Mt 5. Semana Santa 1: Bienaventuranzas, una procesión de felicidad
Sigo ofreciendo los textos básicos de mi curso sobre Mateo, y hoy (ante el domingo de Ramos y de la purificación del templo) quiero recoger el tema de las bienaventuranzas, que son la clave de ese evangelio y de toda la vida cristiana, presentándolas en forma de Procesión (en la línea de las que “salen” a la calle estos días, para recordar y actualizar el misterio de la vida, muerte y resurrección de Cristo, en numerosos lugares del mundo).
El evangelio de Mateo ha reinterpretado las tres primeras bienaventuranzas de Lucas (Lc 6, 20-21), desde la perspectiva de su propia iglesia (hacia el 80 d. C.), presentándolas como un programa (un proceso-procesión) de felicidad cristiana.
— Ciertamente, son palabras de anuncio gozoso de Reino: Un programa de Dios, que es la felicidad (sumo Bien, sumo Alegría) de Dios, de su vida como Gracia. Se trata de salvar el mundo por la alegría y la belleza, como han sabido los grandes cristianos, desde San Francisco hasta Dostoievsky.
— Al mismo tiempo, ellas ofrecen el curso más hondo de vinculación eclesial y de pacificación del hombre, en línea cristiana, siguiendo el curso sobre el Evangelio de Mateo que he desarrollado en Córdoba, ARG. Se trata de aprender a ser felices, y de serlo en el centro de un mundo angustiado por el miedo, la injusticia y la culpa.
Las bienaventuranzas recogen el tema central del mensaje de Jesús: Cómo ser felices, haciendo felices a los demás, en un camino de descubrimiento de Dios y de comunión creadora de vida con los demás:
Un tipo de Iglesia ha podido pactar con los poderes fácticos, convirtiéndose en pura sacralización de lo que hay (poder, dinero, y mentira de la , y espiritualizando así de un modo falso el mensaje de Jesús, en un mundo dominado por las tras concupiscencias: de los ojos, de la carne y de la vida (1 Jn 2, 16-17).
Pero las cuatro bienaventuranzas de Lucas (con las ocho de Mateo) presentan un mensaje universal de comunión y pacificación cristiana, en línea económica y social, mesiánica y teológica. Entendidas así, las bienaventuranzas son una gran protesta de vida: Ojos nuevos para ver, carne nueva para sentir y compartir, vida para crear.
Aquí suponemos conocidas las primeras bienaventuranzas de Lc 6, 20-21 (pobres, hambrientos, los que lloran y los perseguidos). Mateo parte, sin duda, de ellas, o de la tradición que está en su fondo, pero aumenta su número hasta ocho y las presenta como un programa de vida y de pacificación cristiana, en clave de Iglesia, y en esa línea las presentamos, de un modo unitario, como peldaños de una gran Escala de Paz, como la Via Pacis del Evangelio.
El mismo orden que ellas tienen en Mateo va marcando su avance y sentido, desde la primera (los pobres) hasta la última (los pacificadores y los perseguidos). No es posible ser pacificador, crear la paz, a no ser recorriendo ese camino de pobreza, mansedumbre, capacidad de sufrimiento, estando dispuesto a ser perseguido. Así lo iremos viendo, mientras vamos trazando un recorrido de comunión y paz para la Iglesia, para el conjunto de la humanidad.
Las ocho bienaventuranzas
Dios se ha comprometido positivamente a favor de los hombres, ofreciendo vida a todos, empezando por los pobres. Es un Dios parcial porque ama a los pequeños y perdidos, porque supera con su gracia y entrega creadora la justicia de la historia. Ciertamente, los ayes o malaventuranzas que Lc 6, 20-26 presenta inmediatamente después siguen resonando en Mateo, pero se sitúan en otro lugar y plano del evangelio, como muestran los textos del juicio (13, 24-43; 25, 31-46). Pero aquí, al principio del mensaje, él sólo ha querido ofrecer este “retablo” de bienaventuranzas, como compendio y sentido del Reino:
Mt 5 3 Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Dichosos los que sufren, porque ellos serán consolados.
5 Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
6 Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
7 Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Estas bienaventuranzas se dirigen de un modo especial a dos tipos de personas: (a) Los más pobres, los que sufren hambre y opresión. (b) Los que ayudan a los pobres (cf. 25, 31-46). Ellas no son confesionales, en un sentido estrecho, sino que ofrecen un mensaje universal, que vale para todos, sin nada específico de la iglesia (bautismo, eucaristía, encarnación o Trinidad…). Pero, en otro sentido, ellas son el corazón del evangelio cristiano, un programa de vida integral de la Iglesia.
