos para morir. Morimos para resucitar. Para vivir más y mejor.
A todos los que creen y a aquellos que dejan en suspenso su juicio, buenas fiestas de Pascua.
*Leonardo Boff escribió La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte, 5ª ed., Sal Terrae 2007.
Traducción Mª José Gavito Milano
Leído en la página web de Redes Cristianas
El ser humano consciente no debe ser considerado aparte del proceso evolutivo. Él representa un momento especialísimo de la complejidad de las energías, de las informaciones y de la materia de la Madre Tierra. Los cosmólogos nos dicen que alcanzado cierto nivel de conexiones hasta el punto de crear una especie de unísono de vibraciones, la Tierra hace irrumpir la conciencia y con ella la inteligencia, la sensibilidad y el amor.
El ser humano es esa porción de la Madre Tierra que, en un momento avanzado de su evolución, empezó a sentir, a pensar, a amar, a cuidar y a venerar. Nació, entonces, el ser más complejo que conocemos: el homo sapiens sapiens. Por eso, según el antiguo mito del cuidado, de humus (tierra fecunda) se derivó homo-hombre y de adamah (en hebreo tierra fértil) se originó Adam-Adán (el hijo y la hija de la Tierra).
En otras palabras, nosotros no estamos fuera ni encima de la Tierra viva. Somos parte de ella, junto con los demás seres que ella generó también. No podemos vivir sin la Tierra, aunque ella pueda continuar su trayectoria sin nosotros.
Por causa de la conciencia y de la inteligencia somos seres con una característica especial: a nosotros nos fue confiada la guarda y el cuidado de la Casa Común. Todavía mejor: a nosotros nos toca vivir y rehacer continuamente el contrato natural entre Tierra y humanidad pues su cumplimiento garantizará la sostenibilidad del todo.
Esa mutualidad Tierra-humanidad se asegura mejor si articulamos la razón intelectual, instrumental-analítica, con la razón sensible y cordial. Nos damos cada vez más cuenta de que somos seres impregnados de afecto y de capacidad de sentir, de dar y de recibir afecto. Tal dimensión posee una historia de millones de años, desde cuando surgió la vida hace 3,8 miles de millones de años. De ella nacen las pasiones, los sueños y las utopías que mueven a los seres humanos a la acción. Esta dimensión, llamada también inteligencia emocional fue desestimada en la modernidad en nombre de una pretendida objetividad de análisis racional. Hoy sabemos que todos los conceptos, ideas y visiones de mundo vienen impregnados de afecto y de sensibilidad (M. Maffesoli, Elogio da razão sensível, Petrópolis 1998).
La inclusión consciente e indispensable de la inteligencia emocional con la razón intelectual nos mueve más fácilmente al cuidado y al respeto de la Madre Tierra y de sus seres.
Junto a esta inteligencia intelectual y emocional existe también en el ser humano la inteligencia espiritual. Esta no es solamente del ser humano; según renombrados cosmólogos es una de las dimensiones del universo. El espíritu y la conciencia tienen su lugar dentro del proceso cosmogénico. Podemos decir que ellos están primero en el universo y después en la Tierra y en el ser humano. La distinción entre el espíritu de la Tierra y del universo y nuestro espíritu no es de principio sino de grado.
Este espíritu está en acción desde el primerísimo momento después del big bang. Es la capacidad que muestra el universo de hacer una unidad sinfónica de todas las relaciones e interdependencias. Su obra es realizar aquello que algunos físicos cuánticos (Zohar, Swimme y otros) llaman holismo relacional: articular todos los factores, hacer convergir todas las energías, coordinar odas las informaciones y todos los impulsos hacia delante y hacia arriba de forma que se forme un Todo y el cosmos aparezca de hecho como cosmos (algo ordenado) y no simplemente como una yuxtaposición de entes o caos.
En este sentido no pocos científicos (A. Goswami, D. Bohm, B. Swimme y otros) hablan de un universo autoconsciente y de un propósito que es perseguido por el conjunto de las energías en acción. No es posible negar esta trayectoria: de las energías primordiales pasamos a la materia, de la materia a la complejidad, de la complejidad a la vida, de la vida a la conciencia, que en nosotros, los seres humanos, se realiza como autoconciencia individual, y de la autoconciencia pasamos a la noosfera (Teilhard de Chardin), por la cual nos sentimos una mente colectiva.
Todos los seres participan de alguna forma del espíritu, por más “inertes” que se nos presenten, como una montaña o una roca. Ellos también están envueltos en una incontable red de relaciones, que son la manifestación del espíritu. Formalizando podríamos decir: el espíritu en nosotros es aquel momento de la conciencia en que ella sabe de sí misma, se siente parte de un todo mayor y percibe que un Eslabón liga y re-liga a todos los seres, haciendo que haya un cosmos y no un caos.