1. Dichosos los pobres de Espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5, 3)
Estos pobres son los ptojoi. A diferencia de penês, que es un hombre de pocos recursos, pero que puede mantenerse con su esfuerzo y trabajo, ptojos es aquel que no tiene nada, el pordiosero o mendigo, que sólo puede vivir de limosna (cf. Lc 14,13.21; 16, 20, 22). A menudo, los ptojoi suelen ser de mala fama, de manera que no se puede empezar hablando sin más de pobres espirituales, llenos de riquezas interiores (como en el caso de algunos anawim del judaísmo tardío). Estos pobres carecen de todo, de manera que sólo pueden vivir de la ayuda o sostén de los demás, es decir, como mendigos. Lc 6, 20 les llamaba simplemente pobres, prometiéndoles la dicha del evangelio. Mateo, en cambio, añade de espíritu, no para negar la bienaventuranza “material”, sino para matizarla desde una perspectiva cristiana, en dos líneas posibles:
— Camino de paz. Sólo se puede hablar de comunión eclesial y paz universal donde se empieza poniendo en el centro a los pobres. Mt 5, 3 ha dicho pobres de espíritu donde Lc 6, 20 decía simplemente pobres. Con eso, Mateo no ha negado la bienaventuranza de la pobreza material, pues él sigue hablando en su evangelio de pobres, vencidos y pequeños (cf. Mt 18, 1-14), pero ha querido referirse en especial a los cristianos.
En ese sentido, habla de los pobres de espíritu, esto es, de aquellos que no se limitan simplemente a sufrir una suerte que les viene marcada de fuera (porque han sido derrotados por otros, vencidos por la vida), sino que habla de aquellos que, pudiendo vivir de otra manera, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad y, sobre todo, por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los vencedores, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de salvación (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11). Así aparece como el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza (cf. Mt 12, 15–21), iniciando un camino de solidaridad humana desde la pobreza. Quien quiera vivir como rico no puede hacer la paz. Donde se busca dinero se logran otras cosas, no se puede hablar de paz.
‒ Por voluntad. Pobres por espíritu o decisión personal (con dativo de opción) no son simplemente los que se limitan a sufrir una suerte que les viene dada desde fuera sino los que, pudiendo ser ricos, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad, al servicio de los demás (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11). Jesús no ha querido alimentar a los hombres de manera mágica o diabólica, como indicaba la primera tentación (4, 1-4), sino desde la situación en que se encuentran, encarnándose en su historia, haciendo que unos hombres ayuden a los otros. Jesús aparece así como siervo que no grita, no se eleva sobre otros, no esclaviza, sino que desde la misma pequeñez del mundo, ayuda a los pobres (cf. Mt 12, 15-21), poniendo así en marcha un camino en el que los que tienen han de ayudar y alimentar a quienes no poseen bienes de ese tipo. En esa línea se sitúa nuestro texto, que no ha negado la bienaventuranza de los pobres como tales (a quienes en 25, 31-46 llama sus “hermanos más pequeños”), sino que ha querido destacar la opción de los creyentes a favor de los pobres, dentro de la Iglesia, pues en ella sólo pueden construir activamente el Reino y ser pacificadores aquellos que se hacen hermanos de los pobres y cumplen con ellos la justicia del Reino.
‒ En espíritu. En esa línea de Espíritu puede ser un dativo de relación. Estos pobres no lo son sólo en sentido material (porque no tienen cosas), sino y sobre todo en un plano del espíritu, en decir de conocimiento o riqueza interior. En ese sentido son pobres los que no saben, no entienden, no logran penetrar en los “secretos” de la interpretación rabínica de la ley, siendo así como mendigos espirituales. De ordinario, éstos son pobres “materiales” (mendigos, sin posesiones ni trabajo), pero, al mismo tiempo, en parte a consecuencia de lo anterior, son pobres de mente y de conocimiento.
Así podemos hablar de los pobres de espíritu en sentido activo, en una línea parecida a la anterior (pobres por voluntad), aunque en un plano más personal. Son pobres los despreciados por falta de cultura, los indigentes, aquellos que no tienen dignidad, los más pequeños, aquellos que no pueden elevarse sobre e imponerles su derecho. Éstos son la masa de los marginados, derrotados, expulsados, sin entendimiento o voluntad para cambiar la historia, sometidos a un destino de desprecio y muerte. Pues bien, Jesús ha venido a elevarles, no para hacerles orgullosos, capaces de triunfar con violencia sobre los demás, sino para crear con él una humanidad distinta, fundada en la confianza y en la solidaridad. Desde ese fondo han de entenderse las bienaventuranzas que siguen: No habrá justicia ni paz si no se empieza por un camino de pobreza (Mt 6, 19).
2. Dichosos los que sufren
porque ellos serán consolados (Mt 5, 4).
Lc 6, 21 dice los que en este tiempo lloran (oi` klai,ontej nu/n), destacando quizá más el llanto como tal, por cualquier causa que sea, el llanto que se expresa en forma de lamentación amarga (cf. Mt 2, 18; 26, 75) o grito fuerte (en la línea de la pobreza material). Mateo, en cambio, dice hoi penthountes término que podría referirse más en concreto a los que saben sufrir o, mejor aún, a los que aceptan el dolor como una forma de maduración (purificación), en la línea del ayuno (cf. 9, 15). En esa perspectiva, se referirá Mc 16, 10 a los que hacían luto y lloraban en llanto funerario por la muerte de Jesús. Leer más…
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