Esta comprensión despierta en nosotros un sentimiento de pertenencia a este Todo, de parentesco con los demás seres de la creación, de aprecio de su valor intrínseco por el simple hecho de existir y de revelar algo del misterio del universo.
Al hablar de sostenibilidad en su sentido más global, necesitamos incorporar este momento de espiritualidad cósmica, terrenal y humana, para ser completa, integral y potenciar su fuerza de sustentación.
Leonardo Boff es autor de Ecología: grito de la Tierra – grito de los pobres: Dignidad y derechos de la Madre Tierra, a salir por la Editorial Vozes en 2014.
Video Hombre de barro // Muddy man (video-art) vía Ana Fresco videos
Leído en la página web de Koinonia
El ser humano es el último ser de gran porte que ha entrado en el proceso de la evolución por nosotros conocido. Como no existe solamente materia y energía sino también información, ésta viene almacenada en forma de memoria en todos los seres y en nosotros a lo largo de todas las fases del proceso cosmogénico. En nuestra memoria resuenan las últimas reminiscencias del big bang que dio origen a nuestro cosmos. En los archivos de nuestra memoria se guardan las vibraciones energéticas oriundas de las inimaginables explosiones de las grandes estrellas rojas, de las cuales vinieron las supernovas y los conglomerados de galaxias, cada cual con sus miles de millones de estrellas y de planetas y asteroides.
En ella se encuentran también resonancias del calor generado por la destrucción de galaxias devorándose unas a otras, del fuego originario de las estrellas y de los planetas a su alrededor, de la incandescencia de la Tierra, del fragor de los líquidos que cayeron durante 100 millones de años sobre nuestro planeta hasta enfriarlo (era hadeana), de la exuberancia de las selvas ancestrales, reminiscencias de la voracidad de los dinosaurios que reinaron, soberanos, durante 135 millones de años, de la agresividad de nuestros antepasados en su afán por sobrevivir, del entusiasmo por el fuego que ilumina y cocina, de la alegría por el primer símbolo creado y por la primera palabra pronunciada, reminiscencias de la suavidad de las brisas leves, de las mañanas diáfanas, del precipicio de las montañas cubiertas de nieve, y por fin, recuerdos de las interdependencias entre todos los seres, creando la comunidad de los vivientes, del encuentro con el otro, capaz de ternura, entrega y amor y, finalmente, del éxtasis del descubrimiento del misterio del mundo que todos llaman por mil nombres y nosotros llamamos Dios. Todo eso está sepultado en algún rincón de nuestra psique y en el código genético de cada célula de nuestro cuerpo, porque somos tan antiguos como el universo.
No vivimos en este universo ni sobre nuestra Tierra como seres erráticos. Venimos del útero común de donde vienen todas las cosas, de la Energía de Fondo o Abismo Alimentador de todos los seres, del hadrón primordial, del top-quark, uno de los ladrillitos más ancestrales del edificio cósmico, hasta el computador actual. Y somos hijos e hijas de la Tierra. Más aún, somos aquella parte de la Tierra que anda y danza, que tiembla de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y venera el Misterio. Todas estas cosas estuvieron virtualmente en el universo, se condensaron en nuestro sistema solar y sólo después irrumpieron concretas en nuestra Tierra. Porque todo eso estaba virtualmente allí, ahora puede estar aquí en nuestras vidas.
El principio cosmogénico, es decir, aquellas energías directoras que comandan, llenas de propósito, todo el proceso evolutivo obedecen a la lógica siguiente, tan bien expuesta por E. Morin: orden, desorden, interacción, nuevo orden, nuevo desorden, nuevamente interacción y así siempre. Con esa lógica se crean siempre más complejidades y diferenciaciones; y en la misma proporción se van creando interioridad y subjetividad hasta su expresión lúcida y consciente que es la mente humana. Y simultáneamente y también en la misma proporción se va gestando la capacidad de reciprocidad de todos con todos, en todos los momentos y en todas las situaciones. Diferenciación /interioridad/ comunión: la trinidad cósmica que preside el organismo del universo.
Todo va sucediendo procesualmente y evolutivamente sometido al no-equilibrio dinámico (caos) que busca siempre un nuevo equilibrio, a través de adaptaciones e interdependencias.
La existencia humana no está fuera de esta dinámica. Tiene dentro de sí estas constantes cósmicas de caos y de cosmos, de no-equilibrio en busca de un nuevo equilibrio. Mientras estamos vivos nos encontramos siempre enredados en esta condición. Cuanto más próximos al equilibrio total más próximos a la muerte. La muerte es la fijación del equilibrio y del proceso cosmogénico. O su paso a un nivel que demanda otra forma de acceso y de conocimiento.
¿Cómo se da esta estructura concretamente en nosotros? En primer lugar por la cotidianeidad. Cada cual vive su cotidiano que comienza con el aseo personal, la manera como vive, lo que come, el trabajo, las relaciones familiares, los amigos, el amor. Lo cotidiano es prosaico y frecuentemente cargado de desencanto. La mayoría de la humanidad vive restringida a lo cotidiano con el anonimato que él implica. Es una parte del orden universal que emerge en la vida de las personas.
Pero los seres humanos también estamos habitados por la imaginación. Esta rompe las barreras de lo cotidiano y busca lo nuevo. La imaginación es, por esencia, fecunda; es el reino de lo poético, de las probabilidades de sí infinitas (de naturaleza cuántica). Imaginamos nueva vida, nueva casa, nuevo trabajo, nuevos placeres, nuevas relaciones, nuevo amor. La imaginación produce la crisis existencial y el caos en el orden cotidiano.
Pertenece a la sabiduría de cada uno articular lo cotidiano con lo imaginario, lo prosaico con lo poético y retrabajar el desorden y el orden. Si alguien se entrega sólo a lo imaginario, puede estar haciendo un viaje, vuela por las nubes olvidado de la Tierra y puede acabar en una clínica psiquiátrica. Puede también negar la fuerza seductora del imaginario, sacralizar lo cotidiano y sepultarse vivo dentro de él. Entonces se muestra pesado, poco interesante y frustrado. Rompe con la lógica del movimiento universal.
Sin embargo, cuando una persona asume su cotidiano y lo vivifica con inyecciones de creación, entonces comienza a irradiar una rara energía percibida por quienes conviven con ella.
Leonardo Boff escribió El despertar del águila: lo sim-bólico y lo dia-bólico como construcción de la realidad, 2002.
Traducción de MJ Gavito Milano
Como la de Teresa, esta comunidad ha nacido para “hacer historia“, para vivir nuestra libertad como oportunidad para ser mejores, para hacer brecha, para abrir un nuevo cauce para las aguas que Dios ha hecho emerger y que forman parte de ese inmenso Océano, diverso y fecundo que es la Iglesia… Por so, formamos comunidad, no estamos ni aislados ni desconectados, no queremos guardarnos nuestras “riquezas“, sino que queremos compatirlas porque creemos que nadie sobra y que odemos enriquecer a quien con nosotros quiera caminar.
Leído en su blog Juntos Andemos:
La historia de la humanidad es la historia de una superación incesante, de continuos hallazgos, de generosidades, anónimas y conocidas, pequeñas e inmensas. La historia es un río que no se detiene, fecunda y arrolla pero también permite ser parte para aumentar el caudal e incluso, redefinir el curso del agua.
El valor de muchos hombres y mujeres para dar pasos y desafiar principios obsoletos, y su humildad para hacer ensayos y enfrentar errores ha creado historia y sigue haciéndolo. Y cada vez que un ser humano vive su libertad –como decía Camus– como una oportunidad para ser mejor, hace una brecha, abre un nuevo cauce para las aguas.
Teresa de Jesús hizo algo de esto, aunque no a solas. Es cierto que tenía «duende», ese genio encantador y misterioso de su personalidad que la hacía amable y querida, aguda y sencilla a la vez. Ella y su profunda experiencia espiritual habrían sido un regalo para la historia pero, en realidad, han sido mucho más que eso.
Un 24 de agosto, tomaba cuerpo una idea madurada a lo largo del tiempo. Un sinfín de conversaciones, de experiencias compartidas, de búsquedas y discernimientos, a veces difíciles, habían dado a luz algo precioso: una nueva forma de vida.
Nacía en medio de grandes zozobras. Lo cuenta Teresa: «Las grandes contradicciones y persecuciones que hubo» y «los grandes trabajos y tentaciones» que pasó. Ella misma se tambaleaba: «Por una parte, me parecía imposible, por otra, no lo podía dudar». Pero tenía tanta fuerza la experiencia de haber encontrado los tesoros del amor y era tan grande el «deseo de repartirlos con otros», que se lanzó.
Ahí está el germen de algo mayor. Teresa podía haber sido un precioso arroyo de agua fresca, pero se convirtió en un benéfico aluvión porque no se aisló ni desconectó, no se guardó lo que tenía.
Explicaba J. A. Marina que cuando una inteligencia –en cualquier campo que se dé– no se aísla, es capaz de generar valores comunitarios y de crear nuevas formas de vida. Así sucede con Teresa. Hace historia compartiendo porque, de ese modo, crea una nueva «manera de vivir y tratar».
Desafió los diques de su tiempo, consciente de que su condición de mujer, monja y sin abolengo la tenía «sujeta, sin solo un maravedí, ni quien con nada me favoreciese». Pero encontró el modo de hacer pasar el agua. Después, cuando pensaba en lo que había hecho, decía: «Hallé lo bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte».
No le bastaba haber descubierto la fuente de agua viva de la que mana todo; «querría bebiesen los otros», decía. Tenía conciencia de que por su medio «quería el Señor hacer bien a muchas personas», así que quería aumentar el caudal de la historia y abrir un nuevo cauce.
Úrsula de los Santos, María de S. José, Antonia del Espíritu Santo y María de la Cruz son cuatro mujeres prácticamente desconocidas, pero que hicieron posible el paso que Teresa de Jesús daba en la historia. Son las primeras descalzas. Atrevidas y enamoradas, como ella, canalizaron unas fuerzas vivas que significaban un cambio real en el panorama humano y religioso de su tiempo.
Unas mujeres capaces de decidir lo que querían hacer con sus vidas, que eligieron la libertad del servicio. Iniciaron una vida de soledad, máximamente sencilla y silenciosa, centrada en la persona de Jesús. Y donde la amistad, la búsqueda del bien común, informaba todo. De ellas, impresionaba a Teresa su «gran valor… y el ánimo que Dios las daba para padecer y servirle».
De necesidad había de alterarse el curso del agua, en un tiempo que acumulaba ruidos vacíos de linajes e intereses, y que mantenía retirada de todo a la mujer.
En 1562, Teresa y sus compañeras cambiaban el rumbo de la historia. Iniciaban un «modo y manera de vivir» que no iba a quedar encerrado en los muros de su casita. Su forma de vida tenía las compuertas abiertas.
Los linajes, los intereses y la discriminación siguen levantando diques. Por eso, sigue siendo necesario el valor y la humildad para dar pasos y, como decía Teresa, para «ser parte para que algún alma se llegase más a Dios» que, para ella significaba decir ser parte en mejorar la vida de los demás.
Decía algo que parece contradictorio, pero no lo es: que «querría huir de las gentes y… se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios». En el fondo, esos deseos dicen que la «manera de vivir» que propone no tiene un único molde, porque el agua no puede tenerlo.
Y Teresa no pretendió otra cosa que aumentar el caudal, sabiendo que Dios está en la historia del mundo y que esa historia no es previsible, pero está llena de nombres grandes y pequeños que eligen «hacer historia». Hombres y mujeres que al poner en común lo que tienen en sí –como aquellas cuatro descalzas– hacen posible dar un paso adelante.
Daring Lee Thompson,selfie en el Cristo Redentor en Rio de Janeiro.
Leído en el el blog de Pedro Miguel Lamet, El alegre cansancio:
El selfie se ha puesto de moda. Se trata de disparar una autofoto, generalmente con la cámara delantera del móvil, para incluirse en paisaje de fondo y divulgarla por la red. Los selfies pueden resultar peligrosos si se realizan en situaciones comprometidas, como hemos comprobado en noticias recientes: un matrimonio polaco que se despeña por el cabo de Roca en Portugal, otra familia que cae al apoyarse en una balaustrada insegura en Sitges, gentes que sufren accidentes al hacerse el selfies conduciendo al subirse en un vagón de mercancías y en otras situaciones comprometidas.
La autofoto es una manifestación más del protagonismo mediático del que somos víctimas. Se trata a toda costa y nunca mejor dicho de “salir en la foto” y alcanzar popularidad sea entre los amigos de las redes sociales, sea en una grabación para youtube.
Lo que resulta preocupante es lo que hay detrás. Cuando los aficionados a la fotografía recorrimos cualquier parte del mundo con nuestra cámara acuestas, nuestra intención suele ser o bien documental –traernos a casa imágenes que hemos saboreado- o bien artística, la degustación del arte fotográfico, que no deja ser una interpretación de la realidad a través de la selección de un encuadre, un enfoque, una modificación del diafragma, la velocidad, etc. O bien otro te hace una foto solo o en grupo en un determinado entorno,
Aquí cambia la filosofía: YO soy el fotógrafo y YO soy el objeto de la fotografía. Es como un brote más de una sociedad narcisista que quiere convertir el YO en el eje del universo. Nada tiene de malo hacerse un selfie, como otra actividad lúdica más y como consecuencia de los avances tecnológicos y las mejoras introducidas en los teléfonos inteligentes. El buen autoretrato a veces ha sido un acto de humildad de grandes pintores y fotógrafos. Lo grave es lo que puede revelar sociológicamente: la obsesión por el protagonismo y la sacralización del yo, la necesidad de poner nuestro sello, en este caso nuestra cara en todo.
Todos los caminos auténticos de espiritualidad comienzan por una pérdida del yo, una renuncia a mí mismo, no para negarnos como personas, sino, por el contrario, para crecer al recuperar nuestra verdadera identidad en la totalidad. Cuando yo me pierdo, me encuentro, cuando mi yo disminuye, descubro que formo parte de algo mayor, que pertenezco a Dios. Es verdad que hay muchas maneras más sutiles de hacerse selfies: el de la vedette, el actor o el autor famoso, la bella mujer que quiere hacerse el centro de todo, el ejecutivo, magnate o incluso padre de familia que necesita la adoración y el reconocimiento continuo de sus semejantes, el blogero con más visitas… La renuncia a sí mismo de Jesús no es un ejercicio de masoquismo sino una manera más profunda de realización.
En fin esta pequeña meditación me ha sugerido la creciente moda del selfie. Cuando muera, no podré hacerme más selfies. Quedarán sí cada vez más viejas y pálidas fotos mías. Pero mi fe me dice que para entonces habré descubierto mi verdadero rostro no corruptible en el infinito rostro de Dios.
Del blog de la Communion Béthanie:
2014 con Dios llama y Vivir por el Espíritu +
En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.
“Te toca a ti, que puedas ofrecerme un terreno bien preparado;
a Mí luego sembrar mis bendiciones como una semilla. “
*
2 de Agosto, Dios llama
***
Del blog de la Communion Béthanie:
Oremos todo el verano con el papa Juan XXIII
Espíritu Santo, nuestro consejero,
termina en nosotros la obra comenzada por Jesús.
Haz intensa y continua la oración que hacemos
en nombre del mundo entero.
Acelera en cada uno de nosotros el advenimiento
de una vida profunda y interior.
Impulsa nuestro esfuerzo para alcanzar a todos los hombres
y todos pueblos, totalmente rescatados por la sangre de Cristo,
todos asociados a su herencia.
Ahoga en nosotros la suficiencia natural y elévanos
hasta el nivel de la humildad,
del verdadero temor de Dios, del coraje generoso.
Qué ninguna atadura terrestre nos impida
hacer honor a nuestra vocación,
Qué ningún interés pueda; por dejadez de nuestra parte,
asfixiar las exigencias de la justicia.
Qué los cálculos no reduzcan a las estrecheces de nuestros egoísmos
los espacios inmensos de la caridad.
Qué todo sea grande en nosotros:
la búsqueda y el culto de la verdad, la prontitud
al sacrificio, hasta la cruz y hasta la muerte.
Que tu Espíritu de amor se difunda sobre la Iglesia,
sobre las instituciones,
sobre cada uno de nosotros
y sobre todos los pueblos.
*
Papa Juan XXIII (1881-1963
***
Leído en Koinonia:
Para comprender en profundidad la sexualidad humana, tenemos que entender que ella no existe aislada, sino que representa un momento de un proceso mayor: el biogénico.
La nueva cosmología nos habituó a considerar cada realidad singular dentro del todo que viene siendo urdido desde hace 13.700 millones de años y de la vida hace 3.800 millones de años. Las realidades singulares (elementos físico-químicos, microorganismos, rocas, plantas, animales y seres humanos) no se yuxtaponen, se entrelazan en redes interconectadas constituyendo una totalidad sistémica, compleja y diversa.
Así, la sexualidad emergió hace mil millones de años como un momento avanzado de la vida. Después que Crick y Dawson descifraran el código genético en los años 50 del siglo pasado, hoy sabemos sin lugar a dudas que existe la unidad de la cadena de la vida: bacterias, hongos, plantas, animales y humanos somos todos hermanos y hermanas porque descendemos de una única forma originaria de vida. Tenemos, por ejemplo, 2.758 genes iguales a los de la mosca y 2.031 idénticos a los del gusano.
Este dato se explica porque todos, sin excepción, somos construidos a partir de 20 proteínas básicas combinadas con cuatro ácidos nucleicos (adenina, timina, citosina y guanina). Todos descendemos de un antepasado común, a partir del cual se origina la ramificación progresiva del árbol de la vida. Cada célula de nuestro cuerpo, incluso la más epidérmica, contiene la información básica de toda la vida que conocemos. Hay, pues, una memoria biológica inscrita en el código genético de todo organismo vivo.
Así como existe la memoria genética, existe también la memoria sexual que se hace presente en nuestra sexualidad humana. Consideremos algunos pasos de ese complejo proceso. El antepasado común de todos los seres vivos fue, muy probablemente una bacteria, técnicamente llamada procarionte, un organismo unicelular, sin núcleo y con una organización interna rudimentaria. Al multiplicarse rápidamente por división celular (denominada mitosis: una célula-madre se divide en dos células-hijas idénticas) surgieron colonias de bacterias. Reinaron, ellas solas, durante casi dos mil millones de años. Teóricamente la reproducción por mitosis confiere inmortalidad a las células, pues sus descendientes son idénticos, sin mutaciones genéticas.
Hace unos dos mil millones de años ocurrió un fenómeno muy importante para la evolución posterior, solamente superado por la aparición de la propia vida: la irrupción de una célula con membrana y dos núcleos. Dentro de ellos se encuentran los cromosomas (material genético) en los cuales el DNA se combina con proteínas especiales. Técnicamente es conocida como eucarionte o también célula diploide, es decir, célula con doble núcleo.
La importancia de esta célula binucleada reside en que en ella se encuentra el origen del sexo. En su forma más primitiva, el sexo significaba el intercambio de núcleos enteros entre células binucleadas, llegando a fundirse en un único núcleo diploide, que contenía todos los cromosomas en pares. Hasta aquí las células se multiplicaban solas por mitosis (división) perpetuando el mismo genoma. La forma eucariota de sexo, que se da por el encuentro de dos células diferentes, permite un intercambio fantástico de informaciones contenidas en los respectivos núcleos. Eso origina una enorme biodiversidad.
Surge, pues, un nuevo ser vivo, la célula que se reproduce sexualmente a partir del encuentro con otra célula. Tal hecho apunta ya hacia el sentido profundo de toda sexualidad: el intercambio que enriquece y la fusión que crea paradójicamente la diversidad. Ese proceso envuelve imperfecciones, inexistentes en la mitosis, pero favorece mutaciones, adaptaciones y nuevas formas de vida.
La sexualidad revela la presencia de la simbiosis (composición de diferentes elementos) que, junto con la selección natural, representa la fuerza más importante de la evolución.
Tal hecho está cargado de consecuencias filosóficas. La vida está tejida de cooperación, de intercambios, de simbiosis, mucho más que de lucha competitiva por la supervivencia. La evolución ha llegado hasta la fase actual gracias a esa lógica cooperativa entre todos.
Dejando a un lado muchos otros datos y yendo directamente a la sexualidad humana, debemos reconocer que tiene su base en un millón de años de sexogénesis. Pero posee algo singular: el instinto se transforma en libertad, la sexualidad eclosiona en el amor. La sexualidad humana no está sujeta al ritmo biológico de la reproducción. El ser humano se encuentra siempre disponible para la relación sexual, porque esta no se ordena solamente a la reproducción de la especie sino también y principalmente a la manifestación del afecto entre la pareja. El amor reorienta la lógica natural de la sexualidad como instinto de reproducción; el amor hace que la sexualidad se descentre de sí para concentrarse en el otro. El amor hace a los dos preciosos al uno para el otro, únicos en el universo, fuente de admiración, de enamoramiento y de pasión. A causa de este aura el amor se revela como el ámbito de la suprema realización y felicidad humana o, en su fracaso, de la infelicidad y de la guerra de los sexos.
El ser humano necesita aprender a combinar instinto y amor. Siente en sí la necesidad de amar y de ser amado. No por imposición, sino por libertad y espontaneidad. Sin esa libertad de quien da y de quien recibe, no existe amor. La libertad y la capacidad de amorización construyen las formas de amor que humanizan al ser humano y le abren perspectivas espirituales, sobrepasando en mucho las demandas del instinto.
Leonardo Boff escribió con Rose Marie Muraro, recientemente fallecida, Femenino-masculino: un nuevo paradigma para una nueva relación, Record 2010.
Traducción de Mª José Gavito Milano
Del blog de la Communion Béthanie:
Una vidriera por la noche es una pared opaca,
tan sombría como la piedra
en la cual está engastada.
Hace falta luz
para cantar la sinfonía de los colores
cuyas relaciones constituyen su música.
En vano describiríamos sus colores,
en vano describiríamos el sol
que los hace vivir.
Conocemos el encanto de la vidriera
sólo exponiéndolo a la luz que la revela
transparentándose a través de su mosaico de vidrio.
Nuestra naturaleza es la vidriera sepultada en la noche.
Nuestra personalidad es el día que le alumbra
y que enciende en ella un hogar de luz.
Pero este día no tiene su fuente en nosotros.
Emana del Sol,
del Sol vivo que es la Verdad en persona.
Es el Sol vivo que los hombres buscan
en sus tinieblas.
No les hablemos del Sol,
esto no les servirá de nada.
Comuniquemosles su presencia
borrando en nosotros todo lo que no es de él.
Si su día nace en ellos,
conocerán quién es y quiénes son
en el canto de su vidriera.
La vida nace de la Vida.
Si brota en nosotros
de su fuente divina claramente manifestada,
¿quién se negará a beber de esta fuente
reconociéndola
como la Vida de su vida?
*
***
Leído en Koinonía
Las causas que han llevado a la crisis ecológica son muchas. Pero tenemos que llegar a la última: la ruptura permanente de la re-ligación básica, que el ser humano ha introducido, alimentado y perpetuado con el conjunto del universo y con su Creador.
Tocamos aquí una dimensión profundamente misteriosa y trágica de la historia humana y universal. La tradición judeocristiana llama a esa frustración fundamental pecado del mundo y la teología, siguiendo a san Agustín que inventó esta expresión, pecado original o caída original.
Lo original aquí no tiene nada que ver con los orígenes históricos de este anti-fenómeno, por lo tanto, con el ayer. Sino con lo que es originario en el ser humano, que afecta a su fundamento y sentido radical de ser, por lo tanto, con el ahora de su condición humana.
Este pecado tampoco puede ser reducido a una mera dimensión moral o a un acto fallido del ser humano. Se refiere a una actitud globalizadora, por lo tanto, a una subversión de todas sus relaciones. Se trata de una dimensión ontológica que concierne al ser humano, entendido como un nudo de relaciones. Ese nudo se encuentra distorsionado y viciado, perjudicando todos los tipos de relación.
Es importante enfatizar que el pecado original es una interpretación de una experiencia fundamental, una respuesta a un enigma desafiante. Por ejemplo, existe el esplendor de un cerezo en flor en Japón y simultáneamente un tsunami en Fukushima que arrasa todo. Existe una Madre Teresa de Calcuta que salva moribundos de las calles y un Hitler que envía seis millones de judíos a las cámaras de gas. ¿Por qué esta contradicción? Los filósofos y los teólogos han venido esforzándose para encontrar una respuesta. Y hasta hoy no la han encontrado.
Sin entrar en las muchas interpretaciones posibles, asumimos una que va ganado cada vez más el consenso de los pensadores religiosos: la imperfección como momento del proceso evolutivo. Dios no creó el universo terminado de una vez, un acontecimiento pasado, rotundamente perfecto. Desencadenó un proceso en abierto y perfectible que hará su camino hacia formas cada vez más complejas, sutiles y perfectas. Esperamos que un día llegará a su punto Omega.
La imperfección no es un defecto sino una marca de la evolución. No traduce el designio último de Dios sobre su creación, sino un momento dentro de un inmenso proceso. El paraíso terrestre no significa saudade de una edad de oro perdida, sino la promesa de un futuro que está por venir. La primera página de las Escrituras es, en verdad, la última. Viene al comienzo como una especie de maqueta del futuro, para que los lectores y lectoras se llenen de esperanza acerca del fin bueno de toda la creación.
San Pablo veía la condición decaída de la creación como un sometimiento “a la vanidad” (mataiótes), no por causa del ser humano, sino por causa de Dios mismo. El sentido exegético de “vanidad” apunta al proceso de maduración. La naturaleza aún no ha alcanzado su madurez. Por eso en la fase actual se encuentra lejos todavía de la meta a ser alcanzada. De ahí que “toda la creación hasta el presente gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). El ser humano participa de este proceso de maduración gimiendo también (Rm 8,23). La creación entera espera ansiosa la plena maduración de los hijos e hijas de Dios. Pues entre ellos y el resto de la creación existe una profunda interdependencia y re-ligación. Cuando eso ocurra, la creación llegará también a su madurez, pues, como dice Pablo, “participará de la gloriosa libertad de los hijos e hijas de Dios” (cf Rm 8,20).
Entonces se realizará el designio terminal de Dios. Solamente entonces Dios podrá proferir la esperada palabra: “y vio que todo era bueno”. Ahora, estas palabras son profecías y promesas para el futuro, porque no todo es bueno. Bien dijo el filósofo Ernst Bloch, el del principio esperanza: «el génesis está al final y no al comienzo». El retraso del ser humano en madurar implica un atraso de la creación. Su avance implica un avance de la totalidad. Él puede ser un instrumento de liberación o una traba del proceso evolutivo.
Y aquí reside el drama: la evolución cuando llega al nivel humano alcanza el estadio de la conciencia y de la libertad. El ser humano fue creado creador. Puede intervenir en la naturaleza para el bien, cuidando de ella, o para el mal, devastándola. Comenzó, quien sabe si desde el surgimiento del homo habilis hace 2,7 millones de años, cuando creó los instrumentos con los cuales intervenía en la naturaleza sin respetar sus ritmos. Al principio podía ser solamente un acto. Pero la repetición creó una actitud de falta de cuidado. En vez de estar junto con las cosas, conviviendo, se puso por encima de ellas, dominando. Y ha ido en crescendo hasta nuestros días.
Con esto rompió con la solidaridad natural entre todos los seres. Contradijo el designio del Creador que quiso al ser humano como con-creador y que mediante su genio completase la creación imperfecta. Pero éste se puso en el lugar de Dios. Por la fuerza de la inteligencia y de la voluntad se sintió un pequeño “dios” y se comportó como si fuera de verdad Dios.
Esta es la gran ruptura con la naturaleza y con el Creador que subyace a la crisis ecológica. El problema está en el tipo de ser humano que se forjó en la historia, más una «fuerza geofísica de destrucción» (E. Wilson) que un factor de cuidado y preservación.
La cura reside en la re-ligación con todas las cosas. No necesariamente ha de ser más religioso, sino más humilde, sintiéndose parte de la naturaleza, más responsable de su sostenibilidad y más cuidadoso con todo lo que hace. Necesita volver a la Tierra de la cual se ha exiliado y sentirse su guardián y cuidador. Entonces el contrato natural será rehecho. Y si además se abre al Creador, saciará su sed infinita y obtendrá como fruto la paz.
Leído en su blog:
“Sueño” es una palabra muy hermosa, y puede significar muchas cosas, incluso contrarias: somnolencia o pasión, quimera o realidad, engaño o profecía. Hay sueños que angustian y sueños que alegran, sueños que adormecen y sueños que animan. A veces soñamos dormidos, y a veces soñamos despiertos, y muchas veces no sabemos por qué soñamos lo que soñamos. Pero seguimos soñando.
Los sueños sueños son, pero también sucede que los sueños se hagan realidad. Hay sueños que han de hacerse realidad. Incluso podemos decir que nacimos de un sueño, o que somos un sueño aun no despierto del todo.
Así entiendo el mito del Génesis sobre el sueño de Adán del que nació Eva, o la vida. Adán se sentía solo, se nos dice en el relato. “Entonces, el Señor Dios hizo caer al hombre en un profundo sueño, y mientras dormía le sacó una costilla y llenó el hueco con carne. Después, de la costilla que había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. Entonces, éste exclamó: ‘Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne’ ” (Gn 2,21-23). El mito bíblico supone que primero fue creado el varón, pues, aunque “Adán” significa “ser humano”, es también, según el relato, el nombre propio del primer varón. Pero dejemos de lado la afirmación de que primero fuera creado el varón y la mujer después, a partir del varón y subordinado a él. No es más que un reflejo más de la antigua –y aún actual– cultura patriarcal que da primacía al varón y posterga a la mujer. Quedémonos con lo esencial del texto, que tal vez tiene mucho que ver con la esperanza y que la puede estimular.
Hemos nacido del sueño: Eva del sueño de Adán, Adán del sueño de Eva. Adán se siente solo sin Eva, y no hay esperanza en soledad, sin compañía, o sin sueño. Dios le hace, pues, caer en un profundo sueño y de su costilla, mientras duerme, crea a Eva. O de la costilla de ésta, mientras duerme –aunque el texto no diga esto–, crea al hombre. Hemos nacido del sueño, somos hijos e hijas del sueño. Somos el sueño de alguien y estamos llamados a engendrar a alguien con nuestro mejor sueño.
El sueño fecundo de Adán y de Eva puede ser entendido como metáfora del mundo profundo del deseo o de la transcendencia, del mundo simbólico o espiritual. Todas las criaturas somos seres finitos habitados por un deseo más grande, un dinamismo infinito, una posibilidad abierta. Que hemos nacido del sueño quiere decir que hemos nacido para soñar en aquello que todavía no es pero puede ser, en aquello que aún no somos pero podemos llegar a ser. ¿Pero de qué sirve soñar? Sirve para vivir despiertos. El sueño nos impide quedarnos dormidos. El sueño nos mantiene despiertos. El sueño nos lleva a soñar sueños despiertos. Y los sueños despiertos alumbran utopías.
¿Y para qué las utopías, si nunca se han realizado? Es que las utopías, como ha escrito E. Galeano, no son para que las realicemos, sino para que sepamos hacia dónde debemos dirigirnos. “Utopía” significa “no-lugar” (uk-topos), pues no existe en ninguna parte, ni tal vez existirá. El camino mismo es la meta principal, y el horizonte que nunca alcanzamos nos indica la dirección del camino. Lo mismo sucede con las utopías.
El sueño nos despierta, nos mantiene despiertos, es decir, caminando en la buena dirección. Nacidos del sueño, seguimos soñando, tenemos un horizonte y vamos marchando hacia él. No pretendemos alcanzarlo, pero solo si caminamos en la dirección adecuada nuestra vida será lo que es, merecerá la pena, en el camino hallaremos la dicha. Y tal vez llegaremos a pequeñas metas que nos animarán a seguir adelante.
“Utopía” puede significar también “buen lugar” (eu-topos). Caminar con dirección es ya un buen lugar, y caminando así llegamos sin cesar a infinidad de buenos lugares que hacen la vida estimulante y buena. “No hay programa más movilizador que el de una buena utopía. Sobre todo si es necesaria” (José Vidal Beneyto).
Despertemos del sueño o despertemos sueños. Mantener el sueño despierto y seguir caminando hacia la utopía: eso es vivir en esperanza. “Somos criaturas esperanzadas” (E. Bloch). Esa esperanza nos da aliento, respiro, y el respiro nos permite ponernos en pie y seguir adelante, aunque no lleguemos. La esperanza nos permite respirar y espirar, respirar y espirar una y otra vez, y así dilatar el corazón, sentirnos unidos a la respiración universal del Espíritu en toda la creación.
José Arregi
Para orar: “Obrim camins”
Obrim camins a l’esperança,
Obrim camins sense tardança,
Obrim camins que el món avança,
Obrim camins ara mateix!
Obrim camins per a un món jove,
Obrim camins ara que és l’hora,
Obrim camins i via fora!
Obrim camins ara mateix!
Obrim camins, Crist ens espera,
Obrim camins, i ens allibera,
Obrim camins en primavera,
Obrim camins ara maiteix!
Obrim camins a cops de vida,
“obrim camins” es nostra crida,
Obrim camins de joia i vida,
Obrim camins ara mateix!
(Església de Menorca, Cantoral Diocesá)
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